El diario del director de Penélope Smith 1

Aunque parezca mentira, Mickey Rooney era el niño más charlatán y vivaracho de todo el jardín de infancia. No se callaba ni debajo del agua, lo cual, siempre ponía nervioso a su mejor amigo: Rex Angry.

Las historias del pasado de los personajes siempre me ayudan a entenderlos y a desarrollarlos mejor, por lo que me gusta hacerlas. En este caso, oiremos una vieja historia de manos de Penélope, la amiga de Peter.

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Diario de una adolescencia gay

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Un relato del Enterrador

El diario del director de Penélope Smith 1: Bocadillo de amistad

Estaba preparando los guiones, tal y como me había pedido Rooney, mientras éste, con la mirada perdida, se comía un bocadillo de panceta. Muchas veces me había parado a observarlo, porque era una persona de lo más misteriosa. Nunca cambiaba la expresión de la cara ni tampoco se tomaba nada en serio. Cuando ingresé en el club de teatro, él ya estaba aquí. De hecho, fue su fundador; antes de que él formara el club, no se hacían teatros en este instituto.

Repentinamente, la puerta del club se abrió y aparecieron al otro lado Peter y Rick Jones. Rooney los observó por el rabillo del ojo y yo fui a recibirlos enseguida. Peter me saludó efusivamente y Rick, algo indiferente, me dijo hola. Al parecer, venían porque Peter había decidido volver al club de teatro. Nada podía alegrarme más. Peter era un excelente actor, y desde que se fue no habíamos podido encontrar una estrella que cubriera su ausencia.

Les dije que tenían que hablar con el director, claro está, y luego le dije a Rooney a lo que habían venido. Se levantó, aún con medio bocadillo en la mano, y se dirigió hacia donde estaban ellos.

─Habéis vuelto─dijo dándole un bocado al bocata.

─Yo estoy como observador─aclaró Jones─. No voy a volver aquí más que como novio de Peter.

─¿Sois novios? Se veía venir.

─Bueno, Rooney, conmigo es más que suficiente, ¿no crees?─sonrió Peter.

─En realidad prefiero a Rick.

─¿Entonces os dejo solos para que os déis el lote?-refunfuñó Peter.

─Vamos, no te pongas celosín, que yo sólo tengo ojos para ti─declaró Rick.

Rooney, tras observarlos atentamente, decidió aceptar la reincorporación de Peter al club de teatro. Hoy todos los actores tenían el día libre, de modo que el director podía dedicarse por completo a preparar a Peter e informarle de las obras que íbamos a estrenar próximamente.

Mientras ambos hablaban, yo seguí con mi tarea de preparar los guiones; debía revisarlos por si tenían alguna falta de ortografía y también debía fotocopiarlos para que cada actor tuviera uno. Rotulador en mano, para corregir los fallos, estaba sentada en una de las butacas del público. Entonces, Jones, con cara de aburrimiento, se dirigió a donde yo estaba y se sentó a mi lado.

─¿Qué haces aquí?─pregunté.

─Peter me ha echado. Dice que molesto─suspiró.

─Jajaja, típico de él─me reí.

─Oye, ¿sabes por qué Rooney es así? Parece que se la suda todo. Nunca he visto la expresión de su cara cambiar.

─Sí que lo sé, pero prometí no contarlo…

─Vamos, soy el novio de tu mejor amigo. Tenemos que llevarnos bien, ¿no?─sonrió.

─¡¿Ya sois novios?! ¡Eso es genial!─me emocioné.

Peter no me había contado nada. Qué calladito se lo tenía… Me alegraba de que por fin se hubiera decidido a declarar su amor. Podía ser muy cabezón, pero yo sabía que en el fondo era tierno y sensible, así que me alegraba por él. Miré a Jones y después a Rooney, que parecía concentrado en la conversación con Peter. Decidí contárselo, después de todo, Rooney no tenía por qué enterarse, y así, no me resultaría tan pesado preparar los guiones. Sí, así es, las mujeres podemos hacer dos cosas a la vez, de manera que podía contarle la historia y arreglar los guiones a la vez.

Después de cambiar una coma por un punto en el guión, comencé a relatar la historia.

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Aunque parezca mentira, Mickey Rooney era el niño más charlatán y vivaracho de todo el jardín de infancia. No se callaba ni debajo del agua, lo cual, siempre ponía nervioso a su mejor amigo: Rex Angry.

Rooney y Rex eran amigos desde siempre, desde que nacieron. Sus madres eran muy amigas y siempre iban a visitarse la una a la otra con sus respectivos hijos, por lo que los niños de ambas fueron trabando amistad. Además, años más tarde dio la casualidad de que coincidieron en el Kindergarten. Se hicieron totalmente inseparables, y eso que tenían personalidades muy dispares: mientras que Rooney era alegre y bromista, Rex era irritable y gritón.

