El diario del sacrificio de Mark Twin 1

Mucha gente se interesó por la pequeña escena cómica que desarrollé con algunos de los compañeros del club de fútbol de David, así que he decidido dedicarles un diario. Este diario no es como el de Rooney, es decir, provisional, sino que tendrá la misma importancia que las parejas principales.

Mucha gente se interesó por la pequeña escena cómica que desarrollé con algunos de los compañeros del club de fútbol de David, así que he decidido dedicarles un diario. Este diario no es como el de Rooney, es decir, provisional, sino que tendrá la misma importancia que las parejas principales.

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Diario de una adolescencia gay

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Un relato del Enterrador

El diario del sacrificio de Mark Twin 1: Toda una vida de sacrificios

Desde el mismísimo día en el que nací, he sido mediocre. No he destacado absolutamente en nada. Al principio, cuando era un niño, eso no tenía importancia, porque los niños sólo se interesan en jugar, y para eso da igual si eres bueno o malo. Lo malo es que con el paso de los años, ésos que fueron niños van dejando atrás sus mentes vacías e infantiles para empezar a preocuparse por su futuro. Futuro, lo que significa buscar algo que se te de bien.

¿Pero qué pasa cuándo no hay nada en lo que destaques especialmente? Entonces eres un lastre, un inútil, una escoria que está de más en la sociedad. Yo soy de esa clase de personas, los conocidos como buenos para nada. ¿Y ahora qué pasa conmigo? No puedo ser desechado, ¿no? No se puede devolver a un niño que ya ha nacido, ¿cierto? Pues entonces sólo me queda vivir, una existencia miserable, sí, pero al menos tengo derecho a vivir.

A veces me pregunto por qué tengo que vivir precisamente yo, que no sirvo para nada, mientras otros muchos espermatozoides se quedan sin nacer. Bueno, ahora que lo pienso, puede que en mi caso pasara algo divertido. Hay quien dice que el destino se encarga de hacer que sea el espermatozoide apropiado el que llegue al óvulo, el que pueda ofrecer un cambio al mundo. Y digo yo, ¿qué pasa cuándo son dos los que llegan? Así es, tengo un hermano gemelo. Dylan─que así se llama─es un crack, un auténtico genio. Sin embargo, es bastante oscuro y apenas deja que los demás sepan nada de él. Yo, afortunadamente, soy todo lo contrario.

¿Cómo? ¿Que no lo parezco? ¿Que parezco depresivo? Jajajaja, eso es porque esto que estáis oyendo es la voz de mi alma doliente, mi verdadero yo, pero como soy tan horrible por dentro, por fuera finjo ser vitalista y alegre, ya que pienso: “¿Cómo va a querer alguien a una persona que no tiene talento y que encima es pesimista?”.

De todas formas ahora soy más positivo por dentro, y la verdad es que esos pensamientos son cada vez menores, pero hubo una época en la que estaba muy mal. ¿Queréis saber lo que pasó? ¡Por supuesto! Os lo cuento.

Todo empezó cuando, aquellos lejanos días de mi infancia, iba con mi hermano a la piscina de mis primos, a nadar. Aquéllos eran días inocentes, puros y totalmente felices. Recuerdo que mi hermano nunca quería ir, y yo tenía que convencerlo siempre. Nací 2 minutos antes que él, así que soy el mayor, por lo que, al final, acababa obedeciéndome.

Íbamos a esos eventos todos los primos, y éramos 6, de modo que la piscina tenía ciertas dimensiones. Recuerdo con mucho cariño esos días, días que, desgraciadamente, jamás volverán. Oye, ¿nunca os habéis parado a pensarlo? Los días de vuestra infancia jamás volverán, jamás de los jamases. Cada vez que lo pienso se me encoge el corazón. En fin, a lo que iba. La cosa es que nos reuníamos todos los primos y jugábamos juntos. Nos lo pasábamos genial, y nunca nos preocupaba nada más allá de nuestra propia diversión.

─Miradme, soy una sirena─anunció mi prima Charlotte moviendo las piernas, pegadas de tal manera que parecían estar unidas.

─Calla, petarda─le respondió burlándose mi primo Roger─, que las sirenas no existen. Si esos bichos estuvieran en la tierra, ya habríamos encontrado pruebas más que irrefutables de su existencia. No obstante, como no las hay, no pueden existir. Es pura lógica.

