El Diario de Miriam (8)

El saber que yo era la que calentaba a mi hijo, me exhitaba; y no podía evitar los pensamientos y los deseos...

El Diario de Miriam ( 8 )

No fue fácil, ni para Oscarcito ni para mí, decidirnos. No fue nada fácil... Cuando parecía que sobraban las palabras, y que sólo bastaba que uno de los dos se decidiera a dar el paso... nunca lo dábamos, ni él ni yo... Se multiplicaron las miradas que lo decían todo, los largos silencios estando solos en casa, pero ninguno de los dos se animaba a más... Fueron muchas más las veces que noté que me observaba a escondidas, y otras tantas veces yo aprovechaba esas ocasiones para exhibirme, incluso con toda impudicia, y de forma explícita, haciendo más que claras mis intenciones... Pero mi pequeño Oscar, con su invencible timidez, permanecía lejano..., aunque cercano a la vez, siempre cercano, pero sin dar el paso esperado... ¿Lo debía dar yo?... Eso me parecía... pero nunca terminaba por decidirme...

Y me dí cuenta que fueron precisamente mis vacilaciones las que hacían que mi hijo se contuviera y no se atreviera a nada... ¡Claro!, qué podía hacer si no mi pequeño Oscarcito!... Si su madre se mostraba a veces como la más puta de las putas, ofreciéndosele a descaro..., pero también, de golpe, se mostraba lejana, intratable, inviolable en la "caparazón moral" en la que tantas veces me encerraba... Es que eso, simplemente eso, era lo que me sucedía... Yo no llegaba a convencerme totalmente que debía liberarme de todo prejuicio y dar rienda suelta a mis deseos de libertad... Y por lo demás, había razones suficientes como para justificar las "lecciones" que debía dar a mi niño, por cierto ya bastante mayorcito... Se acercaban sus quince años y cuando otros adolescentes de su edad ya seguramente tienen sus primeras experiencias, Oscar se mantenía tímido, encerrado en casa todo el tiempo: venía del colegio al mediodía, y luego pasaba sus tardes en el departamente, pendiente de lo que yo hacía... ¡Cuantas tardes solos en casa, hasta el regreso de sus hermanos del colegio!... Y sin embargo, no pasaba nada..., salvo sus contínuas búsquedas, sus miradas, el espiarme tras las puertas entornadas, o tras el ojo de las cerraduras... Y luego ver las huellas de sus masturbaciones por doquier..., en el baño, en las sábanas de su cama, en su ropa usada... ¡Algo debía hacer!, debía conversar con él. Las cosas se estaban saliento de cauce... Y con estas "razones" me convencí que debía asumir la iniciativa. Encontré "razones educativas" para hacerlo, como de madre preocupada por la salud, el crecimiento y la educación sexual de su hijo, pero... en lo profundo (no sé si en lo profundo de mi conciencia o subconciencia, o... inconciencia) yo sabía que mis "razones" eran otras: quería tener una charla íntima con mi amado Oscar, una charla que tanto tiempo venía postergándose, una charla en la que quizás... podía suceder lo que hacía tanto tiempo venía deseando, pero no quería terminar de reconocerlo...


Pero un día me decidí... Ya habían transcurrido varios meses en este interminable juego de ser espiada y exhibirme, y con mis altibajos de ánimo, y mis dudas y vacilaciones entre impulsos libertinos y recatos morales, ya estaba que explotaba por dentro!... No podía soportarlo más. Ya no podía pasar más tiempo dejando que Oscar me siguiera espiando y se masturbara por mí, sin que yo hiciera nada. Ya no... Es que, por encima de todo, me preocupaba su salud, su salud física y mental. Oscarcito ya no salía de casa si yo estaba, sobre todo cuando sus dos hermanos no estaban. Por las tardes, desde el mediodía que yo llegaba de mi trabajo y él del colegio, y hasta que sus hermanos volvieran a media tarde del colegio, él no se separaba de mí, y era evidente que no desaprovechaba ocasión que se le presentara, a fin de observarme en la intimidad, cuando podía. Sus actitudes me preocupaban. No salía con amigos, no iba al club ni a divertirse, y menos le conocía que tuviera alguna amiga o novia, nada de nada... Parecía que su mundo se limitaba a su madre... Y se había vuelto huraño, escasamente hablador, y malhumorado con sus hermanos más pequeños. Una cosa era clara: ¡Yo no podía quedarme de brazos cruzados!...

