El diario online de Marcos García 13

Marcos decide relatar una historia devastadora. ¿Qué será?

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Diario de una adolescencia gay

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Un relato del Enterrador

El diario online de Marcos García 13: Mi devastador relato online

Antes de comenzar con el relato que planeo contarles, me gustaría aclarar y adelantar su final, para que nadie se lleve sorpresas ni disgustos. Si me dirijo hoy a ustedes es para narrar los acontecimientos que me han llevado hasta donde estoy ahora. He estado pensando en cómo suavizar la noticia, pero no sé hacerlo. Sobre todo porque yo soy el primer afectado y el que más está sufriendo por ello. Así que, con su permiso, voy a soltarlo sin más. Tomen aire.

David y yo hemos roto. Y tienen todo el derecho a enfadarse conmigo, pues, cómo no, yo soy el único culpable. Pero antes de que decidan insultarme y/o darme una paliza de muerte, déjenme explicarles cómo pasó. Eso sí, no esperen un milagro de esta lectura. Quedan enteramente advertidos de que el final es ése y no otro: David y yo ya no estamos juntos. Y nunca volveremos a estarlo.

Pero, bueno, comencemos, que seguro que están impacientes por saber. Todo empezó hará cosa de un mes─Siento no haberlo escrito antes. Sin embargo, mi estado de ánimo no me permitía hacerlo─, justo un día después de que David se quedara a dormir en mi casa.

Teníamos que ir a clase, de modo que no me quedó otra que poner el despertador. Si no, hubiera disfrutado sin ningún remordimiento de dormir sobre su acogedor pecho hasta bien entrado el mediodía. Como digo, sonó el despertador, y, con mi habitual mala leche matutina, lo apagué.

Justo cuando pensaba matar al primer ser vivo que me encontrara, mi vista se posó con la imagen de David, plácidamente dormido y con sus brazos cubriéndome el cuerpo de un modo tan tierno, que sería difícil de describir. Su leve respiración y el consiguiente ascenso de su vientre me daban ganas de llenarlo a besos y después volver a acostarme.

No obstante, tenía un entrenamiento importante ese día, y no podía ser. Algo disgustado, lo sacudí ligeramente y le dije que teníamos que levantarnos.

Cuando sus ojos se abrieron me sentí como si presenciara el amanecer. Sus iris verdes iluminaron todo mi mundo en tan sólo un segundo. Sonrió con esa sinceridad que sólo he visto en él, y me abrazó más fuerte, soltando un quejido de cansancio y súplica. Lo admito, esa mañana me empalmé varias veces.

─¿No podemos quedarnos un poco más? Tengo sueño─me preguntó divertido.

─A mí no me mires. Por mí nos quedaríamos así hasta el fin de los tiempos. Eres tú el que tiene que ir al entrenamiento de hoy.

─Bueno, pero el entrenamiento no es hasta las 15:30. Podemos dormir un rato más e ir más tarde.

Acepté sin resistirme lo más mínimo y él, puede que para celebrarlo, me alzó de las caderas y me tumbó sobre sí. Aunque algo colorado, le observé con picardía, y me plantó un beso en la mejilla con sus maneras habituales. Dios mío, en ese momento yo ya quería hacer cualquier cosa que no fuera volver al sueño.

Llevé la mano a su barbilla y la acaricié suavemente mientras acercaba mi rostro. Parecía algo impaciente; me agarró delicadamente de la nuca y juntó nuestros labios. Rápidamente, su lengua escapó de su prisión de perlas y salió a buscar la mía, que la seguía en su baile con el mismo ímpetu. Entonces las caricias se extendieron por nuestros cuerpos. Saboreé cada centímetro de su pecho escultural con mis dedos, aunque no negaré que hubiera deseado hacerlo sin que él llevara puesta la camiseta.

Su siguiente movimiento fue darme un mordisquito en el lóbulo de la oreja y confesarme que ya no tenía sueño. El sonido susurrante que salió de sus labios me hizo estremecer. ¡Nadie hubiera podido resistirse a esa armoniosa voz! Bueno, siendo sinceros, si me hubiera podido resistir, igualmente no lo habría hecho.

Dejé de lado todo reparo y me incorporé sentándome sobre su pelvis. Hizo un ademán complacido y me acarició la mejilla.

