El Diario de Miriam (15)

Ansiaba con toda mi pasión a mi hijo, deseaba con todas mis fuerzas ser suya, pero... sólo él debía decidirlo, libremente...

El Diario de Miriam ( 15 )

Si antes ya dije que aquél beso con Oscar había sido el inicio de todo y lo que cambió mi vida, ¿qué puedo decir de lo que había ocurrido aquella tarde, cuando lo descubrí masturbándose?...

Porque enseguida me iba a dar cuenta que se estaba masturbando por mí. Recordaba muy bien que media hora antes le había mostrado mis senos desnudos, y habíamos tenido una breve pero muy sugestiva conversación... Sí, para mí iba a ser obvio que se estaba masturbando pensando en mí. Aunque de todas maneras, empecé a desear que me lo dijera él mismo; que de una buena vez me dijera que me deseaba, que dejara de darle vueltas, y se expresara claramente...

De lo que siguió aquella tarde poco puedo decir, porque poco y nada sucedió. Al rato volvieron Marina y Gerardo del colegio, y todos merendamos. Oscar no tenía ganas de comer nada, pero le obligué a tomar una buena taza de café con leche y medialunas. Era necesario que se alimentara bien. Con mucha más razón después de haberlo visto masturbarse: era claro que estaba teniendo un desgaste físico excesivo con esas repetidas masturbaciones. Era precisamente de lo que pensaba hablarle en la conversación que habíamos acordado tener pronto.

Durante la merienda se mostró poco y nada locuaz con sus hermanos. Marina advirtió que algo raro sucedía, pero seguramente habrá pensado que Oscar había recibido alguno de mis retos, y no preguntó nada.

Noté que Oscar trató de evitarme, estoy segura que todavía muy avergonzado (y en realidad no me explico porqué), y se fue a dormir temprano.

Yo también me fui a la cama temprano, aunque no me pude dormir sino hasta bien pasada la medianoche. Ahora sí que me puse a reflexionar sobre todo lo que había venido sucediendo hasta esa tarde... Y la verdad que finalmente me descubrí metida en un soberbio lío, que tuvo la virtud de quitarme el sueño por varias horas...

Lo primero que me puse a pensar era la razón de la vergüenza de Oscar. ¿Qué había de malo que su madre lo hubiera descubierto masturbándose?... Ya habíamos hablado del tema. Yo sabía que se masturbaba, y él sabía que yo lo sabía. Aún más: en aquellas nuestras primeras charlas, ya bastante lejanas, había logrado que Oscar entendiera que no debía ensuciar las sábanas o su ropa interior. Hasta eso habíamos hablado. Entonces: ¿por qué razón la vergüenza que ahora demostraba mi hijo por haber sido descubierto?... ¿Sería el hecho de haberlo visto desnudo?... ¡No era posible!. Si había pactado con su madre dejar de espiarme cuando yo estuviera ligera de ropas, y yo me mostraba bastante a menudo desnuda ante él cuando estábamos solos en casa... ¿por qué razón él me impediría verlo desnudo?... No debía ser eso no... Hasta que de golpe, me di cuenta... ¡claro que sí!... La única razón que podía existir de su repentino pudor y vergüenza era que su madre lo había descubierto masturbándose por mí... ¡Era obvio!... Era una idea que, por cierto, ya se me había ocurrido, pero ahora que lo reflexionaba, lo veía todo muy claro... No había ninguna duda: el único motivo de las pajas de Oscar era yo, su madre... Y haberlo puesto de manifiesto esa tarde era lo que lo llenaba de vergüenza.

Claro que esto merecía una serena reflexión de mi parte, para decidir qué debía hacer yo de ahora en más... Sobre todo al haberlo visto masturbándose de esa manera. Hacerlo del modo como lo había visto estaba claro que no podía seguir: esta tarde Oscar estaba realmente agotado, estaba derrochando raudales de energía sin sentido. Y para colmo no se alimentaba bien; era de poco comer..., y a duras penas se le podía hacer probar bocado cuando no tenía ganas...