No recuerdo muy bien aquellos días, porque ya hace muchos años, pero lo que sí recuerdo bien es que siempre estaban juntos.

─¡Rex, Rex!─gritó Rooney despertándolo de la siesta-─. ¡Vamos a jugar!

─Zzzz… No, Britney Spears, déjame… Ahora no, jiji… Zzzz…

Rooney dejó escapar una risita y zarandeó a Rex, pero éste no se despertaba. Por aquel entonces, aunque tenía 5 años, ya era bastante astuto, por decirlo de alguna manera. Se sentó en la cabeza de Rex y… cómo decirlo delicadamente… dejó escapar una ventosidad en su cara.

Rex, algo agobiado por el olor, abrió los ojos ligeramente preguntando si alguien había dejado una paloma muerta o algo por el lugar, a lo que Rooney se rió.

─No, es que has eructado en sueños y, como te huele tanto el aliento, pues te has atufado tú solo.

─¡Eso es imposible, Mickey!

─Si no comieras tantos bocadillos…─infló los mofletes Rooney.

─¿Por qué los odias tanto? Si son deliciosos.

─Bueno, da igual. Ahora que te has despertado, ¡vamos a jugar!

─¡Pero es la hora de la siesta! ¡La seño nos regañará si jugamos!

Rex observó a todos los demás niños durmiendo en el suelo con sus sacos de dormir y le hizo un gesto de desaprobación a Rooney, pero éste le respondió señalando a la profesora, que estaba profundamente dormida, roncando como un demonio con problemas de garganta.

Rex puso los ojos en blanco, sin embargo, acabó aceptando, ya que sabía que ese chico era muy persistente y que si no lo hacía, no le dejaría dormir tranquilo con sus continuos “porfa”.

Ambos cruzaron la clase y fueron a la zona en la que estaban los juguetes. Allí, el pequeño Rooney sacó dos espadas y le dio una a su amigo. Después, anunció que iban a jugar a Peter Pan. Él interpretaría el papel de Peter, mientras que Rex sería el Capitán Garfio. Rex, a quien le gustaba mucho ser el malo, sonrió y aceptó.

─¡Maldita seas, Peter Panadero!─gritó apuntando a Rooney con la espada─. ¡Acabaré contigo, rata de cloaca!

─¿Eso crees, bacalado? ¡Te mataré!

─¿Bacalado? ¡Ja! ¡No sabes ni hablar! ¡Es bacalao!

Rooney le sacó la lengua, como si no le importara haberse equivocado, y le arreó un porrazo en el hombro con la espada de plástico. El otro niño gruñó y contraatacó asestando un espadazo a éste en la cabeza. Y así, ambos comenzaron una lucha encarnizada para demostrar quién era el mejor espadachín.

El tremendo escándalo que estaban armando despertó a la profesora, quien, de muy malas pulgas, se acercó a ellos y les arrebató las espadas. Rooney infló los mofletes y protestó enérgicamente, pero eso a ella no pareció importarle, pues los mandó a ambos a dormir de nuevo.

Farfulló algo de que bastante tenía ya con otro niño conflictivo que teníamos en la clase, de quien no recuerdo el nombre. El caso es que ambos volvieron a sus sacos, cada uno en un rincón distinto de la clase. Rex se durmió inmediatamente, pero Rooney estaba inquieta. No solía soportar estar lejos de su amigo, por lo que, cuando todos se hubieron dormido, incluida la profesora, movilizó su saco hasta que quedó junto al de Rex.

Aquel día, sólo se pudo dormir observando el rostro de su mejor amigo, y es que Rooney adoraba a Rex.

Recuerdo que a la semana siguiente a eso, la profesora anunció que haríamos un pequeño teatro toda la clase y escogió a Rooney y a Rex como protagonistas, porque, según ella, eran los que más vivían los juegos. Ambos se alegraron muchísimo y se emocionaron por ello, aunque no sabían muy bien qué tenían que hacer.

Aquel año representamos “Jack y las judías mágicas”. Rooney en el papel de Jack y Rex en el papel de el gigante. Yo, si mal no recuerdo, hice de madre de Jack. Como dato curioso, Peter, que en aquella época era muy tímido, hizo de arbusto número 2. No tenía texto, así que no podía ponerse nervioso.

Rooney y Rex practicaron y practicaron sus papeles, tanto que apenas hablaban de otra cosa. Quedaban todas las tardes en casa de Rex para ensayar.

