El diario filosófico de Dylan Twin 2

Ante la negativa de Jared, Dylan trata de trazar un plan.

También respondo a través de email a la dirección de correo: latumbadelenterrador@gmail.com

o en twitter: @enterradorelato

https://twitter.com/Enterradorelato

también me podéis comentar por wattpad:

http://www.wattpad.com/user/El_enterrador

Diario de una adolescencia gay

_______________

Un relato del Enterrador

El diario filosófico de Dylan Twin 2: Filosofía del camello (Segunda parte)

No es necesario haber apresado a Proteo y haberse impregnado de sus vaticinios para saber lo que anhelaba Jared. El alma humana es básica, vulgar, sencilla, primitiva. De ahí que exista la posibilidad de su conocimiento, al menos en parte. ¿Qué podía clamar la férrea voluntad de Jared en ese momento? Lo que siempre se ha anhelado, lo que siempre se ha deseado cuando Fortuna niega y el espíritu se empeña: venganza. En una ocasión, no recuerdo dónde, leí una frase que me caló hondo: "No hay nada más peligroso en este mundo que una mujer despechada". Cierto es que, en caso de que se enterara de que lo he llamado mujer, cual bacante en el cénit del culto, me despedazaría sin el más mínimo retazo de piedad; empero, es un dicho genérico, de modo que también se puede aplicar a los hombres.

¿De dónde nace la venganza? ¿En qué tierra germina esa obsesión tan mundana? Para empezar, la también llamada "vendetta" consiste en resarcir el daño recibido por medio de la realización del daño ofrecido a quien nos causó el primero. Quizás es una explicación algo enrevesada. En resumidas cuentas, se trata de "joder a quien te jodió". Qué repetición más bien traída he usado para ilustraros... La palabra "daño" y la palabra "joder" aparecen dos veces en ambos denunciados. Y no podía ser de otra manera─para que luego digan que el lenguaje no sirve para nada─; hay un componente igualador.

Así es, el resarcimiento se cría en el seno de la igualdad. Puede que alguno de vosotros, críticos lectores, piense ahora: "¡Vergüenza debería darte! ¡Apoca tus ansias fascistas! ¡La igualdad es buena, puesto que crea las mismas oportunidades para todos!". En primer lugar, no existen lo bueno y lo malo; existen valoraciones. Del mismo modo que puede ser positiva la igualdad para alguien a quien ofrecen una plaza especial en un trabajo por el hecho de tener alguna carencia; para el que no la tiene y no puede acceder a dicho puesto, es negativa.

Entonces, pregunto: "¿Es real esa equidad?". No. ¡Ecuanimidad para los débiles! ¡Igualdad para los diferentes! Mas, para los iguales, no hay igualdad. No somos semejantes; aceptadlo. No es lo mismo hombre que mujer; no es lo mismo adulto que anciano; no es lo mismo humano que perro; no es lo mismo capacitado que discapacitado. Ni mejor ni peor; diferente tan sólo. Pero no me odiéis por tan recias palabras. No tengo intención, con esto, de decir que debiéramos maltratar a los que no se asemejan a nosotros. No obstante, no deberíamos tampoco recompensarlos por ello. Todos tenemos limitaciones; y a veces tenemos que trabajar el doble que los que lo tienen fácil para conseguir las cosas. En algunos aspectos sobresalimos y en otros somos mediocres. Nada de facilidades. ¡La vida no es así!

Por ejemplo, ¿por qué hay que darles subvenciones a las mujeres? Qué idiotez... Es como si las mujeres fueran menos, y hubiera que dárselas por lástima. ¿Por qué se celebra el día del orgullo gay? ¿Es que el resto de los días no estás orgulloso? Es más, ¿por qué has de estar orgulloso de lo que eres? Ni avergonzado ni orgulloso. Eres lo que eres. No hay más. Acéptalo y punto.

Volviendo al tema, ahora que he demostrado que la equidad puede traer problemas según se mire, estaréis de acuerdo conmigo en que genera venganza, venganza y envidia. Los que elevan los brazos a Selene y le suplican amor, como el que ella tuvo con Endiminión, lo hacen por celos, por querer tener lo mismo que los demás. Jamás ambicionarás algo si no lo ves primero en las manos de otro.

