El Diario de Miriam (22)

La primera vez con mi hijo mayor.

El Diario de Miriam ( 22 )

Los tres relatos anteriores (que faltan aquí) entiendo que quizás pueden aburrir un poco a los lectores de "Todo Relatos", porque están más referidos a detalles simples de mi vida de aquél entonces, y, sobre todo, al devenir de mi estado de conciencia y sentimientos. En todo caso, si a los lectores les interesa, los pueden encontrar en una pequeña web personal que he iniciado, y que aún está en contrucción (allí encontrarán incluso algunas fotos adornando mi diario).


Y allí estaba Oscar, parado, frente a mí...

-¿Y vos Oscar, qué vas a hacer?...- le dije, mientras me ponía de pie. Juro que hasta ese momento no había pensado en nada concreto, pero ocurrió que Oscar no me respondió, se quedó en silencio, inmóvil, pero a la vez mostrándose vacilante, y cabizbajo, tomando con sus manos el respaldar de una silla, como sosteniéndose, inquieto y como queriendo expresar algo sin poder hacerlo… Fue al verlo así que lo sentí, como un rayo: sentí el convencimiento de que había llegado el momento preciso... No sé si el torbellino de mi mente en aquella tarde, hecha todo un lío, colaboró para que ocurriera. Pero el caso es que, de golpe, tuve el firme convencimiento de que había llegado el momento... Lo veía allí: tímido y vacilante, sin saber qué hacer, hecho un pato mojado, incapaz de nada. Y me sentí dueña y señora de la situación. Era el preciso momento de tomar la iniciativa. Pero no fue una decisión meditada y reflexiva: simplemente fue un impulso incontenible...

Lo miré fijamente, y él me miró. Y me acerqué... y lo tomé de ambas manos... -¿Qué vas a hacer?...- volví a preguntarle. Pero tampoco me respondió ahora... Sin embargo me miraba fijamente, a los ojos, y sí, su mirada lo decía todo... Yo bajé mi mirada, hacia sus manos: tenía sus dos manos tomadas con las mías, y comencé a jugar con sus dedos, y a acariciarlas... Y sin dejar de mirarlas, susurré:

-Qué lindas manos tenés, Oscar... Y ya son más grandes que las mías. Tus dedos son largos... Hermosas manos... Antes eran más chiquitas, pero ya son más grandes que las mías... Has crecido... Estás hecho un hombrecito...- Y ahora sí alcé mi vista, y volví a mirarlo a los ojos, al decirle: -Sos ya todo un hombre... Sos... el hombre de la casa...- Dije la última frase marcando las palabras, acentuando su sentido y... su doble sentido... y estoy segura que él se dió cuenta de lo que quería decir. Pero insistí: -Para mí sos el hombre de la casa... ¿Y vos?... ¿Querés ahora ser el hombre de la casa?...- le susurré, dirigiendo mi mirada hacia su boca, hacia sus labios que permanecían mudos, sin articular palabra... paralizado por la emoción, obviamente...

La respuesta a mi pregunta no llegó, y el silencio se prolongó por algunos segundos. Pero quise atrapar ese momento, deseaba atrapar toda la emoción del instante en un beso, y no me detuve... Trato de recordar qué fue lo que me movía en aquellos instantes, pero no lo logro tener claro del todo. Tan vacilante que había sido hasta allí, tan insegura de mí y de la voluntad de Oscar, tan temerosa de no inducir o forzar nada, y sin embargo... tan decidida en ese momento. Quizás, como ya dije, fue el liberarme completamente de los nervios, del stress, y de la angustia producida por la presencia en casa de mi ex-marido aquellos días... no lo sé, pero quizás fue eso: era como la resaca de una gran borrachera, aturdidora y confusionante, que me llevaba incontenible a hacerlo. Y lo hice... Posé mis labios en los suyos, y ya no los separé. Y él también, como despertando del letargo en el que se encontraba, acompañó los movimientos de mis labios con los suyos, y fueron largos minutos de besos ansiados, esperados, soñados, que se hacían realidad... Nada ni nadie podía contenernos ni impedírnoslo... Y mientras nuestras bocas permanecían unidas, mis brazos se elevaron hacia sus hombros y se colgaron de su cuello, y sentí que los suyos abrazaban mi cintura... Y nuestras lenguas comenzaban a atraparse y enrredarse indetenibles...