Por supuesto: yo debía poner manos a la obra en primer lugar en ese punto, y sobre eso conversaríamos, a más tardar al día siguiente, a la tarde, cuando quedáramos nuevamente solos. De su alimentación hablaríamos, y también, es claro... de sus masturbaciones...

Pero... ¿y qué de sus deseos sexuales por mí?... Era hora de pensar seriamente en el tema. Era el momento de detener un poco el tren y pensar en lo que yo estaba haciendo y en lo que estaba permitiendo que sucediera... -Miriam (me dije a mí misma), ¿te estás dando cuenta del lío en el que te estás metiendo?...

¿Acaso yo podía seguir permitiendo que las cosas siguieran desarrollándose de ese modo?... Y fue así que esa noche de insomnio, en sólo un segundo, ví todo el panorama que tenía por delante... un beso más... y se llegaría a las caricias y de las caricias... a una relación sexual... y el incesto... y... ¡no lo quería ni imaginar!...

Cubrí mi rostro con ambas manos, angustiada... ¡¿Qué estaba haciendo?!... ¿Qué estaba permitiendo que sucediera?... ¿Por qué callejón sin salida me estaba metiendo?... ¿Tenía verdaderamente idea del lío en el que me encontraba?...

Trato aquí de poner en claro mi estado de ánimo aquella noche que está bien clara y presente en mis recuerdos. Me acuerdo bien de mi angustia de ese momento, y de que en esos instantes, en que la figura del incesto se me apareció clara y nítida en mi conciencia, me quedé sin aire para respirar. Un nudo se me hizo en mi garganta...

Pero enseguida reaccioné: ¡No! Ya no... -me dije a mí misma- A mis edad ya no quiero estar más atada y esclava a pautas y principios morales que mi conciencia se resiste a aceptar del todo. ¡No, ya no!. Quiero ser libre, realmente libre!

A mis edad (tenía por entonces 36 años) ya había sufrido lo suficiente en el amor: me había dado por entero al matrimonio, soñando con una vida de hogar feliz, y había sido completamente fiel a mi marido, y... ¿qué era lo que había sucedido? ¿Cómo me encontraba ahora? ¿Cómo me había pagado la vida todos mis sacrificios?...

Para mí estaba claro: nada ni nadie me detendría a ser feliz: libre y feliz. Y lo más preciado que en mi vida contaba eran mis hijos. Y lo más maravilloso que podía regalarles era la libertad: educarlos en plena libertad, para que no sufrieran lo mismo que yo. Y he aquí que ahora uno de mis hijos, mi hijo mayor, estaba mirando a su madre como mujer... ¿Y qué iba a ser yo en esa situación?...

La angustia de aquella noche cedió paso, paulatinamente, a la serenidad... Me repuse, y pude seguir reflexionando con tranquilidad... Por lo pronto, tenía a mi favor que no había precipitado las cosas: aún no había tomado ninguna decisión, aún no había dado ningún paso que fuera irreversible... Había tiempo de pensar serenamente qué hacer. Y enseguida vino a mi mente la gran cuestión, el principal problema que tenía por delante: era cierto, yo, a mi edad, podía decidir ser libre y feliz de la manera que quisiera, y podía tomar los recaudos necesarios para que mi vida en libertad no chocara con las pautas morales de una sociedad que seguramente no iba a permitirme vivir como yo quería esa libertad. Sí, yo era lo suficientemente madura como para ser prudente y cuidarme de los golpes de la sociedad, pero... ¿y Oscar?... ¿Podía él, a sus casi 16 años asumir con madurez lo mismo que yo?... ¿Sería lo suficientemente "maduro" como para darse cuenta de la situación, ser discreto, conservar un secreto?... Un temblor, una ráfaga helada cruzó todo mi cuerpo, llenándome de dudas y de incertidumbres sobre Oscar... ¿No debía más bien reconocer yo que mi hijo era un chiquilín, un adolescente en desarrollo, un capaz de una decisión seria en la vida?... Y una relación semejante con su madre: ¿no le causaría un daño irreversible, con consecuencias para toda la vida?... No sabía qué pensar... y la noche seguía su curso, en un insomnio que parecía se iba a prolongar hasta las primeras luces del alba... Por momentos me sumía en angustiosas dudas y temores, y por momentos me reía de mis temores y malos presagios, diciéndome a mí misma que no tenía que tomarlo tan a la tremenda... ¿Qué debía pensar, en realidad, de todo esto? ¿Qué actitud debía tomar?... Hasta que finalmente pareció que se hacía la luz en medio de la oscuridad: una pequeña certeza alumbró en el horizonte de mis pensamientos, y eso fue dejándome más tranquila...