─L-lo siento mucho, yo… es que he plantado unas judías y…─leyó Rooney el guión.

─¡Silencio!─gritó Rex─. ¡Me da igual! ¡No te voy a permitir que te lleves mis huevos de oro!

Rooney empezó a reírse como loco.

─¿Se puede saber qué pasa?─suspiró Rex.

─Es que lo de huevos de oro suena gracioso.

─Eres un pervertido sin remedio.

─¡Tengo huevos de oro, y la pilila, de acero inoxidable!

─Puaj, ¿para qué quiero saber yo cómo tienes la pilila?

─¿Quieres verla?

─¡Por supuesto que no! ¡Sigamos ensayando!

De repente, interrumpiéndolos, apareció la madre de Rex con una bandeja en las manos y una sonrisa en los labios; en dicha bandeja había dos bocadillos de queso, lo cual hizo que Rooney pusiera cara de asco. El otro, por su parte, derrochaba alegría por los cuatro costados.

La mujer saludó a Rooney y les dejó los bocadillos para que merendaran. Rex se llevó el suyo a la boca al instante, pero Rooney, al primer bocado, sintió unas fuertes arcadas. Era superior a sus fuerzas; no soportaba los bocadillos, daba igual de qué estuvieran hechos.

─Jajajaja, mira qué cara de asco tienes─se rió Rex.

─Por lo menos la mía no es de nacimiento─le sacó la lengua Rooney.

─¿Ah, sí? Pues pensaba comerme tu bocadillo también para que no quedaras mal, pero ahora…

─¡Vale! ¡Eres muy guapo, muy guapo!

─Así me gusta. Pero come un poco.

─Pareces mi mamá─infló los mofletes.

─Para una vez que quiero imitar a los adultos…

Aunque tuvieran peleíllas de vez en cuando, ese dúo era la personificación de la amistad. Tras unas semanas de ensayo, llegó el día en el que la obra debía ser realizada. Todos estábamos nerviosísimos, porque iban a venir a vernos todos los padres. Sin embargo, Rooney y Rex estaban como si nada, repasando los diálogos para que no se les olvidara nada.

Jared Davis incluso vomitó de los nervios, lo que hizo que otros le siguieran. La profesora, amargada por el mar de vomitonas que tuvo que limpiar antes de la llegada de los padres, nos dijo que nos fuéramos posicionando en el escenario. La obra duraba 10 minutos, ¿sabes? Así que no sé por qué estábamos tan nerviosos. Supongo que éramos sólo niños.

Llegada la hora, los padres fueron entrando en la clase y tomando asiento. Un niño, orgulloso porque iba a hacer de arbusto 1 (se lo restregó bastante a Peter, ya que él era el 2), fue a decirle a su madre que lo grabara para que su hermana pequeña lo viera, orgullosa, años después.

─Bueno, ha llegado el momento-sonrió Rex.

─¡Sí! ¡Estoy muy emocionado!

─No me digas que estás nervioso. ¡Ja! ¡Gallina, capitán de las sardinas!

─¡Rebota, rebota y en tu culo explota!

─No me gusta que nada me explote en el culo. Cuando mamá me pone supositorios…

─¡Niños, empezamos en 2 minutos!-anunció la profesora a través del telón.

─Vete a la mierda─dijo Rooney.

─¡No es así! Es “mucha mierda”─le corrigió Rex─. Aunque no sé si ese dicho se dice en todas partes. Aquí en USA creo que no...

─Bueno, es que decir “suerte” trae mala suerte. Por eso decimos mucha mierda.

─Claro. Mucha mierda.

─¡Mucha mierda!─sonrió Rooney.

Ambos se dieron la mano como caballeros y salieron al escenario con determinación. Finalmente, el telón se abrió y decenas de ojos indiscretos se posaron con atención en el joven Rooney, que, lejos de ponerse nervioso, sintió un ímpetu por todo su cuerpo que le dio fuerzas para actuar.

Me miró a mí, que estaba temblando de miedo por la situación y, con una expresión alegre e inocente, me dijo:

─¡Mira, mamá! ¡He vendido a la vaca en el pueblo como me dijiste!

Nerviosa, le miré con cara de horror y balbuceé:

─G-genial. D-dame el di-dinero.

─¡No, tengo algo mejor! ¡Judías! ¡Mágicas!

─Tú eres to-to-to-tonto, ¿verdad?

Las escenas fueron avanzando, gracias a Dios, y fuimos llegando poco a poco al desenlace.

─¡Jaja! ¡Te jorobas, gigante, que tengo tu gallina!

─¡¿Cómo osos?! Espera, ¿osos?

El público se rió y Rex les miró con cara de enfado.

─¡Quería decir “¿cómo osas?”!

