El Dinero
Una proposición indecente que es aceptada por dos bellezas, esposas de sus amigos que, en ausencia de sus maridos, aceptan ser esclavas sexuales de un nuevo rico durante un fin de semana por un millón de pesetas por cabeza.
Hace cosa de un año me tocó una primitiva. No una primitiva cualquiera, sino una de esas con las que puedes hacer realidad muchos de tus sueños. Como casi todos, me compré un chalet con jardín y piscina; un coche deportivo; abandoné mi trabajo y abrí un negocio (que, por cierto, no me va nada mal). En fin, lo normal.
El caso es que hace unos tres meses, fui al bar donde nos reunimos los amigos todos los viernes. Llegué el primero, así que me tomé una copa. El tiempo pasaba y no venía ninguno y ya estaba a punto de irme, cuando vino Maria, la mujer de un amigo.
Me dijo que a su marido lo habían enviado durante 9 días a Galicia y que había decidido salir a tomarse algo porque llevaba 3 días en casa sin salir. Seguimos charlando, y algo más tarde, apareció Ana, la mujer de otro amigo. Los dos maridos trabajaban en la misma empresa y también le habían enviado a Galicia.
Después de tomar una copa en el bar, nos fuimos a un pub y allí continuamos bebiendo y charlando. Nos lo estábamos pasando bien y ellas estaban muy alegres, sobre todo porque se habían bebido tres cubatas cada una y no son chicas que beban mucho. A eso de la una me dispuse a marcharme, así que me acerqué a la barra y pagué las consumiciones. Cuando me estaba poniendo la chaqueta, Ana me preguntó.
-¿Has pagado todo? -Sí.- conteste. -No te vayas aún. Te invitamos a otra copa y nos vamos.- dijo
Acepté y ellas pidieron una nueva ronda.
-Eso de tener dinero en el banco y no preocuparte por el futuro tiene que ser la leche.- dijo Maria cuando volvimos a sentarnos en el rincón del pub. -Sí, te da mucha tranquilidad.- respondí sonriendo. -Si no es una indiscreción, ¿cuánto dinero tienes?.- preguntó Ana
Se lo dije y ambas lanzaron una exclamación.
-Con eso se puede comprar un montón de cosas. -El dinero no lo es todo. Además, hay cosas que no se puede comprar. -¿Como qué?.- preguntó Ana. -Yo qué sé. Por ejemplo a la mujer que deseas. Y no me refiero a una puta.
Entonces Ana me miró y sentí una erección. Por un momento vi a Ana (rubia, un metro setenta, ojo azules, guapa de cara, tetas grandes, un buen tipazo, aunque el culo algo escurrido) y a Maria (morena, de un metro setenta y tantos, tetas pequeñas, culo pera perfecto, piernas torneadas por el deporte, también muy guapa aunque algo delgada) desnudas ante mí. Rechacé la idea, al fin y al cabo eran las mujeres de unos amigos y también eran amigas.
-La mayoría de las mujeres.- dijo Maria.- pero también depende del precio.
Decidí que debía intentar saber su precio. Al fin y al cabo, la conversación estaba discurriendo hacia temas picantes y a uno siempre le ha interesado saber lo que piensan las mujeres.
-¿Y cual sería vuestro precio?.- pregunté.
Ana se sonrojo y María sonrió.
-No sé... Un millón de pesetas.- dijo María. -Sí, lo mismo.- añadió Ana. -¿Pero por un polvo o por un fin de semana entero de sexo?.- insistí.
Las dos dudaron, entonces Ana dijo.
-Por un fin de semana.- Y Maria asintió.
Había ido muy lejos para echarme atrás, así que saqué el talonario de cheques y extendí dos talones por un millón de pesetas cada uno. Se los entregué. Las dos me miraban entre sorprendidas y enfadadas. Nadie decía nada, así que me levanté, me bebí el cubata y las dije adiós. Apenas había salido del pub cuando una mano agarró mi brazo y otra toco mi culo. Me di la vuelta y nos miramos los tres.
-Seremos tus esclavas durante este fin de semana. Pero con una condición, nada de marcas.- dijo Maria.
Acepté. Mi corazón latía a mil por hora. Iba a follar con las dos mujeres más guapas de todas las mujeres de mis amigos. Iban a ser mis putas privadas durante dos días, era alucinante.
Nos montamos en el coche y fuimos a mi casa. Nada más entrar en casa, las agarré por la cintura y comenzamos a besarnos. Besaba alternativamente a Maria y a Ana, nuestras lenguas se entrechocaban mientras nuestras manos recorrían nuestros cuerpos. Noté como la mano de Maria me bajaba la cremallera y poco después estaba chupando mi pene mientras yo acariciaba el cuerpo de Ana. La desnudé rápidamente y admiré su cuerpo. Pellizqué sus pezones, pasé un dedo por su coño y noté que estaba húmedo, así que cogí a Maria por el pelo y conduje su cabeza hacia el coñito de Ana, quien lanzó un gemido de placer al sentir una lengua lamiendo su clitoris. Me puse tras Ana y la besé el cuello, la acaricié las tetas y, lentamente bajé una mano por su espalda, acariciando sus tiernas nalgas hasta que llegué a su ano. Con firmeza, metí mi dedo corazón en su ano y ella dio un respingo, pero no trató de zafarse, sino que lanzó un suspiro.
-Soy virgen analmente.- dijo -¿Y tú?.- pregunté a Maria. Ella alzó una cara brillante por los jugos de Ana y asintió.
Las obligué a cambiar y repetí la operación, pero esta vez María dio un gritito de dolor.
