El diario online de Marcos García 14

Segunda parte de la desgarradora historia de Marcos.

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Diario de una adolescencia gay

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Un relato del Enterrador

El diario online de Marcos García 14: Revelaciones offline

Tras la marcha de David, todos nos quedamos estáticos. Tyler había colocado el balón sobre el suelo y observaba al vestuario con una fiereza algo apesadumbrada. Sony había alzado la cabeza por encima de su consola y fruncía el ceño, cosa que no era nada común en su habitual tranquilidad. Eric miraba a Mark, y éste seguía con la vista sobre mí, como si necesitara escrutarme para discernir la causa del suplicio de su capitán. Mila, por otro lado, tenía una pose tensa sobre el asiento, con las rodillas ligeramente flexionadas: como si en cualquier momento fuera alevantarse para cantarle las cuarenta al entrenador.

A mí me invadía un terror exagerado. Temía con todas mis fuerzas que echaran a David del club de fútbol por culpa de nuestra relación. Sin embargo, pensaba que tenía en mi mano el poder de denunciarlo. Si ese horrible (física y moralmente) entrenador planeaba expulsarlo, sólo tenía que escribir un artículo. De ese modo, lo readmitirían rápidamente para evitar un escándalo con todo el colectivo LGTB. No creo que les interesara dar una imagen de intolerantes. Aunque también pasó por mi cabeza, acto seguido, que mi artículo debía pasar directamente por la probación del director, y, obviamente, jamás aceptaría airear esos asuntos. ¡Daba igual! Lo llevaría a cualquier periódico de la zona, o telefonearía a alguna asociación en pro de los derechos de los homosexuales. ¡Salvaría a David costase lo que costase!

Mila me sacó de mi ensoñación revolucionaria: se acababa de levantar, y con el rostro ensombrecido por la ira, se dirigía al vestuario. La agarré del brazo y la detuve suplicándole que no fuera. No quería causarle más problemas de los necesarios a David. Ella reaccionó relajando su cuerpo y rindiéndose a mi escasa fuerza. Eric se acercó a nosotros y nos aconsejó que no fuéramos. Sería contraproducente, y, además, David sabía cuidarse solo.

Mark vino hacia nosotros, y Eric se giró para mandarlo a entrenar de nuevo, pero al notar su andar taciturno y sus ligeros suspiros, le invitó a acercarse algo preocupado. A continuación, ordenó a los demás que siguieran entrenando. «Aquí no hay nada que ver. ¡Arreando!», gritó a la par que llevaba su mano al hombre de Mark y lo traía hacia nuestro pequeño grupo.

El chico se quedó quieto unos segundos, como perdido en sus propias reflexiones, pero acto después dio un par de pasos hasta mí y me preguntó en tono calmado y tristón:

─¿De verdad estás saliendo con el capitán?

Me llamó la atención que me preguntara eso. Por dos razones: la primera es que era evidente que sí que salía con él, y la segunda es que no sabía por qué le importaba cuando a los demás no.

─¿Estás tonto, o es que tienes cera en los oídos?─respondió por mí Eric.

Mientras ellos discutían a gritos y se insultaban mutuamente, yo me dirigí a Mila, que había agachado la cabeza. Me di cuenta de que la seguía sujetando, de modo que la solté y le pedí disculpas. Ella hizo un gesto de negación y se sentó a mi lado. Sonrió algo forzada, y le dije:

─¿Cómo es que estabas jugando antes, Mila?

Pareció sorprenderse un poco por el cambio de tema. Sin embargo, decidió seguirme el rollo para que así ambos nos olvidáramos de lo desagradable de la situación.

─Verás, Marcos: resulta que los deportes suelen tener campeonatos masculinos y femeninos. Y, como el fútbol es más popular entre los chicos y la escuela tiene que ahorrar costes, decidieron hacer sólo un equipo masculino. Por eso yo no puedo participar en las actividades del club. Y es frustrante, ¿sabes? Yo adoro el fútbol tanto o más que ellos─señaló a Tyler, que estaba jugando con un par de novatos─. ¿Por qué el hecho de ser mujer me impide jugar con ellos?

─Es ridículo, la verdad.

