El Diario de Miriam (16)

Los dos solos, yo su madre, y él mi hijo, allí en el baño, y yo mostrándole mi desnudez...

El Diario de Miriam ( 16 )

Días atrás estuvimos hablando por teléfono con Oscar. El desde España, por supuesto, donde vive hace más de dos años y medio ya. Se encuentra bien, felíz con su trabajo, desarrollando su profesión, y felíz también con su novia, con quien pronto piensa casarse, al parecer en el próximo verano español, y creo que yo podré ir a la boda. La extensa conversación que mantuvimos me dejó feliz también a mí. Y en estos días en que voy poniendo en las páginas de mi diario los recuerdos de hace tanto tiempo, me embarga la gran satisfacción de haber hecho bien las cosas. Sí, creo que todo ha salido bien... Pronto Oscar cumplirá treinta años, y es un hombre que sabe bien lo que quiere, maduro aún en su juventud, con objetivos claros en la vida, dueño de sí mismo, en una palabra: libre. Eso lo resume todo: es un hombre libre. Y esto me llena de alegría y satisfacción. Porque si hay algo que quise preservar desde un comienzo ha sido su libertad. Y creo que lo he logrado. O mejor dicho: él lo ha logrado, con mi ayuda. Y me ha hecho muy bien esta conversación telefónica el fin de semana, justo ahora que estoy llevando al papel mis recuerdos. Nada ha cambiado en nuestro amor, que nació libre y sigue siendo libre. Nuestro amor es el mismo, aunque estemos lejos y no exista unión física ni sexo. Pero nuestro amor sigue siendo el mismo. El ahora en España, a punto de formar un hogar, y yo aquí, con mis recuerdos, y con la vida en común que llevo con mi adorado Gerardo, a quien he procurado y procuro siempre respetarle en todo y de la misma manera su libertad.


Volviendo al recuerdo de aquellos días en que todo comenzaba con Oscar, no puedo ocultar el deleite que siento cuando hago luz en mi memoria sobre algún detalle, borroso ya con el paso del tiempo, pero que parece aclararse al llevarlo ahora a mi diario. Es notable como aquellas cosas que parecían olvidadas se han guardado en lo más profundo del baúl de nuestros recuerdos, y como los seres humanos tenemos la maravillosa capacidad de desempolvar viejos recuerdos queridos que nos traen añoranzas y emociones... Puedo asegurar que el recuerdo de aquellos años me emociona otra vez y me enciende casi de la misma manera... Y puede resultarles aburrido a algunos que me extienda tanto en estas menudencias, pero creo que si les resultan tediosos estos relatos, no sólo será porque quizás están escritos con limitaciones y errores propios de una escritora aficionada, sino sobre todo porque (y lo digo con respeto) los lectores quizás no han llegado a comprender la fuerza erótica de la imaginación... Creo que la imaginación es a la relación sexual como las especias a una buena comida. Es cierto: pasaron semanas y hasta meses en que no hubo contacto físico sexual ninguno con Oscar en aquel primer tiempo de sus vacilaciones y de mi espera; pero les puedo asegurar que en aquellas semanas y meses hubo también sexo... Claro que sí!, claro que hubo sexo!... aunque no llegáramos a la relación consumada. Había sexo en cada mirada, había sexo en cada frase suya y en cada frase mía; había sexo en cada indirecta sugestiva; había sexo cada vez que se acercaba a mirarme al baño o a mi cuarto; y sentía el roce sexual de su mirada que me desnudaba las veinticuatro horas del día, o me devoraba cuando me encontraba desnuda; había sexo cuando yo sentía su calentura al tope inocultable en el bulto de su entrepierna; había sexo al verlo a Oscar vacilar sin atreverse a nada, quizás esperando una señal más de su mamá, que se mantenía sólo a la expectativa... Porque, como ya dije, había tomado la firme determinación de no tomar la iniciativa, de no sugerir directamente nada, de no inducir a nada, para decirlo más claro: de no violar aquello que yo quería preservar por sobre todo: la libertad de Oscar. Sólo él debía decidir tener sexo o no con su madre, sólo él y nadie más... Y yo, simplemente lo esperaba...