Tarántulas son, os lo digo, estimados lectores, con toda sinceridad, aquéllos que trucan la balanza para que permanezca recta. Se encierran en sus cuevas trazando laberínticas telas resplandecientes de celos y de venganza, para atrapar a los viandantes que osan entrar en su caverna, la caverna de la mal llamada justicia, su justicia, que se basa en la vendetta. Jared es ahora una de ellas.

Quien alza el rostro hacia el horizonte y fija sus ojos en el Sol del ocaso para salir en su busca, sin dirigir jamás la vista atrás, ése es el que halla el camino a las alturas. Ése es el hombre libre de las ataduras del rencor, el hombre del sano olvido, el hombre de la ilusión, el superhombre. Como dijo el escritor argentino José Luis Borges: "Yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón".

"¿A qué viene esta cosa incomprensible?"

con incredulidad preguntaréis.

"Filosofía", os respondo, "sensibles,

para que a Eros y Psique calentéis".

Vale, no soy Peter Wright, pero al menos lo intento. En definitiva, quiero decir que veía claras las intenciones de Jared. Sabía que no iba a dejar ahí el asunto, y que iría a buscar a Justin Wright para volver a conquistarlo. Por lo tanto, yo, haciendo gala de mi lógica impecable, iba a intervenir. Sin embargo, como no sólo de la razón vive el hombre, antes tuve que hacer otra cosa. Como mero mortal, no podía desvincularme de las ataduras terrenales que me encadenan al orbe. Por lo tanto, no pude resistir la tentación. La misma noche en la que me encontré con Jared en el aparcamiento, un ardor estigio me recorrió el cuerpo durante mi habitual ducha de las 20:15.

Hallábame embutido en los dimanados vapores del agua caliente, el cuerpo revestido de una densa humedad, cuando mi sexo y mi mente, mi Eros y Psique, conectaron. Como un poderoso trueno cegando mis ojos a la par que causaba un vigoroso estruendo, una imagen se apareció en mis pupilas: era el rostro de Jared cuando introducía sus falanges en mis fauces. Mi miembro se alzó ínterin.

Repentinamiente, mi boca se llenó de su saliva, o de la reminiscencia de su sabor; mis labios ronronearon en el recrear de su tacto; mis fosas nasales desdeñaron las llamas de la pereza para abrazar su característica fragancia; y mis oídos, temblando mi tímpano al ritmo de mi corazón, hizó sonar su cadenciosa voz en mi interior. Al llenarme con su presencia, me nubló los cinco sentidos. ¿Tal era el poder del amor? ¿O simplemente se trataba del erotismo inherente a la juventud?

Mi raciocinio se desvaneció en un simple instante. Quedó, en su lugar, el instinto animal, el livido, el deseo sexual. Mi mano derecha, sin haberlo decretado mi mente, se dirigió hasta el gel de baño con la osadía de un soldado que deja atrás el campamento para satisfacer su ansia aun a sabiendas de que desobedece su disciplina. Embadurné ambas manos con el ungüento y las restregué por mi virilidad, mimándola con un tierno abrazo. Un escalofrío me recorrió la columna. Estaba frío; de modo que las retiré rápidamente. Mas mi órgano viril descendió en su camino a la fragua de Vulcano. Acaricié mi pecho, resbaladizo y lampiño, hasta bajar de nuevo hasta él.

El agua arroyaba mi efigie como el desbordado río que sepulta los árboles al mar. Mis labios exhalaban un suspiro expectante tras otro, deseosos de rendirse al placer. Su recuerdo flotaba en el aire cual fuego fatuo, guiando cada uno de mis actos. Su nombre susurré cuando, piel contra piel, mis dedos se posaron en el tronco de mi virilidad. Mientras, los dedos de mi extremidad libre fueron a parar a mis areolas, que se irguieron con el tacto.

Sin más dilación, deslicé por mi palma el húmedo y visgoso vestigio de mi masculinidad. Cuál fue mi sorpresa al observar el placer con el que el jabón azoraba esa pecaminosa experiencia. Se escurría con mayor velocidad, se dejaba guiar, grácil y fiel, hacia los delirios de mi locura. Y no podía expresarse de otra forma aquel estado de ataraxia, pues las palabras de Jared, aun sin estar presente, se colaban en mi oído con la gracia de una suave brisa primaveral, y me instaba a que continuara, a que me entregara por completo al "ánimus" que él representaba; es decir, a la imagen espiritual que habitaba entre mi yo consciente y mi inconscietne colectivo. Él era el nexo con mi sabiduría, el puente al mañana, la cuerda que separa a la bestia del superhombre.

