El diario secreto de mi hermana (5)
-DESPEDIDA DE SOLTERA - He descubierto el diario secreto de mi hermana en el cual ella relata, en los mas mínimos detalles, sus experiencias sexuales y demuestra la muy zorra que puede llegar a ser.
He descubierto el diario secreto de mi hermana en el cual ella relata, en los mas mínimos detalles, sus experiencias sexuales. Se llama Claudia, tiene 20 años, es rubia, con el pelo largo y ligeramente ondulado, ojos azules y risueños y labios carnosos. Aunque se trata de mi hermana, he de reconocer que es muy muy guapa y tiene un cuerpo muy bonito y cuidado. La verdad es que nunca me había fijado en ella hasta que empecé a leer su diario, excitándome con cada pagina, pajeandome pensando en ella y descubriendo la muy zorra que podía llegar a ser. Transcribo sus paginas tal como las escribió Claudia, cambiando lo nombres y añadiendo explicaciones, para que os puedan proporcionar todo el placer que he gozado con su lectura.
Estoy echa polvo. Acabo de volver de la fiesta de despedida de Ana ( es una vecina muy amiga de mi hermana. Aunque es 4 años mayor que Claudia, siempre estaban juntas: estudiaban, jugaban , salían y prácticamente han crecido juntas. Es una de sus mejores amigas ) o, mejor dicho, de la post fiesta que hemos improvisado ella y yo.
Hemos ido a cenar a un restaurante erótico donde hacen, además de la comida temática (platos, copas, entrantes, postres, etc. en forma de órganos genitales), también espectáculos: había striptease de chicas y, porsupuestísimo, de hombres y drag queens que cantaban en directo. La verdad es que el sitio estaba muy bien.
Disfrazamos a Ana de conejito playboy en su versión hard: a parte de las típicas orejas, iba vestida con un corpiño negro transparente y liguero que sujetaban unas medias sexy también negras. El diminuto tanga y el sujetador, negros, de encaje y adornados con un lazito rojo, dejaban muy poco a la imaginación. Los zapatos eran de tacón de aguja, abiertos. Obviamente tampoco faltaba la colita blanca y negra. No desentonaba nada con el local, al revés parecía trabajar allí.
«Seguro que no te atreves a ponértelo», le dije cuando le llevamos el disfraz.
Me lanzó una mirada desafiante, la misma que siempre veía en ella desde que eramos niñas cada vez que competíamos, cada vez que le retaba. Sabía que no le gustaba oír aquella frase porqué entonces no le quedaría otra opción que aceptar el desafío en cuanto le gustaba todavía menos pasar por perdedora o, peor aún, por cobarde. Sabía todo esto perfectamente y a veces utilizaba aquellas palabras para sacar algo de provecho.
Se puso el disfraz enseguida, rechazando el tanga y el sujetador que le ofrecíamos para ponerse un conjunto suyo, todavía más atrevido y sexy. Me miró satisfecha y altiva. Ese punto era para ella.
La cena fue de lo más normal: el vino y el cava fluían en gran cantidad y todas nos reíamos de los chistes, a veces tontos y a veces groseros, que nos contábamos. Después de los postres llegó el espectáculo privado del boy que habíamos contratado.
Llegó vestido con un impoluto traje blanco y alas de pluma, se subió a la mesa redonda donde comíamos y se colocó encima de la plataforma que había en el centro. Empezó a desnudarse a ritmo de la musica y todas nos volvimos loca con él: a parte de ser guapísimo, tenía un cuerpo escultural y bien proporcionado.
Finalmente quedó en un diminuto tanga blanco que no podía contener el muy buen aparato que podíamos apreciar y cuya cabeza se salía por la parte superior de la prenda.
«Seguro que no eres capaz de tocársela», le dije a Ana por lo bajini.
De nuevo me lanzó la mirada desafiante, esta vez acompañada por una sonrisa irónica. El boy bajó de la mesa y se acercó a Ana. Bailó un poco delante de ella indiferente a los gritos y a los comentarios que hacíamos, luego le agarró las manos colocándosela en su cadera e invitó a nuestra amiga a tirar del tanga.
Ella lo hizo, bajándoselo sin pestañear y liberando su polla. Estaba completamente depilado y su verga, aunque no totalmente erecta, se veía muy larga y gruesa y fuera de lo normal; vamos, que todas las que estábamos allí, y yo la primera, habríamos dado cualquier cosa para jugar con ella.
