El diario de poemas de Rick Jones 2
Se descubre la verdad del anterior poema y Rick nos deleita con su prosa. O más bien nos horroriza... No se lo pierdan.
Diario de una adolescencia gay
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Un relato del Enterrador
El diario de poemas de P̶e̶t̶e̶r̶ ̶W̶r̶i̶g̶h̶t̶ Rick Jones 2: Noche en el acantilado
Estaba tumbado perezosamente en el sofá de Peter con Justin durmiendo a mi lado cuando, de repente, la tele se apagó. Mierda, con lo interesante que estaban los premios MTV. ¡Seguro que Miley Cyrus se despelotaba de un momento a otro y yo me lo iba a perder! Busqué el mando encima de la mesa, pero no estaba, así que me giré y vi que lo tenía en la mano Peter, que estaba de pie detrás del sofá.
─¿Se puede saber qué haces viendo a esa ramera contornearse?─preguntó con el reproche marcado en su expresión.
─Joder, que lo veo sólo porque me hace gracia. No tienes por qué ponerte celoso─me quejé.
Aún molesto, rodeó el sofá y miró a mi lado, donde pudo comprobar que su hermano roncaba apaciblemente; entonces se sentó encima de él sin importarle una mierda lo que pudiera decir y dejó el mando en la mesa. Me daba pena el pobre chaval, pero, a decir verdad, parece que ni se enteró, porque siguió durmiendo.
No me apetecía que me rayara con una de sus putos reproches de novio celoso. Ese día había estado cuidando de la enana desde por la mañana y estaba agotado, de modo que no estaba para sus mierdas. Resoplé y me crucé de brazos por la que se me venía encima.
No le hizo nada de gracia que hiciera eso, porque sonrió de una forma algo desanimada, se levantó y se largó a su cuarto. A veces me comporto como un completo gilipollas, pero es que, joder, estaba todo el día así. Era muy posesivo conmigo. Puede que fueran cosas de adolescente, pero es que lo suyo ya no era normal. Y todo por su puta inseguridad.
Le puse a Justin el mando al lado para que cuando despertara pudiera ponerse la tele y fui tras Peter. Encima que venía a su casa para estar con él, me había dicho que estaba leyendo y que no le molestara. Por eso estaba viendo la tele con mi cuñadito. Es que era culpa suya. ¡Y aun así se enfadaba!
Subí las escaleras dando zancadas. Estaba cansado, sí, no obstante, creo que lo hacía más por dramatizar que por la propia flojera. Al plantarme en la puerta, toqué, aunque no hubo respuesta. Volví a hacerlo y tampoco hubo ningún tipo de señal, de modo que, harto, la abrí.
Allí estaba, sentado en su cama, concentrado en su libro. Me miró de reojo sin decir una palabra y yo me eché a su lado.
─¿Qué lees?─pregunté con un tono suave de voz.
─”Esperando a Godot”. Es una obra dramática─respondió escuetamente.
─¿Ah, sí? ¿De qué va?─dije mirando al techo con aire de concentración.
─Es la historia de dos tipos que se colocan delante de un árbol a esperar a Godot.
─Pues yo a veces espero a que salgas del club de poesía y no he escrito una obra sobre ello─bromeé.
─Es una obra muy profunda, aunque parezca totalmente absurda. Esperan y esperan, pero Godot nunca viene. Sin embargo, ellos no tienen otra cosa que hacer que esperarle, pues es lo que les da esperanza: el hecho de que pueda llegar─comentó sin apartar la vista del libro.
¿Podría ser que le fascinara ese rollo de libro porque él también esperaba a alguien? ¿Puede que él viera a ese tal Goyo como a su propio padre? Esa idea me dio ganas de abrazarle, pero probablemente me hubiera apartado al instante. Se notaba que seguía cabreado. Me giré en su dirección y me quedé mirando cómo leía.
