El diario filosófico de Dylan Twin 1

¿Qué respuesta dará Jared a la pregunta de Dylan? No se lo pierdan.

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Diario de una adolescencia gay

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Un relato del Enterrador

El diario filosófico de Dylan Twin 1: Filosofía del camello (Primera parte)

Suele decirse que no hay nada más poderoso que la voluntad. El deseo, el anhelo, la fuerza de crear, de imponerse, de avanzar hacia un horizonte teñido del más prometedor color dorado. Qué idiotez... Querer es de débiles; tener fe es de cobardes; y soñar es de necios. Lo único palpable, lo único que te provendrá de todo lo que tú necesites es la consecución. La aspiración es sólo la primera fase en el camino a la piedra filosofal. Pero no es suficiente con ambicionar algo; tienes que cogerlo, tienes que conseguirlo. Tales son las dos fases para alcanzar la supremacía. Quien se queda en la primera, es como aquél que instala su campamento en la entrada del bosque por miedo a adentrarse en sus profundidades. Por mucho que se diga a sí mismo que mañana será el día en el que atraviese las tinieblas que rodean su cotidianidad, se engaña a sí mismo, pues permanecerá eternamente en el mismo punto.

Sin embargo, debe existir una cadena entre “querer” y “poder”. Si no, acabaríamos siempre en el error, que, por otra parte, es afín a nuestras vidas, y las sobrevuela con empeño hasta vernos caer por completo, hasta que arribamos en el auténtico fin. Sólo éste nos libra del equívoco. Inconsciente es ése que cree poder huir toda su vida del buitre de ésta. Pues bien, la cuerda que une anhelo y obtención no es otra que la capacidad. Llámala habilidad, llámala inteligencia o llámala como gustes, pero es así. El águila vuela hacia el horizonte, mas en buscar presas se entretiene, y, cuando baja a por ellas, es cuando el buitre es más propenso a atacar. No obstante, al sentir a la serpiente rodeando su pata, vuela alto, muy alto, huyendo, y, sin querer, llega finalmente hasta el Sol. Sin serpiente, el águila no se centra, y sin águila, ella no puede volar. Son la perfecta simbiosis.

En fin, os preguntaréis a qué viene todo este rollazo incomprensible y aburrido. Esto, lectores, se llama filosofía. En definitiva, estoy diciendo que estaba harto de suspirar por algo y no tenerlo, por lo que me tiré a la piscina, fui a buscar a la fuente de todas mis vigilias. Todo esto se debió a que, en mi habitual paseo a la hora del almuerzo, en el que me evado de las pestilencias terrenales de mis descabezados compañeros, vi algo que me llamó poderosamente la atención.

Hallábame yo justo en el principio del pasillo que da a la azotea cuando, en tropel, una figura se deslizó a toda velocidad por el mismo. Me asomé a la azotea y escuché el patético intento de llamar la atención de un crío y la incomprensible represión del otro, hasta que presencié un beso. La curiosidad me pudo, de modo que decidí seguir al huido, y cuán fue mi sorpresa al ver que se trataba de Jared Davis, uno de mis compañeros de clase. En fin, os ahorraré el resto de los detalles, porque detesto perder el tiempo, e iré al grano. Fui al aparcamiento con la esperanza de que no se hubiera ido para esperarlo subido en su moto. Y así esperé hasta que apareció. Qué regocijo sacudió mi alma al atisbarlo en la distancia... Estaba preparado para decirle lo que sentía, y no sentía el menor temor, puesto que el miedo es sencillamente una forma elegante con la que nombramos a la inseguridad, y ésta va unida a carencias, de las que yo, valga la redundancia, carezco.

Sus pupilas se clavaban desafiantes y despectivas en mí, maquinando cómo arrancarme de su camino cuanto antes. Debido a su irracional furia, me dispuse a ir al grano: le dije que venía a declararle mi amor, y el muy idiota me confundió con mi hermano. Es como confundir al águila con la serpiente. ¡Nada que ver! Insistí algo molesto y le pedí una respuesta inmediata a mi pregunta sobre si quería salir conmigo.

