El diario sexual de Jenny 2

De como pasé una de las mejores tardes me vida

El clima siempre es muy caluroso aquí en mi ciudad, incluso durante la primavera se puede sentir el tosco viento calentándote la piel, y es justo de esa estación de la cual guardo gratos y deliciosos recuerdos; lo que les contaré es uno de ellos.

Como saben, toda casa necesita mantenimiento, la mía no es la excepción, por ello tenemos gente que se dedica a la limpieza de la casa, mas no tenemos empleados fijos para que arreglen el jardín, es decir, cortar el césped, darle forma a los árboles y arbustos, etc.

Una vez contratamos al hijo de la mujer que planchaba la ropa, su nombre era Jacinto, y al principio no le puse mucha atención, pues me suponía que era uno de esos nacos morenos, chaparro y nada atractivo.

Comenzó a hacer su trabajo de inmediato, fue una tarde, pero como es costumbre de esa gente no terminó ese mismo día, por lo que tuvo que regresar varias veces más.

Un día, muy temprano por la mañana, me despertó el sonido de la podadora. Molesta, salí de mi habitación para reclamarle al tal Jacinto que estuviera haciendo su trabajo tan temprano. Estaba tan enfurecida, y también medio adormilada, que no me di cuenta que salí con mi ropa de dormir, una playera que me llegaba hasta los tobillos y mi tanga, nunca me ha gustado dormir con sujetador.

Me asomé por la terraza que daba al patio, y no sé si fue porque siempre me despierto cachonda, o si era el calor lo que me ponía así, lo cierto es que por primera vez vi con lujuria a un hombre de ese tipo.

Sus músculos brillaban por el sudor, no era muy alto, ni tenía un abdomen envidiable, pero su rostro parecía el de un niño, era extraño ver facciones suaves en la gente así. Su rojizo cabello estaba desaliñado, seguramente había salido de su casa sin peinarse ni bañarse con tal de llegar temprano.

Mis pezones comenzaron a ponerse erectos, el roce con la tela de la camiseta era simplemente delicioso.

A pesar de estar con mis pezones sellándose en la camiseta me quedé un rato más viendo a Jacinto, era todo un hombre fuerte y trabajador, aunque no debía tener más de 20 años.

Llevaba puesta una bermuda de mezclilla roída de las piernas, de tal forma que estaba deshilachada y unas viejas sandalias, la camisa de franela que siempre llevaba, sin importar el calor que hiciera, yacía embollada junto a un árbol.

Entré a mi habitación, dispuesta a conquistar al jardinerito. Elegí la ropa más provocativa que tenía, claro, guardando las debidas proporciones, no me iba a poner un camisón para salir a verlo, ¿O sí?

Saqué una bermuda blanca que sellaba muy bien mi culo, una blusa ajustada de tirantes color azul y unas sandalias. No me puse brassier, quería tentarlo tanto como fuera posible.

En la cocina, preparé un poco de limonada en una jarra, llené un vaso y salí al jardín para ofrecérselo a Jacinto, quien al ver que me aproximaba apagó la maquina y se limpió el sudor de la frente con el brazo.

Conforme me iba acercando podía percibir su olor a macho cada vez más fuerte, su piel morena brillaba por el sudor, se veía delicioso así como estaba, empapado y jadeando levemente.

Él me miraba extrañado, pues sabía que a mí no me gustaba tratar con la servidumbre, pero esa ocasión era especial.

— ¿Eres Jacinto, verdad?, ten, te traje un poco de limonada pensando que tenías sed

— Gracias señorita

— Me llamo Jenny, llámame así por favor

Noté un poco de pena en sus ojos cafés mientras precipitaba el vaso a su boca, su garganta se inflamaba cuando tragaba el dulce jugo, dejando ver su manzana de Adán; en cuanto terminó de beber me devolvió el vaso.

— Gracias —me dijo— tenía mucha sed

— Sí, hay muchísimo calor —dije sonriéndole— Debe ser un trabajo agotador el que haces, sobre todo bajo el sol, ¿Desde cuando trabajas en esto?

— Desde los quince años

— ¿Y cuantos tienes ahora?

— 25

— ¡25 años! ¡Pareces más joven!

— Gracias, señorita, creo

— Ya te dije que me Jenny. Pero dime, ¿tienes novia?

— Soy casado seño…digo, Jenny

— Eso, me gusta tengas confianza, no muerdo, bueno, solo cuando me lo piden, jajaja

Parecía como si mi broma con denotaciones sexuales no le hubiera hecho gracia, pues sonrió débilmente, sin ganas, seguramente amaba mucho a su esposa.