De manera que decidí enfrentar la situación... Y recuerdo exactamente el día y el momento: fue un viernes, mi último día de trabajo en la semana. Había pasado todos esos días anteriores muy angustiada enfrentada como estaba a la disyuntiva de tener que tomar una decisión, o dejar que las cosas transcurrieran como entonces. Esto último no podía soportarlo, pero tampoco parecía tener fuerzas para hablar con mi hijo. ¡No sabía qué cara ponerle luego de haberme exhibido con tanto descaro, tantas veces!... Pero debía hacerlo. Como siempre, llegué de la oficina ya pasado el mediodía, y todo fue muy rápido en el almuerzo, como siempre, ya que Marina y Gerardo pronto marchaban al colegio. Y quedamos solos, Oscar y yo... Terminé de limpiar la cocina, pasé unos segundos al baño -viendo que él se había quedado en el living mirando TV-, me higienizé como de costumbre después de almorzar, y volví, sentándome a su lado en el sillón. En el relámpago de un segundo, dejé atrás mis dudas y temores, y me decidí: tomé el control remoto, y apagué el televisor, dispuesta a hablar.

-¡Mamá! ¿qué hacés, porqué apagas la tele? ¿Es una broma?... -Tranquilo Oscar, tranquilo... Tenemos que hablar. ¿No te parece que tenemos que hablar vos y yo?... -¿De qué, ma? ¿Qué ha pasado?...- Yo simplemente lo miré por unos segundos con mirada firme, para agregar enseguida: -Vos sabés bien de qué tenemos que hablar. Y quiero que lo hablemos con tranquilidad. No tengas miedo de nada. No es nada grave. Sólo tenemos que hablar. Y ya habíamos quedado que hablaríamos como amigos, y sin secretos, ¿no es cierto?...- Bastó que dijera eso, para que Oscar bajara sus ojos, y empezara a mirar para cualquier parte, manteniendo el silencio. Y yo traté de encontrar las palabras más sencillas, más tranquilas, también las más dulces, las más comprensivas, pero también con un tono de firmeza y decisión para que mi niño comprendiera que juntos debíamos resolver de una vez por todas el problema.

-Mira, Oscar, lo mejor es decir la verdad. No hay nada más linto que decir siempre la verdad, y vivir sin mentiras. Nos hace mal vivir entre mentiras, escondiendo lo que realmente sucede, y haciendo como que no sucede nada... -por un segundo, respiré profundo, ganando energías, y proseguí-. Yo sé todo lo que sucede, y lo que haces... Sé que hace tiempo que me espias... no sé porqué razón andas con esta obsesión conmigo, que soy tu madre... Pero está bien, lo comprendo, y quiero ayudarte de la mejor manera posible. Quiero que juntos nos ayudemos. Diciéndonos la verdad, y no ocultándonos nada, no guardando ningún secreto, todo va a ir mejor... También sé que te has venido tocando..., que te has... masturbado..., que lo haces con frecuencia... No es difícil darse cuenta que es así, porque no doy a basto con el lavarropas para lavar tu ropa y las sábanas de tu cama... No te asustes: no es ningún reproche, no me escandalizo de nada; lo comprendo, pero quiero que enfrentemos la situación, sin miedo, como amigos que somos... ¿No habíamos quedado así, en que somos amigos y nos contamos todo?...

Oscar no me respondía todavía, pero al menos por un momento levantó su rostro y me miró, aunque sin decir palabra. Traté de esbozar la mejor de mis sonrisas, con dulzura y ternura. Acerqué mi rostro y suavemente le imprimí en su frente un beso con el mayor de los cariños... -Sí, Oscar, así, sin miedo. Mami no quiere hacerte mal; quiere ayudarte. Y lo mejor es decirnos la verdad, de frente. Ahora podemos hablar tranquilos. Tus hermanos no están, y ellos no tienen que enterarse de nada de lo que hablemos, ni se enterarán, ni por mí ni por vos: porque vos y yo mantendremos para siempre el secreto de esta conversación. ¿Sí?...- Y fue recién en ese momento, que Oscar tomó fuerzas para decir algo: -Sí, mami, tenés razón, hablemos.