─Yo tampoco tengo sueño, David─dije en tono infantil, restregándome sobre su paquete con intenciones impuras─. Quiero jugar.

Su polla reaccionó inmediatamente, y eso hizo que mi calentón aumentara. Fuera por mi baja autoestima o por lo que fuera, excitarlo me hacía muy feliz; sentirme deseado me ponía bastante.

No esperé su respuesta. Le bajé los pantalones y liberé su enorme miembro, que se estiró al salir de su espacio limitado. Lo primero que hice fue metérmela hasta el fondo de la garganta. El gusto se sumó con la sorpresa, y no pudo evitar dejar escapar un gemido de placer.

Alcé los ojos y le di un lametón de arriba a abajo. Triunfante, presencié cómo su gesto se tensaba y cómo dejaba escapar un resoplo. Eso me encendió aún más, de modo que agarré la base de su monstruosa anaconda y dirigí mis cabezadas para masturbarle y chupársela a la vez. Había que recurrir a eso porque mi garganta no podía albergar semejante bestia por mucho tiempo; sólo me podía limitar a tenerla dentro durante unos segundos, y necesitaba tras ello descansar un rato para coger aire.

Luego bajé hasta sus huevos serpenteando la lengua, y los aspiré uno tras otro sin dejar de pajearle. De repente, me detuvo y tiró de mi brazo para acercarme a él. Con una furia propia de la irracionalidad y el instinto más primario, me dio un morreo al mismo tiempo que me giraba y se ponía encima de mí. ¿Quién no se hubiera complacido ante la vista de su camiseta volando por los aires? ¿Quién no se hubiera complacido con volver a ver ese cuerpo que, por mucho que se viera, siempre alegraba? Su torso desnudo era perfecto, como la imagen de una escultura o como el que deben de tener los dioses. Los ángeles habían esculpido esos pectorales rocosos, esos abdominales hercúleos, esos bíceps abultados… Dios, sólo con esa vista habría podido correrme.

Me incorporé como pude y me dispuse a besar su tersa piel, pero David se abalanzó sobre mi cuello y me detuvo. Ante mi desconcierto, paseó sus dientes por la superficie de mi clavícula y la mordisqueó con un movimiento rápido, como un gato que se divierte con la desgracia de un pobre ratón. Dejé escapar un jadeo bastante escandaloso, cosa que él identificó como una muestra de dolor (y no lo era). Supongo que por eso lamió inmediatamente la zona atacada y restregó sus labios con un cariño atento.

Simultáneamente noté cómo me agarraba la polla a través del pantalón, y no pude evitar sobresaltarme. Y, para colmo, se puso a succionar mi cuello y a dejar un rastro de chupetones en él. En pleno verano iba a pasarlo un poco mal para esconderlos. Sin embargo, en ese momento aquello era lo último en lo que pensaba. Rodeé su cabeza con mis brazos y, entre gemidos, me dejé llevar. Cuando su mano penetró en la tela, creía que me iba a dar algo, y ya cuando me la acariciaba y masturbaba ni les cuento. Dirigí mi aliento con toda la intención del mundo a la oreja de David, y le incité a que sus movimientos fueran más rápidos y desesperados. A tanto llegó su ímpetu, que tuve que pedirle que parara, o me correría inmediatamente.

─¿Y qué pasa si te corres ya? ¿Es que acaso esperabas algo más?─acercó su rostro con una expresión socarrona─. ¿Qué más podemos hacer, Marcos?

─No te hagas el inocente─fruncí el ceño─. Sabes lo que quiero.

─Pero yo quiero oírlo de tus labios. Venga, porfa. Dilo.

─¿E-eh? M-me da vergüenza decirlo en voz alta. Date por enterado y punto─dije ruborizado.

─Quiero oírlo de tus labios. Si no─frunció la boca como un niño travieso─, no me apetece hacer nada.

Un bufido emanó de mi interior, pero acabé cediento. Era débil, ¿vale? Ustedes también se habrían rendido a ese Adonis y le habrían dicho:

─David, fóllame, por favor. Lo estoy deseando.

Me besó la mejilla y dio un salto de la cama. No entendía muy bien por qué hacía eso. Osea, si se alejaba de mí, difícilmente iba a poder introducir el tallo del amor en el cáliz de la pasión para formar la flor del placer. Sí, sé que es una metáfora muy elegante. No soy Rick Jones; no os sorprendáis.