De repente todas las chicas lanzaron un chillido fuerte y agudo que hizo que todo el restaurante se volviera hacia nosotras: Ana tenía el miembro del stripper cogido con las dos manos y lo estaba pajeando concentrada, mordiéndose suavemente el labio inferior con los dientes. Todas notamos claramente la erección del chico que se había quedado parado, sorprendido por el atrevimiento de nuestra amiga.
«Lo siento, aquí no se puede...»
Dio unos pasos atrás liberándose de la presa de Ana y enseñando el miembro notablemente levantado.
«¿Y donde se puede que te acompaño?», dijo alguien provocando las risas de las demás.
El boy se marchó y nosotras seguimos con la fiesta. Hicimos pasar más penitencias a Ana, pero nada relevante. Nos marchamos del restaurante y anduvimos hacia una discoteca donde seguir con la fiesta. Pasamos por una calle paralela a la zona donde se prostituyan chicas y travestis.
«¡Ostia Ana! Si vas por allí vestida así seguro que les roba más que un cliente», dijo una y todas se rieron.
«O hace más que ellas», y más risas.
«Pues, yo creo que ni siquiera se atreve a ir con ellas y actuar como una de ellas»
Volvió a desafiarme con la mirada.
«¿Qué te apuestas?», me dijo.
Nos jugamos unas copas en la disco y nos fuimos a la calle de las prostitutas. Ana se quitó las orejas y la cola de conejita, eligió un punto en la acera y esperó. Yo y otra chica nos quedamos a un par de metros de ella por lo que pudiera pasar, las otras se quedaron alejadas y escondidas, observándolo todo.
No pasó mucho tiempo y se paró el primer coche. No podía oír lo que se decían pero parecían no querer marcharse mientras Ana seguía negando continuamente con la cabeza. Me acerqué a ellos.
«¿Qué pasa?»
«¡Ah, si también tienes una amiga! Hola, preciosa»
«He intentado explicarle que no soy una de ellas», me dijo Ana indicando las prostitutas más abajo.
Los ocupantes del coche eran dos hombres de unos cuarenta años, de rasgo elegante y de buen ver y tan bebidos como nosotras.
«Venga, dijo uno de ellos, que ya sabemos que no sois putas, pero por alguna razón estáis aquí, ¿no?»
«Va, solo una mamada, nada más»
«Están ellas para eso», dijo Ana.
«Ya pero con vosotras sería diferente. Da más morbo.»
Si es verdad que conocía bien a mi amiga no podía no haberme dado cuenta de la expresión de su cara mientras pajeaba al stripper: deseaba aquella polla y seguramente se había quedado con el gustillo de metérsela en la boca y saborearla.
«Venga, os prometemos que ni siquiera os tocaremos. ¿Cuánto queréis por una mamada?»
Tal vez Ana necesitaba tan solo un empujoncito.
«Seguro que no te atreves a hacerles una mamada»
De nuevo la misma mirada. Vi sus ojos brillar y supe que había acertado.
«Solo si tú me acompañas»
Asentí con la cabeza y luego se volvió hacia ellos.
«50 cada una»
«¡50!»
«Pero si eso vale follar con una de aquellas!»
«Tú mismo lo has dicho: nosotras somos especiales»
Después de unos diez minutos discutiendo con los dos hombres, acordamos que con esa cantidad lo haríamos completamente desnudas en un hotel cercano que frecuentaban las prostitutas. Obviamente la habitación iba a cargo de ellos. Dije a las demás de esperarnos en la discoteca y nos fuimos sin dar más explicaciones.
«¿Estás segura de hacerlo?», le pregunté a Ana cuando estuvimos a solas.
«En unos días me caso, seguramente no volveré a hacer locuras como ésta. Así mi última noche de marcha como soltera será inolvidable, jejeje»
Una vez en la habitación nos desnudamos mientras los hombres se aseaban. Salieron y vinieron hacia nosotras. cuando nos entregaron el dinero entendimos que ya habían elegido con quien se quedaba cada uno. Se sentaron en la cama y se desabrocharon los pantalones. Como si fuéramos profesionales, les ayudamos a bajarse los pantalones y les quitamos los calzoncillos.
Sus vergas no habían quedado indiferentes al esplendor y la belleza de nuestros cuerpos jóvenes y casi perfectos y se erguían duras y con la cabeza brillante deseosas de ser catadas.
Cogí en mi mano la polla que me había tocado meneándola suavemente mientras daba besitos en el glande. Luego jugué un poco con mi lengua y finalmente la dejé entrar toda en mi boca.
