El Duelo

EL DUELO

I. LA MISIVA

El caballero Tagor, uno de los máximos paladines del glorioso reino de Marán deslizó la misiva al otro caballero que se hallaba en la estancia, el también célebre Oicán. Éste la leyó con rapidez. La letra era basta y deslucida. No era de extrañar si se tiene en cuenta que provenía del belicoso pueblo de los froslines, unos bárbaros de los hielos (literalmente significaba "la gente de las nieves"), que se asentaban en las gélidas llanuras del norte, una antigua raza guerrera que se deleitaba en la matanza y los saqueos. No obstante, tras la última guerra, habían sido rechazados muy al norte, pero por lo que parecía, no habían encajado muy bien su derrota.

-Llegó ayer por la noche. Nadie pudo ver al mensajero.

Oicán volvió a releer el pergamino antes de hablar.- ¿Qué piensas hacer?

-No puedo hacer otra cosa. Debo aceptar.

-Sabes que te matará.

-Ya te he dicho que no puedo hacer otra cosa. El honor me obliga a aceptar el duelo.- Tagor permaneció pensativo durante un momento.- ¿Sabes? Quizás sea lo mejor. Durante mucho tiempo he tenido pesadillas sobre aquella batalla contra los froslines. Me despertaba empapado en sudor, recordando a aquel muchacho al que atravesé con mi espada. Por los dioses, no tendría ni doce años, yo... –La voz del caballero se quebró.- Quizás deba pagar por mis crímenes.

Oicán abrazó a su compañero, mientras la misiva caía de sus manos. "Feros, señor de los froslines, reta al caballero Tagor, paladín del pueblo de Marán a un duelo a muerte en la llanura de Gel en el solsticio de invierno. Si no es un maldito cobarde, deberá acudir insoslayablemente. La muerte de mi hermano será vengada."

-Comprendo tus sentimientos, pero no puedo dejar que acudas. Te quiero demasiado.- Oicán besó a su compañero de armas, quien le miró con ternura y apretó su mano. Era costumbre dentro del ejército de Marán, que los caballeros luchasen en pareja en el campo de batalla junto a un mismo compañero, lo que provocaba que muchos de ellos se convirtiesen en amantes.

Oicán comenzó a besar el cuello de su camarada y se colocó a su espalda, acariciando su nuca.

-Mi querido Oicán... No puedes hacer nada. No lo hagas más difícil. Debo partir cuanto antes. Apenas queda tiempo. Quiero que sepas que...

El caballero no pudo llegar a terminar su frase. Un golpe en su cabeza le dejó inconsciente.

-No me gusta que me lleven la contraria. Como te he dicho, no puedo dejar que vayas.- Oicán dejó sobre el lecho el jarrón con el que le había golpeado, mientras observaba con detenimiento la vestimenta de su compañero.- Mmm... Bueno, la talla es similar. Probablemente nadie note el cambio hasta que sea demasiado tarde.- De nuevo besó al desmayado Tagor en la mejilla.- Espero que puedas perdonarme.

Al cabo de unos minutos, dos figuras abandonaban el castillo en dirección a las llanuras heladas. Una llevaba la armadura del caballero Tagor, que ocultaba su rostro con un pesado casco y a su lado, la paje Magda, que oficiaba de escudero del paladín. En el patio de armas, sólo cuatro caballeros despidieron a la pareja. Sus lúgubres rostros estaban apesadumbrados. No dudaban del desenlace del duelo.

Las dos figuras no abrieron la boca hasta estar muy alejados de la fortaleza, momento que Oicán aprovechó para desprenderse del yelmo.

-No han notado la suplantación. Espero, mi señor Oicán, que sepáis lo que estáis haciendo.

-No te preocupes. Para cuando despierte Tagor, todo habrá acabado. Gracias por ayudarme, Magda. Sólo podía confiar en ti.

