El Domador domado - Capítulo 1
Un Amo descubre otro lado más excitante del sexo cuando recibe la visita de su mejor esclava aunque muy cambiada...
Ante todo deciros que este relato no es mío, sino que lo leí hace ya tiempo en una web, no sé si esta o alguna otra similar, pero el caso es que, por casualidad, revisando uno de mis discos duros me encontré con que la tenía guardada. He intentado ponerme en contacto con su autor (Ocaso) antes de publicarla, aunque mi correo electrónico me dice que la dirección de correo ya no existe. La verdad es que por más veces que la lea me sigue poniendo a mil, y no puedo evitar masturbarme mientras la leo. Por eso quiero compartirla con vosotros... Besos a tod@s!!!
Cap. 1 – El regreso de Cristina.
La muy guarra estaba tirada desnuda en medio de la sala de estar con el tacón de aguja de sus nuevos zapatos metido hasta el fondo de su profundo culo y su pelo rubio rizado manchado de flujo vaginal y saliva Yo la miraba desde arriba como solo lo sabemos hacer los amos, con esa superioridad innata y ese profundo saber que hace a nuestros esclavos morirse por nuestra voz.
Personalmente no entenderé nunca como alguien se puede someter a esos grados de vejación, pero desde siempre supe que igual que había esclavos tenia que haber amos, y claramente seria yo quien pondría las normas A esta pobre mujer que tenia tirada en el suelo, exhausta de placer, rodeada de flujos, con los ojos cerrados y llorando de felicidad la había conocido hacia pocas semanas.
Y es que siempre se delatan.
Son esclavos en potencia sin ni siquiera saberlo. Una mirada que baja cuando les hablas, un sometimiento subterráneo cuando sugieres cualquier cosa por pequeña que sea... pero sobre todo, unas ganas irrefrenables de que alguien se apodere de ellos, porque al fin y al cabo, uno hace lo que más placer les causa: SER SU TODO.
A causa de esto debo decir que una idea me estuvo rondando durante mis primeros escarceos como Dominante, y era la idea de que el Amo no era otra cosa que un medio del Esclavo para llegar al placer extremo, y reconozco que no me gusto nada la idea.
Había esclavizado a más de veinte mujeres y después las había convertido en algo más que en simples putas. Había conseguido que veinte mujeres salieran de su caparazón y volaran por su cuenta, ampliando sus horizontes. A veces me había encontrado con alguna de ellas de noche en algún club, bailando en la barra o metida en alguna cabina roja disfrutando con sus juguetes por dinero... o incluso gratis.
Dejé a la mujer tirada en el suelo, extenuada. Después ella misma limpiaría todo cuando se recuperara. Me di una ducha y abrí el álbum de fotos privado para meter las instantáneas de aquella nueva adquisición. Allí estaban todas las dominadas en su papel, desde sus comienzos hasta su salida de esta casa. Allí estaban Carmen, Rakel, Loreta... y Cristina…
Cristina había sido la mas dura de doblegar, y por ello mi éxito mas preciado. Cristina había sido una de esas mujeres independientes que odiaban a los hombres, la moda, los maquillajes. Una mujer madura pese a su juventud, 25 años, que nunca había pensado en el sexo como forma de vida. Por eso me sedujo más que las demás. Su doma fue como un puzzle de 15000 piezas… Con paciencia. Primero doblegar su psicología femenina; después comenzó su dependencia del sexo; y, por ultimo, su mentalidad abrazó la esclavitud como única salida. Era mi mejor obra. Se convirtió en una viciosa insaciable y con el tiempo derivó en una sádica peligrosa. No esperaba mis ordenes, sino que con iniciativa propia se auto castigaba ella misma. Entró en una espiral peligrosa, y por ello tuve que mandarla lejos de esta casa. Nunca más la había visto en la ciudad, y dudo mucho que haya sobrevivido sin amo.