Estando yo perdido en estas ideas absurdas, David me alzó del trasero y me cogió en brazos. Pude reaccionar rápido y acomodar mis piernas a su alrededor. Sin embargo, cuando me lancé a preguntar, totalmente sonrojado, qué hacía, me tapó la boca con un beso.

En este momento David llevaba los pantalones por los tobillos y yo estaba completamente vestido. Pero eso cambió al instante. Me bajó al suelo y me pidió que me desnudara. Así lo hice, ante su mirada curiosa y escrutadora. Una vez que ya estaba en pelotas, me alzó de nuevo de la misma forma; a continuación, introdujo uno de sus dedos en mi interior, con suavidad. Mi quejido quedó ahogado por su boca, y al ver que aguanté, introdujo un segundo dedo, que hizo que mi cuerpo entero temblara. Y, por último, vino un tercero. No costó mucho que entraran porque la noche anterior ya habíamos estado… Bueno, ¿qué esperaban? Se quedó a dormir y somos novios. ¡Era obvio que iba a pasar!

Su polla no se hizo esperar. Justo cuando salieron sus dedos y mi culo se relajaba, entró otro cuerpo extraño, esta vez más grande, y se clavó hasta el fondo, despacio pero firme. Me aferré a los hombros de David y emití un pequeño grito. «¿Te duele?», me preguntó, y yo negué con la cabeza. Mentía, pero era algo soportable, y no quería cortarle el rollo. Pero su instinto tenía más endereza que mis mentiras, y fue suave al principio. Yo notaba una punzada aguda y muy profunda en el fondo de mi culo, y sabía que no iba a desaparecer. Quizás aún me quedaba entrenamiento para poder disfrutar del sexo con David. Aun así, quería que él disfrutara, ¡y no me importaba sufrir un poco!

David comenzó a acariciarme la espalda y a besarme con ternura, sonriendo. Era evidente que estaba yendo despacio por mí, y yo no iba a permitirlo. Así de cabezón y masoca soy. Le respondí con una risita pícara y me moví introduciéndome de golpe toda esa mole.  Dolió, no voy a negarlo; sin embargo, ver su cara de satisfacción, sumado a lo que me ponía esa postura y a que él estuviera dentro de mí; no me importó lo más mínimo. Al verse bien recibido en mi interior, mi compañero en el sexo tiró de mi culo hacia arriba y abajo una y otra vez, hundiéndolo en su rabo hambriento. Yo jadeaba sobre su mejilla y le suplicaba más. Anhelaba que me diera más fuerte, que me llenara por completo.

En esos momentos me sentía muy bien, me sentía abrazado por la persona a la que amaba, y, aunque sintiera algo de dolor, sabía que estaba a salvo a su lado. En aquellos momentos pensaba que David era lo mejor que me había pasado e, iluso de mí, que estaríamos juntos para siempre.

─M-Marcos, voy a correrme. A-aaah…

─¡Hazlo dentro! Mmm… Qu-quiero que lo hagas dentro.

No se hizo de rogar: estalló en mi interior, y, cuando lo hizo, me tumbó sobre la cama para que, mientras me masturbaba para acabar también, él me pudiera besar y tocar por todas partes. Mientras lamía mis pezones erectos, introdujo dos dedos en mi interior, y no tardé mucho en explotar sobre mi pecho. Después su semen salió al exterior junto a ellos. Se rió al verlo, y yo pensé que tenía una sonrisa preciosa.

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Pasamos el resto de la mañana jugando a la play. ¡Me metió una paliza tras otra en el

Tekken 7!

Esto es destacable porque fui yo quien le enseñó a jugar, y él en un día ya controlaba a media plantilla, cuando yo llevo toda una vida para llevar, sólo medio bien, a Kazuya. Llegó un momento en el que ya me daba palo seguir, porque creía que se estaba aburriendo. Es más, se notaba que se estaba aburriendo, pero no se quejaba en absoluto para darme el gusto. ¿Que cómo lo sé? Bueno, una persona que gana suele demostrar chulería, o, como mínimo, alegría, pero, en su lugar, David emitía algún bostezo y una sonrisa cansada. Me propuse entrenar para la próxima vez que lucháramos; de momento, posponía en vano mi victoria. Y digo vano porque jamás hubiera podido ganarle. Y, aunque hubiera podido, no se me presentaría la oportunidad.