-Gracias a vos, mi señor. Es lo menos que podía hacer por vos después del incidente con el príncipe Miel (Ver "El Príncipe y el Caballero"). Además, me gustaría que alguien hiciese por mí lo que vos habéis hecho por el caballero Tagor. –La muchacha permaneció un rato en silencio antes de hablar.- Dicen que ese froslín, el tal Feros, es un adversario temible.

-No sé decirte. Aunque le conozco, no pelee contra él.

Magda abrió los ojos como platos.- ¿De veras le conocisteis? Por favor, contadme cómo.

II. LA HISTORIA DE FEROS

"Fue hace cuatro años. Tras la batalla del Llano Helado. No sé por qué se llamó batalla. Aquello no fue sino una maldita carnicería. Nos hallábamos claramente en superioridad numérica frente a los froslines, y creo que éstos estaban pensando en rendirse, pero se nos dio la orden de atacar. Prefiero no contarte la matanza que se desarrolló a continuación. Ingresé en la Orden de Caballería buscando honor y gloria. Ese día no encontré ni lo uno ni lo otro."

"Fue una lucha terrible, una auténtica masacre. Los froslines lucharon valientemente pero el resultado estaba decidido de antemano. Vencimos. Los pocos froslines que sobrevivieron huyeron, pero logramos aprisionar a muchos de ellos. El crepúsculo casi había llegado y estábamos a punto de retirarnos del campo de batalla. Muchos de los caballeros junto a mí elegían pareja para pasar la noche. Yo no estaba de humor para festejar la victoria. Me metí en mi tienda para asearme un poco y prepararme para regresar, pero entonces un soldado entró para avisarme de algo. Habían capturado a otro prisionero. Sabía lo que se esperaba de mi graduación. Según nuestra costumbre, como ya sabes, y como humillación a los vencidos, les obligamos a chupar nuestros sexos en señal de sumisión. Salí con desgana de la tienda y arrojaron a un froslín a mis pies. Era Feros."

"La mitad de su pálido rostro estaba terriblemente lacerado, sin duda por el fuego. Su expresión era fiera, temible. Su largo cabello níveo ondeaba salvaje al viento. Sonreía con aire orgulloso, a pesar de la horrible derrota que les habíamos infringido. Después supe que ninguno de nuestros oficiales había querido que Feros les chupase el sexo porque les daba asco y repulsión su aspecto. Tú ya sabes mi opinión al respecto: no me importa la fealdad en absoluto, así que desnudé mi pene, me quedé mirándole y le espeté: "¿Y bien? ¿A qué esperas?" El orgulloso froslín dejó de sonreír. Seguramente esperaba que a mí también me repugnara su semblante, pero en lugar de eso avancé hasta su rostro y le pegué mi sexo a su cara y lo restregué contra él. "Vamos, no querrás que me congele". Al principio lentamente, pero después con firmeza, chupó mi sexo hasta arrancarme un orgasmo. Gemí mientras descargaba mi semen sobre su pálido rostro. A continuación, me agaché hasta ponerme a su altura y sosteniendo su rostro, le di un largo beso, saboreando mi esencia en su boca. No sé quien se sorprendió más, si él o mis soldados."

"Esa noche lo llevé hasta mi tienda. Sus ropajes indicaban que era un guerrero de categoría y pensé que merecía un buen trato. ¿Por qué quería hacerle el amor? Puede que como desafío hacia mi gente y por simpatía hacia la suya; puede que porque a pesar de sus escalofriantes heridas, era bastante atractivo. No conseguía que pronunciará una sola palabra; de hecho, pensé que era mudo, pero eso no evitó que le desnudase y le llevase hasta el lecho. La mitad de su fibroso cuerpo también estaba desfigurado, pero chupé su sexo y acaricié su perineo hasta el ano. Descubrí con sorpresa que era virgen. Bueno, eso tiene remedio, le dije. Se asustó cuando contempló la magnitud de mi pene, pero le besé para tranquilizarle."

