El Dios del Fuego (La esclava Rubia. Cap 3)
Al entrar la joven se puso a temblar de los pies a la cabeza. Aquellos hombres eran dos gigantes, tan parecidos a los que atacaron a su gente. Ella tenía el cabello rubio, el color de los esclavos. Aquella iba a ser una noche muy larga.
- Ya esta preparada - con estas palabras la vieja avisaba a los hombres que esperaban fuera de la carpa para que se llevasen a la siguiente muchacha. La habían preparado con poca atención y detalle, pues sus cabellos eran rubios, el color de los esclavos.
Los gemelos sonrieron para si, sabiéndolo. Ellos junto a otros guerreros habían capturado una buena remesa de mujeres para venderlas en el mercado, de ello hacia ya algún tiempo. Solo se quedaron a una, para el sacrificio del Fuego. Podrían disfrutar de ella antes de llevarla al altar y nadie les diría nada.
Al entrar la joven se puso a temblar de los pies a la cabeza. Aquellos hombres eran dos gigantes, tan parecidos a los que atacaron a su gente. La habían separado del grupo principal por ser la mas bonita, lavado, peinado y obligado a poner una toga corta, que dejaba a la vista un pecho blanco como la nieve, suavemente rosado y sus muslos esbeltos, de buena planta.
Los hermanos se miraron entre si y luego a ella, tan pequeña, tan frágil. Calvo traía de su diestra un collar de cuero fuerte, Rastas una cuerda y ambos sabían muy bien como iban a usarlos. La joven dio un paso atrás cuando ellos avanzaron, pues en sus ojos solo adivino lujuria y pecado.
Suplico, cuando la acorralaron, cuando sintió la mano de Calvo en torno a su cuello y su aliento en su rostro. La beso, no como los animales, sino dulce y desconcertantemente. Le siguieron igual a la otra mejilla, al mentón, al cuello donde la presa le entrecortaba la respiracion, ascendió por sus labios y la soltó, cuando ya creía que la besaría en ellos. Pavorosa miro a sus captores y encontró que era el turno de Rastas, vio como sus manos buscaban las suyas, atándoselas con el cabo de cuerda a la espalda, con firmeza. Hecho esto, le entrego el otro cabo a su hermano y volvió a centrar su atención en la pequeña Rubia.
Ella sintió su mano sobre su hombro, con un gesto cariñoso que no guardaba violencia alguna, frotaba la palma de la mano y la yema de los dedos, proporcionándole un calor extraño, ascendía buscando su cuello, su mentón, su mejilla. Acaricio sus labios, obligandola a abrir la boca para que los besara y lamiera. El imponente tamaño del guerrero la atemorizaba lo suficiente para no negarse. Sintió las manos de Calvo sobre su espalda, acariciaba, su cadera, apretaba, sus nalgas, acariciaba y aunque intento evadirse, se encontró atrapada entre los dos, pues Rastas le impedía moverse a un lado u otro.
La joven Rubia encaro al único de los dos gigantes a su vista, Rastas, buscando en sus ojos razón, y no la encontró. Estaban decididos a jugar con ella, y no podría evitarlo. Nerviosa sintió las manos de Calvo en torno a su cuello, apretándolo, la obligaba a bajar, a ponerse de rodillas ante su hermano, quien ya descubría la razón del juego, acariciándose el descubierto cabezón de su polla.
Rubia intento apartar el rostro ruborizada y asqueada. En el pasado había besado y chupado alguna polla. En su pueblo era comun que las mujeres se iniciaran con estos juegos con muchachitos de edades similares, pero la de Rastras era la mas grande que hubiera visto jamas. Toda hinchada y rojiza desde el cabezon hasta el insurto matojo oscuro que cubría sus testículos. Sintió el leve golpe que hizo en sus labios, cuando la acerco a ella. Se los acaricio con ella, lo empujo hacia ella. Quería que le besara la polla, que la lamiera, que la chupara y le aceptara.