Estuvimos ocupados con el juego hasta las 13:00 más o menos, y al guardar el disco en la carátula fantaseé con hacerlo con David vestido a lo Jin Kazama. Sí, ya saben que el

cosplay

sexual me vuelve loco. En fin, lo dicho, que lo recogimos todo y nos fuimos a la cocina a comer. Como cocinar no es lo mío, preparé un par de pizzas; luego tuve que hacer una tercera para David, pues se comió prácticamente por su cuenta las otras dos enteras. Yo no soy de comer mucho, así que no me importaba que me dejara las sobras, pero me molestó un poco tener que preparar una más. Por otra parte, me pregunté a dónde iría toda esa comida. ¡En su figura no había vestigios de que comiera tanto! Bueno, podía ser que todo eso se perdiera en el deporte, o que fuera el propio deporte el que le diera esas ganas de comer. No lo tenía claro.

David se ofreció caballerosamente a lavar los platos, cosa a la que no iba a negarme por nada del mundo. Estuve un rato relajándome y observándole lavar los platos, y después nos tumbamos en el sofá a hacer carantoñas hasta las tres; entonces salimos hacia el insituto, o, más concretamente, hacia el club de fútbol.

Ya allí, me topé con que Alan me mandaba un mensaje. ¡Mierda, me había olvidado por completo de él y del club de periodismo! Me apresuré y me apunté para pasar más tiempo con David, pero no era algo realmente necesario. Abrí

whatsapp

tragando saliva, pues ya sabía que me esperaba una regañina de las gordas, y hasta puede que algún insulto que dañara mi fibra sensible. Esto fue lo que me había puesto:

«Marco, estás haciendo un excelente trabajo. Siento no pasarme por el club últimamente, pero es que me da toda la pereza del mundo. Ocúpate de todo, ¿quieres? Tú habla con los miembros de algún club deportivo, como el de fútbol, por ejemplo (allí son muy amables y te tratarán bien) y escribe algún artículo de vez en cuando, para que el director no nos cierre el chiringuito y nos cuente en el expediente. Igual dejo esto de ser periodista, pero puede abrirme algunas puertas haber hecho labores de ese estilo. Pues eso, que le eches un poco de cara en mi ausencia. Volveré. O no. O sí».

Ese tío era la persona más irresponsable que había conocido en mi vida, además de inconstante, claro. Y eso que cuando me vine de España conocí a uno que pasaba literalmente de todo. Se suponía que debía enseñarme el instituto, pero tan sólo apareció con un bocadillo en la mano y me dijo: «Soy el delegado de presentación y guía del centro, mucho gusto. Si me necesitas, estaré por ahí». Se fue. No he vuelto a verlo.

Volviendo al tema del periodismo, decidí hacerle el favor a Alan, porque, de todas formas, iba al club de fútbol, e iba a pasar mucho tiempo con ellos. Con escribir alguna chorrada de vez en cuando y dársela al director, no tendría que preocuparme. Aunque la única experiencia que tenía de escribir eran los mensajes calenturientos de los roles y la depravada colección de relatos de Jack Faustus. Y no me veía escribiendo artículos así: «Nuestra existencia se reduce a las sombras, a la oscuridad. Sois todos unos putos

possers

conformistas. Ignoráis a la muerte, pero está en todas partes, y ya se cobrará vuestra indiferencia en forma de sangre. En otro orden de cosas, las retrasadas de las animadoras, seguramente chupando alguna que otra polla, han conseguido que se duplique su presupuesto. Esto ha provocado el cierre inmediato del club de ajedrez. Nina, la jefa de las animadoras ha declarado: “Siempre hay tiempo para educar la mente, pero sólo tenemos la adolescencia para ejercitar el cuerpo y estar todos buenorros. Las prioridades son las prioridades. No es culpa nuestra; son cosas de los recortes”. En realidad, no hay recortes ni aumento, sólo sustitución, pero ella sabrá. Por el contrario, Athena Dismartest, presidenta del club de ajedrez y tres veces campeona del campeonato estatal, ha dicho: “Me apena haber conocido, por la malas, que en esta sociedad a un buen cuerpo y a un espectáculo bochornoso de faldas cortas y coquetería se le considere más importante que al ejercicio de la destreza y la estrategia”. La vida es dolor, y el mundo es sólo mierda».