Por algunos segundos se mantuvo el silencio, y vacilé en proseguir. El parecía dispuesto a escuchar y hablar, al menos ahora me miraba. ¿Por dónde debía comenzar?... Me decidí ir al grano:

-Mira Oscar, en realidad no sé como empezar... Y creo que esto debería conversarlo con vos tu padre, pero bueno..., él ya no está con nosotros, y soy yo la que tengo la responsabilidad... Quisiera que hablemos de dos cosas que me preocupan un poquito: la forma en que me mirás y me espias por todas partes, y también sobre lo que ya te dije: tus masturbaciones...

Oscar volvió a ruborizarse y bajar la cabeza, de modo que intervine enseguida para darle confianza: -Te repito, Oscar, que no tenés que tener temor a nada. Yo no te voy a reprochar nada, sólo quiero ayudarte. Vamos a ver... ¿Por qué me mirás tanto?, ¿Por qué me espias por todos lados?...- y mientras le preguntaba esto, traté de sonreirle con la mayor de las dulzuras. Y él se animó a hablar: -Mamá, es que nunca he visto a una mujer desnuda!... y mis compañeros se burlan de mí en el colegio. Alguno de ellos hasta ha salido con alguna chica y... -¿Tienen novia tus compañeros? -Algunos sí, y bueno, me cuentan cosas..., en fin, lo que hacen... Y la única vez que quise preguntarles, se dieron cuenta que yo nunca había salido con una chica, y se rieron, y desde ese momento no paran de burlarse... -Bueno, bueno, ya, ya... ¿Y nunca has tenido una noviecita, todavía? -No -¿Y te gusta alguna compañera del colegio? -Sí..., o no, más o menos... Me parecen medias tontas... No, en realidad no me gustan...

Me sonreí un poco, sintiéndome aliviada de que mi hijo por fin pudiera aflojarse un poco y confiar estas cosas a su madre, y conversar como lo estaba haciendo. -Bueno, bueno..., ¿cómo es eso? -le dije sonriendo- ¿no te gustan las chicas de tu edad, y te la pasas mirando y espiando a esta mamá vieja y fea que tienes?...- El también sonrió, y se ruborizó nuevamente, pero alcanzó a balbucer: -Sí, mamá... Te prefiero mil veces... Y no eres vieja ni fea..., nada que ver... -Bueno, bueno, mentiras no... Pero, bueno, tendrías que empezar a mirar un poco mejor a las chicas de tu edad; seguramente alguna te debe haber puesto los ojos encima, seguro... -No sé, no creo..., ellas también se ríen, como los demás... -Bueno, amor, lo de las risas de tus amigos lo podemos solucionar. Es que ya vas para casi 15 años, y mientras tus compañeros ya salen con chicas, y se besan, y quien sabe, hasta pueden ya haber estado juntos, en cambio, se han enterado que nunca has visto una mujer desnuda y... se ríen, y entonces cada vez más te encierras, y te vuelves más tímido, y... ¡Bueno, pero eso lo podemos ir solucionando!... -¿Y cómo, mamá?... Fijate: tú me conoces a mí desnudo, y también has visto desnudo a Gerardo, pero yo no he visto nunca a ninguna mujer, apenas algún poquito que te he podido espiar...- y volvió a ruborizarse mientras esbozaba una sonrisa nerviosa.- Y quisiera saber sobre algunas cosas, pero a nadie le puedo preguntar, porque se ríen de mí...