Fuí yo la que tras algunos minutos me separé de sus labios unos pocos centímetros, aunque seguimos abrazados, y mirándolo fijamente a los ojos, volví a preguntarle: -¿Qué querés hacer, Oscar?... Y ahora sí me respondió, un poco más animado, aunque con voz trémula y cortada: -Lo que vos quieras...- Y su susurro bastó para decidirme, si es que algo me hacía falta para ello...

No respondí nada... Seguí mirándolo a los ojos, pero me separé de su abrazo. Me encaminé hacia la puerta principal del departamento, y dí dos vueltas de llave. Luego, siempre serena y sin apuros, volví a su lado, lo tomé de una de sus manos, mientras lo miraba sonriente, y lo llevé tras mío, hacia el pasillo, y juntos recorrimos esos metros, hasta mi cuarto... En su mano podía sentir ya el sudor producido por sus nervios y la emoción del momento...

Debo decir que recuerdo bien el estado de mi mente en ese momento. Es notable, pero los recuerdos más claros y más fijados en mi memoria, más nítidos, de todos aquellos momentos vividos hace ya tantos años, son precisamente los recuerdos acerca de mi estado de conciencia. Recuerdo bien que al recorrer esos cuatro ó cinco metros por el pasillo, desde el living al dormitorio, se me hizo conciente -cual relámpago brillante- lo que acontecía... ¡Por Dios!... ¡Y me dí nítida cuenta que hacía algunas horas había estado luchando y viviendo un feroz drama con mi ex-marido! ¡Advertí claramente la situación! ¡Hacía un rato, nada más, lloraba desconsolada por los fracasos de mi vida, rodeada por mis tres hijos!... Y ahora, caminando por ese pasillo, llevando de la mano a mi hijo mayor, hacia mi cama matrimonial, hacia nuestra primera relación plena!... Sin embargo, también advertí claramente lo que acontecía... No, no era un impulso de momento: no era un arrebato momentáneo, ni una locura o borrachera que había obnubilado mi conciencia y me llevaba -cual si estuviera ciega o absolutamente confundida mi mente- a realizar aquello. No era inconciencia... ¡Nada de eso!... Lo que ocurría, claramente, era que se habían removido todos los obstáculos en mi vida (y en mi conciencia) para poder realizar lo que desde hacía tanto tiempo se había decidido. Y claro: lo había decidido no tan sólo yo, sino sobre todo mi hijo; porque tenía plena conciencia en ese momento de que había hecho todo como correspondía: sin forzar nada, sin inducir nada, sin violar la voluntad de mi hijo!... Sólo secundaba sus deseos... y por supuesto: seguía los míos!... Una hora atrás había quedado cerrado a candado mi pasado, mi matrimonio fracasado, mi historia vieja y... mis prejuicios y responsabilidades de conciencia... Ahora todo estaba libre y allanado para cumplir lo que entre mi hijo y yo estaba decidido desde hacía tiempo...

Al llegar al cuarto, solté su mano y acudí a la ventana, abierta en sus postigos, para correr la cortina... El ambiente se hizo acogedor, en medio del calor de las primeras horas de esa tarde de mediados de enero... Me dí vuelta y volví a contemplar a Oscar. Allí estaba él. Apenas si había traspasado un metro la puerta... Me miraba fijamente, y puedo asegurar que estaba temblando... Iba a tener lo que quería desde hacía mucho tiempo, pero temblaba con sólo darse cuenta de que había llegado el momento de tenerlo...