─Cuando empecé el instituto y vi que había club de fútbol, me emocioné mucho. Yo siempre había sido la mejor de mi barrio, y sabía que pasaría las pruebas de admisión sin ningún problema. Era la única chica que se había presentado, y el entrenador, en cuanto me vio, se acercó directamente a mí. Me llamó marimacho y feminazi, e insinuó que acabaría mis días sola, puesto que no sabía cuál era mi lugar. Marcos, no te puedes ni imaginar la humillación que sufrí aquel día. Lejos de ser discreto, lo gritó a los cuatro vientos, para que todos los oyeran y quedara patente su dureza y su autoridad.

En ese momento Mila apretó los puños y dejó escapar un ligero suspiro de impotencia. Noté que se le hizo un nudo en la garganta, pero no dije nada: la dejé continuar.

–Se le iban a salir los ojos de las órbitas, y tenía el cuerpo echado hacia delante. Yo era una cría, y, obviamente, tenía miedo. Empecé a llorar sin remedio. Y, como nadie me defendió, eché a correr hacia la puerta; hasta que una mano me interceptó el brazo y me detuvo. Miré a través del velo de lágrimas a mi salvador: Eric.

–¿Eric? ¿Tu salvador?–le interrumpió Mark, dejando patente que, aunque se estaba peleando, tenía la oreja pegada de una forma nada decorosa.

El mencionado frunció el ceño. Parecía querer guardar esa historia en secreto. No obstante, no dijo nada en absoluto; se quedó apartando la vista y punto.

–Éramos dos niños–sonrió Mila–, dos recién llegados de primero, y seguro que estaba tan aterrado como yo, pero dijo que… ¿Cómo era? ¿Qué dijiste, Eric?–se rió, y el chico se sonrojó–. Fue algo así como «¡¿No te han enseñado que nunca se debe hacer llorar a una chica?!”, aunque he de decir que luego lo estropeaste un poco al declarar que te parecía muy mal que no hubiera chicas por allí para alegraros la vista. Aun con todo, me defendiste, y cuando el entrenador te echó, por mi culpa, no te enfadaste conmigo, sino que me acompañaste fuera. Aquel día nos hicimos amigos, ¿recuerdas?

–Te empeñas en ponerme de héroe, pero te he dicho mil veces que sólo lo hice porque vi que estabas buena y me pareció una buena oportunidad para echar un polvo.

–Y lo conseguiste–respondió la chica, con una expresión irónica–. Pero que sigamos siendo amigos hoy día demuestra que no hiciste aquello sólo por interés.

–Una pregunta: si ambos fuisteis expulsados por el entrenador, ¿cómo es que estáis en el club?–pregunté para salvar a Eric del apuro, justo antes de que respondiera.

–Al día siguiente, un chico de la otra clase se acercó a nosotros. Yo reconocía su cara; lo había visto entre los aspirantes al club de fútbol. El muchacho dijo que había conseguido que le hicieran una prueba a Eric, y que a mí, si quería, me admitieran de mánager. «No he conseguido que te dejen jugar, lo siento. Pero no importa. Cuando ese señor tan desagradable no esté delante, siempre podrás echar conmigo todas las pachangas que quieras. ¡Y si alguien dice algo, se las tendrá que ver conmigo!». Ése era tu querido novio, Marcos.

–Según oímos después, David había hecho una exposición tan espectacular, que tenía al entrenador comiendo de su mano. Por eso nos consiguió los puestos–añadió Eric.

Aquella historia me pareció de lo más increíble. Era controversial, melancólica y preciosa: justo las tres cosas que más interesan en periodismo. Ya había decidido que escribiría sobre eso; expondría el machismo y las malas formas de ese horrible entrenador y enardecería la caballerosidad y la tolerancia de dos niños que se jugaron su puesto en el club de fútbol por defender a una chica.

Mark pareció incluso más cabizbajo después de escuchar la conversación, y creía que iba a decirme algo, pero Eric se lo llevó advirtiendo que llevaban ya un rato de cháchara y tenían que seguir entrenando. Con una maliciosa intención de despertarle, o al menos de sacarle de sus pensamientos, le dio una palmada en el cogote que casi lo arroja al suelo. Mark, enfurecido, le dio un pisotón, cosa que es un recurso habitual de las personas bajitas.