Recuerdo bien la certeza a la que fui arribando aquella noche de insomnio, como náufrago que por fin arriba a salvo a una playa de aguas serenas... La certeza era que yo no debía tomar en ningún momento la iniciativa. La iniciativa la tenía que tomar Oscar, si él así lo decidía.

Esa idea que afloró en mi conciencia me dió seguridad y tranquilidad. Y creo que era una verdad plena de sensatez y de sentido común. En ningún momento yo tenía que tomar ningún tipo de iniciativa, no debía inducir nada, no debía instigarlo a nada, no debía impulsar a mi hijo a nada ajeno a su voluntad. Si se debía dar lo que había imaginado esos días (y lo que mi corazón y mi pasión deseaban) eso se daría sin que mi voluntad fuera la artífice principal. Era Oscar el que debía tomar la iniciativa, era él quien debía mostrarme clara y nítidamente qué era lo que quería en su absoluta libertad, y sólo en ese caso, sólo entonces... yo pensaría qué debía hacer, cómo lo debía hacer y de qué modo secundaría o no su iniciativa.

A partir de esos pensamientos, el alma me vino al cuerpo, y de a poco mis preocupaciones fueron dando paso a la serenidad... Me dí perfecta cuenta que necesitaba contar con mucha paciencia para tomar cualquier decisión personal: pues se me hacía claro que de ahí en más era yo la que iba a tener que vivir con mi decisión a cuestas, para bien o para mal..., y necesitaba estar plenamente convencida acerca de lo que era lo mejor para mí y para Oscar... O sea que no iba a ser suficiente con que Oscar tomara la iniciativa de buscar a su madre como mujer (como parecía intentarlo), sino que aún así, yo debía ser sumamente cautelosa acerca de lo que debía hacer, porque toda decisión sería una decisión para siempre... Y en medio de estos pensamientos me debe haber llegado -por fin- el sueño, porque de aquella noche de insomnio no recuerdo nada más.


Al día siguiente el reloj despertador tuvo que sonar un buen rato hasta que me quité el sueño de encima. Y salté de la cama: ya iba a llegar tarde a la oficina. Había dormido apenas unas pocas horas. Me vestí rápido y a las apuradas salí del baño, con apenas el tiempo para zamarrearlo a Oscar y decirle que se levantara a desayunar, pues también iba a llegar tarde al colegio. Marina y Gerardo dormían.

Y esa mañana de trabajo fue un suplicio, con todo mi sueño a cuestas. De modo que fue un alivio volver a casa al mediodía. Apenas si almorzé, y preferí dejar la limpieza de la cocina a medias, y me acosté a dormir una buena siesta. Lo necesitaba.

Me levanté como a las cinco de la tarde, y somnolienta aún aparecí en la cocina, justo en el momento que Oscar estaba preparando algo para merendar. En un rato más llegarían sus hermanos del colegio.

-Hola, bebé, como éstas?...- le dije bostezando, y dándole un beso en la mejilla.

-Bien mami, ¿pudiste dormir?.

-Ay, sí!, tenés que ver cómo lo necesitaba...- le dije en medio de otro bostezo y estirando mis brazos, tratando de sacarme de encima toda la modorra.- ¿Me acompañás con unos mates hasta que lleguen los chicos?...

-Dale. Mientras yo preparo unas tostadas con mermelada...

