El Doctor y mi esposa (Capítulos VII, VIII y IX)

Habían pasado ya tres semanas después de que mi mujer había tenido el encuentro con su exnovio, el doctor Demetrio, no solo consentido por mi, sino observado por mi desde una ventana.

Te recomiendo leer los dos relatos anteriores de la serie para entender mejor el contexto.

CAPÍTULO VII – LA MENTIRA

Habían pasado ya tres semanas después de que mi mujer había tenido el encuentro con su exnovio, el doctor Demetrio, no solo consentido por mi, sino observado por mi desde una ventana.

Te preguntarás qué pasó aquella noche cuando regresé, y la verdad es que no mucho. Me encontré con mi mujer recién bañada y recostada en nuestra cama viendo TV. Nos saludamos, nos dimos un beso de buenas noches, le dije al oído que esperaba que aquella noche hubiera servido para sacarse los demonios de dentro de ella, y me dormí.

Habíamos tenido sexo 4 veces desde que sucedió, y en cada una de ellas, lejos de disfrutarlo lo pasé analizando si sus muecas y movimientos eran más o menos pasionales conmigo que los que le había visto con el doctor, y pensando si en el fondo lo estaría disfrutando al menos cercanamente a lo que disfrutó en aquella embestida por detrás que le dieron en nuestra sala.

¿Y has hablado con Demetrio? Le pregunté la noche del viernes. A lo cual ella respondió con un rotundo “ya te dije que no, deja de preguntar por favor”. Pero aun así, yo no le creía.

Un par de días después, por azares del destino, me topé a la secretaria de Demetrio en una oficina de trámites fiscales. ¿Señor Rodríguez, cómo está, cómo está su esposa? Me preguntó.

Con una tremenda sonrisa y sabiendo la oportunidad que aquello representaba le respondí que muy bien, que todo iba perfecto con el tratamiento, pero que ella no me contaba mucho, y estratégicamente le dije que tenía miedo de que me estuviera ocultando algo grave.

La secretaria cayó redondita y me dijo que no me preocupara, que su terapia semanal iba de las mil maravillas, y que el jueves a las 2 PM la esperaba puntual como siempre.

Los miércoles y jueves eran los días en yo no iba a comer a casa, pues tenía la junta con mi equipo, así que aquel jueves les pedí cambio de horario y dejé la oficina a la 1:30 PM para salir disparado al consultorio de Demetrio.

Me paré al fondo del pasillo donde estaba su consultorio y vi llegar a mi mujer a la 1:50 PM. Me acerqué a un par de oficinas y pude ver que era la única en la sala de espera, y que conversaba plácidamente con la secretaria del doctor, que apenas dieron las 2, y se levantó tomando su bolso y despidiéndose de mi mujer para salir a su hora de comida.

La sangre me hervía mientras miraba fijamente la entrada del consultorio y me acercaba lentamente. Me paré frente a la puerta y la empujé para notar que estaba abierta; entré, y miré hacia todos lados buscando las cámaras de seguridad, desde las cuales seguramente Demetrio y mi esposa verían desde el consultorio, pero nada sucedió.

Pasé detrás del escritorio de la secretaria y vi la puerta del consultorio cerrada, me acerqué dispuesto a abrirla y me di cuenta de que la oficina contigua estaba abierta y vacía. Ya había estado ahí, así que sabía que entre ellas había un ventanal cubierto por persianas, y entré.

¿Cuánto habría pasado desde que se fue la secretaria? ¿4 minutos? No lo se, pero la terapia ya había comenzado en el momento en que entre la obscuridad de la oficina contigua encontré una rendija para mirar entre las persianas.

Ambos estaban de pie junto a la cama de auscultación, ella de frente a la puerta y él pegado por detrás de ella besándole el cuello y acariciando sus brazos. Mi mujer tenía los ojos cerrados y las manos sobre su propio cuerpo, acariciándose ella misma, primero los senos, luego el abdomen y al final pasándose la mano por la entrepierna suavemente.