Fue entonces que, decidida, me animé y le dije: -Está bien, Oscar, eso tiene solución. Yo te quiero ayudar, porque no es posible que sigas siendo tan tímido con las chicas. Mamá te va a ayudar, pero si me prometes que esta conversación y la ayuda que mamá te dará, queda en el secreto de nosotros dos. Nadie más se tiene que enterar. ¿Me lo prometes?... -Si mamá. -¿Me prometes que todo esto quedará entre nosotros, y que no se lo contarás ni a Gerardo ni a Marina, ni a ninguno de tus compañeros del colegio, ni a nadie?... -Sí, mamá, te lo prometo. Pero... ¿de qué se trata?... -Nada raro, Oscarcito: que mamá te va a enseñar lo que quieras, y que me podés preguntar lo que quieras, que mamá te va a explicar todo lo que quieras. Además, esto ya lo habíamos hablado, y estábamos de acuerdo: que cualquier duda que tuvieras me la preguntarías... -Sí, es cierto, pero me daba vergüenza preguntarte sobre ciertas cosas... -Ninguna vergüenza! ¡Te tienes que sacar todas las dudas! Con mamá no tienes que tener vergüenza ninguna, y te va a explicar todo lo que quieras. ¿Sí?... -Bueno, sí, pero... -y aquí vaciló, sin que le pudiera salir palabra. -¿Pero qué?...- lo animé. -Pero... ¿cómo es eso de que me vas a enseñar lo que quieras?...- Confieso que allí también yo me ruboricé un poco, pero mostrándome animada y decidida, no vacilé en aclararle: -Pues nada, Oscar: que mamá te va a ayudar a que conozcas a una mujer desnuda, y aunque soy vieja y fea te mostraré lo que quieras. Pero, ¿ves?, por esto también te decía que todo esto debe permanecer en el secreto de nosotros dos. Nadie más que nosotros dos tiene que saber esto. Los demás lo entenderían mal, quizás, y pensarían que estamos haciendo algo malo... De modo que hagamos un trato: de ahora en adelante, y siempre y cuando estemos solos en casa, ya nada de espiarme detrás de las puertas!... Si necesitas ver algo o quieres preguntarme algo, si estoy en mi cuarto o en el baño, me pides permiso, y yo no me opondré a que me veas desnuda. Y podrás mirar todo lo que quieras y preguntar. ¿De acuerdo?...

Pero Oscar estaba tan emocionado que no atinó a responder afirmativamente sino sólo con un gesto de su cabeza, sonriendo, y ruborizado como un tomate. -Bien, de acuerdo, mi amor. ¿Ves como todo puede solucionarse, conversando y poniéndonos de acuerdo? Pero eso sí, y te repito: es un pacto de honor entre los dos, y nadie se debe enterar de esto. ¿De acuerdo?...- Y él volvió a asentir con su cabeza.

-Pero también quería hablar contigo de otra cosa, que me preocupa un poquito... Esas manchas que dejas en tus calzoncillos y en las sábanas de tu cama...- -Uyyy... -Oscar dió un resoplido y bajó su cabeza- eso me da vergüenza, ma... -No papito, ya lo hemos aclarado: ¡nada de vergüenza. Por eso quiero que hablemos, para que me cuentes todo lo que te pasa. Yo lo voy a comprender todo, y te voy a ayudar... ¿Si? -Es que..., bueno..., es que a veces siento cosas... y me vienen ganas, y... -¿Y cuanto te sucede eso?... -Bueno... me da vergüenza..., pero bueno, cuando pienso en una mujer desnuda, en cómo sería..., o cuando puedo verte un poco más, y...- ¡No tengo que decir que yo ya estaba que estallaba, y que sentía mi intimidad derretirse entre mis piernas... Pero me recompuse, y aparenté control de mi misma, y le dije: -Está bien, Oscar, no te preocupes. Es lo más normal. Todo eso es lo más normal del mundo, y les pasa a todos. Mira: eso que sientes se llama excitación, es normal y le pasa a todos, a hombres y mujeres, grandes y chicos, a todos... -¿A tí también, mamá?... -Bueno, sí, a veces -me costó responder- a todos nos pasa, a todos. A hombres y mujeres, también las chicas sienten curiosidad por los chicos y se ponen nerviosas, y se excitan. Las chicas se excitan de una manera, y los chicos de otra... Vamos a ver: cuando te sucede eso... ¿se te pone durito el…?...- No llegué a terminar la pregunta. De todos modos él me respondió con un gesto con su cabeza, y sin mirarme.

