El diario del sacrificio de Mark Twin 2
"Ante mí, como si un niño los hubiese colocado para después jugar con ellos, estaban perfectamente alineados 6 chicos, todos delgadísimos y con fuertes temblores. No entendía muy bien qué estaban haciendo allí parados, estáticos y con la mirada perdida".
Recuerdo que cuando comencé esta historia llevaba un control exhaustivo sobre ella en una libreta. A saber dónde está esa libreta ahora. Creo que, debido a la longitud de este relato, estoy perdiendo facultades. No es bueno ser tan ambicioso...
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Diario de una adolescencia gay
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Un relato del Enterrador
El diario del sacrificio de Mark Twin 2: Pruebas a los sacrificios
Ante mí, como si un niño los hubiese colocado para después jugar con ellos, estaban perfectamente alineados 6 chicos, todos delgadísimos y con fuertes temblores. No entendía muy bien qué estaban haciendo allí parados, estáticos y con la mirada perdida. Miré alrededor en busca del capitán, pero no lo encontré por ninguna parte. Era raro, porque era él quien me había citado en el gimnasio después de clase. Bueno, no él personalmente, sino en una nota, pero daba igual, porque eso no le quitaba responsabilidad alguna por dejarme plantado.
De repente, se abrió la puerta del vestuario y salió Mila, la encantadora mánager, la cual parecía sorprendida de verme. Bajo el hombro llevaba una caja de cartón que sujetaba tan firmemente que parecía que llevaba algo muy valioso dentro. Me hizo un gesto con la mano para que me acercara a ella y yo, encantado de que esa diosa reclamara mi presencia, corrí hacia ésta.
─¿Qué haces aquí?─preguntó con tono amable en cuanto me tuvo al lado.
─El capitán me ha citado aquí hoy. Me extrañó, porque me dijo que empezábamos mañana, pero bueno…─dije algo cortado con la cabeza agachada. Entonces ella puso su mano en mi hombro con total confianza, cosa que me sobresaltó.
─¿David? Qué raro… Si él hoy no viene; está trabajando.
Según Mila, lo que iban a hacer ese día era encargarse de probar a los nuevos miembros, que, al parecer, eran los chicos que estaban de pie con la mirada perdida. La verdad es que eran un poco exagerados; ¿por qué se ponían tan nerviosos? No reaccionaban apenas a nada, sólo algunos hablaban entre ellos, riéndose, con confianza, como ajenos a los nervios, pero cuando la conversación terminaba volvían a ponerse rígidos.
Entonces la puerta del gimnasio se abrió de par en par con Eric al otro lado. La cosa es que no estaba solo, sino que venía acompañado de una chica, que se abrazaba a él con ansia mientras iban andando. Parecía algo incómodo, aunque supongo que cuando le demuestras a alguien tu amor te da igual eso.
Mila, con expresión desaprobadora, se acercó a ellos y me dejó a mí atrás. Comenzaron a hablar, pero yo no me acerqué a ellos, pues aún era un novato y no quería meterme en donde no se me llamaba. Lo último que quería era ganarme enemigos; simplemente observaba desde la distancia. Eric le presentó a la chica y ambas se dieron la mano, pero después Mila señaló la puerta, según creo yo, para decirle que la chica se fuera. Eric suspiró, aunque no parecía que de decepción, sino de pereza.
La chica fulminó a Mila con la mirada. Sin embargo, acabó por irse después de darle un beso en los morros a Eric, un beso que duró por lo menos un minuto de reloj. No soy experto en besos, pero creo que tanto tiempo es pasarse un poco.
Al largarse la chica, Mila señaló hacia mí y Eric me miró, me miró como se mira una piedra o un edificio, algo que siempre está ahí y cuya existencia es totalmente ajena a ti. Después, le hizo un gesto a la mánager para que atendiera a los aspirantes mientras él venía en mi dirección. Cuando estuvo a mi lado, se volvió a inclinar para quedar a mi altura, como el día anterior, lo cual, me irritó bastante.
─Hey, Pulgarcito─dejó caer como si nada.
─No me llames así, por favor─le pedí con la mayor simpatía que pude reunir en ese momento y después decidí preguntarle algo─. ¿Qué haces tú aquí?
─Soy el subcapitán, de modo que los días que no viene el capitán yo soy quien dirige el cotarro─se encogió de hombros dando a entender que me estaba haciendo un favor respondiendo a una pregunta sin importancia.