-Empezaremos por ti.- dije y nos fuimos a la habitación. -Lubrica bien el culo de Maria.- ordené a Ana, quien obedeció fielmente mientras yo me ponía delante de María y la ofrecía mi polla para que me la chupase.
Era una imagen espectacular. La belleza rubia lamía el culo de la belleza morena como si estuviese cubierto de nata. Veía pasar su lengua por toda la raja del culo y luego detenerse en su ano mientras sus manos masturbaban a María y luego llevaban aquellos fluidos hasta el ano para facilitar la dilatación. Sentí que estaba a punto de estallar sólo con verlas, así que me puse tras María y, lentamente, la penetré. María lanzó un grito, pero yo no me detuve, sino que aumenté el ritmo de mis enculadas hasta que mis huevos golpearon sus nalgas. Estaba en la gloria. Aferré sus nalgas con fuerzas y la follé con ganas, transformando sus grititos de dolor en gemidos de placer.
Ana se colocó ante Maria con las piernas bien abiertas y la obligó a que le comiese el coño. Fue entonces cuando me di cuenta que Maria le gustaba a Ana y aquello me excitó aún más. Penetraba a Maria por el culo y por su húmedo conejo, hasta que sentí que me corría. Saqué la polla de aquel glorioso agujero y me corrí sobre las tetas y la boca de Ana.
Entonces Ana atrajo a Maria y se besaron con lascivia, sus manos recorrían sus cuerpos, se sobaban las tetas, hasta que Ana tumbó a María y la masturbó. Sus dedos se introducían en el coño de Maria, acariciaban su clítoris, arrancando gemidos de placer de la morena. Sentí una nueva erección y me tumbé con ellas, buscando sus húmedos coños. Mientras lamía el coño de Maria, introducía dos dedos en el de Ana y luego cambiaba. Estuve un buen rato, hasta que se corrieron por segunda vez al unísono.
Agotadas, se tumbaron a mi lado , pero Ana, al ver mi pene erecto, me masturbó lentamente y luego me la chupó mientras Maria me besaba. Me corrí en la boca de Ana y poco después nos dormimos.
Me desperté empalmado y solo. Me levanté y fui a la cocina. Allí estaban las dos, desnudas, preparando el desayuno.
-Buenos días.- dijo alegremente Maria, que estaba sentada.
La saludé y la besé en la boca. Ella respondió a mi beso cogiéndome mi polla y dándola un beso. Miré a Ana, que estaba dándonos la espalda y pensé que no la había poseído por el culo. Ni por su espléndido coño. Así que cogí un poco de mantequilla y me la unté en la polla. Sin decir nada, me puse tras Ana y, mientras cogía sus caderas con una mano, con la otra dirigía mi polla hacia su ano.
Ella estaba sorprendida, pero se agachó sumisamente y permitió que la penetrase con dos embestidas. Sus manos se aferraban a la encimera, pero no gritó, sino que cerró los ojos, como concentrándose en las oleadas de placer que empezaban a recorrer su cuerpo. Maria se levantó y me besó con pasión mientras enculaba a mi esclava. Sus manos recorrían mi cuerpo, mis nalgas, mi pelvis, la espalda de Ana, sus tetas, sus dedos se introducían en el coño de Ana. Noté que se corría por sus espasmos y porque sus piernas flojearon, obligándome a sujetarla. Aquello hizo que sus nalgas se cerrasen sobre mi pene. Sentí un calambrazo por mi espalda y me corrí con fuerza en su culo.
Jadeando, me retiré y vi como Maria se abalanzaba golosa sobre el culo de Ana, lamiendo los restos de mi semen. Ana se corrió de nuevo entre gritos, pero Maria siguió lamiendo el ano y el coño de Ana, tragándose los jugos de Ana y las gotas de mis semen que salían de su ano.
No soy ningún portento, pero volví a empalmarse, así que me puse tras María y se la clavé en su húmedo coño. Bastaron tres embestidas para que se corriese entre gemidos, pero yo seguí bombeando, hasta que nos corrimos a la vez. Fue entonces cuando le tocó el turno a Ana. Mientras Maria y yo yacíamos en el suelo de la cocina, Ana lamió el coño de María y limpió mi empequeñecido pene.
Después de ducharnos y vestirnos, fuimos a tomar los vermuts a un pueblo cercano, después las invité a comer y luego nos fuimos de comprar a un centro comercial.
Fue una tarde estupenda, que finalizó tomándonos unas copas en un antro de moda. También fue un día de excitación. Aunque nuestro trato fue correcto (no queríamos que algún conocido que nos viese y pensase que allí había algo), cada vez que estábamos en el coche y no había nadie, ellas se besaban con pasión o me besaban a mí. En un momento dado tuve que sacarme la polla y hacer que Maria me la chupase mientras Ana la masturbaba. Tras correrme en su boca, Ana comió el conejo de Maria hasta su orgasmo mientras yo continuaba masturbando a Ana.
La ultima noche fue fantástica, Aquellas dos bellezas dispararon sus fantasías más ocultas (que previamente me habían explicado). Sólo puedo decir que tras una noche de sexo salvaje, estuvimos durmiendo hasta el mediodía del domingo. Después de comer volvimos a follar, aunque esta vez fue un polvo más tranquilo. Y luego se marcharon.
Hemos coincidido muchas veces, pero nunca más hemos vuelto a comentar lo ocurrido. Pero, aunque sea a costa de perder a dos buenos amigos, no me importaría volver a pasar un fin de semana con ellas y sentir sus lenguas, sus manos, acariciar sus cuerpos, hacerlas el amor y verlas yacer juntas.