-Bueno, así aprovechamos que estamos solos para charlar un ratito, como habíamos quedado.

Lo noté más tranquilo a Oscar, y mucho más "normal". Eso me dió también a mí mayor serenidad. Era notable la manera como mi hijo cambiaba de talante de un día para el otro. El chico intimidado y temeroso del día anterior, había dado lugar ahora al Oscar que más yo apreciaba y del que me había sentido siempre orgullosa como madre: por la madurez general en sus gestos y en su forma de hablar. Oscar siempre había tenido ese aire de "hombrecito", aún desde muy chico. Y es probable que así haya sido más notoriamente desde hacía dos años, desde la ausencia de su padre, como asumiendo que él debía tomar en cierto modo su relevo, como el hombre de la casa.

-Soy todo oídos mamá. Te escucho.- dijo mientras se sentaba a la mesa, trayendo una fuente llena da tostadas con mermelada, y yo le alcanzaba el primer mate.

-Bueno, vos sabés de qué te quiero hablar.

-Mmmm, me lo imagino...- dijo con una sonrisa, mientras daba los primeros sorbidos.

-Bueno, sí, Oscar... Tenés que saber que quedé muy preocupada desde ayer. Lo que estabas haciendo no lo hacías del mejor modo. Me preocupó mucho...- Pero él no contestó nada, y simplemente seguía comiendo su tostada. De modo que proseguí preguntándole: -Me dió la impresión que te masturbás demasiado y con mucha violencia. ¿Ayer lo habías hecho varias veces ya?...- Y sólo asintió con la cabeza, sin mirarme.

-Eso me parecía, Oscar. ¡No puede ser!. Te vas a agotar... ¡Mirá lo delgado que estás!, y encima que te alimentás poco y nada... Eso no puede seguir así!...- Y sólo me contestó encogiéndose de hombros, y agregando simplemente: -¿Y qué querés que haga?... Me vienen las ganas y...

-No Oscar!... No puede ser simplemente una cuestión de ganas y nada más!- El me miró con cara de extrañeza, a la vez que me ofrecía un mate. Y mientras tomaba, me dí cuenta que la conversación había comenzado mal, y que no había sido lo suficientemente calma y comprensiva. De modo que mientras seguía tomando, le acaricié con la mano izquierda la nuca, diciéndole: -Disculpame: no quise reprocharte nada. Sólo me preocupo por tu salud... Estás muy delgado, y la masturbación desgasta, sobre todo si se hace de manera repetida y si a eso le agregamos que no comés bien...-

Me contestó con una sonrisa, y el gesto de alcanzarme la fuente para que me sirviera otra tostada. Yo también le sonreí, mientras continué con el tema:

-Decime Oscar..., siempre que te masturbás, lo hacés de esa manera..., tan rápido y violento?...

-Casi siempre..., pero era que ayer no podía, no...

-No podías llegar...

-Claro.

-Y claro, si ya lo habías hecho varias veces... ¿Cuántas?

-Dos.

-Oscarcito... no puede ser, mi amor!... Es demasiado...

-¿Y por qué no puede ser?...

-Porque la masturbación puede llegar a convertirse en algo adictivo, frenando tu crecimiento

-Vos lo conocés a Pepe, no?, mi compañero de colegio...

-Sí...

-Bueno, él lo hace seguido, y si lo vieras: cada día está más alto!...

No supe qué contestarle a su salida. Simplemente se me ocurrió: -Bueno, no sé, será que a él no le hace tan mal. Yo te veo a vos tan delgado!... No deberías hacerlo más de una vez por día, y si pudieras dejar algún día sin hacerlo, sería mejor...

-No. Hay días que no me la hago. Como hoy por ejemplo, que me duelen un poco los...

-Los testículos, los huevitos.- le dije sonriéndome.

-Si...

-Y bueno, qué querés!, con semejante trajín...

-Sí, pero a veces me duelen bastante, y a veces me arde el pito.

-¿Si?. ¿Te higienizás bien?...

-Creo que sí.

