El diario online de Marcos García 15

El demoledor desenlace del diario de Marcos.

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Diario de una adolescencia gay

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Un relato del Enterrador

El diario online de Marcos García 15: Traición offline

Me sentía como si el aire estuviera viciado. Inhalaba veneno con cada respiración, un residuo de mi acto deleznable. Todo había perdido su inocencia, todo se había corrompido: mis principios, mi pureza, mi amor… Pero, como si condenara mis acciones, mi visión se nubló y dibujó una bruma de vergüenza que difuminó a mi acompañante y sus actos.

Sólo podía dilucidar que estaba en uno de los cubículos del baño, a oscuras, y notaba algo húmedo paseando por mi cuello. Lo único que callaba el silencio era mi respiración agitada y el sonido de sus manos moviéndose violentamente por todo mi cuerpo.

«Abre los ojos», me susurró, «Si no, no tiene gracia». Hice lo que me ordenó, y me sorprendió su expresión complacida. Me dijo que yo le pertenecía durante un rato, y que pretendía aprovechar.

En ningún momento me preguntó por qué, o cuáles eran mis intenciones al pedirle eso. No le importaba realmente. Lo único que parecía interesarle era el dinero, o quizás el hecho de burlarse de un chico aterrorizado. Daba igual. Lo que necesitaba era alguien que se acostara conmigo. Si hacía eso, David jamás me perdonaría, y de ese modo no habría posibilidad de que lo nuestro se arreglara. Debía ser así: tenía que ir a Manchester y cumplir su sueño.

De repente, Jared me dio una bofetada con una actitud molesta. Yo respondí con un titubeo, y entonces manifestó su deseo de que le prestara atención a él y sólo a él, o si no se iba a cabrear mucho. No me convenía cabrearlo, así que decidí al menos fingir que me concentraba en él.

Me quitó la camiseta de un tirón y algo debió de llamarle la atención, porque se quedó unos segundos parado, escrutando mi anatomía. Tras eso, llevó inmediatamente mi mano su polla, que palpitaba impaciente. Determinado, tragué saliva y empecé a jugar con ella: restregué, en un movimiento rápido, la palma desde la base a la punta. Mientras, dejé la boca abierta y dejé escapar suaves jadeos para excitarlo.

Creo que no estaba para preliminares, porque me dio un manotazo y cogió de la muñeca para llevarme al interior de su pantalón. Pues si quería ir a saco, ¡iría a saco! Cuando sintió que le estaba haciendo una paja, soltó un bufido de placer y se puso a jugar con mi pezón. Me estremecí, y volví a cerrar los ojos, por lo que me gané otro bofetón.

—Debe de gustarte que te hostie, porque me estás provocando. Anda, cómeme la polla. Y mírame bien mientras lo haces.

Me agaché totalmente sumiso y, aunque estaba con las lágrimas a punto de saltar, obedecí: le bajé el pantalón y me metí en la boca ese monstruo enorme. No era tan grande como el de David, pero sí que era más gordo, por lo que deduje que me iba a doler más cuando pasáramos a mayores. No me dio tiempo a acomodarme a su grosor cuando Jared ya me estaba empujando en la nuca para que me la metiera hasta el fondo. Casi me ahogo de la impresión; tuve que sacarla para poder toser, y, cómo no, volvió a caerme una galleta en toda la jeta.

Dijo que no había tiempo para mis remilgos de chico virgen y que chupara rápido o me daba una paliza. Yo asentí; después de todo, me merecía aquel trato teniendo en cuenta lo que le estaba haciendo a mi novio. No me quedaba otra que respirar hondo y albergar eso entero en mi interior. Mi objetivo era bajar hasta la base y mantenerme ahí todo el tiempo posible, y después descansaba lamiéndole los huevos y el glande mientras le pajeaba, cosa que le hacía resoplar. Cuando ya llevaba un buen rato y tenía el ritmo cogido, me forzó a ir más rápido tirándome del pelo. Sus gemidos aumentaron, y también el sonido de mis escuetas arcadas. Era un enfermo. Eso le ponía más cachondo.