Me perdí un poco pensando en cómo escribiría Jack otros artículos, y me planteé escribir algún capítulo más, pero entonces David me sacó de mi ensimismamiento al decirme que iba a cambiarse. Toda mi concentración se centró en él, y en la traviesa idea de acompañarlo. Sin embargo, como no lo vi apropiado, le dije que le esperaría en los bancos y me senté. Él desapareció tras la puerta del vestuario, y yo saqué dirigí una rápida ojeada a mi alrededor para pensar en qué escribir para el director.

Me di cuenta de que ese chico que estaba un curso por debajo de nosotros, Mark, me miraba de vez en cuando con cierto resentimiento. No, no era resentimiento, más bien era curiosidad, pero levemente velada tras algo más oscuro, como la envidia que se esconde tras las felicitaciones o la ira que se oculta tras la tristeza al ser abandonado. Fruncí el ceño. Me molestaba que pusiera esa cara. ¡Me dieron ganas de escribir una queja sobre que era demasiado bajito para jugar, y que lo echaran del cub! No obstante, el chaval con el que entrenaba, el tal Eric, le dio una bofetada en la nuca y le llamó la atención. Le dijo algo así como que no perdiera el tiempo y estuviera atento al juego. El otro chico, rojo como un tomate y furioso, repuso que él no era el capitán. Pero eso no pareció importar, porque, tras compararlo con una «pequeña hormiguita obrera que no podía reprender a sus superiores», alegó que era el capitán en funciones cuando David no estaba, y éste no había salido de cambiarse, por lo que estaba en su derecho de ejercer su poder.

Me cuestioné sobre si escribir sobre el

bullying

en el equipo de fútbol, o el abuso de poder que ejercían los alumnos de mayor curso, pero como ese Mark no me caía bien, rechacé la idea rápidamente. Y, ajenos a mi leve discurso mental sobre ellos, volvieron a su entrenamiento, en el que Eric era el portero y el tal Twin le lanzaba la pelota (generalmente con decepcionantes resultados).

No muy lejos, Tyler, el que según dicen es el mejor del equipo (¡después de David, claro!), entrenaba con cinco niños de primero a la vez. La práctica, absolutamente espartana, consistía en que debían arrebatarle el balón con los pies. Sin embargo, nadie era capaz de hacerlo, y él se mofaba con una inexpresiva indiferencia de todos ellos. Con una gracilidad estática, los veía alejarse al cabo de un rato para que el siguiente pasara y así ir turnándose. Hubo un momento en el que lo intentaron varios a la vez, pero no consiguieron más que chocar entre sí cuando Tyler se echó hacia atrás.

Podía escribir sobre los crueles entrenamientos. Era una opción seductora. Aunque la descarté momentáneamente para seguir escrutando aquel campo de fútbol. Al otro lado del mismo, en la portería, algo me llamó la atención. Sony la defendía como si no hubiera un mañana, y un joven con cola, a lo samurai, le lanzaba la bola con tal efecto, que no no sé por qué no ardía como en

Inazuma Eleven

. Era el tiro más potente que había visto; tanto, que Sony apenas podía pararlas, cosa que lo encendió (esto no suele pasar muy a menudo. Ese chico es la pereza personificada), e hizo que consiguiera pararle alguna.

¿Qué tal si escribía sobre el poder del deporte sobre la gente? Como les animaba y eso. Mi chat de

whatsapp

personal sólo tenía una cabecera:  «Artículo sobre el club de fútbol». Ni siquiera hubiera sido un título apropiado. Demasiado genérico. Entonces lo vi: aquel tío con coleta era, de hecho, una tía. ¡Y no era otra que Mila, la mánager del equipo! Pero… ¿qué hacía la mánager jugando? Eso necesitaba una investigación inmediata. Quiero aclarar, claro está, que no quise decir que ella no debiera participar en las actividades del club, sino que me sorprendió, y para bien, que lo hiciera. De hecho, cierta alegría cuyo origen no sabría explicar me subió la moral.