─Mira, enano─se sonrió con sorna─, porque es lo que eres, un enano, tanto mental como físicamente. Los críos insufribles y repelentes como tú me dais arcadas. Me ponéis de muy mala leche con vuestras mierdas. Te lo digo así de claro. No saldría contigo ni aunque tu culo curara el ébola. Ahora piérdete, ¿quieres? Y si no quieres, también. Porque te voy a meter una hostia que te voy a mandar volando a China.

─¿Es que aún sigues enamorado de Justin Wright?─sondeé molesto, achicando los ojos y arrugando la frente.

─¿Enamorado? Ese crío me sacaba brillo al sable. Nada más. Olvídate de besos a lo Leonardo DiCaprio o de mariconadas a lo “Crepúsculo”. Me lo ventilaba porque me picaba el nabo. “Enamorado”, dice. ¡Me río yo de eso que los putos sensibleros llamáis amor!

─También yo pensaba como tú. Aunque eso cambió, claro está, cuando empecé a sentir cosas por ti─le mantuve la mirada, con decisión en el semblante─. Tú me hiciste esto, de modo que ahora tendrías que hacerte responsable del estropicio que has causado en mi espíritu.

─Ni siquiera te tiembla la voz. ¿Ves? A mí lo que me mola es atormentar criajos. Tú eres aburrido. No me podría cargar tu endereza por mucho que te fustigara. Tu expresión denota seguridad, inteligencia, experiencia... Todas las cosas aburridas que puede tener una persona. ¡Bah! ¡Largo de mi camino, que me estoy hartando, y te estoy avisando de que tengo malas pulgas!─frunció el ceño.

─Todo comenzó─empecé a relatar con aire distraído, cosa que hizo que él se cruzara de brazos y suspirara profundamente─hará uno o dos años. Oí que el club de teatro del instituto iba a representar el “Fausto” de Goethe, de manera que decidí que iría a verla para reírme del despropósito que iban a hacer. Esa historia fue escrita para ser leída, no representada, así que imagínate. No obstante, resulta que, llegado el día del estreno, voy para allá. Por cierto, el público era casi inexistente: un frikazo encapuchado, un crío, el director y yo. El director, ese rarito de los bocadillos, presentó la obra y se sentó en primera fila.

Desde el inicio de la representación, todo me resultó patético. Dios y los arcángeles no vocalizaban y, supongo que por falta de personal, a Mephistópheles lo representaba una chica. Muy fea, por cierto. Aunque eso pegaba con el papel. Tras algunos bostezos, me levanté para irme; y entonces apareció: un serafín resplandeciente, una luz brillante y cegadora, una magnificencia celestial; se trataba de Peter Wright en el papel de Fausto. Sus diálogos, desde el primer parlamento al último punto, me cautivaron completamente. Su cutre vestimenta anodina era oscurecida por su radiante perfección. Cada vocalización, cada acento, cada palabra que salió de sus labios era para mí el paraíso. Caí prendado.

¿A qué viene esa risita? Para tu información, dicho sentimiento no era amor. Se trataba de admiración. En verdad es parte de la emoción del amar; sin embargo, para que ésta se produzca es necesario que la admiración sea envuelta en los ropajes de la atracción física. O al menos tal era mi pensamiento en aquella época.

Me dirigí al escenario para inquirir mil y mil veces al objeto de mi ensimismamiento; no obstante, el crío que se sentaba delante de mí se me adelantó y lo abrazó delante de todos. El mayor parecía algo avergonzado por la actitud del que, por lo que supe más tarde, era su hermano. Aun así, le respondió. Yo, viéndome apartado de ese espíritu elevado, salí de aquel sitio sin más, afligido por un torrente inexplicable de humillación. Sin embargo, con el paso del tiempo, y aun con el devenir de las Lunas y los Soles, no conseguía olvidar aquella excelente representación. Los ojos de Peter Wright se me aparecían en sueños como los de un dios. Quizás era para mí un faraón, un ente perfecto, un espectro de la sabiduría. No sé. El caso es que lo busqué desde la distancia. Me enteré de cuál era su clase; mas no reunía el valor para abordarle. El de aquel día se desvanecía conforme su figura se iba dibujando en mi campo visual. Y es que la valentía es como el hielo. Mientras sigue fría, es sólida. Pero en cuanto se calienta, se evapora sin dejar rastro.

