El Diario de Miriam (2)

Y aquí estoy, otra vez, tratando de pasar al papel lo que vivo. Y esta segunda vez que vuelvo a escribir me doy cuenta que no voy a poder seguir ninguna cronología de los hechos: simplemente los iré escribiendo tal cual aparezcan en mis recuerdos y en mi imaginación...

El Diario de Miriam ( 2 )

Somos una pluma al viento...

Me pregunto: ¿Hasta qué punto somos dueños de nuestros propios actos? ¿En qué medida somos libres? ¿Somos realmente libres en nuestra vida?... ¿No será más bien que lo que llamamos "voluntad" es un engaño del destino para hacernos creer que somos libres, cuando en realidad estamos sujetos a un devenir forzoso del que somos inevitablemente partes, llevados como una pluma por el viento?... Sí, quizás somos una pluma al viento... Me parece que esa es la imagen que mejor nos simboliza a los seres humanos...

Y aquí estoy, otra vez, tratando de pasar al papel lo que vivo. Y esta segunda vez que vuelvo a escribir me doy cuenta que no voy a poder seguir ninguna cronología de los hechos: simplemente los iré escribiendo tal cual aparezcan en mis recuerdos y en mi imaginación, cada noche, cuando tenga deseos (o más bien necesidad) de volcarlos a mi diario. Y digo en mis recuerdos y en mi imaginación, porque no siempre las diferencias son tan claras: ¿en nuestros recuerdos cuánto hay de realidad y cuánto de imaginación?... Quizás sea la imaginación la que otorga mayor realidad a nuestros recuerdos, aunque las pinceladas que nuestra imaginación da a nuestros recuerdos no siempre sean totalmente fieles a lo que realmente hemos vivido. Si, quizás sea así: nuestra imaginación es quizás la que le otorga el último contenido de realidad a nuestra vida... Y esta noche mis recuerdos y mi imaginación vuelan a lo sucedido algunos meses atrás, este mismo año, el día de mi cumpleaños 49...

Esa noche, luego de cenar sola -como casi todas las noches venía sucediendo últimamente- y luego de asear la cocina, antes de irme a dormir, me detuve ante el espejo del baño. Comencé a desvestirme, para ponerme luego mi camisión. Pero enseguida me detuve a mirarme, a contemplar en el espejo mi figura apenas vestida.

Mi cuerpo, robusto como siempre y con demasiadas redondeces indebidas para una mujer que fuera más cuidadosa de su cuerpo que yo, no ocultaba mi edad, pero no me desagradaba; claro que no: mi cuerpo no me desagradaba... Y pensé: "Cuanto hace que no me miro de veras al espejo...". Todos los días pasaba frente al espejo -no en vano soy mujer- para peinarme, pintarme un poco a veces, asearme..., pero ¿cuántas veces hacía que no me miraba de veras al espejo?... En ese momento sí lo estaba haciendo, y podía ver en mi cuerpo, y sobre todo en mi rostro las indudables señales que el tiempo había dejado... Es que esa no era una fecha cualquiera: de hecho estaba cumpliendo mis 49 años. Sonreí... Sonreí frente al espejo, y me felicité: -Felíz cumpleaños, Miriam... Sonreí, pero no sabía porqué... ¿Es que acaso tenía razones para sonreir?... ¿Y me había llamado "feliz"?... ¿Estaba pasando un felíz cumpleaños? ¿Era felíz en mi vida?... Y volví a sonreir de mi ocurrencia...