— Bueno, si se te ofrece algo más me hablas, estaré en la piscina un rato, solo me cambio y bajo

La primera parte de mi plan no había funcionado, claro que no esperaba que se me tirara encima, pero sí una mejor reacción, no sé, que se me hubiera mirado las tetas de reojo, pero simplemente se limitó a sonreír y bajar la cabeza.

Así que mi plan no había dado resultado, pero no estaba dispuesta a darme por vencida. Subí a mi habitación, me puse el traje de baño y bajé nuevamente para meterme a la piscina.

Estuve cerca de dos horas nadando y dando clavados para que Jacinto me viera, pero tampoco funcionó, parecía como si ni siquiera me notara.

Mi hermano Francisco se acercó a mí, lo había despertado con el ruido de mis chapuzones. Tanta era su urgencia por reclamarme que salió al jardín en bóxer, se veía tan lindo semidormido, despeinado y con cara de sueño que de no haber estado presente Jacinto me lo hubiera cogido ahí mismo.

— Coño Jenny, no mames, son las 10 de la madrugada, ten un poco de consideración

— No es tan temprano. Además, es tu pedo si estás crudo

— Pues tú no estás para darme sermones, queridita, estabas en la misma fiesta que yo

Pareció tomar conciencia de la presencia del jardinero, y se quedó igual de inmutado que yo por varios segundos.

— Quieto —le dije al adivinar sus sucias intenciones, conocía esa mirada lujuriosa y llena de lascivia de mi querido hermanito— Yo lo vi primero

— Tranquila, hermanita —se agachó para tomar un poco de agua en su mano y untarla en su pecho— Ayer satisfice mi dosis semanal de verga así que, por esta vez, éste es tuyo.

A pesar de sus palabras se quedó un rato más mirando insistentemente a Jacinto hasta lograr que lo volteara a ver, nunca he entendido como lo hace, y cuando lo hizo se acomodó los huevos en el bóxer, dio media vuelta y se fue.

— Pinche paco, eres todo un cabrón —Dije en voz baja mientras me sumergía debajo del agua.

Harta de que Jacinto me ignorara, entré a la casa otra vez, me di un baño y me vestí normalmente, dándome por vencida.

Pensé que jamás me vería como a una hembra, tal vez su mujer estaba mejor que yo y por eso yo le parecía poca cosa. Estaba furiosa, ¿Cómo era posible que me despreciara un naco como él?, no necesitaba eso, muchos chavos se morían por salir conmigo, solo por salir conmigo.

Mi día terminó justo a la hora en que Jacinto terminó su trabajo. Conforme mi mamá le iba dando los billetes mis esperanzas de coger con ese rico naquito se esfumaban en el cálido viento.

Necesitaba algo para reafirmar mi poder sexual, así que esa noche convencí a mis hermanos de quedarse conmigo en casa en vez de salir con sus amigos, en el caso de Rodrigo salir con su novia, y cogimos los tres en el cuarto de Francisco, fue una larga noche de intenso placer.

Amanecí entre mis dos hermanos, sus vergas flácidas rozando mis piernas. Me levanté y regresé a mi habitación, esperaba poder salir con mis amigas más tarde.

No tenía nada que hacer aquel domingo por la tarde, así que fui a casa de mi amiga Sara, la cual estaba relativamente cerca de la mía. Me gusta ir a visitarla porque tiene un vecino delicioso, alto, guapo, de buen cuerpo; lo malo es que Sara no se lleva con él, pero eso no importa, con verlo nos basta.

Iba y regresaba de su casa caminando. Y tras una tarde de platicar cualquier cosa mientras veíamos a su vecino lavar su carro, regresé a mi casa. Por el camino estaba una obra negra donde vivían unos borrachos que se dedicaban a trabajar tan solo para tener dinero con que comprar cerveza.

Se la pasaban todo el día tomando cuando no tenían que trabajar, sin que les importara lo que comerían sus esposas e hijos, los cuales rara vez estaban en ese lugarejo al que no se le puede llamar casa, pues solo consta de tres piezas sin ventanas y con sábanas fungiendo como puertas.

José y Martín eran sus nombres, curiosamente uno de ellos es cuñado de Jacinto y el otro es su concuño, pero a pesar de ello no llevaban una buena relación, o al menos eso sabía por las habladurías que su propia madre comentaba mientras planchaba.

