El Doctor

Mientras tomaban juntos el cafecito de la tarde en una pausa del trabajo, el doctor acarició la pierna, enfundada en nylon negro, de su enfermera-secretaria-amante.

El doctor

Mientras tomaban juntos el cafecito de la tarde en una pausa del trabajo, el doctor acarició la pierna, enfundada en nylon negro, de su enfermera-secretaria-amante. Ella estaba sentada en su escritorio con la falda recogida y sus pies, calzados en asépticas zapatillas blancas, se apoyaban en la entrepierna del doctor. A ella no le importaba que fuera casado, lo disfrutaba más tiempo en el consultorio que su esposa en la casa. Le gustaba follar con él. Lo hacían todos los días de consulta, pero los fines de semana lo pasaba sola, era el turno de la esposa. El doctor, especialista en sexualidad masculina, estaba siempre dispuesto. Era un libertino incansable. Lo hacían sobre el escritorio o en la camilla de los pacientes. A veces utilizaban los apoyos especiales para las embarazadas. Al doctor le gustaba esa pose con las piernas abiertas y descansado en los apoyos, pero ella prefería posturas menos pasivas. Le gustaba moverse.

— ¿Cuántos pacientes faltan...?— Preguntó el doctor mientas metía la mano por debajo de la blanca falda y le estimulaba el clítoris a través de la panty negra. Le encantaba verla de uniforme blanco y zapatillas de enfermera..., pero con las sensuales medias negras. Cuando se iban los pacientes ella sacaba del cajón de su escritorio los zapatos de tacón, a tono con las medias. El doctor, obsesionado fetichista, se volvía loco de verla así, en blanco y negro.

— Queda una señora y dos hombres—respondió  retorciéndose de placer—, van  juntos, la mujer pagó dos consultas. Detrás de ellos hay un señor mayor.

— ¿Qué aspecto tienen?

— Los estuve observando, si no fuera por la edad diría que son madre e hijos por la forma que se compartan. Ella no me gusta nada, es altanera, rubia y llamativa. Parece manejar la situación y ellos la obedecen. El último paciente es un típico jubilado aquejado de soledad vaginal... No como tú, que te sobra... ¡ji, ji...!

— Los despacharé cuanto antes. Tendremos el resto de la tarde para nosotros. Haz pasar a la señora rubia.

Ella se inclinó para besarle los labios, sabían a café espresso. Le susurró al oído.

— Tengo ganas de chupártela una hora entera.

Se levantó de un salto, dejó la puerta del consultorio abierta e hizo pasar a la señora rubia y sus cavaliers servants

El doctor quedó impresionado de solo verla. Una mujer verdaderamente inquietante. Caminaba con total desenfado envuelta en un ajustado vestido de punto, color champagne, elástico y ceñido. Se veía que debajo del punto no había nada más. Los senos, prominentes y erguidos, estiraban el tejido creando espacio suficiente para se escaparan los pezones. Morados y puntiagudos se destacaban escandalosamente sobre el vestido color champagne. Al doctor se le ocurrió que no llevaría bragas. Una mujer tan avasallante como esa no debe usarlas. Ella era alta e imponente, pura carne, tibia y palpitante. Su sola presencia bastaba para detener el tiempo. El doctor, anonadado, sin poder articular palabra, se limitó a mirarla con la boca abierta. La ensortijada melena rubia de la mujer se agitaba con sus pasos. La piel blanca era lustrosa y suave. Los ojos grises despedían destellos luminosos. El doctor sintió una oleada de miedo al verlos. Podrían ser fríos, calculadores e implacables y también apasionados y egoístas, profundamente egoístas. Una mujer que solo se interesa por sí misma. Vaya donde vaya, es el centro del mundo. Todos deben  servirla y no permitirá que nadie disfrute a su lado. Muy dueña de sí, como si viniera todos los días, se sentó frente al escritorio del doctor y alejó un poco la silla  para hacer lugar a sus piernas. Las cruzó con elegancia. Eran largas y sobresalían por encima del escritorio. El doctor, inmovilizado, aún permanecía de pié mirándola extasiado. No podía apartar la mirada del impresionante cuerpo. La mujer calzaba sandalias de tacón aguja con mínimas titiritas doradas a tono con el vestido. La rubia hacía añicos a quienes estuvieran en su entorno. Todos se ponían a su servicio. Ella parecía ajena al impacto que su presencia había causado. Pero de haber estado presente la enfermera, hubiera opinado que lo sabía perfectamente. El doctor miraba fascinado el rojo sangre de las uñas de los pies a tono con las de las manos y los labios. Se imaginaba a los cavaliers servants recortando, limando y pintándoselas. La brutal sensualidad que irradiaba ese cuerpo llenaba el ambiente.

