El diario de un bucanero. Parte I

La historia de un joven bucanero cuya aventura le hará vivir nuevas experiencias.

Antes que nada, desearía, que una vez acabéis de leer el relato, comentéis vuestra opinión. Es bueno para cualquier autor, saber que piensan sus lectores.

El diario de un bucanero. Parte I: Haciendo Amigos en mar adentro.

Martes; 3 de marzo de 1898.

Acabamos de zarpar, la mar está tranquila, el horizonte lejos y mi espíritu aventurero inquieto. Soy Dylan Mckarty, bucanero recién reclutado por el capitán Aston, el único que se atrevió a contratar a un joven de 16 años que escapaba de casa en busca de una travesía, de igual manera obligado ya que mi padre no quería saber de hijo gay. A pesar de mi pequeña edad, mi cuerpo no era para nada envidiable de cualquier otro chico, atlético, blanco, con el pelo mono y unos ojos verdes, herencia de mis abuelos nórdicos. Aunque mi tarea seria mantener limpio un, de por si hediondo, barco, me dio ligeras esperanzas de un ascenso como marino. Mientras entraba en el pequeño, pero épico velero, pude percatarme de que la tripulación no es grande, de 5 a 6 marinos demás, más el capitán, en total seriamos 7 u 8 hombres navegando el océano, sin un rumbo fijo, al menos para mí.

El capitán ha prometido dejarme descansar esta noche, para que mi estómago se adapte al constante movimiento de la nave; así, mañana al iniciar mis labores, no tendré ningún problema. Mi camarote no es grande, solo hay una litera, por lo visto me toca en la de arriba, pero esperare a que mi nuevo compañero llegue, no sé quién es, el capitán no me lo dijo. La noche será larga pues le preguntare sobre todo los lugares exóticos que ha visto.

Bueno, creo que descansare, pero antes de dejar mi escritura, prometo que este diario se consignara todos los aspectos relevantes de mi aventura, sin omitir un solo detalle.

Miércoles, 4 de marzo de 1898.

Malditos marinos, oscos, soeces, desgraciados malnacidos; no tiene ni un poco de decoro, al parecer son más que malcriados, son no-criados. Iniciando por mi compañero de litera, el más joven de ellos, solo me lleva un año por lo que le pude hablarle. Al dejar de escribir ayer, me dispuse a desempacar mi pequeña maleta, pero el estridente golpe de la puerta contra la pared de madera vieja y hueca, resonó en la pequeña habitación haciendo que mis nervios se sobresaltaran. “con que este es el nuevo recluta, escuálido, débil y afeminado, no durará ni tres días” decía mientras entraba con una mirada burlada, vociferando para el resto de la tripulación. Estos animales estallaron en sonoras carcajadas haciendo chistes de afeminados e imitándome - sin haber escuchado mi voz - como si hablara yo como chica. Esto no me molesto, pues pensé que era las bromas normales entre esta clase de personas, a la cual yo pertenecida ahora. “la luz se apaga cuando yo quiera, soy el dios de este camarote, espero que lo respetes” dijo mi compañero mientras se desvestía para acomodarse, casi desnudo, en la litera de abajo.

Nervioso, me atreví a preguntarle su nombre, y este entre dientes y medio dormido me dijo que era Leandro. Al ver que su respuesta no fue agresiva, decidí atreverme un poco preguntándole su edad y de donde venía, casi entre sueños me dijo que 17 y que había subido al “hijo del sol” – era el nombre del barco – en la costa de florida, en una visita que había hecho Aston hacía ya dos años. Entusiasmado, no vi problema en preguntarle si era fugitivo al igual que yo, pero un leve ronquido me informo que mi pregunta no sería respondida. Con la luz apagada, y a gatas, procurando no despertarlo, subí en mi litera para tratar de dormir. Su suave perfil demostraba que era un joven con rasgos finos pero endurecidos por el trabajo y el inclemente sol, un torso bien marcando, junto con unas piernas definidas era uno de los tantos atributos que tenía este joven compañero de cuarto.

