El diario online de Marcos García 12
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Diario de una adolescencia gay
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Un relato del Enterrador
El diario online de Marcos García 12: Una verdad que no está online
Niños por aquí, niños por allá. Decenas de enanos chillones se revolvían en el patio peleándose, gritándose e insultándose. Sus gritos, tan agudos y de tan alta potencia, traspasaban mis oídos y, después, continuaban su camino hacia el resto del barrio. Aquel ruido era de locos. Sólo con 5 segundos allí, ya me dolía muchísimo la cabeza. Me sentía como un loco oyendo voces. No podía huir de ellas; me atormentaban, me perseguían, me destrozaban.
Los niños son muy, pero que muy escandalosos. Ésa es una de las razones por las que no los soporto. El ruido excesivo me pone muy nervioso, cosa que me impide, por ejemplo, salir mucho de casa o ir a algún sitio con amigos. Dios, a veces siento hasta que me falta la respiración con esas ondas de sonido taladrándome el tímpano.
Incluso los animales, en libertad, son más organizados. Vale que hacen ruidos tales como aullar, rugir o piar, pero al menos no lo hacían todos a la vez en masa creando un sonido mucho mayor entre todos que se te metía en el sentido. En el ruido humano no hay control, no hay orden, sin embargo, en la naturaleza los ruidos se solapan con gracia creando una dulce melodía que más que dar dolor de cabeza, calma el espíritu.
Los críos, para mí, son la representación del caos. No tienen control alguno y hacen lo que quieren. Aún no comprenden que tienen que comportarse porque están en sociedad y se pasan el día cumpliendo sus egoístas caprichos. Esto hace que sean completamente impredecibles. ¿Y si te quieren morder? ¿Y si te quieren hincar un cuchillo? ¿Y si te quieren violar? Lo hacen. Vale, exagero un poco, pero es que no se dejan llevar por la razón, sino por el deseo. Y no hay nada más peligroso que alguien que se deja llevar por sus deseos.
Creerán que soy muy duro con ellos, sin embargo, he vivido de primera mano con estas diabólicas criaturas. Todos y cada uno de mis primos menores me ha pegado alguna vez. A mí antes solían gustarme los niños, no obstante, se ve que yo a ellos nunca les he gustado. Como nunca me he atrevido a defenderme por miedo a que sus padres me regañaran, siempre me han maltratado como han querido.
Y es que cuando un crío comete un crimen, no importa la gravedad del mismo, la gente dice: “Es que es pequeño”. “Es que es pequeño”. ¡”Es que es pequeño”! Pues bien, como es pequeño, vamos a perdonarle que mate. Si un niño de 4 años dispara a su hermano “sin querer”, nadie sería capaz de culparlo. Un caso parecido le sucedió al antiguo rey de España, pero no conozco muy bien los detalles (o no lo quiero contar para no manchar la imagen de mi país), por lo que no diré nada.
La maldad no tiene edad. Los niños deberían ser castigados sin importar los años que tengan.
A diferencia de mí, que debía de tener una cara de asco impresionante; David miraba con ilusión a todos esos críos. Sus ojos brillaban de una forma que no había visto nunca en él; parecía que ver a todos esos niños matándose vivos los unos a los otros le hacía muy feliz. Giraba la cabeza para poder obtener una mejor vista de todos esos pequeños monstruos.
Unos hacían cola en el tobogán esperando a que los de delante bajaran; por supuesto, esto generaba graves conflictos y ningún muchacho se libraba de los empujones del de atrás; otros estaban subidos en vehículos pegados al suelo: motos, coches, cobradores de impuestos con una maleta en la mano y la otra extendida a lo superman… Aparte, había varios subidos a balancines, pero apartaban a los niños gordos alegando que nadie debería salir volando. Los niños podían ser muy crueles. Los más pequeños jugaban en un cajón de arena, que estaba alejado del resto de columpios y estaba junto al edificio.
Lo que más me extrañaba era que los niños estaban sueltos sin ningún tipo de vigilancia, como rebaños de cabras olvidados en las montañas. De repente, uno de los niños que estaban subido a un columpio de barrotes, miró hacia la entrada, señaló a David y gritó:
─¡Hermanitooooooooooooooooooooooooooo!
