El don de la Diosa 1

La introducción de un relato apasionante

Hola a todos, me dirigo a este portal para presentar una obra que no es de mi autoría, es de un autor al cual profesaba admiración, el tenía un bloc donde yo le escribí y le hice saber cuánto me gustaba. Finalmente, hace un tiempo, con motivo del cierre del portal blog donde estaban publicados sus relatos, todos se borraron, por eso los escribo aquí, para que los disfruten ustedes, y, si me estuviese leyendo el autor original, hacerle llegar de nuevo mi admiración e interés por su obra. ¡Ojalá volver a leer relatos novedosos de tu autoría!

Les dejo con ella.

El coche se detuvo al llegar a la garita de la lujosa urbanización. El vigilante reconoció el vehículo y a la conductora, que se llamaba Ana, y pulsó el botón para que la barrera se levantara. Víctor, el novio de Ana, que iba de copiloto, notó que Ana se ponía cada vez más seria y triste, hasta que no pudo más y le preguntó qué le pasaba. Ana, reacia a hablar al principio, decidió soltar todo lo que tenía dentro:

  • Hay algo que no sabes de mí. _ las lágrimas empezaban a brotar de los ojos _ Soy una esclava, una mísera pertenencia de una persona que me esclavizó hace muchos años.

Víctor no podía creer lo que estaba oyendo, pero no interrumpió a Ana:

  • Esa persona, mi dueña, es mi hermana. Tiene un extraño poder que obliga a los demás a obedecer todo lo que ella ordena. Es imposible resistirse. Y tanto mis padres y otros familiares, como amigas y demás gente que ha ido reclutando con el tiempo somos sus siervos de continuo. Yo tengo la suerte de que me deja salir del palacio de vez en cuando, a veces durante días, pero hay gente que vive siempre en la mansión, sometida a sus caprichos y voluntades segundo tras segundo. Oh, es algo angustioso, Víctor, la vida que todos tenemos a sabiendas que no va a cambiar, día tras día tener que estar abanicándola durante horas con esos enormes abanicos de plumas, que parecen sacados de la corte de la Reina de Saba, haciendo increíbles esfuerzos por no parar a pesar del enorme dolor que atenaza los hombros, viendo como el Ama disfruta plácidamente de la brisa de los abanicos en los calurosos días del verano, tumbada en un diván o sentada en uno de sus numerosos tronos, gozando de un combate entre dos de sus esclavos para diversión suya, o cualquier otra cosa con ellos que le apetezca; o la humillación que supone el arrodillarse o postrarse ante ella en cuanto pone un pie en la sala donde estemos cualquiera de sus siervos, teniendo cuidado de no levantar la vista y mirarla, pero pendientes de si decide mover uno de sus pies en tu dirección y tener que arrastrarse con rapidez para besárselo con devoción, hasta que considere que ha sido bastante adorada, momento en que, en el mejor de los casos, simplemente aparta su pie de los labios del esclavo. Esos son 2 ejemplos de las muchas cosas que el Ama obliga a hacer a sus siervos. Ya ni siquiera hace uso de su poder. Simplemente ordena y nosotros obedecemos, por el terror a los castigos. Es como una reina que gobierna sobre su pueblo, exprimiéndolo con impuestos cada vez más altos, para que su riqueza crezca y crezca cada vez más, a costa del hambre y sufrimiento de sus súbditos. Esto es lo mismo, Víctor, ella ordena y nosotros obedecemos. _Y diciendo esto rompió a llorar desconsoladamente.

Víctor no podía creer lo que estaba oyendo, pensaba que su novia se había vuelto loca. Tan absorto estaba oyendo lo que decía Ana que no prestaba atención a las majestuosas mansiones que estaban edificadas a los lados de la calle por la que circulaban de camino al palacio de la Reina. Y mientras, Ana no paraba de hablar:

  • Oh, Víctor, me hubiese gustado no traerte aquí. Pero mi Ama me lo ordenó. Y ahora voy a entregarte a sus pies y pasarás a formar parte de los numerosos siervos que posee, y a los que usa sin ningún tipo de piedad, para satisfacer sus caprichos y antojos. Tus días de libertad se han terminado, Víctor. Sólo espero que nos deje vivir juntos, y podamos vernos todos los días, así la angustia de la esclavitud será más llevadera.

  • Pues claro que nos veremos _contestó Víctor siguiéndole la corriente_ por muy grandes que sean estas casas no son castillos. En algún pasillo o habitación nos acabaremos viendo en algún momento cada día.

