El don de la Diosa (2)

La Diosa muestra su benevolencia con una gran recompensa para los esclavos que morirán trabajando en las minas de piedras preciosas

Como digo, el Ama tuvo un momento de misericordia con los esclavos que habían participado en la construcción de su palacio: Cuando los esclavos hubieron terminado la construcción de la gran tarima y la Diosa se hubo acomodado en su trono los mandó colocarse a todos frente a ella. Eran cientos, por eso la tarima está construida frente a una gran explanada que hay en los terrenos del palacio. Cuando todos los siervos estuvieron debidamente arrodillados frente al gran trono, la Diosa les habló desde lo alto, sin alzar la voz:

  • Esclavos, habéis servido bien a vuestra Diosa. Estoy complacida con vuestro servicio. Ahora vuestra labor aquí ha terminado. Pero aun me vais a ser útiles en otras partes, pues la Tierra pone a mis pies diamantes y otros tesoros y vosotros los arrancareis de la piedra para mayor poder y gloria mía, a costa de un sufrimiento continuo en lo que queda de vuestras humildes vidas que siempre han pertenecido a vuestra todopoderosa Reina. Cuando entréis en esas minas ya no volveréis a ver la luz del Sol, esclavos. Ese es el destino que yo, vuestra Diosa, he decidido para vosotros, mis siervos, siguiendo el deseo de mis apetencias. Pero estoy satisfecha con la construcción de mi palacio así que voy a ser magnánima y misericordiosa con todos vosotros y os voy a conceder un favor antes de que seáis llevados al destino que he elegido para vosotros, esclavos.

Todos los siervos, tal cual estaban arrodillados allá abajo, con su cabeza a apenas unos centímetros de la tierra y el polvo del suelo a diferencia de la Reina en que la suela de sus zaptos distaba de más de 4 metros, se pusieron a pensar, sin mover un músculo, en cuál sería ese favor. Unos creían que se les daría algo de comer aparte del pan y el agua con el que estuvieron racionados durante las semanas que duró la construcción del palacio, otros (los más fuertes) pensaron que tal vez los obligaría a luchar entre ellos para diversión de la Dueña y tal vez salvaría del destino fatal de las minas a aquellos que ganasen los combates, y otros creían que la Reina les permitiría reunirse con sus familiares por unas horas, o quizás por unos minutos, antes de ser separados de sus padres e hijos para ser conducidos a las minas para siempre. Pero una gran desilusión cayó sobre todos los esclavos, como una colosal losa caída desde el cielo, cuando el Ama les habló de nuevo:

  • Esclavos, os voy a conceder la gracia de que, por unos segundos, podáis estar a la misma altura que vuestra Diosa, y una vez aquí os concederé el honor de poder besar mis pies. También os concederé la gracia, esclavos, de que podáis hablarme para agradecerme el misericordioso gesto que he tenido con vuestras miserables vidas y humildes labios al permitiros tocar con ellos la piel de mis alabados pies, y así podáis presumir, en las oscuras minas, de haber besado los pies de vuestra Diosa, y el recuerdo de mi esplendor y la infinita maravilla de mi gloria y poder os den aliento para seguir sirviéndome desde allí unas horas más en el momento en que la flaqueza y soledad se vayan comiendo vuestras humildes vidas, esclavos.