El firmamento de mi control estaba cada vez más emponzoñado por las nubes de mi fogosidad, de manera que mis movimientos se fueron tornando cada vez más acelerados y desesperados. El tono rosado del glande se iba apareciendo, una y otra vez, durante un simple pestañeo, para después ocultarse entre la cárnica coraza del prepucio; y su imagen se mezclaba con la de Jared, con la de sus manos acariciando mi figura, con la de su lengua profanando mi interior, con la de sus fuertes brazos dominándome. Él me domeñaría, pero yo también a él. ¿Qué es el amor sino dominación y sumisión? Ambas partes ceden, ambas partes exigen, y así se produce la simbiosis perfecta, tanto de carne como de alma. La unión de nuestros cuerpos se convirtiría en nuestra unión espiritual.

Mis piernas temblaron al sentirse mancilladas por la entrada de su carne en mi carne. Mis jadeos se hicieron cada vez más vívidos, más ansiosos, más concordantes. El vaho que exhalaba mi garganta se fundía con el vapor del agua y formaban una neblina de pudor que ocultaba mi acto deleznable, que me penetrasbe en una burbuja ajena a toda moral en la que la que mis acciones sólo podían ser juzgadas por mí mismo, y, por tanto, simplemente podían ser buenas. Aquella burbuja, era, en efecto, un pedazo del infierno en la tierra.

Su nombre se repetía en mis entrañas con fuerza. Me exigía que lo honrara, que lo venerara, que le dedicara mis más oscuros pensamientos y mis más profundos anhelos. Y así lo hice. En el momento en que mis piernas se tambalearon y una diabólica ardentía me sobrevino desde lo más profundo de mí, susurré su nombre con voz temblorosa, y eyaculé como jamás lo había hecho en mi vida. Fue tal cantidad de esperma la que salió de mí, que el orgasmo me tuvo paralizado durante un minuto, sin decir nada, sin hacer nada, y lo más importante, sin pensar en nada salvo en él.

Y, entonces, sacándome de mi erótica ensoñación, cual el sonido de las campanas que, tañidas, anuncian la llegada de la medianoche, y, con ésta, el final del día, aporrearon la puerta del baño. "¡Dylan!", resonó al otro lado la voz de Mark, aunque mermada por la pared que nos separaba, "¡¿Quieres darte prisa!? ¡Que yo también me quiero duchar antes de cenar! ¡Llevas ahí más de una hora! ¡Ni que te hubiera tragado el desagüe!". Sus protestas, aun fundadas, me enervaron ligeramente. Soy de la clase de personas que gustan de disfrutar de la relajación propia del baño.

Es el momento más tranquilo del día, en el que confluyen paz y pensamiento. Las tribulaciones fluyen a través de las aguas y se pierden en las alcantarillas. Es como si el líquido elemento purificara el alma sufriente del bañista en una orgía de vapor y de fuego, una orgía de cielo e infierno. Suspiré molesto y le respondí: "¡Ya voy, impaciente! ¡Sólo estaba tratando de distenderme durante un rato!". Lo peor fue que, tras eso, mi no hermano se fue, sino que permaneció en el pasillo dándome conversación mientras esperaba a que saliera. ¿A mí qué me importaba que un miembro de su equipo se metiera con él por su baja altura? Seguro que había sido culpa suya, por dar pie a ello mostrándole su enfado. Yo medía lo mismo que él, y a mí no me decían nada. ¿Por qué? Porque ven que no me afecta, y claro, ¿para qué disparar a un pájaro que sigue volando al recibir la bala?

A toda prisa, realicé el resto de mis labores de limpieza y abandoné el lugar. Mark entró detrás de mí y se sumergió en su mundo. Yo, por mi parte, bajé a la cocina para sondear a mi madre en busca de consejos. Alcanzado mi destino, me cercioré de que mi padre la estaba ayudando en los preparativos de la cena. Él estaba junto a la nevera, cortando verduras en la encimera, y ella estaba junto al fuego, vigilando que no se quemaran los alimentos. Les saludé y me respondieron con efusividad. A continuación, me senté en una silla y posé ambas manos en la mesa, una sobre otra.