  • Oh, Víctor, no lo entiendes. El palacio de mi Dueña es enorme. Nada tienen que ver estas mansiones que ves ahora con la suya. Su mansión es como 5 de estas, tal vez más, y eso sólo el edificio, pues el terreno que lo rodea es gigantesco. Tiene a muchos siervos en su dominio, tantos que muchos no se ven en meses, porque el Ama los destina a diferentes sitios para servirla mejor. La Reina, se apropió de 20 parcelas contiguas, cada una de ellas tan grande o más que la anterior, pues eran de grandes millonarios. Obligó a sus propietarios a ponerlas a su nombre. Después mandó construir un gran muro alrededor para unirlas en una sola, derribó las inmensas mansiones de estos ricos propietarios y ordenó construir una gigantesca mansión desde donde gobernar a sus siervos y pasar sus días en el mayor de los lujos, poder y gloria. Si hubieses visto a la gran cantidad esclavos a los que ordenó trasladar cada muro y piedra de las antiguas mansiones para hacer su palacio...Era como vivir en la época del antiguo Egipto. Filas y filas de siervos, tanto hombres como mujeres, tanto niños como ancianos, se arrastraron sin descanso y se dejaron hasta la última gota de energía para terminar cuanto antes el gran palacio de la Dueña. Y mientras, ella supervisaba el trabajo sentada en su trono sobre un palanquín transportado sobre los hombros de 8 esclavos. Sin desprender jamás una sola gota de sudor, aunque estuviésemos en pleno verano, gracias al continuo movimiento de los abanicos de largos palos (pues las esclavas que los mueven están a nivel del suelo, no sobre la tarima del palanquín, y los abanicos tienen que ser suficientemente largos para superar las altura de los siervos que portan toda la estructura sobre sus hombros, y el aire le llegue bien al Ama). Mientras tanto, los esclavos que portaban cada piedra, y cada columna a la nueva residencia de la Reina sudaban a mares, se les metía el sudor en los ojos, sin poder evitar el escozor, ya que las manos estaban ocupadas en tirar de las cuerdas sin descanso, sin tiempo a limpiarse el sudor que parecía no desaparecer jamás, ni siquiera de noche, en ausencia del maldito y abrasador Sol, ni tenían un segundo para frotarse las manos o parar unos segundos a tomar un respiro. A los propietarios de las mansiones que se derruyeron (gente muy poderosa, acostumbrados desde nacimiento a ser obedecidos) también los esclavizó, y sin importar su noble cuna y poderío que tuvieran antaño los mandó a los destinos más humildes y penosos, como a cualquier otro siervo mucho más pobre. Para mi Ama todos sus esclavos tienen la misma condición, son sólo siervos, nacidos para hacer la vida de mi Dueña más agradable, para servirla y adorarla, hasta el final de sus días. Hay una mujer, una joven propietaria de una de esas grandes mansiones, que era inmensamente rica y muy hermosa. Y aunque no tenía el Don que tiene la Reina, hacía uso de sus riquezas y sus influencias para esclavizar también a otros y ,hasta que conoció a mi Ama, vivía siendo obedecida por sus siervos y todo lo que le apetecía tener le era dado sumisamente por sus esclavos, en bandeja de plata, plácidamente en su mansión.

