El diario de poemas de Peter Wright 1

En un lejano país de oriente nació una criatura privada de todo, maldita. Su vida será desdichada hasta que conozca a otro joven... Relato lírico (al menos, se ha intentado que así sea).

Diario de una adolescencia gay

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Un relato del Enterrador

El diario de poemas de Peter Wright 1: El príncipe andrógino

En el lejano Oriente, un niño lloraba,

lloraba por el dolor

de haber nacido sin nada.

Ni hombre ni mujer,

nada parecía,

pues aunque alma tenía,

su envoltura estaba vacía.

Su padre, el emperador,

observó a su retoño

y no puedo evitar

llorar por el dolor.

“He sido maldito”,

una y otra vez repetía,

“por las atrocidades

que de joven cometía”.

Y es que el gran emperador

arrasó pueblos y aldeas

y a sus habitantes mató.

Los dioses su arrogancia ahora castigaban

con un retoño sin sexo

que sus vidas haría desdichadas.

A pesar de la insistencia

del emperador

por todo quererlo ocultar,

el pueblo se acabó por enterar.

Entonces el recién nombrado padre,

para evitar la deshonra,

dijo que él bebé nació muerto

y que los rumores no eran tal cosa.

La semilla de la duda

en el pueblo quedó plantada,

pero, por el momento,

su integridad fue salvada.

Aquel retoño vacío

Ángel fue apodado,

pues ni con un género ni con el otro

fue marcado.

Los años pasaron

y el retoño

en el castillo

vivió su martirio.

Nunca de su habitación podía salir,

ni siquiera podía asomarse al jardín.

Algunos sirvientes ni lo conocían,

pues, en la puerta,

le dejaban la comida.

Sin embargo, un consuelo

al joven le quedaba,

su padre a menudo iba a verle

para ver cómo estaba.

“Senos no tengo,

pero tampoco falo,

así que dime, padre,

si soy hembra o varón”

“Tú, hijo mío,

no posees género alguno.

Eres como un cartel

alejado del camino.

Nadie te mira,

y nadie te encuentra,

ya que sólo generas confusión

con tus letras”.

El tiempo pasaba

y él, solo en su habitación,

siempre estaba.

“Si sales,

se mofarán”

le decía su papá.

Dedicaba su vida al arte

y la lectura,

para así cultivar su alma,

que es lo único que perdura.

“Si el cuerpo

no perdura”,

a veces se preguntaba,

“¿por qué tiene tanta importancia

que abajo no tenga nada?

Dicen que soy una bestia,

una abominación,

mas, mi cuerpo, como cualquier otro,

acabará obteniendo su perdición”.

Cuando el joven 18 años cumplió,

su padre, en su lecho de muerte,

de lepra pereció.

En sus últimos momentos a su hijo reclamaba,

así que los sirvientes,

acudieron a su llamada.

“Hijo, he sido egoísta

desde que a este mundo viniste.

Te he robado tu vida

y aquí te he recluido,

pero quiero que sepas,

que siempre te he querido.

Eres el único heredero,

pero, como la salida

puede ser tu perdición,

quiero que seas rey

desde la penumbra de tu habitación”.

El hijo laceptó

y así el padre

en paz murió.

Sin embargo,

al siguiente día,

su tío Fang

el trono le exigía.

“¿Cómo va a ser el rey

un monstruo incompleto?

El rey ha de ser

un hombre perfecto”

No luchó por el trono,

pues sabía que así era,

de modo que a su tío

la corona le entregó

a cambio de poder seguir

en aquella habitación.

Al poco tiempo

una horrible guerra civil

al país consumía,

pero a su tío

lo único que le importaba

eran las riquezas

que adquiría.

La delincuencia

fue aumentando

con muchos bandidos

siempre robando.

Unos ruidos en el patio,

el Ángel oyó,

de modo que se aventuró

fuera de su habitación.