Todos los críos dejaron de hacer lo que estuvieran de hacer inmediatamente y corrieron en masa hacia nosotros. Gritaban “hermanito” una y otra vez. No podía ser, ahí debía haber decenas de niños. ¡No podían ser todos hermanos suyos! Se colocaron a su alrededor y a mí me marginaron claramente. David, contento como unas pascuas, se agachó y dejó que los niños se le lanzaran encima para abrazarle.
No entendía nada. ¿Orfanato Ripley? ¿Es que la familia de David tenía un orfanato o qué? Entonces vi que Stacey, la niña pequeña que David llevó a la playa, se había quedado atrás y ahora me estaba mirando fijamente. Me puse algo nervioso. ¿Se acordaría de mí? Alcé el brazo y la saludé con una sonrisa algo forzada.
─Mi amado esposo─soltó con una expresión perversa.
─¿Q-qué?
─¿Qué dices, Stacey?─preguntó David, que, al parecer, había estado pendiente.
─Me voy a casar con él─me señaló decidida.
─Yo creía que de mayor te ibas a casar conmigo─sonrió frunciendo el ceño─. Qué rápido me has cambiado por otro.
Espera, ¿qué? ¿Pero le parece normal decirle eso a su hermana? ¡Eso es incienso! No, espera… ¿Cómo era esa palabreja? ¡Ah, sí! ¡Incesto! Estaba muy feo. Que dos miembros de una misma familia se ven así es algo asqueroso, totalmente inaceptable. Aunque, bueno, en realidad no sabía muy bien por qué era algo malo. Mi padre siempre se escandaliza cuando oye uno de esos casos, pero yo no lo veo tan mal. Si hay amor, no es malo, ¿no?
─Tú eres demasiado para mí. Seamos realistas, me acabarías poniendo los cuernos. Es mejor que baje un poco el listón.
Qué rica la niña… Acababa de llamarme feo, sí, pero con mucha elegancia y delicadeza. Si no fuera porque era una niña, le habría dado una patada que la habría mandado a Irak. David la dio por imposible y me presentó a los niños. Les dijo que yo me llamaba Marcos García y, después, me fue enumerando sus nombres uno a uno. Cómo si me fuera a acordar…
Los había de todas las razas: negros, chinos, latinos, indios, caucásicos… Aquella parecía la casa de Angelina Jolie. Serían los huérfanos, ¿no? Después de todo, era un orfanato… Aunque, ¿entonces por qué llamaban a David hermanito?
─Veo en tu cara que tienes muchas preguntas, ¿no?─se rió y me cogió la mano─. Ven, vamos a mi cuarto.
Su mano… Su preciosa y delicada mano estaba tocando la mía. ¡No merecía tanto honor! Era tan suave, tan cálida, tan reconfortante. La mano de un Dios. Un mortal como yo no merecía ni mirarla y, aun así, me estaba tocando con ella. No me desmayé de la emoción de milagro.
A los niños no les importó una mierda mi presencia y se pusieron a patalear porque querían que David jugara con ellos, sin embargo, éste les dijo que tenía que atender a su invitado, o sea, yo. Soltó una charla acerca de que hay que ser educado y buen anfitrión, a la que, como era de esperar, los niños hicieron caso nulo. Es más, vi a algunos metiéndose el dedo en la parte trasera del pantalón y luego sacándoselo para olérselo. Eso me trajo unos recuerdos agridulces del día anterior, por lo que decidí mirar para otro lado.
Una vez terminó la charla, los niños se fueron en desbandada hacia los columpios de nuevo, como si nada hubiera pasado. Estaban de nuevo en sus mundos de fantasía sin que pareciera de ninguna manera que los habían dejado alguna vez. Volvieron a convertirse en policías, caballeros que luchan contra dragones, papás y mamás, princesas, etc.
Luego, sin soltarme la mano, me llevó al interior del edificio. De cerca, me di cuenta de que era enorme. Vale, no era un rascacielos, pero era bastante imponente. Y no me extrañaba, pues tenía que albergar en su interior a muchísimas criaturas. Al entrar, vimos a una chica hablando por teléfono. Éste estaba junto a la puerta. Dicha chica era Melinda, la chica con gafas que acompañaba a David en la playa.
Se puso colorada al vernos, cosa que hizo que David frunciera algo el ceño.
─Lo siento, será mejor que hablemos en otro momento─dijo dándose la vuelta para que no pudiéramos ver su expresión─. Sí, yo también estoy deseando volver a verte.
