El Diario de Miriam (9)
Le mostré a mi hijo lo que quería: un cuerpo de mujer, el cuerpo de su madre, completamente desnuda...
El Diario de Miriam ( 9 )
Creo que desperté hora u hora y media después. Me envolví en una toalla y salí de mi cuarto, al baño, a ducharme. Y de golpe cayó sobre mi mente la conciencia de todo lo ocurrido: me había estado masturbando como una loca, desaforadamente, y aunque quisiera negarlo o encontrara excusas y paliativos, la verdad era que lo que me había excitado era la conversación con mi hijo Oscar, y su curiosidad por el sexo, y su atracción por su madre, y el pacto que habíamos hecho, y lo que yo le había prometido, y... su cuerpo joven, y su virilidad en desarrollo, y ese bulto inocultable en su entrepierna... que había quedado fijado en mi imaginación al irme a dormir la siesta y terminar haciéndome una grandiosa paja..., como pocas...
Ya bajo el duchador vinieron nuevamente a mi conciencia mis dudas, mis reparos, los reproches nacidos de principios morales que no querían morirse del todo. Y... en realidad: ¿debían morir esas pautas morales?... ¿Seguían teniendo sentido?... Sacudí mi cabeza mientras el agua tibia, reparadora, caía sobre todo mi cuerpo... "Soy una loca -pensé-, soy una mala madre. ¡Cómo puede ser que esté mirando a mi hijo con esos ojos! ¡Al fin cuentas, soy su madre!...". Y suspiré... "Sin embargo, ya le prometí lo que le prometí, y no voy a poder zafar de ello. Pero debo hacerme fuerte, y si debo mostrarle mi cuerpo, lo haré, todo en sus límites", pensé decididamente, pero sabiendo en mi interior que cuando esos momentos llegaran llegarían también nuevas tentaciones... Pero no quise pensar más en nada de todo esto..., y dejé que el agua corriera rauda y generosa sobre todo mi cuerpo, abandonándome a la ilusión de que así como el agua tibia barría con los últimos restos de la fogosa masturbación que horas antes me había brindado, de la misma manera se fueran de mi mente las vacilaciones y malos pensamientos (si... los que por entonces consideraba "malos pensamientos")... Pero en el fondo de mi conciencia: sabía que eso era una ilusión, una simple e ingenua ilusión... Y estaba dando pasos sin retorno... Y el verdadero problema era que si bien yo, a mi edad, podía tomar decisiones irreversibles sabiendo bien lo que esas decisiones significaban, ¿podía mi hijo hacer lo mismo? ¿podía a sus catorce o casi quince años estar a la altura de las circunstancias?... ¿Podía él guardar un secreto, con el peligro de que si fuera revelado nos causaría un daño terrible?... La angustia terminó estrujándome el corazón, y no quise pensar más en el asunto... No por el momento...
Salí del baño, pasé a mi cuarto, me vestí, y cuando aparecí por el living, donde Oscar estaba haciendo sus tareas del colegio (siempre las adelantaba para estar libre después), eran ya casi las cinco de la tarde. Pronto llegarían Marina y Gerardo. Di un suspiro... "Con los chicos en casa, me salvaré del acoso de Oscar -pensé-. Espero que cumpla su promesa, y no me ponga en situaciones comprometidas mientras no estemos solos". Y me dí cuenta que de golpe mi vida había cambiado. Ahora sentía temor de quedar a solas en el departamento con Oscar. Pero... ¿a qué le temía?... ¿Le temía a enfrentar la realidad?... Y otra vez aparté mis pensamientos y me aturdí con las tareas de la casa y mis ocupaciones... Por suerte, ese viernes y ese fin de semana pasaron sin problemas. El estar mis tres hijos y yo en casa, y también el tener que aprovechar esos días para un montón de cosas atrasadas que se habían ido acumulando, ocupó mi mente y todo fue bien. Pero sabía que llegaría el lunes, y toda una semana en que vendrían las tardes a solas con mi hijo mayor...
