El Diario de Paula (Día 2, la reunión I)
El diario de Paula sigue mostrándonos como se convirtió en una esclava dócil y sometida a los deseos de su propietario
Paula se presentó ante su dueño y señor. Entró en la habitación y se quedó quieta, adoptando la postura de espera que el hombre que dirigía su vida la había adiestrado para asumir mientras esperaba que él le concediera su atención.
Las manos enlazadas tras la nuca con los codos en ángulo recto con el suelo y las piernas ligeramente abiertas de manera que su coño quedara completamente expuesto. La mirada clavada en el suelo.
Habían transcurrido un par de horas desde que su amo la usara en su último servicio mientras leía las primeras páginas de su diario de esclava, el nuevo juego que el hombre dueño de la verga que gobernaba su existencia había ideado para su placer.
Los primeros sesenta minutos los había pasado en la misma posición en la que el hombre la dejó después de rociar sus nalgas con su semen y de que ella, como la obediente servidora que era, hubiera lamido y tragado hasta la última gota del mismo para dejar el miembro que la utilizaba a su antojo limpio y reluciente.
Arrodillada, con las manos a la espalda y el rostro pegado al suelo había sentido seguir fluyendo el semen de su dueño a lo largo de sus piernas y se había arriesgado a seguir recogiéndolo con los dedos y llevándose a lo boca para degustar su sabor salado.
Se maravillaba de cómo podía seguir haciendo aquello aunque su propietario no estuviera presente para exigírselo: “hasta ese punto me ha hecho suya, hago todo lo que él desea y ni siquiera le hace falta estar presente”. “así debe comportarse una buena esclava –Sonrió para sus adentros-.
Cuando ya comenzaba a dolerle el cuello y a sentir leves calambres por la forzada posición de su magnífico culo alzado todo lo posible, llegó la voz de su propietario desde el estudio.
- Se acerca la hora del baño, esclava –su tono no era ni de urgencia, ni siquiera parecía una orden- Era tranquilo y despegado, como el de alguien que estuviera hablando al aire, para sí mismo, como si se limitara a expresar algo que tenía que pasar y era inevitable que ocurriera.
Que la mujer a la que dominaba y a la que utilizaba para su comodidad y placer cumpliera sus deseos era algo inevitable. No hacía falta dar órdenes ni gritos. Ella estaba allí, vivía, solamente para servirle y complacerle.
Sin decir una palabra ella gateó velozmente hacia el estudio. A cuatro patas traspasó el umbral y se acercó a la mesa en la que su propietario estaba sentado tecleando en el ordenador. Allí esperó
¿Qué quieres, pequeño coño esclavo? –preguntó por fin el hombre al que pertenecía. Si hubiera tardado más tiempo ella hubiera seguido allí, arrodillada, esperando recibir el permiso de su dueño y señor para hablar.
Este humilde coño de su propiedad le pide permiso para poder levantarse y preparar el baño, dueño y señor.
Para preparar el baño tenía que ponerse de pie e incluso tenía que ponerse sus gafas. Tenía un poco de hipermetropía y veía mal de cerca. Su amo no le había dejado usar lentillas, decía que las gafas no la afeaban, que la daban un toque de intelectual
“Siempre es más excitante que te sirva como esclava un coño que se sabe y que tiene inteligencia”, le había dicho un día mientras ella masturbaba con sus pechos apretados con las manos la tranca que era su dueña, arrodillada frente a él hasta que el semen de su amo le salpicó los cristales de las gafas.
- Permiso concedido –dijo el hombre sin apartar la mirada de la pantalla del ordenador-.
Ella iba a incorporarse y a abandonar la estancia de espaldas y agradeciendo a su dueño el permiso, como correspondía a la mujer servil y entregada que había hecho de ella su propietario, cuando él volvió a hablar.
Creo que dejaste tu trabajo a medias antes. Termínalo antes de preparar el baño. Usa tu boca de guarra.
