El diario online de Rick Jones

Aunque la historia de Marcos parecía bien cerrada, Rick descubre algo insólito y decide investigar al respecto.

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Diario de una adolescencia gay

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Un relato del Enterrador

El diario online de  ̶M̶a̶r̶c̶o̶s̶ ̶G̶a̶r̶c̶í̶a̶  Rick Jones: La verdad, online

¡Hola, gente! Han pasado un par de meses desde la repentina desaparición de Marcos. Se fue de un día para otro, sin dar ni una sola explicación. Peter me dijo que Trump lo habría deportado, pero yo no quise creerlo. No porque no fuera propio de nuestro nuevo presi, sino porque Marcos nos habría querido informar a todos del suceso para machacarnos por votar a alguien así.

Como es natural, le pregunté a David. Y me sorprendió bastante su reacción: frunció el ceño y agachó la cara, como si no pudiera entablar conmigo contacto visual mientras me respondía. Extrañado, insistí en la pregunta, pero sólo conseguí sacarle que se había pirado por razones familiares y que habían roto. Como buen colega que soy, le ofreció mi apoyo. Sin embargo, lo rechazó con lo que me pareció algo de molestia.

Supuse que era porque estaba demasiado hecho mierda, de modo que decidí darle espacio. Eso sí, cuando quisiera mi ayuda, volvería a sentarme con él como en los viejos tiempos. Le diría a Peter aue se sentara de nuevo con Penelope y ya está. Aunque no creo que a la tía le haga mucha gracia. Después de todo, para despacharla, Peter le gritó: «Oye, tú, al final estoy con Jones. Y en parte es por tu culpa, por meterme ideas raras en la cabeza. Paga por tu insolencia cediéndole tu sitio». Ella dijo que no volviera a hablarle en la vida y se fue. A él se la sudó, y a mí más, claro; yo quería estar con mi novio. En fin, que esto no viene al caso. Lo que os quería contar es otra cosa.

El otro día, estaba tumbado en mi cama pensando en si hacerme una paja o leerme el libro que había sacado de la biblioteca para impresionar a Peter. Entonces apareció la enana. Me ignoró por completo y se dirigió a mi mesita de noche para hacerse con mi PSP.

—¿A dónde coño crees que vas? Voy a jugar al

God of war

. Ni se te ocurra birlarme la consola.

—Si yo tuviera una para mí, no tendríamos ese problema—respondió sin detenerse, aún en camino a ella.

—¿A mí qué me cuentas? Cómprate una. Ésta me la pagué yo limpiándole las orejas al viejales de la casa de al lado.

—¡Agh, qué desagradable! ¿No podrías decir simplemente que le ayudabas con las tareas? De todo lo que hacías en su casa, tenías que resaltar eso. ¡También le cortabas el césped!

—En realidad me lo tiré para conseguir la pasta. No quería decírtelo para no acabar con tu inocencia—me reí—. Tenía que inflarle el rabo con una bomba. Siempre creí que podría explotarme en la cara si me pasaba.

—¡Eres un puto guarro!

—¡Esa lengua! Con lo de «guarro» te has pasado. Lo de puto no te lo discuto, ya que he sido yo mismo el que lo ha confesado.

Suspiró y me sisó la PSP igualmente. Molesto, me incorporé y, al ver que iba a por ella, la enana salió pitando del cuarto, riéndose a todo volumen. Una sonrisa se dibujó en mis labios. «Conque ésas tenemos, ¿eh?». Pegué un salto de la cama y fui tras ella. La muy perra se refugió en su habitación y echó el pestillo. Me cagaba en mis padres y en su decisión de que la niña tuviera privacidad.

Pegué en la puerta y le advertí de que no estaba jugando. Más se descojonaba. La amenacé con llenarle el cepillo de dientes de pelusillas de mi ombligo si no me abría, y ella repuso que si me atrevía a hacer eso, llenaría el suelo de mi habitación con sus tampones usados. ¡Qué puto asco!