─¡Existen!─le reprendió ella chapoteando con energía en el agua a modo de protesta por la tremenda grosería de su primo─-. Lo que pasa es que se esconden de nosotros.

─A mí me gustan los delfines─sonreí intentando cambiar de tema, ya que parecía que se iban a acabar matando de un momento a otro.

─Tú eres tonto─suspiró mi hermano.

Le di un capón en la cabeza y éste, molesto, salió de la piscina y se fue a tumbar al Sol. Mis primos siguieron discutiendo, por lo que me fui a jugar con otros. Aquel día, aunque no lo parezca, empezó todo. A partir de ese día me fui dando cuenta de que era inferior al resto del mundo.

Un par de años después, cuando teníamos 12 años, las conversaciones fueron tomando cada vez valores más maduros.

─Oye, chicos─nos dijo mi prima Marceline─, este noviembre habrá elecciones. Sé que no podemos votar aún, pero, si pudierais, ¿a quién votaríais?

─A ver-dijo mi primo Adam mientras se acariciaba la barbilla en pose pensativa─, pues creo que Obama no lo está haciendo mal, aunque aún no ha aprobado la sanidad pública, como prometió.

─Cierto es, pero eso se debe a que los republicanos están en contra, y sin su apoyo no puede hacerlo─le reprendió mi prima Coraline.

Entonces alcé la pelota hinchable de la piscina y pregunté de forma inocente:

─¿Jugamos a balón prisionero?

Todos se me quedaron mirando raro y entonces puse expresión de disgusto. No entendía de lo que hablaban; era un crío, ¡¿cómo iba a estar metido en temas de política?! Al parecer, mis primos maduraban a una velocidad pasmosa y yo me quedaba atrás. Incluso mi hermano, 2 minutazos más joven que yo, estaba metido en la conversación y se enteraba de todo.

Me sentía tonto, pero fueron pasando los veranos y las cosas no mejoraron. Es más, empeoraron mucho. El verano pasado, cuando tenía 14 años para cumplir 15, me hicieron darme cuenta de cuán inferior era frente a ellos.

Estábamos todos en la piscina, como de costumbre, y mientras yo hacía unos largos, ellos estaban hablando. Decidí acercarme para ver de qué hablaban y entonces les oí:

─Pues yo voy a ser bióloga marina─dijo Charlotte con un tono de voz condescendiente, como queriendo quedar por encima.

─¿Para buscar a la sirenita?─se burló mi primo Roger para después alzar el dedo índice como gesto de inteligencia─. Yo quiero ser abogado, para desmontar las mentiras de los demás.

Uno tras otro, fueron anunciando la profesión a la que aspiraban mientras Charlotte golpeaba a Roger con la pelota de plástico. Adam quería ser médico, Coraline, presidenta de una empresa de cosmética y Marceline, política. Al acabar, se dirigieron a mí con expresión interrogante.

Yo intenté hacerme el loco alejándome de ellos nadando, pero no miré por donde iba y me di con la pared de la piscina en la cabeza. Acorralado y dolorido, busqué a Dylan, mi hermano, para que me salvara, pero éste estaba dormido en una de las tumbonas de la piscina.

─¿Y tú, Mark? ¿A ti qué te gusta?

─¿A mí? ¿El fútbol?

Todos se echaron a reír. Se rieron de mí porque era un necio, un tonto, un inconsciente. Ellos ya tenían claro a qué se iban a dedicar y yo, mientras tanto, sólo pensaba en que me gustaba el fútbol. Me sentí bastante estúpido.

─A ver, ¿qué se te da bien?─preguntó Roger.

─Pues… Eh…

Reflexionando me di cuenta de qué no había nada en lo que destacara especialmente. Después de eso, entré en una terrible depresión, pensando que era inútil para todo. Afortunadamente, para el fin del fin verano pude superarlo. Y ésa es mi historia. Aunque, ahora que lo pienso, lo verdaderamente interesante comenzó tras ese verano.

─────────────────────────────────────────────────────────

Era el primer día de clase y yo estaba algo inquieto. Tenía decidido que ese año iba a decidir qué era lo que quería hacer con mi vida. No me importaba arrepentirme luego mientras de momento tuviera algo a lo que agarrarme.

Cuando abrí los ojos esa mañana, me encontré, como de costumbre, con el techo. Dylan y yo dormíamos en una litera, él abajo y yo arriba. La cosa es que las primeras veces yo siempre me daba una hostia en la frente con el techo, pero tras varios años, ya estaba entrenado, así que ya no me ocurrían accidentes de los que me hacían creer que iba a perder la memoria para siempre.