Dicha mesa se encontraba justo delante de ellos, pero me tuve que girar para mirarlos, puesto que me posicioné en un extremo. El resonar de los utensilios de cocina parecía retozar entre el sonido de las brasas, otorgándole a la estancia un aura de casual cotidianidad. Alcé la vista y dije en tono calmado:

─Mamá, papá, sé que puede parecer infantil, pero necesito vuestro consejo en relación a un asunto.

Ambos dejaron a un lado lo que estaban haciendo de forma momentánea y fijaron su atención en mí. Por supuesto, también controlaban que los alimentos que íbamos a digerir no se quemaran.

─¡Claro que sí, hijo! Pregunta sin miedo─respondió ella con una mueca de cordialidad.

Mi padre asintió solemne y me hizo un ademán con la mano para que comenzara a exponer mi problema.

─¿Cómo se puede llegar a gustar a una persona? Entiendo que os resulte ridícula la pregunta, pero es que no conozco nadie más a quien le pueda pedir que me aconseje.

Mi madre emitió una pequeña risita y mi padre sonrió. Al instante, ambos se miraron con cierto brillo en los ojos, cierta ilusión que flotaba grácilmente sobre sus pupilas. Con un gesto, dispusieron que fuera mi madre la primera en responder.

─Así que estás enamorado, ¿eh?─sentenció en tono jovial─. ¡Eso es maravilloso! Pero, hijo, no existe una respuesta concreta para tu pregunta. El amor no tiene ninguna razón aparente; surge por sí mismo. No puedes hacer otra cosa que acercarte a la chica que te gusta y esperar que surjan sentimientos hacia ti en ella.

Iba a corregirla matizando que se trataba de un chico; no obstante, llegué a la conclusión de que eso nos conduciría hacia un laberinto de preguntas al que no me apetecía enfrentarme en tal ocasión. Por lo tanto, pospuse mi, como se dije vulgarmente, "salida del armario"; y no porque creyera que me fueran a repudiar o algo así, ya que estaba convencido de que mis padres me apoyarían. Después de todo, eran muy modernos.

─¡Tonterías!─intervino mi padre─. ¡El amor no surge de la nada, sino que nace de la atracción! ¿Amor a primera vista? ¡Ja! ¡Atracción a primera vista! Y desde esa base se erige el resto. Tu objetivo, hijo mío, debe ser reflejar tu cuerpo en el espejo de su alma. ¡Es más, tienes que hacer que irradie tanto, que atraviese dicho espejo! Todo el mundo tiene sus preferencias. Descúbrelas y explótalas. Mira, por ejemplo, si le gustan las barbas, como a tu madre, dejátela, como hice yo.

─Espera, ¿pero cómo le dices eso al niño? ¡No puedes decirle que finja ser quien no es! ¡Debe ser él mismo!─protestó mi madre.

─Ya, pero ¿y qué pasa si a esa muchacha no le gusta su "sí mismo"?─replicó él.

─En tal caso, la joven en cuestión no merece la pena. Tienen que quererte por quien eres, no por lo que quieran que seas. Además─se enervó frunciendo el ceño de forma iracuanda─, ¿qué es eso de que te dejas la barba por mí? Pues si es así, no quiero que la tengas. No, señor, no me apetece que hagas algo por darme el gusto a mí. Tiene que salir de ti. Y si no me gusta, pues me aguanto, y si no me aguanto, pues lo dejamos, ¿está claro? ¡Era lo que me faltaba! ¡Tener marido a disgusto! ¡Haz lo que quieras! ¡Lo último que deseo es obligarte a algo!

Mi padre se giró ligeramente hacia mí clamando mi ayuda; mas no podía hacer nada por él. Ni un ejército de mil hombres bastaría para ganarle una discusión a una sola mujer. Me excusé alegando que iba a ver si Mark había terminado de ducharse, y los dejé solos. Mientras me perdía en la penumbra del pasillo oía sus gritos, discordantes, chocando los unos contra los otros. Y eso me entristeció. Había sido culpa mía, después de todo.

Tras recoger a mi hermano, cenamos todos juntos, y aun con el ambiente cargado, cenamos pacíficamente. Había alguna que otra recriminación gesticular de parte de mi madre a mi padre. Sin embargo, nosotros comíamos a nuestro aire. Hablamos de lo bien que le fue a Mark en el último torneo de fútbol, lo cual calmó un poco los ánimos. Mi padre, incluso, le dio una palmadita en la espalda para luego explicarle que estaba orgulloso de él. A continuación, repitió esas mismas palabras hacia mí. Evidentemente, perdían mucho valor al ser una reproducción de lo dicho anteriormente, mas asentí para darle a entender que me alegraba saber eso. Poco después, ambos hermanos nos fuimos a dormir.