Le susurré que me encantaría penetrarle. No dijo nada y le introduje mi verga por su ano, lo más lentamente que pude, desflorándolo con delicadeza. Nos besamos y alcanzamos el orgasmo varias veces. Así permanecimos durante horas. Estaba empezando a dormirme cuando acaricié su mejilla. Las lágrimas resbalaban por ella. Se las enjuagué, le besé y me apoyé sobre su pecho. Recordé el viejo aforismo. Omnia animalis sunt tristia post coitum, sine gallus qui cantat. Perdía la conciencia cuando se acercó a mi oído y me susurró en mi lengua: "Te quiero". Casi en duermevela, sin saber si ya estaba yo dormido y soñando le susurré: "¿Cómo te llamas?" Un suspiro apenas inaudible llegó hasta mi conciencia. "Feros". Justo en ese momento me dormí."

"A la mañana siguiente una soldado me informó que el prisionero había huido por la noche. Supe por otros cautivos su historia. Era el hijo de uno de los caudillos del Círculo froslín y le habían hecho jurar de pequeño odio eterno a Marán. No volví a saber nada de él. Hasta ahora."

-Es una historia muy bonita.- Magda suspiró.

-Y muy triste. Cuando volvamos a encontrarnos uno de los dos deberá matar al otro.

III. EL BRUJO

La joven paje señaló una cabaña en lo alto de una loma. El frío se hacía cada vez más cortante.

-Mi señor, ese parece ser un buen lugar donde pasar la noche.

Ambos se encaminaron hacia allí. Parecía estar deshabitada pero entonces repararon en el humo que surgía de la chimenea. Nadie respondió a sus llamadas a la puerta, por lo que optaron por pasar. Sus ojos se habituaban al mortecino resplandor de la chimenea cuando divisaron a un hombre sentado en la silla. Sonreía y parecía esperarles.

-Lo lamentamos, señora- se disculpó Magda -pero nadie contestaba y nos pareció lo adecuado entrar. Mi nombre es Magda y él es...

-El caballero Oicán.- Terminó el hombrecillo. Su aspecto era extraño. Era pequeño y su rostro extrañamente infantil.

-¿Me conocéis?

-Los espíritus me dijeron que vendríais.

-Ah, ya.

-Detecto cierto escepticismo en vuestro tono... Quizás pueda convenceros si os prevengo de vuestro combate contra Feros.

Oicán se envaró. ¿Cómo lo sabía esa extraño?

-Yo lo sé todo.

-¡Sois un brujo!- chilló Magda. Ahora todo encajaba. Se trataba de un duende, de los que se decía que poseían extraños poderes mágicos, como el don de la clarividencia.

-Bueno... esa es una forma de denominarme. La cuestión es que ahora puedo seros de utilidad. Además de proporcionaros cobijo, puedo contestaros a las preguntas que queráis sobre pasado, presente y futuro. Pero nada es gratis.

El caballero le miró con recelo. -Bien... entonces deberíais saber... ¿Qué sucedió en el banquete de celebración por la victoria contra los elfos, hace unos meses?

-Es fácil. Os aburríais mortalmente, así que os deslizasteis bajo la mesa y liberasteis la verga de vuestro amante, el caballero Tagor, de su vestimenta. La introdujisteis en vuestra boca y le obsequiasteis con una espectacular mamada. Reíais contemplando su turbación y pronto descargó en vuestro rostro. A pesar de que intentasteis tragar toda su espesa esencia, parte se desbordó por vuestros labios. Cuando volvisteis a sentaros en vuestro sitio, el rey Pontus, sentado a vuestro lado, os observó y os dijo que estabais manchado de salsa.

Magda le miraba con estupor. -¡Señor!

-De acuerdo, de acuerdo. Os creo.- Oicán meditó las preguntas.- ¿Cómo será el combate?

-Veo varios futuros posibles. En todos los que Feros empuña su lanza contra vos os atraviesa de parte a parte. Es un combatiente formidable. Ha perdido a todos sus hermanos en las guerras contra Marán. Su odio es su fuerza.

