El Diario de Miriam (7)

El juego de exhibirme y ser mirada por mi propio hijo. Y mi invitación a algo más...

El Diario de Miriam ( 7 )

Aquel verano de 1991 significó mucho en mi vida. Hoy que recuerdo lo sucedido, escribiendo estas páginas de mi diario, me embarga la misma emoción y el mismo cosquilleo íntimo de entonces, y aún mayor... Recuerdo también con ternura mis dudas de entonces, mis vacilaciones, mis escrúpulos, mis cambiantes estados de ánimo... Mi vida toda que alternaba entre arrebatos de incontrolable deseo y lujuria absolutamente liberada, y bruscos retornos a moralismos y recatos que ya no tenían sentido... Por lo menos no lo tenían en el estado al que había llegado mi conciencia y mis íntimos anhelos...

Mi vida vacilaba entre lo que deseaba hacer, y lo que realmente yo llegaba a hacer... Me sentía sí, por supuesto, liberada ya de mi compromiso matrimonial. No se había dado aún la separación definitiva con mi marido, pero él estaba muy lejos, en España, y yo en Argentina, y prácticamente habíamos cortado todo tipo de comunicación, y los dos estábamos absolutamente convencidos que nuestro matrimonio había naufragado. Dos años después la separación sería total y definitiva, pero ya por entonces me sentía liberada de ataduras, y hubiera querido ser menos escrupulosa como para iniciar verdaderamente una nueva vida, con otra pareja, con nuevas experiencias, con nuevos proyectos... Pero, por un buen tiempo no volví a salir con ningún hombre, y mi única vida sexual consistía por entonces en la autosatisfacción...

Ya dije que fue en esa época que comencé a masturbarme como nunca antes lo había hecho. Nunca antes había tenido necesidad de ello. Pero ahora ese recurso era un escape, un escape quizás demasiado cómodo para aquietar mi conciencia, pero un escape que al menos calmaba mi sed de sexto en aquellas épocas. A pesar de todo, había algo que no terminaba de aquietar mi espíritu: no podía sacar de mi mente el hecho de que mi hijo mayor, Oscar, de apenas 14 años, me tuviera por objeto de sus deseos... Eso era evidente, a todas luces evidente... Y en lo secreto de mi corazón no me desagradaba que fuera así, al contrario, me complacía...

Descubrir a mi pequeño Oscar detrás de las puertas entreabiertas y hacerme la distraída, o advertir su mirada tras el ojo de la cerradura de mi cuarto, me agradaba, y a la vez me encendía. Era indudable que mi niño (apenas un incipiente adolescente) tenía una fijación obsesiva por su madre... Y el caso era que su madre ya no pensaba como madre sino como mujer... Si hubiera pensado sólo como madre, quizás hubiera consultado un psicólogo, o pedido el consejo a un especialista o conversado con una amiga; pero no lo hice... Al contrario: yo sentía como mujer, y miraba a mi pequeño convirtiéndose en un hombre, lo miraba como lo podía mirar una mujer... Por lo demás, se me hacía una y otra vez evidente que Oscar se masturbaba teniéndome como foco de sus deseos. Sus calzoncillos manchados de semen, las sábanas de su cama casi siempre manchadas, y hasta a veces mis bombachas y corpiños (que dejaba usados en la canasta de ropa sucia del baño) manchados con las indubitables huellas de sus masturbaciones, todo ello me encendía en un fuego incontenible, con deseos que a duras penas podía rechazar con otros pensamientos... Parecía como si la fiebre sexual adolescente de mi pequeño Oscar se me hubiera contagiado, se me hubiera adherido a la piel...

Repito lo que ya he dicho: me encerraba en mi cuarto por las noches y me masturbaba con incontenible gozo... Si los escrúpulos y las dudas alcanzaban mi conciencia, trataba de recordar los pasados años de vida matrimonial con mi ex. Años intensos y fogosos, donde nos permitíamos todo en nuestra vida íntima... Y embargada mi mente y mi imaginación de aquellos recuerdos, me deshacía en prolongadas e intensísimas masturbaciones que, sin embargo, y a pesar de los rechazos escrupulosos de mi conciencia, siempre terminaban teniendo a mi pequeño Oscar como meta de mis deseos...