A la mañana siguiente, llegadas las 7 de la mañana en punto, me entregué a la vigilia como un felino que siente cerca un posible depredador. Y, justo después, el despertador se estremeció entonando con la misma insistencia que un grillo en busca de amor el himno de un nuevo día. Me desprendí de mi envoltura en forma de sábanas y abrí la ventana, permitiendo que el astro padre se abriera paso en la umbría presencia de nuestra habitación. Todo parecía renovarse al paso de la luz, todo perdía su perfidia, su maldad. El brillo del horizonte arrasó todo rastro de inicua y azarosa oscuridad.

En ese momento sonó un leve refunfuño, que tenía su origen en la boca de mi hermano. Éste se removió y farfulló maldiciendo en general, pero acto seguido se giró en dirección a las sombras y volvió a dormirse. Ignorándole, saqué la cabeza por la ventana y me maravillé del hermoso cuadro que trazaba el paisaje matutino. Aún se atisbaba el ligero tono carmesí que había dejado el alba a su paso. Imponente, el Sol bramaba en lo alto del cielo, embravecido. Alcanzado su cénit, gritaba a los cuatro puntos cardinales que era el rey del firmamento. Su tono amarillo profundo y limpio contrastaba con la decadencia del panorama urbano, de modo que sus rayos regalaban su luminiscencia, cual en una caricia, cual en un manto, para así elevar la tierra a los cielos y colmar al mundo sensible de la reminiscencia del mundo de las ideas.

Los ruiseñores ya entonaban su tierna melodía, cuyo ritmo recordaba a un positivismo ajeno a todo lo tangible, a todos los sentidos. Su rojizo plumaje, aun en algún que otro cable de la luz, rememoraba la misma naturaleza, el mismo espíritu de la tierra. Alguno de ellos, osado, ascendía entre sus hermanos y se lanzaba a las nubes para tratar de alcanzar el Sol. Qué ingenuos pajarillos... Ni uno sólo lo conseguiría, mas no hay lugar para recriminar, puesto que ellos al menos lo intentan; no como los humanos, que cuanto más alzamos los brazos al cielo, más se enraigan nuestros pies a la tierra.

Me dejé de deliberaciones y me vestí para bajar y desayunar tranquilamente, como me gustaba hacer. Una vez en la cocina, estuve charlando con mi madre al mismo tiempo que paladeaba las tostadas. Me dijo que mi padre nos llevaría esa noche a un restaurante familiar como disculpa a su comportamiento del día anterior. Aprobé tal gesto, dichoso, y volví a mi cuarto, ya ingerido el alimento, con intención de preparar la mochila. Desperté a mi hermano y, después de oír sus quejas sobre por qué no lo había llamado antes, me puse en camino para ir a clase.

En mi paseo, no pude evitar comparar a mi compañero de cuarto y de óvulo con la voluntad. Los dos, ante la imposibilidad de que se cumpla su designio, en vez de enfrentarse a sus problemas, se quejan. No hay peor mal que ése. ¿Que sirve para desahogarse? Mentira. Si algo no es como tú deseas, cámbialo. Y si no puedes cambiarlo; entonces no anheles algo diferente. Estás perdiendo el tiempo. Aprovecha lo que tienes y puedes tener, y olvida el "yo cambiaría". El "yo cambiaría", así como el "fue" y el "es", debe sustituirse por el "quiero". En otras palabras, la voluntad debe evolucionar a la voluntad de poder. En tal mundo no hay lugar para las lamentaciones; sólo para la aceptación y el buen vivir.

Del mismo modo que Mark, Jared tampoco está satisfecho con lo que tiene; de ahí su ansia de más, de ahí su insistencia en que nadie lo esté, en la equidad, en la venganza. La mente humana responde siempre a los mismos patrones. Por lo tanto, sólo hay que racionalizar los patrones que se repiten para hallar el vaticinio a los actos humanos. Es Proteo quien nos conduce a las visiones de futuro. Todo eso pasaba por mi cabeza durante el camino. Estaba tan ensimismado en mi cadena de razonamiento que tanto el tiempo como el espacio se evaporaron en mi percepción y volaron lejos, a un plano diferente, a un lugar ajeno a mí.