Eran eso de las cuatro de la tarde, el sol estaba que rajaba piedras, el calor era intenso, tanto que me obligó a salir con una diminuta falda roja y una escotada blusa blanca de tirantes.

Tuve que pasar justo por ese lugar, y cuando lo hice escuché todo tipo de improperios, seguramente Martín y José ya estaban borrachos, pero entre sus aguardientosas voces escuché una voz conocida, y al voltear a ver lo confirmé, ¡Era Jacinto!

— ¿A dónde tan solita? —dijo uno de ellos desde la puerta de la casa

— Ay ojón y yo sin lentes

— Que lindas piernas, ¿A qué hora abren?

Haciéndome la digna hice como que no los escuchaba y seguí caminando, pero cuando iba a doblar en la esquina sentí que me apretaban el brazo, me volteé lanzando una cachetada, pero Jacinto la detuvo con la otra mano.

— Ahorita te haces la niña buena cuando ayer casi casi te empinabas para mostrarme las nalgas, eres una puta —percibí el aroma a cerveza, un tufo que marearía a cualquiera, quien sabe cuantos cartones ya se habría tomado junto con su cuñado y su amigo

— ¿De que hablas?, suéltame —traté de sonar convincente, pero lo cierto era que me moría de ganas por ser empalada por Jacinto

— No te hagas, bien que quieres

Su aliento apestaba a cerveza y se tambaleaba al caminar, pero su fuerza no había disminuido. Me abrazó para arrastrarme a donde estaban su cuñado y su concuño.

Puse resistencia, como ya dije, tratando de hacerme la digna, pero eso solo provocó que los otros dos hombres le ayudaran. No había nadie que me auxiliara en la calle, algunas calles de la zona norte de Mérida tiende a ser así, solitarias y desérticas.

Al ingresar a la mugrienta casa noté que ni siquiera las paredes estaban pintadas, bueno, con excepción de las lindas pinturas rupestres que José y Martín, o tal vez sus hijos, habían hecho con su propio excremento de hombres de cintura para abajo cogiéndose a una mujer sin cabeza empinada.

Jacinto me llevó a una de las "habitaciones", donde había como seis hamacas colgadas. El cuarto olía a humo, como toda la casa, al menos no apestaba a cerveza y a vomito.

Me aventó contra el piso, y me puso las manos al lado de la cabeza mientras me untaba su bulto entre las piernas.

— Ayer no podía cogerte en tu casa, pero que suerte que pasaste por aquí. Ahora si vas a ver lo que es una buena verga y no lo que tus amiguitos pendejos te han metido

Me moría de ganas por tenerlo ya dentro de mí. Se veía ten sensual así como estaba, su camisa abierta dejaba ver su lampiño abdomen, no se había cambiado de ropa desde el día anterior, seguramente había estado tomando con ese par de mal vivientes desde que mi mamá le pagó.

Se quitó la camisa y luego desabrochó su bermuda vieja y sucia para dejarme ver su trusa blanca e igual de vieja que el resto de sus prendas, lo sabía por lo apretado que le quedaba.

La cabeza de la verga se sellaba perfectamente en la tela, apenas podía contener su erección, y entonces no resistí más, no pude seguir haciéndome a la niña buena. Acaricié su pene por encima de la trusa, la recorrí con la lengua una y otra vez, su olor era de alcohol mezclado con restos de orín y pre semen, ese fuerte y excitante olor hizo que comenzara a mojarme.

— ¿Viste que sí querías, putita?, lo sabía

Con desesperación le quité su trusa, con un poco de cooperación de su parte. Se sentó en el piso con las piernas abiertas, su verga apuntando hacia el aire, no era muy gruesa, pero de largo estaba bien, era de color oscuro como su piel y una cabeza con forma de hongo.

Sentía que mis pezones se endurecían, de mi concha emanaban mis jugos más y más cada vez como si se tratara de un caudaloso río. Comencé a devorar con gula ese palo y esas bolas que olían a sudor, el hedor que despedía su verga me intoxicaba, si la lujuria tuviera olor seguramente sería ese; todo ello, a pesar de ser considerado asqueroso por muchos, provocaba un morboso placer en mí.

José y Martín nos miraban mientras tomaban, fue la primera vez que alguien me veía cogiendo, y para mi sorpresa me gustó.

Sus miradas lascivas recorrían mi cuerpo empinado sobre Jacinto, y escuchaba los comentarios que hacían entre ellos admirando mi cuerpo. Sin dejar de mamar, me subí la falda y abrí las piernas un poco más para darles una mejor visión de mis nalgas y mi tanga color rosa, a la que le jalé el hilo para que se metiera entre mis labios.