El doctor dejó de besarla más de no de acariciarla, y ella entendió que era momento de ponerse de frente a su amigo. Cuando sus miradas se encontraron ambos pintaron en su rostro una sonrisa, que conociendo a mi esposa, era de complicidad y triunfo, igual a la que pintaba cuando alguno de nuestros hijos terminaba por decir: ok mamá, así lo haré, después de ser regañado. Y tras algunos segundos de mirarse mientras se manoseaban, se besaron.

El beso no duró mucho, pues el tiempo apremiaba, así que en la primera oportunidad se separaron y, como si ambos supieran ya el paso siguiente, comenzaron a soltarse la ropa, sin llegar a quitársela por completo. El doctor con el torso descubierto y el pantalón desabrochado; mi mujer con la blusa y bra levantado con las tetas de fuera, y la falda que llevaba puesta levantada sobre la cintura.

Como un par de adolescentes comenzaron a toquetearse por todos lados sin orden alguno. Las tentas de mi mujer rebotaban después de que Demetrio les daba un apretón, y las bolas del doctor campaneaban después de que mi mujer las acariciaba durante menos de un segundo.

Los manoseos continuaban mientras mi esposa caminó hacia atrás y se topó con la cama de auscultación, a la cual se subió de inmediato de un salto para quedar sentada en el borde de frente a donde yo estaba.

Sentí como mi corazón se aceleraba más cada microsegundo conforme veía a mi mujer abrir las piernas lo más que podía; mirando fijamente al doctor a los ojos, y con esa sonrisa que no se le había borrado del rostro. Luego bajó una de sus manos y lentamente se hizo a un lado la pantie descubriendo su rajita y ofreciéndosela a su amiguito.

El doctor comenzó a acercarse a ella lentamente, y ella bajó la mirada para contemplar a plenitud como su doctor la iba penetrando poco a poco.

Sus ojos se cerraron, su boca se abrió lo más grande que pudo, y sus manos fueron directo a las escuálidas nalgas de Demetrio para clavarle las uñas en señal de un placer doloroso cuando sus pelvis se juntaron.

Simplemente no pude más, y salí como desesperado de la oficina sin importar que me escucharan y fui hasta el estacionamiento del edificio. Veinte minutos después vi a mi esposa salir del elevador del estacionamiento y caminar mirando hacia todos lados hasta donde estaba su coche.

CAPÍTULO VIII – MI DEBACLE PSICOLÓGICA

La naturalidad de mi esposa era traumática para mi. Aquel día cuando llegué a casa por la tarde me abrazó y besó de forma normal, y después de cenar, cuando me le insinué esperando que ella me rechazara por lo que había pasado unas cuantas horas atrás, ella pintó un sonrisa pícara y me invitó a que entrada al vestidor del baño con ella.

Supongo que en su interior tendría bien clasificadas las cosas, pues mientras con el doctor se trataba solo de pasión, conmigo no perdía el cariño que durante años la caracterizó. Incluso esa tarde me quitó la ropa en el vestidor sin quitársela ella, y fue besando desde mi pecho lentamente hasta caer de rodillas y comerme durante varios minutos que terminé disfrutando como un adolescente.

Durante media hora olvidé todo, pero apenas le descargué la leche a mi mujer y volvieron los recuerdos… simplemente no podía seguir todo normal.

La mañana siguiente tuve una idea macabra, que seguramente no tendría un buen final por ningún lado que la vieras: Escudriñé el internet completo para encontrarle una debilidad a Demetrio, y la encontré.

Si bien el doctor no estaba casado, resulta que salía con una mujer, la cual a diferencia de él, si tenía sus redes sociales llenas de fotografías de sus visitas a restaurantes y museos. Su nombre era Talina, y parecía haber sido hecha para él, pues era una mujer poco agraciada, alta y muy delgada, de cabello lacio y desaliñado, y una sonrisa inocente que no iba con una mujer de los 34 años que decía tener en su Facebook.

