El Diario de Paula (prólogo 1)

Sometida a la dominación, el diario de Paula desvelará el camino recorrido por la mujer hasta la más absoluta entrega y esclavitud.

  • Ven aquí, culo esclavo.

Las palabras llegaron resonando desde el salón y ella se activó como si hubiera recibido una descarga. Siempre era sí. No dejaba de maravillarla el hecho de que una sola orden de aquel hombre, de quien era su dueño y señor, la llevaran a esa reacción: ansiosa, temerosa, excitada, pero sobre todo y ante todo deseosa de obedecerle cuanto antes, de satisfacerle, de humillarse ante él y complacerle de la forma en la que él eligiera utilizarla.

Así había sido siempre. Así era su vida como esclava, como propiedad completa de su amo. Así era desde que recordaba.

De rodillas a los pies de la cama, donde su dueño y señor la había dejado tras su último servicio, desenentrelazó los dedos de la mano de detrás de la nuca y puso las manos en el suelo para comenzar a gatear hacia su señor.

A veces era su zorra, a veces su perra y a veces su gatíta pero fuera lo que el propietario de su vida eligiera que fuera debía acercarse a él a cuatro patas, arrastrándose por el suelo. Era una orden, era un deseo de su amo y los deseos de su amo estaban para cumplirse.

Comenzó a gatear por el pasillo y en otro reflejo, producto de múltiples sesiones de adiestramiento, de docenas de castigos y recompensas de su señor que la habían hecho comportarse como él deseaba, alzo el culo, unas nalgas perfectas, firmes y redondas, prolongación de unas caderas amplias y pegó sus pechos al suelo.

La frialdad de la madera al contacto con la delicada de sus pechos la produjo un leve escalofrío que había aprendido a ignorar. Sabía que el hombre que regía su vida celebraría verla llegar así, reptando, arrastrándose ante él. Con el culo bien levantado por si él deseaba utilizarlo o castigarlo, con sus casi perfectas y turgentes tetas pegadas al suelo por si quería descansar sus pies sobre ellas mientras ella le demostraba toda su adoración, mientras la hembra de la que era propietario se humillaba ante él en espera de su órdenes.

  • Acelera esclava ¿no querrás que tu dueño se enfade? –la voz que llegaba desde el salón no tenía el tono de impaciencia que la frase hacía intuir y ella sonrió. Su dueño no estaba enfadado con ellas, solamente estaba jugando a que estaba enfadado.

Arriesgándose a contrariarle, se detuvo antes de abandonar el pasillo. Deslizó una mano por entre sus piernas y comprobó que estaba en condiciones de presentarse ante su dueño.

Llevaba puesto lo último que él le había ordenado vestir. Por encima de la cintura solamente llevaba un corsé sin copas que dejaba completamente al descubierto sus redondos pechos en cuyos pezones que brillaban los dorados regalos que le había hecho su dueño. No eran demasiado grandes, pero eran firmes y turgentes.

El conjunto lo completaban unos pantalones de piel muy ajustados que resaltaban la perfecta forma de sus piernas y de su culo. Aunque llamarlos pantalones era demasiado porque en realidad eran unas perneras ya que dejaban a la vista completamente las cachas de su magnífico culo. Solamente una sucinta tira de cuero tapaba los labios de su coño y se introducía entre sus nalgas.

Con la mano entre las piernas desabrochó esa cinta que se sujetaba al resto de la prenda por un botón automático en la parte trasera del pantalón. Aprovechó el movimiento para pasarse los dedos por el coño.

Estaba contraviniendo las órdenes de su propietario. Él era dueño absoluto de su cuerpo y nadie, ni siquiera ella, podía tocarlo sin su permiso.

Pero tenía que asegurarse de que estaba presentable para él. Húmeda, expuesta y con todos sus orificios accesibles para que “su dueña”, como el amo denominaba a su verga, pudiera penetrarla por donde quisiera.

Y lo estaba.

Del armarito que estaba a ras de suelo, justo al comienzo del pasillo sacó una fusta y la sujetó con los dientes y así traspasó el umbral del salón arrastrándose, dispuesta al premio de la verga que controlaba su vida o al castigo.

A lo que su propietario quisiera.

  • Te has tomado tu tiempo –dijo el hombre sin apartar la vista del libro que leía sentado en el sofá. Lucía un albornoz, el mismo que ella había puesto sobre su cuerpo después de prestarle, hacía apenas media hora, su servicio de baño. Un servicio que la había dejado agotada y del que su amo ya consideraba que debería estar recuperada.

El único gesto que hizo el hombre fue extender la mano con la que no sujetaba el libro y alzar ligeramente los pies, manteniéndolos apoyados en los talones.