Sabía que tarde o temprano explotaría, porque él odiaba que la gente le mirara mientras leía. Quería que me hablara para poder solucionarlo. No obstante, primero debía atravesar, como si de una cebolla se tratase, las capas, las corazas que colocaba a su alrededor.
─Esperan a Dios, a pesar de que el autor se pasara su vida negándolo─sentenció.
─¿Eh? ¿Qué?
Cerró el libro, lo dejó en la mesita de noche y se giró hacia mí. Sus manos, colocadas en medio de sus piernas, le daban un aire bastante infantil, lo que hizo que me descojonara un poco para mis adentros.
─Te parezco insufrible, ¿verdad?─se rascó la barbilla con aire pensativo.
─Joder, Peter, he tenido un mal día, ¿vale?─fruncí el ceño.
─¿Y yo tengo la culpa?
─Cuando tú tienes un mal día, o sea, casi siempre, porque estás amargado, yo soy el que se tiene que comer tu mala hostia.
─Así que eso es lo que piensas de mi, ¿eh? Que soy un amargado─esbozó una media sonrisa.
─Lo siento, pero es la verdad. Tú, cuando estás cabreado, lo pagas conmigo, pero yo resoplo y me haces un mundo─dije molesto.
Se quedó en silencio. Yo me estaba dando cuenta de que la estaba cagando, pero ya sabéis, peña, a veces, cuando tenemos un mal día, no podemos evitar tomarla con la primera persona que se nos cruza. Lo peor es que luego nos sentimos peor de lo que estábamos, como una mierda, pues no sólo hemos hecho daño a alguien que no se lo merece, también hemos hecho daño a alguien a quien queremos.
─¿Sabes por qué he bajado?─agachó la mirada.
─¿Por qué?─pregunté con la esperanza de que la conversación fluyera hasta un punto donde no nos peleáramos.
─El otro día me dejé mi cuenta de Todorelatos abierta. Todorelatos es esa página donde los escritores comparten sus obras y bla, bla, bla─me explicó─. Lo curioso es que ese día alguien subió un poema con mi nombre. Fuiste tú, ¿no es así?
¡Hostia! Era cierto. Peter me dijo que le esperara en su cuarto aquel día, que tenía que ir a comprar. Yo me ofrecí a acompañarle, pero me obligó a quedarme para que le echara un ojo a Justin. Como estaba aburrido, me puse a mirar en el ordenador y vi que tenía una página abierta para publicar algo. Pensé que si escribía una buena poesía, sorprendería a Peter y éste me acabaría alabando, por eso me puse allí a darle al tema.
Tras una hora, terminé, y la titulé: “El príncipe sin polla”, pero luego pensé que era demasiado largo, así que le di al buscador de sinónimos de word y me salió: andrógino, por lo que lo puse. No le iba a dar a publicar; sólo le iba a dejar ahí para que lo leyera, pero, debido al aburrimiento, llevé el cursor hasta el botón para pasarlo por ahí y no darle. Y le di sin querer. Intenté buscar cómo borrarlo, sin embargo, Peter volvió, de modo que tuve que apagar la pantalla de nuevo y tumbarme en la cama.
Joder, ya hasta me había olvidado de eso. En realidad estuve preocupado, pero luego Peter y yo follamos y se me pasó por completo.
─Pues… verás…
─Tengo una reputación, ¿sabes? Y con esa mierda de poema, si es que se le puede llamar así, sólo la vas a estropear─asintió severamente.
─¿No te enfadas?─pregunté sorprendido porque no me estuviera gritando.
─No, ya que la borré inmediatamente y pedí disculpas alegando que mi primo de 2 años me había robado el ordenador.
─¡¿2 años?! ¡¿Y coló?!
─Pues claro. Fue extremadamente patético. ¿Cuántas veces tengo que decirte que la poesía no tiene que rimar? Eso es muy arcaico.