Colgó y echó a andar, pero David la detuvo en el acto agarrándola del hombro. Por culpa de eso, me soltó la mano, lo cual me disgustó bastante. La chica debía estar hablando con su novio. ¿Era el típico hermano sobreprotector? A lo mejor lo veía enfadado. Eso sería interesante, pues nunca lo había visto así.
─Melinda, ¿con quién hablabas?─se rascó la barbilla con una expresión desinhibida, como para ganarse su confianza.
─Con una amiga.
─Pues vaya vozarrón que tiene tu amiga. Tomará hormonas o algo, ¿no?
─Vale, era un chico. ¡Pero a ti no te importa! No te metas en mi vida, ¿vale?─espetó molesta mientras se cruzaba de brazos.
─Faltaría más. Yo nunca me metería en tu vida. Sin embargo, me gustaría que me hablaras un poco de él. En plan hermanos. Para compartir tu ilusión─sonrió.
Traducción: “como le pille, le corto las pelotas”. La chica me miró con una mueca de desconfianza y David, tras darse cuenta, me dijo que lo esperara en su cuarto, que él iba a hablar un momento con su hermana. Asentí y caminamos los tres por un largo pasillo en el que puede vislumbrar una puerta que daba a un enorme comedor y varias puertas que daban a grandes habitaciones en las que cabían, al menos, 10 personas.
Me dejó en la última del pasillo, la única, creo, que era individual. Me senté en la cama y ambos se fueron cerrando la puerta tras de sí. Estaba un poco cortado, por lo que me puse a mirar la habitación por encima. Era bastante pequeña, aunque acogedora a su manera.
Tenía una cama individual pegada a la pared, que, por cierto, estaba deshecha. Enfrente, una estantería en la que tenía varios premios de fútbol. A la derecha, por encima de la cama, había un pequeño armario. No lo abrí, claro está, aunque he de reconocer que casi lo hago. No había mucho más. En el techo había una bombilla pegada a un cable y tanto las paredes como el suelo eran de color verde, pero descoloridas por los años. A decir verdad, era un poco cutre.
Me había dado cuenta de que casi toda la decoración del orfanato estaba hecha de madera, lo cual es habitual en este país, pero, no sé por qué, todo me llamaba la atención de una manera extraña.
─¡Hermanito!─se abrió la puerta de la habitación─. Déjame el cargador de tu móvil, que no encuentro el mí… ¡Ahí va!
Precisamente tenía que cruzarme con ella… Era Cindy, a la que también conocía anteriormente como “Conejito amoroso”, una parte de mi pasado que quería olvidar. Me miró de arriba a abajo, de manera que parecía dar a entender que no terminaba de creerse que estaba ahí.
─Manolo, ¿no?─alzó las cejas para después bajarlas─. ¿Qué haces aquí?
¿Por qué será que nadie se aprendía mi nombre en condiciones?
─Me llamo Marcos. Y estoy aquí porque me ha invitado tu hermano─suspiré.
─¿Que te ha invitado?─una sonrisa perversa se dibujó en su cara.
Se echó a reír sin poder evitarlo. Se sentó a mi lado y continuó con la risa negando con la cabeza.
─¿Qué te parece tan gracioso?─fruncí el ceño molesto.
─Nada. Supongo que, simplemente, hay veces en las que la realidad supera a la ficción.
Nos quedamos en silencio unos segundos, cada uno mirando en una dirección diferente.
─Por cierto─le dije sin mirarla─, gracias por no contarle a tu hermano cómo nos conocimos.
─Pfff…. ¡Jajajajajajaja!─se partió ella sola tirándose en la cama.
─¿Y ahora qué?
─Que sí que se lo conté. Con pelos y señales. ¡Por eso me estaba riendo de que estuvieras aquí! ¡Jajajaja!
Espera, ¿qué? ¡¿Que quéeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee?!
Me quedé totalmente en blanco. ¿Si David sabía que yo era gay, por qué se acercó a mí en primer lugar? Además, ¿por qué me mintió al decirme que su hermana le había contado lo mismo que yo? Algo estaba ocultando.
Antes de que pudiera preguntarle por más detalles, la puerta se volvió a abrir, esta vez con David al otro lado. Cuando vio a su hermana, se sorprendió un poco.
─¿Qué haces aquí?─preguntó.