─¡Ni osos ni osas, me llevo tu gallina!

Eso último no estaba en el guión.

─¡Maldito, te mataré!

Sin embargo, Rex se resbaló (no te preocupes, Jones, eso estaba en el guión) y Rooney cortó el tronco de las habichuelas que lo llevaba al palacio del cielo para que el gigante jamás pudiera bajar. Así, la obra terminó con Rooney dándome la gallina de plástico.

El público se levantó a aplaudir y todos los niños nos pusimos a inclinarnos para saludar. Rooney y Rex estaban en el centro, pletóricos, disfrutando con ojos brillantes de la magnífica sensación que les provocaba el furor del público.

En medio de los gritos del público vitoreando a sus hijos, Rooney se dirigió a Rex con expresión de júbilo.

─Ha sido genial. ¡Deberíamos hacerlo siempre!

─Tienes razón-contestó Rex con alegría.

Parecía que la cosa iba a quedarse ahí, pero al año siguiente, protagonizaron en la escuela “El jorobado de Notre Damme”, obra en la que Rooney hizo de jorobado (estaba muy gracioso con la joroba) y Rex de Frolo.

─¿Osas-esta vez lo dijo bien-desobedecerme? ¿Después de todo lo que he hecho por ti, Quasimodo?

─Pero… padre─contestó Rooney con los ojos vidriosos.

─No salgas, querido─sonrió malévolamente Rex─. Aquí dentro estarás siempre mejor. Además, eres más feo que mandar a la abuelo a por droga; si sales, te tocarán, si es que lo hacen, a cierta distancia con un palo.

─Soy feo, pero al menos no soy viejo como vos.

─Pero, y lo bien que me conservo… Con este pelazo, que es muy difícil mantener a mi edad, conquistaré a todas las gitanas con nombre de piedra preciosa.

Una vez más, volvieron a sentirse plenos cuando salieron a escena, y aún más cuando el público les vitoreaba. Al parecer, se convirtieron en adictos a los aplausos, una adicción muy peligrosa para un actor, pues una vez se hace uno adicto a los aplausos, es muy difícil dejarlos. Y por  otro lado, cuando te haces adicto a los aplausos, el silencio o los abucheos del público, duelen el doble.

Sin embargo, ellos no tuvieron ese problema. Todo el mundo los animó desde el principio de la obra hasta el mismísimo fin.

─¡¿No te das cuenta?!─gritó Rex─. ¡Yo te he creado! ¡Si no fuera por mí, esa sucia gitana a la que llamabas madre te habría matado! ¡Yo la maté, y después, te salvé!

─¿Tú… mataste a mi madre?─dijo Rooney con los ojos como platos.

─Pues sí, pero da igual porque vas a morir. Espera, huy, ¡que me resbalo, que me resbalo!

De esa forma, Rex se resbaló y su personaje murió. Cambiamos un poco la historia porque, al final, el jorobado se quedaba con la chica y se iban a vivir a una mansión en California. Era una obra de primaria, ¿qué quieres?

Una vez más, salieron todos los actores a saludar, y ellos dos, ya con 6 años, volvieron a disfrutar de una maravillosa actuación. De esa forma, año tras año, protagonizaron diferentes obras. Al llegar a primaria, casi obligaron a sus profesores a que hicieran teatros todos los años. Eran adictos a los escenarios. Protagonizaron “Titánic” con Rooney en el papel de Jack y Rex como el capitán; hicieron “Pokemon”, en la que Rooney era Ash y Rex era Gary; ”Alicia en el país de las maravillas”, en la que Rooney era el sombrerero loco y Rex la liebre de Marzo… Y algunas más.

El teatro se convirtió en la pasión de ambos. Sus familias les llevaban juntos a Broadway para ver numerosas obras y allí fueron aprendiendo poco a poco a perfeccionar su técnica. Comenzaron a leer tragedias griegas y pronto se convirtieron en expertos tanto en interpretación como en dirección y escritura teatral; eran genios del teatro. Su talento no tenía límites, eran mucho mejor que Peter y que tú, Jones, aunque siento decirlo.

Verlos actuar era una gozada. Sus expresiones, su entonación, su pasión... todo era perfecto. Yo me sentía aplastada cada vez que los veía, aplastada por un par de gigantes, un par de ejemplares perfectos contra los que no tenía ninguna posibilidad. Sin embargo, nunca hubo envidia en mi interior, sólo admiración. Eran tan buenos que no podías odiarlos, sólo podías quererlos. Estoy segura de que si se lo hubieran propuesto, hubieran llegado a ser actores profesionales.