-Supongo que sabés cómo se hace. Tenés que bajarte bien el prepucio y limpiarte bien todo, y de manera suave y delicada, sin lastimarte...

-¿El pre... que?...

-El prepucio. ¿No te enseñaron nada en la escuela?...

-Si creo que sí, pero no me acuerdo. El prepucio...

-Si, es la piel que cubre la parte de arriba del pitito. Allí es donde más hay que higienizarse. Cada vez que te bañás, te bajás esa piel, y te limpias bien cualquier resto que haya. Y si te masturbás, sería bueno que vayas al baño y te laves también en ese momento. Si no te higienizás bien pueden formarse honguitos, y es cuando se infecta el pene, y te comienza a arder. Que debe ser lo que te sucede ahora.

-Si, me arde bastante. ¿Tendré infección?...

-No sé. Habría que estar atento. En todo caso si se prolonga tendríamos que ir al médico y...

Y ocurrió que en ese mismo momento se escuchó cerrarse la puerta zaguán y las voces de Marina y Gerardo que habían vuelto del colegio.

-Bueno, Oscar. La cortamos acá. Después seguimos hablando de este tema. Y por favor, higienizate bien, y manteneme al tanto si te sigue ardiendo. ¿Estamos de acuerdo?

-Estamos...- me terminó diciendo, con aire de superado y, como ya lo decía antes, con esa postura madura que sabía adquirir Oscar cuando andaba bien. Era notable, había pasado de tener la imagen de un adolescente tímido y atemorizado (como había estado el día anterior, cuando lo había descubierto masturbándose) a tener todo el talante de un joven ya maduro y dueño de sí mismo!... Me asombraban estos cambios en mi hijo mayor, pero tenía la sensación que éste de ahora era el verdadero Oscar, en su actitud "normal", y que el de ayer era simplemente la imagen que revelaba sus problemas aún no resueltos, y sobre los cuales debía ayudarle.

A todo esto, Marina y Gerardo ya habían llegado a la cocina y se sentaron a la mesa, a merendar... ¡Lo que son las cosas!, pensaba para mí: durante toda la conversación con Oscar no había sentido la más mínima tensión y había actuado con toda tranquilidad, como lo que era, una madre preocupada por la salud de su hijo... Todo tan tranquilo y sereno... Lo cual no quería decir que no fueran a aflorar nuevamente mis necesidades de mujer, mis deseos, mi pasión... y la atracción que me provocaba Oscar, sabiendo como sabía que yo le atraía, como mujer... ¡Qué rara es la psicología humana!, pensé para mis adentros... ¿Y cuál sería el desenlace de todo este devaneo, de todas estas idas y venidas?... Todo era incertidumbre por el momento... Y me tenía que tomar las cosas con calma... Al menos eso era lo que debía intentar...


Por supuesto, a tantos años de lo que estoy relatando, no recuerdo bien la cronología de aquellos días. Mi memoria se refiere a momentos puntuales, que quedaron grabados en mi memoria. Tengo, sí, un vago recuerdo de que aquellas semanas transcurrieron tranquilas pero tensas. Quiero decir que todo parecía transcurrir con serenidad y sin mayores emociones, pero con la tensión latente de que algo podía desencadenarse en el momento menos pensado... A Oscar se lo veía más sereno, cumpliendo con sus tareas escolares y conservando sus hábitos de quedarse en casa y salir poco con sus amigos. Y yo me mantenía a la expectativa, convencida que nada tenía que iniciar por propia voluntad, y ni siquiera sugerir nada. Eso lo había decidido clara y firmemente: por mayores que fueran mis deseos como mujer, me debía mantener a la expectativa de lo que iniciara Oscar. Y creo que me había preparado bien para el caso que Oscar dejara ya de espiarme y buscarme: había comprendido que el tiempo había pasado, que de mi ex-marido no había noticias, y que debía reiniciar una nueva vida. Si necesitaba de asistencia psicológica para volver a confiar en un hombre (que ése era mi problema para volver a tener pareja), lo haría. Pero por el momento, mi decisión era esperar... esperarlo a Oscar...

