El Diario de Miriam (12)

Cuando él lo hacía así, incansable, yo me volvía loca y me sentía su hembra en todo el sentido de la palabra... su puta, una verdadera puta insaciable... sólo para él, sólo para él... mi hijo...

El Diario de Miriam ( 12 )

Los últimos dos días en Potrerillos ya no serían los mismos para Gerardo y para mí. Sabiendo que había familiares que nos conocían, teníamos que cuidarnos algo más andando en público, fuera de la cabaña que habíamos alquilado. Pero, de todos modos, los dos estábamos decididos a no permitir que este pequeño percance arruinara nuestras breves, muy breves, vacaciones. Decidimos que debíamos ser, al menos, respetuosos con mis tíos, aceptándoles la invitación esa noche a cenar juntos, pero luego inventaríamos algo para poder estar solos lo más rápido posible, y ya no verlos durante nuestra estadía en el embalse.

De modo que no había más remedio, y esa noche estábamos cenando los cuatro, en una pequeña y acogedora parrilla. La comida transcurrió tranquila, conversando de cosas absolutamente intrascendentes. La charla, además de aburrirme a mares, me puso al día del estado de salud y de la vida y obra de familiares, primos tíos, primos segundos, y demás parentela lejana que ya tenía absolutamente olvidada, y que me hizo ver que mis familiares (o mejor dicho, mis parientes) en Mendoza y en la zona, eran más de los que yo recordaba... Y en ese dato quedó fijada mi mente, mientras transcurría la cena.

En realidad, yo no escuchaba, o escuchaba como en segundo plano las voces de mis ya ancianos tíos o la voz de Gerardo, durante la comida, porque me había quedado pensando en todos mis parientes. Sí, en verdad, eran demasiados en Mendoza; eran demasiados los que nos conocían. Y volvió a mi mente el deseo de vivir en otra parte, alejada de todo aquello. ¿Con Gerardo?... ¡Claro, por supuesto, con él, para qué otra cosa si no iba a querer alejarme!... Y entonces fue que imaginé, otra vez como tantas veces, un futuro donde nadie nos conociera, donde nadie supiera de nuestra relación de madre e hijo, y pudieramos vivir en libertad. Quizás en una ciudad grande y populosa, en otra provincia argentina, o, mejor aún, en el exterior, en otro país. ¿En España, donde estaba Oscar?... Quizás... Pero... ¿y Gerardo?... ¿Qué pensaría sobre este tema?...

Pocas veces lo habíamos conversado, más bien ninguna vez en serio, salvo alguna alusión, o alguna frase lanzada al aire, medio en serio y medio en broma... Es que, a decir verdad, siempre me había cuidado de hablar con mi hijo acerca del futuro: no quería que se sintiera atado a nada. O para decirlo claramente: no quería que se sintiera atado a mí.

Yo estaba segura de mi amor por él, y vamos: que no me estoy refiriendo a mi amor de madre, que ése está supuesto; sino al amor de mujer. Lo amaba como hombre, como compañero, como amante, como mi dueño y la fuente de mi felicidad, y también como el beneficiario de toda la felicidad que yo pudiera brindarle. Y yo también estaba segura de su amor hacia mí: su madre, pero también su mujer, su amante. Me lo había demostrado de miles de modos, y a pesar de que muchas veces quise poner a prueba ese amor, alejándolo a la fuerza de mí, e imponiéndole períodos de abstinencia, y distancia afectiva, que fueron más dolorosos para mí que para él; pero siempre me había demostrado, una y otra vez, que yo era su vida y su todo. Incluso hasta llegué a motivarlo a buscar noviecitas de su edad: un par de años atrás solía alejarme afectivamente de él ex-profeso, y le sugería de mil modos que lo nuestro era imposible, forzándolo casi a formar pareja con chicas de su edad. Y Gerardo lo había hecho, pero esos noviazgos no le duraban... Siempre volvía a mí y, sí... yo también, siempre había vuelto a él...