Como lo temía (¿o como lo esperaba?...) el mismo lunes se produjeron novedades... Como siempre, volví de mi oficina pasado el mediodía, y los chicos ya habían adelantado los preparativos del almuerzo (aún a su corta edad, ellos siempre me ayudaban, así podíamos compartir juntos la mesa). A Oscar lo ví tranquilo, digamos normal, y me animé pensando que esa tarde podíamos pasarla sin dificultades, sin que me preguntara ni que me pidiera nada. Desde que habíamos tenido la última conversación había dejado de espiarme, parecía que había dejado de buscarme, o al menos no parecía tan ansioso..., pero es claro que había sido durante el fin de semana, en presencia de sus hermanos... ¿Qué pasaría ese lunes a la tarde, cuando quedáramos solos?... Me preguntaba estas cosas mientras almorzábamos y charlábamos los cuatro de cosas sin importancia, y sin prestar mayor atención, mientras estaba encendido el televisor, y nuestra atención se repartía entre la novela que pasaban y lo que conversábamos... Todo parecía marchar sobre ruedas. Hasta que Marina y Gerardo se fueron, cada uno a su escuela... Y suspiré... "A ver Miriam como te portas y resistes"... pensé.
Mis premoniciones se cumplieron; y pronto me daría cuenta que Oscar había dejado pasar todo el fin de semana convencido de que su nueva oportunidad llegaría ese lunes, cuando estuviéramos solos... Y no tardó en hacérmelo saber... Traté de seguir conversando de banalidades, mientras levantaba la mesa y lavaba los utensillos de cocina; traté de fijar la atención en lo que pasaban por la TV, y hacer comentarios sobre ello, pero... Oscar no tardó en decirme:
-Mamá, ahora que estamos solos, te podría hacer algunas preguntas?... Y yo, haciéndome la distraída: -Si, Oscar, decime, preguntame.- mientras seguía con las tareas. -No mamá. Terminemos de limpiar la cocina, y después te pregunto tranquilo... Quiero hacerte algunas preguntas..., de lo que habíamos empezado a conversar el otro día... -Ahhh... Bueno, sí, como no. -traté de mantener la calma- Bueno, ya terminamos, y estamos tranquilos, y me podés preguntar lo que quieras. Un relámpago eléctrico cruzó nuevamente mi cuerpo. Era obvio que la sola idea de tener una simple conversación de temas íntimos con mi hijo mayor, ya me ponía intratable... no cabía en mi cuerpo. Y supongo que por más que lo intenté, no pude del todo aparentar calma y tranquilidad mientras terminaba de guardar los últimos cacharros en las alacenas.
-Bueno, Oscar, ya me dirás... ¿Qué es lo que querías preguntarme?...- le dije, tomando fuerzas, mientras me sentaba junto a la mesa de la cocina, al lado de mi hijo. -Has visto que cumplí con la promesa, y que el fin de semana nada te pedí ni te pregunté... -Sí, mi amor, lo noté. Gracias. No es porque sea nada malo el que me preguntes y..., pero bueno, el caso es que tus hermanos son pequeños todavía, y a ellos les costaría un poco más entender que podemos hablar de ciertas cosas, y..., bueno, creo no lo podrían entender todavía. Por eso te pedí que trataras de tener cuidado cuando están ellos en casa... -Sí, está bien, y... -Bueno, y de qué me querías hacer preguntas...- lo animé, viéndole vacilar un tanto. -Sí..., algunas preguntas tengo que hacerte... -seguía vacilando, y empezaba a extrañarme- ... Espero que tampoco hayas encontrado las sábanas manchadas...