─Pero a mí me mola que rime; me suena mejor─protesté.
─Ya, pues las rimas más simples no podían ser. Hasta un mono habría sido capaz de urdirlas.
Sabía que tenía razón. Yo escribía lo que me salía en el momento, así que no podía esperar que eso fuera profesional, aunque he de admitir que no me sentaban muy bien las críticas. Joder, que yo escribo con mucha ilusión. Y, además, escribí para él, sin embargo, a él no parecía importarle una mierda.
─Es que esforzarme más me aburre. Yo escribo para pasar el rato. Si no te divierte lo que escribes, ¿cómo puedes esperar que divierta a otros, Peter?─sentencié haciendo círculos con el dedo en la cama.
─Además─parecía que ni siquiera me estaba escuchando─, ¿y las figuras retóricas? Es una característica indispensable de la poesía. Todo lo que has escrito parece puesto ahí porque sí, y si cuela, cuela. La poesía no es eso. La poesía es cálculo milimétrico de cada palabra, de cada coma, de cada sentimiento. La poesía es un arte de dioses al que los mortales sólo podemos imitar.
─¿Figuras… qué?
─¿Pero tú en qué piensas cuando estamos en el club de poesía?─suspiró echando el cuerpo ligeramente hacia atrás.
─En lo guapo que eres y en lo mucho que te quiero─dije levantándome de la cama. En ese momento le daba la espalda─. Pero supongo que es unilateral. En fin, me voy.
Dicho eso, me agarró rápidamente del brazo. Sonreí y me giré. Me estaba mirando con su habitual cara de pocos amigos. Parecía cabreado por soltar algo así para después largarme. Me senté y me soltó, de modo que me coloqué cara a cara con él, le alcé de la barbilla y le besé con la mayor delicadeza que un bruto como yo podía ofrecer.
Cuando nos separamos, se levantó y sacó una libreta y un boli para tirarlos en la cama, a mi lado. Alcé la vista con expresión de confusión y él me dijo que comenzara a escribir, que me iba a enseñar a darle una forma más adecuada a un poema.
─No hago milagros, así que seguirá siendo muy mediocre, pero al menos te ayudaré a usar los recursos adecuados─sonrió.
─Gracias─le devolví la sonrisa.
De aquella maravillosa tarde, sacamos el siguiente poema, el primero de mi vida que no escribí porque sí, sino que medité:
NOCHE EN EL ACANTILADO
Allá donde mirara,
el vacío encontraba,
allá donde mirara,
el silencio escuchaba.
Su casa antaño dejó atrás
y, al igual
que el pájaro que deja el nido,
fue para encontrar la libertad.
Todos los días
vivía y moría,
pues se convertía en hombre
dejando atrás su infancia.
Sin embargo, el día siguiente temblaba
y volvía a ser un bebé
que a su madre llamaba.
Aquel día lo tenía claro,
iba a lanzarse
por aquel acantilado.
No lo había hecho aún
porque la belleza de éste le retenía,
aparte, por supuesto,
de su muy humana cobardía.
Y es que el hombre
al ver la muerte ante él,
llora y pide perdón
por todo lo que pudo hacer.
Se estremece y se arrodilla
ante un Dios
al que nunca antes quería.
Pide misericordia
como un preso
al que los guardias
toman en custodia.
Cuando a ese preso lo van a matar,
suplica el perdón de Dios
como cualquier otro mortal.
Dios me protege,
Dios me salva,
Dios me mima,
Dios me ama.
Y lo curioso es que
antes de que el verdugo
tense su soga
seguirá creyendo que
Su Salvador
se mostrará redentor.
Qué equivocado, pobre infeliz,
pues hasta el último momento
no se da cuenta de que está ante su fin.
Unas últimas lágrimas de sus ojos escapan
porque nota que está solo
y que su miserable vida
no vale nada.
El hombre piensa que esa idea
la debía escribir,
aunque ¿para qué?