Sin embargo, a pesar de esta seguridad, nunca habíamos hablado de nuestro futuro. Al contrario, siempre que pude le había recordado que él era libre, y que su destino era encontrar una mujer joven como él, con la que formara un hogar, y tuviera hijos, y se casara y fuera feliz... Siempre se lo había dicho con total sinceridad, y aunque esta sinceridad significara para mí el mayor de los dolores, como su mujer y su amante, que así me sentía. Pero así había sido siempre y así quería que siguiera siendo nuestra relación: absolutamente libre, no comprometida a nada, sin ningún tipo de esclavitud que no fuera la de la fidelidad que impone el verdadero amor que nos sentíamos el uno al otro... Siempre lo quise dejar libre, y siempre él había terminado por convencerse y convencerme que su mayor libertad estaba conmigo...

Eso me hacía completamente felíz, pero yo conservaba los pies sobre la tierra: es que los años no pasan en vano, y no vienen solos, y la diferencia de edad entre nosotros es muy grande como para pensar en el futuro... Y por mi parte siempre terminaba concluyendo en una verdad absoluta, que para mí era una verdad marmórea: la necesidad de vivir y gozar el presente, nada más que el presente... Yo sólo soy dueña de mi presente, nada más...

Y en eso estaba pensando cuando me despabiló la voz de Gerardo preguntándome qué postre iba a elegir... Sí, ése era mi presente, y lo quería gozar plenamente. Estábamos en Potrerillos juntos, restaban aún dos días de vacaciones en el embalse, y estaba dispuesta a aprovecharlos al máximo... Ese era mi presente. Nuestro presente: el de Gerardo y el mío.

Por suerte la cena terminó pronto. Nos despedimos de los tíos, y les prometimos ir a visitarlos a su finca en Maipú, y les aseguramos que no tardaríamos en cumplir la promesa. Con una pequeña mentirita, de que al día siguiente saldríamos de excursión, nos liberamos de ellos para el día siguiente, y ya nos despedimos pensando que no los veríamos más en Potrerillos. Y emprendimos con Gerardo el camino a la cabaña, que no quedaba tan lejos.

La noche estaba espléndida, y una gran luna la hacía clara y acogedora. Ni bien dejamos la villa, nos tomamos de la mano, y sentí el fuerte apretón de la mano de Gerardo sobre la mía, que comenzaba a sudar (soy fácil para ello). Y apuramos el paso...

-Mamá, ¿en qué pensabas durante la cena, que te ví tan ida, tan en otro mundo?...- me preguntó, alzando en ese momento el brazo y pasándolo por sobre mi hombro, y atrayéndome hacia él. Y por un momento pensé en confiárselo: en decirle lo que había estado pensando, en hablarle sobre nuestro futuro, y la loca idea de irnos lejos, donde nadie nos conociera, para poder vivir nuestro amor en toda libertad. Pero enseguida un rayo de temor atravesó mis pensamientos, y temblé ante la posibilidad de que si planteaba ese tema pudiera vislumbrar alguna duda o vacilación en Ger..., y entonces no dije nada, o más bien, salí del paso de la mejor manera que pude encontrar:

-Y en qué voy a pensar!... medio borrachita como estaba y estoy, en lo único que pensaba era en llegar pronto a la cabañita, para dormir...- le dije sonriendo... Y fue entonces, que Ger se detuvo, me tomó fuerte de la cintura, me abrazó, y antes de estamparme un besote de los suyos, me dijo:

-¿Y vos te creés que te voy a dejar dormir esta noche?...

No me dejó responderle, porque sus labios otra vez apresaron los míos, sin posibilidad de dejar la amorosa prisión en la que habían caído, y sin querer por mi parte dejarla...

-¡Pero Ger!... que nos pueden ver, papi!....

-¡Qué me importa, que nos vean!... Ya no me importa nada...

Y no le respondí, ni hice ningún comentario... Simplemente cerré mis ojos, mientras seguíamos caminando hacia la cabaña, disfrutando de esa felicidad inmensa que me daba el saberlo mío, y saberme suya..., sin que nada ni nadie se pudiera interponer en nuestro amor...