- terminó por decirme, con signos evidentes de que le costaba la conversación o no se animaba a decir lo que realmente quería. -Bueno, ahora que lo decís, es cierto, no había manchas, es cierto... -y me sonreí, tratando de generarle tranquilidad, para que pudiera sentirse sereno y hablar con confianza- ¿Y qué ha pasado para que así sucediera?... ¿O no ha pasado nada?... -No, si..., bueno, si... -¿Sí o no?... ¿No necesitaste tocarte? ¿No te... masturbaste?...- me animé a serle clara... -Bueno, sí, ma... -tratando de tomar fuerzas para decirlo- sí, lo hice, pero traté de no manchar nada, y lo hice en el baño, antes de ducharme. -Bueno, así está mejor. Por un lado, si lo hiciste este fin de semana, cuando estaban tus hermanos en casa, ha sido mejor que te encerraras en el baño, y... -¿Eso quiere decir que cuando estamos solos puedo hacerlo en otro lado?... -Bueno, lo que quiero decir es que..., bueno, algo de eso hablamos... Al menos, si estamos solos en casa, sabes que conmigo no tendrás que ocultarte, y que yo no me voy a escandalizar de nada, que no vas a tener problemas conmigo. Pero que esto es un secreto entre los dos. ¿En eso estamos de acuerdo, no es cierto?... -Sí, ma, estamos de acuerdo... -Yo te lo recuerdo..., no sea cosa que por hacerte el hombre, vayas y le cuentes a tus amigos y compañeros de colegio que tu mamá te deja masturbarte en cualquier parte de la casa... -¡No, ma, perdé cuidado! Te lo prometo... -Disculpame que te lo recuerde, Oscar, pero en esto quiero que seamos firmes, que los dos seamos firmes: es un secreto. Ni vos ni yo le vamos a decir nada a nadie de todo esto. Los de afuera no lo entenderían. ¿De acuerdo? -De acuerdo...
Y hubo entonces algunos segundos de silencio... Era obvio que Oscar quería preguntarme o pedirme algo que no se animaba. Insistí: -Bueno, Oscar... Estamos charlando, pero ¿qué preguntas querías hacerme?... Noté que se ponía algo nervioso, y sus manos jugaban con el mantel de la mesa.. -Bueno, en realidad, no se trata de una pregunta, es que... -Sí, Oscar, decime... -Es que..., bueno, yo pensé que..., yo pensé que quizás ahora, si es que vos podés... -Sí, Oscar, no tengas temor, preguntame lo que quieras... -No, no, no es ninguna pregunta... Es que quería saber si..., si... si me podías enseñar tu cuerpo...
Y de golpe, toda la temperatura de los trópicos se me cayó encima... ¡Vaya con este chiquito!, pensé..., no se andaba con vueltas... ¿Qué debía responderle?... Por un momento vacilé, y debo haberme puesto colorada a más no poder... Fueron unos segundos de vacilación y silencio de mi parte, pero los suficientes como para recordar que le había prometido mostrarle mi cuerpo, y que ahora no podía negarme...
-Uffff..., Oscarcito..., que no paras de darme sorpresas, mi amor... Sí, sí... bueno..., es que... -Bueno, mamá, vos me lo prometiste, pero si ahora no podés, no importa y... descuida... -No, no, ... está bien, Oscar. Es cierto, yo te lo prometí. Es que me has tomado por sorpresa... Está bien, sí está bien... -respiré profundo, tomando todo el oxígeno que pude, tratando de recuperar la calma-. Está bien, Oscar... Espera un poquito. Lo que voy a hacer es higienizarme un poco. Paso unos momentos al baño y ya vuelvo. Esperame en el living, y por favor, fijate que la puerta de afuera y las ventanas estén bien cerradas...- le dije, poniéndome de pie, y no sabiendo cómo hacer para que se me pasara el sofocón...