Tener en mis labios aquella polla de alguien de quien ni siquiera sabía el nombre me estaba excitando. Mis pezones se habían puesto duros y sentía mi vagina empezar a lubricar. Me llevé la mano al clítoris y comencé a tocarme.
El hombre también comenzó a manosear mis tetas. En principio habíamos dicho que estaba absolutamente prohibido y no lo consentiríamos pero le dejé hacer. Por lo que pude ver Ana sí que hacía respectar las reglas: cada vez que su hombre le ponía una mano encima ella se la quitaba.
Se corrieron casi a la vez. Ana le hizo acabar con una paja, recibiendo la corrida en sus pechos; Yo, que por entonces estaba muy excitada, no solté el pene y recibí toda su leche caliente y espesa en mi boca. Un poco me la tragué y la demás la dejé caer por mis labios goteando por el mentón. Nos fuimos a limpiar pero cuando salimos del lavabo encontramos a los dos hombres completamente desnudos.
«¿Cuánto queréis para follar?»
«¿No habíamos quedado que solo sería una mamada?»
«Hemos cambiado de idea»
Sacaron unos billetes y nos los tendieron.
«Os damos cien cada una, ¿de acuerdo?»
Ana me miró preocupada. Sus ojos lo decían todo: por favor, ahora callate, hasta aquí hemos llegado. Por mi parte yo seguía excitada y además llevaba días sin enrollarme con nadie o ni siquiera utilizar mi consolador. Y por último estaba el tema de la pasta... Cogí el dinero.
«Yo accepto, pero dejad marchar a mi amiga»
Los dos hombres se miraron. Me acerqué a ellos coqueteando y les acaricié los respectivos penes.
«Seguro que no la necesitamos»
Ana se fue y yo volví a chupar aquellas pollas todavía pringosas.
Hicieron lo que quisieron conmigo o, mejor dicho, les dejé hacer lo que quisieron. Me follaron por la boca, por delante, por detrás, me hicieron doble penetración y se corrieron en mi cara.
Cuando terminaron había tenido ya dos orgasmos fuertes e intensos, sobretodo el primero que llegó casi al principio. Pero la noche no había terminado aún.
Estábamos los tres tendidos encima de la cama descansando cuando uno de ellos se levantó.
«Voy a mear»
Y se marchó. Pero no había dado todavía unos pasos que se paró y se giró hacia mí.
«Un momento, dijo, ¿cuánto quieres para que te mee encima?»
Sonreí. Me lo había pasado genial con aquellos desconocidos y la verdad es que nunca me había planteado que alguien llegaría a pagarme por hacer algo que me gustaba. Le dije un precio, el primero que me vino a la cabeza y aceptó.
Fuimos al lavabo y nos colocamos en la bañera, él de pie y yo arrodillada delante. Comenzó a mear. Recibir aquel liquido dorado y caliente sobre mis pechos era una sensación única, excitante y relajante a la vez. Sentí que volvía a encenderse algo dentro de mí.
«Toma puta, toma»
Por la cara que ponía el hombre debía de gustarle también. Y le gustó todavía más cuando coloqué mi cara delante de su pene para recibir su meado. Y entonces abrí la boca.
«¡Eres más puta que las putas!»
Vacié la boca dejando caer el liquido dorado por mis pechos y comencé a tocarme.
«Deja que te ayude», dijo el hombre y se tumbó en la bañera con la cara entre mis piernas.
Empezó a a pasar su lengua por toda mi vagina aumentando mi excitación y mi placer.
«¿Quieres que me haga pipi?», le dije.
«Sí, puta, ¡mea en mi cara!»
Y lo hice. Fueron solo cuatro gotas pero al cabrón le gustó mucho porqué cuando volvió a lamerme lo hizo con más ahinco y dedicación haciéndome alcanzar otro orgasmo.
Tras habernos duchado lo hicimos otra vez los tres juntos aunque antes uno de ellos tuvo que bajar porqué no tenían suficiente dinero.
Me ha gustado mucho. Me ha gustado mucho hacerlo con dos desconocido. Me ha gustado mucho cobrar para hacerlo. Me ha gustado mucho oir llamarme "puta" o "zorra" y ser tratada como tal. Y además tengo todo este dinero... En una sola noche casi lo que saco en un mes.
Me lo he estado pensando mientras volvía a casa. Y estoy decidida. Cobrar para pasármelo bien. Es solo para privilegiados. Claro, pondré una tarifa alta para hacer un poco de selección y evitar salidos. Y no tendré que pedir dinero a mis padres nunca más. Sí, mañana mismo cuelgo el anuncio en internet.