El dominado

Es el primer relato que envio.

EL DOMINADO

Confesaré algo que me ocurrió durante mis vacaciones. Lo cierto es que me da vergüenza y a la vez temor; pues esto pudiera ser un cambio en mi personalidad. Sea como fuere y para quitarme de esta duda que me corroe lo contaré. Todo ocurrió en el mes de Julio en una urbanización de las costa de Almería. Estoy casado felizmente, tengo un hijo de corta edad, por lo que si este relato llegara a leerlo mi mujer no sé lo que sucedería.

Fue una de las tardes en que Ana, mi mujer, jugaba con nuestro hijo al Mini-golf en las instalaciones del hotel y se le ocurrió hacer unas fotos al niño sobre el césped. Me pidió que fuera a la habitación a recoger la cámara, y yo sin dudarlo fui a cumplir el encargo.

Subí en el ascensor, anduve por el pasillo alfombrado hasta la habitación y cual no sería mi sorpresa que al empujar la puerta la encontré abierta y en mi cama una pareja en la postura más erótica que uno pueda imaginarse.

El hombre estaba de pie en la cama, la mujer de rodilla sobre las sábanas le chupaba el grueso pene a su compañero con un apetito tan voraz que ya quisieran muchas artista "porno" hacer algo parecido. El hombre bombeaba sin cesar sobre la garganta de la mujer que cogida a los gluteos del varón intentaba introducirlo cuando podía.

Se percataron de mi presencia en el acto; pero no por ello interrumpieron su pequeña fiesta.

-- ¿Quieres participar? - me preguntó el hombre que era la persona que no tenía nada en la boca.

Nunca me hubiera imaginado que una cosa semejante me propusieran a mis 36 años. Y aquello me trastornó. Simplemente perdí lo que me quedaba de pudor, pues era tan fuerte el clima de sexo que se respiraba en la habitación, que me fue imposible controlar la erección que me sobrevino. Moví la cabeza en señal de aceptación, pues mi garganta estaba tan seca que cualquier palabra que intentara pronunciar sería, ahogada por mi agitación. Cerré la puerta con llave y en dos pasos me uní a la pareja. La chica sin abandonar su presa se abrió de piernas mostrándome su zona más encantadora cubierta de un pelo negro y brillante y en su centro unos labios sonrosado que parecían decirme que los tomara. Me puse de espaldas en la cama, pase por entre las piernas del hombre hasta llegar al arco de aquella morena que me brindaba y sin pensando, abrí aquellos labios con mi lengua y con suma delicadeza la pase por aquella carne roja y llena de efluvios vaginales.

-- ¡Santo Dios! - exclamé - que contacto tan suave, parece terciopelo - y seguí bebiendo en aquella fuente. A medida que la mujer chupaba aquel cipote lleno de venas azuladas, más se humedecía su vagina y yo, sin rubor, absorbía con deleite para placer mío. Por el rabillo del ojo ví que el hombre la sujetaba por la cabeza y sus emboladas eran cada vez más rápidas y profundas como temiendo un rápido desenlace. La chica tenía lágrimas en los ojos, pero no por ello se quejaba, al contrario, continuaba en su placentera tarea intentando llevar a su pareja al orgasmo de aquella forma que tanto le gustaba. Las manos de ella soltaron los gluteos y descendieron hasta mi pene que empezó a masturbar. Aquellas manos que eran pequeñas y suaves como las de una adolescente, provocaron en mi una de las reacción más intensas que desde mucho tiempo atrás sintiera.

Al tiempo que yo chupaba del clítoris como si fuera la vez primera, ella, la morena de manos pequeñas, comenzó a subir y bajar sus manos a lo largo de mi pene y cuando llegaba al capullo lo acariciaba con la yema de los dedos, aquello provocaba en mi temblores tan excitante que me retorcía entre sus muslos, ella se dejaba hacer y en seguía engullendo la gruesa verga hasta que los huevos tocaron su barbilla y cuando la sacaba para empezar de nuevo, un hilillo de baba caía sobre mi pecho.

El hombre continuaba de pie en la cama, ella segura de si misma seguía de rodillas mamando de aquel terrible órgano y yo chupaba el clítoris lleno de los flujo que manaban sin cesar. Llegó un momento que el hombre aceleró sus penetraciones, sus muslos sufrieron espasmos hasta que tuvo un estremecimiento, las piernas se le pusieron temblonas y de su garganta salió un aullido de placer, el orgasmo le llegó de pronto, casi sin avisar y fue como una explosión cósmica en una riada de leche. El hombre se corrió en la boca de la morena. Ella seguía masturbándome mi pene y aceleró la marcha y, cuando intuyó que mi explosión se acercaba, acercó su boca a mi boca y con su lengua abrió la mía y en el instante en que yo explotaba en mi corrida, ella vertió el semen en mi garganta y lo tragué, y en ese momento, si más hubiera habido, más hubiera bebido; pues tal era mi turbación en esos momentos que no sabía lo que hacía.

Cuando salí de la habitación habiéndome despedido de Elena y Santiago comprobé que el número de la puerta era el 822, sin embargo la mía era la 922. Terrible equivocación. Menos mal que los niños a veces se ponen pesados y quieren jugar más de una partida.