Sin decir nada más hizo un gesto con la mano a las esclavas que allá abajo habían organizado a aquellos cientos de siervos en filas. Y empezando por el primero de los esclavos fueron conduciéndolos hasta las empinadas escaleras para que empezaran a treparlas, uno por uno, hasta alcanzar la superficie dorada de la tarima y con ello los pies de su Diosa. Recuerdo que la primera en empezar a subir la escalera fue una esclava muy mayor. Tendría unos 65 años, y el increíble esfuerzo que había estado haciendo, sin descanso, durante las semanas anteriores la había dejado sin fuerzas. Creí que no podía subir las escaleras, y el esfuerzo titánico que mostraba con el movimiento de cada extremidad era patente para cada uno de los cientos de personas que estábamos allí, excepto para el Ama que, durante el trayecto de la esclava hasta sus pies, se dedicó a separar las manos de los mullidos y anchos reposabrazos de su gran trono para contemplarse las grandes joyas que adornaban sus cuidados dedos, o se miraba las uñas satisfecha de la manicura que le habían practicado sus esclavas, mientras valoraba si mandar a alguna sierva a traerle algunos anillos o pulseras más. Pero al fin la anciana esclava llegó a lo alto. Muchas veces desde entonces he pensado lo que sentiría y pensaría aquella esclava cuando se encontró, al borde del desfallecimiento, postrada a unos metros ante el poder y majestuosidad de su Diosa. Supongo que al estar arriba se daría cuenta (pues desde abajo tal vez no se viera) que un pie del Ama descansaba sobre la barriga de una esclava tumbada boca arriba frente al gran trono, convertida, por un tiempo, en un cojín, para placer y mayor comodidad de los pies de la Dueña, y al tener el Ama las piernas cruzadas, con la derecha descansando sobre la rodilla de la izquierda, el peso de ambas piernas recaía sobre uno solo de los finos y largos tacones de sus zapatos, clavándose sin piedad sobre el estómago de la esclava, la cual aguantaba aquel dolor sin inmutarse, simplemente tenía la mirada perdida, pues sabía que era el deseo de la Reina que durante unas horas aquella sierva dejase de ser una persona para ser un cojín bajo sus pies, dejar de ser persona para ser un ente inanimado por capricho de su Ama. Conforme la anciana esclava iba acercándose más a los pies de la Diosa iría comprobando, cada vez con un rencor interno más doloroso, cuánto brillaban los zapatos de la Dueña. La pobre esclava, en su ignorancia y humildad, pensaría que estaban hechos de algún material plateado, o de haber plata auténtica en ellos sólo sería el recubrimiento. Pero aquella esclava nunca supo que los zapatos que tuvo cerca de sus labios estaban hechos íntegramente de plata, obtenidos a partir de un gran bloque de plata de la mejor calidad, un bloque de plata como no se ha visto nunca y que el Ama usó para fabricarse unos zapatos también únicos. Sólo el 0,5% de la población mundial podría haber pagado aquel gran bloque de plata. Al bloque de plata se le había cincelado y dado forma, y después vaciado, para acabar convirtiéndose en unos zapatos. Igual que haría un zapatero holandés con un trozo de madera para darle forma y crear unos zuecos, se crearon aquellos lujosos e increíblemente caros zapatos esculpiendo con absoluto cuidado un bloque de plata. Después, forraron el interior con un terciopelo para que los pies de la Diosa estuviesen cómodos en su interior. Mientras la esclava anciana se acercaba a los pies de su Dueña iba maravillándose y desesperándose (por lo inferior que cada vez más se sentía ante aquella muestra de poder y riqueza) por el brillo que despedían aquellos zapatos, y se preguntó durante cuantas horas habrían estado lamiendo y salivando las esclavas aquellos zapatos para que ahora brillasen con tanto esplendor y poder, un poder a los pies de la Diosa, sobre las cabezas de todos sus siervos, para desasosiego y desesperación, segundo tras segundo, de todas aquellas miserables personas. Este resumen es el que imagino que pasó por la cabeza de aquella anciana esclava:

“el Sol, el mismo Sol que le había hecho padecer tanto durante las semanas pasadas, el mismo que salía inmisericorde para hacerle sudar lo indecible, ahora salía para dar brillo a los hermosos zapatos de la Dueña, salía para mostrar a todos los siervos el excelso esplendor a los pies de la Diosa; era como si el mismo Sol saliese para postrarse también a sus pies y adorarla tal y como hacían las personas allá abajo.”

La anciana esclava comprendería en ese momento, imagino, en un delirio extremo, que efectivamente, había nacido para servir y adorar a su Diosa, y que, sumisamente, se entregaba a su merced, para que hiciese con ella lo que su majestuosa voluntad tuviese el capricho y apetencia de hacer. Llegó, siempre de rodillas, a los pies de la Dueña y tuvo la precaución de colocar las manos tras su espalda para no ofender al Ama (pues los esclavos nunca se pueden apoyar con las manos en el suelo cuando se arrodillan, las deben de poner a la espalda como si unas esposas invisibles las atenazaran) , y teniendo como único apoyo para todo su cuerpo sus destrozadas rodillas bajó aun más la cabeza hasta que quedó a la altura del pie que descansaba sobre la barriga de la otra esclava. Besó el empeine de la Diosa, tratando de imprimir en el beso toda la veneración que fue capaz de sacar de su maltratado y viejo cuerpo. No hizo caso de los dolores que recorrían cada parte de su cuerpo (en especial en aquel momento, en sus rodillas al no poder apoyarse con los brazos), ni de la falta de fuerzas absoluta. Sólo quería y deseaba que aquel beso fuese satisfactorio para el Ama, que se sintiese adorada, y rezaba en su interior para que los agrietados labios no incomodasen la fina y delicada piel del empeine de la Diosa, por eso tuvo la precaución de humedecerlos antes de besarlo. Y sintió otra explosión de infinita desigualdad entre ella y su Diosa que la condujo un poco más si cabe a la entrega irremediable y voluntaria de todo su cuerpo y alma al servicio de su Dueña, rendida absolutamente ante tanto poder: pues mientras la esclava tenía los pies absolutamente destrozados, llenos de heridas en cada milímetro, y de bultos y torceduras por haberlos llevado descalzos durante meses sobre las piedras puntiagudas e irregulares, para desplazar todas aquellas grandes partes de anteriores mansiones, el pie que acababa de besar estaba totalmente cuidado por una legión de esclavas, que se desvivían cada día porque la piel de esos pies no tuviese la más mínima imperfección, haciéndole una pedicura del más alto nivel y masajes tanto con las manos como exclusivamente con las lenguas (ordenar a sus esclavas que le hagan un masaje en la planta de los pies usando sólo la lengua es una de las cosas que sólo una mente perversa como la del Ama es capaz de imaginar, oh, que manera tan desmedida de obtener placer sin igual a costa de un dolor atroz en la lengua, pues hay que hacer la misma fuerza con la lengua que la que harían con las manos para que el placer obtenido por la Diosa sea el máximo, y el dolor en la lengua se extiende hasta días después de haberle practicado el masaje, y les impide incluso hablar con normalidad, y en alguna ocasión la Dueña ha ordenado fustigar la espalda de la esclava porque al responder a su Reina con el “Sí, mi Ama” la voz de la esclava no ha sido del agrado de la Dueña).