Por cierto, él seguía espiándome, o entrando a veces furtivamente al baño en momentos en que estaba yo, bañándome o haciendo mis necesidades. Se había tomado esas libertades cuando estábamos solos en la casa, y yo lo había dejado hacer. Y él se aprovechaba de la licencia que tenía para hacerlo. Y esas eran las únicas ocasiones en que me mostraba algo sugerente, como para inducir a Oscar a que se decidiera a algo... Pero Oscar no mostraba voluntad de decidirse... Y esto me mantenía a mí muy cauta, alejada a todo lo que pudiera entenderse como acoso o provocación... ¿Tengo que aclarar que los pensamientos y las imágenes de un probable incesto se me aparecían constantemente en mi conciencia? Pues claro que sí, y no estaba segura de cómo podía manejar esta situación Oscar. De mí estaba segura, pero no de mi hijo. Y ante las dudas, ante la incertidumbre del daño moral o las consecuencias perjudiciales que podía ocasionarle si él no lo asumía con madurez, prefería quedarme en la pasividad, a la expectativa de lo que él decidiera libremente. De eso se trataba: de su libertad. La libertad de Oscar era lo que debía quedar siempre a salvo, siempre. Esto se hizo claro en mi conciencia, y se mantuvo siempre claro: lo primero era la libertad de Oscar. Y no debía haber nada en mis actitudes hacia él que se pareciera ni de lejos a la insinuación, a la provocación, al acoso, en definitiva: a la violación. Ante todo, lo primero era: la libertad de Oscar...

En ese contexto de tensa calma, ocurrían hechos y anécdotas que ahora a la distancia recuerdo con una sonrisa en mis labios, y que con gusto me animo a escribir en este diario, aunque puedan parecer ingenuas e infantiles, y aunque mis relatos se extiendan. Pero que fueron pequeños sucesos que marcaron el camino hacia lo que vendría después...

Aquellos días de calma contenida transcurrían -como dije- tranquilos, y debo decir que Oscar se comportaba cuidadosamente, pues si bien notaba sus miradas a cada momento, él tenía especial prudencia por aparentar bien mientras estaban presentes en casa sus hermanos. Para entonces Marina contaba con 13 años para 14, y bastante despierta y curiosa que ya era en cuestiones de sexo. Por el contrario, el pequeño Gerardo tenía apenas 10 años. En este sentido, estaba tranquila, porque a pesar de la obvia fogocidad adolescente de Oscar y lo ansioso que estaba por todo lo que significara sexo y lo que podía ver de su madre, se mantenía muy cuidadoso en presencia de sus hermanos. Claro que por las tardes, en esas pocas horas que transcurrían entre que sus hermanos se iban al colegio al mediodía y volvían pasadas las cinco, no perdía ocasión de indagar más..., pero siempre muy calmado, lo que me daba confianza y tranquilidad de que no iba a cometer ninguna infidencia...

Pero mi incertidumbre se acentuaba, junto con mis dudas de lo que realmente quería Oscar... pues algunos días me parecía que había disminuído su interés por espiarme... Y es que a partir de entonces, y ya en los meses estivales, yo pasaba casi todo el tiempo con muy poca ropa en casa: bien con una simple bermuda y encima una remera, sin corpiño, o bien a veces con una simple bata, sin nada debajo, ni siquiera bombacha a veces, cuando estábamos los dos solos en casa... Oscar ya no tenía necesidad de espiarme, porque yo no tenía reparos en estar muy ligera de ropas en esas horas juntos, en ausencia de sus hermanos. Es claro que sus miradas eran permanentes... y eso me halagaba, y se sentía delicioso saberse deseada... Pero... Oscar no daba ningún paso adelante y, mientras tanto, yo me mantenía a la expectativa...