Tiempo después, me enteré de que estaba, aparte de en el club de teatro, en el de poesía. Aguardé a que llegara un recital de poesía y fui a ver de nuevo a mi ídolo. No había más que rima fácil, sonetos ruinosos, versos malogrados e ideas estériles por allí; hasta que llegó él.

Brent lo presentó como una futura promesa en el arte de confeccionar poemas. Y no exageró un ápice su ensalzamiento. Ya no eran tan sólo sus poemas; su voz, su forma de recitarlos, su entonación; todo en él era perfecto. Mi respiración se agitaba al oírle, mis ojos se engrandecían, mi cuerpo se tensaba y mi corazón se desbocaba. Mas alcancé el clímax de la fascinación por su persona en cuanto oí su último poema. Me caló tanto que recuerdo hasta la última coma. Decía así:

"Y, por más que el intrínseco dolor

azotaba resortes al retoño,

no desterraba inocencia o malicia,

sino que en devenir las erigía.

Oh, así, danza fuego, clamando vida,

mas las llamas perecen y germinan;

restando Apolo y Dioniso en el cáliz,

dorada prisión. No pueden salir.

Coexiste infierno y cielo en misma carne,

y es que, muerta energía y muerta sangre,

se alza tu interior bramando poder,

creación y futuro por, para hombres.

Mutada su apariencia en tres reflejos;

iluminados aquéllos en espejo;

retorna el retoño, y es niño nuevo,

y viejo a la vez, pues él es eterno.

Nada se pierde; todo se mantiene;

Cambia de lugar, muta, simplemente.

Prevalece lo mismo, una y otra vez,

pues tú, superhombre, has de volver".

Lo juro. En ese momento sentí unas ganas irrefrenables de llorar. Y, por mucho que me pongas mala cara, yo seguiré orgulloso de los escalofríos que recorrieron mi piel en aquella ocasión. Esta vez sí que me levanté decidido, acabado ya todo, para hablar con él. Cualquier sonido que exhalaran sus labios sería para mí como la mismísima ambrosía. Y de nuevo se me adelantó ese mequetrefe, su hermano. Se abalanzó sobre él cual niño al que su padre recoge del parvulario. Un sabor nauseabundo me emponzoñó el paladar. Empero, aun así, pretendía hablarle, aunque estuviera su hermano pequeño delante. Y entonces presencié una escena que jamás creí que verían mis ojos. Aquella sílfide masculina, aquel ser perfecto, aquel Apolo viviente pegó a su hermano. Cerró el puño con rencor y le dio en la parte superior de la cabeza. Exclamó: “¡Justin! ¡Te prohibí que vinieras a verme a los recitales de poesía! ¡¿Se puede saber qué haces aquí?!”.

Mis ojos estaban tamaños al extremo. Contemplaba incrédulo la destrucción de la imagen de aquel delicado Adonis sinda dar crédito a la realidad que se extendía en mi mundo.

─Usas palabrejas muy raras─me interrumpió impaciente─. Y, como te he dicho antes, no me da la gana aguantarte. Así que me largo. O me dejas pasar o te meto. Así de sencillo.

Me aparté delicadamente sin apartar la vista de él, que se clavaba como las uñas del águila sobre su presa. Se subió a la moto y fue a arrancarla mientras decía:

─Así que dejaste de estar encoñado con Wright por el simple hecho de que le dio una hostia a su insufrible hermano. No debías de “admirarlo”─dijo esta última palabra con cierto aire de remarcar─tanto. De todas formas, que sepas, mocoso, que nadie es perfecto. Y no encontrarás a nadie tan repugnantemente finolis como tú deseas.