No obstante, ocurrió algo: Rex comenzó a perder el interés. Decía que el teatro no los iba a llevar a nada, que era un género olvidado por la gente y que era estúpido seguir con él. A los diez años ya tenía esas ideas en la cabeza, así que imagínate la madurez que tenían en aquella época. Solían hablar de eso cuando quedaban para ensayar.

─Mickey-suspiró Rex─, ¿por qué seguimos haciendo esto? Vámonos a Hollywood. Seguro que conseguimos algún papel en una peli o algo.

─¿Un papel en una peli? Pero si ahí no hay público. Si no hay público, ¿cómo sabes que les gusta lo que haces? ¿Cómo puedes actuar sin sentir el subidón que te da el público?

─Ese subidón no da pasta, Mickey, pero el cine sí.

─No me gusta el cine, no tiene emoción-aclaró Rooney.

─Venga, tío, podemos ser estrellas. ¿Qué más da la emoción?

─Rex, yo actúo para divertirme. ¿Tú no?

─Pues claro, pero una cosa no quita la otra.

─Si no me divierto, ¿qué sentido tiene actuar?-sonrió Rooney.

─Te lo estoy diciendo: la pasta.

─Tenemos 10 años. Yo con 5 dólares de paga ya tengo para lo que quiera.

─Podríamos tener mucho más, podríamos comprar todos los videojuegos que quisiéramos.

Antes de que Rooney pudiera responder, apareció la madre de Rex con dos bocadillos. Se ve que en esa casa tenían esa manía. Rex volvió a sonreír, como cuando tenía 5 años, y Rooney volvió a poner cara de asco. Era triste, porque, al parecer, eso era lo único que había cambiado en ellos. Rex quería fama y Rooney sólo quería divertirse, divertirse con su mejor amigo.

─Rex─le miró Rooney serio mientras alzaba el bocadillo, que chorreaba crema de cacahuete-, siempre estaremos juntos en el escenario; ¡promételo!

─¿Mmmm? Pues claro. ¡Lo prometo!─sonrió.

Entonces Rooney alzó el meñique, ofreciéndoselo a su amigo, y éste, un poco extrañado, juntó su meñique con el suyo. Ambos hicieron un juramento de meñiques, una promesa eterna de que siempre iban a actuar juntos.

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─¿Y qué pasó después?─preguntó Jones mirándome atentamente, ansioso por saber qué pasó a continuación.

Pasé la hoja del guión y alcé la vista hacia Rooney, que me observaba desde la distancia pronunciando un “no” con los labios. Oh, no, me había pillado. Si seguía contando la historia, igual me echaba del club. Me giré hacia Jones y le pedí disculpas porque no podía continuar. Éste se levantó de la silla y frunció el ceño.

─¡¿Qué?! ¡No me puedes dejar así!

─Es que Rooney me ha dicho que no siga.

─¡Me la suda! Ya no puedo vivir sin saberlo.

─Quizás otro día…

En ese momento, Peter terminó de hablar con Rooney y, dejando a éste atrás, vino hacia donde estábamos nosotros. Empujó a Jones para que se sentara y se colocó a su lado, apoyando la cabeza en su hombro. ¡Oh, estaban monísimos!

─¿De qué hablabais?─preguntó Peter indiferente.

─Del pasado de Rooney-le pasó el brazo por encima del hombro Jones para abrazarle.

─¡Shhhh! ¡Como se entere…!

─Por eso le he dicho que no puedo contarle más─me quejé.

─Ya te lo cuento luego cuando lleguemos a mi casa.

─Joder, yo quiero saberlo ahora…

─Mira que eres corto… ¿Te mando una indirecta para que vengas a mi casa y vas y sueltas eso? En fin, cuéntaselo, Penelope.

─Pero…

─Míralo, está ahí sentado en el escenario comiéndose su bocadillo. Ni se va a enterar─susurró Peter.

─Bueno, pero sólo porque me estáis regalando esta tierna imagen estando los dos ahí abrazaditos.

Dirigí de nuevo la mirada al guión y seguí con la historia.

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Al parecer, esa promesa alejó temporalmente las ideas de fama de la cabeza de Rex. Durante los dos años siguientes, ya en la escuela media, ambos interpretaron obras más serias, como “MacBeth” y “El rey Lear” de Shakespeare o “Hipólito” de Eurípides.

Sin embargo, esta época de bonanza no duró mucho, porque, cuando Rex cumplió 12 años, comenzó a distanciarse de Rooney. Antes solían quedar todas las tardes para ensayar obras de teatro o para ir a verlas, pero esas tardes se fueron reduciendo cada vez más hasta convertirse en una tarde a la semana. Rooney, consciente de que cada vez quedaban menos, lo dejó correr porque llegó a la conclusión de que Rex necesitaba su espacio, y es que éste cambió por completo.

