El Divorcio Mal llevado

Nuestro amigo Jorge, su insoportable ex y los nuevos descubrimientos de ambos.

-          Ya no me quiere.

El divorcio de Jorge y Natalia nos pilló a todos por sorpresa.

-          Que ya no es feliz conmigo vamos.

Aquella tarde, sentado con el en la cocina, hice ingentes esfuerzos por calmarlo.

Sus manos temblaban, su rostro se iba desfigurando, sus pies parecían estar aterrorizados, como si su cuerpo entero estuviera al borde del abismo.

Enormes lagrimones corrían por sus mejillas.

Jorge era un buen hombre, un buen amigo, un buen marido y un extraordinario vecino.

Recién casados, llegamos al bloque un año más tarde que ellos.

Era una urbanización de clase media, con una vecindad muy pareja a nuestra edad y pretensiones.

Ellos llevaban dos años más con el anillo al dedo y nos recibieron con los brazos abiertos.

Al menos el, porque todo el entusiasmo y vitalidad que Jorge derramaba, toda su capacidad para empatizar, escuchar y caer bien, no la tenía su alter ego femenino, una Natalia hermosa, titánica, cautivadora pero insuperablemente fría.

Una actitud que no se prestaba precisamente al acercamiento.

Simple y llanamente, cuando Jorge y nosotros estábamos juntos, la conversación fluía y la amistad iba, lentamente, profundizándose.

Pero Natalia hacia acto de presencia, entonces la charla se rencauzaba por pautas más convencionales, sin pasar del saludo y preguntas convencionales.

Jorge y Natalia tenían una hija maravillosa de cuatro años, cuya risa traspasaba los tabiques con tal facilidad, que tanto yo como mi pareja, sonreíamos cuando podíamos escucharla, tan feliz como toda la infancia.

Era una criatura traviesa que enseguida, nos animo a nosotros mismos a tener los nuestros.

Nuestros hijos no son tema de este relato, pero sin duda, fue la hija de nuestros vecinos la que más hizo por animarnos a emprender la titánica.

Pero todo cambió.

Lo hizo el día en que Jorge llamó a la puerta de casa y pidió, sin cuello, con los ojos a punto de lágrima, si le podíamos dejar pasar un par de días, hasta que encontrara otra cosa.

-          No sé que he hecho mal.

Dos días que fueron cinco, sin mayor problema que el sentir de madrugada como era incapaz de pegar ojo y se levantaba para pasarse la noche contemplando mierdas televisivas.

Tampoco nosotros sabíamos donde había fallado…si es que fallaba en algo.

Jorge era un buen hombre, muy buen hombre que se desvivía por su familia y al que Natalia, era fácil verlo, oírlo, sentirlo, aplastaba con su actitud dominante, a poco que en su casa no se hicieran las cosas como ella deseara.

Mi mujer, embarazada de cuatro meses comenzó a extraer ese sentido femenino que nada lo simplifica y por lo general todo lo acierta….

-          Esta sonríe mucho – me dijo el mismo día que Jorge salió del bloque solo, con dos maletas mal hechas y a la hora, ambas se encontraron sacando el coche del aparcamiento – Más que antes, mas de lo que se supone en una mujer que esta a punto de divorciarse.

-          Mujer….

El divorcio se firmó cinco meses más tarde y, nuevamente, nos quedamos con la enorme y aplastante sensación de que algo profundamente injusto había acontecido.

Jorge, que era un padre excepcional, pasó a ver a su hija apenas los fines de semana.

Jorge, que era un hombre muy trabajador pero de sueldo justo, tuvo que pasarle la mitad del mismo a su mujer y trasladarse a un barrio bastante alejado, en pleno centro, en un apartamento en el seno de una zona decrépita, pero con alquileres baratos.

Jorge tuvo que renunciar a sus pocas aficiones, a la vida social e incluso a la alegría para llevar económica y anímicamente su nueva vida…en solitario.

Y lo peor era su hija….

-          ¿Cómo pueden decirme cuando puedo ver a mi pequeña? – se quejaba cuando hacíamos por coincidir en alguna cafetería donde yo, para su peor humillación, siempre pagaba.

Y así era.

La niña dejó de reír, atemorizada por el carácter de su progenitora la cual, parecía rezar para que llegara el viernes, dejársela a quien se lo había engendrado y dedicarse a que su casa no se moviera un milímetro de donde ella consideraba tolerable.

