El diario secreto de mi hermana (3)

-DE INTERCAMBIO - He descubierto el diario secreto de mi hermana en el cual ella relata, en los mas mínimos detalles, sus experiencias sexuales y demuestra la muy zorra que puede llegar a ser.

He descubierto el diario secreto de mi hermana en el cual ella relata, en los mas mínimos detalles, sus experiencias sexuales. Se llama Claudia, tiene 20 años, es rubia, con el pelo largo y ligeramente ondulado, ojos azules y risueños y labios carnosos. Aunque se trata de mi hermana, he de reconocer que es muy muy guapa y tiene un cuerpo muy bonito y cuidado. La verdad es que nunca me había fijado en ella hasta que empecé a leer su diario, excitándome con cada pagina, pajeandome pensando en ella y descubriendo la muy zorra que podía llegar a ser. Transcribo sus paginas tal como las escribió Claudia, cambiando lo nombres y añadiendo explicaciones, para que os puedan proporcionar todo el placer que he gozado con su lectura.

Por fin Juan me llevó a un local de intercambio. ( Juan es un novio que tuvo Claudia durante unos meses y de más de diez años mayor que ella ). Siempre he tenido curiosidad por estos tipos de locales y un día, hablando, salió que él y su ex pareja eran asiduos frecuentadores de uno de estos pubs, el más famoso y el más grande de la ciudad. «¿Porqué no me llevas un día de estos?» Juan se quedó un momento parado, mirándome un poco sorprendido. Llevábamos saliendo juntos ni siquiera un mes y no se esperaba que se lo propusiera tan abierta y directamente. Pero enseguida se alegró por mí y por nosotros, aunque yo creo que más se alegró por él por la manera de definirse como un chico muy afortunado. «No hubiera dicho que te gustaba» «No he dicho que me guste. Nunca he ido y quiero probarlo» «Está bien. Pero, ¿sabes de que va?» «Tonta no soy, además lo dice el mismo nombre, ¿no?» «Sí, pero ¿sabes como funciona?» «Supongo que las parejas no van allí solo a tomar copas» «Bueno, no es tan simple como eso. No todos van a estos locales con las mismas intenciones. Hay quien quiere solo tocar, quien quiere ir más allá y también quien solo quiere mirar. También tienes que saber que hay varias zonas. A parte de la barra puede haber una pista de baile, una zona de sofá o de relax donde la gente puede hablar y conocerse mejor, un cuarto oscuro, camas pequeñas, cama gigante... en fin, dependiendo de como te sientas puedes hacer lo que realmente te apetezca.» La verdad que no sabía como estaban hechos por dentro los locales de intercambio y me gustó lo que me dijo Juan. La curiosidad se volvió deseo. «Me has hecho venir ganas de verlo con mis propios ojos. Espero que me lleves pronto.» El día siguiente Juan me llamó para quedar, diciéndome que tenía una propuesta muy interesante. Me explicó que también hacia tiempo que era miembro de una web de parejas liberales y que había recibido una invitación para la fiesta de aniversario de dicha web que se celebraría el sábado siguiente en un chalet alquilado en la Costa Brava. No estaba muy segura pero Juan aclaró mis dudas. Me dijo que era un tipo de fiesta que se celebraba una vez cada mucho tiempo y era muy exclusiva: concurrían parejas de toda España, algunas de las cuales él había ya conocido en locales liberales o contactado a través de la web. Era como ir a un local de intercambio pero a lo grande, mucho más a lo grande. Con tres diferencias básicas: no habrían las mismas infraestructuras que ofrece un local, no habría una barra sino varias mesas con bebidas tipo "self-service" y no habría nadie que se quedara solamente mirando y por esto tenía que estar muy convencida. Probar no cuesta nada. «De acuerdo. Tengo ganas de que ya sea sábado» La semana pareció no querer pasar nunca pero finalmente llegó el esperado día. Me dijo de vestirme de manera sexy y así lo hice aunque, de haber sabido lo que iba a pasar, no habría empleado toda la tarde en elegir y probar vestidos. Me decidí por el vestido negro que me regaló Bianca ( la mejor amiga de mi hermana que ya conocéis por las anteriores entregas. El vestido en cuestión es muy muy corto, con unos tirantes atados detrás del cuello que apenas tapan las tetas y que deja ver la espalda completamente desnuda hasta el mismísimo culo. Cuando Claudia se lo probó para enseñárnoslo ¡empalmé enseguida! ) y un tanga negro que compré en el sex shop de la esquina ( no puedo explicaros como es porqué no he tenido el placer de verlo ).

Me puse el abrigo largo porqué el tiempo no estaba como para vestidos como aquél y nos fuimos con el coche de Juan. Cuando paramos en un área de servicio para descansar y estirar un poco las piernas me quité el abrigo y le enseñé el vestido.

«¡Madre de Dios! lo tenias bien guardado, ¿eh?»

«La verdad es que no me lo pongo nunca»

«¡Ya lo creo! Si sales con este trozo de tela no has dado dos pasos que ya te están violando»

«Es una lastima, con lo precioso que es...»