Se decía por aquella época que Rex estaba empezando a relacionarse con chicos problemáticos. Rooney siempre lo negaba, claro está, ya que según él su mejor amigo sólo estaba pasando por una fase rebelde de la adolescencia. Creo que él pensaba que mientras quedaran, aunque fuera solamente una vez por semana, no tendría de qué preocuparse. Rex no faltó a ninguno de sus encuentros con Rooney, pero cada vez era más frío con él.

Fue pasando el tiempo y Rooney decidió que lo mejor era hablar con Rex para saber qué le pasaba. Una tarde de invierno, cuando salieron de ver “Cats”, el musical, bastante insatisfechos, por cierto; ambos caminaban en dirección a casa en silencio, cosa que ya se había hecho habitual.

Estaba nevando, por lo que llevaban amplias chaquetas y bufanda; además, sus manos estaban recluidas en guantes para evitar que se congelaran.

Rooney, algo ansioso, le dio un leve tirón a la chaqueta de Rex para llamar su atención y éste le miró con una expresión indescifrable.

─Rex, sé que he esperado mucho para preguntarte esto, y quizás debería haberlo hecho antes, pero no quería agobiarte. Dime, ¿qué te pasa?─preguntó Rooney con el ceño fruncido.

─¿Eh? ¿A qué viene esa pregunta, Mickey? Estoy igual que siempre.

─No, no es así. Te has vuelto frío. Deberías sonreír de vez en cuando. Mira, así─dijo estirando sus labios a más no poder en forma de sonrisa.

─Ya, bueno, supongo que la gente madura.

─A mí no me importa que madures. Lo único que te pido es que no me dejes atrás, por favor.

Dijo esto último de forma casual, como si fuera algo sin importancia que se le cuenta a algún amigo como curiosidad, pero por dentro, Rooney sentía muchísimo miedo por la posibilidad de que su mejor amigo de siempre se separara de él.

─Eso no dependerá de mí, sino de ti─aclaró Rex en el mismo tono que su amigo.

Entonces se volvió a producir el silencio. Ambos miraban al frente sin que sus ojos tuvieran la mínima posibilidad de encontrarse el uno con el otro; tal parecía que sus miradas huían la una de la otra. Sin más, Rooney soltó:

─Pues que sepas que te estás quedando calvo.

─Me la suda.

Rooney no lo dijo, pero pensó en ese momento: “¿Lo ves? Antes me hubieras gritado por decirte eso. Ya no eres el mismo, Rex”. Siguieron andando y, cuando llegó el momento de separarse, ambos se despidieron con un seco “adiós”, uno de esos en los que no hace falta decir nada más, porque se sabe que ya está todo perdido.

Podría parecer que su amistad se acabó, no obstante, a pesar de tener miedo a perder a Rex, confiaba en él con todo su corazón, y por tanto, nunca dudó de él; siempre mantenía que Rex jamás lo abandonaría.

Y así, pasó otro años más. Ya tenían ambos 13. El primer día de curso, el profesor, que ya los conocía, les anunció la obra que iban a interpretar: “Hamlet”. Rooney iba a interpretar a Hamlet y Rex a Claudio, el tío de éste. Ambos se sentaban juntos en clase, aunque lo hacían más que por costumbre que por otra cosa, la verdad. Rex le propuso a Rooney hablar de la obra en el recreo, pero esta vez en un sitio nuevo. También iban siempre juntos en el recreo, pero ésta vez pretendía llevarlo a la parte trasera del colegio. Rooney aceptó, porque, como ya os he dicho, confiaba plenamente en Rex.

Y así lo hicieron: se fueron a la parte trasera del patio. Allí, Rooney se sentó en un banco y Rex se quedó de pie, como meditando su siguiente acción.

─Joder, qué ganas tenía. Creía que no iba a poder aguantar─suspiró Rex.

Ante la atenta mirada de Rooney, quien no se lo podía creer, se sacó un cigarrillo del bolsillo y se lo llevó a la boca para después prenderlo y degustar el dulce sabor que le ofrecía ese asesino cilíndrico.

─R-rex, ¿qu-qué haces?─preguntó Rooney.

─Oh, vamos, no me seas peñazo. Hace poco que empecé, pero esta mierda es muy adictiva, así que tengo que hacerlo a menudo. Por eso, quería ir a donde nadie nos viera.

─¡Tienes 13 años! ¡¿Qué demonios te pasa?!

─¿Te vas a chivar?─inquirió Rex con ojos afilados.

─Sabes que jamás haría eso.

─Entonces no me des la vara. Tengo que relajarme, que ser actor es muy estresante.