Con la imagen de su bello rostro en mi cabeza, mi mano busco dentro de mis bóxer algo que desde hacía mucho tiempo no veía. Mi pene aún estaba dormido, no se acostumbraba a este nuevo catre, pero el recuerdo del bello rostro que se encontraba debajo de mí junto con el recuerdo del hijo de la criada hacia que mi mente se despertara y de paso despertara al durmiente, sentía cosquillas en la base de mi pene. Mi mano recorría cuidadosamente el tronco mientras descubría el capullo suavemente. Podía sentir las primeras gotas de precum con las cuales  masajee cuidadosamente la cabeza. Imaginaba con era la lengua de aquel pobre muchacho que había engañado para que me la chupara. Imaginaba que mi dedo era su lengua la cual recorría el frenillo con sumo cuidado, una y otra vez, llevándome y trayéndome de cielo. Luego, aquel joven inicio un bello movimiento circular con la punta de su lengua lo cual provoco que mi pene se endureciera. Ya se encontraba en sus 16 cm de esplendor, con el suficiente liquido pre seminal, empecé un suave baja lento, pensando que era la boca pequeña de aquel niño inocente. Luego, esa cara inocente se transformó en el bello ángel que dormía debajo mío, sus ojos verdes me miraban mientras que su boca se atragantaba de mi falo, una y otra vez, como si su comida, después de varios años, fuera eso. Pronto sentí como mi cuerpo se estremecía, como los testículos me picaban, como mi mano aumentaba de ritmo, para llevarme al clímax. La corrida quedo en mi mano, la limpie con la sabe, una vez satisfecho decidí acostarme. El suave vaivén de la nave, producto del movimiento zigzagueante de las aguas, hacía que Morfeo me acurrucara en su lecho.

Hoy en la mañana, Leandro se había levantado primero que yo. Vistiéndose de nuevo, salió del camarote, pero una voz, que entre dormido pensé que era mi padre, le gritaba pidiendo que regresara. Un gran sonido seco me despertó, “saco de mierda, levántate, holgazán pusilánime , crees todavía que estás en tu casa? pues no, levante cerdo malnacido” me gritaba Leandro desde el piso enfurecido, con ojos rojos, mientras botaba mi sabana al piso. Yo, aun entre dormido, me sobresalte al escuchar severos aullidos. Nunca antes nadie me había gritado de esa forma, y ese aparecido si lo hizo. Antes de poder responderle, vi como salía de la habitación aun vociferante gritando en los pasillos dejándome atónito sentado allí. Mientras abría bien mis ojos, escuchaba como sus gritos regresaban, cada vez más fuertes haciendo juego con sus grandes zancadas. “ponte a trabajar haragán” me dijo sin siquiera verme, mientras arrojaba un balde con agua y trapero en el piso. “ deseo ver la cubierta limpia, antes de las 10 de la mañana”

Después de haber limpiado, y con media hora más antes de que el termino finalizara, mi labor había culminado. La cubierta, tanto de la proa como de la popa, de estribor como de babor, estaba limpia. Mientras baje para dejar el balde y el trapeador, orgullo de mi trabajo, imaginando la felicitación de Aston, aquello viles hombres ensuciaron adrede todo el piso, como si mi trabajo no hubiera sido realizado. Al subir, vi como todos los marinos se reían de mí, pero ocultaban sus rostros de mi mirada ingenua e infantil. El capitán, quien sería el que revisaría mi trabajo, vocifero y maldijo el día que me había contratado. Eres un bueno para nada, dijo mirándome con sus ojos centellantes. Sentí como una nube que era mi sueño se rompía en miles de fragmentos filosos y cortantes que caían al suelo.   Mis ojos se llenaron de lágrimas, agache el rostro para que el capitán no me viera, pero él un maldito se dio cuenta “ la niña está llorando” dijo el malnacido mientras los demás rieron de nuevo en una estrepitosa carcajada. Leandro había traído de nuevo el balde, arrojándolo a mis pies me ordeno que comenzara de nuevo, dejando todo bien limpio, tanto la cubierta como los camarotes. El capitán regreso a todos al trabajo pero no sin sentenciarme que mi próxima comida seria cuando los pisos estuvieran limpios.