Pensaba que podía chivarme a mi madre, pero luego pensé que no era un crío como para ir a llorarle. Bueno, pensé eso y que me diría que compartiera las cosas con mi hermana. No se me ocurría nada. Grité que había fuego y me avergonzó tanto el silencio que pensé que esa tontería había quedado demasiado realista.

Iba a tener que tirar de todo mi ingenio y picardía. Bah, que le den a esas mierdas. No las tenía, de modo que tendría que usar un típico truco de hermano mayor. El teléfono de casa sonó, sacándome de mis devaneos mentales. Bajé las escaleras y avisé a mi madre de que yo lo cogía.

—¿Sí?—pregunté—. ¿David? ¿Que estás por la manzana y quieres hablar conmigo? Claro, tío, vente para mi casa y me cuentas.

Colgué y me puse a silbar distraídamente mientras iba a por algo de merendar. En la cocina me encontré con mis padres, que estaban a punto de marcharse por la puerta de atrás. Dijeron que iban a comprar, pero mi madre se había arreglado, por lo que me olía que sería una cita. Les deseé que se lo pasaran bien y me volví al salón con un par de sandwiches de mantequilla de cacahuete. Por el camino, pasé junto a la puerta y sonó el timbre.

—¿Qué hay, David?—le saludé—. Pareces preocupado. Vamos, siéntate en el sofá y me cuentas.

Cuando avanzaba hacia el salón, la enana se asomó por la escalera, pero no vio nada, así que las bajó en busca de deleitarse sus ojos de salidorra preadolescente. Cuando llegó al final de la escalera pasé por detrás de ella sigilosamente. Descubrió que no había nadie en el salón y miró hacia arriba. «Jódete, que voy a recuperar lo que es mío», dije sacándole el dedo corazón a la par que me mordía el labio inferior.

Me maldijo con insultos que sería muy grosero transcribir, así que los omito. Le describí a viva voz mi plan: revelé que había llamado yo mismo al fijo de casa y que también había llamado al timbre. No podía creer que hubiera caído en un truco tan obvio. Bueno, en realidad estaba claro por qué: mi capacidad actoral, por supuesto. No en vano fue una Julieta con la que cualquiera, independientemente de su sexualidad, se haría una paja.

Triunfal, entré en su cuarto y cerré con el pestillo. Ahora podría buscar a mis aires. Ella se sometió rápidamente a mi victoria, puesto que no tocó en la puerta ni para suplicar. ¡Ja! Estaría lloriqueando tras ella, como Anna de

Frozen.

Eh… Nota mental: pasar menos tiempo con Justin.

Revisé la habitación y no había ni rastro de mi PSP. Ni sobre ni bajo la cama, ni en el escritorio ni en sus cajones, ni sobre su armario ni dentro. Luego caí en la cuenta: ¿y si la cabrona la llevaba consigo? ¡No podía ser! Salí al pasillo y vi que la puerta de mi cuarto estaba cerrada. Llamé y respondió burlona:

—¿Quién eeeeeees?

—¡Abre la jodida puerta ahora mismo, o…!

—Soplarás y soplarás, y la casa derribarás—se parió de risa.

—¡Enana, no me calientes! ¡Ése es mi cuarto! ¡Invades mi intimidad!

—Ah, ¿y tú no? Has sido el primero que ha allanado una propiedad privada.

—¡Que me devuelvas la PSP!

Ahora maldecía a mis padres por decidir que yo tuviera intimidad. Aunque se me pasó rápido.

—¿De verdad creías que iba a caer en un truco tan patético?

—¿Y por qué has bajado? Ya tenías una posición privilegiada.

—Porque igual era verdad. En caso de que lo fuera, me alegraría la vista con David. Y, en caso de que no, pues conseguiría una posición aún más privilegiada para negociar: tu cuarto.

—¿Negociar?

—Me faltan 50 pavos para poder comprarme una New 3DS, y sé que tú tienes algo ahorrado. Si me ayudas a pagarla, te dejo usarla cuando tú me dejes la PSP.

—¿Qué juego vas a pillarte de salida?

—El

Animal Crossing

.