─Nada. Os dejo solos─sonrió pícaramente mientras se levantaba.
Cerró la puerta al salir y David se sentó a mi lado. Me miró con esos preciosos ojos que tanto me gustaban y me sonrió. Luego me cogió de la mano y me susurró con su voz de príncipe encantador:
─Bueno, Marcos, ¿qué te apetece que hagamos primero? ¿Quieres que te cuente mi historia o prefieres...─se llevó la mano al paquete y se lo agarró descaradamente─esto?
Mi corazón debió de pegar un salto, pero no fue lo único de mi cuerpo que lo hizo. Quería respuestas, pero también quería ser suyo. ¿Qué me urgía más? Puede que no hablara en serio con el sexo, pero… ¿y si sí? Estaba hecho un lío. Con el labio un poco tembloroso, cerré los ojos un momento para tranquilizarme y decidir. Sin embargo, parece que él decidió por mí, porque llevó mi mano delicadamente hasta su pantalón, hasta su polla.
─¿Y bien? ¿Cuál es tu respuesta?─sonrió mirándome fijamente.
─────────────────────────────────────────────────────────
De verdad que me cuesta muchísimo entender a David. En todo el tiempo que llevábamos juntos simplemente me había tratado con un amigo, sin ir más lejos. Sin embargo, ahora me había ofrecido de una forma muy descarada que echáramos un polvo en ese preciso momento. ¿Qué esperaba que le respondiera? Mil y mil veces sí. No podía resistirme a su cuerpo, a su sonrisa, a su mirada, no podía resistirme a él.
No obstante, mi mente se preguntaba una y otra vez el porqué. ¿Por qué decidió quedar conmigo aquella vez sabiendo que era gay? Supongo que no le importaba que lo fuera, pero… ¿Entonces por qué me mintió? Mi cabeza estaba llena de dudas.
Sacándome de mis reflexiones, deslizó suavemente la mano por mi mejilla y me alzó la cara para que le mirara. Se dio cuenta de que algo me tenía preocupado, pero insistió en que le respondiera a su proposición. Estaba tan ansioso por que me tocara, por que me mirara, por poder estar unido a él cuerpo con cuerpo. Quería sentirlo conectado a mí a través de algún tipo de vínculo, ya no me importaba si era físico o emocional o ambas cosas. Y no quería esperar.
Le miré y asentí sonriendo, cosa que hizo que él se reclinara hacia atrás y se tumbara en la cama. Soltó mi brazo y dejó que fuera yo el que decidiera lo que le iba a hacer. Dios, allí estaba, dejándose hacer, totalmente a mi merced. Podía… podía hacer lo que quisiera con él. Podía deleitarme con su cuerpo, lamerlo, acariciarlo, morderlo… Les juro que no he sido más feliz en toda mi vida.
Estaba muy nervioso. No tenía la confianza de la última vez, así que actuaba de forma torpe y tímida. Metí la mano en su pantalón y comencé a acariciar su polla, que ya estaba ligeramente activa. Dirigí mi atención a su cara; estaba con los ojos cerrados, gimiendo levemente.
Eso hizo que mi cuerpo, inmóvil por los nervios, se calentara y se fuera soltando un poco. Quería verla, quería vérsela otra vez, así que se la saqué de su prisión de tela para poder verle la parte superior. Pude ver mucho, ya que la tiene bestialmente grande. Se ve que Dios es muy generoso con unos y muy poco generoso con otros. No es que la mía sea un cacahuete, pero… Bueno, soy pasivo, así que da igual.
Reunida más confianza, me puse a pajearle la polla suavemente con movimientos profundos. Deslizaba los dedos a través del tronco y veía cómo su glande se perdía bajo la piel del prepucio y luego volvía a aparecer. La clave de una buena paja es comenzar despacio y luego ir acelerando. Si se va rápido, se acaba antes y no se disfruta mucho. Créanme, lo sé por experiencia.
Puede parecer que una paja es trabajo para uno y placer para el otro, sin embargo, yo disfrutaba tanto como él e incluso más. Sentir su polla rozando mi mano, restregándose con ella, dejando su olor, su tacto... me ponía cachondísimo. A medida que notaba que su polla temblaba, fui haciéndolo a más velocidad.