Con cada lágrima que resbalaba por mis mejillas, refregaba el crujiente piso de madera, mientras mis compañeros seguían haciendo burlas en torno a mí. La tarde ya caía, el sol se ponía, pero mi labor por fin había sido finalizada. Esta vez, el capitán estuvo pendiente y vio como mi esfuerzo valía. Con una mirada me felicito. “ Ve a donde el Español, dile que te de comer algo”. Por el contexto supe que hablaba del cocinero. Ansioso, corrí hacia la cocina, pero la voz de Leandro me detuvo ordenando que guardara los implementos de aseo. Una vez almacenado todo, me dijo que me esperaba a la hora de apagar las luces en la cubierta. Atontado por la invitación, confundido por el comportamiento ambiguo que manejaba, me dirigí con paso inseguro en dirección de la cocina. El español ya había dejado de cocinar, así que en un plato, sucio aun, me sirvió un poco de arroz blanco no más. “que lo disfrutes, novato” me dijo mientras se retiraba de la cocina apagando luces ya. No era lo mejor pero si era lo único que tenía para comer. A pesar de lo feo que estaba, me sabía a gloria en mi paladar, sentía como las paredes de mi estómago bailaban de felicidad, sentía como mi mente se tranquilizaba nuevamente, sentía como mis energía, a pesar de estar doloridos mis brazos, se regeneraban. Sin más burlas, sin más trabajo, me encamine al camarote, ya todos estaban en los suyos propios, descansando pues las labores diarias terminaban temprano. Echándome en la cama, espere la hora en que las luces se apagaran, pero mientras escribo, estas ya se han apagado así que saldré a ver a Leandro…

En ese momento…

La luna blanca estaba alumbrando el frio pero tranquilo océano Atlántico; el cielo estrellado servía de guía para los valientes marinos de aquel velero viejo, “el hijo del sol” se hacía llamar, surcando el océano a su antojo, se movía petulante entre las mareas, imponente entre la soledad del océano nocturno. Aun así, aquellos valientes hombres dormitaban al arrullo de las olas que golpeaban suavemente el casco de madera pintada de blanco, a excepción de dos, que si bien no son hombres sino jóvenes, no son menos valientes que los que dormían.

He cumplido – le dijo el más pequeño al grande mientras se acercaba por la espalda ya que este estaba recostado en la barandilla viendo el infinito.

Me alegro – respondió sin siquiera dirigirle una mirada – quería decirte algo. Deseo pedirte perdón por la forma como te trate hoy, injustificadamente ya que mis problemas no son tuyos.

No te afanes, por lo menos tienes la decencia de pedir perdón, a pesar de que no entienda por qué ni mucho menos sepa tus problemas, creo entender.

Tal vez si, tal vez no; aun así no es justificante mi trato.

Ambos guardaron silencio, viendo el horizonte, donde fundía el agua con el cielo estrellado  sin poder trazar un límite claro ya que el reflejo de las compañeras nocturnas de la luna adornaba el estático océano.

Que bella noche – dijo el pequeño – buena para un nuevo comienzo.

No te entiendo – respondió el más experimentado viendo la cara del pequeño con una mueca de confusión. A lo cual el solo extendiendo su mano, como respuesta, y ofreciéndola en prueba de amistad. Con un leve movimiento de la cabeza, el mayor le dio a entender que aceptaba, de igual manera, estrechando la mano ofrecida.

Me llamo Dylan, Dylan Mckarty

Yo soy Leandro.