Por supuesto. –Contestó ella mientras gateaba a toda prisa para colocarse bajo la mesa en la que trabajaba su propietario- esta boca de guarra no tiene otro fin que albergar su magnífica polla. Esta lengua esclava solo sirve para lamer los huevos de su propietario.
El hombre se había puesto unos calzoncillos. La esclava comenzó a buscar el elástico del bóxer con la boca y lo sujetó con los dientes. En aquella posición, bajo la mesa era difícil por no decir imposible conseguir bajar los calzoncillos que ocultaban la verga que tenía que limpiar y que era la dueña de su cuerpo y su vía, pero había recibido la orden de servir al hombre que la sometía con la boca y tenía que intentar cumplirla.
Por fortuna para ella recibió la ayuda de su propietario y no tuvo que implorarle, arriesgándose a un castigo o a una reprimenda, que la dejara utilizar las manos.
Cuando él sintió los dientes de su esclava sujetando el calzoncillo, se alzó un poco en el asiento y utilizó sus propias manos para hacerlos descender por debajo del culo.
Cuando una perra está tan ansiosa de comer la verga de su dueño hay que ayudarla un poco, ¿no crees? –dijo con una carcajada mientras se volvía a sentar con los glúteos desnudos sobre el asiento.
Sois muy amable –contestó ella sin soltar el elástico del calzoncillo. Un instante después la verga a la que servía le golpeó en el rostro.
No estaba dura pero aun así mantenía un tamaño abultado, no tanto en longitud, como en grosor. Soltó un instante la prenda que estaba arrastrando hasta el suelo, besó dulcemente el glande para demostrar su completo sometimiento y prosiguió con su trabajo.
Mientras bajaba los calzoncillos hasta el suelo escuchó la voz de su propietario.
- Este diario tuyo es muy revelador –dijo al tiempo que alzaba los pies para permitir que la hembra esclava que le servía sacara completamente los calzoncillos. Luego abrió bien las piernas para permitirla alojarse entre ellas y empezar a servir arrodillada bajo la mesa a la que era su auténtica dueña y señora, la polla de su amo.
“La semana siguiente fue una locura. Se pararon todos los reportajes. Todos tuvimos que quedarnos hasta horas intempestivas. Habían decidido hacer un reportaje sobre “sexo inusual en matrimonios”. De la agenda de Gabriel salieron contactos inusuales. Sex shops, locales de intercambio de parejas, servicios de prostitución especializados en parejas y cada uno de nosotros tuvimos que seguir uno de esos contactos. A mí me tocó diseñar la estructura del reportaje. Me dijeron que lo dividiera en tres. No sé de dónde sacó toda esa información, todos esos contactos”.
- ¿Seguro que no lo sabías, pequeña zorra?, Estoy seguro que te sorprendía y te ponía cachonda imaginarte todo aquello. Tú, una señorita bien de provincias con la educación católica de la Universidad de Salamanca.
La esclava no sabía si eso era un reproche o una pregunta y opto por contestar de la única forma que le garantizaba evitar el error. Lamió con más fuerza los huevos del hombre que era su dueño, limpiando con su lengua los restos secos de semen. Él, como para reafirmar su dominio sobre ella cerró un poco las piernas sobre sus hombros y golpeó suavemente con los talones las redondas nalgas que reposaban sobre los pies de su esclava, de su propiedad. Siguió leyendo.
“El primer reportaje fue un éxito. Las tres partes tuvieron una audiencia que casi dobló nuestra audiencia habitual. Rocío y Gabriel fueron los redactores que se infiltraron en el mundo del intercambio de parejas y que llegaron a convencer a otro matrimonio para participar en el intercambio”.
“habíamos pasado lo peor pero otra cosa me inquietaba. Gabriel me miraba constantemente, cruza su mirada con la mía y me hace sentirme incómoda. No había cambiado de actitud pero era como si no pudiera apartar sus ojos de mí. A veces me sentía como una engreída y otras como si tuviera que hacer algo. Yo le sonrío y él me devuelve la sonrisa. A veces siento que me mira como si le perteneciera”.