Palpé mi busto con ambas manos, como intentando que estuviera un poco más erguido. Mis senos también mostraban el paso de los años... Miraba cada arruga de mi rostro, o cada pequeña deformidad de mi cuerpo, y en cada arruga y deformidad se manifestaba un recuerdo: mi juventud apenas vivida, el temprano casamiento -demasiado temprano, por cierto-, el matrimonio malo, mi primer niño a mis veinte años, mi primer empleo, mis otros dos hijos, los tragos amargos que había tenido que pasar por culpa de mi ex-marido..., mi soledad de ahora... "Ya tenía 49 ciertamente" pensé lamentándome, con una sensación de tiempo perdido... Era raro, pero nunca había sentido como hasta ese momento el paso del tiempo, el peso de mis años... Y me sentía rara..., estraña, como si no fuera yo misma... Me sentía rara porque mirándome al espejo, notaba que mis 49 años no parecían estar de acuerdo del todo con mi figura: "...a pesar de todo sigo teniendo un cuerpo agradable!", pensé, como queriendo reanimarme. Mi cuerpo robusto, de "gordita asumida" podía no agradar a todos, pero a mí no me disgustaba, y bien sabía que los hombres no dejaban de mirarme con más frecuencia que lo que podría pensarse, y alguno hasta se daba vuelta por la calle (mi generoso busto y mis piernas bien torneadas y elegantes no tenían nada que envidiar...). "Tengo ya 49 años, pero bien llevados...", pensé... Y traté de contentarme. ¡No todo estaba malo en mi presente!, me dije a mí misma...

En esos pensamientos estaba cuando un ruido en la entrada me separó de mis reflexiones. Era Gerardo, mi hijo que volvía a casa.

  • Hola mamá, ¿cómo estás?...
  • Bien, Ger... ¿ya cenaste?...
  • Si, mamá, no te preocupés por mí. Ya comí algo por ahí con unos amigos. Prefiero irme a dormir enseguida, estoy muy cansado.
  • Bueno, que descanses entonces. Y no dejés de cepillarte los dientes.

Volví a sonreirme frente al espejo. Mandaba a mi hijo a lavarse su dentadura como si él fuera un niño de diez años!... Así deben ser todas las madres, pensé, que siempre ven a sus hijos pequeños y necesitados de cuidados. Pero por un segundo volvió a cruzárseme el pensamiento del tiempo que pasaba, y mi edad, ¡y la de Gerardo!: ¡si Gerardo ya tenía 25 años! y ya era un hombre... Sí, era cierto, no había ninguna duda, el tiempo pasaba... Para mí, y también para él. Mi Gerardo ya no tenía nada de niño... Con esos pensamientos me quedé; pero estaba demasiado cansada para deprimirme como era tan frecuente en mí. Y me dormí enseguida.

Esa noche dormí hasta las 8 de la mañana. Cuando me levanté, vagué en camisón por la casa sin tener un destino preciso. Era sábado, y no tenía que ir a la oficina, y las actividades de esa mañana aún podían demorarse. Tenía un poco de tiempo para perder. Entré a la cocina invadida por el sol de la mañana, me apoyé fuera de la ventana dejando que el sol acariciara mi rostro, y luego preparé un café, y al rato seguía caminando sin rumbo por el living, mientras me iba bebiendo a sorbos el café, y me fui nuevamente a mi cuarto.

Mi cuarto está enfrente del de Gerardo, y pasando delante de su cuarto, al ver la puerta entreabierta, me detuve un momento para mirarlo: todavía estaba durmiendo... Había crecido, no parecía el niño que había sido. Gracias a la luz que se filtró a través de la celosía, podìa distinguir el perfil de su cuerpo, su pelo castaño, el perfil de su nariz, su boca... Pero de inmediato me dí cuenta, sorprendida, de un detalle: podía distinguirse el volumen de su miembro duro, que resaltaba claramente bajo su calzoncillo... La imagen me golpeó, y en un segundo ví la película de tantos años, de tantas idas y venidas, de tantas historias que yo no terminaba nunca de asumir, y que me encendían en pasión, a la vez que me avergonzaban... Esas cuestiones pendientes aún...