Magda gimió antes de que el brujo continuase hablando.

-Pero no sólo se vence con la espada. Hay otros medios.

-¿Qué queréis decir?

-Como he dicho, su odio es su fuerza. Puede que sea derrotado si no odia a su contrincante. En fin, no puedo comentaros nada más al respecto. Veo a Feros, sentado en la nieve. Está semidesnudo, como es costumbre entre su pueblo, ajeno a las bajas temperaturas. Su lado izquierdo es tan bello... Casi tanto como espantoso es su lado derecho. Aferra con determinación su lanza.. Está esperando al caballero Tagor con la intención de vencerle, para poder vengar la muerte de sus hermanos y liberar en un futuro a su pueblo de la tiranía de Marán. Recuerda a su hermano, casi un niño, desangrándose entre sus brazos, herido fatalmente por Tagor. Se siente culpable de su muerte. Piensa que no debió dejarle marchar a combatir a su lado. Sí y también piensa en vos a un nivel subconsciente.

El brujo le miró a los ojos con una sonrisa malévola.

-No ha dejado de pensar en vos en todos estos años. Os dijo que os quería y aún sigue amándoos. A veces se imagina cómo sería la vida a vuestro lado y luego recuerda el juramento de odio a Marán, tachándose de estúpido por pensar en vanas quimeras. Pero vuelve a evocaros y suspira como un adolescente enamoradizo.

-¡Basta!- gritó Oicán, asustando a Magda y al duende. El caballero se sintió culpable, casi como si estuviese violando a Feros, leyendo unos pensamientos que sólo a él le pertenecían y que nadie tenía derecho a conocer.

-Estoy cansado. Di tu precio, brujo.

El hombrecillo sonrió sibilinamente. -¿No queréis saber otra cosa?

-No. Es suficiente.

-¿Seguro? Yo creo que sí. Ardéis en deseos de saber cómo fue herido Feros. Por qué tiene medio cuerpo llagado...

-No. Cierra el pico, arpía.

Magda habló: -Yo sí quiero saberlo.- El duende sonrió horriblemente, como si hubiese ganado algún oscuro juego.

-¡NO!- Gritó Oicán, pero ya era tarde.

-Se lo hizo su propio padre, cuando Feros no era sino un niño. Para recordarle su juramento de odio a Marán. Así, cada vez que se mira en un espejo, cada vez que contempla su reflejo en las gélidas aguas del norte, cada vez que vislumbra el asco en el rostro de alguien que le contempla, recuerda que toda su vida está consagrada a destruir Marán.

El brujo miró a Oicán con expresión triunfante. -Y por eso sabéis que Feros es un enemigo con el que debéis acabar, porque dejarle con vida es condenar a muerte a Marán. ¡Ja, ja! Vos creíais que podríais consolarle, abrazarle, amarle... Ahora sabéis que tendréis que matarle. ¡Ja, ja, ja!"

Las lágrimas resbalaban por las mejillas de Magda mientras el caballero apretaba sus puños. Su voz sonó glacial. -Muy bien, brujo. Ya has dicho todo lo que querías. Ahora di tu precio de una maldita vez.

El duende habló con un tono de fingido orgullo herido. -Oh, yo que sólo me preocupo por vos, y únicamente recibo ingratitud. Pero en fin... Respecto al precio. Efectivamente, hay un precio. Nadie da nada por nada.

El duende retiró la manta con la que estaba cubierto, revelando un enhiesto mango, que nadie diría perteneciente a un cuerpo tan pequeño. Sonrió con avidez.

-Me siento tan solo. Y apenas nadie viene a consolarme. Lo cierto es que nunca me ha chupado una lengua tan ilustre como la vuestra, mi señor. Adelante, probad mi generoso tesoro.

El caballero accedió de mala gana. Primero besó el sexo de ese odioso ser y luego lo chupó con fuerza. La verga era grande. Apenas si cabía en su boca. La mano del duende se posó en su cabeza y le guió en el ritmo que más convenía a su sucio placer. Pronto el caballero sintió los flujos que llenaban su boca, mientras escuchaba gemir al brujo.