-Está bien, Oscar, todo es normal. Y por lo que veo, hace tiempo que te lo tocas y te masturbas... Y otra vez me respondió sólo con un gesto. -¿Y quién te ha enseñado a hacerlo?...- Le costó responder, pero lo hizo: -Nadie, mamá... Leí algo en una revista, y una vez, no sé como fue..., me acaricié un poco más fuerte que otras veces, y..., y bueno... sucedió eso que sabes... -¿Y te gustó?... -Mucho... perdóname, me da vergüenza contar todo esto. -¡No papito!. No hay que tener vergüenza; hicimos un pacto, y entre los dos nos contamos todo... Está bien. La masturbación no es nada malo. No está mal que a veces te acaricies, pero trata de no hacerlo muy seguido, porque puede ser desgastante... Trata de pensar en otras cosas, hacer otras cosas, salir a hacer ejercicio físico, y sobre todo comer bien... Podrías ensuciarme menos las sábanas y los calzoncillos -le dije sonriendo- pero eso lo vamos a ir solucionando de a poco... Ahora que sabes que mamá lo sabe, y que conmigo no hay secretos, vas a poder hacerlo con un poco más de libertad, sin mancharte la ropa ni la cama, y sin hacerlo a escondidas, al menos cuando no estén tus hermanos. ¿De acuerdo?... Lo que quiero es que no te la pases ocultándote y teniendo miedo de una cosa que no es mala, sino que es lo más normal... ¿De acuerdo?...- terminé, sonriéndole con dulzura. -De acuerdo.- me respondió también con una sonrisa. -Bueno, por ahora me parece que ha sido suficiente charla, y me quedo contenta de que podamos haber conversado bien; pero mamá está cansada y quiere recostarse un rato a dormir la siesta. Si te quedas viendo televisión, trata de no hacer demasiado barullo, que quiero descansar un poco... -Sí, mamá, gracias por todo.

Me puse de pie, y le dí un beso en la frente; y respiré aliviada, mientras caminé hacia mi cuarto. "Ufff... creo que no lo hice tan mal", pensé, mientras me desvestía y me recostaba en mi cama. Claro que me sentía aliviada, como habiendome sacado un peso de encima al haber podido conversar con mi hijo mayor como debía haberlo hecho hacía tiempo. Pero, por otro lado, me sentía encendida, excitada como hacía tiempo no lo estaba. La conversación me había puesto a mil... Y el sueño tardó en llegar. Y fue inevitable que comenzaran a llegar a mi mente imágines ya muy lejanas y bastante olvidadas hacía tiempo: imágines de mis primeros años como mujer casada... "Erámos insaciables...", y por un momento -muy breve- se me vinieron de golpe aquellos tiempos en que había disfrutado de la dicha conyugal en compañía de mi ex-marido... Pero el recuerdo fue breve, porque la imagen de mi esposo venía inevitablemente unida a sus ulteriores infidelidades, engaños, mentiras, desprecios... De modo que un manto gris volvió a cubrir el recuerdo del sexo en mi pasado matrimonio... Aunque, al fin y al cabo, aquellos primeros años de vida conyugal, mal o bien vividos, habían permitido un fruto que eran toda mi riqueza de hoy: mis tres hijos..., Oscar, Marina, y Gerardo... Oscar..., mi pequeño Oscar... ¡El caso era que se había vuelto hombrecito!... Comenzaba a excitarse... Y su madre era la que lo excitaba... ¡Yo era la que lo excitaba!...

Cerré mis ojos y casi sin darme cuenta una de mis manos comenzó a recorrer mi pecho... De pronto, sin una precisa intención de hacerlo, me ví recorriendo con la palma de ambas manos, toda la geografía de cada uno de mis senos..., generosos, llenos, redondos, y con esas aureolas grandes coronadas por aquellos sensibles pezones que -lo recordé en ese momento- se habían prodigado amamantando a mis tres hijos... Y recordé como me excitaba amamantarlos..., como me encendía el que me chuparan con sus pequeñas boquitas golosas aquellos tres preciosos bebés, en cada una de sus lactancias... Es claro que al contacto de mis dedos, jugueteando al compás de estos recuerdos, mis pezones no tardaron en endurecerse... Y ya el simple roce de la yema de mis dedos con ellos, me hacía temblar...

