El Dios del Fuego (La musa peliroja. Cap 2)

Había llegado el momento de traer a la segunda chiquilla. Su cabello era rojo como el color que adoraban en el pueblo, tanto así que habían respetado el vello de su entrepierna y sería tratada con especial interes.

Había llegado el momento de traer a la segunda chiquilla. Su cabello era rojo como el color que adoraban en el pueblo, tanto así que habían respetado el vello de su entrepierna. Su busto era pequeño pero poseía una piel clara y mas cremosa. Sería tratada con especial interés.

Llego precedida de artistas malabares. Rubio y Ébano, desnudos, se arriesgaban a jugar con antorchas de fuego, lanzadas por encima de sus cabezas, a temor de que estas lamieran su piel creando oscuras marcas.

Para cuando llego al altar, la joven anterior  esperaba de rodillas junto a la mesa de piedra. Le habían precintado el cuello, con un collar de cuero oscuro y entretenía al gentío, lamiendo dulcemente el miembro de otro joven. Tenia orden de no parar y hacerlo con cualquier hombre que se lo pidiera, por haberse atrevido a ordenar al sacerdote que detuviera la ceremonia anterior.

La joven peliroja le dedico unos segundos de atención, habiendo espiado brevemente la ceremonia, mientras la cubrían de olorosos óleos. Tenía un picor considerable en cada terminacion de su piel. Su pequeño busto le pesaba y sentía inocentemente la necesidad de darle, de pedir aquel escape que humedecía su joven sexo.

- A mi también me gustaría hacer eso.... - dijo con un hilo de voz, sonrojada.

El sacerdote la miro duramente, en cuanto a ella se le hubieron escapado las palabras. El mero susurro de que tuvieran la gentileza de permitirle... Como la morena, jamas antes había atendido a un hombre con la boca, pero le gustaba lo que veía y creía que podría hacerlo bien.

El sacerdote le explico que luego iban a ser algo mas duros con la Morena, por la falta cometida y que por ello estaba ahora, como estaba. Pero que si ella estaba dispuesta a aceptar el mismo castigo, la dejaría no lamer cualquier miembro, sino SU, miembro.

La joven lo considero y acepto, aunque algo acobardada. Tenia así un motivo para seguir adelante y eso era algo, con lo que contaba el Sacerdote.

Como a la morena, la joven soltó un grito cuando fue alzada del suelo, antes siquiera de ver a sus captores. Pero a ella la colocaban en una postura nueva, distinta, por el honor de sus cabellos.

Peliroja, era echada de vientre sobre la fría losa. Cubierta aun con sus atavíos, solo para sentir como sujetaban sus muñecas, con manos suaves, mientras sus pies apenas rozaban el suelo arenoso. El sacerdote tomo entre sus dedos las orillas de la prenda, y descubrió al púlpito reunido la generosidad de sus caderas, el níveo color de sus piernas y aquellos pequeños glúteos apenas alzados a la vista.

Peliroja sintió como alguien se arrodillaba tras ella, besaban sus piernas, acariciaban con los labios sus muslos, la cara interna de los mismos y ascendían .Sintió besos sobre su cadera, sobre sus nalgas y nuevos besos, adentrandose en ella. Un generoso gemido estaba a punto de salir de ella, cuando el primer azote restallo contra sus nalgas, invirtiéndola a un grito de sorpresa. Un segundo, un tercero, un cuarto y al fin... el alivio de aquellos labios de boca desconocida que aplicaba un bálsamo de perdón.

La joven se turbo al comprobar como el sacerdote ascendía sobre el altar, tan solo para arrodillarse ante ella, miembro en mano.

- Besa y lame - le ordeno, como había solicitado ella antes - Y hay de ti, como no me guste -

Peliroja trago saliba con temor y abrió la boca a una nueva demanda del sacerdote, mientras la boca del joven que se escondía a sus espaldas la hacia consciente de lo que un pícaro jugador podía procurarle solo con caricias en sus nalgas. La joven no dejo de mirar a los ojos del dominante sacerdote, mientras la hacia engullir despacio su grueso cabezón. Era imposible que le fuera a caber entera, y eso él lo sabia.

Ella era quien lo había pedido y quien ahora tenia que soportarlo. Por suerte, el sacerdote no era hombre cruel, aunque si extremadamente pragmático en cuanto a requisitos se quería. Daría justamente lo que le habían pedido.