David salió al fin del vestuario. ¿Por qué habría tardado tanto? Mi respuesta fue rápidamente contestada, pues un hombre gordo, calvo y bajito, de apariencia física a lo Danny DeVito (o Phil, de

Hércules

) apareció tras él. Rápidamente, Mila se quitó la cola y se sentó a mi lado sacando una libretita que había bajo el banco. Sony, jadeante y sudoroso, dejó también su posición y se sentó en un banco lejano, con su consola.

Mila me sonrió, y yo iba a preguntarle por su jugada, pero lo pospuse momentáneamente para escuchar lo que decían David y el señor regordete.

─Entrenador─sonrió el capitán son sus ojos de niño bueno─, ya le he dicho mil veces que me siento halagado, pero la respuesta sigue siendo no.

─¡David!─suspiró el señor─, llevas desde que llegaste esperando algo así, y cuando te lo ofrecen, vas y lo rechazas. No seas tonto, chico: oportunidades como ésas sólo ocurren una vez en la vida.

─No lo creo. Si de verdad tengo talento para esto, ya aparecerán otras. Yo no me rayo por eso.

─¡A ver si te crees que eres David Beckham!

─Bueno, el nombre ya lo tengo─se rió.

─¿No querías darles un buen futuro a tus hermanos? Con esto la conseguirás. ¡Y para ti mismo! Diablos, chico, no seas tonto.

─Entrenador, debo ir a entrenar. Conozco todas mis opciones y lo he pensado bien. Y de verdad que no.

Danny DeVito suspiró y le dio una palmada al aire, como dándolo por imposible. Después, sin despedirse siquiera, volvió al interior de los vestuarios.

Mila dijo que ese hombre era el entrenador, un señor vago y odioso, que sólo se involucraba en los asuntos del equipo cuando se trataba de David. El resto le eran completamente indiferentes; de hecho, los miembros más recientes, como Mark o Sony, nunca habían hablado con él. No sé si la chica habló para mí o para sí misma, pero yo asentí. Me pregunté por qué sólo tendría interés en David. ¿Sería gay y querría arrebatármelo? No creo que pudiera. A David no le iban los tíos. Generalmente (heme aquí). Y ese señor es como si un orco hubiera tenido un hijo con una gorgona y, en lugar de parirlo, lo hubiera vomitado. ¡Punto para mí y para mi baja autoestima!

No pude evitar sentir, por otra parte, curiosidad acerca de lo que hablaban. ¿Qué era eso que David había rechazado y que le podía catacumbar al éxito y a dar un futuro a sus hermanos? Espera, atando cabos… ¿Sólo es amable con él y le ofrece una buena situación social? ¡No estará pensando hacerse el

papaíto

de David! No, es improbable. Me lo habría contado. David me lo cuenta todo.

─Oye, Marcus─me llamó Mila.

─Soy Marcos─respondí afablemente, aunque me dieron ganas de decirle de todo.

─¿Cuánto llevas saliendo con David?

Mi corazón dio un vuelco. ¡Lo sabía! ¿Cómo era posible que lo supiera? Yo no había dicho nada, y los únicos otros que lo sabían eran Jones y Wright. Y no creo que se hubieran ido de la lengua. No les conviene: yo también podría revelar lo suyo. ¿Entonces había sido David? Si él fue el que se empeñó en ocultarlo. Por si acaso, iba a tratar de colarle una trola.

─¿Salir? Qué va. Sólo somos amigos.

─¿En serio crees que me voy a tragar eso?─alzó ambas cejas─. Está más que claro. Con ver cómo te habla, cómo te sonríe, cómo te mira...─suspiró─. Eres muy afortunado por tener algo así, Marcos.

Les juro que agradecí más que me llamara por mi nombre, que el propio halago en sí.

─Por favor, no se lo digas a nadie. David quiere que sea un secreto.

─¿Que David qué?─se reclinó con cierta actitud de reproche.

Sin añadir nada más, alzó el brazo y llamó a David, que había sustituido a Tyler y le hacía el trabajo más fácil a los novatos. Para acercarse restituyó a éste a su puesto, y vi la más absoluta decepción y el miedo reflejados, en igual proporción, en los ojos de los pobres chicos.

─¿Qué es eso de que tenéis que esconder lo vuestro?─Preguntó sin más, con una pose entre divertida y censora.

─M-marcos, ¿se lo has dicho?