Mientras mi mano izquierda no dejaba de juguetear en mis tetas y pezones, mi mano derecha no tardó en bajar a mi vientre, y mis dedos pronto chocaron con la motosa pelambre de mi pubis… La maraña de pelos pronto dejó paso a mis dedos hasta llegar a mi carnosa entrepierna... Hmmmmm, cómo se había mojado ya..., que caliente que la notaba, y qué necesidad sentía de volver a masturbarme... Cómo me había acostumbrado a hacerlo en aquellos meses... Y necesité de mi otra mano, que presta abandonó mis senos, para recorrer toda la geografía de mi concha, que tan bien había aprendido a conocer esos meses, más que nunca antes, más que en toda mi vida antes... Sus labios externos gruesos, carnosos, gordos... La raja... que con leve presión pronto se abrió... y mis dedos comenzaron a recorrer mi vulva..., larga, mojada, profunda, cálida... Y fue entonces que dejé escapar un gemido cuando mis dedos abrieron mis labios internos, delgados, suaves... que se extendieron dóciles ahora, saliéndose de mi vagina... Y mis piernas se abrieron ya incontrolables, dejándome llevar y acariciándome ansiosamente toda mi intimidad, de arriba hacia abajo, y de abajo hacia arriba... Desde arriba, donde el clítoris reclamaba mis caricias..., y hacia abajo, donde la abertura de mi vagina resumaba ya jugos viscosos... Y ahí dejé uno de mis dedos, quieto, detenido... suavemente enterrado hasta lo más profundo...

Y fue cuando, de golpe, un pensamiento me asaltó: "Cuánto hace!... Cuánto hace que no siento la delicia de una buena pija en lo más profundo!... Cuánto hace que no me cojen?..." Pero no hubo tiempo ni fuerzas para contestarme esa pregunta..., pues las deliciosas sensaciones embotaron mi mente, y el dedo enterrado en mi vagina dejó su sitio y retornó a su juego, de arriba hacia abajo, y de abajo hacia arriba..., y el vaivén iba y venía, y cada vez se hacía más intenso..., y bajó aún más, hasta el apretado conjunto de pliegues, el dedito fue y vino, de mi culo a mi raja, y de mi raja a mi culo... Por momentos despacio, lentamente... y por momentos veloz, aceleradamente... Y la excitación, la excitación... aquellos de lo que hacía apenas un rato había estado hablando con mi hijo, ahora se posesionaba de mí, incontrolable... Y me ayudé con mi otra mano: la pasé por detrás de mi cuerpo, por mis anchas nalgas, entre ellas, hasta encontrar el agujero de mi culo, ahora contagiado de los jugos que el otro dedo había dejado ahí... y puse ahí un dedo y comencé a dibujar círculos a mi hoyito... en tanto que mi otra mano ya era tragada por la raja abierta, muy abierta. Es que un dedo ya no bastaba, y luego fueron dos dedos jugando dentro de mi pepa, al tiempo que ya el dedo jugando en mi culo había hecho su entrada triunfal y plena, hasta lo más profundo, hasta donde más pudiera llegar... Y todos los dedos de mi otra mano ya danzaban dentro de mi vagina arrancándome gemidos de placer... Un placer que fue creciendo, hasta que finalmente todo mi cuerpo fue presa de un maravilloso orgasmo, como pocas veces había tenido... Y con mi vulva palpitante, en la cima del descomunal climax, un chorro de jugos escapó de mi concha... Y me fui..., me fuí, al paso que mis dedos aceleraban sus juegos, entraban y salían con furia incontrolable de la gruta abierta, exageradamente abierta, hinchada, crecida...

Y tras ello... las oleadas de placer fueron disminuyendo... y me se sentía ahora invadida de una placentera sensación de saciedad... Contenta, plena, satisfecha... Saqué los embadurnados dedos de mi vagina, y los llevé a mi boca y mi golosa lengua lamió los restos Y abrí los ojos... En mi pieza parecía todavía escucharse los ecos de lo que había sucedido..., y el ambiente estaba pesado, viscoso como viscosa había quedado mi concha... No sentía fuerzas para ir a bañarme en aquel momento..., y sabiendo que era viernes, y podía despreocuparme algo más de mis tareas, me cubrí con las sábanas, y pude, por fin, dormir un poco...

(continuará...)