Bajé de la litera por la escalerilla lateral y me encontré con que Dylan ya estaba totalmente vestido y con la mochila casi preparada. Estaba junto a su cama, de rodillas en el suelo, metiendo el último libro en la mochila, que estaba sobre la sábana. Con un fuerte bostezo le advertí de mi presencia, cosa que a él no pareció importarle mucho, pues siguió a lo suyo.

Busqué el despertador con la mirada, para saber la hora que era, sin embargo, como teníamos un cuarto tan enano, todo estaba hecho un desastre y las cosas cambiaban de sitio cada dos por tres. En nuestra habitación, que estaba casi ocupada del todo por las literas, no había casi nada aparte de ellas; sólo un escritorio, en el que teníamos el ordenador, aunque ahora era invisible debido a que lo cubría una pila de ropa que llegaba al techo, y una lámpara, que al parecer se había vuelto a caer a la parte trasera del escritorio; además, teníamos un armario, tan repleto que con un mínimo estornudo podrías hacerle estallar soltando miles y miles de kilos de trastos.

─Buenos días─comenté con una sonrisa.

─Buenos.

─¿Sabes dónde está el despertador?

─Ni idea─respondió entre suspiros, como si fuera tedioso el responderme. Finalmente, terminó con la mochila y se levantó para dirigirse a la puerta.

─Espera, ¿no me vas a esperar?

─Si lo hago, llegaré tarde. Según mi móvil─en un movimiento torpe y adormilado, se lo sacó del bolsillo y lo miró─ , faltan diez minutos para que empiecen las clases.

─¿Y por qué no me has despertado?-inquirí en un tono más de preocupación que de enfado.

─No soy tu niñera─contestó arqueando ligeramente la parte derecha de sus labios para después salir por la puerta.

Este hermano mío… Sólo se preocupaba de sí mismo. Abrí el armario, por lo que me cayó una caja de zapatos a la cabeza, maldije a Dylan y después cogí la ropa para ir vistiéndome por el camino. Cogí una camiseta de tirantes de ésas de deportes y unos pantalones cortos. No era mi estilo, pero fue lo primero que pillé. Al bajar, vi que mi madre le estaba dando un beso en la frente a Dylan y que le entregaba a éste su bandeja con el desayuno.

Dylan nunca desayunaba, lo que no me parecía muy salubre, pero tenía que reconocer que agilizaba sus mañanas, y, por ello, salió sin más. Yo, totalmente agitado, me acerqué a mi madre y ella me señaló el desayuno que me había preparado. Ahora tenía que comérmelo sí o sí, porque ya me lo había preparado Y yo que tenía pensado decirle que ese día no quería...

─Hoy no podré recogeros, cariñín, así que veníos andando, ¿vale?

─Oh─exclamé sorprendido mientras me metía una tostada en la boca con una mano e intentaba meter la otra en la camiseta─, ¿otra vez tienes una reunión con la Junta de psicólogos?

Asintió con alegría y, tras desearme un buen día, me dio un beso en la mejilla y salió por la puerta. Mi madre era genial, cariñosa, atenta, inteligente; era perfecta, demasiado perfecta. Como ya he dicho, todo el mundo en mi familia es increíblemente inteligente. Eso me hace sentir inferior. Sé que debería alegrarme por ellos, y lo hago, pero no sé, me siento tonto. El único que me entendía en esa casa era Sebastian, nuestro gato, que seguramente habría salido a dar su paseo matinal sin despedirse de mí.

Miré el móvil y me di cuenta de que tenía 5 minutos para llegar al instituto. A toda prisa, le di un rápido mordisco gigante a la tostada, por el cual casi me atraganto y salí ajustándome los pantalones. Cuando ya estaba en la calle me acordé: “Mierda, la mochila─pensé─. Me temo que me tendré que pegarme a Dylan y él me tendrá que prestar los libros, porque no me da tiempo ni de coña”.

Corrí con todas mis fuerzas. Sinceramente, creo que no había corrido tanto en mi vida. Veía a la gente como en un flash, y sentía el típico golpe de viento que sentimos al correr de forma más exagerada, como si, el viento, en vez de acariciarme, me estuviera abofeteando. Aun así, me sentía genial. Me sentía como libre, como si fuera un pájaro volando por el cielo sin que nadie me dijera cómo o por qué debía hacerlo. Una sensación electrizante me recorría las piernas y me daba fuerzas. Nunca me había sentido tan bien.