─Te equivocas─le reprendí a la par que trataba de arrancar la moto sin éxito─. Aquello hizo que mi arrobo creciera aún más. Es más, tal visión me hizo odiar a Justin Wright. Y con el más destructor, despectivo y peligroso de los odios, el de la envidia. Cuando los celos se trocan en el titiritero umbrío que conduce a tus manos, te conviertas en sombra de lo que fuiste, pues pierdes el “tú” para adoptar el “a por él”. Entonces tus miembros se tiñen de la sangre de tu víctima. Al momento no importa, pues el carmesí es tragado por la oscuridad del azabache. Sin embargo, cuando el titiritero, cruel sonrisa en boca, te abandona, ves la mancha en tu alma.

Lo comprendí todo. Un roce con sus labios no me bastaba, un trago de su saliva no me era suficiente, un cosquilleo de sus susurros no me bastaba. Necesitaba más. Y la única manera que me serviría para conseguirlo sería la de ser su hermano, la de pasar los segundos, minutos, horas, días, años con él.

Por eso sentía esa aversión por Justin Wright. Él tenía a su lado la iluminación a cada resonar del reloj, y lo único que yo poseía conforme la arena se perdía en la arena era la voluntad vacía de mi hermano. Hubiera dado cualquier cosa por cambiarme por él. Me moría por que ese Dios me hablara, por que me ordenara, por que me controlara, por que me castigara. De mil amores hubiera satisfecho todos y cada uno de sus caprichos. Y es que tal brillo lo merecía sobradamente. ¿Entonces por qué? ¿Por qué una insignificante mota de polvo permanecía pegada al mundo? Ello sólo podía empequeñecer su altura. Aunque sencillamente le restes uno al infinito, deja de ser infinito.

Aquella belleza jamás rozaría mis cabellos con sus gráciles dedos. Nunca podría sumergirme en su bálsamo esplendoroso. ¿Por qué estaba tan lejos de mí? ¿Por qué la Luna y las estrellas, aun regalándonos tanto tintineo que alcanza a nuestros ojos, se resisten a que las toquemos? ¿Por qué permanecen tan alejadas de nosotros? Y, sin embargo, las indignas nubes, en su afán por dejarse deslumbrar, eclipsan el regalo del firmamento. Supongo que yo tampoco era merecedor de las constelaciones, y por ello estaba condenado a la mediocridad del simple observador en la distancia.

Me retiré mientras sentía cómo la verdad azotaba mis entrañas con el látigo de la decepción. Traté, desde ese día, de alejarme y acercarme a Peter Wright a la vez. Rehuía su presencia, mas leía todo lo que pasaba por mis manos para alcanzar la cultura de la que él hacía gala. Y así, pensaba, algún día sería digno de él.

─¡¿Por qué no arranca esta puta mierda?!─maldijo fingiendo desinterés por mi historia, aunque era evidente que estaba intrigado─. Oye, tú, espantajo malparido, no le habrás hecho algo a mi moto, ¿no? Porque es que te reviento.

─Dios me libre. Soy consciente de que la quieres casi tanto como a Justin Wright.

─¡Que yo no quiero a nadie!─exclamó apretando los dientes─. ¡A ver, ¿por qué me cuentas que estabas enchochado con Peter?! ¡¿Qué tiene eso que ver conmigo?! Yo a ése no me lo he follado. Con lo estirado que es, seguramente no es capaz ni de tocar una polla. Ése no chupa una polla en su vida, te lo digo yo.