Rápidamente crucé la distancia que mediaba entre el living y el baño, aturdida y como yendo sin rumbo, a ninguna parte..., pareciéndome que estaba soñando, que no podía ser cierto lo que estaba sucediendo... Cerré la puerta del baño y hasta le puse traba, y me detuve y respiré... "¿Cómo podía ser cierto todo esto?... ¿Cómo era posible que hubiera llegado hasta allí?..." Había pretendido ser la muy adulta y responsable, la madre preocupada por su hijo mayor, y le había prometido ayudarlo en su educación sexual, y para ello... no había tenido mejor idea que prometerle... ¡que su madre le mostraría su cuerpo desnudo!... ¿Cómo se me pudo haber ocurrido?... La verdadera realidad era que en ese momento, yo, la madre que se había creído muy adulta, muy dueña de sí, muy preocupada por la salud de su hijo... ahora tenía su entrepierna hecha un fuego y mojada a más no poder, por la simple razón de que en unos minutos más debía mostrar su desnudez a su hijo mayor... Y busqué una salida, una solución, una excusa..., pero ¡no existían, ni excusas ni salidas!... Debía cumplir lo prometido... Una rápida ducha, veloz, me higienizó en lo más necesario. Me sequé, me perfumé, y me puse la bata de baño, ajustada sólo con la banda a la cintura. Respiré hondo, tomé fuerzas... "Miriam, no tienes escapatoria... A cumplir tu responsabilidad lo mejor posible...", pensé, y salí del baño hacia el living...
Llegué a la sala, y allí estaba Oscar, esperando, sentado en el amplio sillón, aparentando una calma que estaba lejos de tener. Pues claro que yo tampoco estaba calmada... y no vacilé en decírselo a mi hijo, luego de sentarme a su lado. -Mira, Oscar..., no es fácil para mí todo esto. No te creas que me es fácil... Me da mucha vergüenza mostrarte mi cuerpo. Soy tu madre... -Si..., má, ya sé... y tampoco para mí es fácil. Si te parece, o se te hace difícil, no lo haces, o lo dejamos para otro momento, y... -No, amorcito, está bien. Te lo prometí y lo voy a hacer. Todo sea para que te saques las dudas y puedas ver a una mujer desnuda, a ver si se te van esos apuros y calenturas de una vez... Pero quiero que no te olvides que soy tu madre, y que lo hago para ayudarte. Y está nuestra promesa de secreto. Nadie se tiene que enterar de esto... Bueno, sí, me cuesta, no te lo voy a negar..., pero lo voy a hacer...- le dije, poniéndome de pie, frente a él, que permaneció sentado y haciendo esfuerzos -era evidente- por cubrirse con sus brazos cruzados su entrepierna, que ya se había abultado en su pantalón... Obviamente, la situación ya estaba excitando a Oscar, y no hace falta decir que también a mí, y seguro que si me demoraba más, iba a tener que correr nuevamente al baño, para limpiarme si me mojaba otra vez...
Miré hacia la puerta que daba al palier del departamento. Parecía todo en orden, cerrado, para evitar miradas indiscretas. -¿Te aseguraste que la puerta está cerrada, verdad? -Sí, mamá, quedate tranquila, está cerrada con llave... Los segundos se me hacían interminables... Sólo era necesario que desanudara la banda a mi cintura, y me abriera la bata y así mostrarme desnuda. Pero me costaba decidirlo... No sabiendo cómo hacer para prolongar más la situación, vacilante como estaba, dí unos pasos hacia las ventanas, y me aseguré que las cortinas estuvieran bien cerradas, evitando todas las miradas desde el exterior. Y volví junto al sillón, frente a él.
-Bueno, Oscar. Mamá te va a mostrar su cuerpo. Vos sabes que estoy un poco más gordita de lo habitual, y que ya no soy tan joven, pero... -Pero nada... Mamá, no te preocupes... Y vos sabes que para mí sos la mujer más hermosa que existe en el mundo... Su ocurrencia me hizo sonreir, a pesar de los tremendos nervios que yo cargaba encima... Y bien... había llegado el momento... Desanudé el cinturón que cerraba mi bata toallera blanca, y mientras con mi mano izquierda mantenía a la altura de la cintura la bata cerrada, mi mano derecha fue descubriendo mi pecho, dejando mis tetas a la vista de mi hijo...