No le hizo falta más. Ella se incorporó un instante y de rodillas colocó con los dientes la fusta sobre la mano del hombre que la dominaba y la soltó. Luego volvió a pegar sus pechos al suelo y los deslizó bajo los pies juntos de su amo. Este los presionó contra la fría madera con las plantas y ella comenzó a demostrarle su completa sumisión besándoselos mientras hablaba.

  • Este culo esclavo está dispuesto a serviros como deseéis, dueño y señor – y entre cada palabra besaba alternativamente uno y otro pie. El hombre la miro un solo instante y posó sus ojos sobre su magnificó trasero alzado y expuesto completamente.

Estuvo a punto de gritar cuando la fusta restalló contra una de sus cachas pero se contuvo y se limitó a gemir y volver a besar los pies que atenazaban sus pechos contra el suelo. El amo la había saludado. Solamente la había saludado.

  • Estás ansiosa de polla ¿verdad pequeña zorra? –preguntó su dueño y señor al tiempo que saludaba con la fusta la otra redonda cacha de la mujer de la que era propietario -.

  • Este culo de zorra siempre ansía serviros, dueño y señor-. Inmediatamente supo que en algo había fallado porque los pies del hombre presionaron más fuerte contra el suelo los pechos que tenían sometidos. Para compensarlo ello dejó de hablar y se concentró en besar más rápidamente y con mayor pasión los pies que la humillaban y la atormentaban.

  • ¿Solamente tu culo quiere servirme? –los pies presionaron contra los pechos y la fusta restalló contra el culo que permanecía elevado y ofrecido

  • Esta zorra os pertenece por completo –dijo ella asumiendo el castigo y comenzando a acariciar con las manos los pies del hombre que era propietario de su cuerpo y dueño de su vida mientras los besaba. Os suplica que la dejéis serviros con lo que querías. Todo el cuerpo de esta zorra os pertenece y la vida de esta zorra solo vale para complaceros.

El hombre no dijo nada pero la presión de sus pies se relajó mientras seguí leyendo. El éxito la animo a continuar. Debía ganarse el favor de su dueño. Debía demostrarle que solo existía para complacerle. El castigo estaba demasiado cerca. Si quería que el amo decidiera disfrutar usándola y no castigándola tenía que arriesgarse.

-Esta zorra suplica a su dueño que le conceda el honor de servir a su maravillosa verga mientras el amo decide lo que desea hacer con ella o mientras sigue disfrutando de su lectura dijo sin apartar los labios de los pies de su amo. No hubiera podido hacerlo aunque quisiera. Seguían sobre sus pechos.

El hombre apartó el libro y la miro con una sonrisa torcida. Ella no se atrevió a dejar de besarle los pies pero sintió como esa sonrisa atravesaba su espalda y se posaba sobre su culo absolutamente alzado y ofrecido

  • Eso te haría feliz, ¿verdad pequeña guarra?

  • No hay mayor felicidad para esta miserable guarra que es su esclava que poder servir a “su dueña”.

-Permiso concedido –dijo el hombre liberando los pechos que tenía sometidos bajo sus plantas y separando las piensa hasta que el cuerpo de la mujer a la que tenía sometida a sus deseos y órdenes.

Ella no perdió el tiempo. No se molestó en desabrochar el albornoz de su señor. Ya lo desabrocharía él si lo deseaba. Introdujo la cabeza dentro de él y la alzó hasta llegar a la verga de su amo. Estaba dura, inhiesta. Esperando recibir la adoración de su esclava.

Cuando sus labios tropezaron con los huevos del hombre comenzó a besarlos y a lamerlos sin utilizar las manos.

  • Gracias, dueño y señor, -susurraba mientras su lengua se deslizaba por el escroto y las bolas del hombre.

  • Esta guarra os pertenece –seguía susurrando mientras los besaba con los ojos cerrados.

Dejó de sentir la suavidad del tejido del albornos sobre su espalda. El amo lo había desabrochado.

  • Tu boca está para hacer disfrutar a esta y hay formas mejores que tus palabras, esclava.

Ella no respondió. Alzó el cuello y se introdujo la verga que dominaba su vida totalmente en la boca, hasta la garganta. Su dueño no era de los que disfrutaba forzándola a alojar su miembro en la garganta  hasta casi asfixiarla pero ella sabía que esa señal de completa sumisión  le agradaría.

El amo siguió leyendo tranquilamente mientras su polla crecía en la boca de la mujer que era su esclava.