De otro lado Morena miraba sin perderse detalle, pese a la ocupación de ella misma. Era imposible dejar de mirar a aquella que se había ofrecido a compartir su pena, como tragaba aquella enorme polla. Pasmada observaba con detalle como la peliroja boqueaba en busca de aire, cada mete y saca, saca y mete y por suerte no empujada hasta el final de su boquita.

A peliroja se le heló la sangre en el cuerpo, al sentir el frío de un metal, contra su piel. El sacerdote salio de ella, procurándole momentos de respiro, mientras la obligaban a abrir las piernas, pese a que el miedo le pedía que no lo hiciera.

No fue hasta que sintió la abundante mano, envuelta en jabón de Rubio, sobre su monte de venus, que se tranquilizo. Su mano era suave, extendiendo con gratificante generosidad la espuma, besaba sus muslos y extendía, besaba su vientre y extendía.

Usaron el cuchillo para rasurar sus vellos, hasta dejar su vagina tan desnuda, como vino al mundo. La dejaron muerta de vergüenza y suplicio, pues el joven Rubio no hacia sino lamerla toda, hasta no dejar rincón de su piel libre del jabón. Su boca buscaba la pendiente del nacimiento de su coñito. Con dedos cariñosos, acariciaba sus labios separándolos a medida que su lengua repasaba sus carnes. La humedad creciente de su sexo ayudaba al joven, quien encontrando su clítoris, le dedico toda una serie de caricias, rodeándolo con los labios, lamia, chupaba, lamia, chupaba y la dejaba respirar por unos momentos, donde la pequeña peliroja creía morirse.

- Uufff... uuhh... ufff.... - se arqueaba sobre la mesa, con una serie de cacareados gemidos.

Rubio sonrió, desplazando sus dedos índice y corazón dentro de ella, sacándole un grito de alegría, su lengua la acompañaba atacando su clítoris. Peliroja abrió sus piernas, facilitándole la acción, mientras la vergüenza daba paso al morbo de dejarle hacer con ella. De que aquellos dedos juguetones entraran en su coñito acariciándola por arriba y por abajo, que la llenara, entraban y salían con energía.

- ¡Si... si...siiii! - estallo en un grito, que la mantuvo mas de un minuto en boca de todos los presentes, por lo inminente y fuerte que había sido.

Y entonces llego el anuncio del sacerdote, mientras ella aun se recuperaba. Se asarían las dos, la una frente a la otra. De vientre sobre el altar, sus pechos sentirían el frío de la loza hasta que se hincharan, mientras que sus cuerpos arderían, empaladas en las duros miembros de sus ayudantes mas bravos.

Ambas chicas temblaron de anticipacion. Morena se había revelado como una excelente felatriz hasta el momento presente y el pueblo veía con buenos ojos la sentencia. En cuando Peliroja había asumido compartir el destino, por lo que no podía dar quejas a estas alturas.

Se ordeno a Morena que se situase frente a la Peliroja. Ambas chicas se miraron durante unos minutos, sonriendose con una mezcla de emoción, miedo, lujuria y apoyo.

Peliroja observo como preparaban a Morena en poco tiempo, pues Ébano era consumado liberador de caricias, no había rincón del cuerpo que no hiciera encabritar con sus manos. Observo como apretaba y amasaba los grandes pechos de su compañera y no había gemido que no cazara al vuelo de su boca, mientras permanecida de pie tras ella, hasta conseguir que la joven felatriz estuviera tan excitada que a Ébano le fue fácil deslizar su mano entre sus piernas, sobre su coñito. Primero dándole una serie de palmadas, donde resonó la humedad contra la palma de la mano, después moviendo las falanges de sus dedos contra la raja de su vagina, apretándolos como el mismo apretaba su abultado miembro entre sus nalgas. Morena se inclinaba hacia atrás, buscando con su boca, la de su compañero, mientras se abría de piernas, exponiéndose impúdicamente a su pueblo. Un dedo, dos y finalmente tres, desaparecieron dentro de la joven Morena.

- Aaahhh... - gimió de satisfacción, alzándose de puntillas hacia su hombre, buscando aquel ardiente contacto de penetración.

Los dedos de Ébano eran sumamente gruesos, pese a la delicadeza de formas del joven. Se sentía presa de su mano, cada respiración del chico contra su cuerpo, aceleraba su corazón y paralizaba su cuerpo. La obligaba a buscarle, a mendigar sus besos, mientras el movimiento de su muñeca crecía, follándola hasta que su garganta se seco, maldiciendo su nombre en voz baja, mientras el calor se desvanecía bajando por sus muslos.

