El Diario Sexual de James

La primera vez que hice cruising (Parte 4 de 4)

De repente su lengua comenzó a recorrerme la oreja izquierda de arriba abajo con mucha delicadeza. No se detuvo, no hasta alcanzar el lóbulo y mordisquearlo.

Me estremecí.

Su polla seguía entre mis nalgas , cerca de mi ano mojado por sus babas, dura, dura como una roca.

Su lengua volvió a repasarme la oreja con calma. Sus manos, fuertes y viriles, ahora me rodeaban la cintura. Luego comenzó a bajar muy despacio, su lengua recorría mi cuello mientras mi cuerpo se erizaba y mi culo pedía a gritos que lo penetrara.

Sí, necesitaba sentir su polla dentro.

Mordisqueándome el cuello, su mano se apoderó de mi cabeza, y aunque llevara el pelo corto, pude sentir cómo me agarraba de él, dejándole total libertad para que se comiera mi cuello.

Estaba tan excitado que sentí el precum que expulsaba mi polla gotear el muslo de mi pierna derecha.

Sus manos volvieron a mis nalgas, luego a mi cintura.

Ahora su boca se alejaba de mí mientras su polla se acercaba aún más a mi virgen ano.

Solo sentí cómo una de sus fuertes manos me soltaba la cintura. Imagino que la usó para sujetarse bien la polla, porque lentamente, muy despacio, comencé a sentirla dentro de mí.

— ¡Para!—grité.

Seguía muy excitado, pero el dolor parecía insoportable.

— ¡Aguanta!—ordenó.

Y su boca volvió a mi cuello mientras su cabezón circuncidado permanecía dentro de mi culo, quieto, precavido, sigiloso.

Sus manos recorrían mi espalda con mucha sensualidad rumbo a mis nalgas. Y una vez en ellas, primero las estrujó con fuerza. Luego me propició un par de azotes que me hicieron enloquecer.

Grité, grité excitado.

Entonces me embistió con fuerza. Pude sentir cómo su rabo entraba en mi culito virgen unos centímetros más antes de volver a detenerse y dejarlo dentro, quieto.

Gemí, gemí sin control.

Había dolor, había placer. Había una fascinante mezcla que me enloquecía.

Podía sentirlo dentro de mí. Su polla y mi culo ahora formaban un único ser.

Cachondo, retomó su comida de cuello mientras mi culo se tomaba un descanso. Ahora permitía que su polla se adentrara unos centímetros más, y luego más, y más, y ya su polla estaba dentro de mi culo generándome un placer extraordinario.

Gemí, gemí como nunca.

Entonces me embistió sin descanso, usando mi cintura para empujarse y entrar y salir de mí una y otra vez, una y otra vez, hasta que exploté de placer, y mi rabo comenzó a expulsar lefa como si no tuviera pensado parar nunca.

Sin necesidad de tocarme la polla, sus embestidas habían conseguido que me corriera.

Él también gritó, gritó justo antes de quedarse quieto, con su polla en mi culo, recobrando poco a poco el aliento. Y así estuvimos unos segundos, quizá unos minutos.

Todavía tenía la polla dura, mis muslos yacían manchados con mi propia leche, y a través de mi culo caía la lefa de un árabe desconocido de al menos ocho o diez años mayor que yo que no dudó en ponerse el bañador e irse sin decir nada.