Sin darme cuenta apenas, llegué a clase. Poco a poco, el aula se fue llenando de gente, incluyendo a Jared, que ni se dignó a prestarme la más mínima atención. Justin Wright no asistió a clase ese día. Mejor. Así no me molestaría. Mi hermano fue el último en llegar, y Mandy, que ya había entrado y estaba pasando lista, le echó un buen rapapolvos. Me dio pena; empero, él se lo había buscado. La pereza conduce a la nada, y la nada conduce al hastío. Y cuando el tedio es el soberano de tus tierras, la empatía y el interés son ahogados en cruel piélago, en el que se convierte tu alma.

Aquel día tuvimos una clase tranquila. Mandy pasó de mesa en mesa anunciando la calificación que habíamos obtenido en el último examen. Me felicitó por mi 9,4 cuando estuvo a mi lado, y regañó a Mark por su 4,9 seguidamente. Lo peor fue que no se trocó en un 5 porque había escrito "Biquini" en lugar de Bakunin. Volvió a arremeter una ola de compasión en la orilla de mi conciencia, por lo que traté de animarlo.

El problema es que no se me dan bien esas cosas. Me cuesta hablar de sentimientos y entenderlos, así que no sé cuándo hiero a una persona. Yo soy reservado e inexpresivo, de manera que no tengo conocimiento de cómo exteriorizar mis emociones, y esto crea una sensación equivocada sobre mí. No soy un robot; ¡nadie lo es! Por supuesto que siento y padezco. Otra cosa es que no lo demuestre. Hay quien dice: "Si no manifiestas que quieres a alguien, es debido a que, en el fondo, no lo quieres". No podría ser más falso. Hay a quien le resulta difícil. No soy como Justin Wright, que es emotivo y transparente como el agua. Yo soy un cactus. El cactus puede parecer peligroso y seco por fuera, pero sigue necesitando nutrientes, sigue realizando la fotosíntesis, sigue siendo una planta por dentro.

Es evidente que quiero a mi hermano, a pesar de que sea duro con él. Me comporto así porque pretendo que sea consciente de sus errores y los vea. Y si lo ayudo y lo consiento, no llegará a nada. No obstante, en aquel preciso instante, le hablé con todo mi corazón y declaré:

─Bueno, al menos no ha sido un fracaso estrepitoso y patético, como el 2,3 de la última vez.

Arrugó la frente y tensó las mejillas. No pareció tomárselo muy bien, de manera que aparté la vista para no enfadarlo más. Intrigado, agudicé el oído para hacerme eco de lo que Mandy le decía a Jared.

─Señor Davis, ¿espera que lo apruebe con solo poner su nombre?

─Vamos, profe, al menos un 5 me merezco, que voy mejorando. Al menos ya no pongo una "h" entre la "J" y la "a"─se mofó en tono de burla.

Mandy le dio por imposible y pasó al siguiente. Jared, por su parte, se percató de que le miraba, y clavó sus pupilas en mí. Tras ello, con una mueca provocativa, sacó la lengua y me hizo un gesto obsceno. Después se echó a reír y me retiró la mirada. Que se carcajeara era buena señal. Los cobardes siempre tratan de ocultar su miedo ridiculizando lo que temen. Y si me temía, iba por el buen camino; pues no se puede amar sin antes haber temido.

Llegada la hora del almuerzo, mi hermano se fue, como era habitual, a comer con los miembros del club de fútbol. Curiosamente todos excepto el capitán tenían esa costumbre de reunirse a tal hora. Yo, por otra parte, me encaminé en persecución de Jared. No mentiré; en más de una ocasión los he seguido a él y a Justin Wright para sosegar el hambre feroz de mi curiosidad. Casi siempre acababan fornicando. Ahora, sin embargo, el delincuente juvenil no poseía un cielo en el que volcar su magma, por lo que tenía interés en conocer sus movimientos.

Barbilla alta y manos en los bolsillos, se paseaba por los pasillos cual pavo real que extiende su cola ante la ansiosa vista de las hembras. Su gesto era apacible, burlesco, ajeno e indiferente; de vez en cuando se cruzaba algún estudiante trepidante, cuyos ojos estaban clavados en el horizonte. Pero no parecía de humor para asustar a nadie, o simplemente no le interesaba, ya que él seguía enfrascado en sus pensamientos.