Al instante, noté que Oscar tragó saliva, y se sonrojó de oreja a oreja, mientras sus brazos seguían cruzados y fijos como estacas, ocultando el bulto que seguramente crecía en su entrepierna. Yo no dejaba de mirarlo fijamente, pero la mirada de mi hijo estaba clavada en mis tetas... Era claro que mis senos lo sorprendían en su rotunda imagen, amplios como eran, con sus aureolas oscuras y sus pezones ya erguidos al límite..., porque claro, la situación a mí también me excitaba... Una cosa es tener las tetas afuera para amamantar a un bebé, y otra cosa muy distinta es que una madre se las muestre a su hijo de casi quince años, y ver que el que fué un día bebé ya es todo un hombre, y no puede ocultar su excitación, que adquiría volúmenes más que evidentes en su entrepierna... Cuando fue bebé, mi Oscarcito se desesperaba por mis tetas, porque eran su ansiado alimento; pero ahora... era todo un hombre, y mis tetas estaban otra vez a su vista, y estaba segura que se estaba desesperando por volver a ser amamantado por ellas... Y yo..., y yo..., qué puedo decir... sino reconocer que también..., que yo también hubiera querido que en ese mismo momento Oscar me tomara, y comenzara a chupar goloso de mis pezones, como seguramente estaba deseando... Por un momento pensé en sugerírselo, pero me contuve... -Bueno..., Oscar, no decís nada... -Y no, má..., qué voy a decir... tenés unas..., unas... tetas preciosas...- apenas si pudo balbucear aquellas palabras, colorado como un tomate, e inmóvil, siempre sentado en el sillón, mientras yo ya había descubierto la amplitud de mis senos, a su completa visión.
Siempre había tenido un pecho generoso, ya desde muy adolescente. Y con gracia recuerdo ahora que mi madre pronto me tuvo que comprar el primer corpiño... Y también recuerdo que durante mis embarazos y períodos de lactancia, los senos me crecieron de modo exagerado, que hasta me daba pudor ir en público ofreciendo semejante espectáculo a las miradas masculinas. De allí en más, a pesar de que hubo épocas en que mis tetas disminuían su volumen, bastaba que me descuidara un poco en mi alimentación (cosa que, a decir verdad, sucedía con muchísima frecuencia) para que volvieran a crecer con facilidad, mostrándose siempre exhuberantes. Yo sabía que podía estar gorda, y gorda por demás a veces, y hasta pudiera ser que mi vientre a veces formara una "panza" que no era precisamente un adorno estético para una mujer que se apreciara un poco, pero... que mis senos eran siempre, y a pesar de todo, mi instrumento de seducción... Y me excitaba tremendamente que ese mismo instrumento ahora estuviera excitando y seduciendo de tal manera nada menos que a mi propio hijo...
