El Diario de Miriam (14)
Mi hijo se estaba masturbando... Y yo estaba segura que lo hacía pensando en mí...
El Diario de Miriam ( 14 )
Aquel primer beso en la boca logró cambiarlo todo. Cambió mi vida. De ahí en más ya nunca volví a ser la de antes, y por supuesto, no me arrepiento de ello.
Es claro que no se fueron del todo mis vacilaciones y dudas, ni tampoco pude evitar caer en períodos de depresión, en los que retornaba a mis viejos principios morales, dando todo marcha atrás. Pero lo cierto era que aquél beso que con Oscar nos dimos en los labios, logró cambiar para siempre mi vida. Comencé a mirar a mi hijo mayor como un hombre, como un hombre para mí. Y ya nada fue igual en mi vida. Y es claro que esto como ustedes saben, tuvo también consecuencias en lo que respecta a Gerardo, muy pequeño por entonces, claro. Aquél beso había logrado cambiar mi vida; mi vida y la de mis hijos...
Recuerdo que aquella tarde todo, absolutamente todo, tuvo otros colores. No puedo señalar un momento preciso en que me dí cuenta, pero lo cierto era que me sentía en las nubes, creo que de manera muy parecida a como se siente en las nubes una quinceañera enamorada.
Aquella misma tarde ya empecé a ansiar que Oscar volviera a casa, y recuerdo que pasé las horas arreglándome, tratando de estar más bonita, preparando algo para agasajarlo a él y a sus hermanos cuando volvieran del colegio. El sol brillaba distinto aquella tarde, el aire estaba perfumado, yo sentía nueva vida en mi interior, y un cosquilleo íntimo me embargaba. Sí, era eso: me sentía una quinceañera enamorada!...
Y no era que hubiera decidido nada, ni resuelto concientemente nada de nada en lo referente a cómo encarar mi subsiguiente relación y comunicación con Oscar: nada había reflexionado, nada había resuelto, nada había decidido, pero... ¡todo había cambiado! Era como si un muro se hubiera derribado de golpe, y un mundo nuevo apareciera delante de mí, lleno de posibilidades, lleno de libertad, y abierto al gozo pleno, al placer, a la alegría de vivir y de disfrutar de la vida...
Creo recordar que fueron varios días en que viví en ese estado semi-conciente, de plenitud, de éxtasis diría. Y aclaro que no hubo otro beso, no hubo conversación ninguna con Oscar, y nada que fuera distinto (al menos en el exterior) en lo que había sido mi relación con él y con mis otros hijos, Marina y Gerardo. Pero yo gozaba todo de una manera distinta: en libertad y placer. Gozaba la presencia de Oscar en casa, lo sentía cerca, palpitante su vida adolescente a mi lado, y disfrutaba de aquél "sueño" (digámoslo así), de aquella frontera entre la realidad y mis deseos, con plenitud. Y todo bullía y explotaba maravillosamente cuando a la noche me encerraba en mi cuarto, y me dejaba llevar por mis pensamientos y mis sueños, sin que las dudas o los escrúpulos de conciencia hicieran su aparición... Y pensaba en Oscar, y lo imaginaba mío, íntimamente mío, y me imaginaba suya... Y gozaba a raudales...
A todo esto, ¿y cuál era la actitud de Oscar?... Pues, a decir verdad, apenas si se notaba algún cambio en él. Pero era obvio que él debía notar el cambio en su madre: yo me mostraba sonriente como nunca (no sólo con él, sino con todos, con mis otros hijos, con los familiares y amigos que nos visitaban), debía ser para él sin duda llamativo mi cambio de actitud: hablaba casi sin parar, trataba de compartir más momentos con él y con sus hermanos, me preocupaba más por atenderlos y agasajarlos en las comidas, les compré a todos regalitos, algo de ropa nueva... Mi euforia y mi renovado entusiasmo por vivir no podía pasarle desapercibido. Sin embargo, Oscar parecía sereno y hasta ajeno a todo eso, diría algo intimidado, más encerrado en sí mismo... Hubo sí, en algunos momentos, algunas miradas que se cruzaban entre nosotros dos, con sugestivas sonrisas, que parecieron indicarme que él estaba recordando -al igual que yo- el momento aquél en que se había iniciado toda mi transformación: el momento de aquel beso que nos dimos. Pero fueron ocasiones fugaces. En general, Oscar parecía más bien intimidado, más reservado, más metido en sí mismo. Era algo extraño...