Casi sin darme cuenta, llegué al instituto. Paré de correr y sentí una fuerte opresión en el pecho, como si mi pobre corazón me estuviera advirtiendo de que eso estaba mal, que era un pecado mortal que podría acabar con mi risueña existencia.

Miré el reloj, cansado, y me di cuenta de que me sobraban 2 minutos. No pude evitar alegrarme como un idiota. A mis espaldas, oí unos aplausos. Me giré curioso y pude ver a un chico bastante alto-lo cual no es difícil teniendo en cuenta que mido 1,65-con una amplia sonrisa. Estaba aplaudiendo, y por lo que parecía, no lo hacía irónicamente.

─Vaya, eso ha sido increíble.

─¿El qué?─pregunté aún jadeando por la tremenda carrera que acababa de hacer.

─Lo rápido que eres. En serio, jamás había visto a nadie ir tan rápido─se llevó la mano a la nuca, como si en realidad le diese vergüenza admitir lo que decía.

Me parecía un poco raro. Igual me estaba timando. O, ¿y si era uno de esos tíos a los que les gustan otros tíos? Que no tengo nada en contra de ellos, claro, pero no soy de esa acera. Me retiré un poco, desconfiado, y él se echó a reír. Después me ofreció su mano.

─Perdona, que no me he presentado. Me llamo David Ripley; soy el capitán del equipo de fútbol del instituto.

─Mucho gusto, yo soy Mark Twin, capitán de “no me van los tíos para nada”─le di la mano aún sin fiarme mucho. Se rió de nuevo y, debido a que notaba mi desconfianza, trató de actuar más meditadamente.

─Aún no estarás en ningún club, ¿verdad? Vente al de fútbol. Creo que nos puedes venir muy bien. Si quieres, pásate, ¿vale? Te aseguro que no te arrepentirás. Y no te preocupes, que yo tampoco soy gay.

Dicho esto, se despidió con la mano y desapareció de mi vista para introducirse en el centro. Yo, aún algo desconcertado, me quedé unos instantes pensando. ¿Club de fútbol? ¡Me gustaba el fútbol! Pero… sólo había jugado así entre amigos, no era un profesional. No sabía qué hacer. Igual por probar no pasaba nada. De repente, sonó la campana, sacándome de mis pensamientos y haciéndome correr como un poseso a mi clase.

Tras atravesar varios pasillos desérticos-imagino que porque ya estarían todos en clase-, llegué a la mía. Por suerte, el profesor no había llegado. Busqué con la mirada a mi hermano, y ya de paso analicé la clase. Había un montón de caras conocidas: Jordan Macpherson y su novia, Teresa Goodness, Jared Davis-éste último tenía mala fama y por ello era mejor no acercarse a él-y algunos otros más.

Finalmente, encontré a Dylan, el cual me había guardado un sitio a su lado, y me senté junto a él. Me miró y alzó las cejas acompañado de un leve movimiento de cabeza a modo de saludo. Ten hermanos para eso… La nueva tutora que íbamos a tener, Angela White, llegó al poco rato y se presentó.

─¿Sabes? Me han ofrecido unirme al club de fútbol.

─¿Sí? Deberías aceptar, así estarías menos amargado.

─¿Amargado yo?─sonreí abriendo ligeramente la boca, dando a entender que me había extrañado que me llamara eso.

No respondió, supongo que porque creía que no merecía la pena ninguna explicación debido a que saltaba a la vista. Pero no era así.

─¿Te he tratado mal o algo, Dylan? Deberías saber que yo te quiero mucho; eres mi hermano, después.

─No es así; tú me odias─soltó como si fuera la cosa más normal del mundo.

─Jajajaja, ¿qué tontería es ésa?

─Me odias porque crees que soy mejor y que tú y, por lo tanto, te hago sentir inferior. Me ves como una amenaza.

Me quedé a cuadros. Lo sabía, lo sabía todo, lo cual sólo me hacía sentir peor. Pero no era del todo cierto, yo no lo odiaba, no podía odiar a mi propio hermano. Aun así, no podía decirle eso, no sé por qué.

─Por cierto─continuó como si nada─, ha venido un chico diciendo que si vemos que se meten con un tal Justino o algo así, no hagamos nada o nos partirá la boca.

─No me cambies de tema, Dylan─musité.