─Capitán, no es necesario decirlo. Salta a la legua, y sé sacar conclusiones por mí misma. Lo que no entiendo es la necesidad de que nadie se entere de algo tan bonito. Es absurdo.

De repente, atisbé en la distancia que Eric le había plantado un beso en los labios a Mark y éste, tras reaccionar rápidamente, le había dado un puñetazo. El golpetazo se oyó por todo el gimnasio, pero a nadie parecía importarle. Era natural en ellos.

─¿Ves? A nadie le importa─prosiguió Mila.

─Vamos, Eric sólo lo hace para tomarle el pelo al pobre Mark. Nadie los toma en serio, y por eso…

─Bobadas. Lo que te pasa es que temes que dejen de admirarte, de respetarte por salir con un chico. Tienes miedo, capitán. ¿Pero sabes qué? Yo te respetaré seas lo que seas, como hacen las personas que respetan de verdad. A no ser, claro está, que no seas lo que seas, o, lo que es lo mismo, que no seas fiel a ti mismo.

Esta chica cada vez me caía mejor. No sabía qué hacía en un club deportivo, con lo inteligente que parecía. Aunque me imagino que porque le gusta el deporte. Vaya línea de razonamiento más obvia…

David dirigió su mirada hacia mí, y como la mía no debió de decirle nada, se dio la vuelta y tomó aire. Entonces se subió al banco, de pie, y les pidió a todos un momento de atención. No podía creerlo. ¿Iba a hacer lo que creía que iba a hacer? Todos dejaron sus actividades de golpe; tal era el grado de obediencia ante las órdenes de capitán. Esto ocasionó que Mark, que estaba a punto de darle una patada a la pelota, cayera al suelo del susto, de culo, y que Eric se riera de él sin la menor remisión.

Mi cuerpo temblaba ligeramente, y buscaba la mirada de David, pero ésta estaba entre sus compañeros, y me amonesté a mí mismo por egoísta. Mila me dedicó un gesto amable y me susurró que no me preocupara, que esto era lo correcto. Mi ligeria misoginia habitual desapareció al momento. ¡Qué diferencia entre Alice y ella! Para mí esa chica había sido como un ángel, como la luz del Sol cuando aparta las sombras de la noche al amanecer.

─Creo que todos debéis saber una cosa. Bueno, más bien soy yo el que debe saber que vosotros sabéis… No, que sabéis que debéis saber… Espera, Mila sabe que yo sé que yo debería…

─David, es para hoy─comentó Mila.

─Bueno, que esto es más por mí que por vosotros. Aunque en realidad también es por…

─¡Al grano!

─Perdona, Mila. Quiero compartir con vosotros algo que me hace muy feliz, y que espero que aceptéis, porque entonces me estaréis aceptando a mí. Estoy saliendo con Marcos, con un chico, ¡con este chico!─me señaló.

─Ya. Lo sabíamos desde el primer día que lo trajiste─contestó Eric con total naturalidad─. Por Dios, ¿para eso nos has hecho parar? Tío, que nos enfriamos. ¡Lo vuestro estaba clarísimo! Capitán, yo te aprecio mucho, pero no pares el entrenamiento para decir obviedades. ¡Venga, todo el mundo a seguir entrenando! ¡El que no esté con la pelota en los pies en cinco segundos va a tener que limpiarle los sobacos a la morsa de los vestuarios!

Aparte del comentario de odio profundo al entrenador, no pareció que nada hostil saliera de aquella situación. A nadie le impresionó ni molestó, o simplemente le importó lo nuestro. Excepto a un chico, Mark, que se quedó paralizado, con la atención clavada en David, prácticamente al borde del desmayo. Eric le señaló los vestuarios, para amenazarle con lavar las olorosas y peludas axilas de esa bestia, y, para su sorpresa, el entrenador estaba ahí, agazapado, en la puerta, observando con un gesto de ira absoluta. Eric enmudeció, el gimnasio enmudeció.

─¡David, ven aquí ahora mismo! Tú y yo vamos a hablar. Y muy seriamente.

Nadie habló. Tan sólo vimos a David bajarse del banco y caminar tranquilamente hasta donde se encontraba el hombre que lo había llamado, con paso firme y cabeza alta. Yo casi me echo a llorar. Temía que lo echaran del equipo por mi culpa. Y jamás me habría perdonado a mí mismo por ello.

CONTINUARÁ...