Y al darme cuenta de ello, al percibir su actitud, fue el momento detonante que me obligó a reflexionar sobre la nueva situación...
¿No era más bien que yo me había dejado llevar?... ¿Hasta qué punto le había dado yo demasiada importancia y significado a un simple beso en los labios? ¿Y qué era lo que él me había dicho en aquel momento?... ¡Nada del otro mundo!, simplemente que me quería mucho, y que nadie en el mundo me iba a querer como él me quería. Palabras simples, y hasta vulgares si se quiere, que pueden decirse a las apuradas y sin mayor gravitación. Es cierto que era indudable que él había dicho aquella frase con sentimiento y emoción, y el beso en los labios que nos dimos inmediatamente, por primera vez de esa manera, parecía corroborar que la frase no había sido pronunciada de modo superficial. Pero esa frase: ¿implicaba todo el sentido y significado que yo -inconcientemente si se quiere- yo le había dado?... Me empezaba a parecer ahora que no...
Fue el momento en que me dí cuenta que me había dejado llevar, y comencé a estar más atenta a lo que realmente pasaba en la vida de Oscar...
Los días transcurrieron, y Oscar vivía su vida normal, en casa y en la escuela, siendo buen alumno, y trayendo las mejores calificaciones por sus estudios y tareas escolares. En ese sentido nada tenía para reprocharle. Era un buen alumno, uno de los mejores de su clase. Y en casa seguía siendo el chico de siempre, estudioso y buen hijo y hermano, y me pareció advertir que ya no conservaba esa ansiedad adolescente por lo sexual de meses atrás.
En concreto, y para decirlo de modo claro, lo que me intrigaba era si seguía tan interesado por mí como lo había estado tiempo atrás... ¿Seguiría espiándome?... ¿Seguiría masturbándose?... ¿Habría cambiado en su vida de relación fuera de casa? ¿Tendría alguna noviecita a sus años?... ¿O seguiría tan atraído por su madre, como antes?... No lo veía salir con amigos, y los fines de semana los pasaba casi por completo en casa. Parecía el mismo de siempre...
Pero no tardé en enterarme con certeza de lo que ocurría. No pasó mucho tiempo sin que por fin pudiera ver contestadas todas mis preguntas...
Comencé por advertir que sí, que en realidad me seguía espiando cuando estaba ligera de ropas, o cuando me cambiaba, o cuando salía del baño después de darme una ducha. Ocurrió que a la tarde, cuando estábamos los dos solos en casa, empecé a dejar la puerta de mi dormitorio abierta cada vez que me cambiaba, o me vestía después del baño. Y una tarde lo percibí... sentí en mis espaldas su mirada atenta. Me estaba espiando, estaba segura de ello. Pero cuando me dí vuelta hacia la puerta, no había nadie allí, aunque sentí sus pasos. Sí, era cierto, Oscar me seguía espiando... Pero por el momento no decidí tomar ninguna actitud, sino dejarlo hacer. ¡Al fin de cuentas, en aquellas nuestras primeras charlas sobre sexo, le había dicho que podía ver tranquilamente a su madre cuando estuviéramos solos en casa!...
Y las ocasiones en que noté que me espiaba se repitieron.
Ocurrió también con frecuencia, que cuando me estaba bañando, llamaba a la puerta del baño con cualquier excusa para poder entrar y verme desnuda (usuamente la regadera no tiene cortinas en el baño de casa). O que necesitaba el cepillo de dientes, o el desodorante, o cualquier sonsera..., la cuestión era poder entrar para verme desnuda...
Por supuesto, yo lo dejaba hacer, sin preocuparme. Eso sí, me ponía de espaldas, para que no me viera más que mi trasero, nada más. En cierto modo por algo de pudor que yo conservaba, pero también con una confusa intención de dejarlo con ganas, para que intentara algo más, para que se decidiera a algo más...
Y gozaba con aquellos "jueguitos de seducción". Me complacía que no hubiera cambiado nada en Oscar, y me siguiera deseando... Pero por otra parte, yo tampoco sabía qué más hacer, ni tampoco había decidido hacer nada. En realidad, y para decirlo con entera franqueza: yo no sabía lo que quería!...