-Así, mi caballero... Qué bien lo hacéis... Mmm... Oh, Oicán. Que lengüecita tan agradable. Mmm... Creo que... me voy a... Ufff... ¡Me corrooooo...!

Fue una abundante rociada. Oicán chupó el mango del brujo, bebiendo con desgana el semen que brotaba del abultado pene. Se obligó a no escupir al suelo y se limpió los labios con el dorso de la mano mientras se incorporaba.

-Recordad, mi apuesto caballero, debéis derramar su sangre o él verterá la vuestra. Pero tened por seguro que se derramará sangre.

-Vámonos, Magda. No hay nada que hacer aquí.- La risa del duende resonaba en sus oídos cuando salieron al exterior.

IV. EL DUELO

La montaña de Gel se divisaba. El viaje llegaba a su fin. Ninguna de los dos se había atrevido a hablar. Por fin Magda rompió el hielo.

-¿Qué pensáis hacer, mi señor?

Oicán no contestó pero aferró con fuerza la empuñadura de su espada.

-Quedaos aquí, pequeña. Si no he vuelto en un tiempo prudencial, volved a Marán.

-¡Señor! – Magda apartó el rostro para que Oicán no pudiese ver las lágrimas.

El caballero subió durante unos minutos. Ante sus ojos se extendía una llanura helada. Una figura muy alta y delgada se recortaba contra el cielo, que comenzaba a oscurecer. Estaba embutida en una blanquecina capa. La voz era fría, como el viento a su alrededor.

-Bienvenido, caballero Tagor. Sois muy valiente acudiendo, os lo reconozco.

Oicán nada dijo mientras seguía avanzando.

-Mi hermano será vengado. Os garantizo que moriréis rápidamente.

El caballero echó hacia atrás su capucha. El froslín se detuvo y entornó los ojos amenazadoramente.

-¡¿Tú?! ¿Qué significa...?- Evidentemente, el bárbaro no esperaba encontrar a su antiguo amante.- ¿Qué es este engaño?

-No hay tal engaño. Yo lucharé en lugar de Tagor.

-Yo... No quiero luchar contra ti. ¿Por qué proteges al asesino de mi hermano?

-Es... Tagor es mi amante.

El rostro de Feros se convirtió en una máscara de fría ira. Su lado llagado parecía el de un deforme demonio convocado desde el más profundo de los infiernos. Con un lánguido movimiento, dejó caer la capa, quedando ritualmente desnudo para el duelo. Aferró con fuerza su lanza y habló lentamente, con la furia subrayando cada sílaba.

-Desenvaina tu espada y prepárate a morir.

Oicán se sintió impotente. Parece ser que finalmente era imposible evitar el derramamiento de sangre. O quizás no.

-No tenemos por qué luchar. ¿Recuerdas aquella noche?- Oicán avanzó hacia el froslín mostrando sus manos vacías.

-No des un paso más, Oicán.- La voz del froslín era glacial.- Lo que pasó esa noche ya no tiene importancia. Desenfunda y lucha.

-No empuñaré las armas. ¿Me matarás desarmado?

-¡Maldito cobarde!- El froslín se arrojó contra el caballero con las manos desnudas, derribándole. Ambos contendientes forcejearon y rodaron sobre la nieve. Feros era más atlético y fibroso, pero Oicán era más fornido. El froslín peleaba como un gato salvaje y pronto logró quedar sentado a horcajadas sobre el caballero. Oicán no pudo dejar de pensar en cómo su pene se hinchaba, excitado, a pesar de lo inoportuno del momento. Los dos adversarios se miraron a los ojos con furia. Feros cerró las manos sobre el cuello del caballero y comenzó a apretar. Oicán notó cómo la respiración le faltaba. Pero cuando pensó que todo estaba perdido, la presa en su garganta cesó. Abrió los ojos para observar a su enemigo. Feros gruñía, enfurecido.