— Qué rico, te comes mi pollo. Trágatelo, es todo tuyo chiquita

No podía creerlo, de verdad que la vida me había sonreído, después de pensar que ese naquito se me había escapado estaba chupándole la verga, y que rico fue, su sabor, su su olor, todo era genial, muy excitante, algo muy diferente a lo que estaba acostumbrada.

Le di la última chupada al largo miembro, y entonces subí con la lengua por todo el abdomen hasta llegar a su cara, y entonces fue su boca la que comí.

Su lengua se entrelazaba deliciosamente con la mía, sus manos no se quedaban quietas ni un solo segundo, y cuando me di cuenta ya me había desabrochado el bra por encima de la blusa.

Metió sus manos debajo de la blusa, y me terminó de quitar el brassier para sobarme las tetas. Sus dedos jugando con mis duros pezones, pellizcándolos y retorciéndolos para hacerme jadear de placer.

— Mmmmm, Jacinto —murmuré sin separarme de su boca

Me tendió en el piso y abrió mis piernas como si fuera una escopeta a la que estaba a punto de llenar de balas. Bajó mi tanga con lentitud, tal vez quería disfrutar cómo se iba revelando mi tocho poco a poco.

Me penetró sin piedad, y a pesar de estar un poco lubricada con mis jugos, grité de dolor, incluso lagrimé, pero cuando me acostumbre a tener su miembro adentro comencé a disfrutar de la cogida.

Arremetía contra mí con fuerza, apretándome las tetas y chupándolas por encima de mi blusa como si fuera un niño bebiendo de ellas, succionaba con fuerza y lamía con tal voracidad que me hacía gemir con más fuerza.

Aunque estaba de cabeza, veía a los otros dos masturbándose con la escena. No sé si era por el momento, pero me parecieron apetitosas sus gordas y prietas salchichas, tal vez cuando terminara con Jacinto me tiraría a alguno de los dos.

— Te voy a rellenar el queso de leche, ahhhhhh

Y gimiendo al tiempo en que yo hacía lo mismo, descargó varios disparos de semen dentro de mi concha. Sacó el miembro de mi interior y lo limpió con su mano, yo me incorporé y le lamí los dedos para tomarme su leche.

Cuando me di cuenta ya tenía a los otros dos de cada lado, desnudos y con sus duras varas apuntando hacia mí.

— Chúpamela —dijo José, el cuñado de Jacinto

— No, a mí primero —repelió el otro

— ¡Cállate!

José empujó a su compañero de bebida y hermano, y de inmediato se calentaron para mal las cosas, pero entonces Jacinto se puso en medio de los dos y los separó.

— ¡Ya, chingada madre, quietos! La princesita se las chupará a los dos. Martín, tú primero —dijo a su concuño

— ¡No! ¡Yo primero!

— Cálmate, que para eso estoy yo

Y mientras me metía la picha de Martín en la boca, me sorprendí al ver que Jacinto hacía lo propio con la de José, lamiéndola de tal forma que evidenciaba que no era la primera vez que lo hacía.

— Mmmmmm, que rica boquita, la chupas mucho mejor que tu hermana

Parecía un sueño, ¡Jacinto mamándole la verga a su cuñado!, si Francisco estuviera presente le daría un infarto del gusto, pues era su fantasía ver a unos cuñados cogiendo, sobre todo siendo supuestamente un par de machitos que se emborrachaban juntos.

— ¿Hoy también me darás tu rico culito?—acarició la mejilla de Jacinto mientras hacía la pregunta, y este asintió afirmativamente sin dejar de chuparle la pinga

Era increíble el gozo con el que Jacinto mamaba la verga de su cuñado. Lo hacía como todo un profesional, alejaba sus labios para provocar que José deseara volver a sentirlos sobre su mojado palo.

Mientras observaba el lascivo espectáculo, tenía la virilidad de Martín en la boca, caliente y gorda. El olor a cerveza impregnado en la piel bronceada ya no me resultaba repugnante, sino todo lo contrario.

Y pensar que tuve muchas ocasiones para que me la metiera, cuantas veces no me quedé sola en casa mientras él pintaba la cocina o hacía arreglos a la fachada, pero en ese entonces yo prefería encerrarme en mi habitación sin saber lo mucho que hubiéramos disfrutado juntos.

Estaba tan caliente que mi concha no se había cerrado, seguía abierta y chorreando constantemente en semen y en jugos vaginales.

