El Divorcio mal llevado (2)

Teniamos pendiente una cena...y muchos deseos.

-          ¿Sigues encontrándome atractiva?.

Mi mujer siempre fue un ser sobrecargado de incomprensibles complejos.

No había sido ni mi primera novia, ni la que me enseñó que la crueldad consigo misma, era un defecto generalizado entre las de su género.

No había sido ni su primer novio, ni quien le enseñó que para nosotros, calladamente, sufrimos exactamente los mismos complejos.

Pero en ella me incordiaba y mucho aquella lacerante autoestima.

Sobre todo porque tras tantos años compartiendo vida, cama y problemas, con embarazo y parto entremezclados, esos sutiles cambios que la edad, las preocupaciones y los hijos inevitablemente traen consigo, la habían como el vino, mejorado.

Estaba fantástica.

Mi amor se contemplaba al espejo completamente desnuda, recién salida de una interminable ducha.

Cuando sus duchas se prolongaban más allá de los veinte minutos, es que algo inconfesable le carcomía.

Yo no era ningún tonto.

Su educación, pulcramente restrictiva, me permitía saber, mirándola sentado encima de la cama, en su cabeza libraban un combate fatal el deseo, con todos los Padres Nuestros.

Ella desnuda, ella con sus pechos crecidos de negras aureolas, ella con el trasero en esplendor, ni flácido ni marmoleo, ella con la leve tripita y el movimiento chispeante de sus muslos.

Ella real, incombustible y atractiva…..sin Photoshops ni aderezos.

Fantástica.

-          Ven aquí.

Y pasamos un largo rato acariciándonos, recordándonos que éramos excepcionales, cautivadores, imprescindibles el uno para el otro.

-          Jorge y Elena no tardarán en llegar – se zafó súbitamente como aviso de que comenzaba a apretarnos el horario – Y a ti se te quema el plato.

-          Lo se. ¿Te apetece que vengan? .

-          Amor– respondió – Se te va a quemar el horno.

Como siempre, yo me había encargado de la preparar la cena y ella de escoger los caldos.

Incumpliendo con el estereotipo, el arte culinario correspondía a este humilde de los fogones mientras que mi esposa, parecía haber nacido para acertar con el vino que mejor combinaba con aquello que se estofaba.

Preparé una crema de legumbres con langostino crujiente, un crep salado de virutas de cordero sobre salsa de espárragos verdes y un postre…..un postre.

Para digerirlo se dispuso un espumoso blanco para acompasar la crema y para la carne, un tinto Ribera del Duero, verdadera maravilla cuyo precio, según su electora…”mejor no sepas pero saboréalo lentamente, te lo recomiendo”….guiñaba un ojo.

Jorge surgió tras la puerta con una sonrisa contagiosa e grandiosa a la que remató con un abrazo de plantígrado, impropio de alguien que al menos, era veinte centímetros más bajo que quien, asfixiado, lo recibía.

-          ¡Amigo! – gritó.

-          Hola cielo – Elena, todo lo frutera que se quiera pero mucho más sensata, me dio el mismo abrazo, solo que con sutilidad femenina- Anda que no sois bestias los hombres.

Besó mi carrillo tras lo cual, avanzó hacia el interior, dejando tras de si un aroma dulzón y prolongado.

La pituitaria era una de mis más clamorosas debilidades.

A través de él, si es cierto, se puede percibir el caché de una hembra.

Mi mujer gozaba de una amplia colección de perfumes que yo mismo cebaba en función a mis gustos.

Y Elena, olido lo olido, parecía tener idénticas inclinaciones.

“Uno a cero para la señora” – pensé.

Cerré la puerta no sin ante, tener la fuerte intuición de que al otro lado del pasillo, justo desde la mirilla vecina, alguien llamado Natalia, nos estaba espiando.

No pude resistir mirar de frente el centímetro escaso de vidrio desde donde era observado y lanzarle, directamente, una descarada burla.