─Pues a mí me ha citado el capitán aquí─le conté, consciente de que estaba respondiendo a una pregunta que no me había hecho. Aunque lo hice precisamente porque sabía que no me la iba a hacer.
─¿Mmm? Claro, yo te cité aquí.
─¿Cómo dices?─alcé mi cara para que pudiera ver la sorpresa en mi rostro.
─Ya entiendo la confusión. Verás, yo soy el capitán en funciones cuando no está el de verdad, por lo que puse en la nota que era el capitán, y tú lo entendiste mal.
¿A quién iba a engañar? Lo había hecho a propósito. Quería quedar por encima de mí y, como le parecía gracioso reírse de alguien más pequeño e indefenso, escribió esa nota. Frustrado, saqué la nota del bolsillo, la arrugué y la tiré al suelo ante su mirada. Una sonrisa se dibujó en su rostro, pues parece que mi reacción le pareció divertida.
Entonces se giró hacia los aspirantes, tan nerviosos ante la presencia de una chica que cuando echaban a andar, se caían ante la atenta mirada de sus compañeros, que no podían evitar reírse a carcajadas.
Eric me cogió del brazo y me llevó hasta ellos sin darme siquiera la oportunidad de quejarme por el engaño. Me colocó al frente de todos esos chicos y se dirigió a Mila.
─Nena, tu trabajo ha terminado. Deja que un auténtico macho se ocupe de esto─soltó con una media sonrisa y con una ceja levantada, supongo que en broma.
─Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces─musitó Mila alejándose.
─Bien, estáis aquí, pequeños sacos de estiércol─dijo esto riéndose, así que lo tomé como una broma, pero, ¿y si no lo era?─, porque váis a realizar las pruebas para entrar al equipo de fútbol.
─¡Espera!─alcé la mano, cosa que hizo que el resto de chicos me miraran horrorizados, como si fuera un loco que se atreve a rebelarse contra la divinidad todopoderosa─, ¿yo también? A mí me dijo el capitán que ya estaba dentro.
─¿Yo dije eso, Pulgarcito?
─Tú no, el verdadero capitán. ¡Y no me llames Pulgarcito, leñe!─protesté indignado agitando los brazos.
─Eso ahora no importa, puesto que el capitán soy yo. Y, bueno, si quieres que deje de llamarte así, tendrás que superar las pruebas─hizo una pausa con los ojos entrecerrados, como para darle más dramatismo al asunto─, Pulgarcito.
Miré a la mánager para ver si me sacaba de ese lío, pero ésta estaba sentada en uno de los bancos concentrada en su móvil. Dichosos móviles, por su culpa la gente no presta atención a las cosas y no pueden salvarme. Seguro que si me disparan en la calle, la gente no me ayudaría porque estarían demasiado ocupados actualizando su facebook.
Genial, ahora tendría que enfrentarme a 6 tíos diferentes, cosa que podía dejarme muy mal. De esos 6, ¿cuántos podían ser mediocres? ¿3 ó 4? El resto seguramente destacarán, y, en contraste, me harán quedar a mí como lo que realmente soy, un mediocre. ¿Debemos las personas mediocres competir con los genios? No lo creo. Yo jamás podré ganar a un genio, porque no destaco en nada. Si hay algo que define a los genios es que destacan, pero la gente normal, mediocre, como yo, nunca brillará.
¿Habéis visto alguna vez una estrella apagándose en el firmamento? Yo a veces pienso: “Bueno, al menos tuvo el honor de brillar, pero yo no tengo siquiera eso”. Soy una estrella que nace apagada, que nunca puede brillar, que nunca será vista. ¿Y qué puedo hacer? Nada, absolutamente nada, sólo intentar apartarme del firmamento para no molestar a las que sí que brillan.
Ese Eric, aunque sea tan superficial y mezquino, sí que parece brillar, al menos en términos de seducción. Podríais pensar que es injusto que una mala persona brille, mientras que yo, que soy bueno, siempre esté apagado. No podéis estar más equivocados. Si no brillo, se debe, en parte, a la envidia que siento por los que sí que brillan. La envidia es lo que impide que las estrellas brillen, porque crea tal obsesión por brillar más fuerte que los otros que, si alguna vez estuvo encendida la bombilla, se acaba fundiendo por exceso de envidia. Estoy seguro de que él no envidiaba a nadie, a diferencia de mí.
─Está bien, lo haré. Pero si paso las pruebas─lo miré fijamente, con una determinación que jamás en mi vida había experimentado─, dejarás de llamarme Pulgarcito, como has prometido.