Sus gemidos aumentaron, cosa que hizo que una sonrisa se dibujara en mis labios. Pasó por mi cabeza que si quería mantenerlo, debía ofrecerle un polvo superior al de todas las chicas con las que había estado antes. Dios, eso iba a ser difícil… Sin pensármelo dos veces, me tumbé de lado en la cama y le lamí la polla. Era más bien la punta, porque el resto aún permanecía bajo el pantalón. Les sorprenderá, pero con el calor del pantalón en la mitad del miembro, se obtiene una sensación muy placentera al masturbarse.
─Creía que no lo harías nunca─se rió.
─David, yo estoy aquí para cumplir tus deseos, así que si quieres algo, sólo tienes que decirlo─le reprendí algo molesto.
─Jajaja, eso suena bien. Por cierto─me miró con una media sonrisa─, lo mismo digo.
Mi corazón se aceleró al instante. Sin embargo, era yo el que tenía que complacerlo a él. Yo con su presencia ya estaba mucho más que satisfecho. Una vez que le lamí bien el glande, me metí la punta entera en la boca. Todo lo que sobresalía me cabía, de modo que me sentí como un campeón y me dí a mí mismo la enhorabuena. Tantas tardes tragando plátanos habían servido para algo.
Pero, al parecer, para un semental como él (lo llamo así por el tremendo tamaño de su badajo), eso no era suficiente, pues se bajó los pantalones y los calzoncillos por sí mismo dándome a entender que quería que tragara más. Me giré hacia él con la duda en la mirada y su única respuesta fue la de alzar una ceja en señal interrogante.
Tragué saliva y miré ese enorme mástil que, aunque ahora él sujetaba para que apuntara el techo, supuse que debía sobrepasarle sin problemas el ombligo. Llevé mi cara a su lado y la sacudió un poco. No sé por qué la gente hacía eso; serían cosas de ver tanto porno. De nuevo saqué la lengua y la restregué por toda su extensión, bajando incluso hasta los huevos y chupándolos, todo para ganar tiempo y mentalizarme.
Reuniendo todo el coraje que pude, lo hice, me la metí en la boca, aunque sólo pude con la mitad. ¡Son 18 centímetros! ¡Eso es inhumano!
─Venga, intenta tragártela toda─me empujo la cabeza con suavidad.
Respiré por la nariz y cerré los ojos, dejándome llevar. Al final, una vez tragados tantos centímetros que sentí que me llegaba al estómago, noté algo diferente y, al abrir los ojos, vi que eran sus pelotas. ¡Lo había conseguido! El de la frutería me miró raro, pero yo sabía que practicando con plátanos lo conseguiría. Que conste que me miró raro porque compré muchos, no porque me viera metérmelos en la boca.
David, soltando un fuerte resoplido, alzó su espalda y se sentó para poder ver lo que le hacía. Ahora que ya sabía que podía hacerlo, le iba a hacer disfrutar de verdad. Hice presión con mis labios mientras me la sacaba de la boca y después, más rápidamente, me la introduje de nuevo entera, jugueteando con mi lengua en ella.
Parece que eso le volvió loco, pues me agarró la cabeza con desesperación y me empujó para que se la chupara hasta el fondo. Aún con todo, lo hacía con delicadeza. Si es que era todo un caballero… El sabor de su sable se mezcló con mi saliva. Me preguntaba si ahora mi saliva sabría a él, si mi aliento olería a él. Suena guarro, lo sé, pero yo, por esas cosas, me sentía más cerca de él.
─Joder─soltó frotándose con el interior de mi boca.
Una palabra. Una palabra fue todo lo que necesitó para excitarme aún más, para que me rindiera ante él, para que fuera su esclavo. Entera como estaba en mi boca, abrí los ojos y le miré directamente a los suyos. Su cara estaba toda roja por el placer. Resoplaba, resoplaba dulcemente para mí. Me retiró el flequillo para poder verme la cara y esbozó una débil sonrisa.
A continuación, se puso en pie sobre la cama y me dijo que me arrodillara. Así lo hice. Entonces, me la metió y fue marcando él el ritmo. Yo sencillamente me agarraba a sus caderas y me concentraba en saborear ese manjar que me ofrecía. Acalorado, se quitó la camisa (aunque, con la desesperación con la que lo hizo casi podría decirse que se la arrancó).