Yo seguía de pie, con mis pechos al aire, y Oscar no atinaba a decir nada, y sólo miraba, nada más que eso... Y miraba, y miraba... Los segundos se hacían interminables, y ya sentía los primeros calores en mi pubis... La situación parecía que iba a conseguir ponerme nerviosa, pero sucedió algo absolutamente inesperado: viéndolo a Oscar tan ingenuamente embelesado con mis tetas, de golpe, me vinieron fuerzas de no sé donde, y me sentí libre y segura de mí misma, arrebatada por un descaro y una pasión sin límites... Creo que sólo la candidez y la timidez de mi hijo no permitió que cometiera allí mismo algún error irreparable... Creo que si mi hijo lo hubiera querido, si lo hubiera intentado, con un simple gesto suyo o una simple palabra o pedido, me hubiera entregado allí mismo, totalmente... Pero no fué así: Oscar seguía petrificado, con su mirada fija en el panorama ofrecido por su madre desnuda... De todos modos, me sentí segura y libre, y con total desparpajo comencé a decirle: -Bueno, Oscar, mira todo lo que quieras. Estas son las tetas de tu mamá. Por aquí mamaste la leche cuando fuiste bebé, y también mamaron tus hermanos.- Y mi mano derecha rozó por una vez uno de mis pezones. Fue allí que Oscar atinó a decir algo, aunque le costó bastante: -Son..., son hermosas... mamá... y esos... botones... preciosos... -Se llaman pezones; y cuando los amamanté a ustedes, se me ponían duritos como ahora, y sentía mucho placer... -Y ahora también parece..., parece que los tenés duros... ¿no?... ¿Por qué ahora también?... -Bueno, Oscar, ¡qué preguntas haces!... Porque también me excita estar así delante tuyo... No es fácil para mí, y también me excito... Es lo mismo que te sucede a vos, no me lo negarás, porque si no ¿qué estás ocultando con tus brazos?... - Y al decir esto, su sonrojo fue más intenso, y se miró la entrepierna... ¡y me quise morir cuando al momento descruzó sus brazos y dejó a la vista un bulto enorme en su pantalón!... No sé cómo en ese momento no me contuve, con las ganas que tenía de estar arrodillada a sus pies, descubriendo sus tesoros, sacándolos afuera... Pero me contuve, y a la vez, me abrí completamente la bata, enseñándole todo mi cuerpo desnudo... No hace falta decir que automáticamente los ojos de mi pequeño bajaron a mi peludo pubis, completamente a su vista...
-Ma... mamá...- exclamó en un suspiro largo y a la vez contenido... Era evidente que se trataba de la primera vez que veía una concha de mujer... Por un momento pensé que se desmayaría..., tan absorto e inmóvil había quedado, fija su mirada en la pelambre que había permanecido escondida a su vista durante tantos años, y que ahora podía disfrutar con su mirada... Yo quise decirle allí un montón de cosas, pero por algunos segundos me contuve..., confieso que un poco paralizada también por la emoción. Y aseguro una cosa: en ningún momento, mientras hacía esto, volvieron a asaltarme las dudas y vacilaciones que bien conocía, al contrario: me sentía llevada por un arrebato de lujuriosa pasión, y repito que si no hubiera tenido delante a un adolescente con tanta timidez como se mostraba Oscar, allí mismo me hubiera entregado por completo, para que me hiciera lo que quisiera... Por algunos segundos me callé, y disfruté en el silencio el comprobar que mi niño permanecía completamente absorto de mi desnudez... Y yo sabía que mi cuerpo ya no era tan joven, y que mis descuidadas formas en algunos lugares no eran para nada bellas, pero... mis redondeces (mis gorduras) no parecían importarle a mi niño... embelesado como estaba él ante su madre, que le mostraba todo, todo lo que él tanto había estado esperando... Y con un último gesto, dejé caer mi bata al piso...
-¿Soy muy fea, Oscar?...- me animé a preguntar, apenas balbuceando las palabras... -Ma..., mamá...- él no podía pronunciar vocablo... -Ya te había dicho que estaba muy gorda... Tengo que hacer dieta y...- queriendo poner excusas para justificar el estado actual de mi físico, pero no me dejó terminar: -Mamá..., sos hermosa... sos hermosa... mucho más que lo que podía imaginar...
Aquellas palabras de mi niño me dieron aún mayor confianza, por si me faltaba algo más para sentirme libre de hacer y decir lo que se me ocurriera... -Gracias, amorcito, sos muy bueno con mamá. Pero mamá ya no es una nena, y está un poco gorda... Bueno..., querías ver un cuerpo de mujer. Aquí lo tienes... Este es el pubis..., y por acá te dí a luz, y también a tus hermanos... Y fue en ese momento que abrí mis piernas, y él pareció erguirse un poco (aunque permaneciendo sentado) para poder ver con más atención. ¿Y qué hice yo?... En mi descaro ya incontrolable, puse un pie en el brazo del sofá, muy cerca de Oscar, y con mis dedos abrí mi concha a su vista..