Eso no le podría hacer feliz.
Su vida era ínfima, triste,
vacía, infame, desdichada,
insulsa, insignificante, vulgar,
mediocre y desgraciada.
“¿Pero”, se preguntaba,
“qué escritor,
ya sea poeta o narrador,
podría decir
que su vida es mejor?”
El poeta sus brazos extendió
y observó la lluvia cayendo
en todo su esplendor.
El valle de noche
invisible parecía,
sin embargo, los truenos,
iluminaban la vista.
Aquel riachuelo,
totalmente desbordado,
antes le parecía simple,
ahora sagrado.
El agua con fuerza
por el valle bajaba
como si su furia
le impidiera pensar y razonar
para no perturbar su tenue caudal.
Aquel rascacielos
nacido de las entrañas
de la naturaleza
no se perturbaba,
ya lloviera
o ya tronara.
El poeta se preguntó
por qué no podía ponerse en pie,
cuando la tierra permanecía impasible
a todo ese vaivén.
La madre tierra siempre está en calma,
pero también siempre permanece embravecida,
aunque aparente la paz
que muestra una madre al dar vida.
Él sabía lo que le impedía mantenerse en pie:
era la muerte de su amado lo que no le dejaba
alzar la cabeza y observar con orgullo
la belleza de lo peligroso de este mundo.
¿Por qué la lepra
se lo había llevado?
¿Por qué, cuando él tanto
lo había amado?
Huyó por él,
huyó por sí,
huyó por ambos.
Creía que, lejos
de la desaprobación
que sabía que sus padres darían,
podrían amarse
hasta el fin de los días.
La Luna, cubierta por las nubes,
ya no le ofrecía su manto,
al igual que su amado,
que ya no le sostenía con su mano.
Los árboles, lúgubres y tristes,
sólo sonreían
al recibir la luz de los rayos
que era su único alimento
hasta que brillara el día.
El poeta ya no sabía si el agua en su cara
era la lluvia que le golpeaba con tosquedad
o se trataba de las lágrimas
que le purifican en su soledad.
Avanzó con la rodilla,
pues estaba de cuclillas
y se asomó para ver lo que había abajo.
Vaya sorpresa al ver su reflejo
como si se tratara de un burlón espejo.
Burlón era porque su corazón calmaba
al ver que aún era humano,
pero a la vez le desgarraba
porque aún seguía siéndolo.
Era humano, todo era igual,
aunque haya muerto,
nada en él ha tenido que cambiar.
¿Cómo era posible
que muerto su amado,
su persona especial,
él siguiera siendo el mismo
que con éste se quiso desposar?
¡Cruel destino,
todo invariable
permanece tras la muerte!
Lo único que se deteriora
es tu cascarón vacío
que ahora ya no crece.
La cabeza extendió
y su cuerpo, para siempre,
en el río se hundió.
“¿Por qué se tiró”, se preguntarán,
si se dio cuenta de que el mundo
no iba a cambiar”?
Pues es bien sencillo, señores míos:
se tiró porque no quería vivir en un mundo
que continuaba inexorablemente
ignorando a su amado y a su muerte.
FIN
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Levanté el boli y me estiré satisfecho. Peter, que estaba sentado en la silla de su escritorio dándome indicaciones, me pidió que se lo leyera y así lo hice. Sonreí orgulloso de mí mismo y esperé a que su respuesta fuera que era un poeta genial y que quería chupármela por mi gran sensibilidad.
─Rick, no me has hecho ni puñetero caso─sentenció mirándome con los ojos entrecerrados.
─¿Qué dices, tío? He puesto lo que me has dicho: paralelitos, oxidados y anóforas.
─Son paralelismos, oxímoron y anáforas─me corrigió─. Y los que has usado son bastante mediocres y cogidos con pinzas. Además, ¿si estás contando lo del tío del acantilado porque empiezan con no sé qué de un preso y de Dios? ¡Céntrate!