Un rato después me dio un respiro, porque me la sacó de la boca. Se puso a darme con ella en la mejilla y a mofarse de mí por intentar llegar hasta ella. Son las típicas cosas que son divertidas cuando estás con tu novio, pero que te molestan cuando es un polvo casual.

—Vamos—bufó cuando conseguí colarla entre mis labios—, chupa ahí bien. ¿No es esto lo que querías? ¿No querías que te follara? Pues gánatelo.

—Fóllame la boca—respondí, y me pegó de nuevo.

—Aquí el que manda soy yo. Y haremos lo que yo diga. Pero me parece buena idea.

Abrí la boca y dejé que actuara a sus anchas. Me dio cómo quiso, y sin el menor freno. Yo aguanté cómo pude, respirando por la nariz y esforzándome por aguantar las arcadas.

Una vez se hartó, me tiró del brazo y me estampó contra la pared. Entonces, me gritó que me quitara la camiseta, y, a la par, él se deshizo de sus pantalones.

—Ahora vas a flipar, pequeña zorra—espetó restregando su miembro por mi culo.

Como el depredador que se hace con su presa, Jared apretó su mano contra mis nalgas sin importar que sus uñas se clavaran. Yo emití un suspiro de dolor, pero me ignoró. Clavó su polla de una vez. ¡Eso denota que es un verdadero animal sin sentimientos! Menos mal que mi culo es bastante transitado por la anaconda de David. Esto no quita, claro, que no me doliera. Me dolió, y a rabiar. Pero no me desgarró.

Me embestía una y otra vez. Ido. Ansioso. Frenético. Una y otra vez, una y otra vez. Y yo lloraba porque me estaba haciendo daño. Pero él me mordía en el cuello. Susurraba como debía susurrar el demonio y decía que si gritaba nos pillarían. Quería que parara. Dolía, y echaba de menos a David. ¡A buenas horas! Me acariciaba el pecho, jugaba con mis pezones, me lamía y la espalda. Y eso me asqueaba. ¿Qué había hecho? ¿Por qué lo había hecho? ¡Yo amaba a David!

Mis súplicas no tenían efecto alguna. Sólo lo excitaban aún más. Oía cómo sus huevos chocaban contra mí, cómo resonaban una y otra vez, y oía cómo gemíamos ambos. Nuestro sudor se mezclaba. Nuestros jadeos se mezclaban. Y, entonces pasó. La sacó para correrse, y yo, no sé por qué, me corrí. Y nuestros fluidos se mezclaron.

Luego se fue. Sin despedirse. Y yo me quedé sentado en el suelo, en shock y llorando.

✭✭✭

Crucé el pasillo como un alma en pena. Estaba tan avergonzado que mantenía la cabeza gacha. En el suelo que se mostraba ante mí mi cabeza dibujaba como pequeños fantasmas los recuerdos más felices de mi vida con David: aquel día en la playa, aquella noche en la fiesta, el día que fuimos a su orfanato y me confesó su historia, cuando me regaló aquel juego por Navidad...Yo había destruido todo eso. El único culpable era yo y nada más que yo.

Llegué a la puertas del gimnasio y noté cómo mi corazón se aceleraba. No estaba preparado. ¿Quién lo estaría? Iba a decirle algo muy duro, tanto para él como para mí. Y sería testigo de cómo su alma se quiebra. David me quiere mucho. ¿Y qué se va a llevar a cambio? La mayor traición de su corta vida. Pero era por su bien, y por el de sus hermanos. Debía anteponerlos a mí; eso era lo correcto.

Puede que estén pensando que David jamás creería lo que he hecho. Después de todo, seguro que muchos de ustedes tampoco terminan de creerlo. No se preocupen, yo también era consciente de ello y ya había preparado una artimaña.

Como digo, abrí, y como esperaba, me encontré con un entrenamiento normal y corriente. Todos estaban concentrado en el juego. Excepto Mark, que se había quedado embobado y recibía ahora una dura reprimenda por parte de Eric.