Rubia se negó a hacerlo, hasta que Calvo la hizo consciente de que ya no era una mujer libre, hablándole al oído le dio a comprender que si seguía viva, era por el honor de ser ofrecida a su Dios, donde disfrutaría de placeres inimaginables y según lo bien que respondiera se la dejaría vivir como a otros de su pueblo, pudiendo ganarse la libertad algun dia o moriria a una orden del sacerdote.
Con el llanto cercano, cerro los ojos y se dispuso a contentar a Rastas. Abriendo su boca empezó a lamer su polla, suavemente, tímida. Respiro sobre el, besando poco a poco todo su tronco, humedeciendose los labios en el proceso. Como su mentora le había dicho en el pasado, una polla húmeda suena mas excitante que una seca. Si quería vivir, tenia que hacer que Rastas se sintiera muy a gusto con ella.
Volvió a besar la base del tronco y comenzó a lamer hacia arriba, asegurándose de que la veía, de encontrar en sus ojos una respuesta aceptada. Él quería verla y ella era consciente de ello, a Rastas le gustaba sentir su polla atrapada entre aquellos pequeños labios, como ascendía tomándole en serio a medida que rodeaba su grueso cabezon, lamiendo y chupandole. Rubia recorrió todo el contorno de su polla con la lengua, haciendo pasadas frecuentes sobre la piel, mientras su mano rodeaba con mayor confianza su miembro apretándolo con atención.
Cuando Rastas gimió supo que estaba listo para el siguiente paso, el mas delicado para ella por la gravedad de su tamaño. Con mucho cuidado abrió su boca y rodeo el grueso cabezon con los labios engulliéndolo despacio, metiendose todo lo que pudo. Permanecio así, con la polla dentro de su boca, durante unos momentos. Sintiéndola dentro, buscando aire para no ahogarse...
La joven le tomo como si fuera una caña de azúcar, mamo despacio aquella dura verga, chupandolo cuanto abarcaba. Movimientos cortos al principio y mas profundos a medida que la respiracion de Rastas se hacia mas y mas fuerte. Ella le apretó ligeramente los testículos, haciéndole gruñir, le mordió suavemente el grueso cabezon y sonrió, al recibir una caricia en el cabello por parte del gigante. Comenzó a chuparle con mas ahinco, engullendo con valentía mas y mas de el, sintiendo como su polla palpitaba dentro de su boca, hasta que la aparto casi rudamente, cayendo de lado sobre el suelo, enajenada, mirándole.
Temió haber cometido algún error hasta que vio como manchaba el suelo con su semilla, en un ir y venir de su mano sobre su polla furiosamente. ¿A si que era eso? Podían tocarla pero no mancharla con su simiente. Rubia se guardo bien de no sonreír por ello.
Aunque su pequeño sentido de la victoria le duro poco al ver como Calvo se arrodillaba ante ella, desnudo, polla en ristre. Sus manos la aferraron por los tobillos y aunque pataleo intentando quitárselo de encima, solo consiguió ponerlo mas bravo, ejerciéndole mayor fuerza para abrir sus piernas. La joven esclava sintió la boca del hombre sobre sus muslos internos y se mordió los labios. Le hacia sentir su boca lasciva ascendiendo sobre su piel, chupandola, besándola, haciendo dibujos con la punta de su lengua, acercándose peligrosamente a su coño.
Estaba haciendo que ella se anticipara a ello. Calvo chupo el pliegue donde sus piernas se unían en su coño. Acaricio su cara contra su montículo, restregando sus labios sobre su raja sin presionar, excitándola.
- No... no... - la pequeña gimió, y él haciendo oídos sordos continuo ejerciendo.
Puso sus labios en la superficie de su raja. Besándola suavemente y después mas fuerte. Usando su lengua para separar los labios de su coñito, recorrió con su lengua de arriba a abajo entre las capas de carne de aquel jugoso manjar. Suavemente separo mas sus piernas con sus manos, pues ella ya no luchaba.