¿Qué era lo que me estaba sucediendo?... ¿Dónde habían quedado mis pautas morales?... ¿Cómo era posible que mi hijo me pusiera en ese estado?... ¡Y teniendo él apenas catorce años!... No podía ser... Y sin embargo era... Y mantuve esa situación por unos cuantos meses... Y se mantuvo durante todo ese tiempo entre Oscar y yo un secreto e intenso "diálogo" sin palabras: miradas, silencios, sentir las dagas de su mirada a mis espaldas, o detrás de cada puerta, cruzar de golpe nuestros ojos y decirnoslo todo sin decir palabra alguna... eran situaciones tan intensas que me encendían como nunca antes. Y fue allí que descubrí el placer de exhibirme y ser observada. Y hasta llegué a mostrar mi cuerpo con mucho descaro en los momentos de mayor desenfreno..., aunque debo decir que el sustrato moral de mi conciencia me retraía de golpe, frecuentemente, a períodos de pudor, timidez y verguenza, durante los cuales me mantenía alejada de la vista de mi hijo, aunque no por ello dejaba de sentir la persecución permanente de su mirada... Y repito que estoy segura que todo esto lo vivimos a partir de aquel verano de 1991/1992 sin que mis otros dos hijos, Marina y Gerardo se hayan dado cuenta de nada, y aunque en ese verano estuvimos los cuatro mucho tiempo juntos en casa... Creo que durante mucho tiempo esta silenciosa historia de miradas y deseos mutuos, sólo fue vivida por Oscar y por mí... Y la prolongué esperando quizás que él diera algún paso, tomara una decisión, pero no lo hacía... Y frecuentemente se producían situaciones divertidas -por llamarlas de algún modo- como la que a continuación relataré...


Era un sábado de mañana, día en que ya no iba a mi trabajo, aunque cerca del mediodía cumplía algunas funciones administrativas en el consorcio de departamentos del que formaba parte el nuestro. Y como debía hacer algunas compras para el fin de semana, me levanté temprano para ir ni bien abriera al supermercado y estar libre el resto de la mañana. Y luego tomar un café a las apuradas, antes de irme, me dí una vuelta por los cuartos de mis hijos: Marina dormía en su cuarto, mientras que en el otro mientras Gerardo dormía, Oscar -como ocurría frecuentemente- ya estaba despierto. Le dije en voz baja que saldría una media hora al supermercado, y que al volver le prepararía su desayuno. Así lo hice, y no tardé en estar de vuelta en casa, cargada de bolsas con mercaderías. Había silencio en la casa: heché otra mira hacia las piezas de mis hijos y me pareció que todos estaban durmiendo; estaba segura que Marina y Gerardo no se levantarían hasta el mediodía, pero Oscar no tardaría demasiado en hacerlo. De modo que con sigilo, tratando de no hacer ruido, volví a la cocina y cerré la puerta que daba al pasillo. Comencé a acomodar las cosas que había traído del supermercado, en la heladera, en las alacenas, etc..., cuando al instante advierto pasos sigilosos en el pasillo. Obviamente: se trataba de Oscar, quien a pesar de cuidarse de no ser advertido, era seguro que ya estaba detrás de la puerta...