─Sin problema, te llamaré por tu nombre. ¿Cómo era, por cierto? ¿Eduardo?
¿Puede alguien explicarme en qué se parecen “Mark” y “Eduardo”? Ese tipo estaba intentando ponerme nervioso, pero no lo iba a conseguir. Tengo que ser siempre positivo, siempre amable, siempre un niño bueno, para que así nadie me odie, para que así nadie note lo mediocre que soy.
Se quedó un rato esperando a que le respondiera, sin embargo, no le iba a dar ese placer, de modo que siguió a lo suyo. Le silbó a Mila y, ésta, molesta, le dijo que no era una cabra. Después, Eric le dijo que sacara los balones para la práctica. Para mi sorpresa, al abrir la caja no había ni un sólo balón de éstos ovalados que se usan para el fútbol americano, sino que era un balón redondo.
Me acerqué a Eric y le pregunté algo desconcertado:
─¿Por qué sacas esos balones?
─Pues verás, Pulgarcito, porque, a diferencia de ti, nosotros no podemos jugar con canicas.
Juro que en ese momento me dieron ganas de arrancarle la cabeza y jugar al fútbol con ella.
─Pero eso no son balones de fútbol americano─fingí ignorar su comentario, aunque apreté tanto los dientes que no sé cómo no me los partí.
─¿Fútbol americano? Mira la pista. Es una pista de fútbol europeo. Oh, Dios, ¿no lo sabías?─se echó a reír reclinando la cabeza hacia atrás.
─E-espera, ¿qu-qué dices?
─Éste es el club de fútbol europeo; ¿por qué, si no, iba a haber tan poca gente interesada? Aquí, en USA, no tiene mucho éxito. Qué tonto, ¿cómo no te diste cuenta?─siguió descojonándose de mí.
─Y-yo no sé nada de futbol europeo. ¿Cómo lo voy a hacer?
─Ése, mi querido Pulgarcito─me puso un balón en la mano─, no es mi problema.
En serio, odiaba a ese tío.
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Aunque estaba en clara desventaja frente a mis compañeros, a los que ya estimaba en mi mente como expertos en fútbol, decidí no rendirme. Puede que no supiera casi nada de ese deporte, pero no creía que fuera muy diferente del americano, ya que, después de todo, compartían el mismo nombre: fútbol. Además, la positividad era lo único que tenía, y si perdía eso, era cuando iba a estar verdaderamente en problemas.
Me parecía más que probable que Eric fuera a aprovechar la mínima oportunidad que se le presentara para reírse de mí o humillarme delante de los demás aspirantes, no obstante, aunque seguramente éste no lo supiera, eso era una ventaja. Si yo sabía que las consecuencias de mi fracaso podían ser tan terribles, me esforzaría el doble para evitar fracasar. Tenía un aliciente, un castigo que evitar, por así decirlo.
Y, por otro lado, si obtenía la victoria, ésta sería el doble de dulce, pues aparte de ganar, también obtendría cierta superioridad sobre el mujeriego insufrible al superar unas pruebas de las que él no me veía digno.
Estaba deseando hacerme un buen jugador y poder derrotar a ese chulito. Él se creía un crack, y no era así, por lo que alguien tenía que bajarle los humos, y ese alguien debía ser yo. Una sana rivalidad me vendría muy bien para superarme, aunque, ¿se podía decir que nuestra rivalidad sería sana? Una rivalidad sana se basa en la ausencia de celos, así que, en caso de que no lo envidie, obtendré una.
¿Quién iba a envidiar a ese tipo? ¿Que tenía chicas? Parecía que sí, pero seguro que no le duraban mucho. Y, en el caso de que fuera buen jugador, no tendría por qué envidiarle si yo me hacía mejor que él. Conseguiría mi rivalidad sana sólo para callarle la boca.
Según anunció Eric, la primera prueba, la más sencilla, consistía en correr de una portería a la otra, rodearla y volver a la primera. Iba a medir nuestros tiempo con un cronómetro, y si no cumplíamos un límite de tiempo─que, por cierto, no quería decirnos a pesar de mi insistencia─, seríamos expulsados inmediatamente.
Los aspirantes se animaron entre sí con voz baja los unos a los otros, hasta que, interrumpiendo los leves susurros que se escuchaban en el gimnasio, uno de ellos vomitó. Eric, con cara de asco, se giró a Mila y le hizo un gesto señalando el vomitó, a lo que ella respondió levantándole el dedo corazón.