Yo no dije palabra alguna. No había que decir nada. Creo que cualquier palabra humana hubiera roto la misteriosa magia de aquel momento. Me quedé de ese lado de la cama, de pie, y sin dejar de mirarlo, me saqué la remera que llevaba puesta, dejándola sobre una silla. Y al instante también me liberé de mi corpiño... Y nuevamente puedo decir que conservo intacto el recuerdo de mis pensamientos de aquellos momentos: pensé que no era la primera vez que Oscar veía los senos desnudos de su madre, claro que no!... ¡tantas veces había comenzado por espiarme a hurtadillas, para luego hacerlo sin esconderse, incluso con mi permiso!..., pero ahora era distinto... Yo tenía plena conciencia de que ahora todo era distinto!... Mientras terminaba de dejar desnudo mi pecho también a mí me recorrió un temblor por el cuerpo: sabía que en pocos minutos más tendría a Oscar entre mis tetas, sobándolas y amamantándose como cuando era bebé. Estaba segura que era así, tanta era la atracción que le producían mís senos, que por primera vez ahora me acariciaría como amante a su amada... Lo advertí, claro que lo advertí: advertí claramente que de inmediato sus ojos quedaron fijos en mis tetas, clavada su mirada en las grandes aureolas de mis generosos globos coronados por pezones que ya comenzaban a endurecerse... Y un cosquilleo lujurioso recorrió todo mi cuerpo y llegó hasta mi más íntima intimidad...

Luego me senté de espaldas a él, para quitarme el calzado, y enseguida el short y de inmediato la pequeña bombacha que llevaba puesta, acostándome de inmediato y cubriéndome con la sábana. Y así quedé, cubierta hasta poco más arriba de la cintura, con mis senos ofreciéndose a su mirada, y mi mirada fija en mi niño-hombre, que seguía tembloroso, de pie, casi inmóvil estatua, sin saber que hacer... Dejé pasar unos segundos, y como Oscar no atinaba a nada, hice un gesto, en completo silencio: di una palmada a la cama, a la mitad vacía, indicándole claramente que ése era su lugar, que allí lo quería... Sí: yo era en esos momentos señora y dueña de mi misma, en completo uso de mi iniciativa, pero bien segura de haber respetado hasta el último momento la libertad de Oscar. Yo sabía bien lo que mi hijo quería, y no lo estaba forzando a nada, ¡no lo estaba violando!: simplemente lo estaba ayudando a seguir su voluntad y sus deseos...

Y fue suficiente aquel gesto para que Oscar se decidiera. Vacilante aún, se sentó dándome la espalda. Noté como suspiró, apoyadas ambas manos en sus rodillas; pero enseguida, aunque con ademanes lentos, se quitó su calzado, y enseguida su remera, dejándome a la vista su espalda desnuda. No tardó en bajarse el short, y sin solución de continuidad también su slip. Y con inocultable timidez (contradiciendo lo que durante tantos meses habíamos vivido juntos, sin ningún pudor por estar ambos desnudos, el uno frente al otro), ahora se metió bajo la sábana rápidamente, queriendo ocultar de momento sus zonas íntimas... Quedó simplemente boca arriba, sin mirarme... Y yo sonreí para mis adentros... ¡Parecía un patito mojado, incapaz de nada!... Pero yo no me detuve: ¡tan segura estaba de mi misma!, ¡tan segura estaba de lo que realmente quería Oscar!... Simplemente acerqué mi cuerpo al suyo, y mi pecho rozó el suyo... Recliné mi rostro hacia su rostro y lo besé...

