El Diario de Miriam (17)

Mientras mi hijo no deja de masturbarse delante mío, yo ardo en deseos por él. ¡Cuando se dará cuenta lo mucho que su madre lo desea!...

El Diario de Miriam ( 17 )

Luego de un paréntesis bastante largo, vuelvo a mi diario, anotando recuerdos y vivencias de años ya lejanos. Mi ausencia durante todo este tiempo fue debida a que mi ánimo no estaba últimamente con deseos de indagar en estos recuerdos y, sobre todo, en indagar sobre mis sentimientos. Ocurre que mi actual relación con Gerardo no pasa por los mejores momentos. En realidad estamos más bien distanciados. Ya les contaré, pronto, si me vienen las fuerzas para hacerlo. Lo cierto es que mi vida es hoy una tormenta de sentimientos encontrados. Sólo les diré que ya se ha decidido mi viaje a Barcelona, a fines de agosto, pues Oscar se casa allí a mediados de septiembre. Todo esto ha generado en mí un torbellino de pensamientos... Quizás me quede allí, quizás luego vuelva a la Argentina, pero no sé... creo que en el fondo lo que deseo es estar cerca de Oscar, no lo tengo claro todavía..., quizás digo esto llevada por mis actuales desencuentros con Gerardo... No debo tomar decisiones apresuradas. Esperaré a estar en España, lejos de mi casa en Mendoza, y... quizás allí pueda decidir con más serenidad mi futuro. Ya veré... Por lo pronto, ahora más que nunca he vuelto a recordar aquellos inicios con Oscar, y vuelvo hoy a esos relatos que había dejado truncos. De manera que ahora retomo mi diario, precisamente en el punto donde lo había dejado...


Y recuerdo claramente aquellos días. Tengo presentes aquellas imágenes de una manera vívida, muy real, y renacen y se hacen presentes hoy en mí... Lo que voy a narrar puede parecer algo morboso, más bien enfermizo y enfermante... Pero ya dije que me he propuesto narrar las cosas como sucedieron... A quienes me lean quizás les parezca ridículo permitir a un adolescente de 16 años, que se masturbe delante de su madre. Hacía ya meses que lo venía haciendo de tanto en tanto, y en principio yo se lo había permitido como una solución a su timidez, como un remedio a su actitud de recluirse en sí mismo, en fin, se lo había permitido porque me parecía la mejor solución para que se liberara y se desinhibiera. Pero... ahora el remedio me estaba pareciendo que se convertía en peor que la enfermedad... Pero no tenía fuerzas para negarme a presenciar aquellas escenas de autosatisfacción...

Otra vez él allí, frente a mí, con gestos casi siempre tímidos, ingenuos, vacilantes... Llega a mi dormitorio, y se sienta primero a los pies de mi cama. No hace falta que diga nada. Yo entiendo lo que desea. Sé que desea masturbarse, y viene a hacerlo junto a mí. ¡Esto parece una locura!, pero así son las cosas, así se ha venido desarrollando todo... Yo no digo nada, simplemente me retiro de la cama y me quedo a un costado, sentada en una silla.

El no deja de mirarme mientras se quita la poca ropa que lleva, y se queda en calzoncillos sobre la cama. Por un instante un temblor me cruza el cuerpo y mis pensamientos... Oscar ya está demasiado grande para hacer estas ridiculeces, estas locuras... A sus 16 años ya no lo debiera permitir. Debo hacer algo, o cada vez será peor... ¿Pero qué puedo hacer?... Dudo por un momento, pero no digo ni hago nada. Doy un suspiro, y me dejo llevar: me reclino en la silla, y mi cuerpo se relaja mientras no dejo de mirarlo.

Lo veo grande, hecho ya todo un hombre: sus músculos ya bastante formados, su fuerte conformación ósea, el vello en sus piernas... Y su mano que roza el bulto en su entrepierna... Un relámpago eléctrico me recorre el cuerpo, y siento que no puedo quedar indiferente a la situación: aunque concientemente me resista, aunque me quede inmóvil, aunque mis manos no hagan movimiento alguno, siento que mis pezones se endurecen y mi pubis se enciende... No puedo evitar ponerme cachonda ante lo que veo... Y Oscar: ¿puede no darse cuenta de lo que le está sucediendo a su madre?... ¡No puede ser!, debo frenar esto... pero no lo hago...

Y él, sin dejar de mirarme se baja su última prenda dejando libre su miembro... Es cierto que su pene es aún bastante pequeño, pero pareciera que ya va tomando formas definidas, adultas casi... A sus dieciseis años (ya para diecisiete), el aún delgado miembro de Oscar va tomando formas que dejan preanunciar que en poco tiempo más será una buena, larga y gruesa pija: ya se notan sus venas, y el borde de su cabeza se va destacando bajo el prepucio... Sí, ya no es un pene de niño... Quizás debe ser así cuando un adolescente practica asiduamente la masturbación, como él lo está haciendo desde hace meses... Yo he tratado de moderar esa costumbre, procurar que no sea tan intensa y habitual... pero he logrado bastante poco. No lo veo masturbándose todos los días, pero estoy segura que lo hace así, diariamente... y, cuando puede, delante mío... como ahora, haciédolo lenta y acompasadamente... y sin dejar de mirarme...