Calvo llevo su lengua hasta la parte superior de su raja y busco sentir su clítoris, lo lamió, lo chupo, comprobando su dureza, como ella se debatía despacio ante su experiencia. Ella sentía aquellas chupadas lentas, la presión que ejercía contra su piel. Cariñosamente separaba sus labios y metía su lengua directa contra su clítoris, que descubierto, la hizo estremecer soltando un profundo gemido.
Él lo hacia rápidamente. Esto provocaba a Rubia un temblor notable por todo su cuerpo. Se arqueaba sobre las alfombras del suelo, maniatada, mientras aquel gigante la hacia suya. Sus piernas separadas a ambos lados de aquel cuerpo, ligeramente extendidas contra el suelo, con las plantas de los pies bien apoyadas. Rubia no podía soportarlo mucho mas, sentía como chupaba mas fuerte, habiendo tomado su clítoris con la boca y le encantaba. Levantaba la pelvis en el aire en tensión, sintiendo venir el orgasmo.
- Mmmhh... mhhm... - se mordía los labios para no darle mas poder del que ya tenia sobre ella. Su cuerpo estremeciéndose al contacto de aquella lengua, mientras un pequeño flujo húmedo se extendía desde su coño y era atrapado por aquel hombre, que la degustaba a golpe de lengua hasta que ella se quedo quieta, buscando normalizar su respiracion.
Quería decirle que no parase, que no acabara aquella pequeña tortura, pero las palabras morían contra el dique de su voluntad, al recordar como la privaron de su libertad. Le había gustado lo que había hecho y quería mas. Mas de ellos, mas de aquellos paganos, su cuerpo luchaba con su mente.
De reojo vio a Rastas ir sobre ella, sus manos sobre sus hombros, la instaba a levantarse apoyandose contra el para tener un apoyo. Lo agradeció pues no habría tenido fuerzas para hacerlo sola después de aquello. Solo cuando estuvo en pie, sintió el aferrar del cuero sobre su cuello, cerraban en ella el collar apretándolo hasta cortarle la respiracion. Una fina cadena colgaba del extremo central, y pendía libre hasta la mano de Rastas que la miraba jubiloso.
La arrastro practicamente fuera de la tienda sin darle tiempo a arreglar sus ropas, con los pechos desnudos al viento impetuoso y fuera por frío o por la sensibilidad de minutos anteriores, lo cierto es que andaban duros como piedras y para cualquiera que la observara, se le hacían apetitosos.
Ese andar de esclava a paso ligero, desnudo el torso mientras sus manos se afanan en intentar reacomodar la ropa, taparse lo posible para no regalarles nada a estos bárbaros. Apenas ascendían hacia el altar, su mirada paso veloz del Sacerdote al hombre que esperaba a su derecha, un joven de rubios cabellos que reconoció al instante. Años atrás en su pueblo ella había sido su compañera de juegos, iniciados juntos en besos y caricias. Recordó cuan había llorado su captura y al verlo ahora, aquí, no hizo sino acrecentar su rabia por estos, sus captores. Su mirada volvió al sacerdote, mientras alzaba la barbilla desafiante. <> , decía.
El sacerdote desdeño aquel duelo de miradas, pasando por delante de ella, hacia los gemelos a los que asalto con preguntas del porque de su demora. Al instante de saberlo, una suave risa broto de su garganta, cual agua que corriera por una cascada. Así que la joven era rebelde y creía poder mantener el control. Aceptaba ese reto, mucho mejor.
A una orden suya, Rubia fue conducida tras el altar, hacia una formación rocosa. Seis menhires que hollaban el suelo en formacion circular, frente a los cuales ardía una poderosa hoguera, cuya luz se alzaba hasta el altar. Allá la encadenaron a uno de ellos, con las manos por encima de su cabeza y los tobillos separados, tan tirante la cadena que apenas conseguía moverse lo suficiente para mirar a sus captores, mientras la fría piedra mordía sus pezones. Atisbo a ver que estaba encadenada junto a otras mujeres, en idénticos menhires, pero ellas frente a frente al púlpito que se reorganizaba en ese llano de roca, fuego, sombras y sexo.