Estaba muy feliz. David estaba disfrutando, y eso a mí me llenaba (vaya elección de palabras). Se mordía el labio inferior y cada vez me violaba la boca con más fuerza. Lo hacía con furia, con deseo, con lujuria. Ahora que no llevaba nada en la parte superior, podía deleitarme con su pecho. Sus músculos, tan marcados y definidos, se tensaban ante la fuerza que hacía. Esos abdominales y pectorales que tanto me gustaban se contraían por mí.
─Marcos, quiero follarte. ¿Puedo?─preguntó con tono suplicante, pero a la vez tranquilo.
Me saqué su polla de la boca y fruncí el ceño.
─¿De verdad tienes que preguntar?
Se rió y yo lo hice tras él. Entonces se agachó sentándose de cuclillas en la cama y, sin dejar atrás su expresión de risa, me besó. Aquel gesto tan insignificante, tan pueril y tan inocente significó tanto para mí… Se me escaparon un par de lágrimas de la emoción, así que se separó y me susurró con una voz dulcísima.
─Oye, oye, ¿qué te pasa?─me apartó un poco el pelo y me sonrió con el ceño fruncido.
─Es que… yo… estoy tan feliz… Sniff…
─Jaja, yo también─dijo dándome un beso en la frente─. Túmbate en la cama con los pies en el suelo, ¿vale?
─Va-vale.
Me desnudé, me coloqué tal y como él me había dicho, respiré hondo y me abrí de piernas, de la forma que había aprendido en mis investigaciones. Él se quedó detrás de mí unos segundos sin hacer nada. Supongo que el hacerlo por atrás era nuevo para él, así que tendría que situarse. No obstante, no tardó en ir a su armario y sacar una caja de condones y un bote de lubricante.
¡Lubricante! ¡Se me había olvidado por completo! Menos mal que él tenía; si no, hubiera visto las mismísimas estrellas con esa enorme y monstruosa anaconda abriéndose paso en mis entrañas.
Se puso el condón tan rápido que apenas pude asimilarlo. Se ve que tenía ya experiencia, mucha experiencia. Pensar en eso me puso un poco nervioso. Seguidamente, se echó lubricante en la polla y después me lo echó a mí en el culo. ¿Cómo podía ser que fuera tan experto?
─David, ¿es la primera vez que lo haces por atrás?─pregunté avergonzado.
─No, la verdad es que hay muchas chicas a las que no les importa. Más de las que te puedas imaginar─sentenció.
Normal, siendo el tío más bueno de todo el pueblo, las chicas hacen todo lo que deseas, TODO; incluso ofrecer la parte de atrás. Malditas perras babosas.
─¿Estás listo?─dijo poniendo su polla contra mi culo.
─Lo estoy.
─Bien, tú relájate, ¿vale? Yo haré todo el trabajo. Si te duele, avísame.
Nada más entrar la cabeza, sentí una tremenda presión interna que se transformó rápidamente en un dolor punzante fuerte. Grité ligeramente, cosa que hizo que parara para preguntarme si estaba bien, pero le dije que continuara. Intentando tranquilizarme acariciándome el vientre con sus delicadas y suaves manos y dándome besos en el cuello y en la espalda. Hizo efecto, pues mi esfínter dejó de oponer resistencia, sin embargo, aún seguía doliendo.
Lo peor era que aún no la había metido entera. Lo hacía despacio, despacísimo, y aun así era insoportable. Cerré los ojos y me mentalicé para pensar en cosas bonitas: David bañándose en la playa en bañador, David duchándose, David saliendo a buscar la toalla tras dicha ducha, David haciendo deporte sin camiseta con el sudor recorriéndole la piel…
Y, sin más, la metió entera. Volvió a insistir en si estaba bien y yo le dije que así era, que podía moverse siempre y cuando lo hiciera despacio. Me agarró de la cadera y comenzó a meterla y a sacarla con extremo cuidado. No voy a negar que me dolía, no obstante, si pensaba que era él quien me lo estaba haciendo, me daba igual. David podía hacerme todo el daño que quisiera, que jamás podría reprochárselo. Dios, lo amaba tanto que me era imposible enfadarme con él.
Fue aumentando el ritmo muy lentamente, de forma casi imperceptible, pero, como hombre que era, tenía sus límites.
─Lo siento, Marcos, no puedo contenerme más─exclamó embistiéndome con fuerza.
─¡A-aagh! No te preocupes, ya-ya… no me duele.