De modo que en ese contexto de tensa calma transcurrían aquellos días... en los que parecíamos decirnos todo con las miradas... Y es cómico recordar las pequeñas anécdotas de aquellas semanas; me resulta gracioso el escribirlas, pero lo hago para ser completamente fiel a lo que ocurría. No me acuerdo de todo, por supuesto; no conservo en mi memoria una exacta cronología de aquellos días, pero hay muchos momentos que los tengo grabados a fuego en mi imaginación, y que los puedo repetir hasta con los más mínimos detalles!... Y digo que muchos de aquellos momentos fueron anécdotas muy cómicas y risueñas, porque si bien ya dije que a veces Oscar aparecía como un joven que ya había sorteado la vacilante etapa de su adolescencia, y se presentaba con actitudes maduras para su edad; sin embargo otras veces se asemejaba a un chiquilín que nunca parecía crecer!... Y confieso que cuando así ocurría me resultaba casi insoportable, y me costaba mucho mantener la paciencia... Ahora, con el paso de los años, tiendo a convencerme que Oscar en cierto modo aparentaba esa inmadurez, aparentaba ser un chiquilín, ignorante de todo lo sexual, novato en todo, precisamente para lograr un acercamiento con su madre que no podía o no se atrevía a lograr por otros medios... Y me lo preguntaba todo, y quería verlo todo... Por supuesto, yo no siempre me creí la sinceridad de sus preguntas, pero le seguía el juego...

Como aquella vez, bien lo recuerdo, en que me vino el período, y en una de esas tardes estivales en que estando solos en casa con Oscar yo habituaba estar sin calzones y cubierta con un simple batón o una remera larga... Aquella tarde no me había quitado la bombacha, por obvias razones higiénicas, al estar en mi regla. Y ocurrió que el muy tonto me reclamó y me cuestionó el porqué andaba de calzones... Recuerdo que sonreí, y simplemente le dije que estaba en el período. Y Oscar, haciéndose el tontito ignorante, me preguntó: -¿El período?... Recuerdo que en aquella ocasión dí un suspiro, entendí que estaba simulando ignorancia para entablar una conversación, y le dije sonriendo: -Sentate. Ya te explico...- Y fue entonces que le conté qué era lo que sucedía con las mujeres y su período, y se mostró asombrado, diciéndome que nunca me había visto sangrar; y fue entonces que le conté de las toallas y de los tampones y... ¡como no podía ser de otro modo!... el sabandija me dijo: -¿Me muestras?...- haciéndose el ingenuo e ignorante de todo. Sonreí, dí otro suspiro, puse algún argumento en contra, dí algunas vueltas, pero finalmente terminé por decirle que sí, que cuando luego me aseara y me pusiera un higiénico lo llamaría para que viera. Y recuerdo que más tarde me fui al baño a bañarme, y ya limpia lo llamé y le mostré cómo se inserta un tampón y... no perdí detalle de lo que ocurría mientras tanto en su entrepierna: su erección era a todas luces evidente... y por supuesto, provocativa... Confieso que los dos solos, allí en el baño, en esa escena, era algo que casi me perdió... y a punto estuve de extender mi mano..., juro que deseaba tocársela, que me moría de ganas por sacársela fuera del pantalón, chupársela, metérmela... Lo recuerdo ahora y me embarga la emoción... Tengo claro el recuerdo de lo que me costó estarme quieta... Estoy segura que después de aquello me habré masturbado a solas, de novela, como siempre ocurría... Era la manera de desfogarme y seguir conservando la paciencia, y esperando, a la expectativa de que Oscar alguna vez se decidiera a hacer algo más... Y supongo que él también se masturbaba, encerrado en el baño, y pensando en mí... Tener conciencia de que se masturbaba pensando en mí era lo que más me encendía...