De lunes a jueves, demasiadas veces, la pequeña se quedaba a solas, en ocasiones tardes enteras en las que escuchábamos salir a su madre tacón en alto y pedirnos que no rogarnos, que estuviéramos atentos a su niña.

Aquello nos enfadaba muchísimo sin poder decir mucho.

Por una parte teníamos un bebe recién nacido y por otra, si le pasaba algo a la pequeña, quedábamos como responsables mientras doña cuello tieso salía a saber que tonterías.

Por eso, tomamos la costumbre de que la hija de Jorge se pasara a cenar con nosotros durante esos largos ratos y era entrar en casa, para sorprendernos viendo como recuperaba una vitalidad que parecía desaparecer ante la espesa sombra de su madre.

Nunca le comenté a Jorge aquella circunstancia, en parte porque nos llevábamos bien con su hija y nos gustaba tenerla cerca, en parte porque su situación personal era tan desastrosa que, era mejor no darle cartas para que imaginara donde iba su exmujer por las noches.

Un viernes me crucé con Jorge en el rellano.

Estaba muy contento como todos los viernes, con su pequeña de la mano, camino de un fin de semana en casa de sus padres.

Me alegré tanto de verlo.

El sábado mi mujer había marchado a casa de la suegra, que andaba con ganas de enseñarle un vestidito que le había cosido a su nieto mientras yo marché a hacer algo de footing.

Tras dos horas (ese día tenia que matar mucho nervio) regresé y al abrirse la puerta del ascensor, escuché perfectamente los inconfundibles gritos del sexo, solo que en boca de Natalia, a juzgar por el largo y exultante “!mete cabrón!” que seguro escuchó medio vecindario.

No hice caso.

Antaño había escuchado leves gemidos y rechinar de muelles cuando Jorge y ella aun andaban casados…pero aquello….aquello olía a sudor, músculos, jugos y sexo, mucho sexo.

Me acerqué a la puerta y metí la llave para escapar de aquel ajetreo antes de que tuviera que encontrarme con otro vecino y sonrojarme.

Pero al girarme vi que la puerta de la divorciada vecinita, tenía sus llaves en su sitio y estaba ligeramente, sutilmente abierta.

Sentí un temblor en las piernas y las ganas de meterme en mi casa y olvidar la tentación.

Pero no pude.

Tentado y sucumbido, abrí ligeramente, descubriendo que el descuido vino de la pasión.

La casa estaba hecha un desastre, impropio de Natalia, con ropa no quitada sino arrancada tirada por todas partes…caminé el espacio justo para colarme sin hacer ruido y entré pasito a pasito en aquel piso que conocía muy bien y donde todo estaba inundado por el chocar de la carne, los bufidos de un amante desconocido y el “””uffff, aggggg, aaggggg” con que Natalia lo inundaba todo.

Al llegar al pasillo donde se distribuían las habitaciones, a la derecha la de niña y a la izquierda la del matrimonio, asomé ligeramente la cabeza, muy levemente y entonces lo vi y comprendí todo….

Natalia tenía sus pies sobre los hombros de un negro colosal, muscularmente televisivo, de piel negra senegalesa, carne vibrante, tensa, sudorosa, en movimiento firme y rápido, con un trasero de glúteos pétreos que en esos momentos Natalia arañaba.

No conseguía ver la cara de ella, solo sus piernas y parte de las caderas, enterradas entre las embestidas de aquel coloso…..

Lo más increíble fue el ritmo.

Un ritmo enloquecido que a mi me hubiera durado un minuto pero aquel tótem del sexo parecía no solo agotar, sino animar.

Con cada embestida, Natalia gritaba los insultos mas soeces “cabrón, siiiii, siiii, dame cabrón”….y el negro, cuya cara reflejaba que aquello para él era de lo más normal, seguía como si estuviera buscando con su polla un secreto oculto en el coño de Natalia.

Y de repente, en un pis, pas, como si fuera su profesión, se la sacó, le dio la vuelta, la puso a cuatro patas y volvió a metérsela antes de que Natalia diera dos respiros.

Tuve solo dos segundo para ver aquel miembro, dos veces el propio, ancho, venoso y con una erección a medias, sin duda fruto de aquellos que, con semejantes tamaños, les resultaba imposible la erección completa.

