El dogo de Burdeos

Perdí al virginidad con un dogo de Burdeos y la mujer de mi tío me enseñó algo más.

El domingo por la mañana aún me sentía relajada después de haber dormido casi nueve horas. Mi braguita se había mojado durante la noche de la secreción de mis flujos y del semen que Tron había depositado en mi útero. Me molestó comprobar que Karlos ya se había levantado porque quería hacer el amor con él. Sin embargo, me sorprendió con un desayuno espectacular. Según dijo, yo necesitaba reponer fuerzas.

Nos quedamos un rato en la cama y me pidió que le contase lo que él no sabía. Se preguntaba muchas cosas pero ninguna era importante. Apoyé mi cabeza en su pecho y puse mi mano sobre su pene flácido para iniciar mi relato.

Llevé a Tron a casa de mi tío para que le enseñasen a comportarse. Ellos habían tenido siempre dogos de Burdeos y sabían adiestrarlos, pero sobre todo porque en mi adolescencia aprendí en aquella casa muchas de las cosas que ahora sé.

Sorprendí a mi la mujer de mi tío una mañana jugando desnuda con su perro en la cama. Pedí perdón por la intrusión y me marché, pero dejé la puerta entreabierta para ver lo que sucedía. Aquella mujer cuarentona acariciaba a su perro por todas partes y a cambio recibía lametones con aquella enorme lengua en los pechos, las axilas, los muslos y el pubis. Hubo un momento en que ella se abrió de piernas y oí gemidos y jadeos durante unos minutos. Sin duda ella estaba gozando con aquellos lametones y yo sentía una inquietud nerviosa entre mis piernas. Tras unas convulsiones espasmódicas acompañadas de gritos y jadeos cerró las piernas y se quedó muy quieta unos minutos. Pensé que ya había finalizado y cuando me marchaba observé como acariciaba el pene del perro hasta lograr que emergiese una cosa rojiza larga y bastante gorda. Puso unos protectores en las patas delanteras del dogo y ella se puso a cuatro patas. El perro se colocó detrás empujando sus caderas y buscando penetrarla. Lo consiguió y estuvo embistiendo con mucha rapidez durante varios minutos. Los jadeos, gemidos y palabras ininteligibles se oyeron de nuevo en la habitación. Sonidos guturales me indicaban cada vez que ella tenía un placer intenso y probablemente un orgasmo. Así estuvo al menos un cuarto de hora. Se sacó el perro y se quedó quieta para que le lamiese los líquidos que chorreaban  por sus piernas. La sesión acabó colocándose nuevamente boca arriba y abriendo las piernas. Entonces fue cuando vi que tenía el sexo completamente cubierto de un vello oscuro y brillante. El dogo se acercó de nuevo y estuvo lamiendo la vulva hasta que tuvo un nuevo orgasmo, o al menos eso supuse al oír sus gritos y ver sus espasmos.

Me refugié en mi habitación acalorada y con un fuego irresistible en las entrañas. Me toqué y mis dedos me trajeron un placer intenso y prolongado que me hizo expeler una gran cantidad de un líquido transparente e inodoro. Fue mi primera eyaculación. Tenía sólo doce años y aún no había estado con ningún chico.

Las imágenes de la esposa de mi tío gozando con el dogo me absorbieron toda la mañana y me daba cierto reparo jugar con él como la había hecho hasta unas horas antes.

Aquella misma tarde, me quedé sola en la casa. Jugué con el dogo y experimenté por primera vez las caricias en la piel que cubre su pene hasta que lo extrajo en erección. Le llevé hasta mi habitación y me quité las bragas. Su reacción fue inmediata. Me olfateó las piernas y las fue lamiendo hasta encontrar mi vulva. La llenó de sus babas calientes, pero su lengua abarcaba todo mi sexo e incluso llegaba a mi ano, Estaba despertando en mi un deseo irrefrenable de tener un orgasmo. Me dejé caer sobre la cama y abrí las piernas. Su lengua ágil, caliente y húmeda me trajo el primero con tanto ardor que sin haber recuperado el aliento me llevó hasta otro y hasta un tercero. Cerré las piernas y me di media vuelta para impedir que continuase. Estaba a punto de perder el conocimiento y sentía una agitación asfixiante en el pecho. Mis piernas caían de la cama y el perro lo entendió como una invitación.

Se incorporó sobre sus patas traseras y acercó su pene a mis nalgas. Buscaba penetrarme pero no atinaba y sólo conseguía refregarse conmigo. El falo era muy caliente y me excité. Levanté un poco las caderas para facilitarle su labor y sentí su punta empujando en mi ano, en mis ingles y, por fin, a la puerta de mi vagina. Mi deseo fue tan grande que no me resistí. El pene gordo me producía dolor, una quemazón que duró varios minutos mientras empujaba y no conseguía penetrarme más allá de un par de centímetros. En uno de los embates sentí un dolor abrasador y la entrada de aquel miembro largo y gordo hasta mis profundidades. No me moví, pero el perro no paraba. Algo grueso y caliente empujaba en mi vulva buscando la entrada de la vagina, pero no se lo consentí. Había pasado un mal rato y ahora empezaba a tener placer. No quería estropearlo.  Cuando salió de mi después de varios minutos, estuvo lamiendo mi sexo hasta que me corrí con un placer muy dulce y prolongado, pues su lengua no cesaba de recorrer  desde el ano hasta la pelvis.