Dylan se giró para decirme algo, pero el sonido de la campana no me dejó oírle. Alcé la vista nervioso y pregunté qué pasaba.

─Es la hora de elegir club. Creo que yo este año tampoco me animo a nada. Bueno, hermano, vete al gimnasio a apuntarte al club de fútbol.

─Pero…

─Estoy seguro de que así dejarás de sentir esos demonios que te invaden─declaró al retreparse en el asiento, acomodándose para, según parecía, echarse una siesta.

No dije nada, simplemente me levanté y me dirigí al gimnasio. De todas formas, ¿qué le hubiera podido decir a Dylan? ¿Que lo sentía? ¿Que no lo odiaba? Muy probablemente no me habría creído. Éramos gemelos, pero no de ésos que aparecen en películas y se comprenden el uno al otro a la perfección, sino más bien todo lo contrario, no nos entendíamos para nada. Él y yo éramos contrario, éramos el yin y el yan.

Dylan siempre ha sido muy cerrado y yo, por el contrario, siempre he sido muy abierto. Además, si yo soy, por dentro, contrario a como aparento ser, estoy seguro de que él es igual. Es muy probable que esa tosquedad no sea más que miedo a que descubran su verdadero ser. Aunque, claro, tampoco lo sé muy bien.

─────────────────────────────────────────────────────────

Unos se dirigían al club de canto, otros al club de teatro, otros al de poesía, otros al de karate… En el instituto había un montón de actividades diversas. He de decir que flipé cuando supe que incluso había club de balonmano. La cosa es que yo me dirigí al club de fútbol, pero por el camino vi a un montón de gente apuntándose en numerosos clubs.

Mientras pasaba por el pasillo del club de poesía, observé que había una gran cola. Brent estaba atendiendo al primero con expresión alegre, pero parece que el muchacho no quería irse. Escuché:

─¡Hombre, Peter! Me alegro mucho de que te unas al club de poesía, aunque, ¿puedo preguntar por qué?

─Muy fácil─dijo el chico con el que hablaba Brent en tono calmado y algo susurrante─: por ti.

─Jajaja, me alegro, me alegro. Me gusta que me tengas en tan alta estima.

─Te tendría en más alta estima si vinieras a cenar a mi casa, como te pedí─le reprendió el chico en tono de protesta, mientras los que estaban detrás de él en la cola le miraban con rabia.

─Oh, por Dios, no puedo aceptarlo. Sería poco caballeroso por mi parte.

─Entonces invítame tú a cenar.

Tenía que atravesar la cola para pasar, así que, apartando a un niño cuya acné hacía que su cara pareciese una pizza, me hice paso. El chico en cuestión me dijo algo, pero no lo escuché. Creo que fue como: “Mijo, qué funda”. Sería mexicano. ¿Los mexicanos decían “mijo”? Tenía que investigarlo.

Tras dar varias vueltas y atravesar numerosas colas, llegué al gimnasio. Suponía que tendría que tragarme una cola enorme para entrar-vale, eso no ha sonado nada bien-, pero no fue así. Todo lo contrario, al llegar sólo había dos personas, y una de ellas era el tipo que me había dicho que me apuntara, el capitán.

Al verme atravesar la puerta, ambos se giraron hacia mí y el capitán suspiró aliviado.

─Bien, menos mal que tenemos un aspirante.

─Bueno, yo no lo tengo claro aún─me acerqué a ellos con la cabeza agachada, debido a los nervios y a que no los conocía de nada.

El gimnasio era bastante pequeño, lo justo para tener una pista de fútbol. Lo único que me gustaba era que había muchas ventanas en lo alto, de modo que podías ver los árboles y el cielo mientras jugabas. Aparte de las porterías y el campo, sólo había dos bancos destartalados, con bastante óxido.

─Vaya, ¿qué tenemos aquí?─preguntó el otro tío inclinándose de manera que su cuerpo quedara a la misma altura que el mío mientras colocaba los puños en las caderas como Superman. Se estaba burlando de mí─. ¿Se le ha escapado un enanito a Blancanieves?

Alcé la cabeza y le dirigí una mirada llena de odio, que inmediatamente suavicé, porque no quería que pensaran que era alguien odioso.

─Jajajajaja─me reí, aunque por dentro me estaba acordando de toda su familia.

─Este tío está loco, capitán. Me meto con él y se ríe.

─Anda, Eric, no te metas con los nuevos miembros─le dio un golpecito en el hombro el capitán, aunque más que amenazante, parecía un juego amistoso.