Y nuevamente pensé que a Oscar le faltarían fuerzas y se desmayaría, mientras yo, bien abierta de piernas, trataba de abrirme paso por la motosa pelambre y abrir los labios externos de mi concha, para que pudiera tener completa visión del órgano materno... -Mira, Oscar... Yo sé que esto no lo habías visto nunca antes. No te asustes, pero era lo que me habías pedido. Ahora ya nadie se reirá de que no conozcas a una mujer desnuda. Eso sí... nunca le dirás a nadie, ni a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a nadie, que fue tu mamá quien te lo enseñó...- Y él sólo asentía con su cabeza, mientras parecía no perderse detalle de lo que estaba viendo... -Mira, aquí tenemos el clítoris... -le indiqué, después de llegar a mis labios internos, y dejar a la vista mi botón de placer-. El clítoris es la parte que a las mujeres nos produce placer sexual, y se pone durito como tu pene... Mirá más de cerca si no ves bien...- Y animé a mi hijo a que acercara su rosto y mirara con detalle. -¿Lo ves? Este es el clítoris -le dije, tomando con mi dedo pulgar e índice mi botoncito, produciéndome a mí misma en ese momento un relámpago de placer...- Más abajo se ve un hoyito, que es por donde orinamos las mujeres... ¿lo ves Oscar?... -y él asentía con su rostro, sin decir palabra y sin mirarme a los ojos, clavada como estaba su mirada en mi concha-. Y esta es la vagina, por donde entra el pene de los hombres, cuando está bien parado, para dejarnos su "semillita"... bueno, ya sabes..., el semen, para preñarnos cuando estamos en período fértil... ¿Lo ves?... Y más atrás el ano, el agujerito que es igual en hombres y mujeres...- seguía diciendo yo, explicando como si fuera una profesora en vaya a saber qué clase de educación sexual, y haciéndome la seria y dueña de mí misma, cuando... ¡en realidad estaba que reventaba de caliente y de ganas de cogérmelo ahí mismo!... Y fue cuando me dí cuenta que ya no podía aguantar más y que antes de que mis fuerzas no respondieran y no pudiera ya controlarme, decidí terminar de una buena vez con aquella "clase". Y lo hice ya sin resabio de pudor ni verguenza ninguna, para que mi Oscar se llevara la última imagen, la más plena, de su madre desnuda... Torneé mi cuerpo, y me di vuelta, para mostrarle mis nalgas a pleno...
Y con ambas manos tomé firmemente cada una de mis nalgas, abriendo mi raja a su vista, para que quedara bien a la vista mi ano... -Bueno, Oscar... aquí tienes... Esta es la cola de tu mamá, y ahí está mi ano. ya lo has visto todo... no tengo más para enseñarte... -bromeaba y trataba de seguir la inexistente conversación, porque en realidad era un monólogo, ya que él permanecía en silencio, sin decir palabra, completamente absorto en el espectáculo... De modo que, haciendo un poco más de presión sobre mis glúteos, los separé hasta donde pude, a la vez que me agaché, para que mi hijo tuviera por un momento la vista completa de mi culo y mi concha, bien abierta su madre, toda para él...
Y tras ello, en rápido ademán, tomé la bata desde el piso, y al tiempo que comenzaba a cubrirme, le decía: -Bueno, ya está!... Ahora, si quieres, puedes irte a tu pieza y te masturbas hijo, antes de que explotes...- Oscar parecía un autómata... Sin decir palabra, se puso de pie, cubriendo como pudo con sus manos el bulto incontrolable en su entrepierna, y se dirigió a su cuarto... Ni qué decirles tengo, que yo también me encerré en mi cuarto, y me masturbé con una de las pajas más deliciosas que jamás me hice...
( continuará... )