─Yo creía que te gustaba…

─Y así es, pero eso no quita que sea estresante. Quizás, si tuviera retribuciones económicas…

─¿Otra vez con eso?

─Podríamos hacer lo que nos saliese de la polla, Mickey, y lo sabes.

─Yo sólo sé que soy un niño, y que quiero divertirme, no venderme como un actorucho de tan sólo 20 minutos de gloria─declaró Rooney.

─Bah, sigamos con “Hamlet”, ¿quieres? Hablar de esto me aburre.

Rooney se sentía triste, pero aún así no podía dejar de querer a su amigo. Después de todo, había estado a su lado desde que tenía memoria y un mundo en el que él no estuviera, le resultaba inconcebible. Rooney sabía que su amigo no le abandonaría, por muy pasota que se hubiese vuelto.

Siguieron quedando para ensayar una vez por semana, y aunque Rex se seguía mostrando frío, Rooney disfrutaba de su compañía; eso sí, no soportaba los bocadillos que le hacía la madre de Rex. Después de todo un año de ensayos, estaban ya preparados para la obra, y el día de antes quedaron en casa de Rex para repasar por última vez.

─¿No es maravilloso? Mañana actuamos─sonrió Rooney.

─Sí─contestó Rex algo indiferente─, es genial.

Rooney se le quedó mirando unos instantes como queriendo preguntar algo, pero no se atrevía, por lo que Rex alzó una ceja y le miró a los ojos.

─¿Qué te pasa?

-Nada─volvió a sonreír Rooney─, es sólo que estoy muy feliz de que mañana volvamos a actuar juntos.

─Bueno, lo prometimos, ¿no? Que siempre íbamos a actuar juntos.

Y sin más, llegó el día de la obra. Recuerdo que yo ese año no estaba en clase de Rooney, pero aún así fui a ver la obra porque me parecía magnífico verlo actuar. Parecía radiante hablando con el resto de actores, con una amplísima sonrisa en la boca y haciendo bromas constantes.

La obra empezaba a las 20, de modo que los actores iban llegando poco a poco. Sin embargo, a las 19:45 había una baja muy sonada: Rex Angry. El profesor, bastante nervioso, corrió hasta Rooney y, con expresión angustiada, le preguntó:

─Señor Rooney, ¿sabe dónde está el señor Angry? Esto ya va a empezar.

Sin el menor atisbo de duda y con la mayor pureza que puede expresar una persona, Rooney se rió y dijo:

─No se ponga nervioso, profe, que estará al llegar. Él nunca falta al teatro.

─¡Más le vale! ¡Si no, tendremos que usar al suplente!

─Eso no pasará, jajaja. Es imposible.

Aquella noche, al parecer, lo imposible se hizo posible. Todo el mundo estaba mirando en dirección a la puerta con los nervios a flor de piel, esperando a que Rex apareciera, todos menos Rooney, que repasaba su texto con la mayor tranquilidad del mundo. No obstante, aquell noche, Rex no apareció.

A las 19:55 el profesor ya estaba que echaba humo. Según él, había llamado a Rex un montón de veces al móvil, pero no lo había cogido. Rooney aún estaba convencido de que aparecería de un momento a otro por la puerta.

─Habrá pillado atasco. Seguro que estará aquí enseguida.

─Me temo que no tenemos tiempo─protestó el profesor─. ¡Preparad al suplente!

─No─replicó Rooney.

─¡¿Cómo que no?!

─Si preparan a su suplente, también prepararán al mío, porque yo no pienso actuar con alguien que no sea Rex.

Rooney ya estaba completamente vestido y maquillado como Hamlet, por lo que el profesor se enfadó muchísimo con él. Sin embargo, éste no dio su brazo a torcer, ya que decía que cuando Rex apareciera (sí, seguía creyendo que llegaría), se sentiría decepcionado al verlo actuando con otro.

El profesor, harto de todo, mandó que le pusieran los trajes a los suplentes de Rex y de Rooney. No recuerdo el nombre del suplente de Rex, pero del de Rooney sí; era una joven promesa del teatro llamado Peter Wright. Así es, ahí comenzó tu carrera en el teatro, Peter. Qué recuerdos. Bueno, el caso es que Rooney se quedó, vestido con su traje, en el asiento que había junto a la puerta, esperando a un Rex que no se presentó aquella noche.

Una vez terminó la obra, en la que todos alabaron la excelente actuación de Peter, el profesor se acercó a Rooney con la intención de restregarle la ausencia de su amigo.

─¿Ves como no ha venido?

─Aún puede venir.

─¿C-cómo dices?

─Pienso esperar aquí hasta que venga. Sé que él vendrá, sé que no me abandonará.