No tienes apellido Leandro? – pregunto, algo curioso, aquel joven pequeño mientras se incorporaba en la posición que estaba Leandro, con los codos apoyadas en la vieja baranda, sobándose sus manos y la mirada fija tratando de marcar aquel limite perdido en toda mente del marino.

No, eso es el resultado de crecer solo, en las calles de una gran ciudad, rodeado de prostitutas y ladrones. – a pesar de la respuesta cruda y cargada de realidad, Dylan no se perturbo, sabía, por anécdotas de su tío, capitán de barco real, que los bucaneros venían de parajes inhóspitos y hostiles, como el que Leandro acaba de mencionar.

Que pasa conmigo, porque son malos?

No te afanes, pequeño Dylan, son así con los novatos, a mí también me toco, las bromas, los insultos, las jugarretas pesadas, en fin, pronto pasara, cuando hagas tu trabajo como debes.

Tu eres el más joven de ellos, verdad Leo? Te puedo decir Leo?

Si y si, pequeño.

Y quienes son ellos?

Pues veras, ya conoces al Español, abordo en Sevilla ya hace cinco años, lo buscaban por homicidio, aunque niega haberlo hecho, la policía no lo dejaba en paz. Aston lo designo como cocinero, ya que era el único puesto libre. Después está el moro, un hombre que huyo de las constantes opresiones que hay en su continente, algo político, poco importante, subió en Marruecos, hace ya 5 años también, después del paso de Sevilla. Sigue John, un joven enamorado de una chica cuyo padre tiene influencias y le dejo escoger su destino, o moría por amar a su amada o zarpaba en un barco para no volver a pisar Londres en su vida. Decidido a dar su vida, se encamino ante la casa de su amada, pero lo intercepto una criada de ella que llevaba una carta, alguna mierda poética que le decía que prefería tenerlo en el recuerdo como algo vivo a llorarle su memoria. El barco en ese entonces se encontraba de paso en el canal de la mancha y fue cuando subía hace tres años. Tenía solo 18. Pero falta el, y te recomiendo que mejor te alejes – dijo mientras señalaba en lo alto de la vela a un hombre que no había visto hasta ahora dirán – es Malaquías Ferrer, el hombre de confianza de Aston. Es una mierda. Tiene lo mismo que él en el barco.

Bueno y cuál es tu historia? – pregunto con la simple idea de retirar la vista de aquel hombre, que a pesar de no verlo, hacía que su piel se erizara y la sangre se le enfriara.

Ya te dije, aburrido de una vida que no tenía futuro decidí subirme en el “hijo del sol” hace dos años, cuando apenas contaba con 15 años.

Pero así sin más?

Vaya que eres insistente pequeño mocoso, más bien, anda a dormir que mañana es un día pesado. – cuando dijo eso, Leandro tomo de las manos a Dylan y acerco sus labios a los de él, con un suave beso sello aquella noche y mar estrellado. Un beso pasional, un beso que unía la ternura de uno de ellos junto con el sufrimiento del otro en una sola persona, en una persona explosiva.

Madrugada de jueves, 5 de marzo de 1898.

Leandro me beso…

Mientras Leandro veía como el barco avanzaba lentamente por el océano, imaginando la cara angelical de Dylan durmiendo en su camarote sano y salvo, advertido sobre el peligro, pensaba como aquel pequeño niño había resultado envuelto en este maldito barco. Sigilosamente, Malaquías se acercaba a él.

No te preocupes por él, no le pasara nada. – dijo aquella voz gangosa que tanto repugnaba a Leandro – más bien ten en cuenta tu relación con el capitán, después de la última travesura tuya no está muy contento.

Déjamelo a mí, Malaquías, yo seré quien me encargue de contentarlo.

Eso espero, no quiero cumplir la orden de él y dañar este joven y bello rostro – le decía mientras su mano recorría tiernamente la mejilla del joven, pero al sentir los nudillos peludos de ese cerdo, retiro la mejilla.

Sube, te está esperando…

Espero que haya sido de su agrado, espero los comentarios. Gracias por leerme.