─Coño, es que esto es más difícil de lo que parece─me tumbé y me coloqué las manos en la nuca mientras miraba al techo.
─Bueno, supongo que un mínimo avance sí que ha habido, aunque déjame decirte que la historia es una mierda─dio una vuelta en su silla como para hacerse el reflexivo.
─A mí lo que no me gusta de él es que apenas me has dejado meterle nada de mí.
─Oh, ¿preferías que te dejara poner: “y en el acantilado su verga sacó para hacerse una rica paja con honor”?─estiró los brazos en ambas direcciones.
─Al final he tenido que escribir cómo me sentiría si te perdiera─dejé caer.
─Rick, a veces creo que dices esas cosas sin darte cuenta─se rió.
─¿Qué he dicho?
─Nada. Pero me gusta que seas así de sincero con lo que sientes. Ésa es la primera regla del poeta─me guiñó un ojo.
Se levantó de la silla y se tumbó en la cama boca arriba, a mi lado. Colocó su mano muy cerca de la mía, como si quisiera que se la sujetara. Joder, a veces era tan tímido… Eso hacía que me dieran ganas de comérmelo. Le cogí la mano y se estremeció un poco, pero no dijo nada.
─Peter, yo… siento mucho lo de antes. Soy un gilipollas. No tenía que haberlo pagado contigo─solté arrepentido.
─No puedo evitar pensar que te estabas burlando de mí en el poema del otro día─sentenció ignorando mi disculpa. Supongo que en el fondo no se lo había tomado tan mal.
Mierda, sabía que no tenía que poner lo del padre. No quise hacerlo, en serio, pero de verdad que me salió así, sin más. Quería representar el espíritu de Peter con total exactitud y eso apareció por sí solo. Aún no había hablado con él de lo de su padre, así que es normal que se hubiera cabreado.
─Me representas como un idiota que se enamora del primer bandido que le da un poco de afecto.
¿Eh? ¿Era eso? ¿Lo del padre no lo había pillado? No, a Peter no se le escapa una. Seguro que no lo mencionó a propósito. Pero puede que le doliera. Joder, ¿por qué se me ocurriría poner eso?
─No era mi intención burlarme. Es que, bueno, tú antes me llamabas delincuente, así que pensé…
─Qué creído te lo tienes… ¿Quién ha dicho que yo te ame?─me miró divertido.
─¿Ah, no? Entonces me temo que tendré que amenazarte con mi “espada” hasta que te rindas a mí─le seguí el juego.
Me giré y me coloqué encima de él, inmovilizándolo. Por supuesto, él no opuso resistencia alguna. Le miré esos labios tan delicados que tanto me gustaban y le robé un beso.
─O quizás debería besarte hasta que admitas que me amas. Me pregunto qué sería más rápido.
─Creo que hoy me apetece probar la espada, mi querido bandido─llevó las manos a mis mejillas y me besó con suavidad.
─¿Ah, sí? Pues ve preparando tu agujero, mi querido príncipe andrógino.
─No te pases─ladeó la cabeza.
─Jajaja, vale. Te quiero, Peter, tanto que me duele mucho hacerte daño─deslicé el dedo pulgar por su labio inferior.
─No seas tonto, puede que sea orgulloso, pero siempre te acabaré perdonando.
─¿Eh?─me descojoné en su cara─. ¿Quién eres tú y qué le has hecho a mi Peter?
─Calla y bésame otra vez, tonto del culo.
─Antes dime que me quieres─susurré.
─Te quiero.
De nuevo juntamos nuestras bocas en otro beso. Sus labios me proporcionaban un sentimiento mucho más fuerte a cualquiera que hubiera tenido nunca, sus labios me proporcionaban el mayor placer que se le puede dar a un hombre, sus labios me hacían muy feliz, sus labios me llenaban de amor verdadero.
FIN