Mentira. Aún seguía doliendo; no tanto como antes, pero todavía dolía. Sin embargo, no quería que se sintiera culpable, de manera que le dije eso. Su cuerpo, cada vez que entraba en mi interior, destrozaba el mío, y eso me hacía sentir vivo. ¿No es hermoso ser destruido por la persona a la que más quieres? El amor no es sólo felicidad, también es sufrimiento. Que esa persona especial te haga reír o te haga llorar es irrelevante, lo importante es que te haga sentir.
Mi cuerpo temblaba, casi no podía aguantar las ganas de llorar y me dolía. Así, según leí, serían las primeras veces. Luego, mi cuerpo se acostumbraría y cada vez me dolería menos, de modo que sólo tenía que aguantar un tiempo.
─¡Dios, qué apretado estás!─gritó David fuera de sí.
─¡Aaaah! ¡Dame más, David, dame más!─le respondí.
Y no pudo aguantar más. Llegamos al cénit, osea, al momento culminante. Sacó la polla de mi culo y empezó a pajearse sobre él. Yo quería ser el que le masturbara, pero no tenía fuerzas; entonces me dejé caer sobre la cama. Sus jadeos se volvieron más y más temblorosos hasta que se corrió llenándome las nalgas de su esencia.
Resopló fuertemente y se tumbó a mi lado boca arriba con la mano en el pecho. Yo me giré para estar en la misma posición que él y nos quedamos en silencio unos minutos, jadeando.
─Que sepas que eres la primera persona que consigue tragarse mi polla hasta el fondo─sentenció como si nada.
─¿En serio?─exclamé feliz.
Asintió. Eso quería decir que lo había conseguido, había conseguido mejorar a todas esas frescas con las que había estado antes. Eso me hizo muy feliz, es más, se me escapó una risita tonta, aunque él no respondió a ésta de ninguna manera. Ahora me replanteaba si no me estaba montando películas mentales todo el tiempo. David había sido muy cariñoso conmigo, y no parecía inseguro o asqueado con lo que estábamos. ¿Podía ser que también estuviera enamorado de mí?
─David─pregunté con un hilo de voz─, ¿tú me…?
De repente, sonó un ruido y David se levantó sobresaltado. Se puso el pantalón y abrió la puerta, lo que provocó que su hermana, Cindy, que estaba apoyada en la puerta con la oreja pegada, cayera al suelo. Fue la primera vez que vi a David cabreado, y era temible. Sus ojos, siempre llenos de ilusión y pureza, ahora parecían arder de rabia; sus labios, que siempre estaban tornados en una agradable sonrisa, estaban apretados en señal seria y sus cejas, tranquilas y suavemente arqueadas, estaban fruncidas haciendo con tal fuerza que llenaron su frente de arrugas.
─No te enfades, ¿vale? Es normal que una hermana pequeña se preocupe por su hermano mayor, ¿no?─dijo levantádose, tras lo cual se sacudió un poco─. Además, ya sabes que no diré nada.
─Estabas─soltó David sin casi poder asimilarlo─espiándome mientras…
─¡Vamos! Sabía que ese pequeño mariachi era gay, así que me preguntaba si tú…
Ya empezábamos con los insultos racistas. Y lo que más dolía era que ni siquiera era un insulto adecuado a mi país.
─¡Ya basta! ¡¿Primero pones la oreja en mi cuarto y después insultas a mi novio?! ¡¿Qué demonios te pasa?!
Esperen, ¿había dicho...? ¿Me había llamado…? No podía ser, no podía creerlo. Acababa de llamarme… ¡Novio! Era la primera vez que lo hacía. La primera vez se lo dije yo y ahora… ¡Ahora él quien lo decía! Se me pasó del tirón el disgusto por haber sido pillados infraganti.
Cindy miró a su hermano nerviosa. Era una chica dura, pero sabía que contra él no podía ganar, de modo que agachó la cabeza y nos pidió perdón a ambos. David le dijo que hablaría con ella después, pero que, como se le ocurriera contar algo, él contaría también sus secretos. Supongo que los hermanos saben secretos los unos de los otros. Yo, como no tengo, no lo sé.
Cerró la puerta y se fue disgustada. Entonces David se volvió a tumbar a mi lado y me pidió disculpas en su nombre. Yo dije que no pasaba nada, que ya estaba acostumbrado a que esa chica se burlara de mí. Pareció no hacerle mucha gracia que no dijera eso, así que volvió a callar.