Y bastó con cerrar la puerta de la cabaña y darle una vuelta de llave, para que todo el mundo exterior desapareciera al instante, y sólo quedara nuestro mundo: el de él y el mío, el de ambos...

¿Que aburro contando una y otra vez el modo como hacemos el amor con mi hijo?... ¿Que no cuento nada nuevo?... ¿Y qué esperan que escriba? ¿Quieren que les mienta, que invente historias que no han sido, ni son ni serán?... Yo no juzgo lo que cuentan otros, ni opino si es verdad o mentira lo que cuentan. Sólo me limito a contar lo mío, lo que he vivido y lo que vivo, lo que siento..., lo que sigo viviendo y lo que sigo sintiendo...

¿Y quieren que se los cuente con lujo de detalles? Pues allí tienen, con detalles, con los detalles más íntimos, los que quizás pudieran parecer un poco fuertes a algunos, pero que son vividos por mi y por Gerardo como momentos de una misma pasión desenfrenada y sin límites...

Apenas si pude evadir su abrazo, para ir de inmediato al baño, pero él me siguió, en silencio, y sonriendo... Yo también sonreía, con esa sonrisa que sabe lo que vendrá... Estaba aún medio confundida por el alcohol y el ruido de la noche transcurrida en el pueblo, pero me dejaba llevar..., sí, me dejaba llevar... en ningún momento pensaba en renunciar a mi secreto pacto interior conmigo misma: permitirle todo esos días, y permitirme todo, absolutamente todo...

Yo también sonreía, dándome vuelta, girando mi cabeza para verlo seguirme. Entré al baño y no cerré la puerta, y él se quedó allí, apoyado en el marco, mirándome... y sonriendo... Siempre me había calentado muchísimo que Gerardo me observara en el baño: quizás en mi subconciente retornaban reflejos de imágines de los primeros escarceos entre nosotros dos, cuando él pequeño adolescente, queriendo descubrir a su mamá desnuda, y yo le dejaba descubrir algo, un poquito, pero cada vez un poco más... y un poco más, y más... hasta que lo supo todo del cuerpo de su mamá, lo conoció todo, y fue dueño de todo... Creo que desde aquellos primeros encuentros, ese lugar, el baño, se había constituído para nosotros dos en fuente de placer adicional...

Me levanté el vestido, bajé mi pequeña bombacha, y me senté a orinar.

Lo necesitaba, y el orín salió de mi vulva, caliente y presto, con fuerza, y con particular sonido, a la vez que dejaba escapar -sin ningún tipo de verguenza- un par de gases. No sé si ya lo conté, pero ahora es buena la ocasión: a Gerardo le calentaba enormemente que su mamá se tirara algún pedito, y frecuentemente yo lo hacía como señal y aviso de lo que estaba dispuesta a hacer, de lo que deseaba hacer..., de lo que sentía impostergable necesidad de hacer... ¿Que esto puede parecer demasiado fuerte a algunos?... Quizás; pero dije que iba a contar todos los detalles; y allí tienen uno, y no tengo pudor en decirlo, y lo repito: a Gerardo le gustan los pedos de su madre, le calienta que su madre se tire pedos!... ¿y qué? ¿Eso está mal?... A él le gusta, ¡y a mí me gusta!, y lo hago con frecuencia, porque sé que en nuestro secreto diálogo es para él una invitación mía a estar juntos...

Dejé escapar los últimos chorritos de orín, mientras Gerardo se acomodaba su bulto en su entrepierna... Pasé a lavarme bien la vulva, con abundante jabón; me enjuagué con un chorro bien fuerte de agua, y tomé una toalla limpia para secarme.

Terminé, y me estaba por subir la bombacha, cuando entonces se aproximó Ger, y me detuvo, y yo dejé caer mi pequeña prenda íntima sobre mis pies (aún estaba calzada y con medias). Mientras su mano izquierda pasó por detrás de mi cintura, acercando mi cuerpo al suyo, su mano derecha se apoyó, sólo se apoyó, con la palma abierta, en mi entrepierna. Y eso me hizo arder en deseos contenidos... Yo también acerqué mis manos y las apoyé a los costados de su cintura, sin dejar de mirarlo, fijamente, a sus ojos...