Era suficiente para llamar a los otros ayudantes. Dos fornidos guerreros, los bravos. Ellos se encargarían de embotarles los sentidos a las chicas. Cada joven disfrutaría del morbo de sentirse tomada por un hombre, mientras veía a su compañera enfrente de a igual.

Ambas jóvenes temblaron al contemplar a los guerreros. Dos gemelos, de poderosas espaldas, fornidos y altos como solo los gigantes son descritos en las leyendas. Sus cuerpos estaban adornados por toda serie de cicatrices de las que hacían gala y orgullo. Uno era calvo, el otro mantenía una espesa cabellera en rastras.

Cuando sus mantos cayeron al suelo, ambas chicas tragaron saliva. Aquellos hombres poseían atributos muy grandes, nada que hubieran visto hasta ahora. Peliroja busco al sacerdote con miedo en los ojos, pero en los de él no encontró atisbo de piedad. Cuando sintió la magnitud de sus asperas manos en torno a sus caderas, chillo y volvió a chillar al sentir que la empujaba de nuevo sobre el altar.

Por su lado Morena apretó los dientes, resignada. Suspiro al ir sintiendo las manos del Calvo sobre su cuerpo, mientras las manos de Ébano tomaban las suyas, extendiéndoselas hacia delante, presa.

Peliroja gimió con reservas cuando sintió la magnitud del miembro frotándose contra ella. Por suerte para ambas mujeres los guerreros eran consumados amantes y no meros borregos, los gemelos hicieron llover besos por sus espaldas, sus manos apretaban sus caderas con fuerza, no exentas de cariño.

La visión para el sacerdote no podía ser mas hermosa Ambas chicas sumidas en su éxtasis, provocando que se alzara el fuego en el corazón de su pueblo. Echadas sobre el altar, mirándose y buscándose poco a poco a medida que las penetraban con suaves embestidas, invitándolas a gritar.

- Oooofff.... - Morena gimió cuando sintió toda aquella polla clavada en lo mas hondo de su coño. Peliroja lloraba y gemía, acostumbrándose despacio a semejante tamaño que la llenaba por completo.

Su pueblo estaba rebosante de alegría. Las dos jóvenes estaban echadas sobre el altar, con las nalgas al borde, folladas con energía y devoción, la una con la camisola de su prenda alzada, la otra totalmente desnuda. La visión de aquellos dos carnosos culitos, le planteaba al sacerdote una tremenda erección, sudor y voluntad por ceder a sus ayudantes tales placeres. Las chicas por su lado andaban mirándose. La una viendo de la otra, el empuje del cuerpo varonil, manos que se retraían hasta sus caderas, donde las sujetaban con fuerza y ellos las hacían sentir su fuerza y arrojo.

- Uuuf... uff.. uff... - A Morena no le había costado mucho asimilar el dolor y acostumbrarse al vibrante mete y saca, mete y saca, de aquel pollon que tanto la llenaba.

- Mmh... mmhh... mmmhh.... - Peliroja gemía bajito, mirando a su compañera engullida bajo el peso de aquel hombre, que no hacia mas que entrechocar sus caderas contra ella, cada vez mas y mas rápido, comprendiendo que sentía cada vez menos dolor y mas gusto por aquel hombre que la follaba a golpe de cadera.

Mientras ella misma sentía el deslizar de una mano entre sus piernas. Rastras quería que la joven peliroja dejara de temblar de miedo. Su propio hombre estaba acariciando en sucesivos movimientos su coñito, mas lento de lo que su miembro la llenaba. Aquel gigante intimidante frotaba las yemas de sus dedos circularmente sobre su clítoris, lo frotaba, lo apretaba dulce y volvía a rotar el movimiento, arrancándole un suspiro placentero.

La riqueza de los gestos estallo en cada pareja, tal cual se encadenaron los estallidos fogosos. Peliroja comenzó a retorcerse bajo el guerrero, mientras este besaba cariñosamente su cuello, haciéndola alcanzar el orgasmo con suaves embestidas y frotar de coño. En lo que Morena se contraria sobre el altar, pegando sus nalgas contra la cadera de su amante, buscando sentirle aun mas dentro, común sus jadeos anunciaban que explotaba, a la par que la llenaban de ardiente semen.

Un pueblo aplaudió el festejo de los rituales del Fuego, que este año, mejor que ninguno estaba tan cargado de sorpresas.