Cuando ocurrían esas situaciones, tan íntimas entre nosotros dos, así, encerrados en el baño, solos en la casa aquellas tardes, mostrándole yo mis intimidades, y casi en una situación límite con lo que podría llamarse ya una relación sexual física, luego me venían momentos de dudas, vacilación y resquemores de conciencia. Pero aclaro: no que me remordiera la conciencia por cuestiones morales, de lo que otros pudieran juzgar como impudicias de una madre con su hijo. ¡No, nada de eso! Recuerdo bien que en aquellos días no sufría de esas limitaciones morales (aunque no estaba del todo liberada de ellas, como luego pude darme cuenta). No, no se trataba de eso. Mis dudas provenían acerca de si yo en realidad estaba o no instigando a mi hijo a una relación sexual con su madre...¡que era precisamente lo que no quería hacer!... ¿Hasta qué punto Oscar seguía siendo libre de decidir por su cuenta, si su madre se comportaba de esa manera?... De todos modos, puedo afirmar que a pesar de mis dudas, terminaba por convencerme que estaba bien lo que yo hacía, y que en nada faltaba a mis compromisos: estaba respetando la libertad de Oscar, y sólo hacía lo que él me pedía, y nada más que eso. Estaba claro que no podía llamarse algo del todo "normal" (según las comunes pautas sociales establecidas y convencionalismos generales) el que una madre le mostrara a su hijo cómo se ponía una toallla en su concha durante su regla; pero... no podía decirse que hubiera violación de la libertad de Oscar a ello. Yo no le obligaba a contemplar esa escena: ¡él me lo pedía!, y además debía insistirme mucho para que yo accediera a hacerlo... Por cierto: el morbo era enorme. La calentura que yo sentía en aquellos momentos era al límite!, y supongo que Oscar sentía lo mismo que yo. Pero eso se vivía en el interior de cada uno, sin manifestarse apenas al exterior... Es claro que aquellas situaciones me daban a mí el tema para maravillosas masturbaciones, encerrándome luego a solas en mi cuarto; y supongo que también daban tema para deliciosas pajas de Oscar... Pero yo no lo forzaba a nada: su libertad quedaba preservada. No había violación!... Todo ello estaba claro para mí, y es lo que me permite decir hoy que he hecho bien las cosas...

Recuerdo que hubo ocasiones en que me costó tremendamente no faltar a mis propósitos. Fueron momentos en que estuve a punto de confesarle las ganas que tenía de tener sexo con él... Afortunadamente siempre logré contenerme, y eso me llena de satisfacción: fue su libertad la que lo decidió todo. Con Oscar llegamos a tener sexo sólo porque él lo quiso. Es claro que yo colaboré para ello, y hubo alguna que otra insinuación, pero, en definitiva, a lo que se llegó se llegó sólo porque Oscar lo quiso, con toda su libertad. Y eso fue lo importante...

Las ocasiones en que más me costó mantener la calma fue cuando me admiraba mis tetas, o mis nalgas, y me decía que eran lindas... Una y otra vez me lo decía, lo repetía de modo incansable: -Mamá, sos la más hermosa... Tenés unas tetas preciosas. Mamá, qué cola preciosa tenés...- Y cosas por el estilo... Y no sé de donde sacaba yo fuerzas para mantenerme pasiva, a la espera, sin hacer nada... Porque juro que cuando me hablaba de esa manera y me hacía esos piropos, todo aquello me provocaba a abrirle las piernas, a zafarme, y preguntarle sin más: ¿Y mi concha cómo te parece?... Pero nunca llegué a hacerlo, aunque muchas veces pensé que no podría resistir los deseos de tener sexo con él... Afortunadamente resistí. Y frecuentemente el punto que más me daba fuerzas para resistir era mi temor: mi temor por un lado a que Oscar no estuviera del todo preparado para las consecuencias de tener sexo con su madre; y por otro lado, mi temor a que si eso ocurría, comenzara a alardear con otros chicos acerca de lo que ocurría... ¡Y eso sería tremendo!... Y confieso que cuando pensaba en ello me embargaba el pánico... porque la sociedad no lo hubiera permitido y hubiéramos terminado metidos en graves problemas... De modo que por aquellos tiempos sólo me desfogaba masturbándome, y dejándole a él que se saciara viéndome...