Debido a la impresión y al asco, varios de los aspirantes imitaron a su amigo. Eric, asqueado y cabreado, los obligó a limpiar sus vómitos mientras los demás hacían la prueba. Yo, como era el último, pude observar todas y cada una de las exhibiciones de mis compañeros. A mi parecer, ninguno destacaba especialmente en velocidad, lo que podría darme ventaja, pues el capitán me había dicho que era lo mío.
Cuando Eric me llamó, me coloqué en la línea de salida y, tras echar hacia atrás la pierna derecha flexionando la rodilla y flexionar el cuerpo hacia delante con los brazos colocados como un muñeco lego, desafié a Eric con la mirada, pero o bien no se dio cuenta o bien pasó de mí, porque inmediatamente dio la salida y tuve que correr como alma que lleva el diablo.
Corrí con todas mis fuerzas, con todo mi ser, a la máxima velocidad a la que podía. Me sentía como esos superhéroes de la tele que, debido a que corren muy rápido, ven lo que sucede a su alrededor de forma más lenta. Por supuesto, es una exageración, ya que sólo veía formas que se iban distorsionando debido a la velocidad, pero me lo imaginaba de la otra manera.
No tardé nada en llegar de nuevo a la línea de la salida; además, estaba bastante seguro de que lo había hecho en muchísimo menos que los otros, lo cual no era muy difícil, porque había uno que incluso se había chocado con el palo de la portería.
Eric paró el cronómetro de un movimiento rápido que parecía querer decir que él era más rápido parando el aparato que yo corriendo, pero lo dejé pasar, porque le había callado la boca claramente.
─No está mal, pasas por los pelos─sentenció guardándose el cronómetro en el bolsillo con expresión solemne.
─Espera, ¿cómo que “por los pelos”? ¡He sido el que más rápido lo ha hecho!
─¿Y te sientes orgulloso de ello, Pulgarcito? Sólo eres un tuerto rodeado de ciegos. ¿Acaso deja la tarántula de ser asquerosa por el simple hecho de ser más grande que otras arañas, y por tanto, mejor?─me explicó reclinándose de nuevo, de manera que pareciera que era un profesor de guardería explicándole a un bebé por qué no se pega.
─Bueno, mientras al capitán le parezca que mi forma de correr aporta algo al equipo, me da igual lo que opines─sonreí echándome un poco hacia atrás para que, debido a la perspectiva, pareciese un poco más alto.
─Te olvidas de que yo soy el capitán en estos momentos.
─Y tú te olvidas de que, aunque me echaras hoy del equipo, el verdadero capitán me readmitiría mañana.
─Qué aburrido eres─espetó con expresión de disgusto para después alzarse y dirigirse a los aspirantes─. ¡Vamos, siguiente prueba!
Me quedé satisfecho porque había ganado la batalla claramente. Después, me coloqué entre los aspirantes, que me recibieron entre alabanzas y alguna que otra petición de amistad─no en plan red social, sino de ser amigos y eso─, cosa que me alegró bastante. La presión que tanto me agobiaba minutos antes había desaparecido. No obstante, seguía alerta debido a que no todas las pruebas iban a ser de velocidad, y eso me podía costar caro.
La segunda prueba era doble prueba, pues mientras uno lanzaba el balón a portería, el otro tenía que hacer de portero. Me pareció muy rastrero que tuviéramos que quedar por encima de uno de nuestros compañeros para superar la prueba. Eric dijo que sólo la superarían aquellos que cumpliera unos requisitos básicos que, por supuesto, no se iba a molestar en explicarnos.
Empezaron dos aspirantes bastante torpes, pues el primero, al ir a darle la patada al balón, se cayó en el intento, y el otro, que era portero, colocó inmediatamente, como acto reflejo, los brazos hacia delante y cerró los ojos, para evitarse cualquier lesión que el tiro pudiera ocasionarle. Debido a que el tiro no se produjo, ambos se rieron, cada uno del otro. Eric los dio por imposibles y pasó a los siguientes.
Yo tuve que lanzar para un chico de cabellos rizados y gafas. Parecía el típico friki delgadísimo y con la piel muy pálida que enfermaría con que le soplaras en la cara. Se abrió de piernas y agachó el cuerpo, creo que para intimidarme, aunque no lo consiguió, pues vi claramente que le temblaban las piernas como si estuvieran hechas de gelatina.