Y no hizo falta más: mi beso fue la llave que liberó sus necesidades y deseos contenidos... Enseguida respondió a mis besos con sus besos, y nuestras bocas fueron una en angustiada búsqueda golosa de nuestros labios y nuestras lenguas. ¡Nos devoramos! A tal punto llegaba su ansiedad y la mía... ¡Nos devoramos con nuestras bocas!, y nuestras salivas se unían y hasta chorreaban por las comisuras de nuestros labios... Y fue él quien balbuceó algunas pocas palabras, mientras yo permanecía en absoluto silencio: -Te quiero, mamá... te quiero..., sos hermosa... Sólo le respondía con besos más ardientes e incontenidos, que por momentos bajaban hasta su cuello y llegaban a sus tetillas, para chuparlas en gesto que -lo advertía- le generaban más placer... Hasta que se animó, sin que yo le dijera nada ni le sugiriera nada: una de sus manos llegó por vez primera a mis senos, y presionó ligeramente uno de mis pezones... Y lo dejé hacer, lo dejé hacer..., sabiendo que yo iba a gozar plenamente con aquello... ¡Y cómo gozé!...

Fue un largo rato que Oscar estuvo inmerso en un único mundo: mi pecho. Y yo lo dejé hacer... Maravillosos momentos en que todo el mundo de mi hijo se redujo a mis senos, que exploró en toda su superficie, sin dejar milímetro por recorrer, y acariciar con la superficie de las yemas de sus dedos... primero suavemente, para volverse luego sus gestos apasionados y lujuriosos... Y su boca chupó y mamó incansable, como queriendo volver a absorber mi leche como cuando se amamantaba de ella siendo bebé... Y allí estaba mi bebé, mi bebé-hombre, mi amante por fin, volviendo a ser amamantado por mis senos, pero ahora con otra leche, la leche de la pasión de su madre-mujer, de su amante, que volvía a darle generosa sus tetas para que saciara su sed, pero ahora su sed de pasión, sexo y lujuria... No sé cuanto tiempo transcurrió aquello. No sé cuanto tiempo estuvo Oscar sobando mis pechos, y chupando hasta el cansancio de mis pezones, o tratando imposible de absorber toda la generosa amplitud de cada uno de mis senos en su boca... Y no sé cuánto duró aquello porque debo confesar que estuve al borde del orgasmo o casi en orgasmo más de una vez... ¡Es que hacía tanto tiempo que nadie me hacía aquello! ¡Tantos años!...

Fue maravilloso, y juro que no me hubiera cansado ni aburrido si Oscar lo hubiera seguido haciendo por horas!... No tuve que indicarle nada, ni sugerido nada... ¡lo hacía maravillosamente bien!, y me condujo al éxtasis pleno, al máximo placer... Aunque no... yo sabía que había otros placeres reservados para mí aquella inolvidable tarde... Y cuando mi niñito-hombre, mi novel amante terminó su tarea... con pequeños y ya más espaciados besitos, me dí cuenta que había llegado el momento de que entrara yo en acción...

Detuvo sus juegos, aunque mantuvo una de sus manos en mi pecho... Yo lo miré, y él también me miró fijamente... Y sin dejar de mirarlo, busqué con mi mano izquierda, bajo la sábana, lo que yo quería en ese momento. Y lo encontré... Pronto mi mano rozó su pene, y lo tomó... Me sorprendió que no estuviera erecto. No sé, quizás sería el largo rato transcurrido, o quizás la emoción y los nervios de Oscar en aquellos momentos, pero así estaba: pequeño y fláccido, y en lo que me permitía darme cuenta el tacto parecía con esas reducidas dimensiones que adquiere el pene del varón cuando siente frío... Y lo tomé, y sentí un temblor en Oscar. Pero ya no lo solté, y mi mano cálida comenzó a darle caricias, pero sin llegar a hacerle aún el típico movimiento longitunidal, típico de la masturbación... Simplemente lo rozaba con la calidez de mis dedos, y todo esto sin dejar de mirarlo fijamente a los ojos, y él a mí. Y lo noté complacido y gustoso, y hasta esbozó una sonrisa... Y su sonrisa fue la que me movió a dar otro paso... Quité la sábana que nos cubría parcialmente, y nuestros cuerpos quedaron desnudos plenamente sobre la cama, y con sereno pero decidido movimiento, me senté a la mitad de su cuerpo, para disponerme a hacer la tarea que tanto ansiaba... desde hace tiempo tanto ansiaba...