Pues ahora, y hasta que la Dueña le apetezca disponer de ella de otra manera, dedica sus días a lamer los zapatos y botas que mi Ama se va a poner, ese es el destino que la Reina ha elegido para esa sierva. Vive encerrada, al igual que muchas otras esclavas, en una de la salas que pertenecen a los aposentos de la Reina, una sala inmensa en la que podrían vivir varias familias holgadamente, que alberga todos los calzados de la Dueña, y cuando tiene la apetencia de calzarse unos zapatos determinados una esclava lo comunica a esta joven y, junto con otra sierva, se dedican a lamer esos zapatos para que al colocarlos en los pies del Ama estén perfectamente limpios. Imagínate lo que tiene que ser para esta chica, acostumbrada a que la traten con reverencia y respeto, y a tener esclavos que se arrodillan a su paso, dedicarse ahora a lamer el calzado de otra persona, a tratar con veneración y devoción algo que va a estar y ha estado en sus pies (pues cuando la Dueña ordena que sean retirados los zapatos de sus pies, antes de devolverlos a su sitio, también tienen que ser lamidos por las esclavas encargadas de ello, lamidos y besados, como muestra de adoración por unos objetos que han albergado los divinos pies de su Ama). ¿Cómo tiene que sentirse esta joven al recordar el inmenso poder que sentía y el placer que suponía cuando se arrodillaban todos ante su presencia, mientras practica ahora, cada día, la forma de postrarse correctamente para que cuando la Reina ponga un pie en la sala se sienta complacida con la forma y postura humilde y sumisa en que sus siervas la reciben? ¿Cómo debe sentirse esta joven que era multimillonaria, viendo ahora la inconcebible cantidad de calzados que posee su Ama, algunos de un valor incalculable por las piedras preciosas que los adornan, o por el material en que están fabricados?, y lejos de dejarse llevar por la rabia o por un fuerte ataque de envidia, en vez de arremeter contra ellos lo que hace es tratarlos con el máximo respeto, adorándolos, besándolos y usando su saliva y su lengua para que siempre estén relucientes y brillantes, tragándose la porquería que pudiera haber en su suela, para que los pies de su Dueña luzcan un calzado absolutamente limpio y brillante acorde a la gran majestuosidad y divina excelencia de sus pies. Oh, la envidia, Víctor. Debe de llegar a ser doloroso sentir la envidia y celos que esta joven sienta cuando, aunque de reojo (pues está totalmente prohibido mirar a la Dueña excepto a sus pies), llegue a ver los lujosos vestidos que la Reina suele llevar cuando aparece por esa sala, paseándose con infinita tranquilidad y solemnidad, cuando tiene el gusto de contemplar sus calzados, arrastrando tras de sí por el suelo la cola de algún lujoso vestido de noche, mientras la sierva (como todos los otros esclavos) vive siempre prácticamente desnuda. La Dueña siempre va vestida como para una fiesta o una boda. Para ella cada día es una fiesta en su honor en la que todo el mundo debe participar, pero no como invitados sino como siervos, a sus pies (para que la homenajeada, la Reina absoluta e inmediata de todo aquello en lo que pone su vista, solo tenga que mover un poco el pie para poder pisar y aplastar los cuerpos postrados de los esclavos si es que esa es su apetencia) por eso siempre luce vestidos de fiesta, unas veces más lujosos que otras, pero siempre de una enorme calidad y carísimos, y todos los esclavos se afanan y dedican sus vidas y su continuo sufrimiento a que esa fiesta, que es la vida cotidiana del Ama, sea de su agrado, para que cada día constituya una gloriosa alabanza en honor a la Reina. Las grandes firmas de ropa le hacen vestidos y calzado exclusivamente para ella, a veces según las propias indicaciones de la Reina según sus apetencias del momento, a veces las propias firmas improvisan, para sorprenderla si ese es su capricho, rezando para que el vestido sea de su agrado. Ni siquiera tiene que ir de compras si no le apetece. Las propias marcas llevan los vestidos, joyas, complementos y zapatos al palacio, y los muestran a la Dueña, postrándose ante ella, con la Reina sentada plácidamente en uno de sus tronos, contemplando desde varios metros de altura a la esclava de alta costura que sostiene el regalo sobre su cabeza humildemente, como si de una ofrenda a una Diosa se tratase, esperando con temor a que la Dueña dé su veredicto: si el regalo es de su agrado chasquea sus dedos a las esclavas que tiene más cerca y estas llevan el presente a la sala de los aposentos que corresponda, según sean zapatos, vestidos, joyas o complementos y después hace un gesto con la mano para que la persona que ha presentado el regalo se retire de su presencia, abandonando el palacio sin ningún tipo de palabra de agradecimiento y mucho menos de recompensa económica, sin dar nunca la espalda a la Reina, pues eso también está absolutamente prohibido; si el regalo no es aceptable para la Diosa la persona es castigada duramente por tal ofensa, aveces ni siquiera se le permite salir del palacio en unos días, sufriendo todo tipo de torturas; incluso alguna modista sigue en las mazmorras del palacio de las que después te hablaré. Ya ves, la Dueña no gasta un sólo céntimo en ninguno de esos vestidos, a pesar de que muchos de ellos valen, por sí solos una fortuna.

Y hay grandes firmas que han terminado arruinadas por estas ofrendas de las que no han recibido ni una pequeña sonrisa por parte de la Reina. Y eso que es inmensamente rica. Podría comprar cientos de estos vestidos que a muchos grandes magnates les costaría pagar, y aun así la gran fortuna del Ama no se resentiría lo más mínimo. Por ejemplo, la esclava que lame sus zapatos, con todo lo rica que era, podría haber comprado sólo 3 ó 4 de estos vestidos, de los que la Diosa tiene cientos, y después la esclava se hubiese quedado arruinada. Pero, ¿para que va a gastarse mi Ama parte de su riqueza, aunque no le suponga nada, por unos vestidos que igualmente va a tener ofrendados a sus pies? Esta es la filosofía de mi Dueña, ¿por qué va a gastarse dinero en tener aire acondicionado en su palacio si tiene a decenas de esclavas que matarían (literalmente) por abanicarla durante horas y horas, sólo con que su Reina las señale y se lo ordene, o, aunque no lo haga, lo harían de buen grado con tal de cambiar el puesto destinado para ellas por su Reina? Esto es cierto. Aunque todos en el palacio son siervos de la Dueña, hay puestos que son mejor que otros, y hay destinos que son mirados con recelo por otros esclavos. Por ejemplo, los esclavos que la Diosa tiene en sus minas de diamantes repartidas por el mundo. Entran en las minas y ya no salen jamás. Pasan el resto de sus días a oscuras, picando en la piedra, sin apenas poder respirar, cada vez más profundo para sacar los diamantes para el Ama, para engordar sus ya desproporcionadas arcas de piedras preciosas y su inmensa y colosal fortuna. La casi totalidad de los cientos de esclavos que la Dueña usó para la construcción de su palacio fueron enviados a las minas porque ese fue su capricho después del gran esfuerzo que habían hecho al construir su gran palacio en sólo unas semanas. Pero antes el Ama tuvo un momento de compasión con todos ellos.