El no dijo palabra, y me besó, con uno de esos besos suaves, tiernos y dulces al principio, que luego dió paso a juegos más desenfrenados de sus labios y de su lengua, mientras sentía su mano derecha que empezaba a jugar entre la pelambre abundante de mi concha...

-Ay, Ger... papito... Cuánto te necesito, mi amor!... -Yo también mamita, yo también... -¿Tenés ganitas?... -Muchas mamá... -Yo también... ¿Lo vamos a hacer rico?... -Todas las veces que quieras... Toda la noche, si querés...

Por supuesto, no hacía falta hablar entre nosotros, pero a los dos nos encendía hablar, prometer, acordar, revelar..., confiarnos el uno al otro sin pudor nuestros deseos. Y Gerardo repetía una y otra vez: "mamita", sabiendo que aquello acentuaba mi deseo y mi lujuria... quizás como revancha a toda una sociedad que nos obligaba a vivir a escondidas, ocultándonos de todos, pero que no podía impedir que cuando se nos antojara, cuando lo quisiéramos, pudiéramos encerrarnos en nuestro propio mundo, como estábamos ahora, y disponernos a vivir en completa libertad nuestro amor... madre e hijo, hembra y macho...

No sé decir si esos pensamientos se cruzaron verdaderamente en ese momento por mi cabeza; pero de todos modos siempre estaban presentes... Sólo puedo recordar que le costó poco a Gerardo levantar mis brazos y quitarme rápido el vestido. Y mientras yo volvía a besar una vez más sus labios, mi mano derecha ayudó en la faena desprendiendo mi corpiño, que pronto también fue a parar al piso... Y quedé sólo cubierta con mis medias oscuras, que sabía que a él le gustaban, y las dejaría hasta que él quisiera, dispuesta, como dije, a dejarme llevar, sin reparos, a dejarlo hacer, y también dejarme hacer, permitírmelo todo esa noche, sin límites...

Gerardo no pudo contenerse y una vez más, como cientos de veces, como siempre, mis senos pasaron a ser el foco de su atención, y de su incontenible voracidad. Mientras sus dos manos apresaban con avaricia todo el volumen de mis tetas, su boca comenzó a jugar deliciosamente con mis pezones, que no tardaron en erguirse, nerviosos, palpitantes, anhelantes, esperando más, cada vez más... ansiando cada vez más del juego con que Gerardo había comenzado a llevarme a otra órbita...

Y yo lo dejaba hacer, y cerré los ojos, para focalizar también mi atención en su adorable jugueteo. Me calentaba... claro que me calentaba... Y mis manos fueron prestas al bulto de su entrepierna para advertir enseguida que su pija ya estaba al palo, deliciosamente grande y parada..., y lo estaba por mí... y para mí...

-Ay, papito... mirá como estás ya!... Vení, mi amor, vamos a la camita, vamos Ger... -¿Tenés ganas, mamita, muchas ganas?... -Ya no puedo esperar, mi amor...

Y entonces fui yo la protagonista principal de la escena... Tuve que esforzarme bien poco para dejarlo rápidamente desnudo, al lado de la cama, con su hermosa verga alzada, esperándome, con su cabezota ya morada y palpitante, como queriendo hablarme, como llamándome, como pidiéndome a gritos que hiciera con ella lo que debía hacer...

Tomé su miembro en mis manos y comencé por acariciarlo. Mientras no dejaba de mirarlo a los ojos, palpaba con mis dedos, delicada y suavemente, la textura sedosa de esa maravillosa pija que había visto crecer desde su niñez, y que yo misma había hecho crecer con masturbaciones y mamadas incontables e interminables... La sentí cada vez más erecta, cada vez más tensa, más larga, más gruesa, y presionando un poco más mi mano sobre su contorno, comencé a sentir el suave deslizar de la piel sobre el firme y duro vástago. Y entonces lo agité varias veces, como masturbándolo, sin dejar de alzar la vista y mirándolo a sus ojos... Y me lo llevé a la boca introduciéndomelo profundamente...