Lo seguía de forma furtiva, sigilosa, umbría, cual si me hubiera diseminado en el éter del atardecer. A cada pared que podía aferrarme, me aferraba; a cada taquilla que podía sujetarme, me sujetaba; a cada puerta a la que podía abrazarme, me abrazaba. Estaba seguro de que si me descubría, me daría una paliza. Tras una leve travesía, acabamos llegando finalmente a la biblioteca. En la entrada esperaba, apoyado en la pared, el director del club de teatro con un bocadillo en las manos. Ni siquiera alzó la cabeza para encontrarse con Jared; sencillamente miraba aquel panteón en el cual se idolatraba de igual manera el pan y la carne.

Nadie dijo nada; el muchacho de la biblioteca alzó la mano y colocó unas llaves en la del recién llegado. Hecho esto, echó a andar. Es reseñable que, al pasar a mi lado, me dedicó un lánguido vistazo y después continuó su camino. Era un rarito. De todas formas, lo ignoré e ingresé en la biblioteca justo detrás de Jared.

Adentrándome en la habitación, no atisbé el menor rastro de vida. Lo único que reflejaban mis pupilas eran libros y más libros; entonces la puerta se cerró tras de mí. Me giré sobresaltado y observé cómo Jared echaba la llave con una sonrisita azarosa. Aun sorprendido y algo temeroso, no flaqueé ni por un instante. Fijé mi mirada en su mirada y relajé mi expresión, batiéndome en duelo con su ansia de dominar. Bloqueada la salida, Jared se guardó las llaves en el bolsillo y caminó con total tranquilidad hacia mí, y una vez llegó a mi lado, me agarró de la barbilla y se encorvó para quedar a mi altura. “Voy a violarte”, salió de sus labios.

Qué necio... No le falta voluntad de poder, mas no la comprende en absoluto. Su deseo no es domeñar, su deseo es querer, querer y ser querido. Sublevar e imponerse son anhelos humanos, es cierto; no obstante, sublevarse y tener imposiciones también lo son. ¿Masoquista? ¿Sádico? No existen tales distinciones, pues los humanos son ambas cosas. El amor es ambas cosas. Dar y recibir; y recibir en el dar, y dar en el recibir. Comprendo muy bien sus intenciones. Verdad es que no soy psicólogo, pero la filosofía habla del alma humana, y la filosofía no tiene misterios para mí.

¿Qué hace el hombre que quiere ascender cuando sus pies no se despegan del suelo? Lanzarse de cabeza al abismo. “Si mi ambición no germina un par de alas, la hundiré”, es lo que dice el hombre insatisfecho. “Si no puedo subir, si no puedo avanzar, pues me entregaré a las entrañas de la tierra y después volveré a ascender al punto de partida”, es lo que habla el hombre infeliz.

Puede parecer una imbecilidad; pero no lo es. A veces para volar, primero hay que caerse y hundirse; a veces para purificarse primero hay que emponzoñarse. Este empeño que parece tan estúpido está en nuestro inconsciente colectivo, en nuestro subconsciente. “Si no avanzas, destrúyete”, declara tu yo, “Cambio, cambio, cambio. ¿Que no puede ser hacia arriba? Entonces hacia abajo. Sumérgete en las profundidades de un mar de tinieblas y, cuando toques fondo, vuelve a la orilla, y allí tendrás tu ocaso, pues cuando tu melena vuelva a ser acariciada por los mimos del viento, y ésta flote grácil hacia atrás en cuanto emerjas, las gotas del piélago volverán a su sitio, y el mismo Sol, amparándote con el éter del atardecer, te encumbrará en la más alta montaña”.

Cambio es guerra, guerra es lucha, y lucha es muerte. Tienes que morir y renacer. Cual ave Fénix, debes convertirte en ceniza antes de resucitar. Jared no es capaz de volver a la vida. Está tan hundido en el océano de su propia decadencia, que ya no es capaz de ver los rayos del astro padre. Le alcanzan, empero, pues no se puede huir jamás del amparo.

¿Violarme? Sabe que no me resultará una violación, puesto que es mi deseo. En todo caso, será una violación para él, porque sigue amando a Justin Wright, aunque sus ojos no sean lo suficientemente pulcros para verlo. Creerá domeñarme, y en realidad seré yo quien lo domeñe a él. Aunque si me preguntáis si lo veo capaz de violarme, diría que sí. Tal es su ceguera, que mira a su voluntad como si estuviera tras una cascada, y obedece al reflejo; no a la esencia.