Cogí carrerilla y, imitando a los que habían tirado antes que yo, pateé el balón con todas mis fuerzas. Desgraciadamente, éste fue a parar al palo. Eric se rió y el chico portero resopló de alivio, pero, para sorpresa de todos, rebotó en el palo para después darle en la cara al pobre chaval y entrar directo a la portería.
Se hizo el silencio en la sala, un silencio sepulcral, de éstos que sólo suceden cuando todo el mundo está demasiado impresionado para hablar. De repente, uno de los aspirantes pegó un salto y gritó: “¡Hurraaaaaaaaaa!”. Eric volvió a reírse, esta vez con carcajadas mucho más profundas que antes, seguramente porque no se creía lo que había pasado. Hasta Mila levantó la vista de su móvil para vitorearme.
Una gran emoción me embargó en ese momento. Todo el mundo estaba pendiente de mí, ¡de mí! No había mirada en ese gimnasio que no estuviera apuntando en mi dirección, en la dirección del tío mediocre, el tío que no destacaba nada, el desastre, el bueno para nada, el inútil. ¡Pues parece que no lo era tanto! Al fin había conseguido un poco de reconocimiento después de tanto tiempo.
El fútbol podía ser mi válvula de escape de esa gris realidad en la que toda mi familia me contaba sus logros y planes, una válvula de escape con la que conseguir ser popular y poder hacer amigos sin que me sienta jamás inferior. ¿Quién sabe? Quizás, algún día, la suerte podía sonreírme y podía acabar convirtiéndome en futbolista profesional. Sería como ese tío, ese tal David Cejas, no, espera, David Velas, no, David... ¿Viejas? ¡David Beckham!
─Qué potra, tío─se siguió carcajeando Eric, que estaba ya tan afectado por la risa que tenía que agarrarse su propia barriga.
─¿Potra? Esto se llama talento, no-capitán─alcé una ceja con chulería para demostrarle que no me amedrentaba.
─Repítelo, entonces─dijo limpiándose las lágrimas que habían expulsado sus ojos debido a la risa─. Aunque, desgraciadamente, no voy a perder el tiempo para verte hacer el ridículo, de modo que pasemos a la siguiente prueba.
Ignoró mis protestas─porque yo no había hecho de portero─y pasamos a la última prueba, que consistía─según él, sencillamente─en arrebatarle el balón a Eric. Había superado las dos pruebas anteriores de manera espectacular y aún así él me había negado mi reconocimiento, pero en esta prueba, como era a él a quien me enfrentaba, no podía fingir que no la había superado.
Estaba motivado; era un enfrentamiento director a él, por lo que podría demostrarle que no era un enano inútil, sino que si me esforzaba, podía superarle incluso a él.
Aspirante tras aspirante, fueron cayendo al suelo antes siquiera de tocar el balón. Eric se reía de ellos, los humillaba, se creía superior. Todo esto alimentaba mi ira, y sabía que me iba a venir bien.
Derrotados todos, se sentaron en los bancos junto a Mila, que ignoró todos sus intentos de darle conversación concentrándose en los mensajes de su móvil. Eric me miró fijamente y colocó el pie derecho sobre la pelota con firmeza mientras estiraba y retraía el dedo índice, con la mano girada, en señal provocativa para que me acercase a él.
Sólo había una regla, y era en mi contra: si me caía, estaba fuera. Tras colocar los brazos en ángulo recto y extender los dedos, permanecí estático, observándole detenidamente, a lo que él respondió de la misma manera, soltando un enérgico bostezo. Me daba igual que intentara provocarme; yo tenía pensado un ataque sorpresa, que, según creía, era lo único que podría hacerme victorioso, pues estaba en una clara inferioridad física.
En un movimiento rápido, moví mi pierna izquierda a toda velocidad, cosa que le hizo reaccionar. Perfecto, había caído en mi trampa. En otro movimiento aún más rápido, moví mi pierna derecha hacia el balón y con la punta del pie, tiré de él hacia mí. Sin embargo, mi exceso de confianza me había traicionado, pues él ya estaba preparado. Mantuvo con fuerza el balón en el suelo y con la pierna izquierda me hizo la zancadilla en la pierna que no tenía elevada hacia el balón. No había sido capaz de engañarle.
Ahora sí, mientras me caía, parecía verlo todo a cámara lenta: su cara, con sus ojos entrecerrados de forma burlesca y sus labios formando una sonrisa de superioridad; fue la única visión que tuve en mi trayecto al suelo, y no sé por qué, me reconfortó. Había perdido, pero al menos había luchado, y él no me había apartado la cara en ningún momento, sino que me había mantenido la mirada, cosa que para mí era un reconocimiento, una forma de decir: “Lo has intentado”.