Asentí en tono calmado a la par que tomaba aire abriendo lánguidamente la boca para continuar con mi relato:

─Por casualidades de Destino, este año acabé en la clase de Justin Wright. Era la primera vez que coincidíamos. Yo no tenía la menos pretensión, aun lo que pueda parecer, de hacerle nada. Mi plan para con él consistía en ignorarlo sin más. Pero tú, el primer día, me diste un aliciente para hacerlo. ¿Recuerdas la primera vez que te acercaste a mí? Tus palabras exactas fueron: “Oye, tú, debes saber que Justin Wright es mío, de modo que ni se le mira. Ya puede sufrir, ya puede llorar, ya puede reír, ya puede cantar, que no se le presta la menor atención, ¿está claro? Si se meten con él, yo lo defenderé. Pero ni se te ocurra intervenir o te mando al hospital. Advertido quedas”.

Sinceramente, lo que me dijiste no me interesó lo más mínimo. Sin embargo, me enamoré de ti. Sí, puede sonar ridículo, absurdo o patético; empero, es la verdad. Con una amenaza comenzaron mis sentimientos por ti. Si me cuestionas acerca de qué fue lo que me gustó en concreto de ti, yo diría que tu voluntad de poder. En el iris de tus globos oculares se atisbaba la más ardiente de las llamas. Del infierno de tus entrañas ascendían embravecidas las brasas de tu deseo de imponerte, de crear, de valorar lo que haces y lo que no haces por ti mismo. Esa fuerza de la que hacías gala era admirable. Toda esa pasión, azorada con el más tierno pudor infantil, aporrearon mi corazón con una cólera insondable.

Al principio pensaba que mi raciocinio estaba nublado por los celos hacia ese chico. Sin embargo, con el paso de los días, me fuiste fascinando aún más. Ese descabellado plan de salvarlo para forzarlo a satisfacer tus deseos sexuales era tan evidente... Lo que me hizo preguntarme el porqué. ¿Qué mueve a una persona a necesitar alguien que le alivie de esa manera tan desesperada? Oí gritar a tu desesperación, Jared. Mas no actué debido a que él era tuyo y tú eras de él. Yo no pintaba nada. Pero ahora sí puedo actuar, ahora sí puedo liberarte de tus demonios.

Oí a ese tal Axel, el famoso asesino de la escuela, declarar sus sentimientos por aquél al que antes amabas, en la azotea. Ya nada te ata a él. Yo estoy dispuesto a sustituirlo.

─¡Puta moto!─le dio una patada. Al parecer, tanto no la quería. Acto seguido, fijó sus pupilas en las mías con una mueca entre la pena y la burla─. ¿Tan poco te valoras a ti mismo, que estás dispuesto a ser el segundo plato?

─Las valoraciones son subjetivas y personales. Poco tienen que ver con los actos.

─Todo lo contrario, enanillo salidillo. Aquí huele a “desesperación”─olfateó con arrogancia─. La misma que tú oliste en mí. Aunque, por otra parte, la mía era inexistente. Sacaste conclusiones precipitadas, como cuando dices que amo a Justin. Si tú mismo has dicho que sólo lo quería para aliviarme.

─Como he dicho antes, soy un frío analista. Jamás yerro en mis conclusiones. Si estoy errado, es que aún no he llegado al fin de mi razonamiento. Yo no hablo sin estar seguro de lo que digo. En primer lugar, esa obstinación no es normal. Si fuera sólo deseo sexual, no lo buscarías sólo a él. Te hubieras cansado rápido. Te negabas a soltarlo. Y deduzco que esa carrera de antes era rabia acumulada por el miedo a perderlo.

─¿Nunca te han dicho que tienes una hostia enorme en toda la frente?─ladeó el labio superior con asco.

─En segundo lugar, es obvio que vuelcas tus carencias afectivas en el sexo. A la mayoría de las personas ninfómanas, violadores, etc, les pasa─fruncí el labio altivo.

─¿Y a ti qué te importan mis carencias afectivas?─apoyó el codo en el manillar y se llevó la mano a la mejilla.

─Me importas tú.

Alzó las cejas como gesto de incredulidad e hizo un ademán con la mano para indicarme que me daba por imposible. De nuevo, intentó arrancar el vehículo sin conseguir nada. Me acerqué y acaricié su mano levemente. Jared tensó el rostro y me dedicó una señal asesina con los ojos, que yo ignoré.