Lo que no fue intuición sino seguridad, es que Jorge, ni tan siquiera se había girado levemente para contemplar la puerta de aquel piso donde tantas cosas compartiera…y sufriera.

Los veinte minutos antes de recibirlos, me había empecinado en completar el postre mientras mi mujer se daba…ese último toque que ellas siempre dicen necesitar.

Confieso que andaba algo despistado sobre lo que se trajinaba en el armario.

Por eso cuando apareció en el salón, donde servía los aperitivos, reconozco, que la mandíbula traspasó la tarima del suelo.

Maravillosa es lo mínimo para describir lo que había dejado de ser mi mujer, para convertirse en una soberana hembra.

El cabello que de normales estaba liso, era ahora un rizo algo alargado, sutilmente extendido hasta caerle, ligero, sobre un escote leve, intuitivo pero lo suficientemente claro, para dejar que quien lo deseara, pudiera imaginar lo que parapetaba.

El traje, violeta oscuro de tela ligera, se ceñía descaradamente en su parte superior, mostrando las formas para luego, llegando a la cadera, ganar soltura, despegarse, difuminando el cuerpo para torturar de mas a quien partiendo de arriba, pensara que la cosa seguiría álgida hasta los tobillos.

Las medias negras muy oscuras y los zapatos de tacón alto, mucho más de lo habitual en ella.

Bien porque le molestaban los pies, bien porque no le hacían gracia, su calzado era de tacón diario era bajo y ese par en concreto, no los había visto nunca hasta ese momento.

Sin duda, los había, expresamente para la ocasión, comprado.

Era curioso, pero aquellos tacones simbolizarían la respuesta que ella no quiso darme durante nuestro abrazo; que aquella cena, a ella también, le apetecía lo suyo.

El maquillaje, natural, tan etéreo que no pasó más allá  de un pintalabios claro, sin base facial y un perfil de ojos extremadamente fino, alargado hasta convertir cada pestañeo, en un bombardeo de seducción.

-          ¡Pero que guapa estás! – exclamaron ambos mientras estruendosamente se saludaban.

“Si, que guapa estás – pensé escaneándola visualmente para que captara aquel pensamiento – ¡Y cuanto te quiero!”.

¡Disfrutaba tanto con aquella compañía!.

Como nosotros, como todos, Jorge y Elena tenían que pagar alquileres, limpiarle los mocos a sus hijos, preocuparse de cumplir con sus clientes y horarios, fregotear la casa, soñar con  arañar horas al sueño, actualizar el software vital, soportar jefes e ingratos, soportar lo cotidiano….Jorge y Elena padecían migrañas, reumas y algún achuchón de hígado….Jorge y Elena soportaban las mismas incertidumbres y vaivenes que todas las parejas….pero no lo transmitían.

Desde el momento en que nos abrazamos hasta ese instante en que los cuatro disfrutábamos de los creps, con una botella de blanco y dos de tinto exprimidas, sus problemas, los nuestros, se difuminaron.

Solos, nosotros cuatro y nada o nadie más.

Fuera culpa del alcohol, fuera el sentido del humor o porque estábamos de antemano predispuestos, dos horas más tarde habíamos destripado la sosería televisiva, despedazado cruelmente a cada uno de sus presentadores, habíamos echado risas sobre las pintas de nuestra juventud, sobre la histriónica música, sobre la producción de gomina sostenida por el pelo de los futbolistas, sobre la crueldad de intentar hacer dieta antes crepes como los míos…..y me olvidé de todo.

Y entre risas y risas, ya en los últimos bocados de las virutas de cordero, escuché un sonido seco y hueco como de algo golpeando la tarima.

No quise averiguar ni pregunté.

Pero sospeché que el zapato de mi mujer se había caído al suelo tal vez porque sus pies hacían de manos, tal vez porque algo tenían que ver con el leve mordisco que Jorge daba a su labio inferior o tal vez, sencillamente, porque le hacían algo de daño.