Yo seguí hablando un rato con Mila, y me estuvo contando algunos detalles de su relación con Eric. Parece que el pobre muchacho tenía muchas carencias emocionales porque su padre jamás le dio cariño, o algo así. Mila me aseguró que terminaron bien tras su breve estancia juntos. Por lo visto, ella sabía que él no podía enamorarse realmente hasta que no superase sus problemas, y consideró que ella era incapaz de ayudarle a superarlos. Lo más curioso es que la idea de romper fue de Eric, y por el bien de la chica. No era tan capullo como parecía.

En éstas, David salió del vestuario con su típica sonrisa de «todo está bien» cuando en realidad denota que todo va de puta pena. Atravesó la escasa muchedumbre de jugadores y se acercó a nosotros. Mila lo miró con expresión interrogante, y él se encogió de hombros. Después, ella se levantó y suspiró, dejándonos atrás mientras se reincorporaba al juego. Algo distraídamente, David comentó que estaba seguro que a Tyler le gustaba Mila, pero que, con lo bruto que era, jamás se le iba a declarar. No me interesaba lo más mínimo, pero me parecía que no era plato de buen gusto que le preguntara allí, delante de todos, si no quería contarlo. Le tendría que sonsacar lo que había dicho el entrenador, ¡y vaya si iba a hacerlo!

Cuando David se puso a entrenar me puse a escribir un borrador de mi artículo, tratando de ordenar las ideas y viendo cómo iba a organizarlas. Estaba tan concentrado, que casi me dan varios pelotazos en la cara. Uno de ellos estuvo a punto de rozarme la nariz, pero trazando una parábola, fue a parar a la cara del pobre Mark. En cuanto el balón rozó el suelo, dos ríos de sangre emanaron de sus orificios nasales. Eric estalló en carcajadas.

El resto fue corriendo a ver cómo estaba, y muchos se ofrecieron a llevarlo al entrenador para que lo curara. Pero yo me ofrecí para que nadie perdiera tiempo de entrenamiento. Igual así podría conocer un poco mejor a ese señor tan diabólico.

A Mark pareció no hacerle mucha gracia la idea. De hecho, manifestó que prefería que lo llevara cualquier otro. Sin embargo, cuando ese otro fue Eric, se agarró de mi brazo y me pidió que fuéramos lo más rápido posible, porque necesitaba entrenar más. Así se lo prometí.

Todos siguieron jugando como si nada, y yo me interné, junto a Mark, en el interior del vestuario. Lo primero que pensé al entrar en ese sitio fue que la iluminación era insuficiente, en un sentido amplio. Una hilera de taquillas sombrías se agrupaban paralelamente a una serie de duchas. Las puertas de éstas tapaban sólo lo que tenían que tapar, y, como enfrente había largos bancos, pensaba quedarme algún día a esperar mientras David se duchaba. ¿Qué pasa? Yo también tengo necesidades: que yo haya comido no quiere decir que no pueda mirar la carta.

Al fondo de la estancia había una puerta en la que ponía: «entrenador». Supuse que era su despacho, de modo que dejé a Mark sentado en uno de los bancos y llamé a la puerta. Nadie respondió, así que giré el picaporte y abrí. Al otro lado hallé al entrenador, repanchingado en la silla y comiendo doritos mientras veía

The walking dead

en una tablet. En cuanto me vio, su gesto se tornó fiero, pero no le di tiempo a abrir la boca. Le dije que le habían dado un porrazo al pobre Mark y que necesitaba que lo examinaran.

Con un aluvión violento, se alzó de la silla, y se dirigió, ojiplático a donde estaba Mark. Mientras caminaba recuperó la compostura y sus nervios se disolvieron, dando paso a un vaivén hipnótico de sus lorzas. Entonces el entrenador alcanzó al chico, le palpó palpó la nariz y le preguntó si le dolía. Mark respondió que sí, pero más que nada por el tremendo apretón que le había dado. Al poco dictaminó que no había peligro, y tras aconsejarle que se inclinara hacia delante y no se tapara la nariz, fue a por algo de algodón y agua oxigenada para limpiar al zona herida.

Yo le seguí, y mientras rebuscaba en un armarito del fondo de su despacho, me habló.

–No te hagas ilusiones, sarasa, que lo de David es sólo una fase. No sé cómo le has comido la cabeza, pero él no es como vosotros; él es normal. Y tarde o temprano recuperará la razón.

–Lo que usted diga–respondí fríamente, aunque ligeramente achantado.