Ella ocupaba un espacio mayor que las leyes de la física le asignaban. Parecía que se salía del vestido y se adueñaba de toda la habitación. La ocupaba por completo. El doctor y los dos hombres eran ahora criaturas diminutas e insignificantes, que orbitaban a su alrededor.

La mujer, sentada enfrente, lo miraba fijamente como si aguardara a que se recupere del impacto. Los cavaliers servants se quedaron de pie, uno a cada lado de la señora. Ambos, jóvenes y bien vestidos, lucían trajes similares de buen corte y calidad, como si fueran mellizos. Se veía la buena posición económica de la rubia. El doctor seguía paralizado. Ella, para despertarlo le sonrió fríamente. Tenía una mirada penetrante y decidida. No era una mujer sencilla, sus labios sensuales y pintados a tono con las uñas, se entreabrieron en una displicente y sugestiva sonrisa. Parecía concederle un honor hablándole.

— Hola doctor... ¿Cómo está usted?

— Bbbb...ien señora, gracias. ¿En qué puedo servirla?

— Me puede servir en muchas cosas —la agresiva respuesta amedrantó al doctor—, pero por el momento quisiera que revisara a estos señores.

La voz era ronca y sensual. El doctor, entrando ya en terreno profesional, se sintió un poco más seguro.

— ¿Qué sucede con esos señores?

— Pues verá usted..., doctor, no me rinden lo suficiente.

El doctor quedó estupefacto ante la brutalidad de la respuesta. Avergonzado, sintió el rubor encender su rostro.

— ¿A qué se refiere señora? ¿Qqq... uiénes son los señores?

— Para decirlo sencillamente, doctor, son mis maridos y hermanos entre sí. Estoy legalmente casada con uno de ellos —hizo una desdeñosa mueca con sus labios señalando al indicado. Parecía que los distinguía por gestos. Ni se molestó en presentarlos o llamarlos por sus nombres— y el otro es suplementario. Un solo hombre no era suficiente para satisfacerme. Tuve necesidad de un segundo. Nadie más indicado que el propio hermano.

— Cuénteme por favor, señora

— Pues verá, doctor. Soy una mujer muy temperamental. Mi apetito sexual es inagotable. Estoy siempre alzada y ansiosa de placer sexual. Mi cuerpo lo pide. De solo verme, bella y sensual, en los espejos, me pone a mil. Veo a todos los que se me acercan, hombres o mujeres, como esclavos sexuales. Soy dominante, agresiva y mandona. Si alguien me gusta no pierdo el tiempo en circunloquios. Le salto encima. ¿Entiende doctor?

— Perfectamente señora, continúe por favor— El doctor entendía demasiado, comenzó a sentir picores en la entrepierna. La mujer ejercía una peligrosa seducción. Era como una llama, que atrae a un insecto para devorarlo y éste no puede evitarlo.

—Dirijo una empresa con personal masculino y femenino. Trabajo todo el día. Ellos —mis maridos— se quedan en casa. No trabajan. Solo deben alimentarse correctamente y mantenerse en forma para mi servicio personal. Siguen una dieta para conservar el vigor y producir buen semen... Pero, así y todo, no dan abasto con mis exigencias, doctor. Por favor revíselos y vea de mejorarles el rendimiento.

— Perdone... ¿A que llama usted bajo rendimiento, señora?

— No me siguen el ritmo, se secan como pasas de uva y yo me quedo con las ganas..., justo cuando más apetencia tengo de jugo de hombre, fresco y jugoso.

Los maridos escuchaban en silencio con la cabeza gacha y los brazos caídos. La expresión, fresco y jugoso para referirse al semen, aturdió al doctor.