Me dirigí hacia David, y éste, sorprendido al verme, le pidió a Sony un tiempo muerto para venir hacia mí. Sonrió. Sonreí. Le invité a que se sentase a mi lado en el banco y él me preguntó si estaba bien: imagino que en ese momento estaba algo pálido. Pero negué con la cabeza y le agarré la mano. Allá iba.

—David, he hecho algo horrible.

No pude evitar arrancar a llorar de nuevo.

—Eh, eh–me alzó la barbilla con el dedo índice con esa ternura que le caracterizaba—. Vamos, no llores. Sabes que nada de lo que hagas puede hacer que deje de quererte.

—No hagas esto más difícil, por favor–le aparté–. Cuando oigas esto, no querrás volver a verme. Y lo entenderé.

—Qué exagerado eres, de verdad—dijo divertido—. Pues venga, suéltalo ya.

¡Que se lo dijera! ¡Como si fuera tan fácil! Nadie que tuviera un mínimo de corazón podía hablarle así a esos dientes de nácar, a esa orilla de labios que guardaban su boca como al mar, a esos faros cegadores que tenía por ojos… Sus palabras eran como la brisa marina que te acaricia en un día de playa, sus manos como la arena que se abraza a tu cuerpo… ¡Maldita sea! Lo quería demasiado para decírselo.

Ese día, mi propio corazón iba a morir con el de David. Y es muy difícil cometer suicidio. Más de lo que la gente piensa. Para empezar, todos tenemos un cierto instinto de supervivencia y un miedo natural a la muerte. Quien quiere acabar con todo—como era mi caso—debe tener mucho coraje y mucho sufrimiento acumulado. Y yo no tenía ninguna de las dos cosas. ¿A quién iba a engañar? Acostarme con Jared no me había causado ningún pesar profundo; sólo una culpabilidad distante, velada. Como aquello ya había pasado y no había significado nada para mí, era como si hubiera ocurrido en un mal sueño. Iba a necesitar el doble de audacia. Y se me ocurrió usar la táctica que usó mi padre para enseñarme a nadar: me lancé sin pensar.

—Te he puesto los…

—...cuernos?—respondió él irónicamente—. Vamos, Marcos, tú no eres capaz de eso. ¿Por qué te ha dado ahora por gastarme esta broma? ¿Estás poniendo a prueba mis celos o algo? Confío en ti.

Pero Mark, que se había acercado, nos interrumpió con su presencia. Y hallé en su mirada una impotencia y una tristeza que me sobrecogió, aunque la agradeciera.

—No te está mintiendo. Yo lo vi.

—¿Cómo?—preguntó David con la cara desencajada.

—Que vi que él—me señaló, aunque no me dirigió la mirada—lo estaba haciendo con Jared Davis en el baño hace un rato.

A pesar de que tanto Mark como David estaban temblando, yo me sentía muy tranquilo. Quizás me sentía liberado por haber podido completar mi misión. O quizás es que era tanto el dolor que mi cuerpo no respondía.

Como nadie abría la boca, Mark continuó.

—Esta tarde me he encontrado una nota en mi taquilla. Mira.

Le puse la nota en la mano a David, pero se le cayó. Su respiración se había agitado, su rostro estaba tenso y encogido, su ojos estaban fijos en la nada. Lo supe: se le venía el mundo encima. Me agaché y le entregué la nota. Nadie dijo nada, pero supongo que todos la estábamos leyendo. Decía lo siguiente:

«Voy a follarme a Marcos García en el baño. Estás invitado si te apetece una buena paja.

J».

—Llevamos un tiempo haciéndolo. Y, bueno, como me ha dicho que te lo iba a contar, quería hacerlo yo antes. Ese cabrón quería joderme por no dejarle que lo hiciera sin condón. Se debió equivocar de taquilla y dejó el mensaje en la de Mark.

Mentira. Yo lo había hecho todo. Sabía perfectamente que Mark querría ir a investigar para quedar de héroe delante de David, así que tarde o temprano (más bien temprano) se lo iba a contar. Ahora sólo me quedaba rematarlo. El golpe de gracia.