–Lo que me jode es que, por tu culpa, el chaval se va a quedar sin esa oportunidad de oro. Le ofrecen llevarle a Manchester con una beca deportiva para jugar en su equipo, y va el tío y lo rechaza para quedarse aquí mariconeando.

–¿U-una beca?

–Eso es. Y yo que creía que era porque habría dejado preñada a alguna… Hasta me ofrecí para ayudarle a desaparecer. Pero resulta que era porque tenía un novio. El único de estos inútiles que sabe jugar de verdad, y se queda aquí por un tío, y encima un panchito.

–Yo no soy…

–Va a perder la oportunidad de su vida por ti. Esto hubiera sido la salvación de sus hermanos, su ascenso a la fama, su camino a la felicidad.

–¡Pero ha sido decisión de David!

Mi corazón iba a mil por hora. Me temblaba la voz, y estaba a punto de echarme a llorar. Debía tener los mismos síntomas que presentó Mila. Ese hombre… No podía creerlo. Pero no parecía que me estuviera mintiendo…

–¿Y de verdad eres tan ingenuo como para creer que jamás se arrepentirá? Cuando se dé cuenta de que lo vuestro es antinatural y se canse de ti, ya será demasiado tarde. Odio a los de tu calaña: primero nos quitabais los trabajos, después a las mujeres y ahora también les robáis el futuro a los jóvenes. ¿Sabes? Creo que le harías un favor a David, y a toda la humanidad, si te murieras, escoria.

Me quedé totalmente inmóvil. Sus ojos estaban clavados en los míos, y tenían tal agresividad, que solamente puede responder agachando la cabeza. Pensé que así era esa clase de persona: usa su fuerza bruta y su su lenguaje corporal para sobreponerse a personas débiles y de baja autoestima. Aunque no llevara razón, con esa actitud se aseguraba que nadie le replicara y quedaba como vencedor indiscutible del debate.

–Entrenador...–apareció Mark tras la puerta–, ¿sucede algo? Tardaba mucho, y me estoy mareando.

–¡Joder, chico, te dije que permanecieras sentado! ¡Mira cómo has puesto el suelo!

–L-lo siento…

–¡Anda, tomad el algodón y largaos de mi vista! Tú–me señaló–. Seguro que haces muy bien de enfermera.

Dicho esto, nos cerró la puerta de un portazo. Me tuve que encargar yo de limpiarle la sangre a Mark y de quedarme con él hasta que se le pasara el mareo. Pero antes avisé a todos de que estaba bien.

Mark estuvo un rato poniendo verde a Eric delante de mí. Al hablar tanto de él, daba la sensación de que, más que enemigos, eran bastante amigos, e incluso algo más, diría yo. Según había oído, salían juntos por una ridícula apuesta que hubiera sido ofensiva para todo el colectivo LGTB. Era una forma absurda de diversión que tenía Eric para burlarse de Mark, pero yo no podía concentrarme ahora en niñerías; estaba demasiado preocupado por la revelación del entrenador.

–Oye, Marcos–me preguntó–. ¿Eres feliz con el capitán?

–Por supuesto–sonreí–. Nadie me había hecho tan feliz en toda mi vida.

–Jamás pensé que pudiera ser gay. Como siempre tuvo a todas esas chicas detrás… Y, además, como salió con algunas de ellas. Lo siento si ha parecido que me ha decepcionado que lo fuera. No era mi intención: no soy homófobo ni nada por el estilo. Es sólo que… Bueno, que me ha sorprendido. Él siempre ha representado la vida de futbolista que siempre he perseguido: éxito, amigos y… chicas.

–En el caso de David habría que añadir chicos, por su gran número de fans–suspiré–. Pero le siguen gustando las chicas. Supongo que es bisexual o algo así. No se preocupa demasiado por su identidad sexual, y no se define. Podemos dejarlo en demisexual, supongo.

–¿Demosexual? ¿Significa que hace pruebas para ver cuál es su sexualidad?

–Demosexual no. Es más, esa palabra no existe. Demisexual. Es una persona que se enamora de almas, y no de sexos.

Asintió. Creo que no lo entendía muy bien, y, la verdad, yo tampoco, pero supongo que ambos éramos demasiado superficiales. Lo imoprtante es que todo el mundo tenga claro lo que es y esté contento con ello.