Después del primer beso la anciana esclava se incorporó un poco hasta quedar a la altura del segundo pie, el que colgaba suspendido sobre la pierna izquierda. Y lo besó con el mismo recelo, cuidando de que ese pie recibiera la misma veneración que el otro, pero sin llegar a desplazarlo con sus labios de esclava, pues si el ímpetu y deseo de adorar el pie moviese la cabeza de la esclava sin control hacia él y lo desplazase aunque fuese un centímetro habría sido un insulto para el Ama, y las consecuencias gravísimas y muy dolorosas. Después de ese segundo beso, la esclava anciana se dispuso a cumplir con la segunda parte de lo que su Ama les había “regalado”: poder hablarle a su Diosa para darle las gracias por tan grande honor. Has de saber que está totalmente prohibido hablarle a la Reina. Sólo permite, y de hecho obliga, que contesten “Sí mi Ama” o “Sí mi Diosa” o Alteza, Majestad, Excelencia cuando el esclavo se postra ante su presencia por haber sido requerido por ella y cuando se marcha para cumplir lo que ella le ha ordenado. Eso sí que fue algo único en la historia, y todos aquellos siervos bien pueden presumir de haberle hablado a la Diosa cuando lleguen a las minas de África o cualquier otro sitio del mundo, a pesar de que sólo se les permitió darle las gracias, y a pesar del destino cruel que vino después.

El caso es que antes de que la anciana esclava empezase a bajar la cabeza para poder hablarle a la Dueña, de reojo, tal vez, imagino que pudo vislumbrar, por un segundo, el hermoso rostro de su Ama. Supongo que se quedaría hechizada ante la devastadora belleza de la Diosa. Todas las partes de su rostro son perfectas, unos labios carnosos, que las esclavas correspondientes se ocuparon de maquillar a la perfección, al igual que sus grandes ojos de un color azul claro, los pómulos perfectos...Una belleza como no has visto nunca, aunque me duela mucho decirlo, ya lo verás. El pelo rubio y largo, que le caía por los hombros al descubierto, en ondas y tirabuzones, moviéndose de izquierda a derecha y de delante a atrás, pues eran 4 las esclavas que, aquel día de agosto, la abanicaban, arrodilladas alrededor del gran trono, con 4 grandes abanicos con sus grandes plumas bañadas previamente en los perfumes más caros del mundo, haciendo las plumas aun más pesadas y desesperantes para las siervas que las hacían mover arriba y abajo con rapidez para placer de su Ama. E imagino que la esclava, en ese segundo, pudo ver la sonrisa que se dibujaba en la cara de la Dueña, mostrando sus blancos y perfectos dientes, bajando la mirada hacia la esclava, en un gesto que a muchos podría parecerles de compasivo, y en ese éxtasis delirante que sentía la esclava de saberse una mera propiedad desde su nacimiento porque así se le había antojado al ser divino que tenía delante, interpretó aquella sonrisa como:

“¿Ves, esclava, como no soy tan mala? Te he permitido besar mis pies y ese momento lo podrás recordar siempre, gracias a mi compasión por tu humilde vida”, y la esclava estaba agradecida sinceramente, no porque su Ama así se lo había ordenado, sino porque se sentía agradecida por aquel hecho de verdad, tan entregada sumisamente estaba a la que consideraba desde aquel momento como su Diosa auténtica. Pero yo, que presencié aquella sonrisa y conozco a mi hermana la interpreté como era en realidad:

“Ah,esclava. Has estado a punto de morir para construir el palacio desde el que voy a reinar sobre todos los hombres. Y aquí te tengo, a mis pies, a los que has venido arrastrándote para poder besar porque ese es mi deseo y encima me lo agradecerás. Jaja, esclava, qué dulce es la vida con el dominio que tengo sobre ti, tu marido, tus hijos y tus semejantes, que ahora tengo postrados ante mí, venerando mi imagen divina, a costa de vuestro sufrimiento del que se nutre mi gloria, para que cada vez más siervos vengan arrastrándose a suplicarme que les permita esclavizarlos a mi antojo. Ahora póstrate ante mí, esclava, y acepta con sumisión el destino que se me ha antojado para ti, sierva.”