«Anda ven, tú sí que eres preciosa»

Me cogió por la cintura, me hizo sentar encima de sus rodillas y nos besamos. Me hubiera gustado estrenar el vestido y el tanga en el lavabo con Juan pero todavía quedaba mucha carretera.

Después de dos horas de viaje llegamos a lo que Juan había llamado chalet: tras cruzar un largo y amplio jardín llegamos a una majestuosa villa de dos pisos con las ventanas del piso inferior todas iluminadas. Entramos.

Había un multitud de gente, la mayoría desnuda. Dejamos los abrigos, nos servimos una copa y Juan me propuso dar una vuelta para conocer el lugar.

Había varias habitaciones de diferente tamaño dispuestas a lo largo del perímetro de la casa y comunicantes entre ellas. En cada habitación había botellas de vino, whisky y licores y, sobretodo, sofás o colchones apoyados en el suelo y cubiertos con sabanas blancas donde grupos de hombres y mujeres disfrutaban de los placeres del sexo abiertamente, sin tabues. Me sentí como si paseara dentro de una película porno.

Acabada la vuelta, mi tanga estaba más que mojado y yo un poco achispada y bastante excitada. Por lo que había visto era la más joven de las presentes y, sin querer pecar de vanidad, probablemente la más guapa.

«Espera un momento que voy al lavabo», me dijo Juan.

Empecé a andar despacio, sin rumbo y pronto me encontré en una habitación, la primera que habíamos visitado en nuestra vuelta.

«Hola, soy Carlos, ¿cómo te llamas?-»

Delante de mí había aparecido un hombre de unos cuarenta años completamente desnudo y depilado, con el miembro erecto que apuntaba hacia mí.

«Claudia. ¿Qué tal?-»

Entonces noté la mano de alguien que me manoseaba el culo. Juan me había avisado de que esto pasaría y que era normal, así que dejé hacer.

«Me gustan tus labios»

Sentí la mano acariciarme la espalda, bajar, deslizarse por debajo del vestido y volver a palpar mi culo.

«Tienes unos labios preciosos», y Carlos se lanzó a besarme.

Sorprendida por lo ocurrido, me quedé parada mientras notaba como la mano apartaba delicadamente mi tanga. Pero de repente se detuvo y sentí como se salía de dentro de mi vestido. Entonces ocurrió lo que nunca pude imaginar.

Sentí manos en todo mi cuerpo, manos que me quitaban el vestido, manos que me sobaban el pecho y el culo, manos que me bajaban el tanga, manos que acariciaban mi vagina... Todo ocurrió en un instante. Un instante que volvió vanas e inútiles las horas de pruebas delante del espejo.

Estaba completamente desnuda y las manos, dos de las cuales pertenecían a Carlos que seguía besándome, hurgaban sin impedimento alguno por todo mi cuerpo deteniéndose sobretodo en frotar mis agujeros.

Aquella situación nueva y extraña no me desagradaba del todo, al contrario, más manos percibía en mi cuerpo y más mojado se ponía mi coño. Hacía rato que estaba devolviendo el beso a Carlos, y, empujada por la excitación, comencé a buscarle la lengua. Fue entonces cuando sentí que buscaba la entrada de mi vagina con la punta de su verga.

Le ayudé separándome los labios con dos dedos a la vez que sentía que alguien estaba lubricando mi ano con crema. Carlos me penetró, clavándomela toda dentro con extrema facilidad. Al mismo tiempo que tensaba mi culo, reflejo que tuve al ser penetrada, sentí que alguien quería entrar por la puerta de atrás.

Relajé los músculos para facilitarle la tarea. Me penetró poco a poco, moviéndose despacio,esperando a que mi orificio se dilatara y se acostumbrara a acoger el grosor de su polla. Y Carlos me seguía bombeando a un ritmo frenético.

«Veo que no has perdido tiempo»

Era Juan, que me miraba divertido.

«Aagghh...»

Fue lo único que conseguí contestarle. Vi como una mujer muy guapa de unos cincuenta años pero muy bien conservada, y que creo le conocía por como se saludaron, empezó a hacerle una mamada y después se lo llevó de la habitación cogiéndole por la verga. Pero yo estaba más pendiente del orgasmo que estaba a punto de llegar.

Fue brutal. Chillé como jamás había hecho en mi vida. Estaba completamente sin control y tan presa de mi intenso placer que no me di cuenta que Carlos se había salido de mi vagina y se había corrido en mi diminuto vello púbico mientras que el hombre que me enculaba, a quien todavía no le había visto la cara, me embestía con más fuerza, sacando su miembro y volviendo a introducirlo en mi ya dilatado orificio.

Lamentablemente no aguantó mucho más. Estaba poniéndome otra vez a mil cuando descargó su leche espesa y caliente que me llenó el culo y goteó en el suelo tras haber sacado su miembro.

«Muy bien Claudia, has estado magnifica»

Me dijo Carlos y me dio un beso en los labios; después me tendió una copa de cava. Me senté en una silla a lado de la mesa de las bebidas para recuperar fuerzas.