Los golpes de la cadera del titán contra el culo de Natalia (que todo hay que decirlo, me sorprendió al verlo algo más grande y flácido de lo que había imaginado) hubieran hecho daño a otra mujer pero aquella, suplicaba más mientras notaba como sus pies se ponían de punta, prueba de que estaba corriéndose una detrás de otra.

Fue suficiente.

Cuando salí, escuché al negro gritar de manera gutural, animalesca, mientras Natalia suplicaba porque la inundara de leche “!!!sigue, sigue, sigue, sigue!”.

Por la noche monté a mi mujer como si no hubiera mañana.

Ella, que es lista, tal vez por eso me gusta tanto, notó algo diferente en mi manera de follar.

-          ¿No te ha gustado?.

-          Si claro…bufff…..has estado más…..más salvaje. ¿Qué te ha pasado?. ¿Has visto porno pillin?.

-          Nada mujer,  tu cuerpo que tiene ese poder.

En aquellos meses que siguieron, callé aquel secreto y llegué a escuchar tres o cuatro veces más aquellas orgias interraciales solo que en todas, la puerta estuvo debidamente cerrada.

El amante desapareció aproximadamente al año del perturbador descubrimiento.

No supimos nunca que ocurrió.

Durante los siguientes dos años, la casa de Natalia, donde solo entrábamos para devolver a su inquieta y observadora hija, comenzó a desordenarse, a no estar tan limpia mientras contemplábamos, cuatro, cinco, seis, diez rostros diferentes de hombres entrando y saliendo….hombres maduros, demasiado maduros, canosos y con barriga, hombres magrebíes flacos de tez aceituna, mocosos apenas salidos del instituto que no saludaban y ni tan siquiera esperaban a alejarse para llamar a sus amigos y contarles sin recato lo que les acababan de hacer….

Ninguno duraba mucho.

Ninguno.

Una mañana de domingo, mi mujer volvía con el periódico en la mano y una inocultable sonrisa.

-          ¿Qué te habrá pasado bribona?.

-          No….¿que le habrá pasado a nuestra promiscua vecina?.

-          ¿A quien se esta tirando ahora?.

-          A nadie creo….nos hemos subido en el ascensor y le pregunté por el encorbatado que llevábamos dos meses viendo…pensaba que tenían algo serio, como le duraba mas de lo habitual.

-          Que cotilla eres.

-          Curiosidad nada mas – sonrió.

-          ¿Y que te ha dicho?.

-          Que ya no están juntos.

-          ¿Y?.

-          Le he dicho lo siento y sabes que me ha respondido.

-          Sorpréndeme.

-          Que daba igual porque no todos pueden ser negros.

Me reí.

Me reí como un niño, como hacia tiempo que no lo hacía ante la mirada cómplice de mi mujer, a la que treinta minutos después, estaba poseyendo en un polvo brutal, rápido, de pie contra la pared tabique del salón que nos separaba de la insoportable Natalia.

Por primera vez escuché como mi señora gritaba como una descosida ante mis acometidas, al punto que incluso llegue a sentir cierta congoja.

-          ¿Por qué la sacas? – me preguntó con cara de cabreo para transformarla inmediatamente en otra, de pura salida cuando le di la vuelta con la cara puesta sobre la pared, de pie, ella de puntillas porque es algo más bajita y yo haciendo un requiebro, consiguiendo penetrar su coñito húmedo primero lentamente, como temiendo dañarla hasta que, a los veinte segundos…

-          ¿Qué te pasa?....¿no sabes dar caña a una mujer?.

Y le di caña.

Mucha caña.

Mi cadera chocaba brutalmente con sus nalgas que se mecían violentamente hacia delante y detrás….y yo notando que me venía al tiempo que sentía como la penetraba más profundamente hasta venirnos los dos en un grito propio de cuando teníamos veinte años y no había tantos remilgos ni hipotecas.

-          Habrá que ir levantado – dijo ella tras veinte minutos resoplando, agotados sobre la tarima del salón – tendremos que ir a buscar al niño.

Pasó el tiempo.

Un tiempo en que el sexo se revitalizó.

No es que nos faltara pero esto de los años y la convivencia lo habían encauzado demasiado dentro de los límites de lo convencional y rápido.

Le pregunté por qué y ella me confesó que la historia del negro la había excitado de una manera hasta entonces desconocida.

Un año más tarde Jorge quiso, insistió y hasta se puso algo pesado para que fuéramos a su apartamento a cenar.

-          Es lo menos con lo bien que os portasteis conmigo y mi hija.