Pero la ocasión de dar un paso, aún sin habérmelo propuesto, sin haber decidido nada, llegó pronto, antes de lo que yo pensaba...
Serían las 4 de la tarde, y después de dormir la siesta, me había dado una ducha. Pasé a mi cuarto, vestida sólo con mi bata de baño y una toalla en la cabeza. Sentada en mi cama terminaba de secarme el cabello, cuando escuché pasos afuera, en el pasillo. Por supuesto: era Oscar..., porque era el único de mis hijos que a esa hora estaba en casa.
Esta vez no me di vuelta. Seguí secándome el cabello y dije en voz alta:
-Oscar, ¿estás ahí?...- Y tras un breve silencio, se escuchó desde el living (es claro que Oscar se había alejado, para disimular que antes estaba apenas tras la puerta):
-Sí, má, aquí estoy. ¿Precisás algo?...
-Sí, por favor, vení.
Una imprevista fuerza me embargó, y de pronto me sentí decidida a hacer algo más, a dar algún paso. Insisto en lo que vengo diciendo: nada había decidido concientemente, nada había reflexionado en esos días sobre mi relación con Oscar, simplemente me dejaba llevar por lo que sentía, y por esa ola de libertad que por aquellos días vívía...
A los segundos estaba Oscar a la puerta de mi cuarto.
-Pasá, Oscar. Sentate que quiero decirte algo.
Al momento estaba sentado también en la cama, a un metro de mí. Mientras yo terminaba de estrujarme el cabello con la toalla que me había quitado de la cabeza, le sonreí sin decirle nada...
-¿Qué pasa, mamá? ¿De qué te sonreís?- Y él también sonrió, creo que sin entender nada todavía. Y fue entonces que le dije:
-¿Por qué me espiabas?...
-¿Cuando te espiaba?... Yo no...
-Oscar -seguí diciéndole, sin dejar de sonreirme, para darle a entender que no estaba para nada enojada- me estabas espiando; como lo hacés frecuentemente. No me lo niegues...-
Y como yo seguía sonriendo, finalmente él también sonrió, aunque sin decirme nada. Entonces proseguí:
-¿No habíamos quedado que no me ibas a espiar más, y que cuando estuviéramos solos en la casa, no había problemas que miraras lo que quisieras? ¿Qué pasa, te olvidaste de lo que hablamos?...
-Está bien, ma... pensé que no te gustaba. Es que estuviste tan rara últimamente...
-Si, puede ser que haya estado un poco rara. Y te pido disculpas. Vos sabés que mamá a veces tiene sus días malos, tengo a veces mis bajones y depresiones. Pero también es cierto que creo haber cambiado, y que estos últimos días estoy un poco mejor. Sobre todo... después de aquello que me dijiste aquella tarde, cuando te ibas para el colegio...- Entonces se notó como tragó saliva, y miró para otro lado, sin decir nada.
Yo no sé de donde sacaba fuerzas para hablarle, pero seguí diciéndole:
-Fue muy lindo sabés. Siempre es lindo escuchar que a una la quieren. Gracias Oscar...
-No es nada mamá -dijo mirando el piso- dije lo que sentía.
-Gracias Oscar, fue muy lindo..., y mucho más lindo fue el besito que me diste...- Me sentía sorprendida de mi misma por la decisión que había tomado! No sé de donde me salían las fuerzas para decirle todo eso, y mirarlo con tanta tranquilidad y sin dejar se sonreírle...
El permanecía en silencio, pero ahora evidentemente pasmado, sin atinar a nada...
-La verdad que hacía rato que nadie me decía que me quería...- proseguí, mientras tomaba la bombacha que estaba sobre la cama, y sin quitarme la bata y permaneciendo sentada, comencé a calzármela.
-Sí, Oscar fue lindo. Pero supongo que más lindo debe ser para tu noviecita cuando se lo decís. Contame, ¿qué novedades tenés? ¿No le querés contar nada a mamá?...- seguí diciéndole, sonriente, mientras me ponía de pie para terminar de ponerme la bombacha. Por supuesto que con mi bata puesta casi nada le dejé ver a Oscar, aunque, a decir verdad, noté varias veces como su mirada se esforzaba por no perderse detalle de nada...
-Dale, Oscar, contale a mamá. ¿Ya salís con alguna de tus compañeras de colegio?...
-No, mamá, vos sabés que no. No salgo con ninguna. Y a decir verdad no me gusta ninguna...