Mientras hablábamos, mi cabeza iba constantemente al tema de David. ¿Yo le iba a costar su futuro prometedor? ¿A cambio de qué? De mi compañía. No creo que estar conmigo merezca tanto, ¿no creen? Lo sé, lo sé, ésta es la típica situación de las telenovelas o del yaoi en la que el protagonista renuncia a su amado por su bien, y todos lloramos, porque en realidad los dos quieren estar juntos. Su amado llora profundamente que haya salido de su vida, y años después, cuando se reencuentran, porque siempre lo hacen, siente rencor por lo que le hizo. Pero al final vuelven a estar juntos.

Pero para sacrificarse por tu pareja uno no puede ser egoísta, y yo, como todos los jóvenes, lo soy. David era demasiado preciado para despojarme de él, aunque si él me lo hubiera pedido, no habría hecho el menor reproche. Igual tenía que ser generoso por una vez en mi vida y no acabar con la vida de mi novio para que yo pudiera seguir teniéndolo.

Era consciente de que era algo que es mejor hablar entre los dos. Sin embargo, tenía miedo. Y no era miedo a que me dejara y se fuera a Manchester, sino a que me dijera que prefería quedarse conmigo y que años después se arrepintiera. Ese hombre horrible llevaba parte de razón en su discurso de odio. Y si llevaba parte de razón, quizás era cierto más de lo que decía. Puede que David sólo estuviera pasando por una fase, y que se cansaría de jugar a los novios arco-iris en unas semanas.

Tras un buen rato charlando, Mark me aseguró que se encontraba mucho mejor, y regresó al entrenamiento, de modo que yo volví a los bancos de donde estaban las pistas. No obstante, dejé el artículo por imposible: mi cerebro volvía una y otra vez a mis movidas con David.

A las 17 David y yo nos fuimos juntos, y estuvimos en silencio gran parte del camino. Sólo mencionamos algunos detalles triviales del insti y del club de fútbol. Él, como caballero que era, me dejó en casa y se fue. Y yo me arrojé a la cama boca arriba, sin ponerme el pijama ni nada. Observaba el techo mientras sopesaba qué hacer a continuación. Apareció, de forma fugaz, la idea del suicidio, pero era poco práctica: nadie salía ganando con eso. De todas formas, no había que darle mucha importancia, porque no hay adolescente que no piense en quitarse la vida al menos tres veces por semana. «No valoramos la vida porque, en el fondo, no tememos perderla. El final está demasiado distante como para considerarlo un peligro», pensé algo divertido.

Decidí escribir el dichoso artículo para olvidarme de mis problemas, y no conseguí más que un amasijo de ideas desordenadas con forma de texto. Siempre acababa resaltando la figura de David en la historia de Mila, hasta el punto de olvidarme de Eric y de ella, la misma protagonista. Al final aquello parecía una oda a David, y no a la tolerancia. «Nadie es tan perfecto», bufé. Pero para mí lo era. Es cierto que a veces parecía un poco cortito y que era distraído, pero era la persona con el mejor corazón que había visto en mi vida. Sonreí. Y es por eso que yo debía rompérselo.

Me acosté sin cenar y sin ponerme el pijama, y me quedé dormido tras varias horas de dar vueltas en la cama, pensando en cómo podía hacerlo.

✭✭✭✭

–¿Entonces estás dispuesto a hacerme el favor?–pregunté inquieto.

–Ni de coña–respondió Axel, con cara de pocos amigos–. Lo que me pides es tan surrealista, tan absurdo, que no merece la pena ni que te conteste. Es más, me hace plantearme si no tienes problemas psicológicos.

Ya sabía que no era buena idea preguntarle a él, pero me pareció que era la única persona con una moral tan endeble como para ayudarme. Supongo que eso demostraba que lo pedía era verdaderamente atroz. Aunque igual es que no quería ayudarme y punto.

Le ofrecí una cantidad de dinero considerable, y aun así se negó a hacerlo. Le supliqué una y otra vez, y aun así dijo que no quería saber nada. Estaba claro que no podía apelar a su compasión, porque Axel McArthur parecía no tener de eso, de modo que me rendí y me volví a mi sitio. Había mandado a David a por una chocolatina a la máquina para que no se enterara, y ahora no podía hacer otra cosa que esperarlo.