Nosotros sentíamos cierto apuro por eso de que siempre iba justo de dinero, pero cuando afirmó que le habían ascendido, que ahora trabajaba doce horas diarias, lo que le venia bien para no pensar y que ganaba casi quinientos euros más al mes, decidimos ir.

Jorge seguía tan fenomenal como siempre, solo que para nuestra sorpresa, aquella cena de tres, terminó siendo de cuatro cuando tras la puerta apareció la figura de Elena.

Nuestro dolido divorciado había conocido a esta frutera de barrio, cuarentona, también separada y madre de un niño, tres meses antes.

Lo llevó discretamente, sin duda porque él también había detectado que Natalia comenzaba a desviarse sospechosamente por el camino de la locura y temía, con razón, que terminara pagándolo con la niña.

Elena no tenía la figura de su ex.

Era algo bajita, tal vez demasiado, y con un relleno nada tendente a la gordura sino firme, tenso, propio de personas vitales, activas, enérgicas….sus pechos, he de reconocerlo, llamaron mi atención por lo bien medidos y proporcionados.

Una virguería desde luego.

Y más cuando un ahora más tarde, ya atacando el entremés, nos había conquistado con un carácter dulce, atento, firme cuando había que serlo, convencido de sus convicciones y sobre todo respetuoso con las de los demás.

No imponía su conversación y aunque no dominara los temas, sabía perfectamente hacerse entender.

Una delicia de criatura sin duda.

-          Vamos que hago el café.

Me levanté educadamente para ayudarla gesto que intento seguir mi mujer siendo inmediatamente detenida por Jorge.

-          Déjalos cielo, que se entiendan ellos…quedándose disfrutando de los últimos bocados de una deliciosa tarta de yema.

La cocina era tan pequeña que resultaba imposible no tocarse.

El apartamento, tan enjuto, estaba bien aprovechado, pero no se podía evitar el rozarse de alguna manera…un codo con un brazo, un brazo con un muslo, sus pechos sobre mi espalda….y la ayuda del vino terminaron por, sencillamente, provocar media erección en mi normal miembro.

Elena se debió de dar cuenta aunque siguió a lo suyo, llenando la cafetera mientras yo buscaba tazas.

-          Jorge es un encanto…¿siempre ha sido asi?.

-          Si…pero mal valorado. Sobre todo por su exmujer.

-          Su exmujer no sabe lo que se ha perdido. Ya disfruto yo exprimiendo todo lo que tiene – rio con una carcajada que contuvo con la mano.

-          Parece otro…más feliz, mas liberado.

-          Si, sobre todo se ha liberado. Y eso ¿sabes en que se nota?.

-          No.

Dio un paso  para besarme, apretó sus pechos contra mi, bajó la mano y en el momento en que palpaba una polla, la mía, ya dura como piedra, metió la lengua en mi boca y jugó con otra lengua, también mía, que ¡!Dios como la estaba deseando!!.

Cogí su culo lo apreté y respiré hondo rezando por escuchar las sillas del comedor si alguien se levantaba y tener así tiempo para recomponernos.

Nos echamos atrás mirándonos con verdadero deseo, aunque yo con cierta punzada de dolor por mi mujer y por el bueno de Jorge.

Volvimos a la mesa, ella graciosa y en todo como si no pasara nada y yo, temblando, intentando que no se notara lo que había pasado.

Mi mujer estaba en otra silla con el rostro algo enrojecido y la media sonrisa que siempre le otorga el vino.

Una hora más tarde, nos metimos en el ascensor, arreglado como la vida de Jorge, tras un año de averías.

Era un trato viejo, lento y muy ruidoso, al que le llevó un mundo salvar los cinco pisos.

-          Jorge…-mi mujer rompió el silencio-…ha cambiado.

-          Si – reconocí – mucho.

-          No…creo que no…que no sabes hasta cuanto – añadió pasándose la mano por sus labios.

-          Bufff – suspiré – No se, creo que te apetecería invitarlo a cenar.

-          ¿Con Elena?.

-          Si claro…¿te apetece?.

Abrimos la puerta, caminamos por la calle muy estrecha, di a la apertura del coche desde la distancia y adelanté dos pasos para abrirle la puerta…

-          El sábado que viene – dijo – El sábado que viene los invitamos.

-          Y mandamos a los niños con mis padres.

-          Por supuesto.

Cualquier comentario, sugerencia, deseo o amistad, podéis escribir a ahoramerecelapena@hotmail.com