Sí, eso era: estaba avergonzada, y huí a mi cuarto. Me parecía que esa era de veraz la primera vez que comprendía que el niño diminuto que yo había dado a luz hacía 25 años se había vuelto un hombre de veras... Los pensamientos culposos no se mantuvieron demasiado, y cedieron terreno nuevamente al sentimiento de haberme puesto vieja. Ahora sí que me sentía deprimida, y en un segundo confluían tres sentimientos aunados: por un lado mi pasión renovada y tantas veces rechazada, por otro lado un enorme miedo a quedar sola en la vida, y finalmente el renovado deseo de encontrar a un hombre que se enamorara verdaderamente de mí... Pero éste último sentimiento fue de inmediato rechazado: las desilusiones producidas por mis varios novios y amantes tras la separación de mi marido, me volvían a convencer que para mí ya era demasiado tarde para el amor. Y entonces, sólo quedó en ese momento en mi corazón y en mis pensamientos, el recuerdo de aquel amor (aunque amor culposo) que había llenado siempre mi corazón: el amor hacia mis hijos (y en concreto -ahora, en este momento- el amor hacia Gerardo). Y ocurrió que ya no sentía culpa, sino deseo renovado, pasión incontenible... junto al miedo de quedarme sola, y la angustia de no querer quedarme sola...

Ciertamente, ése día no comenzaba nada bien, por cierto no era el mejor: me sentía deprimida... Traté de conformarme, pensando en lo que muchos dicen, que ésa es la crisis que las mujeres tienen cuando estan cerca de llegar a los 50 años. Aunque lo que verdaderamente ocurría era que no quería convencerme que mi problema tenía un nombre concreto. Hoy por hoy, mi problema a resolver era: Gerardo. Y el caso fue que a partir de ese momento, la depresión me llenó el espíritu, y pasé todo el día casi deseos de hacer nada: cumpliendo mis compromisos, pero sin poner la vida y la intención en nada; dejándome llevar. Otra vez me había ganado la depresión, como tantas otras veces. Así llegó la noche, y acabé ese sábado sin tener fuerzas para nada, ni siquiera para cenar, y me dispuse a ir la cama. Gerardo se dió cuenta de mi mal estado de ánimo, y angustiado me dijo:

  • ¿Que hay mamá?..., estuviste el día entero muy rara
  • Nada Ger, sólo que he tenido un día pesado y ahora tengo mucho sueño, y no quiero pensar en otra cosa más que en dormir...
  • Si te parece, te preparo la cena antes de ir a acostarme, y te la llevo a la cama.
  • No Ger, gracias por preocuparte. Pero no, prefiero irme a dormir ya mismo. ¿Vos no salís hoy sábado?...
  • No, no salgo. Yo también estoy cansado. Marina antes de irse me invitó, pero no quise. Si iba al boliche iba a andar como zombi. Prefiero dormir, a ver si me repongo.

Y se me acercó y me dio un beso fuerte en la frente y sus brazos me rodearon, abrazándome. Yo podía sentir el calor de su cuerpo contra mío, era un sentimiento muy agradable, de esos que hacen que todavía den ganas de seguir viviendo. Ese gesto me llenó de ternura, parecía que todavía era un niño que antes de ir a dormir le da el beso de buenas noches a su madre... Yo también, alzando mi cabeza, le dí un cariñoso beso en la frente. Gerardo me había inspirado ternura. Y me sentí bien. No estaba sola en el mundo. Estaban mis hijos. Estaba Gerardo.

Me fuí a la cama pero no tuve éxito en dormir. Sentía a Gerardo en la cocina preparando su cena. Me agité y me dí vuelta en la cama intentando encontrar la posición correcta para poder conciliar el sueño, pero nada... Miraba contra la pared los faros de los automóviles que cruzaban la noche, escuchaba cada uno y todos los ruidos de afuera..., las sábanas ya se desordenaban entre mis piernas... Era el preanuncio de una noche en blanco... Sí, me había desvelado...