Alice ya no se sentaba conmigo. Estaba al otro lado de la clase, con su novio, Douglas. La observé fugazmente, y me sonreía a mí mismo. Me alegraba por ella; había conseguido la felicidad que yo jamás hubiera podido darle. Nuestras miradas se cruzaron por un momento, y ambos hicimos como si no nos hubiéramos percatado. Es triste, pero a veces la amistad acaba así.

De repente, apareció un chico alto con de aspecto de delincuente y se dirigió a la mesa de Axel para hablar con él.

–Jordan me ha dicho que me buscabas–reveló el chico sentándose sobre la mesa de Axel.

–Así es. Escúchame bien–dijo Axel–: le voy a decir a ese gilipollas que, como vuelva a tocarle un solo pelo a Justin, le voy a exprimir como a una naranja. Y lo mismo va por ti, Jared.

–Vaya, qué miedo–soltó burlón el otro–. ¿Qué necesidad tendría yo de acercarme a él cuando debe de aborrecerme profundamente? En fin, ¿se lo has contado al pequeño Casanova? Seguro que se pone contento.

–Él no debe enterarse. Como se te vaya la lengua, te mataré.

–Estás muy violento, Axel. Deberías relajarte. No diré ni haré nada, ¿vale? Tan sólo actuaré si puedo compensar de alguna forma lo que he hecho, para que el chico pueda estar en mi presencia. ¿Me lo permite su Majestad?

Axel bufó, y el tal Jared lo tomó como un sí. Ahí se acabó la conversación. Después, Axel mencionó que iba a hablar con Jordan, y el otro chico decidió acompañarle. Se fueron. Yo estaba inquieto, cada vez más inquieto, de manera que me levanté y salí al pasillo a esperar a David. La impaciencia me controlaba de tal forma, que no me di cuenta de que un chico se acercaba hacia mí. Era el hermano de Wright, y preguntaba por él, pero lo eché de malas maneras, y estoy seguro de que me odió un poco. Luego apareció David y regresamos juntos al aula.

–He visto a Peter y a Rick entrar en el baño de chicos. Han ido a celebrar que Rick ha sacado un 6 en historia.

–Un 6 y lo celebra–comenté distraídamente–. Yo tengo un 9 y aquí estoy.

–¿Quieres que vayamos a celebrarlo también?

–No es necesario–suspiré algo abatido.

Axel apareció muy poco después, y emitió un gesto de decepción hacia mí. Yo aparté la cara y me senté junto a David.

Un rato más tarde, cuando David ya se había ido al club de fútbol, paseé un rato por el instituto para ver si encontraba a ese poligonero, a ese Jared, para pedirle el favor que Axel no quiso aceptar. Y tuve la suerte de verlo salir del despacio del director farfullando:

–Puto Axel…

Lo de compensarle era mentira. Es lo típico que se dice para quedar bien. ¿Por qué viene corriendo a pedirme que le salve el culo a su putita? ¡Que hubiera ido él al despacho y le hubiera dicho a esa bola de grasa que la culpa era de Jordan!

Le llamé y se giró extrañado. Alzó ambas cejas y siguió andando, pero cuando grité que tenía que pedirle un trabajo y que pensaba pagarle, volvió a caminar hacia mí. Con una sonrisa malévola se inclinó y me colocó la mano en la barbilla.

–¿En qué puedo ayudarte, amigo hispanoamericano?

–¡Que no soy…! Bah, me da igual. Es una cosa sencilla. Hasta creo que la puedes disfrutar. Y te ganarás 500 dólares.

–No pienso cargarme a nadie. Soy un macarra, pero no un asesino. Que conste–apretó.

–¡Qué va! ¡Es mucho más sencillo que todo eso!

–Estás temblando, amigo–su sonrisa se amplió–. Eso me gusta. Eres bastante mono si se te mira bien. ¿Cómo te llamas?

–M-marcos.

–Marcos, ¿eh? Dime de una vez lo que necesitas.

Cerré los ojos con fuerza y tragué saliva. Iba a decirlo, iba a hacerlo. No había marcha atrás. David jamás volvería a mirarme a la cara. Pero era lo que quería. Mis pupilas vacilantes se clavaron en sus pupilas frías.

–Q-quiero… que te acuestes conmigo.

Sus ojos se agrandaron. Y después rió.

–Acepto.

CONTINUARÁ…