Fueron muchas las ocasiones en que en aquellas semanas estaba bien atento a darse cuenta cuando yo entraba al baño a ducharme, después de la siesta, para entrar él también. Parece ridículo, pero era así: él no hacía nada, sólo me miraba, se sentaba por allí y me miraba..., nada más. Yo trataba de ser bastante discreta, y me mantenía de espaldas. Pero no dejaba de cuestionarle (dulcemente claro) su actitud:

-Oscar!..., ya estás grande para entrar así al baño... ¿No me has visto ya desnuda? ¿No es suficiente ya?... Yo te he dado permiso para entrar pensando que pronto se te iba a pasar esta calentura, pero se ve que no... Ya estás un poco grandecito para esto, mi amor...-

Pero él normalmente no respondía, y se mantenía en silencio, eso sí sonriendo siempre. Lo único que a veces se le escuchaba era un: -Sos muy linda, mamá... Me gustás mucho...-

Y en alguna que otra ocasión, al ver que yo insistía en mantenerme de espaldas, llegaba a pedirme: -Mamá, date vuelta un poquito, un poquito nada más...- Y bueno... yo accedía, aunque no mucho...

Claro que aprovechaba la ocasión, entre risas y bromas a reprocharle: -¿Cómo es eso? ¿Tu mamá tiene que estar desnuda cuando vos tengas ganas, y vos te asustaste tanto cuando mamá te vió desnudo mientras te masturbabas?... ¿Yo entonces no te puedo ver?...- Y mientras esto le decía, me daba vuelta y me mostraba, tal como él quería, con mis senos a la vista y con mi peludo pubis, que enseguida focalizaba su mirada, sí, lo notaba enseguida... Y él quedaba embelezado, mudo, casi boquiabierto... Ciertamente: eran momentos en que Oscar se me aparecía como un verdadero chiquilín inmaduro, todo lo contrario a la imagen que antes les refería, de prematura madurez y sensatez para su edad. Ahora no: tímido, vacilante, apocado... E incluso me hacía temer que tuviera alguna preocupante limitación mental... Y me hacía pensar que pronto necesitaba conversar con él nuevamente...

Me complace insistir en los detalles que recuerdo de estos momentos, porque también recuerdo que yo los gozaba con gran fruición... Es probable que a personas menos atentas a estos detalles, o a espíritus más impacientes y arrebatados, les parezca aburrido pasar tanto tiempo en deseos contenidos, veladas sugerencias, frases indirectas... Y no adviertan que el mayor goce erótico se encuentra en nuestra imaginación. Es claro que yo contenía mi iniciativa por propia y sensata decisión: esperando a que fuera Oscar quien manifestara sus deseos hacia su madre. Y eso, como ya lo expliqué, lo hacía con el propósito de mantenerme a salvo en mi conciencia: estaba decidida a no hacer nada que se pareciera ni de lejos a la instigación, al acoso, o, en definitiva, a la violación... Pero por otro lado, era profundamente gozoso este tiempo de tensa espera y expectativa. ¡Ojalá todos descubramos lo que se puede llegar a gozar sin contacto físico alguno, con la sola imaginación y a la espera del momento en que ese contacto físico pueda darse!... Y gracias a esa espera y expectación es que el contacto físico nos lleva al goce pleno... No sé como describir en palabras lo que yo podía gozar allí, duchándome, de espaldas a mi hijo, y sabiendo que era devorada por su mirada. Mientras enjabonaba todo mi cuerpo, imaginaba el día en que sus manos fueran las que lo hicieran... Y las caricias de mis manos sobre mi piel, entre el agua y la espuma, ya pregustaban el momento en que sería acariciada de otra manera... Todo mi cuerpo se encendía, y elevaba a un temperatura no medible físicamente... Y es claro que mi pobre manera de expresarme no alcanza a describir aquí lo que me sucedía en aquellos momentos...