— Ahora me vas a sentir, puta

Sacó el miembro de mi boca, dejándome ansiosa por seguir chupándolo, y me puso en cuatro patas sobre el piso para comenzar a comerme el culo.

Su lengua exploraba cada parte de mis paredes anales, a las cuales había logrado acceder dilatando mi sonrosado circulito con deliciosos y constantes movimientos de sus dedos.

Los gargajos que había escupido en mi culo abierto resbalaban hacia mi coño, era una placentera sensación que me encantaba, y pronto gocé más al sentir que por fin entraba en mí con su vara.

De pronto, justo frente a mí, José colocó a Jacinto en la misma posición, como si fuéramos un reflejo. Vi el rostro de Jacinto, en sus ojos destellaba el brillo ardiente que trae la lujuria, ambos éramos sus víctimas en ese momento.

— ¡AAAAAAHHHHH! —gemimos los dos al mismo tiempo, turnándonos posteriormente para que nuestro lascivo dueto sonara lo más sensual posible

Nuestras miradas se encontraban conforme la fuerza de los machos que nos cogían con pasión nos hacían estremecer, y nuestros gemidos parecieron un nuevo lenguaje para comunicarnos entre nosotros, sí, eso era, el lenguaje de las putas.

Mi rostro jadeante nuevamente se llenó de sudor al tiempo que me incorporaba inconcientemente con las caderas al sensual ritmo con que Martín entraba constantemente en mi interior.

Al igual que Jacinto metió las manos debajo de mi blusa para magrearme los senos, sobándolos y apretándolos tan duro como podía para hacerme aullar de dolor y placer mezclado, el gozo que experimentaba al ser cogida por ese borracho es indescriptible

Terminó dentro de mí al igual que su concuño lo había hecho unos minutos antes, se notaba que no estaban acostumbrados a utilizar condón ni a cuidar a su pareja, y eso me gustaba, pues no hay nada más rico que coger a unos machos salvajes sin domar.

Caí de bruces al piso, exhausta por las dos cogidas continuas. La leche de Martín aun se escurría entre mis nalgas, dándole una textura pegajosa a mi adolorido anito.

No pasó mucho en que José y Jacinto también terminaran, y tras haber descargado una generosa cantidad de leche sobre el estómago de este, aquel caminó hasta donde estaba yo y giró mi cuerpo para meterme su pene en la boca.

Aun estaba algo dura, comencé a chuparla con placer, pensando que tenía el sabor del anito de Jacinto, y a decir verdad no sabía nada mal esa verga, tal vez me pareció así por lo caliente que todavía estaba.

José se movía como si me estuviera cogiendo. Se reclinó un poco, sosteniéndose con las manos apoyadas al lado de mis caderas. Me abracé a su cintura e incluso llegué a presionarla para que metiera más adentro su caliente y pegajoso palo.

Martín me abrió las piernas como si fuera un compás y enseguida chupó con gula mis muslos para subir hasta mi concha, y sin importarle que aun contuviera algo de la leche de Jacinto comenzó a comérmela.

Ahora sí, sentía que iba a estallar, tenía llena la boca con un generoso trozo de carne que iba creciendo conforme lo acariciaba con la lengua mientras otra hizo que me corriera de nuevo al encontrar mi punto g y rozarlo con insistencia.

No sé si estaban acostumbrados a hacer esas cosas o si el alcohol logró desinhibirlos al punto en que no sintieron asco ni vergüenza, lo cierto es que Martín bebió mis jugos y los compartió con José, que al beber de la boca de aquel descargó lo que le quedaba de semen en mi boca. A pesar de haber dejado a Jacinto bañado en semen, dejó salir tanta dentro de mi boca que se desbordó por las comisuras.

Levanté la cara un poco para poder engullir el cálido y viscoso líquido, y entonces vi que José regresó al lado de Jacinto para besarlo, mientras Martín aprovechaba mi cansancio para hacer conmigo lo que quería, chuparme las tetas, dedearme, de todo, y yo se lo permití hasta que se cansó.

Estuve ahí hasta que entró la noche, y entonces me puse el bra nuevamente, igual la tanga con el hilito metido entre las nalgas y rozándome el coño.

Dejé a los tres dormidos y desnudos sobre el piso, aquella escena me dio ganas de quedarme un rato más, pero no podía, si no regresaba a mi casa en ese momento se preocuparían y comenzarían a buscarme, y no era conveniente que me encontraran ahí.