Respondí con silencio ante su provocativa sentencia, y como sucedió la vez anterior, una mueca de disgusto agrió su rostro. Me soltó la barbilla y me agarró del brazo de manera violenta. Tirando de mí, me arrastró hasta una pared y me arrojó contra ella. Acto seguido, golpeó la pared con la palma de la mano, en una zona muy cercana a mi cabeza, lo que provocó un gran estruendo y me inmovilizó.

─¿Es que no tienes miedo, mocoso de mierda? Voy a reventarte el ojal, a partirte el orto, a reventarte el ojete. Te voy a taladrar la parte de atrás sin miramientos. Haré que sangres, que te duela, que grites, que llores. ¿Es que no vas a quejarte siquiera un poco?

─Hazlo. No hay nada que mi cuerpo me exija más en estos momentos─contesté en tono calmado─. Tu imagen se aparece ante mí como una figura espectral. Me atormenta tu sexualidad, tu efigie masculina, tu potestad viril, tu ardentía iracunda. Lléname con todo ello. Complétame, pues eso es lo que mis entrañas anhelan, que tu ser colme al mío, que encuentre en ti lo que falta en mí, que halle en ti lo bueno y lo malo de mi persona.

─Eres un asqueroso repelente─rechinó los dientes─. Te pegas a mí como una angustiosa lapa, eres más insistente que un repugnante grillo y me asqueas más que una sucia cucaracha. Debería rajar esta linda cara─me acarició la mejilla con el dedo pulgar muy suavemente, casi cual si tratara de regalarme un cariñoso roce─para que no te acercaras más a mí. ¿Sabes lo patético que resultas? Te he visto desde que salimos de clase. ¿Creías que no me daría cuenta de que me seguías? Aunque ya entraba en mis planes. Por eso le di al de la biblioteca un bocata a cambio de las llaves; para entrar aquí y meterte el terror en el cuerpo. ¡Pero es que es imposible asustarte, cojones!

─Tal es la fuerza de mi amor. Todo el querer en mi interior es como un océano embravecido: arremete crudamente contra la orilla, y nadie puede evitarlo. Es imposible que el trueno...

─¡Calla la puta boca! Sólo de oírte me entra dolor de cabeza. Vale, mira, lo haremos así: como no atiendes a razones, no me dejas más opción. Escucha, tierno sopla-pollas─susurró─, si vuelves a acercarte a mí, tu torpe hermanito tendrá un terrible “accidente”, ¿capisci?

Callé.

─Es una lástima. Tu boca parecía hecha para soportar la anchura de mi polla. Y hubiera sido adorable verte con las comisuras de los labios llenos de mi lefa; pero no te soporto. Ahora me largo. Tú me has...

De repente, me eché hacia delante y sellé su amenaza con un beso. Sus ojos se tornaron tamaños y su cara se desencajó. Llevado por la ira, me tiró al suelo de un fuerte empujón. Sus mejillas estaban rojas, aunque más que de ira parecía que era por la vergüenza. Se le notaba nervioso; su cuerpo parecía tambalearse, y fuertes espasmos producidos por la impotencia cargaban sus puños contra el aire.

Algo dolorido, me alcé y fui hacia él; mas echó a correr hacia la puerta. La abrió rápidamente y se perdió en el pasillo a grito de: “¡Vuelve a mirarme y mato a tu hermano!”. El eco de su desesperación permaneció largo rato en la estancia, y más largo aún en mi mente. Me temía, tal y como yo pensaba. Mi plan era llegar a algo más en ese momento, pero a veces los seres humanos entramos en pánico cuando la fortuna nos tiende la mano. Sus cabellos rizados y rubios se trocan negros y enmarañados en nuestros enlutados ojos. No importa. Estaba claro; tarde o temprano sería mío, y yo de él, ya que cuando amas tanto a una persona, es tu propio amor el que origina el del otro.

─Qué divertido─reí─. Pensaba que me tenía respeto, pero no que lo aterrara. Mira cómo corre. Parece que lo persigue una tribu de caníbales. Espero que pare cuando se de cuenta de que todos lo están viendo y de que está haciendo el ridículo.

CONTINUARÁ...