─¿Nuevos? ¿Miembros? ¿Por qué hablas en plural? Aquí sólo tenemos a Pulgarcito. Te lo dije, ¿no? Si este año éramos menos, yo me largaba del club. Esto me quita tiempo, tiempo que podría dedicar al ligoteo.

Apreté el puño con fuerza por lo de Pulgarcito, pero me lo llevé a la espalda, para que no se viera. Ésa era la clase de tipo que más odiaba. ¿Por qué tenía que encontrarme precisamente con él? En fin, si se largaba, como decía, me haría un favor, porque seguro que no lo soportaría.

─Este chico es muy rápido, Eric; te lo aseguro. Seguro que con él ganamos todos los partidos.

─¿Velocidad? ¿Y eso para qué? Si luego no sabe rematar o defender, no nos sirve para nada. Aquí el Pulgarcito es muy mono, pero no creo que sirva poco más que como diversión de una noche.

─Tienes razón─agaché de nuevo la cabeza, cosa que hizo que me mirara atentamente, como si, a pesar de no interesarle en absoluto, me hiciera un favor─, soy un desastre. No sé hacer nada bien, absolutamente. Pero, si vosotros me dáis una oportunidad, juro que me esforzaré. ¡Me esforzaré al máximo! No me importa correr, no me importa patear balones, no me importa hacer de portero o incluso hacer de chico de los recados. ¡Quiero hacer esto para demostrarme a mí mismo que hay algo en lo que puedo ser bueno!

─¡Así se habla!─el capitán levantó el puño en señal de ánimo.

─Mmm… ¿Qué te parece si te ponemos a prueba, novato?─volvió a hablar el tal Eric─. Si consigues traer a 8 jugadores más, te dejamos entrar en el equipo.

─¡¿O-ocho?! E-eso son muchos.

─No seas tan malo con él, Eric─se oyó una voz que venía desde el vestuario. Era femenina y aterciopelada, una delicia para el oído.

Los tres dirigimos la mirada a la puerta del vestuario y apareció una chica de cabellos castaños cuyos ojos  azules me embelesaron al instante. Era guapa, ¡guapísima! Sus pechos, turgentes, sobresalían en su camisa de forma que hacían que mi imaginación urdiera mil escenas, y en ninguna de ellas estaba vestida.

El tal Eric, entrecerró los ojos como un niño pequeño cuando pasa algo que no le conviene y se cruzó de brazos.

─Tú a limpiar el vestuario, que es lo que estabas haciendo, como mujer que eres.

─¿Quieres que te dé una hostia?─le regañó la chica riéndose, por lo que deduje que eran amigos.

─Si después me das un besito…

─No acoses a nuestra mánager, Eric─le dio otro golpecito en el hombro el capitán.

─Preferiría que dejara los comentarios machistas, más que que dejara de acosarme.

─¿Machista yo? Pero si le he dado amor a más de 300 mujeres; ¡las amo!─se quejó Eric mientras le daba golpecitos en el hombro all capitán, imitando su gesto.

─No te preocupes, chico─dijo la mánager mirándome con sus hermosos ojos azules, entrecerrados por su expresión amable─. Yo reclutaré más miembros. Tú ya estás aceptado.

─¿En serio?─solté emocionado, abriendo los ojos sin poder creérmelo.

─Aburridos. En las pelis siempre se le pone una prueba al novato.

─A ti no te hicimos prueba─aclaró el capitán.

─Yo era espesial.

─En fin─suspiró el capitán con una sonrisa, ofreciéndome su mano─, bienvenido al club. Yo te he recomendado, así que no tienes que hacer prueba. Confío plenamente en ti; no dudo que serás capaz de llegar lejos.

Mis ojos, vidriosos, por lo valorado que me sentía en ese momento, se me abrieron de nuevo y le di la mano con mucha energía, zarandeándolo incluso. Estaba contento, ¡muy contento! Ahora sólo tenía que demostrarme a mí mismo que era digno de estar en el equipo de fútbol. ¡Me demostraría que no era un inútil, que había algo que podía hacer bien! Por mí, por el capitán, que había confiado en mí; por la bella mánager y por ese tal Eric, ¡al que le enseñaría quién manda!

CONTINUARÁ…

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Es un capítulo introductorio, así que aún me queda mucho por pulir del personaje, pero creo que empiezo bien, ¿no? xD

Gracias por leer

OS SALUDA

EL ENTERRADOR