Un suceso que está bien grabado en mi memoria es el que pasaré a contarles, con algún detalle. Es probable que algún lector le reste importancia a lo que narraré, o quizás le parezca una sonsera o ridiculez; y hasta puede haber quienes consideren de mal gusto lo sucedido; pero lo contaré porque puedo asegurarles que pocas veces sentí tanta intensidad erótica como cuando esto sucedió en aquellos tiempos de idas y venidas, con ese Oscar vacilante, que a veces parecía dispuesto a todo, pero que nunca se atrevía a nada, o a casi nada...

Sucedió una de esas tardes, en que estábamos los dos solos en casa, como era habitual aquellos años en que yo sólo trabajaba medio día, y pasaba las tardes en casa. Había dormido la siesta y me levanté dispuesta a ducharme. Salí de mi cuarto y ni bien aparecí en el pasillo allí estaba Oscar, con evidentes intenciones de entrar también al baño, conmigo. Para mí era obvio que me había estado esperando, una vez más, para no perderse a su madre bañándose... Como ya lo dije, esta situación por momentos me sacaba de quicio..., y no sabía por cuanto tiempo más iba a seguir permitiendo aquello. Yo seguía dejando que Oscar me viera desnuda... ¿y qué era lo que lograba con ello?... Que mi hijo más se ensimismara, más se encerrara en sus deseos contenidos, nunca expresados del todo..., y yo... en una espera y expectativa que por entonces me parecían interminables... -Puedo verte mama?...- me dijo apenas me vió. Suspiré resignada, dispuesto a permitírselo una vez más. Su actitud se había hecho una costumbre, y la mía también... Era por entonces una historia repetida entre nosotros... Yo bañándome, y él contemplando mi desnudez, y la imaginación, la mía por supuesto, y seguramente la de él, desarrollándose incontenibles... ¿Has cuando?, pensé... Pero no había más remedio que seguir teniendo paciencia... De modo que le respondí al llegar a la puerta del baño: -Si, Oscar, sabes que no hay problemas, pero esperame un segundito, que voy a hacer pipí.- Y fue entonces que me sorprendió, al decirme: -Eso también quería pedirte. Nunca he visto una mujer haciendo el pipi; ¿me dejarás ver?... Su pedido me desconcertó al principio, y le puse trabas y excusas, pero al mismo tiempo que argumentaba mis negativas a su pedido, me empezó a poner caliente la idea de que me mirara mientras orinara... Asi que, vacilé un poco, le dí algunas vueltas, pero al final lo dejé entrar conmigo al baño... Y recuerdo que bastó nomás que me decidiera por la positiva para que me encendiera interiormente en deseos impúdicos. A punto estuve de abandonar todos mis íntimos compromisos de recato y pasividad, pero creo que en aquella ocasión llegué al límite -al menos por entonces- de lo que podía sugerirle o instigarle... Y mi estado de ánimo (cachonda y liberada como empecé a sentirme en esos momentos) lo manifesté no parando de hablar, con tono sugestivo y con frases indirectas e insinuantes...

-Ay, Oscarcito!, no te parece feo mirar a mamá haciendo pipí?... Me dá un poco de vergüenza, mi amor, pero... te digo la verdad... un poco me gusta que me mires...- Y mientras le decía esto me acercaba al sanitario mientras me bajaba la pollera, me la sacaba completamente, y lo mismo hacía enseguida con mis calzones, quedando con mi pubis completamente expuesto a la mirada de mi hijo, que se había sentado en el suelo, junto a la puerta. Oscar me sonreía, pero apenas si me miraba a los ojos: su vista ya estaba focalizada en mi concha...