— ¿Ha considerado usted la posibilidad de darles descanso?

— Fue lo primero que hice. A mi manera los quiero. Me interesa cuidarlos para que rindan a mi gusto. Comencé por usar los servicios de mi personal, hombres y mujeres. Seleccioné los más jóvenes, fogosos y serviles. A las mujeres, con su abyecto servilismo, las utilizaba para que me pongan bien caliente. Entraban a mi oficina arrastrándose por el suelo y se escondían debajo de mi escritorio para chuparme los zapatos...

— ¿Y... que sucedió, señora?

— Yo gozaba a lo bestia..., pero casi me quedo sin personal. Quedaban agotados y dejaron de rendir en el trabajo. Tuve que despedirlos y contratar gente nueva. Desde entonces los

tengo a todos calientes. Me  dejo desear, pero no me follo a nadie.

— Siga señora, por favor descríbame un día normal con sus maridos.

— Pues es así. Ellos me despiertan temprano. Andan siempre desnudos para que yo pueda verles la polla tiesa. Aunque le cueste creerlo, doctor, cuanto peor los trato más dura la tienen.

Al doctor no le costaba creerlo. Estaba sintiendo algo parecido. Le rogó que continuara.

— Uno trae el desayuno en una bandeja y permanece atento a mis deseos. El otro, mientras yo desayuno, se escurre entre las sabanas para beber mi orina de la mañana. Chupa y chupa a mi ritmo...,  lo hace tan bien que no derrama ni una gota. Tiene prohibido lavarse y se queda así hasta la noche. Me da mucho placer mearlos por turno. Tengo varios orgasmos en sus bocas. Pero son preliminares y no hacen más que exacerbarme la calentura. Me voy excitando cada vez más. Arrojo las bandeja al suelo sin miramientos, total ellos limpian. Entonces me los follo a los dos. A uno ya lo tengo en la cama a la altura del coño. Me doy vuelta y comienzo fregarme, pajeando el clítoris, sobre sus ojos, nariz y labios. Al otro no le doy tiempo a nada y lo meto en la cama a mi lado para besarlo y chuparle el cuerpo. Termino por acostarlos a uno junto al otro. Me monto encima y comienzo a cabalgarlos. En ese momento estoy desesperada de calentura. El aroma de mi orina en la boca de uno me excita más aún. Tengo varios orgasmos de los fuertes. Salto de uno al otro con el coño bien lubricado: No me cuesta cambiar de montura. Tienen prohíbo eyacular hasta que yo les ordene. Además no los dejo. En cuanto siento que se les hincha la polla y están a punto de soltar el jugo, interrumpo la cabalgada, les oprimo la verga con fuerza, les pego un violento bofetón... y sigo corriéndome como una posesa... ¡De solo contarle estas cosas, doctor, me humedezco toda...! Cuando comienzo a saciarme entonces reclamo la leche a grito pelado. Sentada encima de cualquiera de ellos, le succiono la polla con el coño y comienzo a masturbarlo. Sin moverme, con solo los músculos de la vagina. Sueltan el jugo de inmediato. Lo dejo descansar y me succiono al otro. Repito la exprimida. Luego los cabalgo con más furia reclamando una segunda y tercera lechada. Los vecinos se enteran y golpean la pared. Yo no les hago caso. Me han denunciado,

pero cuando llega la policía de solo verme me piden perdón. Ordeño al que tengo debajo y salto encima del otro para extraerle el jugo. Pero me quedo con hambre, doctor. Vuelvo a saltar una y otra vez sobre ellos, pero ya no dan nada más y comienzan a sentir dolores en el pubis. Se asustan y lloran como niños. Yo me pajeo otra vez el clítoris frotándome sobre sus lágrimas. Y allí se terminó todo.

— ¿...Y después...? —el doctor tragó saliva. El relato le dejó la boca seca. Sirvió un poco de agua de la botella que había sobre el escritorio y le ofreció a la señora. Ella abrió los labios. Él se imaginó que bebía su propio semen como si fuera el jugo de sus maridos.