─Por cierto─sonreí─, acabas de llamarme novio.
─Ya. Es lo que somos, ¿no? Tú mismo lo dijiste─respondió algo confuso por que lo remarcara.
─Estoy muy contento. Estaba muy inseguro, ¿sabes? Pensaba que no te interesaba más que como amigo.
─Marcos…
─Es que tú eres muy guapo y yo… bueno, soy del montón. Por eso, creo que me vas a abandonar a la primera de cambio. Y yo no podría soportarlo.
─¿Ah, no? ¿Y por qué no?─se giró y me miró divertido, con su boca muy cerca de la mía.
─¿Es que no está claro? Porque te quiero. Mucho. Más de lo que he querido a nadie jamás.
Le borré la sonrisa al instante y se puso todo rojo. Vaya, esa faceta suya no la conocía para nada. Ahora era yo el que podía jugar con él. Le lamí el labio y me reí.
─¿Q-qué haces?─preguntó nervioso.
─Ya está, David. Ya me he rendido completamente ante ti. No puedo amarte más. Debido a eso, necesito una respuesta. Dijiste que saldríamos juntos aunque no sabías si me querías. Te di tiempo, y ahora necesito saber lo que sientes.
─Hablas como todo un hombre─se burló.
─¿Y bien? ¿Qué me dices?
─Lo primero, déjame decirte que a mí me gustas tal y como eres. Y, en segundo lugar, debes saber que me has gustado desde antes de lo que crees. Verás─volvió a sonreír─, cuando yo entro en clase, todos me miran. Me admiran, me vitorean, me aclaman. Siempre ha sido así. Sin embargo, un día, observé que había dos caras que no me observaban: la de tu amiga y la tuya. Dime una cosa, Marcos, ¿qué pensabas tú de mí antes de conocernos?
─Que eras un cretino egocéntrico─ahora fui yo el que se burló de él.
─¿Lo ves? Por eso me gustas. La gente está conmigo porque soy guapo, nada más. Ser guapo me hace popular y eso me rodea de gente, de gente indeseable que sólo quiere aprovecharse de mí. En tus ojos no vi eso, Marcos; sólo vi indiferencia.
─Ya, pero Alice también pasaba de ti. Por esa regla de tres…
─En sus ojos, más que indiferencia, había desprecio. Prefiero a las personas que no están conmigo por mi aspecto, como Rick y tú. Por eso me hice su amigo. Al principio, creía que lo que sentía por ti era curiosidad, curiosidad por saber por qué no te interesaba, pero luego entendí que era algo más. Al poco tiempo, me di cuenta de cómo me mirabas.
─Sí… Bueno, tu belleza comenzó a llamarme la atención─asentí cabizbajo─. En realidad, supongo que soy como todos ésos.
─Dime una cosa, ¿tú me quieres sólo por lo guapo que soy?
─¿Qué? Pues claro que no, también eres dulce, sensible, mono, decidido, buena persona… ¡Y muchas cosas más! ¡Me gusta todo de ti!
─Puede que te capturara mi envoltorio, pero lo que hizo que te quedaras fui yo, ¿no?
─Exacto.
─En la playa tus miradas se hicieron más evidentes─se rió─. Y después mi hermana me contó cómo os conocisteis. Por cierto, siento lo que te hizo.
─No es nada…
─Después, como no estaba seguro de lo que sentía, te mentí sobre lo que me dijo mi hermana y me inventé lo de que necesitaba a alguien que llevara mis cuentas en Internet para estar contigo. Porque te quiero, Marcos, siempre te he querido.
Y así, como si nada, estallé en lágrimas. Todo el dolor contenido, toda esa inseguridad que guardaba en mi interior, todo ese sentimiento de soledad… todo salió a la luz. David me rodeó en un tierno abrazo y me susurró que no llorara, que jamás volvería a estar solo. Mi cuerpo se estremecía al contacto de su voz. Era tan dulce, tan tierno… Dios, le quería tanto…
─Ahora, Marcos─me acarició la nuca─, te contaré la historia de mi vida. Jamás se la he contado a nadie, pero tú eres la persona en la que más confío. ¿Estás preparado?
─Sniff… Sí, claro.
─Todo empezó el día en el que nací…
CONTINUARÁ…