Sin mucha explicación, en menos de 7 días tuve ubicada a Talina, quien era ejecutiva de inversiones en una sucursal de un banco del otro lado de la ciudad.

La mañana de aquel Jueves me despedí de mi mujer con una gran sonrisa, le dije que tenía la sensación de que sería un gran día, y le di una sobada de culo por encima de la pijama antes de salir de casa. Ella, con la misma naturalidad de siempre, me regresó la sonrisa y me despidió en el portal. A las 10 AM salí de mi oficina y crucé la ciudad en busca de mi tranquilidad emocional.

Desde que entré a la sucursal bancaria vi a Talina sentada en su escritorio. Pregunté a la recepcionista con quien podía gestionar una inversión – a sabiendas de su respuesta – y me llevó hasta el escritorio de la Lic. Talina Rivas, a quien saludé con una sonrisa de oreja a oreja antes de sentarme frente a ella.

Es usted una excelente ejecutiva Licenciada Rivas, es difícil encontrar tan amable atención hoy en día, le dije, a lo cual ella respondió pidiéndome que le llamara Talina.

A la vuelta de 40 minutos y una conversación que yo mismo fui llevando para que la mujer creyera que invertiría millones con ellos, Talina ya me había tomado la suficiente confianza como para compartirme su número de Whatsapp y pedirme que la buscara para cualquier duda que me surgiera.

Esa noche regresé a casa con una tremenda sonrisa en el rostro y me le insinué a mi mujer nuevamente, y ella nuevamente me llevó al vestidor y me propinó tremenda mamada, solo que en esta ocasión tal vez el doctor si la había cansado más, pues me hizo terminar en su boca y luego me susurró en el oído que le dolía un poco la cabeza, pero eso no iba a impedir que complaciera a su marido.

Al día siguiente por la mañana comenzó mi trabajo con Talina. Dos mensajes diarios con preguntas relacionadas a las inversiones, agradeciendo cada respuesta y enarbolándola con una felicitación tanto por su amable servicio como por la amplitud de su conocimiento.

El siguiente Jueves decidí cambiar la estrategia y desperté a mi mujer a las 5 de la mañana con caricias en su entrepierna, que tras sorprenderla y después de un par de intentos por que no lo hiciera más, terminaron por hacerla sucumbir y que me montara para tener una exhaustiva sesión mañanera que hacía años que no practicábamos.

Me despedí de ella con una sonrisa aun mayor, pues sabía que la mandaba servida a su terapia, y que más tarde haría un movimiento maestro en mi plan.

Tres horas después visité a Talina con una inversión inicial del 10% de lo que había estipulado, y argumentando que haría la prueba para después acrecentar mi inversión. Su rostro se iluminó cuando se lo dije, y aproveché para lanzar mi primer anzuelo. Vaya, le dije, debes amar tu trabajo, que hermosa sonrisa le dedicaste a tu primer venta del día. Ambos nos reímos y ella cerró agradeciéndome, y diciendo que la sonrisa no era por la venta.

Esa misma tarde, antes de irme a casa para ver qué tan cansada había terminado mi mujer. Le envié un mensaje a Talina agradeciéndole sus atenciones y diciéndole que me gustaría un día invitarla a comer para agradecer su atención, y me respondió que le encantaría.

CAPÍTULO IX – EL POSTRE DE LA VENGANZA

La mañana del viernes en que comería con Talina ella subió una foto con Demetrio a su Instagram, la cual me limité a ver y sonreír sabiendo que todo iba viento en popa.

Llegué antes que ella y separé una mesa en el centro del restaurant para no despertar sospechas. Llegó con su uniforme del banco, con el pantalón abombado del culo porque no tenía carne para rellenarlo, y una sonrisa de oreja a oreja. Me saludó por primera vez con un beso en la mejilla.

Conversamos durante casi media hora sobre la bolsa de valores y política, y yo aproveché cada momento para lanzarle miradas punzantes, que a ella no parecían disgustarle.