En el preciso momento en el que toqué el suelo, me sentí derrotado. Y no lo negaré; me dieron ganas de llorar, pero no podía, pues, si lo hacía, sólo hubiera quedado aún más evidente lo mediocre que yo era.
Eric, después de patear el balón y enviarlo hacia Mila, se inclinó hacia mí y me ofreció la mano. Al resto de aspirantes no se la había ofrecido, así que me preguntaba que por qué a mí. ¿Por qué precisamente a mí, al que más asco tenía, al que más odiaba?
─Enhorabuena, Mark─exclamó mientras me ayudaba a levantarme, con aire despreocupado, aunque bastante alegre, sobre todo en el momento en el que dijo mi nombre─, me has convencido de que mereces estar en el equipo.
─¿E-en serio?─pregunté sorprendido.
─En serio.
─¿Y no volverás a llamarme Pulgarcito?
─No, te llamaré por tu nombre, como acabo de hacer─señaló colocando la mano en mi hombro.
─P-pero… he fallado la última prueba─agaché la cabeza. Sé que puede sonar tonto, pero, yo sabía que no lo merecía, y si no lo merecía, no quería que se me diera esa consideración. Yo había perdido y acataría las consecuencias.
─¿Tú crees que con los pocos aspirante que tenemos podemos permitirnos rechazar a la gente? Esa masa de flanes de ahí─señaló a los aspirantes─, están todos admitidos. Sin embargo, tenemos que hacer las pruebas.
─David es muy amable, demasiado─apareció Mila a mi lado, que se había levantado huyendo de un aspirante baboso que se le había acercado con intenciones impuras─, y por eso Eric se comporta así con los novatos, para que no se crean que pueden hacer lo que quieran. En realidad él no es así, es un chico… ¿Dulce? No, es un tonto del culo, pero amable. Bueno, amable tampoco, es… Vamos, que no es tan malo.
─Gracias por defenderme, creo que tienes futuro como abogada─suspiró Eric, apartando la mano de mi hombro.
─¿Y se puede saber por qué eras tan duro conmigo? ¡Por encima de los demás!─protesté aún molesto.
─Eras el favorito del capitán, así que, por tanto, el más mimado, y por ello debías ser el más maltratado─se rió.
Seguía sin fiarme del todo de ese tío. Mila podía decir lo que quisiese, pero ese tío tenía algo que no me gustaba. Por el momento, sería amable con él, pero le mantendría vigilado.
─¡Bien!─se dirigió a los aspirantes─, habéis suspendido todas las pruebas, pero como seguramente el gobierno nos dará alguna ayuda económica por tener miembros tan estúpidos, he decidido admitiros. Sin embargo, debéis saber que las pruebas del día de hoy son secretas, ya que mañana el verdadero capitán os hará las que crea pertinentes. No os preocupéis, es saltar sobre una cuerda a unos 20 cm del suelo, podéis hacerlo, no obstante, él nunca debe saber lo de estas pruebas. Si se entera, os haré responsables, y os robaré a vuestras novias. Oh, espera, ¿vosotros? ¿Novias? Bueno, me liaré con vuestras madres, hermanas o tías, lo que pille, incluso puede que con vuestras abuelas. Por eso, tratadme bien.
¿Véis lo que quiero decir?
─Por cierto, Mark─se giró hacia mí y sonrió─, eso va también por ti. Y, además, debes saber que no soy el subcapitán ni nada de eso. Era una trola.
El asco que sentía por ese tío no hacía sino aumentar por momentos. Aquel día la cosa quedó ahí, y, aunque es cierto que dejó de comportarse como un cerdo arrogante, en su lugar se comportó como un frívolo mujeriego, haciendo bromas constantes y sin tomarse demasiado en serio los entrenamientos. Debido a eso, algún tiempo después, tuve que sacrificarme, sacrificarme por mi equipo, por mi capitán y por mi nuevo sueño, que me permitiría de una vez por todas dejar de ser mediocre: quería ser futbolista.
CONTINUARÁ...
─────────────────────────────────────────────────────────
Y con esto cierro el prólogo de este diario. Muy pronto empezaré la historia verdaderamente interesante, el sacrificio propiamente dicho. Espero que os haya gustado. Gracias por leer.
OS SALUDA
EL ENTERRADOR