- Treinta latigazos - se escucho por encima del rumor de aquel pueblo sediento. Rubio recogía aquella orden con angustia interna, mientras ponían el látigo de cinco puntas en sus manos. No quería hacerle daño a esta mujer, a esta entre todas, no podía. No había intercambiado miradas con ella por miedo a la reprimenda, por miedo a ocasionarle problemas incluso a ella. Ahora ya era tarde, ¿o no? Aun podía hacer algo por ella...
La joven apretó los labios con furia al escuchar su castigo y los volvió a apretar al sentir desgarrarse la tela de sus ropas, en su espalda. Salio con tanta facilidad que apenas en segundos estuvo desnuda, mientras la sombra de su verdugo se perfilaba contra la gran roca. Se volvió para buscarlo, para saber quien de todos aquellos hijos de mala madre seria el que buscara sus gritos y al encontrarse sus miradas, se le heló la sangre... hasta que el primer azote del cuero resonó en el aire y toco sus carnes.
Quince latigazos después ya se sabían compinchados. El cuero no mordía su piel, la marcaba con moderación, ella era el lienzo sobre el que el joven dibujaba. Las sonrosadas marcas se declinaban sobre la espalda, el costado y las nalgas. Rubio daba amago del castigo con el cariño de un amante, cada golpe estaba medido en fuerza y destreza. Ella sudaba tanto por el calor de las llamas cercanas, como por la fuerza que se ejercía sobre su cuerpo, pero ni un solo grito ni gemido le había sido arrebatado aun y aquello la llenaba de un jubilo asombroso por volar mas alto que los deseos de los hombres del fuego.
Su cuerpo era presa de miradas atentas, pendientes de cada respiracion, de su frente apoyada en la roca fría sin saber que aquello la calmaba, de su pelo recortado a la altura de sus orejas para dejar ver su cuello de cisne, un cuerpo pequeño de espalda blanca como la nieve menos allí donde el cuero había dejado su marca, una cadera generosa de curvas y unas nalgas brillantes y sonrosadas, firmes y doloridas. Con un alzar de su mano el sacerdote detuvo aquella carga de látigo. Le habían traicionado y podía entenderlo, no era presa de un alma negra y estupida, era el elegido de un Dios y podía ver tan claramente como sus planes discurrían por su mente. Aquellos jóvenes se conocían y de un modo compresible, el joven la estaba ayudando a salir adelante a costa de el mismo. Ordeno que se lo llevaran, que fuera preso hasta que decidiera que hacer con el.
Rubia había escondido su rostro contra la roca, y lo mantenía así, una pequeña sonrisa nacía muy dentro de ella. Ganaba y así lo pensó hasta que volvió a escuchar al Sacerdote. Se llevaban a su amigo y lo que era peor, les habían descubierto. Su corazón latió freneticamente y volteo a buscarle, pero ya era tarde. Estaba sola, con ellos. Temerosa de lo que pudiera pasarle, volvió la frente contra la roca buscando el bálsamo de su frescor, la voluntad que había en si, debía mantenerla ahora que les sentía cerca, su respiracion contra su cuerpo, sus manos sobre su piel y la voz de aquel maldito hombre aclarándole su destino - Solo acabara, cuando quieras tener el fuego dentro de ti - .