Yo no sé cómo pasó, pero finalmente me dormí. Cuando me desperté tras el primer sueño, miré el reloj y era la media noche. Sentí algunos pasos en el pasillo, por supuesto era Gerardo. Sentí que la puerta del baño se abría, el agua saliendo de la canilla, la puerta del baño cerrándose de nuevo. Y nuevamente sentí los pasos de Gerardo, pero ahora cerca de mi puerta: la abrió y la luz débil del pasillo entró a mi cuarto. Distinguí a contraluz la silueta de Gerardo, en calzoncillos y camiseta de dormir. Fue inevitable: mi mirada se dirigió instantánea a sus calzoncillos. Traté de rechazar los pensamientos que me invadían...

  • ¿Qué necesitas, Gerardo?...- dije en voz baja.
  • Perdón mamá si te desperté, quise ver cómo te sentías.
  • Bien gracias.- le susurré.
  • Bueno, que descanses. Prometo no hacer más ruido. Buenas noches-. Salió del cuarto y cerrando la puerta se marchó.

Yo me desvelé nuevamente, y mis pensamientos quedaron fijos en la silueta de Gerardo, a contraluz, tal como la había visto minutos antes... Me sentía algo confundida... No era el mejor momento para estar desvelada. No para une mujer sola, como yo, y con necesidades como cualquier mujer... Volvió a mi mente el pene de Gerardo, y no pude evitarlo: me sumergí en esos pensamientos...

Pensé en quién sabe cuántas jovencitas habían disfrutado ya de mi hijo. Ya había tenido varias noviecitas... y sin contar las experiencias que habíamos compartido... Precisamente: esas historias compartidas volvían otra vez a mis recuerdos, pero ya no con culpa, sino dándome placer... Me hizo bien recordar aquellos momentos... Sentí renovado placer... Y me pregunté si Gerardo habría o no adquirido experiencia en el amor, y qué tan bueno sería ahora en el sexo... y qué cosas le gustarían ahora al hacer el amor. El contacto de la tela de mi camisón con mis pechos y estos pensamientos hicieron inflar mis pezones, sentía que el cuerpo se me llenaba de una sensación extraña, estaba empezando a excitarme... Hasta que llegó el momento en que un poco de líquido bañaba mi bombacha. Y nuevamente vinieron a mí aquellos viejos sentimientos de culpa... nuevamente los valores morales comenzaron a asaltarme... ¡No podía ser!, ¡Gerardo es mi hijo, yo no podía excitarme el pensamiento de esa manera!... Me levanté para tratar de calmarme. Salí de mi cuarto y entré la cocina para tomar un vaso de agua. Enseguida sentí llegar a Gerardo por detrás, angustiado, preguntando si todo estaba bien. Me volví hacia el, y pretendiendo que todo estaba bien le contesté:

  • Sí, Ger. Perdoname si mis ruidos te derpertaron. Volvé a tu pieza, Ger; seguí durmiendo... ¿No sabes si Marina volvió?...
  • No; me dijo que no volvería esta noche; que pasaría la noche en casa de Damián.

Suspiré, y pensé: "Marina ya es grande"... No tenía que preocuparme ya que pasase la noche en casa de su novio. Al fin de cuentas, pronto se casarían, y ambos eran responsables y sabían cuidarse.

Al volverme, y a la sola luz de la heladera abierta, podía ver a Gerardo mirándome con una cierta turbación, y comprendí que gracias a la sola y tenue luz del refrigerador abierto, él podía ver en la transparencia del camisón mi cuerpo desnudo. Casi instintivamente mi mirada bajó a su entrepierna: se notaba voluminosa...

Cerré la heladera, y entonces la cocina quedó sólo iluminada por la escasa luz de la luna, que entraba apenas entre las cortinas de la ventana. Fue entonces que, llevada por un momento de ternura, lo atraje hacia mí y lo abracé.

Pero la ternura cedió paso de inmediato a la pasión: sentí su pene pulsar contra mi abdomen, y mi excitación subió al momento. El latido de mi corazón era una locura, el sexo me empezó a palpitar y las piernas se me pusieron inestables. Y fue entonces que, como si el tiempo no hubiera pasado, me sentí presa del mismo fuego incontenible de tantas veces, y me aferré fuertemente a su cuerpo y sin pensar en lo que estaba haciendo, sólo dejándome llevar, empecé a frotarme contra su cuerpo.