Disfrutamos de nuestros platillos y, antes de que llegara el postre. La miré fijamente y esperé a que ella me preguntara ¿pasa algo?. Bajé la mirada mi plato, guardé silencio unos segundos, y luego le dije: Espero no me tomes a mal lo que te diré, pero siempre me he sentido atraído hacia las mujeres inteligentes, y tú eres una de ellas.

Ella se sonrió de forma nerviosa y me respondió que era normal, que ella también disfrutaba de conversaciones con personas que tuvieran amplio conocimiento sobre muchos temas, y la interrumpí para decirle que si bien también disfrutaba de la conversación, mi atracción hacia ella era de otra índole.

Dejó la copa sobre la mesa sin poder verme a los ojos y se sacó la servilleta del regazo como amenazando con salir de ahí. Le pedí una disculpa y ella respondió que no me preocupara.

Nada tiene que ver esto con nuestro trato comercial, le dije, y no me gustaría que se viera afectado, pero realmente me siento muy atraído hacia ti, y sin conocer tu historia personal, me gustaría que me fueras sincera y me dijeras si tengo alguna posibilidad de hacer realidad todo lo que estoy pensando en este momento.

En ese momento llegó el postre a la mesa, y ella volvió a colocar la servilleta sobre sus piernas. Yo le di el primer probete al pastel y susurré que estaba delicioso, pero nada cercano al cuerpo que tenía frente a mi. Ella sucumbió, y sonrió.

Terminamos de comer y la acompañé sin hablar hasta su coche. Cuando llegamos ella me miró y me dijo: Salgo con alguien. A lo que yo me limité a responder: Y no te estoy pidiendo que dejes de salir con él, sino que me permitas enseñarte cómo le hago el amor a una mujer que considero hermosa e inteligente.

Sin decir una palabra me siguió hasta mi coche y se subió del lado del copiloto – Jamás pensé que ese mismo día lograría mi cometido – así que manejé hasta el motel más cercano y me detuve antes de entrar para preguntarle si estaba segura, a lo cual sin la necesidad de mirarme respondió que si.

Talina entró en la habitación mirando hacia todos lados, como niño en parque nuevo, y con una respiración notablemente agitada, se quitó de encima el saco y se quedó en la blusa del uniforme mirándome con una sonrisa en la boca.

Me acerqué a ella y le susurré: No te vas a arrepentir de esto nunca, y cuando aun no terminaba la última palabra, Talina me saltó encima y comenzó a besarme en la boca con una intensidad digna de un adolescente.

Tardé menos de un minuto en quitarle la ropa de encima. Toda la ropa. Sin que opusiera resistencia alguna.

La observé durante algunos segundos y entendí a Demetrio. Sus tetas eran pequeñas pero respingadas, su cadera era prácticamente plana y su rajita la traía a medio rasurar. Me sonrió emocionada por estarse mostrando frente a mi y giró sobre su propio eje mostrándome un culo pequeño pero que ya sin nada encima no se veía mal.

Comencé a quitarme la ropa para ella, lentamente, y ella parecía disfrutar cada segundo. Mi torso grueso encumbrado por una panza – cosa que jamás veía con Demetrio – mis brazos el doble de gruesos que los de su novio, y después ahí abajo. Sus ojos brillaron cuando la vieron, y aunque el tamaño es mucho menor que el del doctor, ella vio el “vaso medio lleno” y me levantó el ánimo diciendo: Que gorda la tienes.

Los siguientes minutos fueron los que me hicieron entender a mi mujer: Pasión pura, cero compromiso, y ningún miedo por equivocarse en nada.

Aquel escuálido cuerpo se abalanzó sobre mi y me tumbó al piso. Se tiró y me lamió desde la planta de los pies, cada centímetro de mis piernas, mis bolas, y luego se metió de un bocado mi verga a la boca hasta que la sentí llegar a su garganta y que su rostro topara en mi escroto – cosa que seguramente no lograba con Deme – Se la comió con la intensidad que se la come una prostituta, pero con la seguridad de que aquella intensidad no era a cambio de dinero sino de mera pasión.