Eso es lo que significaba esa sonrisa, es una sonrisa de placer y gusto, Víctor, no de compasión. Eso es lo que significa cada vez que sonríe al ver lo desesperados que están los esclavos postrados que materializan sus caprichos castigando y consumiendo su pobre cuerpo día tras día. Si en algún momento, Víctor, y sé que ocurrirá más pronto que tarde, sufres esa resignación de abandonar a tu persona y lo que significa ser un individuo, para entregarte a la Dueña, y reconocerla como tu Diosa por derecho autoproclamado en virtud de su gran poder, y a ti como su siervo desde tu nacimiento porque a su divina voluntad así se le antojó, no confundas su sonrisa, Víctor. No creas que su sonrisa es para ti, que es su forma de agradecerte que le sirvas y adores cada día. Esa sonrisa sólo significará que le es placentera la devoción que le profesas, que está a gusto y complacida con tus servicios y por tanto eres tú el que debieras agradecerle (si es que tuviera a bien ser misericorde contigo para dejarte hablar) que haya elegido a tu humilde persona para darse placer y aumentar su gloria a cambio de tu sufrimiento constante. Esa sonrisa sólo significará que si te pregunta si es justo que tú y cientos de personas estéis sufriendo lo indecible para que ella tenga unos momentos de comodidad pasajera, sabe que tu le contestarás que sí, que su gran poder y gloria están por encima de la justicia y la moral, hasta el punto de que la justicia y ética que rigen el mundo se tumban gustosamente ante su presencia como una larga alfombra sobre la que la Diosa pueda pisar cómodamente con sus zapatos de oro mientras pasea por el mundo para ir señalando con su enjoyado dedo a las personas con que se cruce para que se vuelvan inmediatamente sus esclavas de por vida, porque eso es lo justo, porque la justicia y la moral son sólo varias de las muchas propiedades con las que la Reina goza con placer durante cada segundo. Eso le dirás, pero recuérdalo, Víctor. Eso es lo que significa esa sonrisa y no otra cosa.

Como te decía, la anciana esclava empezó a bajar la cabeza para postrarse y poder hablarle a su Diosa. Y después de ver por un segundo su increíblemente hermoso rostro imagino que pasó su vista por su cuerpo, y pudo contemplar el vestido que llevaba. Un gran collar de láminas de plata con diamantes, y otras piedras preciosas engastadas en él adornaba su fino y largo cuello, cayéndole sobre sus pechos. La parte de arriba del vestido consistía en un corpiño rígido que se ceñía al cuerpo de la Dueña (aumentando lo esplendido de su busto) de un color azul eléctrico, con un escote terminado en dos puntas que dejaba los hombros al aire, y con tiras de gruesa plata haciendo filigranas por el corpiño, hasta terminar en su esbelta cintura donde se juntaba con la larga falda por detrás de un gordo cinturón de 15 cm de ancho también de plata con más diamantes y zafiros del tamaño cada uno de ellos de una nuez alrededor del cinturón. La falda estaba hecha de una seda azul a juego con el corpiño, y tenía una infinidad de pequeños diamantes que iban aumentando en número y tamaño conforme bajaban por la falda, hasta el punto de que en su parte más baja no se veía el azul de la seda de tantos diamantes cosidos allí. La parte delantera de la falda se abría, de forma que sentada como estaba en su trono con las piernas cruzadas éstas estaban descubiertas, exhibiendo un brillo en sus piernas fruto de los masajes que con diversos aceites había ordenado que le hicieran minutos antes de asistir a aquella ceremonia. Sin embargo, la parte trasera de la falda sí que estaba cerrada y se ceñía a su perfecto trasero, extendiéndose la falda después de llegar al suelo, formando una cola de varios metros hecha íntegramente por diamantes. Justo antes de sentarse en su trono, antes de empezar la ceremonia, cuando el Ama estaba de pie completamente sobre la barriga de la esclava-cojín, varias esclavas habían arreglado la larga cola del vestido de la dueña para que cuando se sentara cayera con gracia al lado del trono, formando una especie de río brillante que parecía nacer de los pies de la Diosa, como muestra, una vez más, de la gloria y poder que despedían cada uno de los poros de su piel.

CONTINUARÁ...