El Diario Sexual de James

La primera vez que hice cruising (Parte 3 de 4)

¿Qué íbamos a hacer? ¿Cómo sería tocar una polla que no fuera la de mis colegas? ¿Quién era ese hombre del que nada sabía?

Sentí miedo, miedo y nervios. Nunca había estado con ninguno que no fuera Rober o Cris . Nunca había metido mi polla en otra boca que no fuera la de ellos o la de Lara y sus amigas. Nunca me había besado con ningún hombre, nunca me habían penetrado. Y su edad, su edad me asustaba tanto como morbo me daba. Era mayor, muy mayor, y yo aún un niño.

Mientras seguía sus pasos las piernas me temblaban.

El cuerpo me pedía correrme sí, pero correrme después de probar cada parte de su cuerpo. Me apetecía besar esa boca, tocar los músculos de sus pectorales, pasar mi lengua por cada uno de sus tatuajes, meterme su polla hasta lo más profundo de la garganta.

Necesitaba sentir el contacto de su piel con mi piel.

No anduvimos mucho cuando nos detuvimos cerca de una roca. Estábamos empezando a transitar el acantilado, y aunque desde la playa podían vernos, esa roca era lo suficientemente alta para servirnos de escondite. Y ahí se puso él, apoyado, esperando que llegara. Ya se había quitado los bóxers de licra, y su rabo, circuncidado, moreno, con un grosor normal y una longitud de al menos dieciocho centímetros, esperaba alzada mi boca. Sus huevos, junto a la base del rabo, estaban cubiertos por un frondoso bosque peludo que me enloqueció. No lo dudé, ni siquiera me molesté en comprobar que el sitio era seguro. Simplemente dejé mi toalla y los slips sobre las rocas y me acuclillé ante él.

Nervioso, agarré su polla con cuidado y la observé con gran fascinación. Deseaba dar el siguiente paso, pero no me atrevía, los nervios ahora habían decidido paralizarme por completo.

Sin embargo el árabe tenía otros planes: conducir mi cabeza hasta su polla. Y lo hizo, claro que lo hizo.

Primero sentí su mano en mi cabeza. Luego la presión que me acercaba cada vez más, e inevitablemente, hasta su rabo, pero antes se la agarró, y cuando ya estaba lo suficiente cerca como para tocar su cabezón con mi lengua, decidió darme un par de pollazos en la cara, y otro par más en los labios.

— Saca la lengua—ordenó.

Y otro par de pollazos me azotaron la lengua antes de que me la metiera en la boca a su antojo.

Sin tiempo a saborear su rabo, el árabe decidió sacármela.

— La lengua—volvió a ordenar.

Y volví a recibir una serie de hasta cuatro pollazos.

— ¡Abre!

Y abrí la boca.

Entonces condujo su polla a través de mis labios con delicadeza. Luego, sujetándome por la cabeza, empezó a follarme rítmicamente la boca.

Cómodo y excitado, primero me tragué sin esfuerzo la mitad de su polla. Luego entró tan adentro que sus vellos púbicos rozaron mi nariz justo antes de provocarme una arcada.

— ¡Bien!

Y sacó la polla humedecida por mis babas antes de pedirme que me levantara.

Nervioso y cardiaco me dejé llevar por sus órdenes, y apoyando mis manos en la roca le di la espalda. De pie, sin saber qué ocurría detrás de mí, pude sentir la fuerza de sus manos estrujarme las nalgas.

Me revolucioné.

Mi polla seguía escupiendo el precum, rogándome permiso para expulsar la leche acumulada, cuando, sin esperarlo, sentí su lengua recorrer mi ano.

Se me escapó un gemido.

Él continuaba con su lengua en mi culo, abriéndose camino despacio, sin apartar sus grandes manos de mis nalgas.

Volví a gemir.

Un placer tan desconocido como indescriptible recorría mi cuerpo. Quería morir, morir de gusto, y poco faltaba para irme en estallido a otro mundo.

Entonces se detuvo, dándome unos segundos para recobrar el sentido.

— ¡Me encantas!—susurró cerca de mi oído, permitiéndome sentir su vaho caliente.

Y su rabo, ahora, me regalaba pollazos en las nalgas.

Volvió a pegarse a mí. Podía sentir su respiración en mi nuca, y su polla dura entre mis nalgas. La quería, la quería sentir entera.