-¡Cómo sabés mentir, eh! No te lo creo...- Y mientras esto le decía, en un segundo tomé la decisión, sabiendo que era el momento indicado para ver la reacción de Oscar. Tomé de un cajón un soutien, y con toda naturalidad, como si estuviera sola en el cuarto, me saqué la bata, quedando cubierta solo con mi bombacha...
-Dale, Oscar, con tu mamá no tenés que tener secretos. Contame...- Y no hace falta decir que noté como la mirada de Oscar quedaba fija en mi busto, totalmente focalizada, fijada en mis tetas...
Apenas si me pudo contestar, tartamudeando y balbuceando...
-No mamá... No... Podés estar segura. No me gusta ninguna y no tengo ganas de salir con ninguna de ellas...
-Bueno, Oscar, pero ya es hora que te fijes en alguna. Si no te gusta ninguna de tu colegio, vas a tener que buscar en otra parte.- Seguí diciendo con toda naturalidad, mientras terminaba de ponerme el corpiño, ante la atónita mirada de Oscar, que permanecía boquiabierto...
Luego me vestí mi jean, y un simple sueter arriba. Y volví a sentarme a su lado.
-¿Qué pasa que no hablás?...- Yo le hablaba con toda naturalidad y tranquilidad. Había estado con mi pecho desnudo frente a él como si fuera lo más normal, y sin mostrar nerviosismo. Pero la tensión del momento se había sentido y se seguía sintiendo... Y yo tuve plena seguridad: mi cuerpo seguía impactándole a Oscar, como antes, como siempre. Y sentía un raro placer en mostrarme así ante él, atractiva, deseada. No puedo decir que estaba haciendo de modo conciente un juego de seducción. Ya dije que no me había propuesto nada de modo reflexivo. Sólo me dejaba llevar, con toda naturalidad, por mis ganas de sentirme libre y de lograr que Oscar también se sintiera plenamente libre...
Y de pronto, el silencio de mi hijo se quebró con aquella frase:
-Sos muy linda, mamá.
-¡Bueno, bueno, bueno! -le dije casi con una carcajada en los labios- Resulta ahora que a mi hijo le gustan las maduritas y gorditas!... Yo no soy linda, mi amor!... Las chicas de tu edad son lindas. En ellas te tenés que fijar...!
Pero él no dijo nada. Sólo siguió mirándome por algunos segundos, fijamente, y sonriendo.
-¿Qué pasa? ¿Te quedaste mudo?...
Y entonces agregó: -Nada mamá. Lo creas o no lo creas, para mí sos la más linda...
Y pegó un suspiro y se puso de pie.
-Bueno, mamá. Me voy a estudiar a mi cuarto, que mañana me toman prueba escrita.
-Andá, mi amor. Yo voy a salir un ratito al supermercado, y vuelvo enseguida.
Y así fue... Al irme lo dejé en su cuarto, con la puerta entornada, pero pude ver que se había puesto a estudiar. Salí de casa, a hacer las compras, y regresé pronto, en poco menos de una hora, porque quería preparar la merienda antes de que Marina y Gerardo volvieran del colegio.
Entré al departamento, dejé las bolsas en la cocina y me sorprendió el silencio de la casa, porque era frecuente que Oscar estudiara con algo de música de fondo. Pero no lo llamé; y preferí dirigirme a su cuarto. Aunque me da cierta verguenza confesarlo, debo decirlo: fui de manera sigilosa, como queriendo espiar lo que estaba haciendo. Por el pasillo con poca luz se notaba el espacio abierto de la puerta del cuarto de Oscar, apenas unos cuatro o cinco centímetros, pero suficientes como para poder ver lo que adentro ocurría...
Y lo que ví me dejó paralizada. Realmente no me lo esperaba. Tantas veces me había imaginado esa escena...., pero ahora podía contemplarla frente a mí... Los cuatro centímetros de la puerta abierta eran suficientes como para contemplarlo todo, sin ser vista. Oscar se estaba masturbando...
Y se masturbaba de manera desaforada, casi brutal... Su mano iba y venía a todo lo largo de su pene, a una velocidad inusitada. No me parecía haber visto nunca a alguien masturbándose a esa velocidad, y me resultaba difícil comprender como no se lastimara el miembro haciéndolo de ese modo... Y de tanto en tanto apretaba su cabeza como queriendo exprimirla... Y estirando sus piernas a lo largo, dando la impresión de querer alcanzar un orgasmo que no venía...