En el jardín

al que su puerta daba

un hermoso guerrero

una espada portaba.

El Ángel, asustado,

a su cuarto corrió,

pero el otro, más rápido,

la puerta le cerró.

Apoyado en ella

con una sonrisa le miraba

y el pobre muchacho

temblaba y temblaba.

“Vaya, vaya,

¿qué tenemos aquí?

¿Una hermosa doncella

o un tío que va a morir?”

“Te ordeno,

infame bandido,

que ceses ahora mismo

este acto delictivo”.

“Jajaja, me divierte

la gente

que cree

poder detenerme.

Dime una cosa,

¿acaso eres

el príncipe

que no nació

resucitando de la tumba

para darme una lección?”

“No soy tal príncipe,

pues como tú dices,

en la cuna murió

sin poder darse a conocer

a la nación”.

“Un mero sirviente,

supongo entonces,

o una señorita

muy elocuente.

Dime tu género de una vez

para que decida si asesinarte

o, por el contrario,

con rudeza tomarte”.

“Curiosa forma,

debo decir,

de una violación describir”.

“Con alma de poeta

he sido bendecido,

y ahora habla,

o será mi espada

la que te dará

ganas de charla”.

“Como bien has dicho,

cruel malvado,

soy aquel príncipe

que, con la vida,

fue castigado.

Ni hembra ni varón,

solamente soy

un vacío cascarón”.

El bandido,

al oírle,

reía y reía,

pues sabía que aquel

era su día.

En el mercado negro

un buen dinero podría obtener

si a ese ser incompleto

conseguía vender.

Con su espada

apuntó a su cuello

y le dijo que le acompañara

si no quería morir bajo el fuego.

La mano al retoño

le cogió

y éste, nervioso,

de un tirón la retiró.

Era la primera vez

en su vida

que alguien se había atrevido

a tocar su cuerpo vacío.

“No me seas estirado,

oh, príncipe maltratado,

y toma mi mano.

En el fondo

un favor te estoy haciendo,

porque, a partir de ahora,

el mundo estarás viendo”.

“¡Por aquí ha huido

ese sucio bandido!

El último de ellos es,

así que cojámosle

y partámosle los pies”

“Mierda”,

dijo el bandido,

“han capturado

a mis amigos”.

Los amigos

del malvado

debían quemar el castillo

según lo planeado.

Sin embargo,

como el emperador guardaba

al ejército para su uso personal,

les fue difícil

burlar a tanta fuerza militar.

“¡Tú!”,

gritó señalando

al príncipe,

“escóndeme en tus aposentos

o tendré que mutilarte sin miramientos”.

No es que

al Ángel

mucho le importase desaparecer,

pero le ayudó igualmente

por lo que le pudiera doler.

Le internó en sus aposentos

y el seguro echó

en el portón

que daba al exterior.

El bandido, exhausto,

en el suelo se sentó,

bostezó y su cuerpo, tumbándose,

acomodó.

Los soldados

con fuertes golpes

en la puerta tocaron

y al pobre chico tumbado,

asustaron.

“Señor,

¿está solo

o ha entrado

un criminal?”

El silencio gobernó,

por un instante,

el lugar.

“Solo estoy, capitán,

no se tiene usted que preocupar”.

La guardia,

sin más dilación,

de allí se marchó.

Entonces el chico de sexo indefinido

hacia el bandido se giró

y éste no pudo evitar

reírse por su anterior acción.

“¿Se puede saber

por qué no me has delatado”

“Porque entonces nuestro encuentro

se habría acabado”.

“Vaya, sí que debes de ser mujer,

pues eso, de la boca de un hombre,

jamás podría emerger”.

“¡Oye, ¿quieres que a los guardias

vuelva a llamar?!”

“Estoy bien, gracias,

prefiero la soledad”.

“¿Por qué a asesinar y a robar

te quieres dedicar?

“¿Crees que lo hago por gusto?

Es obvio, que un ricachón,

no podría entender

cuál es mi preocupación”.