Cuando todos esos esclavos vieron que ya habían servido a su Dueña al terminar el palacio pensaron que tal vez los usara en menesteres menos extenuantes. Pero en lugar de eso la Diosa mandó construir una alta tarima, soportada por grandes columnas hechas exclusivamente de jade de 4 metros (sólo las columnas valen una gran fortuna cada una de las cuatro), y arriba de la tarima ordenó colocar el trono más lujoso y majestuoso que hayas visto en toda tu vida: toda la estructura del trono es completamente de oro macizo, patas, base del asiento, respaldo... y el respaldo mide más de 5 metros, ensanchándose conforme se eleva por detrás de la augusta cabeza de la Diosa, hasta alcanzar una anchura que se ve desde muy lejos, de 4 metros de ancho, refulgiendo de brillo dorado; y las partes que van a estar en contacto con su cuerpo (el asiento, el respaldo hasta donde le llega la cabeza, los reposabrazos) son unos mullidos cojines forrados de una seda negra y muy brillante. Visto desde abajo, con la Reina sentada sobre ese gran trono, despidiendo un gran brillo, tanto por el propio trono y la gran estructura también dorada de la tarima, como por el vestido y zapatos que llevaba el Ama, daba la impresión de ser una auténtica Diosa, y cualquiera se hubiese postrado ante ella, sólo con verla, sin conocerla, y hecho mil alabanzas y reverencias en su dirección, sólo por la imagen de divinidad que mostraba a los siervos que la contemplaban postrados y atemorizados allá abajo, en el sucio suelo. También se construyó unos escalones empinados, con tablones de madera simple, por los que los llamados a los pies de la Diosa podían arrastrase y llegar a lo alto de la tarima, teniendo que superar los casi 5 metros de altura arrastrándose sobre las maderas para gozar del inmenso honor de estar cerca de los pies de la Diosa. Como digo, el Ama tuvo un momento de misericordia con los esclavos que habían participado en la construcción de su palacio: Cuando los esclavos hubieron terminado la construcción de la gran tarima y la Diosa se hubo acomodado en su trono los mandó colocarse a todos frente a ella. Eran cientos, por eso la tarima está construida frente a una gran explanada que hay en los terrenos del palacio. Cuando todos los siervos estuvieron debidamente arrodillados frente al gran trono, la Diosa les habló desde lo alto, sin alzar la voz:

  • Esclavos, habéis servido bien a vuestra Diosa. Estoy complacida con vuestro servicio hacia mi divina persona. Ahora vuestra labor aquí ha terminado. Pero aun me vais a ser útiles en otras partes, pues la Tierra pone a mis pies diamantes y otros tesoros y vosotros los arrancareis de la piedra para mayor poder y gloria mía, a costa de un sufrimiento continuo en lo que queda de vuestras humildes vidas que siempre han pertenecido a vuestra todopoderosa Reina. Cuando entréis en esas minas ya no volveréis a ver la luz del Sol, esclavos. Ese es el destino que yo, vuestra Diosa, he decidido para vosotros, mis siervos, siguiendo el deseo de mis apetencias. Pero estoy satisfecha con la construcción de mi palacio así que voy a ser magnánima y misericordiosa con todos vosotros y os voy a conceder un favor antes de que seáis llevados al destino que he elegido para vosotros, esclavos.

Todos los siervos, tal cual estaban arrodillados allá abajo, con su cabeza a apenas unos centímetros de la tierra y el polvo del suelo a diferencia de la Reina en que la suela de sus zaptos distaba de más de 4 metros, se pusieron a pensar, sin mover un músculo, en cuál sería ese favor. Unos creían que se les daría algo de comer aparte del pan y el agua con el que estuvieron racionados durante las semanas que duró la construcción del palacio, otros (los más fuertes) pensaron que tal vez los obligaría a luchar entre ellos para diversión de la Dueña y tal vez salvaría del destino fatal de las minas a aquellos que ganasen los combates, y otros creían que la Reina les permitiría reunirse con sus familiares por unas horas, o quizás por unos minutos, antes de ser separados de sus padres e hijos para ser conducidos a las minas para siempre. Pero una gran desilusión cayó sobre todos los esclavos, como una colosal losa caída desde el cielo, cuando el Ama les habló de nuevo:

CONTINÚA