Les odio al momento, al darse cuenta de como aferraban su cuerpo. Un chico de Ébano cuyas caricias certeras movilizaban las terminaciones nerviosas de su ser. Tiraba de ella suavemente hacia el, inmovilizada como estaba era presa fácil, solo podía ir hacia donde la cadena tiraba, hacia el y sus manos de persuasión. Sentía cada una de sus caricias, repasaba con cuidado todas y cada una de las marcas sonrosadas y su boca le seguía en dulzura y suavidad. Rubia se dio cuenta de que el mundo giraba en torno a sus manos que se hundían en su torso, rodeándolo hasta que las manos se unieron sobre su vientre, en su boca que descendía dejando un reguero de besos húmedos, aliviando el escozor de las pequeñas heridas. Le odio por ello, por provocarla de aquel modo, cerro los ojos concentrándose en olvidarle, en no sentirle hasta que su maldita lengua rozo sus muslos internos.
Ébano quería mas de aquella mujer, de aquella que había vuelto el seso de su amigo una perdición, trayendole la condena. Quería que sintiera todas y cada una de las caricias que sabia dar, quería adentrarse en su mente como lo hacia en su cuerpo y doblegarla a la voluntad de su amo, pero no podía ser;
Debía retrasar aquel instante, alargarlo hasta que su respiracion se entrecortarse y apartarse hasta el momento en que los ojos de ella ardieran con furia por tener aquello que le era negado. Rubia le maldijo en un susurro, cada pequeño mordisco contra su carne, delataba su ansiedad, cada vez que su lengua pasaba tan cerca de su coño temía no poder contener mas el aire dentro de su cuerpo. Cuando las yemas de sus dedos se acercaron, intento alejarse presa de un pánico delator.
- ¡¡Aaaahh...!! - el aire escapo de sus pulmones tan rápido como la boca de Ebano hubo capturado su coño, habiendose abalanzado sobre la presa que fugaz intentaba evitarlo. Rubia sentía su corazón palpitando con fuerza, mientras aquel vandalo oscuro le robaba las energías a cada furioso lametón. Sus labios mayores estaban siendo aplastados bajo su paso, los menores eran sometidos a un cosquilleo arduo con la punta de aquel apéndice carnoso, si aquello continuaba mucho mas no podría resistirlo y entonces, por embrujo o por deseo, todo se detuvo.
Aturdida observo a sus captores. A aquel demonio de chico que se apartaba de ella, solo para dejar paso a algo mucho peor. Una espera... lenta y pausada, no le concedían tiempo para recuperarse, la castigaban a apreciar su cielo y desearlo. Su cuerpo empequeñeció bajo el peso de las cadenas cuando el siguiente hombre apareció, reconociendolo al instante, Calvo.
Aun con sus protestas le separo las piernas. El tintineo del metal contra la roca resonó en el páramo cuando la pequeña Rubia empezó a tirar de ellas, poco a poco, agarrándose como un naufrago a una tabla en medio de la tempestad. Tenia dos gruesos dedos dentro de su coño, perlas de sudor resbalaban por su rostro, mientras aquella mano se movía energicamente, una y otra vez, frotando el interior de sus carnes, una y otra vez, arriba y abajo. Cerró los ojos cuando la mano libre se aferro a sus cortos cabellos, sintió su cabeza tornar hacia el cielo mientras le arrebataban los primeros gemidos.
- Ahg.... ah...aah... -
Sentía como la embestía con fuerza, follándola con la mano. Sus dedos recorrían cada centímetro de su sexo. Los vaivenes de su pequeño cuerpo, los aprovechaba para dejar ver sus pechos, a estas alturas duros y dispuestos. Estaba tan cerca y entonces de nuevo, la dejaron de lado. Se apartaron trayendola al recuerdo de una histeria molesta y palpable.
- N... - un gruñido mas animal que propio murió en sus labios. Se los humedeció con la punta de la lengua y volteo a mirarles una vez mas. Allí estaban, los dos hermanos gigantes, el joven de Ebano y el impuro Sacerdote con sus mezquinos juegos. Las piernas le temblaban y sabia que se sostenía en pie gracias a las cadenas, el corazón le saltaba con rapidez, el aire entraba caliente en su garganta y le resecaba los labios y la voz. Su mente se estaba fragmentando;
Sus pechos le pesaban y requerían de un contacto mas intimo. Una humedad delatora mojaba sus muslos y descendía por ellos. No les quería cerca y a la vez les necesitaba, quería acabar con su frustración, apaliar el calor que crearon dentro de ella, que la consumía con rabia y lágrimas.