Yo asisto en silencio, evitando mirar a sus ojos, focalizada mi vista en su miembro, que comienza su erección... No digo palabra alguna; contemplo la escena, en tácito acuerdo de silencio y secreto... Los pensamientos que me invaden son confusos y contradictorios... Por un lado siento la incomodidad de la escena, ajena y distante a todo tipo de convención moral y social, pero por otro lado me siento irrefrenablemente atraída por lo que Oscar está haciendo... Por un lado me parece una locura, una ridiculez, una enfermiza situación... pero por otro lado gozo infinitamente el momento... Es una locura, claro que sí..., y no dejo de pensar: esta situación ya se ha tornado insostenible. Lo que comenzó siendo mi decisión de ofrecerle a mi hijo mayor algunas pautas y ayudas de educación sexual, para sacarlo de su ignorancia, de su timidez y de su ensimismamiento, parece haber conducido a una actitud obsesiva, anormal, por buscarme, por espiarme, por verme en la intimidad, por conocer mi desnudez y mis actos más íntimos, y por mostrárseme así, como él está ahora, en un acto íntimo que debería quedar cerrado a su fuero personal, y jamás compartido con nadie, o por lo menos jamás compartido con su propia madre!... Pero allí está Oscar, una vez más, buscando su propio placer sexual adolescente, frente a mí, y sin dejar de mirarme, como expresándome sin palabras sus deseos, inconfesados aún, e... ¿inconfesables?...

¿Y mis deseos?... No lo puedo evitar, ya no, ya no puedo negarlo; aunque no se lo diga con palabras, debe estar claro para él que su actitud me enciende a mí también en deseos... De modo que la confusión por vivir aquella situación contraria a todo convencionalismo moral y social, también es paralela con un sentimiento que me invade: la pasión y el deseo de llegar a tener sexo con mi hijo... Ya no lo puedo negar, de ninguna manera..., y no lo puedo ocultar, aunque no se lo exprese con palabras. Mi tácito acuerdo en permitir aquellas repetidas escenas, que se fueron haciendo habituales en esos meses, y mi mirada arrobada en su miembro erecto, ya a punto de estallar, no pueden sino expresarle a Oscar una sola cosa: que su madre arde en deseos por él...

Y llega el momento del incontenible e irrefrenable estallido... En medio del tenso silencio, jamás interrumpido, a no ser por la respiración cada vez más intensa de Oscar, llega el momento... Y cuando los movimientos de sus manos se hacen cada vez más intensos y profundos a lo largo de todo el tronco erecto al máximo, brota ese maravilloso líquido espeso y blanco... Y a duras penas me contengo... Debo poner un gran esfuerzo de voluntad para no lanzarme en pos de aquél deseado néctar para beberlo hasta su última gota... Ay, Oscar..., si supieras lo que mamita te desea en este momento!... Si supieras lo que me gustaría terminar tu masturbación en mis labios y beber todos tus jugos!... ¡Si supieras cómo ansío probar el sabor de tu semen adolescente!... ¿No te das cuenta, mi amor, que te necesito?... ¿No te das cuenta que ya no puedo más?... ¿Qué esperas?... ¿Qué tengo que hacer para animarte a que te decidas de una buena vez por todas?...


Ya dije que no puedo precisar del todo exactamente la cronología de los hechos de aquellos meses a finales de 1992; pero puedo asegurar que una escena como la que acabo de relatar se produjo muchas veces en aquellas tardes en que estábamos solos, con Oscar, en casa, en ausencia de sus hermanos, antes de que ellos volvieran del colegio. Largo tiempo se prolongó aquella situación, donde me parecía que él se iba a decidir finalmente a proponerme lo que yo tanto deseaba..., pero una y otra vez él daba marcha atrás, y no se atrevía... Y me costó enormemente mantener a pie juntillas mi decisión de no forzar nada, de no instigar a nada, de no sugerir nada, de respetar su libertad... ¡Vaya si me costó mantenerme en esta actitud!, pero lo logré, y hoy puedo afirmar que si llegamos a tener sexo, no fue por mi iniciativa, sino por la suya que..., por supuesto, no tardé demasiado en secundar... Pero para llegar a ello pasó mucho tiempo, muchos meses, y creo que sería redundante relatar todas las veces en que se repitieron escenas como la que he narrado. Pero sí puedo recordar tres momentos importantes, que terminaron por producir lo que tanto ansiábamos los dos... En primer lugar. hubo un día en que Oscar me descubrió masturbándome (o al menos yo advertí que me había descubierto, aunque es posible que ya me hubiera espiado otras veces). En segundo lugar, una prolongada charla que tuvimos (o varias charlas continuadas) en la que indagó sobre mi vida sexual y mis necesidades, y hasta llegamos a rozar el tema del incesto. Y en tercer lugar, hubo un momento clave y eclosionante, en los primeros días de 1993, cuando volvió de España mi marido (ya ex-marido) y decidimos de manera definitiva la separación. Fue precisamente en esos días en que con Oscar se produjeron momentos muy íntimos que pronto dieron lugar a una relación plena entre nosotros dos. De modo que trataré de narrar en los próximos relatos esos momentos...