El Diario Sexual de James
Mi primera vez haciendo cruising (Parte 2 de 4)
— No mires, James. ¡No mires!—me repetí una y otra vez impedido para retirar la mirada de su paquete.
¡Joder! El árabe estaba recién salido del agua. Su bulto, indicando una polla en reposo, dejaba entrever que estaba circuncidado, o eso me parecía, o eso quería ver. No lo sé. Pero estaba seguro de estar viendo su cabezón a través del bóxers de licra mojado.
Entonces se detuvo a pocos centímetros de mí y se llevó la mano hasta la polla con un delicado pero atrevido movimiento.
— Bonitos ojos. ¿Verdes o azules?
Sonreí seducido por su voz. Parecía hablar un perfecto español, pero su acento se apreciaba claramente extranjero.
— Sí—volví a sonreír.
Estaba nervioso, realmente nervioso. Más nervioso que en mi último encuentro con Rober y Cris. Más que nunca en mi vida.
Volví a mirarle el paquete, luego sus manos, fuertes y viriles.
— No mires, James. ¡No mires!—volví a repetirme hasta que pude centrarme en el horizonte.
— ¿Verdes o azules?
Llevé la mirada hasta sus ojos ocultos por las gafas de sol.
¡No podía concentrarme en nada!
De repente me descubrí observando a mi alrededor preocupado, no quería que nada ni nadie pudiera interrumpir este momento.
Él sonrío soltando una carcajada sonante que me devolvió a su mirada.
— Azules, verdes—me aceleré, no sabía que decía, ni qué pensaba—. Verdes, verdes—concluí con una sonrisa tan nerviosa como yo.
— ¿Cuántos años tienes?
— Dieciveinte—solté sin darme cuenta de mi error hasta que en su rostro se dibujó una leve sonrisa.
— ¿Dieciveinte?
— No—reí, nervioso—. Veintiséis.
— ¿Veintiséis?—repitió visiblemente sorprendido.
Obviamente sabía que estaba mintiendo. Algunos de mis compañeros ya se afeitaban la cara, y otros no, pero podrían. Sin embargo mi cara aún lucía una juventud manifiesta que detestaba tanto como cumplir las órdenes paternas.
El árabe tomó asiento a mi lado con vistas directas a las personas de la playa. Entonces se subió las gafas de sol lo justo para penetrarme con su mirada. Sus ojos oscuros y sus pestañas profundamente largas me embistieron con fuerza.
— ¿Cuántos años tienes?
Titubeé.
— Veinte.
Asintió poco convencido. Luego centró su imponente mirada en mi rabo y volvió a cubrirse los ojos con las gafas.
De cerca era todavía más guapo. Sus rasgos faciales eran fuertes y viriles. Todo en él manifestaba sensualidad.
Cuando estás tan nervioso y excitado, el mundo deja de girar. No sabía qué decir, ni qué hacer, ni cómo ponerme entre la incomodidad de las piedras. Mi rabo estaba empezando a expulsar una cantidad sin precedentes de precum.
Podía sentir cómo me ardía el cabezón, cómo mi polla estaba más gorda, grande y dura que nunca. Entonces el árabe se humedeció los labios con su lengua en un movimiento tan errático como sensual, se acercó todavía más a mí, y llevó su dedo índice hasta la punta de mi rabo.
De repente sentí cómo dejaba de respirar, cómo el calor del sol ya no me afectaba, incluso olvidé que había más personas en la playa. Solo estaban él y su dedo cada vez más cerca de mi polla.
Y me tocó, claro que me tocó.
Su imponente dedo acarició todo cuánto el precum había recorrido, dejando ese líquido transparente y viscoso concentrado en la punta de su dedo. Lo llevó hasta su boca, lo colocó entre sus labios, y lentamente sacó su lengua hasta dejar su dedo sin el más mínimo rastro.
Me revolucionó.
Mi polla, obligada a dejar el cabezón sin su piel, repitió la misma hazaña, pero esta vez expulsando más y más precum. El árabe sonrió. Su polla había crecido hasta dejar el bóxers de licra próximo a reventarse. Y otra vez, con el mismo movimiento, llevó su dedo húmedo hasta mi glande, y lo recorrió usando mi precum para humedecerme la puta del rabo. Y otra vez lo llevó hasta su boca, y otra vez hasta el cabezón.
— Vente.
Y se levantó mostrando una polla circuncidada tan dura y grande que asomaba por el bañador.
Cachondo, recogí mis slips y la toalla y me fui directo tras él sin mirar hacia ningún otro lado.