Apretando por ultima vez la frente contra la roca, afirmo bien los pies contra el suelo, apretó los dedos alrededor de las cadenas y se expuso ante ellos abriéndose bien de piernas. Un ultimo gesto propio, suyo, mientras intentaba sonar firme.
- Por favor... -
- ¿Por favor que? - aquella voz suave y exigente. Aquel hombre que dominaría su vida tenia que hacérselo saber, tenia que llamarlo por la palabra adecuada. Ella no era como Morena y Peliroja, no era del pueblo. Ella era de otra clase. De la clase que calla y obedece, de la clase que asiente y realiza y da gracias un día mas por poder ser útil.
Tragando saliba, Rubia acepto su sino a tiempo que Rastas se acercaba y frotaba su virilidad contra su sexo, empapándose.
- Por favor Amo, que me tomen - gimió
A un gesto suyo, el Sacerdote permitió a Rastas penetrarla, el dolor de ser empalada en semejante verga fue fugaz, por la quietud que le siguió. Sentía todo su cuerpo en tensión, acostumbrándose a el, mientras un hilillo de sangre corría entre sus muslos. Poco a poco su coño aceptaba su paso, en lo que sus pechos eran recogidos por sus manos. Siguió metiéndosela hasta que sus huevos chocaron contra sus hermosas nalgas.
Rastas empezó el vaivén poco a poco, estaba muy excitado, tanto que le murmuraba al oído morbosas palabras. Tras ellos el sacerdote estaba fuera de sí en gozo. El espectáculo de voluntades tenia el vencedor que debía ser. Tan así que permitio que la desencadenaran y ordeno que les asistieran, Rastas salio de ella de mala gana mientras el Sacerdote se sentaba en el suelo desnudo y erecto. Rubia protesto cuando con las manos atadas a su espalda la alzaron por los muslos y así en peso, la hicieron descender sobre la verga del Sacerdote hasta que estuvo nuevamente empalada hasta lo mas hondo de su ser.
- Aaaaahg.... Si... si! - gritaba, sudando. Ya no había nada que pudiera hacer para negar aquella satisfacción, aquella protesta había sido vana, por creer que la abandonarían de nuevo. Ya no era dueña de si misma, solo de aquel sobre quien debía ir una y otra vez, de aquella verga que se alojaba dentro de su cuerpo llenándola de calor. Una enorme polla se cruzo en la trayectoria de su visión y abrió la boca para recibirla, segura de que era eso lo que querían.
Alguien comenzo a tocar y pellizcar sus pezones, sobandolos. Lo que le produjo un fuerte gemido ahogado por el envite de polla en su boca. No podía mas, se corrió sin poder avisarles, se corrió por necesidad, por gusto y volvió a correrse mientras extraían la polla de su boca, reliando una cuerda sedosa alrededor de su frágil cuello.
Casi exhausta sintió una presión sobre su clítoris, lo frotaban entre dos dedos mientras el aire faltaba en su garganta. Con miedo, comprendio que la estaban asfixiando mientras era masturbada, debía estar loca pues la falta de aire contrario a asustarla mas, la llevo a correrse mas rápidamente que antes. Busco el rostro de su Amo y asintió despacio, apenas sin fuerzas, sin luchar.
Y fue aquella rendición sincera la que la llevo a la salvación y a la vida, mientras caía sumida en la oscuridad, la presión de su cuello se disipo bajo las palabras del Sacerdote.
- Soltadla, ha sido una buena chica -
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PD: Mis disculpas por la demora, las vacaciones y la demanda de hacer alguno mas largo me han retenido de postearlo antes.