Lo sabía, bien que lo sabía... Sabía muy bien que Oscar estaba pendiente de cada uno de mis gestos... Y podía estar segura que la temperatura de su cuerpo también se elevaba... Podía sentir la daga de su mirada recorriendo todo mi cuerpo... Y era hermoso sentirme deseada... Ya dije que mi cuerpo no era un modelo de perfección, ni de lejos. A mis 36 años, y con tres embarazos a cuestas, y tras dos años o más sin pareja y sin prepocuparme demasiado por mi físico, lo tenía bastante descuidado... Gordita como era, y fácil para seguir engordando si no me cuidaba en las comidas, mi vientre y mis piernas sobre todo, manifestaban deformaciones para nada atractivas... Pero eso no me preocupaba. Yo sabía que a Oscar le atraía así, y bastantes pruebas había tenido de ello por entonces... Y podía sentir su respiración irregular y cortada, cada vez que mis manos apretujaban mis nalgas, o separaban un poco mis piernas, dejándole ver algo de mi mayor intimidad... Y claro..., me imaginaba su sexo, al tope, incontenible ya... ¡Cómo hubiera querido en esos momentos abandonar mi recato, y las decisiones tomadas, para lanzarme en sus brazos y que me poseyera!... Pero no: lo tenía bien claro... No tomaría la iniciativa...

A propósito apenas si me mostraba de frente, pese a sus pedidos insistentes... Y cuando lo hacía, le enseñaba muy poco y ocultándome con la toalla mientras me secaba... Y recuerdo que eran las ocasiones en las que por entonces me atrevía a comportarme algo más insinuante, aunque cuidándome de provocar nada... Alguna que otra frase o indirecta, para tratar de que Oscar se expresara algo más y manifestara lo que pasaba por su cabecita adolescente...

-Oscar!..., me parece que no te voy a dejar entrar más al baño cuando estoy yo... ¡Ya es demasiado!... Ya es suficiente. Querías conocer el cuerpo de una mujer y ya está. Me parece que ya sos bastante grandecito... Y además a mamá le dá un poco de vergüenza. Mi cuerpo no está ultimamente nada lindo... y estoy un poco gorda. Demasiado me parece...

Y era allí, cuando él dejaba traslucir algo de lo que sentia: -Mamá, sos hermosa así como estás... Ya te lo dije y no me cansaría de repetírtelo... Sos hermosa...

-Pero Oscar!... Debe haber un montón de chicas lindas, de tu edad, a tu alrededor, en el colegio, o en el barrio. Y seguro que más de una te anda buscando... ¿No te gusta ninguna?...

Y venía la frase que era lo que más podía lograr yo que Oscar expresara por aquellos días: -Nada que ver!... Ninguna se compara con vos!... Me gustás vos, mamá...-

Y la pregunta que yo me hacía por entonces era si debía hacer pie en aquellas frases de Oscar para avanzar algo más... Y en los segundos de silencio que se instalaban en el húmedo y caluroso ambiente del baño en aquellas tardes, yo me imaginaba preguntándole: ¿En qué sentido te gusto, Oscar?... ¿Te gusta mi cuerpo, mis senos... mi cola?... ¿Qué deseas, Oscar?... ¿Por qué la buscás a mamá?... ¿Qué querés de ella?... Oscarcito... ¿qué quisieras hacer?... Pero, claro, eran sólo mis pensamientos... No me hubiera atrevido por entonces a preguntárselo...

Pero mi silencio y el de él era lo único que se escuchaba en el baño, mientras terminaba de secarme, mostrándole, sugerente, mis redondeces... Y le sonreía, sin decirle nada... aunque tratando de decírselo todo con la mirada... Y le miraba su entrepierna, a la que yo no se preocupaba de cubrir con sus manos... Y su pantalón apenas podía disimular el bulto que se le formaba... Y yo se lo miraba, y no ocultaba mi mirada, más aún, tratando de que él advierta que se lo miraba... Y eran esos los momentos de mayor tensión en aquellos días... Hubiera bastado una palabra o un gesto de su parte, para que todo se precipitara, inconteniblemente, tal como yo lo deseaba (y lo necesitaba) y como seguramente él lo ansiaba... Pero los dos nos conteníamos...

No me canso de escribir de estos detalles. No me canso de narrar -aunque parezca largo- todo lo que sucedía en aquellos días en que "nada" sucedía... Porque iba sucediendo todo..., absolutamente todo...