Llevaba media copa de cava bebida cuando un negro de cuerpo atlético se acercó a la mesa para servirse un whisky. Delante de mi cara a apenas unos centímetros estaba su pene relajado que descansaba a lo largo de su pierna. Bueno, aquello non era un pene. Era una gran polla, un pollón.

Largo, grueso y brillante, casi le alcanzaba la rodilla (y el tío era alto). Era todavía más grande que mi consolador. Lo miraba preguntándome donde metería toda aquella carne una vez puestos los calzoncillos. Vacié la copa de un sorbo y la dejé encima de la mesa. Con la misma mano agarré aquel pollón y empecé a pajearlo.

El hombre de color se volvió hacia mí y sonrió. Después se colocó de frente para que estuviera más cómoda. Sentía aquel pedazo de carne endurecerse en mi mano. Acerqué la cabeza y abrí la boca. La chupaba y la pajeaba al mismo tiempo mientras que con la otra mano empecé a acariciarle los huevos, de tamaño proporcional a aquella sabrosa asta.

Él me miraba casi impasible y seguía bebiendo de su vaso. Quería que se acordara de mí como yo seguramente me acordaría de él o por lo menos de su polla. Traté de meterme toda su verga en mi boca hasta sus huevos, pero su prepucio llegaba pronto a chocar contra el interior de mi garganta produciéndome arcadas. Tras intentarlo tres veces sin éxito recordé los consejos de Bianca ( la mejor amiga de mi hermana, la del vestido ).

Aguanté la respiración e introduje su polla en mi boca. Cuando noté que su glande estaba llegando al tope, hice como si tragara y por fin llegué a sentir su vello tupido con mis labios. Me la saqué para poder respirar y volví a tragármela entera mientras la saliva se me salía por todos lados.

Aquello debió de gustarle porqué dejó el vaso y apoyó sus manos en mi nuca obligándome a hacerlo un par de veces más. A todo esto, mi vagina estaba que ardía: seguro que estaba manchando la silla de flujos.

El hombre negro me llevó al sofá cercano y me tumbó. Se colocó encima de mí , me penetró con todo su pollón y me cabalgó como un loco. Fui la primera en llegar al orgasmo. Él tardó bastante más, tanto que sentía que me iba a llegar otro..

«Me gustaría quedarme más rato contigo, nena, pero he quedado»

Lo vi alejarse con su pollòn balanceando entre las piernas y el esperma colgandole por el prepucio, dejándome con las ganas de acabar. Me acerqué a los colchones que había en la habitación donde cuatro parejas se lo estaban montando a lo grande. Pillé a un chico que tenía que tener la misma edad de Juan y que, tras dejar de penetrar a una señora morena y rechoncha estaba a punto de penetrar a una rubia.

Me lancé literalmente a mamarle la verga. Tras unas rápidas chupadas le obligué a tumbarse y me coloqué encima moviéndome frenéticamente y gimiendo de placer pero, al mismo tiempo, controlando los músculos de mi vagina para que el chico no se corriera dejándome a medias.

Pero, tal vez por la considerable diferencia de tamaño entre su verga y la del negro o tal vez por haber ya gozado 2 veces, mi orgasmo, aunque lo sentía casi a punto, no llegaba nunca. Necesitaba algo más.

«¿Alguien me quiere penetrar por el culo?»

Pero nadie escuchó mi suplica, al contrario pude oír como alguien (creí reconocer la voz de Carlos, el primer hombre que conocí) hizo un comentario sobre mí que fue seguido por unas risas de hombre y mujeres. Necesitaba terminar.

Me puse dos dedos por el ano, penetrándome sola, pero no era suficiente. Necesitaba una polla.

«¡Que alguien me la meta por el culo!», grité entre gemidos ahogados.

Por fin un hombre corpulento dejó el grupo de a lado y me complació. Y el orgasmo llegó.

No se cuantos orgasmos más tuve aquella noche, no sé cuantos hombre me penetraron, cuantas mujeres besé, cuantas vergas chupé, cuantos coños lamí, cuanta leche tragué. Dejé de contar pronto. Cuando Juan me vino a buscar para marcharnos estaba derrotada.

Por mucho que me limpiara, seguía saliendo esperma por todos los agujeros de mi cuerpo así que recogí mi ropa y me tapé solo con el abrigo y nos fuimos. En el coche me dormí y me desperté en el área de servicio donde Juan se había parado.

«Un poco heavy para ser la primera vez, ¿no?»

Le sonreí.

«Me ha gustado muchísimo»

«Ya lo he visto»

Me besó a la vez que metía su mano en mi pringosa entrepierna.

«Me encanta sentir la leche de otro en tu cuerpo»

Declinó el asiento y me folló en el coche, algo que no hacía desde que tenía 16 años. Le dejé hacer aunque mis agujeros estaban prácticamente insensibles y no noté nada.

Nos fuimos a dormir a su casa y el domingo por la tarde, vencido por mi insistencia, Juan me llevó a tomar una copa a un local de intercambio.