El retoño se sentó ante su secuestrador

y las piernas, tras girarlas hacia atrás

y posarse sobre ellas, juntó.

“Jajajaja, me divierto mucho

con estas persecuciones.

La adrenalina me infla los cojo…”

“¡Vale, no hace falta que continúes,

pues entiendo lo que dices, no lo dudes!”

“Oye”, dijo el bandido

perdiendo su sonrisa

y levantándole al retomó su camisa,

“¿Qué tienes ahí abajo?”

Su expresión, seria,

parecía exenta de desparpajo.

“¡¿Qué demonios…?!

¡¿Para qué lo vas a preguntar

si luego no vas a querer mirar?!”

El bandido, sin perder la seriedad,

inclinó su cabeza y al Ángel intentó besar.

Éste rápidamente se levantó

y corrió a la pared

agarrándose, no sabía por qué,

del pantalón.

“¿Por qué huyes,

mi amada,

si el deseo

estaba presente

en tu mirada?”

“¿Qué? ¿Cómo que amada?

No soy una chica

y menos una fulana”

“Mujer debes ser,

pues, de lo contrario,

yo no podría amor hacia ti contraer”

El Ángel,

sus dos cejas alzadas,

estaba a punto de abrir la puerta,

pero por curiosidad se quedaba.

“Si mujer fuera,

pervertido bandido,

senos tendría,

así que no lo haría contigo

ni harto de vino”.

“Hombre o mujer,

¿qué diferencia hay?

Cuando en el ejército estaba,

que tuviera agujero

era lo único que importaba.

Enséñame lo que tus ropajes esconden

y yo te diré si acepto o no

convertirme en tu protector”.

“¿Crees que me voy a creer

que de media hora de encuentro

ya me amas como si algo especial

fuera lo nuestro?”

El bandido sonrió

y una ceja alzó.

“Siempre he sido muy impulsivo,

y si digo que te amo,

es porque quiero casarme contigo”.

“¿Con una atrocidad desfigurada?

No me hagas reír,

que no estoy para guasa.

El muchacho de la espada,

harto de su negativa,

se levantó

para caminar hacia la salida.

Cuando creía el Ángel que salía,

corrió hacia él

y lo tumbó riéndose con alegría.

“¡Suéltame de inmediato!

Si no, me encargaré

de que te juzguen

en un rato”.

Ignorando su amenaza,

le bajó el pantalón hasta poder ver

lo que tanto ocultaba.

Una superficie lisa,

sin salientes ni entrantes

allí le aguardaba,

tan brillante y perfecta,

que el bandido alucinaba.

El Ángel, sintiéndose ultrajado,

lloró y lloró

por habérselo enseñado.

Ahora el bandido,

sin decir una palabra,

giró el cuerpo y observó su espalda

en pos de su cometido.

“Agujero tienes,

así que en mi esposa te conviertes”

“¿Eh? ¿No crees que soy asqueroso,

que soy una abominación,

que hago sombra las pesadillas de tu imaginación?”

Con dulzura, al Ángel volvió a girar,

pero esta vez, para poderlo besar.

Una risita dejó escapar al separarse

el que hace unos momentos

sólo pensaba en largarse.

El Ángel, llorando,

rodeó con los brazos el cuello de su amado

y allí mismo, dejando atrás el dolor,

hicieron los dos juntos el amor.

Al día siguiente,

fueron ambos a ver al emperador

y, entre los dos, le arrebataron

el trono que no se ganó.

Al principio sólo querían desterrarle,

pero se reveló y el bandido tuvo que matarle.

El Ángel, nuevo emperador,

ocultó a todos su condición

y se convirtió en el gran conciliador.

La guerra civil se acabó,

pero, como quería tenerlo cerca,

nombró al bandido

jefe mayor del ejército.

Y así, engrendro y criminal,

estuvieron juntos

por toda la eternidad.

FIN