Gerardo primero se paralizó, pero luego comenzó a acariciarme... Sus manos se posaron en mi espalda, y a ese punto sentía mi sexo bañado como una hoja que por la mañana cubre el rocío. Y nuevamente estábamos allí, madre e hijo, mirándonos a la cara, como otras veces, tantas veces deseadas y tantas veces rechazadas...

No dijimos nada, no hacía falta decir nada... Para qué decir lo que tantas veces ya habíamos dicho y repetido?... Para qué repetir lo de nuestras culpas?... ¿Para qué insistir en que éramos madre e hijo?... Para qué?... Si los dos sabíamos que íbamos a concluir en lo de siempre, en lo que no queríamos y a la vez queríamos, en lo que no podíamos evitar, porque lo deseábamos desde lo más profundo de nuestro corazón y de nuestros sentidos...

Le tomé la mano y lo conduje a mi cuarto. Llegados allí, me senté en el borde de la cama, y él también, a mi lado. Y de inmediato me alzó el camisón y me lo quito por la cabeza. Entonces empezó a acariciarme con lentitud todo el cuerpo. Y mi cuerpo, ese mismo cuerpo que el día anterior había contemplado en el espejo, con sus arrugas y deformidades de mujer de 49 años, se convirtió en el cuerpo de una jovencita enamorada, porque así era como me sentía cada vez que Gerardo me tomaba en sus brazos haciéndome sentir que era su mujer...

Empezó con un dedo por rozarme la cara, siguió acariciando mi cuello... ¡Sí, realmente, me sentía completamente una niña en sus manos!... ¡Y el día anterior me había deprimido por mis 49 años!... Ahora no: ahora era una niña en sus manos... Gerardo continuó con las caricias, bajó hacia mi pecho y empezó a darme masajes frotando la palma de ambas manos en mis pezones. Yo sentía que ya mi sexo escurría jugos a raudales, y mi cabeza flotando en un limbo de placer.

Cuando Gerardo alcanzó la bombacha y comenzó haciéndome masajes a mi entrepierna a través del algodón de la prenda, comprendí que una vez más él, mi hijo, y yo, su madre, habíamos llegado a un punto sin retorno...

Yo me sentía atacada por una ola ingobernable de sentimientos, de fuego, de pasión a raudales... Me quitó la bombacha y la olfateó. Ese gesto suyo me excitó enormemente, y entonces me levanté, me senté y le quite su calzoncillo. Apenas se lo bajé, su miembro erecto me rozó la cara. Y ya sin ningún reparo ni verguenza, empecé a besarlo y lamerlo comenzando un juego que me enloquecía y que sabía que a él lo embargaba de placer. Mi boca bebía de ese manjar, como sedienta en el desierto frente a una fuente llena de agua. Y sentí que Gerardo tembló de placer.

Me hizo estirar de nuevo y empezó a besarme por todas partes y se detuvo en mi sexo. Sus primeros besos en mi vagina fueron como descargas eléctricas que cruzaron todo mi cuerpo. Entonces con el diluvio de mis jugos en su boca, deslizó sus labios hacia arriba, pasando por mi vientre, volviendo a mis senos, y llegando nuevamente a mi boca, a mis labios anhelantes. Nuestras lenguas se mezclaron, dando vueltas, succionando, queriéndonos devorar el uno al otro... nada nos contenía ya... Y me penetró con un vigor que me pareció nunca antes haber probado...

Y una vez más, en el silencio de la noche, los únicos sonidos que pudieron sentirse fueron los de nuestros cuerpos jugando el inacabable juego del amor... Sólo el sonido de nuestras respiraciones pesadas, y el de nuestros nombres repetidos una y otra vez... -Gerardo, Gerardo... -Mamá, mamá..., casi imperceptiblemente, como canción de cuna que arrullara el comienzo de otra entera noche juntos...