-Maldito seas. No puedo matarte.

Sin contestar, Oicán se dio la vuelta violentamente, derribándole sobre la fría nieve, que, paradójicamente, quemabas sus desnudas pieles. Las tornas cambiaron y ahora fue él quien se cernía sobre el inmóvil bárbaro. Con ambas manos sujeto las del bárbaro, inmovilizándole. El caballero le miró a los ojos, pero no pudo distinguir miedo en el rostro de su antagonista, sólo rabia. La jadeante voz de éste era despectiva, sarcástica.

-¿Y ahora qué vas a hacer? ¿Vas a matarme?

-No... Voy a follarte por el culo, maldito bárbaro.

Oicán se sorprendió a sí mismo cuando besó en la boca impetuosamente a Feros, quien le devolvió el beso con pasión. Cuando iba a retirarse, el bárbaro mordió su labio con fuerza. Oicán no pudo evitar gritar, mientras paladeó el sabor de su sangre en la boca. Feros sonreía con malicia, con su boca manchada por la sangre ajena. Parecía que finalmente sí se había derramado sangre.

-Hazlo ya, estúpido caballero.

El caballero pensó que su verga iba a explotar mientras levantaba las caderas del froslín y le daba la vuelta, aprisionándole boca abajo. Ante el caballero quedaron las pálidas nalgas de su enemigo. Oicán le introdujo sin miramientos dos dedos por el esfínter y los abrió dentro, dilatando el ano lo máximo que pudo. Feros se mordía el dorso de la mano, intentando infructuosamente no gemir.

Con fuerza le penetró. Feros gritó, no tanto de dolor sino de placer. El mango entró sin dificultad, como un estoque, hendiendo la carne sin herir. Oicán le abrazó y comenzó un rítmico movimiento, mientras le sodomizaba con su gran verga.

-Maldito... maldito seas... Unggg... Te... te quiero...- La tenue voz del froslín era casi inaudible.

Oicán le cogió por sus largos cabellos y tiró hacia atrás, haciéndole levantar la cabeza. Con rapidez, el caballero buscó su boca y ambos se besaron salvajemente. Llegaron al orgasmo casi simultáneamente, mientras rugían sordamente su placer. Oicán descargó su esencia en las entrañas de Feros, impregnándole de su semen. A su vez, el froslín eyaculó sobre la fría nieve, sin tener que tocar siquiera su pene. El ano de éste, convulsionado por las sacudidas del clímax, expelía chorros de semen, hasta quedar casi inerte.

Oicán se tumbó al lado de Feros. Ambos enemigos quedaron exhaustos y jadeantes. No se atrevían a mirarse. Continuaron en esa posición durante varios minutos. La expresión del froslín se tornó dura.

-¿Y ahora qué?

-No lo sé. No tenemos por qué ser enemigos. Nuestros pueblos pueden vivir en paz.

Feros se incorporó, aunque por la expresión de su rostro, el cuerpo le dolía todavía.

-¿Paz? Mi pueblo es una sombra de lo que fue, y Marán lo sabe. Vivimos confinado en el norte, donde año tras año, organizáis batidas contra nosotros. Nos cazáis como a perros salvajes. ¿Paz? No puede haber paz entre nosotros.

Oicán no supo qué decir. –Feros...

-Maldito seas. Nunca he dudado en mi odio hacia Marán. Hasta que me crucé contigo. Desde que hace cuatro años te vi por primera vez no he podido quitarme tu imagen de mi cabeza. Eres mi enemigo... Eres lo único bueno que ha pasado por mi vida. Yo... –Feros retiró las lágrimas de su mejilla con su mano ajada.- Cuídate, Oicán. Rezaré para que no volvamos a encontrarnos.

Oicán no pudo llegar a besarle. Feros dio media vuelta y caminó apresuradamente. El caballero continuó mirando al horizonte mucho tiempo después de que la blanca figura desapareciese en la lejanía.