-          Ese pelo te queda espectacular – reconoció Jorge – Pero no me pegues macho – añadió mirándome.

-          No hombre. Si Elena esta también de Matrícula de Honor – redondeé no por seguir la coba, sino porque hacer honor a la verdad.

Como si telepáticamente se hubieran puesto coordinado, Elena también escogió un vestido violeta, solo que en su caso más apegado.

El cuerpo de mi mujer era mucho más esbelto, pero la generosa voluptuosidad de Elena, lejos de generar rechazo, era una auténtica invitación a explorar más allá.

La tela se adhería de tal forma a sus carnes que incluso no disimulaba la pequeña lorza que paraba entre su ombligo y cintura.

¿Creen que una lorza es poco sexy?.

Pues están muy equivocados.

Puede llegar a ser enloquecedora.

Su peinado se había quedado en una alisado en media melena que aireaba su cuello, inusualmente altivo, como de cisne, lo cual parecía no casar con el resto del cuerpo.

Un contraste tolerable.

Lo que no toleraba  era el escote, cerrado a cal y canto.

Reconozco que llevaba días imaginando la forma, finura y firmeza de aquellos pechos, mayores que los que hasta ese momento disfrutaba.

Y ella, mujer y veterano, siempre dos pasos adelantada, sabiéndolo, me los había tapiado tan solo por el placer de torturarme.

-          Bueno – sentí una palmadita en el hombro – El postre que ya tengo ganas.

-          No fastidies que te has quedado con hambre Jorge.

-          Estoy que reviento, pero Elena no para de decirnos que no la has dejado ver que has tramado….anda pillastre que con lo dulzón que siempre he sido….mira, mira, estoy salivando.

-          ¿Por el postre? – sonreí.

Era inevitable no sentir aprecio por Jorge.

En ese momento le llené la copa e hice lo propio con la mía, agotando en ella las últimas gotas.

-          Por nuestra amistad – dije.

-          Apuremos ambas hasta el fondo – respondió.

Y nos las bebimos sin darles tiempo a suplicar piedad.

Los cinco minutos que tardé en dar el último toque al postre se me hicieron interminables.

Desde la cocina escuchaba susurros que no conversación.

El tono adecuado que suele utilizarse para el confesorio.

Unas confesiones que no podía escuchar…y eso era verdaderamente cruel.

La crema de fresas fue un éxito.

La hice ligera, batida rápidamente para crear burbujas de aire que aligeraran la digestión y añadiendo ocho gotitas de leche condensada, dos por cada uno que, amen de decorativa, producía una agradable sensación en el paladar.

Y la acompañé con un licor de orujo casero, auténtica marca de la casa que trapicheaba en la bodega.

Cuando aun no me había terminado la propia, los demás ya estaban dando los primeros sorbos al vasito.

Me sentí satisfecho.

-          Eh…advirtió el amigo- que todavía nos has triunfado – añadió justo en el momento en que mi mujer dio un leve respingo en la silla.

-          ¿Te dio hipo cariño? – le pregunté.

Pero ella solo contestó con un enrojecimiento de sus mofletes y el ligero temblor de los labios.

Tras el orujo vino un whisky con vaso bajo pero de cristal grueso, que conservaba los efluvios de aquel reserva con 10 años, de esos que en el bar más chabacano, te cascaban diez euros el sorbo.

-          Ya recogeremos mañana – sentenciamos al olvido los platos.

Y salimos a la terracita, modesta pero cubierta que teníamos en esos momentos preparada con una mesita y dos sillas.

-          Bueno faltan dos así que nosotros de pie.

Panza llena, gaznate achispado y la conciencia de estar viviendo un momento excepcional bajo una noche urbana donde las sirenas de alguna ambulancia decoraban el sonido y el cielo, si tenía estrellas, no se veían.