─¡Ni hablar! Tú a casa como todos.

Sin embargo, Rooney se negó a irse con tal vehemencia que tuvieron que dejarle allí, en el teatro, con su ropa de Hamlet, sentado en escenario. Fue a vestuario y cogió la ropa que debía llevar Rex para colocarla a su lado, como si, una vez apareciera, fueran a jugar como cuando eran unos niños.

Esa noche, Rex no apareció.

Al día siguiente, el vigilante echó a Rooney del teatro. Acababan de empezar las vacaciones de verano, así que no vería a Rex en clase, y, aunque nunca sabré por qué, Rooney se negaba a ir a su casa. A pesar de eso, Rooney no se rindió, sino que se coló en el teatro todos y cada uno de los días del verano a esperar a su amigo.

No sé sabe muy bien qué hacía allí dentro, pero, por lo que he podido oír, se colaba por las mañanas vestido de Hamlet, ponía el vestido de Claudio en el escenario y se colocaba a su lado. De vez en cuando, el vigilante lo echaba, pero él volvía al rato. Hasta pasaba las noches allí.

Dicen que el segundo día se llevó un montón de bocadillos, que se convirtieron en su fuente de alimento durante todo ese tiempo. Los odiaba muchísimo, pero le recordaban a su amigo, así que se los comía allí solo, con su soledad.

Al cabo de un par de días, según cuentan, comenzó a llorar allí, sin nadie a su lado. No sé si es que se había dado cuenta de que su amigo no iba a ir a buscarle o si simplemente se sentía impotente. Se pasó muchísimo tiempo llorando allí dentro, solo, esperando a su amigo.

Al parecer, un día, varias semanas después del fatídico día, Rooney estaba zampándose un bocadillo de panceta mientras observaba el traje de Rex. Y así, sin más, comenzó a llorar.

-Te echo de menos-susurró acariciando el traje mientras las lágrimas bajaban por sus mejillas.

En su cabeza, aparecieron las palabras de aquel juramento de meñique que se hicieron hacía ya tanto tiempo:

“─Rex, siempre estaremos juntos en el escenario; ¡promételo!

─¿Mmmm? Pues claro. ¡Lo prometo!”

Siguió llorando y llorando, días tras día, hasta que un día, simplemente dejó de hacerlo. Ya no era capaz de exteriorizar sus emociones; su cara, antes siempre sonriente, dejó de tener expresión. Se volvió frío, muy frío, y dejó de importarle todo.

Cuando salió de aquel teatro el último día del verano, ya no hablaba apenas, sólo respondía con palabras cortas, y parecía estar siempre pensando en lo suyo. Desde entonces, Rooney no ha vuelto a actuar, y jamás ha vuelto a ver a Rex, que repitió y ahora está en otra clase.

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Jones y Peter se quedaron en silencio al oír el final de mi historia. Giraron la cabeza y dirigieron su mirada a Rooney, que estaba observando al horizonte con otro bocadillo entre las manos.

─Joder, qué historia más triste─comentó Jones.

─Es muy poético; se quedó solo, esperando─añadió Peter.

─Me dan ganas de ir a buscar al Rex ése y darle de hostias─dijo Jones cabreado.

─No te convendría. Ahora se junta con Axel McArthur y su panda, así que es peligroso.

De nuevo se quedaron en silencio, así que decidí romper el hielo con una idea que me rondaba la cabeza.

─¿Sabéis? Todo el mundo dice que Rooney no tiene expresión, pero cuando lo miro, lo que yo veo es una cara sufriente, una cara llorando.

─En fin─suspiró Peter─, no hay nada que podamos hacer por él. Vámonos, Rick.

─Vale─sonrió Jones.

─Está claro quien lleva los pantalones en vuestra pareja─me reí.

─¡Pues claro!─sonrió Peter orgulloso─. Yo llevo los pantalones y él la falda de Julieta.

─Si, pero luego soy yo el que te mete la po…

─¡Suficiente información!─grité nerviosa.

Peter le dedicó una mirada de desaprobación a Jones y éste se rió. Después, tras despedirse de Rooney desde la distancia, se marcharon. Al parecer, él no les había escuchado; seguía aún con la mirada perdida y dándole pequeños mordiscos a su bocadillo. Su cabeza parecía en otra parte, quién sabe, si pensando en aquel que era su mejor amigo y le abandonó.

FIN

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Creo que he querido crear una historia emotiva y no he conseguido mi objetivo. Me hubiera gustado hacerla más detallada y con más sentimientos, pero así me ha salido. Lo siento mucho si no os ha llegado.

OS SALUDA

EL ENTERRADOR