Se montó sobre mi pecho tallando su entrepierna de atrás a adelante y embarrándome con su humedad por todos lados, y antes de que pudiera estirar mis manos para tocarla, se acomodó para sentarse en mi cara y ponerme su rajita en la boca para que me la comiera.

Aquella combinación de olores y sabores era casi nueva para mi, o al menos hacía años que no me comía a una mujer sin que se hubiera bañado minutos antes, pero lejos de disgustarme, me puso aun más caliente y me hizo perder los estribos.

Era tan liviana que maniobrarla resultó un placer. La quité de encima de mi y de un tirón la voltée para que quedara en 4. Metí mi cabeza entre sus escuálidas nalgas y lamí todo lo que me encontré, arrancándole gemidos que no recordaba haberle provocado a mi mujer en algunos años.

Luego me levanté y sin dejar de acariciar su raja con la mano para que no se perdiera el momento, me acomodé de rodillas y la embestí. Tal cual lo había hecho Demetrio con mi esposa, por detrás y sin piedad. Sentí mi verga entrar en un apretado coño y a Talina lanzar un grito, inmediatamente seguido por un “si, dame”, que me puso como un adolescente viendo pornografía por primera vez.

La tomé de las nalgas mientras la bombeaba y miraba sus pequeñas nalgas abriéndose frente a mi, y entre ellas, el agujero de su culo, perfectamente rosa y palpitando.

¿Qué si me esposa me lo permitía? La verdad es que no. Pero cuando lo miré recordé que esa tarde era para eso, para intentar cosas diferentes y no sentirnos mal si nos equivocábamos, así que sin mucho pensar y sin dejar de bombearla, me ensalivé el pulgar y se lo metí en el culo sin piedad, sacándole un grito de dolor primero, y luego un “si” menos entusiasta que el de minutos atrás.

Tras varios segundos de usar sus dos agujeros al mismo tiempo saqué mi pene. Ella giró la cabeza y me vio de reojo, y yo le puse la punta de la verga en el culo. Ella suspiró, y volvió a voltearse al frente.

La empujé, poco a poco, y cuando relajó los músculos la metí hasta que mi pelvis topara con sus nalgas, arrancándole un grito de dolor y aguantando mi propio grito por lo difícil que resultó meterla.

Acomodé mi cuerpo para tener mejor ángulo y comencé a bombearla, primero con dificultad, y luego con una facilidad que no esperé que en algún momento sucediera, mientras ella lanzaba gemidos ahogados y pequeños lloriqueos de vez en vez.

Minutos después le dejé escapar la leche en donde no había espacio para que entrara, y terminó llenándome la verga de mis propios fluídos y escurriéndose por su culo mientras ella se dejaba caer boca abajo al piso aun adolorida.

Acuéstate en la cama que te voy a comer hasta que te vengas, le dije. Ella giró su cabeza , me lanzó una sonrisa, con dificultad se incorporó, y de inmediato recibió mi cara entre sus piernas.

No pasó mucho tiempo sin que yo tuviera de nuevo una erección, y contrario a lo que sucedía con mi mujer al menos en los últimos años, estuve listo para embestirla de nuevo, y en esta ocasión hacerla tener un orgasmo tumbada sobre la cama con sus piernas rodeando mi cintura, para después caer exhausto a un lado de ella y verla como se me acurrucaba en el pecho durante varios minutos.

Descansamos y luego tomamos una ducha. La llevé de regreso al estacionamiento del restaurante y me despedí de ella con un beso en la boca, el cual respondió sin reparos.

¿Qué opinas de los Jueves a las 2 de la tarde? Le pregunté. Ella abrió sus ojos y me respondió que si hablaba de todos los jueves, y lo confirmé. Me sonrió, me respondió que teníamos una cita el próximo jueves, y se subió a su coche.