El divorcio de Ruth

Una tetona recibe su merecido por prepotente y calientapollas.

Ruth llevaba un generoso escote que dejaba al descubierto sus monumentales tetazas naturales. Cuando instintivamente le miré el pecho, la muy zorra se subió la cremallera de la cazadora corta que llevaba por encima. ¿Qué cojones se creía? ¿Pensaba que podía venir a solicitar mi ayuda con ese escotazo y después, una vez logrado su objetivo, censurarme a las primeras de cambio?

-En ocasiones no os entiendo -le dije, pensando en voz alta.

-¿Disculpa? -Sus ojazos verdes me miraban fijamente.

-No, déjalo. Cosas mías, Ruth.

-No. -Puso los brazos en jarra sobre las caderas- Creo que me interesa saberlo -me retó con aquella mirada altiva de mujer con carácter-, ¡vamos, no te acobardes!

-En fin, pues ya que lo preguntas -sentía hervir de humillación mi rostro, rojo como un tomate-, me refiero a que algunas os ponéis unos escotes de vértigo, escotes que a duras penas os esconden parte del pecho, y en cuanto uno baja la guardia y las mira... ¡zas! Os sentís ofendidas.

-Mira, Juan Luis -sus ojos chispeaban de ira-, en primer lugar, una se viste como le da la gana, sin que ningún machirulo tenga nada que opinar al respecto; y en segundo, ¿has pensad que cuando una se viste así es para que la mire quien ella quiere? ¡Y no me vengas con lo de "bajar la guardia", porque llevabas un buen rato mirándome las tetas. Si te parece me pongo así -ante mi estupefacción más absoluta se bajó de nuevo la cremallera de la cazadora y la abrió de par en par sujetándola por las solapas y abriendo los brazos hacia fuera, extendiéndolos hasta ponerlos casi en cruz-, me pongo así y me las miras hasta que te las sepas de memoria.

-No estaría mal -dije, intentando sostenerle la mirada y mantenerle el pulso.

-¿Sí? Pues venga, míralas. ¿Quieres saber la talla que tengo o te llega con mirarlas y hacerte después una buena paja?

-Mira, Ruth, el ser guapa y tener ese cien de tetas...

-Ciento cinco -me atajó.

-El ser un mujerón como sin duda eres, tener esas tetazas y lucir esos escotes no debe confundirte y hacerte pensar que eres alguien -yo ya estaba ciego de ira-, porque al final no eres más que una... -me contuve.

-¡¿Una qué?! ¡Vamos, pajillero, sé valiente y acaba la frase! ¿Una puta? ¿Una zorra? ¿Tal vez una calientapollas?

-Iba a decir una acomplejada que necesita acaparar miradas para sentirse alguien -le espeté-, pero los tres adjetivos que tú misma has empleado te van como anillo al dedo.

Tras decirle aquello, me abofeteó. Me dio una fuerte bofetada con la mano derecha, la cual no vi venir, y me habría dado otra con la izquierda de no reaccionar a tiempo para sujetarla.

-¡Suéltame, cabrón!

-Te soltaré cuando te tranquilices.

Fue entonces cuando, bien sujeta por las muñecas y sin posibilidad de golpearme, me escupió en la cara. Aquello fue la gota que colmó el vaso. He de decir que enloquecí. Primero la humillación de ver aquella cremallera subiendo para vetarme la vista de esas tetazas y, de paso, censurar mi actitud al mirarlas; después la chulería, el arrojo, el querer quedar por encima de mí, como tantas otras habían hecho antes; luego la bofetada; y, por último, aquel salivazo que fue ya demasiado. La agarré con fuerza y la sometí, tumbándola en el suelo. Con mis rodillas sobre sus brazos la inmovilicé, y ya completamente enajenado le agarré la escotada blusa de las solapas y, en un gesto rápido y decidido, hice saltar los botones por los aires dejándola en sujetador debajo de mí.

-¡Hijo de puta! -gritó.

-¡Calla, zorra! ¡Hoy vas a aprender a no ser tan calientapollas!

Dicho esto, magreé sus tetas sobre su sostén blanco de encaje y, decidido ya a ir hasta el final, me desabroche los pantalones.

-¿Qué cojones estás haciendo? -gritó, y por primera vez su voz reflejaba más miedo que soberbia.

-Me las voy a follar -dije, ya con la polla fuera.

-¡No!, ¡eh, joder, para! ¡Noooo!

Me deshice de su sujetador, metí la polla en medio de esas dos descomunales berzas y empecé a follármelas mientras las sujetaba con mis manos.

-Uhmmm, oohhhm, ¡qué tetas tienes, Ruth!

-Hijo de...

-Calla, furcia, mira cómo me las estoy follando. ¿Esto es lo que te gusta, verdad? -yo ya ni sabía lo que decía.

Cuando apenas un minuto después sentí que iba a explotar, saqué la polla de entre aquellas tetazas y apunté directamente a su rostro.

-¡Eso no, cabrón! ¡Ni se te ocurra!

-Ahghgfff, uhhmmjg, ¡toma, PUERCA!

Y la lefé. Me descargué en su cara como quise. Inmovilizada bajo mi cuerpo, Ruth movía la cabeza a un lado y a otro intentando evitar lo inevitable. Cuando acabé de correrme la metí de nuevo entre sus tetas y empujé un par de veces más. Después le tapé la nariz y, cuando abrió la boca, apreté la punta de mi capullo y un par de gotas de esperma cayeron en su boca y sus labios. Me levanté y la dejé libre. Entonces, echándome una mirada que jamás olvidaré, empezó a intentar abrocharse la blusa con el par de botones que le quedaban. Además, el sujetador tenía un tirante y el cierre rotos, por lo que resultaba inservible.

-Mira tú por dónde -la provoqué-, hoy vas a ir enseñando un poco más que de costumbre.

-Te voy a denunciar. Me voy a ir directa a comisaría. En la cárcel te van a follar el culo, hijo de puta.

-Mira, Ruth -dije, siendo por primera vez consciente de lo que había hecho y de la gravedad de las posibles consecuencias-, soy tu abogado desde hace diez años y conozco toda tu mierda. La tuya y la de tu marido. Si presento ciertos papeles no seré el único que vaya a prisión.

-¡No serás capaz!

-Irás a la cárcel y él se quedará con todo. Sabes que puedo hacerlo.

-¡Me cago en tu puta madre, cerdo!

-Shhhh. Recuérdalo. Aquí lo único que ha pasado es que eres tan puta que no has podido evitar hacerme una cubana, ¿está claro?

¿Continuará?

Vosotros decidís con vuestros comentarios. Gracias por leerme.