—No te sientas mal—le di un golpecito en el hombro—. Has sido el mejor juguete que he tenido nunca. Joder, si habría podido estar contigo por lo menos un mes más. Empezabas a aburrirme, pero por el sexo habría aguantado.

—¡Serás hijo de…!

Mark vino hacia mí con el puño levantado, con la intención de pegarme. Sin embargo, David lo paró en seco agarrándolo del brazo. El chico se quedó mirando a su capitán con los ojos vidriosos, pero asintió y se fue. Todo el gimnasio nos miraba.

—¡Cómo se ha puesto! Yo no he hecho nada malo. ¿Te he violado acaso? No, sólo me he aprovechado un poco de ti para follar. Pero tú no has salido sin nada: también has follado. ¿o no?

Algo se desgarraba dentro de mí. Y sentí como si me dividiera en dos, y uno de los dos estuviese gritando de dolor a pleno pulmón. Podía escucharlo.

David no hablaba. Me miraba tan sólo.

—Me marcho, tío—me levanté del banco y le ofrecí la mano—. Ha sido un placer, nunca mejor dicho. ¿Me das la mano como despedida?

No reaccionaba. Empezaba a pensar que no le había importado en absoluto. Y eso me puso triste. Aunque… ¿Qué más daba a esas alturas? Bueno, si me molestaba es que lo seguía queriendo. Estaba claro que eso no me iba a ir de un día para otro. Es más, dudaba de que se me fuera en toda la vida.

Entonces pasó. Una lágrima se asomó de su ojo derecho y se lanzó al vacío dejando una estela acuosa en su mejilla. No me dio la mano. Para mi sorpresa, lo que hizo fue abrazarme, y con bastante entusiasmo además.

—Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento.

—¿Q-qué? Oye, para. ¿Qué te pasa? ¿Te acabo de decir que te pongo los cuernos y tú me pides perdón? Pero si el que se ha aprovechado de ti soy yo.

—Perdóname, Marcos. Perdóname por no haber conseguido que te enamoraras de mí como yo lo he estado de ti.

Aquella simple frase retumbaría en mi cabeza como un eco durante muchísimo tiempo. Y en ese momento el otro yo que gritaba se calló dejando paso a una especie de sueño. La realidad me era ajena. Creo que mis sentimientos se estaban protegiendo. No sentía nada, y aun así sabía que estaba sufriendo muchísimo.

—Ya...—me aparté de su abrazo mientras él lloraba—. Rarito…

Dicho eso, salí del gimnasio, e, ingenuo de mí, esperaba que él fuera a detenerme, pero obviamente no lo hizo. De esa forma tan absurda acabó mi romance con David Ripley.

Ahora escribo esto desde un avión rumbo a España. Sí, he cumplido ese tópico tan habitual en el yaoi. Pero soy realista: yo no soy Onodera. Jamás me reencontraré con David. Sólo me quedará llevar una vida normal hasta que aparezca otro que me haga olvidar a ese Dios que estuvo entre mis brazos. La belleza está hecha para ser contemplada, no para ser alcanzada, ¿no? Nunca debió ser mío. Pero, aun así, me alegró de que, por un leve periodo de tiempo, lo fuera.

Mis padres entendieron que quisiera volver a España, y lo han arreglado todo para que viva con mi tía y mis primos. Y, respecto a David, he oído que lo ha reclutado el Manchester, tal y como debía ser. Todo está en su lugar. Bueno, y si no lo está, ya lo estará. Es más importante el futuro de una persona que un corazón herido. Después de todo, el futuro es invariable una vez se convierte en presente, mientras que el corazón siempre puede ser reparado.

Gracias a todos por leer mi diario. Y espero que no me odien demasiado. Aunque no tengo ningún derecho a pedirles eso, porque yo soy el primero que se odia a sí mismo. Hasta nunca, mis queridos lectores. Hasta nunca, David.

El diario online de Marcos García

—FIN—