La esposa de mi tío tardó en regresar. Su cara reflejaba una felicidad luminosa y me llamó la atención. Nunca imaginé que ir de compras pudiese producir una satisfacción tan profunda.

Se interesó por mí y me limité a decir que había pasado la tarde jugando con el perro. Nos bañamos en la piscina semidesnudas y pude comparar su hermoso busto al lado de mis incipientes pechos, apenas resaltados por un pezón rosado y pequeño. Después me hizo sentar par desfilar ante mi con las prendas que había comprado: lencería, una falda y una blusa, y un vestido muy ligero.

Estaba anocheciendo y salimos al jardín a tomar un refresco. Fue entonces cuando el dogo se acercó a mí y metía su hocico por debajo de mi falda buscando mi sexo. Ella se percató y lo llamó intentando desembarazarme de aquella situación. Justificó la actitud del perro en que probablemente estaría en celo. Yo sólo dije que es muy juguetón y me ruboricé. Aquel indicio fue suficiente para que ella sospechase y derivó la conversación hacia mi edad, los chicos y los primeros ardores.

Debió excitarse con la conversación porque sus piernas se entreabrieron ligeramente en la butaca y aquel perro se acercó a lamer sus muslos. Se lo quitó de encima como pudo y yo pude apreciar una deliciosa lubricación entre mis piernas. El efluvio de mis interioridades trajo de nuevo al animal hasta mi. Su lengua buscaba mis partes y me sonrojé.

Ella nos cogió a los dos y nos llevó hasta su habitación mientras me explicaba que aquel perro sabía juegos muy interesantes para una mujer. Y así fue como me desnudó y me tumbó boca arriba al borde la cama para que el perro lamiese mi sexo. Mis gemidos brotaron inmediatamente. Estaba muy excitada. Ella vigilaba atentamente las evoluciones del perro y me sonreía con complicidad. Sus manos cogieron las mías y me besó en una mejilla mientras me susurraba que disfrutase de cada momento y de cada ser en esta vida. Tras unas leves caricias a mi torso casi infantil, puso unas protecciones en las patas delanteras del perro.

Me giró dejando caer mis piernas y apoyando mi cuerpo sobre la cama. El perro reconoció inmediatamente aquella posición y empezó a lamerme las nalgas, el ano y la vulva. Me abrí de piernas para facilitar las lubricaciones de su lengua. Cerré los ojos esperando el placer. La maestría de mi anfitriona quedó manifiesta una vez más cuando colocó un cojín bajo mi vientre. El perro se alzó sobre sus patas y mis nalgas recibieron las primeras caricias de su pene ardiente; luego lo metió entre ellas y rozó mi ano en donde empujó sin conseguir penetrarme, pero provocándome un deseo febril de tenerlo dentro. Tras varios embates, su verga empujó en mi vulva y logró introducirla punta en mi vagina. Aquel falo canino estaba muy caliente. Empujó varias veces pero sólo introducía la punta. El deseo de tenerlo dentro había provocado en mi interior una especie de huracán que lo absorbe todo hacia dentro, y cuando en un empujón me la metió toda, dejé escapar un gemido que casi me lleva a un orgasmo. Estaba totalmente llena e intentaba que mi vagina aprisionase con fuerza aquel miembro para disfrutarlo con toda la intensidad posible. El perro demostró su agilidad y me embestía con rapidez y fuerza. Me dejé llevar hasta correrme varias veces. Tenía el coño tan lubricado que los espasmos y convulsiones se sucedían sin parar. Volví a notar aquel grueso bulto que pugnaba por entrar en mi, pero ahora esperaba una nueva lección de mi anfitriona. Sólo me dijo que me estuviese quieta. El perro empujaba con fuerza y sin parar. Sentí un ligero dolor, pero cuando lo tuve dentro se inició un deleite desconocido e inimaginable. Aquel trozo del miembro me llenaba completamente y rozaba cada pared de la entrada vaginal. Mis interiores se contraían para disfrutar aquella dureza ardiente y gruesa. Los orgasmos continuaron llegando cada dos por tres y mis eyaculaciones eran cada vez más caudalosas. Me sentía completamente penetrada y el placer ocupaba todo mi ser. La sensación de tener un torrente llenándome por dentro me hacía eyacular permanentemente, sin parar de expeler un líquido caliente y abundante que yo identificaba con placer.

Acabé exhausta tras no sé cuantos orgasmos. Me atreví a abrir los ojos. Allí estaba ella sujetando al perro. Me sonrió y me besó en la mejilla.

Tras la cena, salimos al jardín a tomar el fresco y a contemplar la noche. Hasta entonces no había hecho ninguna referencia a lo sucedido, pero amparada en la oscuridad, me advirtió de que sólo permitiese la introducción del vulvo peneano del perro si el animal estaba acostumbrado a follar conmigo, porque si intenta bajarse mientras la cópula, puede producir mucho daño.