─Cuando lo hagamos, puedes vendarte los ojos, puedes decir su nombre, puedes imaginarte que soy él. Ni siquiera gemiré. Podrás recrear en tu imaginación todas las veces que lo tomabas.

De un movimiento rápido, se bajó de la motocicleta, me agarró del cuello y me estampó contra el coche más cercano, sin importarle lo más mínimo que se abollara o se rayara. Parecía asqueado, sumamente asqueado. Creí que me escupiría. De cualquier forma, no creo que lo hubiese hecho. Él sabía que lo habría disfrutado.

Sin decir nada y sin apartar la vista de mí, introdujo su dedo índice en mis fauces. Me estremecí perdiendo la endereza que estaba intentando forzar. Me palpó el interior de la boca al completo, acariciando lengua, dientes y paredes. Al poco, introdujo el dedo corazón también y me la abrió. Emitió un pequeño bufido y ordenó:

─Chúpalos.

Coraje restaurado, no me lo pensé dos veces: accedí a lo que me dijo. Escurrí mi lengua por ambas falanges tratando de ensalivarlas lo máximo posible, y me deslicé por ellas con el mayor erotismo que mi pobre educación sexual me había regalado. Cerré los ojos para no ver su control, para evadirme a un mundo de romance y no de dominación. No obstante, poco tiempo pude mantenerlos así. “No”, espetó, “quiero que me mires a los ojos mientras lo haces, quiero que experimentes en tus huesos la humillación por la que te estoy haciendo pasar. ¡Hazlo”.

Mi miembro, al escuchar aquello, levitó, y claro, su efigie se apareció en mis pantalones. Una malvada risotada brotó de su interior. Se apareció una inicua sonrisa en su semblante y sus ojos evidenciaron su egolatría, su soberbia, su arrogancia.

Como el águila que hinca sobre la serpiente sus pérfidas garras, Jared me tenía a mí a su merced. Retiró su mano estranguladora de mi garganta y la colocó entre mi barbilla y mi mandíbula, abriéndome la boca. Después, violó mi cavidad bucal cual si se tratara de un agujero sexual. La penetró sin el menor atisbo de piedad.

─¿Te gusta?─susurró─. Sí, claro que sí. ¿Verdad que sí? ¿A que te gusta? Muy bien, eres un buen zorrito. Ahora dime─agachó la cabeza y me lamió el lóbulo de la oreja─. ¿Qué te parecería que te follara aquí, en mitad del aparcamiento, donde puedes ser visto por todos? Seguro que tu polla saltaría como loca con el simple roce de la mía en tus nalgas, ¿no crees?

No respondí. Seguía concentrado en mi tarea de lamer y chupar. Frunció el ceño y me sacó los dedos de la boca para apartarme de un empujón. “Aburrido”, musitó a la par que se iba. “Mierda”, pensé para mí, “igual tenía que haberle suplicado o algo. Lo que él quiere es sentir control sobre mí. Y, al verme pasmado, se ha decepcionado”. Justo cuando iba a subirse a la moto vio que había una piedra en el tubo de escape. Entonces la sacó y adhirió su atención de nuevo a mí.

─¿Sabes que por menos de esto─levantó la piedra─le he abierto la cabeza a un tío?

─Jared, yo puedo llenar el vacío que te ha dejado en el corazón Justin Wri...

─¡Cierra la puta boca de una jodida vez!─lanzó la piedra a la ventanilla de uno de los coches de los profesores─. Yo que tú, echaría a correr─arrancó la moto─. Ah, y como te vuelvas a acercar a mí, te hundo la vida, hijo de puta.

Dicho esto, se marchó. A mí no me quedó otra que huir de la escena del crimen. Pero no pensaba permitir que eso acabara allí. No creía ser capaz de conquistarlo por mí mismo. Sin embargo, si alguien iba a sustituir a Justin Wright, y alguien tenía que ser, puesto que Jared no podría encerrar a su lujuria, sería yo, costase lo que costase.

CONTINUARÁ...