Salí al pasillo y vi como la zorra se levantaba a duras penas y lamia el suelo que había manchado. Sonreí y me acerqué a ella. Después de dejar el suelo como una patena, y con el tacón de la bota todavía en su culo, la lleve a la habitación de despedida Allí le solté el discurso de abandono mientras ella no dejaba de llorar. Habían sido dos meses muy concentrados.
Dejé que se duchara y, a la salida, se puso la ropa nueva que les regalaba a todas para su nueva vida: una falda blanca cortísima y elástica y un top blanco abierto por detrás que mostraba los aros de su ombligo y resaltaba las argollas de sus pezones. Las medias negras completaban su atuendo y conjuntaban con sus zapatos de tacón de aguja. Le di algo de dinero para que fuera tirando algunos meses y la dejé marchar en un taxi, no sin que antes me hiciera una última mamada de despedida sin derramar ni una sola gota de mi semen, acción que habían aprendido todas en sus primeros días de doma y que, según había podido comprobar con la experiencia, era algo que les creaba adicción.
“Ahí va otra bomba sexual”, pensé cuando vi otro taxi acercarse a mi casa, en el que se montó para desaparecer de mi vista y de mi vida.
Cerré la puerta, pero llamaron con fuertes golpes. Miré el reloj. Esperaba que no fuera ninguna de mis putitas de vuelta. Era muy desagradable volver a explicarles que a mi casa no podían volver, que no podían quedarse más. Dudé unos instantes, tras los que abrí la puerta y la vi...
Cristina.
Mi mejor puta, mi mayor creación, estaba allí en la puerta, ante mis ojos, aunque tan cambiada que me costó reconocerla. Estaba bellísima. Sobre un cuerpo que recordaba más grueso vestía un abrigo largo vaquero bastante ajustado. Presentaba una figura magnifica, mientras que su cara, alargada y perfectamente maquillada, me impactó. Tenía estilo, algo que ninguna de las otras diecinueve conseguiría jamás. Así que aquella zorra había logrado sobrevivir ahí fuera…
- Lárgate de aquí, puta. Ya sabes que no puedes volver.
Era su amo y nunca dejaría de serlo
Empujé la puerta para cerrarla, pero ella metió su bota negra de plataforma y lo impidió, empujándola hacia mí. Tras ello entró en la casa sonriendo, dirigiéndose hacia salón en el que se encendió un cigarrillo, cosa que estaba totalmente prohibida en mi casa, ya que odiaba el olor agrio que dejaba. Me acerqué para darle una bofetada, pero al bajar la mano con fuerza ella me la cogió con la mano que tenía libre, luxándome la muñeca y haciendo que me viese obligado a agacharme para que no me la rompiese. Me dolía muchísimo, y del dolor caí al suelo, aunque ella no me soltaba. Me retorcí de dolor y grité. Por fin soltó mi mano y se acercó a mí.
- Hola... amo…
Su voz sonó sarcástica, sobre todo lo de Amo. Me puse nervioso y me levanté corriendo hacia un armario donde guardaba un bate. Lo cogí y la amenacé.
- Sal de mi casa. Lo pasado, pasado está, ¿me entiendes? Yo no hice más de lo que tú te dejaste hacer…
Ella soltó una carcajada y aplasto el cigarrillo en el suelo. Después se acerco despacio, mientras yo levantaba el bate sobre mi cabeza.
Lárgate de aquí, Cristina…
¿Cristina? ¿Ahora me llamas por mi nombre? ¿Ya no soy la puta esclava, la cerda, la zorrita?
Solté mi brazo hacia delante, intentando golpearla, pero ella me empujó antes de que pudiera hacer nada. Con el empujón caí hacia atrás, golpeándome la cabeza contra el radiado y comencé a verlo todo borroso. Sólo alcancé a escuchar su voz, melódica pero decidida, maravillosa…
- Mi esclavo... Vas a descubrir un placer inmenso…
Continuará…