- ¿Y no me pertenecías, esclava mamapollas? –preguntó su dueño desde el otro lado de la tabla bajo la que ella se afanaba en limpiar a lametazos su miembro. Golpeó con los talones la espalda de la hembra que serví con la boca a su miembro como si espoleara a una yegua.
Ella respondió como una jaca adiestrada y aceleró el ritmo de su mamada durante unos segundos, luego soltó la tranca y comenzó a besar los huevos del hombre que se había dejado deslizar sobre el asiento para que colgaran libres
- Esta mamapollas siempre ha sido de vuestra propiedad, decía entre beso y beso la esclavizada servidora –solamente que era tan estúpido que no lo sabía porque no le habéis hecho el honor de demostrárselo. Os pido humildemente perdón por no saberlo entonces
El hombre soltó una carcajada y ella no supo si era por la diversión que le provocaba su humillación servil o por lago que había leído en su diario.
Es obvio que sabes usar la boca para ponerme cachondo de muchas maneras, mi chupapollas particular. Deja ya de aprovecharte de la situación vas a conseguir que me corra otra vez en tu garganta y no te lo has ganado.
Ella obedeció. Las esclavas obedecen y punto. Pero si tienen un derecho es el de humillarse ante su dueño, el de suplicar a su propietario. Todas las veces que su amo la había usado para su placer, todos los servicios que le había exigido y que ella le había prestado le daban ese derecho.
Por favor dueño y señor, vuestra esclava mamapollas os suplica que la dejéis seguir sirviendo a vuestra polla, - besaba los pies de su propietario mientras acariciaba dulcemente con la yema de los dedos los colgantes cojones del hombre al que estaba pidiendo como un favor especial que le follara la boca y depositara su semen en su garganta-, os suplica que le concedáis el honor de intentar daros el placer suficiente para que os corráis en su boca.
He dicho que no –dijo tajantemente al amo. No había furia ni enfado en su voz. De nuevo todo era parte del juego. Estaba satisfecho de que su esclava, la hembra de la que disponía cuando y como quería, se arriesgara a un castigo no para librarse de un servicio sino para todo lo contrario. Para darle a su propietario una placer no reclamado.
Eso era lo mínimo que podía esperarse de una sierva dócil y bien adiestrada. Y él la había adiestrado a conciencia.
Satisfecha por haber complacido a su propietario también en eso, ella reculó hasta salir por el mismo lateral por el que había entrado de debajo de la mesa, se incorporó sin dar la espalda a su amo y salió de la habitación caminando hacia atrás y con la mirada fija en el suelo.
Aunque el hombre que se enseñoreaba de su vida estaba de espaldas pudo sentir como este sonreía y estaba segura de que él también podía percibir la que iluminaba su rostro. Aunque tuviera la cabeza gacha.
Su dueño siempre sabía cuándo la hembra que le pertenecía estaba feliz.
Mientras caminaba por el pasillo escuchó de nuevo la lectura en voz alta de su diario
“Las cosas fueron bien durante unas semanas con reportajes sobre temas escabrosos pero luego nos dijeron que como el programa ya no abordaba algunos asuntos tendrían que reducir personal. Yo no podía permitirme el lujo de perder el trabajo y no había participado en ninguno de esos reportajes. Si no conseguía entrar en el equipo de investigación ya no sería de utilidad. Rocío y Gabriel eran fijos, pero había otros dos puestos que rotaban. Tenía que conseguir uno de ellos para asegurarme el trabajo. Fue entonces cuando decidí usar mis encantos para encandilar a Gabriel que se había convertido, de facto, en el director de esa sección”.
La risa de su propietario indicó que en algo estaba equivocada. Que ese apunte en su diario no se correspondía con la realidad. Mientras se colocaba las gafas para comprobar en el termómetro de agua la temperatura correcta a la que su propietario quería el baño supo que no sería la última vez que ese pasaje de su diario saldría a colación.