— Luego, me visten y calzan y me llevan en el coche a la empresa. Ellos vuelven a casa. Hacen las compras, limpian, lavan, cuidan, cosen, planchan mi ropa y preparan la comida. Me llaman antes para saber que me apetece comer. En el sótano de casa hay un gimnasio que usamos todos. Ellos se mantienen en forma. Al mediodía vienen a traerme el almuerzo. Entonces, mientras como, aprovecho para ordeñarlos rápidamente, solo lo imprescindible, por puro vicio nomás. Como no utilizo el lavabo, ellos se turnan para recibir mi orina y quedarse con el olor todo el día. El elegido abre la boca y se arrodilla ante mí. Yo abro las piernas y le suelto todo. Ni una gota cae al suelo. El otro se arrodilla por detrás para chuparme el culo. Me corro simultáneamente en la boca de ambos. Luego los despido y sigo trabajando. El abyecto servilismo de ellos y todo este trasiego de besos, caricias y orgasmos me pone a mil. Ellos lo saben y se esmeran en excitarme para que los agote. Dicen que no lo pueden evitar. No les importa consumirse con tal de satisfacerme. Cuando llega la hora del cierre estoy desesperada. Les anticipo mi llegada por teléfono para que se apronten a recibirme, desnudos, duchados, perfumados, serviles y complacientes. La verdad, doctor, soy muy dominante. Hago lo que se me antoja con ellos.

Y con cualquier hombre pensé el doctor. ¡Qué mujer devoradora! Dijo.

— Usted los utiliza como sementales, ¿verdad señora?

— ¿Qué le parece doctor? Para eso los mantengo ¿no? Tienen que rendirme beneficios

— Perdone, tiene razón. Continué señora, ¿Qué sucede luego?

— Por las noches viene lo más interesante. Ni bien llego a casa me están esperando con las sandalias que uso dentro de casa . Están limpias para que ellos pasen la lengua por donde a mí se me antoja. Me cambian el calzado y me engalanan con tiras de cuero y adornos de oro. Me gusta verme resplandeciente. Se ponen juntos de rodillas delante de mí y esta vez los meo en conjunto. Paseo el chorro de un lado al otro y mojo el suelo para obligarlos a lamer las salpicaduras. Ellos limpian todo y se preparan para ser follados antes de la cena. Lo hacemos en la cama, en la alfombra, vamos al gimnasio o donde se me dé la gana hacerlo. Me gusta en el gimnasio. Aprovecho los movimientos de las máquinas para hacerme chupar el coño o chuparles la polla a ellos. La tienen sabrosísima, limpia, perfumada y con sabor a frutas o chocolate. Entonces ordeño a uno con la boca y al otro con la mano, me bebo la leche de los dos y luego cambio para otra ordeñada. Así hasta que me apetece comer.

— ¿Y después, señora, que sucede? — el doctor estaba cada vez mas perturbado.

— Yo ceno sola y ellos se quedan mirándome. Cada tanto les arrojo alguna comida al suelo, la pisoteo con las sandalias y les doy permiso para que coman. Es tarea de ellos dejar el suelo limpio. Las sandalias ya lo están. Me vuelvo a excitar al verlos arrastrados por el suelo lamiendo la comida como perros hambrientos. A veces derramo vino o salsa por mi cuerpo y ellos la chupan. Otras veces, les meo la comida. La cosa, doctor, que luego de la cena, ya estoy otra vez a mil. Me vuelve loca verlos arrastrándose como gusanos.

— Continúe señora— el doctor sentía que su propia polla se ponía dura como una piedra.

— Luego de la cena vamos a ver películas o documentales en Internet. También vemos mis folladas..., con ellos o con otros. Me calienta  verme hermosa y desafiante montándolos y exprimirles la leche. Me siento en el sofá y extiendo mis largas piernas... ¡mire doctor! —ella levantó una pierna y la elevó hacia lo alto y luego la dejó caer sobre el escritorio del doctor, a escasos milímetros de su rostro. No llevaba medias. El olor del cuero, el perfume, el rojo de las uñas y el afilado tacón terminaron de aturdir al doctor. La polla le estallaba—. Ellos me traen alguna bebida se dedican a abastecerme de caricias, pajas y servicios sexuales. Derraman el brandy sobre mi piel y beben con ansiedad.