En la cocina la llave estaba quitada y si Oscar quería mirar, tenía al alcance el panorama entero. No pude menos de sonreír para mis adentros... No había duda: mi hijo mayor me espiaba en ese momento. Estaba segura que me miraba los pechos, y el vientre, y los muslos, y... todo lo que quisiera, desde el otro lado de la puerta... Y fue entonces que yo, sin que lo decidiera concientemente -sé que soy confusa al expresarlo de esta manera-, sin que lo reflexionara, ni que fuera una opción deliberada, ... quise excitarlo. No sé por qué lo hice, pero lo hice... Ahora, que ha pasado tanto tiempo desde aquello, y que lo recuerdo esta noche con ternura, me doy cuenta lo que pueden llegar a gozar también los voyeristas y exhibicionistas. Nunca me había sentido atraída por esas historias que me parecieron siempre cuentos estúpidos, para ser franca. Pero ahora puedo decir que aquella mañana de sábado me pude dar cuenta que los voyeristas y exhibicionistas no son estúpidos, y que -a su manera- gozan mirando o exhibiéndose. ¿Es que me estaba convirtiendo en ese momento en una "calientapollas"? para decirlo de manera que me entiendan... No se trataba de eso, claro; pero era como un juego que proponía mi hijo, y en el que yo había entrado. Un juego que me divertía, y además... me encendía también a mí en ardiente pasión: sabiendo que mi hijo me estaba mirando tras el ojo de la cerradura, me calentaba como nunca antes, de una manera distinta... Mi hijo quería verme; pues entonces, yo le dí lo que quería: espectáculo!. Me di la vuelta mientras seguía acomodando las cosas que había comprado, y le ofrecí mi cola... Y Oscarcito era un ingenuo escandaloso. No era que hiciera mucho ruido, pero no se cuidaba lo suficiente de ello, y si prestaba atención hasta podía advertir sus suspiros y gemidos, muy tenues claro... Todo ello no me pasaba desapercibido en el silencio que reinaba en la casa esa mañana, mientras sus hermanos dormían.

Y había mil maneras de seguir el juego... Estirarme un poco más si debía acomodar las latas de conserva en lo más alto de la alacena, de modo que mis torneadas piernas quedaran completamente a la vista de mi secreto espectador tras la puerta, que podía tener un panorama completo de los gruesos muslos de su calentona madre... Y tras ello, agacharme de golpe hacia el cajón más bajo para que mi anchas nalgas apenas cubiertas por la medibacha estuvieran al alcance de la vista de mi adorado voyeur... Todo ello acompañado de relampagueantes miradas de mi parte hacia la misma puerta... ¡No tenía ningún reparo o vacilación en manifiestarle a mi niño que yo era conciente y deliberada participante de aquel juego!... Pero en ese momento no estaba segura de que mi hijo lo advirtiera, y se diera por fin cuenta de que su madre lo estaba invitando a que entrara en acción..., a que diera él ese paso que yo no me atrevía a dar, salir del silencio y de lo oculto, al encuentro manifiesto...

Y por un momento me atrevo a más: finjo que tengo cosquillas en mi bajo vientre, y me toco esa zona de mi cuerpo, alzándome un tanto la pollera de jean que llevaba... Y mi atrevivimiento sigue adelante: levanto la vista y miro hacia la puerta, descarada, desafiante..., como si estuviera dispuesta a todo..., invitando a todo... Y corro el riesgo de que Oscar -pobresito tímido como era entonces- huya despavorido hacia su cuarto, pero... no se oyen pasos y, al contrario, percibo con secreta seguridad su permanente presencia tras la puerta...

Y sigo con el juego... Siento que mi adorado niño permanece tras la puerta pidiendo más, queriendo ver más... y yo le muestro más... Abro la heladera y acomodo la verdura en la canasta inferior, y me ubico bien frente a la puerta donde está mi fiel observador, y me abro totalmente de piernas, para que mi niño tenga un completo panorama de la gorda pupa de su cachonda madre... No hace falta decir que en aquel momento yo ya estaba derretida en un fuego interior que me encendía y me predisponía a todo. Creo que si allí mismo mi niño hubiera abierto la puerta y venido hacia mí le hubiera dado todo lo que pidiera, todo lo que yo estaba esperando que me pidiera...