Enseguida tuve la impresión de que Oscar se masturbaba mucho, con demasiada frecuencia, y que estaba en una de esas ocasiones en que llegar al orgasmo le iba a resultar extremadamente difícil. Seguramente ya se había masturbado varias veces ese mismo día. Estaba segura de ello.
¿Qué debía hacer? Tuve el impulso instantáneo de entrar y detener aquello. ¡Se iba a lastimar haciéndolo de la manera como lo estaba haciendo!... Pero vacilé... ¿Debía entrar realmente?...
Oscar se deshacía en movimientos convulsivos, sin poder llegar al orgasmo, hasta que pareció que finalmente se sometía a la realidad... de que no era posible masturbarse de ese modo...
Sí, yo debía entrar, y contenerlo de algún modo... Si yo le había permitido verme desnuda, por qué razón no me iba a permitir él verlo desnudo, aún en aquella situación?...
Por un momento me quedé absorta contemplando su pene... ¡Tantas veces había deseado verlo!... ¡Tantos años habían pasado, desde pequeño, y allí estaba su miembro adolescente, delante de mi vista!... Delgado aún, pero ya con su cabecita bastante voluminosa, y considerablemente largo como pronosticando que tendría un buen desarrollo en el futuro próximo... Y su pubis ya velludo... No puedo negarlo: la imagen me excitaba... Pero no podía demorarme más... Debía detener aquello...
Y entré...
-Oscar...
-¡Mamá!... ¡¿Qué hacés acá?!- gritó mientras trataba infructuosamente de subirse su calzoncillo y pantalón que estaban enredados en sus pies.
-Calma, calma, no pasa nada, Oscarcito... no pasa nada...- comencé a decirle, mientras cerraba la puerta a mis espaldas, y me sentaba a su lado.
-¡Pero no, mamá! Dejame solo, andate, no!...- balbuceaba mientras trataba de cubrirse su miembro con las manos...
-Tranquilo Oscar. No pasa nada. Mamá no tiene nada que reprocharte...
-Pero, pero...- balbuceaba, y tartamudeaba, sin saber qué decir...
-Nada, no pasa nada. Quedate tranquilo. La puerta estaba abierta y no pude hacer otra cosa sino mirar lo que estaba ocurriendo. Y menos mal que te descubrí yo, y no tus hermanos, que ya están por volver del colegio...
-Mamá, perdoname, te juro que no lo voy a hacer más...- balbuceaba, temblando como pato mojado o cordero llevado al matadero...
-Oscar, yo no tengo nada que perdonarte. ¿No lo habíamos hablado ya? ¿No habíamos hablado de esto?. Yo sabía que te masturbabas, así que no tenés nada que preocuparte. Es lo más normal, pero... ¿puedo decirte algo? ¿Podemos hablar un poquito?...
El asintió con la cabeza, de modo que yo proseguí:
-Hay maneras y manera de masturbarse. Y me parece que no lo estabas haciendo de la mejor manera. Todo lo contrario. Me parece que al ritmo que ponés, en cualquier momento te vas a lastimar. No se hace así...
El no decía nada, simplemente escuchaba...
Ya no intentaba subirse las ropas, su slip y su pantalón, en el piso, enredados entre sus pies calzados... De modo que su pubis seguía desnudo, ahora con su pene ya fláccido después de la increíble actividad a la que había sido sometido...
Yo hice silencio también, por unos segundos. Y bajé mi vista hacia su miembro... Y en gesto casi instintivo, pero maternal, apoyé mi mano derecha sobre la parte superior de su pubis... acariciando su piel... Y contemplé por un momento más, extasiada, la imagen del pene de mi hijo...
Luego alzé mis ojos y encontré los suyos. Y le dije con toda dulzura:
-Oscar. No te preocupes. Mamá te va a ayudar en lo que necesites. Tenemos que hablar, ¿sí?... -y él parecía asentir con su mirada, casi sin gesticular nada- tenemos que hablar... Pero no en este momento, que están por llegar tus hermanos. Vestite, andá al baño, lavate un poco la cara... y vamos a merendar. Luego hablaremos, ¿sí? ¿Me lo prometes?...
-Si mamá, como digas.
( continuará )