Pensaba aceptar, porque así entraba una consola más en casa y me podría entretener, pero iba a hacerla sufrir un poco, como ella había hecho contigo.

—Vale, pero antes me haré una paja en tu cuarto, que siempre me ha dado mucho morbo.

No respondió. Creo que no me veía capaz. Pero esta vez respondí a su silencio con más silencio y volví a su habitación. Eché el pestillo y encendí la pantalla del ordenador.

—Vamos, cabezón, deja de hacer el ridículo y sal de ahí—oí al otro lado de la puerta.

Resulta que tenía abierto un blog en el que se podía leer: «El diario online de Garcilaso Martín». Me llamó la atención ese nombre y me dio por mirar los archivos. Ojeando los relatos (pues era una web de relatos), me di cuenta por su novio, Davinio, de que Marcos había escrito todo eso. ¡Narraba su relación con David! Y, bueno, aparte había un par de relatos góticos que me dieron mal rollo. Abrí la puerta y la enana entró.

—Dios, ¿lo has encendido? ¿Pretendías hacerlo de verdad? Conociéndote, no me extrañaría…

—¡Qué va! Pero que eso me la suda ahora. ¡Tienes que resumirme esta historia, y hablarme del final punto por punto!

—¿Ésta?—preguntó extrañada—. Ah, pues el capullo del autor ha inventado un final de lo más retorcido. No sabes cuánto he llorado…

—Sí, sí, eres muy sensible y muy dramática. ¡Ya lo sabemos! ¡Desembucha!

—Está bien, te la contaré, tío simpático—respondió irónicamente.

✩✩✩

—Sé lo de Marcos, David—comencé con aire serio.

—¿Ah, sí? Bueno, entonces comprenderás que no quiera hablar de ello—dijo desafiante.

Ahora la escena era real: David estaba en mi salón, sentado frente a mí, y la enana estaba furtivamente asomada en la puerta. Le prohibí que estuviera presente, pero cualquiera la retiene… Mis padres no estaban aquel día tampoco. Se ve que la cita fue un éxito y ahora huyen un poco de nosotros para retozar a gusto.

Mi amigo estaba tan a la defensiva que casi me sentí como si fuera un poli interrogándolo por un delito. Para aplacar un poco esa situación, le di un sanndwich de mantequilla de cacahuete, pero lo rechazó. Éste seguro que es de los que alimentan de lo que comen las vacas con la esperanza de no estar como ellas.

Me zampé en sandwich en sus narices, y exclamó:

—¿Me puedo ir ya?

—David, te vas a Manchester el año que viene. ¿No crees que debemos pasar junto todo el tiempo que podamos? Eres mi mejor amigo…

—¿Y quién ha dicho que tú seas el mío?

Vi a Maggie por el rabillo del ojo, idignada y dispuesta a entrar, pero le hice un gesto con la cabeza y se detuvo.

—Auch—sonreí—. Sé que estás cabreado, pero tú no eres así.

—¿Que no soy así? ¿Y tú qué sabes? ¡¿Qué sabéis todos?! ¡Igual soy un cabronazo y lo disimulo muy bien!—empezó a gritar.

—David, cálmate.

—¡No, no me calmo, tío! ¡Estoy hasta los cojones de que todos den por hecho que soy un niño bueno! ¡No lo soy! ¡Nadie es un ángel!

—Estás gritando. Y no entiendo por qué—señalé con toda la tranquilidad del mundo.

—¡Porque estoy hasta la polla!

Se levantó y me agarró de la camisa ciego de ira. Tenía el puño alzado y la cara desencajada. Quizás por mi eterna sonrisa. Magie de nuevo quise intervenir, pero le hice un gesto a escondidas con la mano.

David se quedó un rato mirándome con el ceño fruncido y dando resoplidos de rabia. He de confesar que nunca lo había visto así. Le perdonaba porque era mi amigo estaba hecho mierda, pero en otras circunstancias le habría partido la cara.

—Vamos, David, pégame. ¿A qué esperas?

En ese momento me soltó y me pidió perdón. Suspiré fuertemente y me eché a reír.