Y recuerdo exacta y nítidamente los pensamientos que atravesaban mi mente en aquellos momentos, y hasta los podría escribir en esta página como si nuevamente yo estuviera protagonizando aquellos dulces momentos... -Estás a tres o cuatro metros, o poco más. Oscarcito..., te bastaría girar la manivela de la puerta y dar unos pasos para tocarme. Te provoco, juego contigo, y sé que no lo harás..., no abrirás la puerta... Tus pies están clavados en las baldosas del pasillo. Te falta el aire, se te secan los labios y la frente entera, ya no te queda saliva para tragar, y el corazón te retumba no sólo en el pecho sino hasta en el vientre y en las sienes. En este momento yo soy la luz, tú la mariposa, y la puerta es el cristal de la bombilla que te impide llegar hasta mí. Me miras y te tocas..., te masturbas lenta y dolorosamente... Seguro que tienes tu verga fuera de la bragueta, atento a los ruidos de la casa, con miedo de que tus hermanos te sorprendan, con miedo de que yo te sorprenda, pero también lleno de fuego y de deseo. ¿Por qué no te decides, Oscarcito? ¿Tanto te gratifica violar mi intimidad?... ¿Porqué quieres seguir jugando este juego?... ¿Porqué quieres que mamita te siga acompañando en este juego?... ¿No te parece que ya es hora de jugar otro juego?...- Y así, interminablemente, dejaba transcurrir los minutos, sabiendo que era lo que mi niño quería... Y me atreví a más...

Terminé de guardar las verduras en el cesto inferior de la heladera, pero conservé una zanahoria, y me manifesté disponerme a comerla. Presta la lavé bajo el chorro de agua de la canilla, y luego comencé a llevarla a mi boca, fingiendo apetito... Frente a la heladera de vuelta, abierto el freezer, de perfil, bien visible a mi secreto espectador... mis labios rozaban la cabeza de la hortaliza, sugiriendo otro alimento, otra hortaliza que saciara mi hambre, mi verdadera hambre interior... Y descaradamente, incluso hasta llevé con gesto lascivo el sugerente instrumento hacia mi pubis, alzando mi pollera... ¿Podía tener alguna duda mi niño de lo que deseaba su madre?... ¿Podía dudarlo?... Mientras escribo estos recuerdos, y vuelvo a recorrer con los ojos de mi imaginación la película de aquellos momentos, me divierte recordar aquellas insinuaciones, aquellos gestos atrevidos...

Y no vacilo en subirme la remera que llevo puesta, dejando mi torso al descubierto, primero fingiendo tener un malestar en mi vientre, y me acaricio el abdomen... sabiendo que los ojos de mi niño estarán fijos en mi busto cubierto por el corpiño. Y luego llevo ambas manos hacia mis senos y los acaricio... Y mis pensamientos vuelan... -¿Qué estarás deseando, mi pequeño Oscar, en estos momentos?... ¿Te gustan mis tetas?... ¿Quieres venir a verlas, a tocarlas, a acariciarlas?... ¿Quieres que te amamante como cuando niño?...- Pero nada ni nadie me responde... y el juego se acaba...

Es cierto, todos estos recuerdos me divierten, y los escribo con emoción y cariño; pero también me hacen recordar mis tremendas dudas y vacilaciones de entonces. Porque estos momentos de iniciales desenfrenos y exhibicionismos sin tapujos, eran frecuentemente continuados con arrebatos de pudor y vergüenza que de golpe me sumían en profundas depresiones. Y venían los días malos, en los que volvía a sentirme como la peor de las madres del mundo, que no tendría perdón por corromper de este modo a su pequeño hijo mayor... Y era cuando mi cabeza parecía estallarme en reproches de mi conciencia. Y sentía desfallecerme.

Pero también esos malos momentos pasaban, y cedían lugar a otros, donde el deseo y la pasión eran más fuertes que los límites que marcaban mis pautas morales... Hasta que llegó el día que dimos aquél primer paso sin retorno con mi pequeño Oscar... desde cuando ya no sólo fuimos madre e hijo, sino hombre y mujer...