Siempre con una insinuante sonrisa en mis labios, me recliné sobre el sanitario, sin dejar de de decirle... -Oscar!... Mira las cosas que tiene que hacer tu mamá por vos... ¡Y vos!... que te asustás cuando tu mamá te descubre desnudo!... No vale!... Esto no se debería hacer; pero tu mamá es un poco chanchita y hace lo que le pidas...- Y fue que al reclinarme se me escapó un pequeño gas, aunque sonoro... y ambos largamos la carcajada... -Uy!... qué chancha que es tu mamá!... Me da vergüenza!...- Y me dí vuelta, como aparentando pudor, y me senté en el sanitario de espaldas, pero con la obvia intención de mostrarle mis nalgas, que sabía que le gustaban mucho..

Y fue en ese momento, cuando algo dijo: -Mamá, sos linda. Sabés que para mí sos la más linda; y tu cola es muy linda, y me gusta mucho. Pero ponte de frente, que quiero verte hacer el pis... Y yo, sin darme vuelta todavía, le pregunté: -¿Me asegurás que todo esto quedará en secreto, en el secreto de los dos, y que nadie se va a enterar?... -Mamá, sabés que es nuestro secreto, a muerte. No hace falta que te lo repita. Y entonces me dí vuelta. Confieso que ya tenía unas ganas enormes de orinar, pero me contenía, haciendo más lentos mis movimientos, y demorando el instante.

Subí mi blusa, y con ambas manos abrí mi vulva a la vista de Oscar, volví a tirarme otro pedito (yo gozaba viéndolo reírse cuando esto hacía), pero ya no podía contenerme más... -Te gusta verme, Oscarcito, eh?... Vos también sos medio chanchito, eh?... Pero no vale!... Mamá te muestra todo... y vos nada... Algún día me tendrías que mostrar también como hacés pipí... Uy..., ya no aguanto más, Oscar, creo que se me escapa...

Y me acuerdo que al moverme de un lado a otro, sugestiva, lo único que logré fue tirar los primeros contenidos chorritos afuera del sanitario... De modo que ya no me importó nada... -Uy..., qué chancha que es tu mamá!... Bueno, no importa, enseguida limpio todo, y así mirás mejor como lo hago. Ahí va... Y un potente chorro de orín empezó a caer al piso... Y luego ambos reímos a carcajadas...

El resto no tiene importancia. Enseguida a tirar un balde de agua y desinfectante al piso, y luego me bañé; pero Oscar apenas si se quedó a presenciar mi ducha, seguramente necesitando ya pajearse por lo que su madre le había mostrado...


En fin... los días transcurrían en una engañosa tranquilidad... Bien que lo recuerdo: todo estaba muy calmado, muy sereno y agradable, pero... la tension sexual estaba en el aire como una bomba a punto de explotar... ¡Qué fuerza poderosa que tiene una firme decisión psicológica!... Había bastado que me planteara seriamente tener relaciones con mi hijo, para que todo quedara allanado, facilitado... Por supuesto, las dudas, prejuicios y escrúpulos morales volverían en cualquier momento (y de hecho volverían más tarde, y con mucha frecuencia), pero en ese momento no: todo estaba muy claro desde que me había planteado seriamente la posibilidad de hacer el amor con Oscar. Luego de haber decidido que era lo que más convenía, para su bien (y para el mío), todo -en su aparente serenidad- se sentía como una irrefrenable correntada cuya meta yo bien sabía donde estaba... Lo había decidido, y para decirlo de una manera franca y directa, tal como yo lo sentía en mi zona más secreta e íntima: quería que Oscar me cojiera... Hacía demasiado tiempo que no tenía un macho dentro de mi concha, que anhelaba con furia irresistible ser penetrada por ese pene, pequeño todavía, pero hermoso de mi hijo mayor... Deseaba poder enseñarle yo misma a Oscar todo lo que puede enseñarle una mujer a un virgen... Yo quería ser la primera mujer de Oscar... Pero... debía decidirlo él mismo, en su libertad, y yo me mantenía en ansiosa espera...