Recliné primero mi rostro, creo que a unos cinco o seis centímetros mi nariz de aquél adorado miembro. Y lo contemplé por algunos segundos, y por algunos segundos -lo recuerdo bien- cruzaron de golpe en mi conciencia pensamientos a raudales... Allí estaba el miembro masculino de mi hijo mayor (lo formulo así, y lo repito así, para dar mayor consistencia al peso y a la valoración del momento), y yo su madre, en adorada contemplación de aquello que sería mío, en un instante, en sólo un instante... Al redordar aquellos momentos de hace tantos años no puedo ocultar que me embarga una indescriptible emoción..., difícil de traducir en palabras correctas... Poco tardé para comenzar a rozarlo con la punta de mi lengua primero, para luego tomarlo con una de mis manos para poder bajarle algunos pocos milímetros el prepucio y comenzar a darle besitos a la punta del pequeño glande... Sí, el pene de Oscar aún era pequeño, lo recuerdo bien ahora. Y después de tantos años transcurridos un temblor de emoción me recorre el cuerpo al escribir estos párrafos: porque aquel pequeño pene de un adolescente de 16 años llegó a convertirse, con el tiempo y gracias a los "cuidados" de su madre, en la adorable y maciza verga que bien sabía yo que era ahora...

El adorado instrumento era aún delgado, y con un amplio prepucio que cubría todo su glande, lo recuerdo bien. Pero bastó un simple deslizamiento de mi mano izquierda para dejar al descubierto la primera porción de su cabecita. Y comencé a darle suaves besitos, alzando mi vista de tanto en tanto para advertir las reacciones de Oscar, que entrecerraba sus ojos de placer... De a poco mis besos comenzaron a convertirse en pequeños chuponcitos, que pronto dejaron al descubierto todo el pequeño glande, que gracias a mis lengueteadas comenzó a hincharse y enrogecerse... Sentí una de sus manos en mi espalda, como indicándome aprobación por lo que estaba haciendo... Todo era silencio en aquellos momentos, y mientras llegaban los sonidos de la calle en esa tarde de verano, en el cuarto sólo se escuchaban los sonidos producidos por mis labios en forma de ventosa sobre aquél maravilloso chupete que entraba y salía de mi boca, ya con mayor pasión y lujuria... Y también se podía escuchar algún que otro gemido complacido de Oscar...

El instante era maravilloso en su sencillez, y hasta en su ingenuidad... Y por mi parte hubiera pasado horas en aquella tarea... Sigue siendo un misterio para mí el hecho de que el pene de mi niño-hombre no se pusiera inmediatamente erecto... Su flaccidez se prolongaba, a pesar de la pasión con que mi boca y mis manos lo abordaban ya, cada vez con mayor intensidad... Pero su flaccidez no me disgustaba, al contrario: ella me permitía llevarme ese adorado instrumento en su totalidad a mi boca, tragándomelo -literalmente, sí- tragándomelo todo... Aún hoy, después de tantos años transcurridos, y habiendo repetido miles de veces aquella "apasionada gimnasia" (claro que no sólo con Oscar, sino también con Gerardo), no deja de agradarme chupar un pene así, fláccido, y experimentar cómo, gracias a mi artesanía, se endurece y se agranda en dimensiones... Sigue fascinándome aún hoy esa adorable transmutación...