Ella siguió demostrando con sus labios y su lengua su deseo de servir. La lengua trazaba círculos sobre el glande mientras sus labios ascendían y descendían por el bálano al que servía. Ocasionalmente lo sacaba de su boca para poder colocar la boca nuevamente bajo los huevos de su propietario, besarlos y luego lamer la verga en toda su extensión hasta llegar de nuevo al capullo y volver a devorarlo.

Mientras intentaba demostrar su completa sumisión no apartaba la vista de su dueño. Este seguía leyendo como si fuera ajeno a todos los esfuerzos de su esclava por complacerle.

“¿se estará cansando de mí?” –pensaba ante la pasividad de su dueño la mujer y redoblaba sus esfuerzos.

Ocasionalmente, casi sin mirarla, su dueño descargaba su fusta sobre ella, ora sobre la espalda, oras sobre el culo que ella bamboleaba, expuesto y sugerente, al ritmo de la mamada que le estaba practicando.

Ella lo interpretaba como un deseo de que ella se humillara más, pusiera más empeño en satisfacer la polla que se enseñoreaba de su vida y reaccionaba cambiando el ritmo de la mamada, utilizando sus dientes para dar leves mordisquitos al glande o frotando sus pechos contra la entrepierna y los huevos del hombre que la exigía más esfuerzo en complacerle.

Por fin el hombre dejó el libro sobre el sofá.

LA mano que no sujetaba la fusta se posó sobre la cabeza de su esclava que, sin dejar de mirarle, como sabía que él deseaba, seguía aplicándose en la mamada para demostrar su deseo de servirle y le acarició su negra cabellera.

Luego sus dedos se enroscaron entre su liso cabello y dieron un fuerte tirón que arrancó la polla de su boca.

Quieta, zorra ansiosa –dijo él mientras la mujer a la que mantenía humillada a sus pies intentaba recuperar su duro miembro para seguir besándolo y lamiéndolo – voy a follarme tu boca. Para eso la tienes. Para que tu dueño y señor se la folle cuando le venga en gana.

Ella no respondió. Simplemente mantuvo la boca abierta. La fuerte presa del hombre le obligo a volver a bajar la cabeza en dirección a su miembro. Ella no se resistió. Pertenecía a aquel hombre. Si quería follarse su boca ella la abría y punto.

El empujo la cabeza de su propiedad hasta que su verga estuvo completamente introducida en su boca y sentado comenzó a menearse en ella.

El capullo golpeaba contra su paladar o se introducía en su garganta. En una ocasión mantuvo la cabeza presionada hasta que ella comenzó a sentir arcadas. En un acto reflejo ella se aferró a las piernas de su dueño para resistir la brutal acometida.

La fusta restalló sobre su culo dos veces con furia.

Ella apartó las manos y las colocó a su espalda, donde las había tenido durante todo el servicio. El amo le había dado permiso para devorarle la polla, no para tocarle.

El siguió meneándose dentro de su boca sin soltar la cabeza durante un rato y luego repentinamente tiró del pelo de su esclava hacia atrás para apartarla. Se la quedó mirando con una sonrisa desafiante en los labios.

  • ¿Para qué existes, esclava?, ¿para qué tienes ese hermoso culo que te he enseñado a menear como una buena perra?

La mujer tomo aire y en un segundo un pensamiento atravesó su mente: “¿acaso su dueño, el hombre que la humillaba y la utilizaba a su capricho, no tenía bastante con todas las demostraciones de que la tenía sometida? ¿no era suficiente para él que arrastrar sus pechos bajo sus plantas, que besara sus pies con adoración, que se dedicara a aplicar su lengua y sus labios al disfrute de su tranca cada vez que él se lo exigía, que se mostrara ofrecida con todos sus orificios dispuestos y preparados para que la verga que era su dueña?”.

No, el hombre que gobernaba su vida y poseía su cuerpo a su antojo le exigía que se humillara además de palabra. Que se arrastrara aún más ante él. Si eso era lo que deseaba su propietario, eso era lo que ella debía hacer sin demora. Así era su vida.

  • Esta zorra solamente existe para que vos la uséis, para que vos la utilicéis como deseéis. Su único objetivo en la vida es serviros y complaceros. Este culo esclavo es una propiedad vuestra, como lo son estas tetas, esta boca y este coño esclavo –para dar énfasis a su total sometimiento y completa disposición, la mujer iba ofreciendo lo mejor posible cada parte de su cuerpo. Se alzó los pechos con las manos y luego meneó el culo. Finalmente, utilizó los dedos para abrir los labios de su coño al referirse a él-   Los tengo que vos podáis disponer de ellos, gozar con ellos o castigarlos cuando os plazca

Su propietario le soltó el pelo

  • Haz que me corra, esclava- Y más te vale que me guste porque si no es así no olvidarás el castigo.

No había nada más que decir.