-          Ummm, esta noche conduciré haciendo todo el alfabeto.

Todos reímos la gracia.

-          Os podéis quedar a dormir – sugirió mi mujer – Los niños…..los niños – repitió como si de repente hubiera encontrado la combinación de una caja fuerte suiza - …están fuera.

No era tonto.

Ella llevaba casi una hora sin apenas mirarme, con la vista exclusivamente focalizada en nuestro invitado mientras yo, he de reconocer lo mal anfitrión que era, apenas había dedicado unas furtivas miradas a Elena.

Cuando decidí corregir el error, el corazón quiso encontrar una salida fuera del esternón.

El escote de nuestra invitada aparecía, sorprendentemente fresco, descaradamente ofrecido tras deshacerse un casi invisible hilo que hasta ese momento, lo había clausurado.

Elena me devolvía el iris destrozando los dos metros que durante casi toda la velada nos habían separado.

-          A este whisky le faltan hielos.

-          Es un reserva – advertí para evitar que lo fastidiara aguándolo.

-          Anda… – se volvió para reprenderme – ….que eso ahora da igual.

Al entrar en la cocina di un sorbo larguísimo, como tratando de asfixiar en alcohol los últimos brotes de miedo.

Más cuando Elena, desde el centro de la estancia, giró la cabeza sin hacer lo mismo con el cuerpo y con una habilidad extraordinaria, rápida pero lenta, directa pero sugerente, todo y nada, se deshizo por los pies del vestido.

-          Uy…se me ha caído.

Veinte minutos después Elena, sentada sobre la mesa y yo, tan desnudo como ella, reconozco con las manos estremecidas, nos besábamos con todo lo que deseábamos dentro, jugando con nuestras lenguas, rozándonos, palpándonos, acariciándonos, explorándonos…..bajando poco a poco hasta tener sus pies apoyados en los hombros, yo en cuclillas, extendí la lengua ensalivada y di un larguísimo lametón de abajo a arriba.

-          Uuuuuuuu – sentí su mano extendida, entremezclando los dedos entre mis cabellos.

-          Estamos tardando demasiado – apunte a decir.

Fue la última de todas las imbecilidades que soltaría durante aquella velada.

-          Cielo – respondió mientras se incorporaba, lejos de molesta casi riéndose en mi cara - ….ven.

Me cogió de la mano y deshicimos el camino hacia la terraza.

No hizo falta interrumpir nada.

La luz del salón apagada y, a través de las finas cortinas, que ligeramente se mecían por culpa de la escasa brisa, pude ver dos siluetas negras, chinescas, sin rostro pero humanas, en un ambiente mágico donde una de ellas, sentada y la otra a horcajadas sobre la primera, se devoraba con fruición la boca.

Y la segunda de aquellas sombras, torpemente, bajó las manos hacia el pantalón, dejando escuchar el sonido de una cremallera y la aparición súbita de un falo palpitante y erecto, un falo que…..

-          Uffff….

No pude ver, escuchar o intuir nada más.

Aquella visión irreal, cautivadora, desapareció cuando el 100% de mi atención se desvió hacia la prodigiosa maniobra que llevó a Elena y su boca, a apoderarse de mi polla.

Elena, dura y frágil, sutil y lasciva, entregada y dominante a mis pies, entre mis muslos.

Elena, infatigable y jadeante, fresca y sudorosa, claudicante y victoriosa, aferraba con sus uñas  mis glúteos mientras estos se hincaban entre la inagotable fragancia de su entrepierna.

Un coñito que como ella, se presentaba con poco aderezo, apenas una pequeña depilación, casi a esa antigua en la que son como son, peludos, pero sin llegar a setenteros.

Todo me gustaba, todo me entusiasmaba, todo me excitaba…su boca, el mecido de su cuerpo con cada embestida, sus pies juguetones de uñas pintadas en cutre rosa, su manera de montarme, haciéndome cosquillas con el pelo en el pecho mientras apretaba su coñito provocando esa mezcla entre risa y placer, ji, ji,  uff, ufff….