— ¿Y luego?

— ¿Luego? Para resumir, doctor, luego me los follo por última vez en el día y los ordeño a los dos hasta que piden clemencia. Ningún hombre se resiste a las sobadas con los músculos de la vagina. Sin mover el cuerpo, tan solo el periné, los he ordeñado en público, en la calle o en fiestas delante de todo el mundo. Me encanta beberme la leche y les chupo las pollas hasta dejarlos secos... ¿Puede revisarlos doctor?

— Claro que si, señora. Pero usted debe darles un descanso. A ese ritmo no hay hombre que aguante. ¿Han hablado entre ustedes para buscar un sucedáneo?

— Si quiero refuerzos, doctor, lo hago. No hablo nada con ellos. Solo deben servirme. De hecho ya lo hice en otras ocasiones, incluso delante de ellos y con su participación. Pero, como me conozco terminaré trayendo a los sucedáneos a mi casa. Es donde mejor me siento y me gusta tener el servicio a mi disposición. ¿Se imagina vivir con cuatro hombres, doctor? Quisiera poder evitarlo si usted me ayuda con estos dos inútiles. Deles algo para que rindan.

El doctor invitó a uno a sentarse en la camilla y comenzó a auscultarlo. La rubia intervino de inmediato, se levantó y se puso junto al doctor. Era más alta que él. Solo de sentir ese cuerpo tan cerca el doctor sintió que su autoridad profesional se deshacía en pedacitos. El cuerpo de la mujer crecía y crecía hasta hacerse enorme, sus carnes parecían salirse del vestido para rodearlo y fagocitarlo de un bocado. Ella le dijo al marido.

— Inclínate sobre la camilla y enséñanos el culo.

El doctor vio entonces que el pantalón del traje estaba desgarrado, el paciente no llevaba calzoncillos y tenía el culo a la vista. Tragó saliva.

— ¿Qué es esto, señora?

— Es que no terminé de explicarle. Cuando ellos se quedan sin leche y yo aún tengo ganas, no los dejo irse así como así. Entonces traen el consolador y me dedico a penetrarles el culo hasta quedar saciada. Con el dildo les sobo la próstata mientras con la mano les saco una última exprimida. Unas gotas nomás... Es un consolador especial, doctor, lo mandé a fabricar a medida, se lo mostraré.

— N o.... h a s c e f a l t a...., señora

Pero el otro caballero, al oírla, lo había retirado del bolso y se lo trajo.

— Mire doctor, es un material especial que está siempre lubricado. Tiene un contra-pene que se mete en el coño. Me estimula por dentro con los mismos movimientos con que le penetro el culo. Además hay otro más pequeño con vibrador que ellos introducen en mi culo... y uno más con forma de mariposa que se adhiere al clítoris y también vibra. Mire doctor, tiene luces de colores que muestran su funcionamiento, se encienden y titilan según la intensidad de la follada... Funciona así.

Antes que el doctor pudiera reaccionar la mujer se lo metió al paciente que estaba echado en la camilla con el culo al aire. Las luces comenzaron titilar a medida que la rubia aumentaba la intensidad. Metía la mano por debajo del hombre y le sobaba la polla. De pronto, ella excitada, se aferró al doctor y hundió su cabeza en la ropa de él para soltar un grito de placer y ahogar el estruendo de su orgasmo. A esta altura el pobre doctor estaba tan dominado que la dejaba hacer lo que quisiera. Ella dejó las marcas de rouge en la ropa del doctor y se lamió la mano chupando las gotas de semen que terminaba de extraer. Retiró el dildo y lo dejó colgando entre sus piernas. Las luces se apagaron. El doctor estaba mareado.

— Traiga su espéculo doctor, vamos a examinarlo. A veces me excito demasiado y temo lastimarlos.

El sumiso doctor cogió el espéculo para examinar el culo del individuo. Ella con las manos le agrandó la abertura para que el doctor viera bien. Las uñas rojas de ella, hincadas en la carne del hombre, lo intimidaban

— ¿Se ve algo, doctor?