Con la misma adorable sensación con que chupé por primera vez el pene de Oscar aquella tarde, con esa misma pasión y arrebato, se la seguí chupando por años, y con no menos deseo y ansiedad por abarcar con ello el máximo placer. Y lo mismo ocurriría después con Gerardo... ¡Me enloquece chupar sus pijas!... Y recordar la primera vez que lo hacía, me hace temblar de emoción, casi hasta el llanto... Y vuelvo a recordar claramente el pensamiento que se cruzó por mi conciencia en aquellos momentos... Hacía casi tres años que no tenía relaciones sexuales con hombre ninguno... ¿porqué razón había dejado pasar tanto tiempo? ¿Cómo era que hubiera podido contenerme de tener una pija en mi boca durante tanto tiempo, con lo que eso me agradaba y habiendo tenido más de una ocasión para intentar algo, aunque sea una relación esporádica, en ausencia de mi marido?... Yo sé muy bien que la razón ha sido lo que en mi interior regía aún como responsabilidad y fidelidad (¡estúpida fidelidad!) matrimonial... Eso era. Pero también quizás era el destino, que tras esos tres interminables años me había preparado para la historia que se iniciaba precisamente esa tarde... Tres largos años de voluntaria continencia para estar ahora gozando a raudales chupando la pija adorable de mi Oscar, de mi niño, de mi hombre, de mi amante...

No sé cuanto tiempo estuve en aquella tarea... No puedo recordarlo... pues no me detenía al advertir que estaban aún lejos mis besos y chupadas de producir una eventual eyaculación... No sé porqué razón fue así, pero así es como lo recuerdo... Quizás no hacía mucho que Oscar se había masturbado: no lo sé, ni se lo pregunté... Quizás haya sido eso, pero lo cierto es que tardé en lograr que aquel pequeño pene pudiera por fin convertirse en una pija bien erecta, y cabezona, a pesar de las reducidas dimensiones que aún tenía... Y cuando ello ocurrió, detuve mi tarea, y lo miré a los ojos, siempre en silencio (puedo recordar que no pronuncié palabra alguna mientras duró todo nuestro juego de aquella tarde)...

Lo miré y me miró, y un rictus en su boca, casi a punto de apretar sus dientes, fue el gesto que me indicó que mi niño-hombre estaba a punto de explotar su masculinidad... Me detuve, pero sólo para incorporarme y ubicarme sobre sus piernas, en evidente signo de lo que estaba dispuesta a hacer... El no se opuso, al contrario: juntó más sus rodillas para facilitarme la tarea, y me dejó hacer... Fue un simple movimiento de mi cadera, nada más, simple y sencillo, pero excelso y maravilloso en su significado... ¡Qué pobres y vanas son las palabras humanas para expresar ese sublieme instante!... Separé mis rodillas y sentí mi vulva abrirse, y bastó una breve mirada hacia abajo para ubicarme exactamente en el lugar que correspondía: y descendí hacia el placer indescriptible, y sentí la pequeña daga de Oscar, la delgada pero firme daga de mi niño-hombre, introducirse suave y profundamente en mi caverna...

Mojada como estaba mi vulva y mi vagina, el certero movimiento no tuvo ninguna oposición, y la erecta pija de mi novel amante ya me pertenecía por completo... No, claro que no, no me llenaba por entonces por completo..., pero la sentí igualmente adorable, maravillosamente abarcante aún de mi extendida cavidad... Quizás sería el tiempo transcurrido, los años sin sexo, pero lo cierto era que para mí era suficiente en ese momento, y la gozé a pleno...

Recuerdo que nada me importó en ese momento no usar preservativo ni defensa alguna... Me daba igual, aunque tenía una vaga seguridad que por el período que vivía no había peligro de nada... Sólo quería sentirla bien adentro y gozar con ella... Y pronto exploté en un orgasmo de placer incontenible, que no sé si él lo advirtió... pero me estiré hacia atrás, gozando a mares...

El no llegó esa vez (son detalles, pequeños detalles, que recuerdo bien, y que luego recordamos juntos, al pasar el tiempo...). Yo me derrumbé a su lado, y a su lado estuve, mirándolo por largo tiempo... El de a ratos me miraba, pero la mayor parte del tiempo lo pasó con la mirada perdida, en algún lugar del techo o de las paredes, o... quien sabe donde... Y balbuceando de tanto en tanto, como en susurro: -Gracias, mamá... gracias... Sos hermosa... Esto es maravilloso... Y tuvo por respuesta siempre sólo mi silencio... No quería arruinar con mis pobres palabras la magia de esa tarde...

Miriam, 10 de julio de 2006