Todo en una nebulosa embaucadora, maravillosa que concluyó, fue de mis últimos y mejores recuerdos, con nuestros gritos desbocados y primitivos…..!!Oggggg….si, si lléname, lléname, llenameeeeeeee!!!.

Cuando desperté, maldije los perpetuamente chirriantes frenos del urbano cuarenta y tres y el lacerante latido de mis sesos, estampándose contra el cráneo, como si el corazón se hubiera trasladado a la cabeza y el cerebro se hubiera ahorcado.

Me dolía cada milímetro de cada neurona y hasta pestañear, era un sufriente esfuerzo.

Pero Elena, dormida frente a mi, parecía no sentir nada más que tranquilidad.

“¿Cómo lo harás?” pensé al comprobar que tras sudarnos el uno al otro, con la estancia, las sábanas y el cortinaje oliendo a sexo, su aroma seguía ofreciéndose como si nada hubiera ocurrido.

La contemplé desnuda para cerciorarme de que, efectivamente, era una mujer de formas más generosas de las que sospechaba.

Un sobrepeso tan ligero y contenido que, sin tan siquiera tocarla, solo oliendo y contemplando, hizo renacer el deseo, las ganas de follármela…por….¿tercera vez?.

Mis yemas lamieron sus caderas y para cuando volví a mirarla, ella ya no dormía, sino que con los ojos cerrados, sonreía.

-          Ummmm ¿no tuviste suficiente?.

Retomamos los besos, esta vez partiendo desde algo más paciente y delicado, marchando lentamente camino de tímidos jugueteos con la lengua.

Elena iba respirando cada vez más aceleradamente, consintiendo al abrir una de sus piernas, que me acercara pausadamente hacia su….

-          ¡!Ooooo Jorge, Jorge, Jorgeeeee!!

Aquel grito, proveniente del salón, nos hizo parar en seco, recordando, así como si no tuviera importancia, que en aquel piso no se estaba solo.

-          ¡!Sigue, sigue por favor sigue!!

-          ¿Te gusta eh, te gusta mucho?.

El respaldo del sofá arreciaba rítmicamente contra la pared que compartía con nuestra alcoba.

-          Ummmm, veo que te sobresalta…

Era cierto.

Nuestro prometedor inicio se había detenido bruscamente, pero no porque me perturbara saber que pasaba a ocho metros.

-          Te gusta saber que goza, te gusta saber que te la están gozando verdad.

Y la muy mala me lo preguntaba asiendo una polla dura como piedra que era la mía propia.

-          ¿Tienes curiosidad verdad?. ¿Quieres ver follando a tu mujer verdad? – animaba mientras mecía su mano.

-          Uffff, si Elena….

-          Estate atento cielo – advirtió – Si lo ves, ya no hay marcha atrás.

-          ¿Qué quieres decir? – confieso que me estaba asustando.

-          Que desde ese momento, viviréis vuestro matrimonio con…gafas nuevas.

Y la respuesta me la dio obligándome a seguirla, caminando descalza como gata, sin ruidos, abriendo la puerta de la habitación, dando tres pasos para plantarse frente a la del salón y lanzando una larga mirada,  sonriendo….susurrando un ”joder, eso es follar si señor” para posar luego sus dedos entre las piernas.

-          ¡!Fóllame, fóllame, fóllame, Jorge, Jorge, Jorge, Jorge siiiiiii!

Y yo de pie y empalmado, escuchando sin ver, mirando a Elena, visiblemente excitada, extendiendo su mano derecha hacia mi para ayudarme a dar ese último paso…..

-          ¿Todavía quieres verlo?.

Cualquier comentario, sugerencia, deseo o amistad, podéis escribir a ahoramerecelapena@hotmail.com