— No parece que le haya hecho daño, señora

— A ver, déjeme ver a mi —el doctor, obediente, le calzó el espéculo. Aspiró el aroma que exhalaba la mujer. Estaba totalmente subyugado. Su polla saltaba enloquecida. El culo había comenzado a picarle también y cada vez más intensamente. Estaba deseando ser penetrado. Una febril comezón le recorría la zona anal.

— Ábrale más el esfínter, doctor..., quiero ver bien, recuerde que yo no soy médico

El doctor obedeció, ella se acercó a observar. El consolador le colgaba aún entre las piernas abiertas. El doctor estaba a punto de llorar al verla tan segura de sí misma, tan alta y poderosa sobre sus afilados tacones, hermosa y dueña de la situación.

En la sala de espera la enfermera se inquietaba. Aún quedaba un paciente y se estaba haciendo tarde. Al final ella terminaría pagando las consecuencias. El doctor estaría nervioso y no rendiría como otras veces. Esa mujer rubia no le había gustado nada. Tenía todo el aspecto de quien desayuna, almuerza, merienda y cena carne humana. Eso sí, era hermosa y decidida, ya le gustaría ser como ella.

Un grito ahogado la espabiló. Algo sucedía allí dentro. Tuvo el impulso de entrar al consultorio. Pero no podía interrumpir. Entonces cogió el teléfono interno y llamó al doctor. Solo quería saber si no había sucedido nada raro. El doctor le respondió que se quedara tranquila, que todo estaba bien. Pero, la voz del doctor no era la habitual, autoritaria y segura de sí mismo.  Más bien sonaba gangosa e indecisa, hasta tartamudeaba ligeramente. La enfermera no se quedó tranquila. Algo estaba sucediendo o ya había sucedido en el consultorio con esa mujer, los dos hombres y el doctor.

El otro paciente, como la cosa se demoraba demasiado, dijo que volvería otro día y se marchó luego de saludarla. Una buena noticia. Ahora solo falta que se vaya esta mujer. Por fin podría chuparle la polla al doctor y hacer el amor el resto de la tarde. Impaciente se quedó a esperar.

La puerta se abrió y salió primero la rubia seguida de sus cavaliers servants. Marchaba erguida y dominante sobre sus tacones. La enfermera la miró con envidia. Los hombres iban detrás caminando como idiotas, trastabillando y tropezando. La enfermera presintió que algo no andaba tan bien como otras veces. Se levantó para acompañarlos hasta la puerta. Observó a la rubia mientras la saludaba. Tenía cara de satisfecha, de haber obtenido lo que deseaba. Los hombres, en cambio, parecían asustados como si recién los hubieran asaltado. La enfermera cerró la puerta y fue corriendo al consultorio.

El doctor estaba de pié e inclinado de bruces sobre la camilla, respiraba normalmente y tenía las piernas abiertas. Un detalle llamó la atención de la enfermera. El pantalón estaba desgarrado y le colgaba a media pierna. Dejaba ver, las nalgas, el culo, la polla y los testículos. La enfermera se acercó, el culo estaba agrandado y la piel irritada. Miró más abajo, la polla del doctor, que ella pensaba saborear esa tarde, estaba flácida y colgando. Aún goteaba. Todo el pantalón y la camilla estaban empampados de una sustancia blanca y viscosa. La enfermera sabía muy bien de que se trataba. Era semen, el esperma  del doctor, el jugo, la leche del doctor. Se aceró a verle la cara. Tenía los ojos abiertos y respiraba normalmente, pero se lo veía agotado, consumido, estrujado. La enfermera no sabía lo ocurrido pero su intuición le dijo en seguida que la rubia se lo había devorado exprimiéndole todo el semen. Quizás se follaría también a los otros dos. Hasta parecía que le había hecho un masaje de próstata con algún aparato. El culo del doctor estaba a la miseria. Su expresión era la de un carnero degollado al que le habían extraído toda la sangre. Estaba aterrorizado, pero feliz, parecía no haber podido evitar nada. La enfermera supo que ese día no podría hacer nada con el doctor. Estaba seco.

Tuvo un repentino impulso de salir corriendo tras la rubia, aún podría alcanzarla. Pero tuvo miedo de arrodillarse ante ella y pedirle que le hiciera lo mismo que al doctor.

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