—¿Sabes? En otro tiempo, me la hubiera sudado completamente que me hostiaras, pero desde que tengo novio y tal, no sé por qué, he empezado a temer por mi seguridad.

No habló. Se quedó en silencio con la vista clavada en el suelo.

—Escucha, sé que Marcos se lió con Jared Davis… Joder, es que ese tío es un hijo de puta. Aunque si te sientes mejor, una vez le di un puñetazo. Me hice la mano pedazos, pero creo que le dolió.

—¿Jared Davis? ¿De qué hablas?—murmuró como sin fuerzas—. Marcos nunca me habría engañado. Me quería demasiado para hacer algo así.

¿Me habría equivocado con lo del blog? La descripicón del tal Davinio encajaba a la perfección con David, y la de Garcilaso con Marcos. ¡Además, que salían un Rich y un Perce (o Percy)! Y yo no creo en el azar.

Le expliqué a David lo del blog, e incluso le conté las partes más importantes—según Maggie—.

—Este Marcos...—dijo con una sonrisa melancólica—. El final es falso. Y el resto ha sido embellecido bastante. Por ejemplo, en aquella fiesta yo no dije, borracho, que le quisiera, sino que él se ofreció a ir conmigo a la habitación y yo le metí mano. Ni es cierto que me acosara en el club de arte; yo me alejé de él, y hasta que no volví (tendencia de un hetero curioso, que supongo que es lo que soy), él se alejó de mí. Ni que me pusiera celoso en el cine. Ni que fuera vestido de Santa Claus a su casa. Y tampoco que mi hermana montara esa escenita. Aunque lo de que era Conejito amoroso sí es cierto. De ahí surgió mi interés por él.

—¿Hasta dónde es cierto?

—Pues mira, es verdad que Mila me dijo que debía contar lo nuestro, pero no lo hice. Se cabreó, como es lógico. Pero luego lo entendió. Tampoco tuvo ningún contacto con el entrenador, aunque lo ha retratado bastante fielmente. En fin, a partir de ahí es todo una bola. Lo que pasó es lo siguiente:

»El entrenador me dijo que un cazatalentos de Manchester me había visto en uno de los partidos y que me había ofrecido continuar allí mis estudios. Le pedí tiempo para pensar, y, al final, acepté la oferta. Luego se lo dije a Marcos y él lo comprendió. Después, sin aviso ninguno, se volvió a España. Siempre ha sido muy dramático… Pero creo que es lo mejor. Así la distancia cortará estos sentimientos de raíz.

Ahora fui yo el que se quedó sin palabras. Mi cara debía ser un poema.

—Esa reacción es justo lo que quería evitar. ¿Ves? No hace falta que lo digas. Soy un capullo y un egoísta.

Así que por eso estaba así: no era tanto dolor, sino culpa.

—Para nada, tío. Lo siento mucho. Has tomado una decisión dolorosa, pero la mejor posible. Has sido muy valiente.

—¡No me vengas con ésas, Rick!—volvió a alzar la voz—. ¡¿Tú habrías dejado a Peter por tu futuro?!

—Como yo no tengo de eso, no puedo ponerme en situación. Aunque si te soy sincero, creo que no.

—Marcos creía que yo era perfecto. No hay más que leer lo que escribía de mí. Pero no lo soy. La perfección no existe. Los cuentos de hadas no existen. A veces tienes que dejar a la persona que quieres por tu propio bien, y duele, ¡coño si duele! Pero no te queda otra.

Y eso es todo. Así de cruda es la realidad. Joder, voy a tener que amenazar a Brent para que no le dé jamás a Peter una beca literaria. ¡Qué coño! ¡Yo me iría a vivir con él! ¡Hasta el fin del mundo! Me pondría a currar o algo. Quizás Marcos podría haberlo hecho. Aunque eso no es tan fácil… En fin, creo que podemos concluir que de este triste final nadie tiene la culpa sino el destino  el azar. Estoy seguro de que David triunfará en el mundo del fútbol, y le deseo lo mejor al bueno de Marcos. ¡Los echaré mucho de menos a ambos!

FIN