¿Podré algún día expresar bien con palabras lo que siento al tener la verga de mi hijo en mi boca?... ¿Podré hacerme entender?... ¿Podré expresar a las claras lo que siento en mi propio sexo al degustar el sexo de mi hijo?... Esa misma emoción y temblor que siento cada vez que lo comienzo a hacer, se renueva y también se acrecienta al comprobar la excitación que le produce a Ger, y como con su mirada parece expresarme que se derrite de placer cuando su madre se la come. Y puedo asegurar que pasaría horas haciéndolo, sin aburrirme... pero hacerlo sería egoísmo, puro egoísmo... porque estaría haciéndolo para mí... Es que me enloquece mamarle su verga...

Comencé por absorber cada pequeña gota de su jugo preseminal, que ya empapaba su cabeza, y me llené de su acre sabor, y luego de hacerlo fueron mis glándulas salivares las que empaparon su glande... produciendo saliva en abundancia, llenando mi boca con ella, y acariciando con ella mi adorado tesoro... Sabía que eso era lo mejor: mucha saliva, mucha, para que mi boca no forzara nada, no lastimara nada, y fuera realmente una caricia para aquél maravilloso instrumento... Y luego de masajear su cabezota extensamente con mis labios, seguí avanzando por el tallo, engulléndolo de a poco, lo mismo que una serpiente devora a su presa, lenta y acompasadamente, ladeando y oscilando mi cabeza, al mismo tiempo que lo iba afianzando en el interior de mi boca, para atrapar cada centímetro del espectacular bocado en cada movimiento...

Y fue entonces que sentí su vergota al tope, ya en mi garganta. Y allí me detuve. Es que el tiempo y la experiencia, ya me habían dado suficiente y necesaria habilidad, y con la destreza a la que obliga la premura, inhibí la natural arcada del momento, relajando mi garganta hasta acariciar las cuerdas vocales. Eso sí, mi boca seguía creando sin parar una saliva densa y lubricante que facilitaba la deglución, mientras mi mente controlaba la ingesta, aceptándola, asimilándola, asumiendo ese maravilloso órgano insertado como algo propio. ¡Eso: era algo mío, algo propio!... Sí, sentía la pija de Gerardo como algo mío, y puedo decirlo con toda veracidad, porque jamás me sentía más completa, más yo en mi total persona, que cuando tenía ese adorable complemento, la maravillosa verga de mi Ger, de mi amado hijo, en mi boca, en mi concha, y sí, porqué no, también en mi culo... Ya había dicho que no me iba a detener por nada, que le iba a permitir todo y me lo iba a permitir todo, absolutamente todo...

Y una vez pude encajar el bocado en toda su extensión, completamente atrapado en mi boca, me detuve allí un instante, e hice un esfuerzo por alzar mis ojos y entreverlo, y lo ví... con sus ojos semicerrados, pero también atisbándome, y sus labios susurrando mi nombre, casi en un suspiro...

Y oscilé mi cabeza, como jactándome de mi bocado, pegando la nariz al pubis de Gerardo, e inhalando entre la mota de su vello el aroma de su joven virilidad y sentí en ese momento aún más deseos, anhelos… morbo…, y una ola de incontenible pasión que con furia desatada me volvía a atrapar y me convocaba a liberarme completamente y a dejarme llevar por su corriente... Pero me contuve... no me moví... instantáneamente advertí que era la preciosa pija de mi hijo la que tenía completamente encerrada en mi boca, hasta su misma raíz... Cualquier movimiento brusco podía dañarla... y lentamente fui retirándome, deslizándome por el miembro, desempalándome, y viendo como salía de mi boca en una secuencia sorprendente… sintiendo mi garganta tornarse a su medida… al mismo tiempo que se descubría la verga de mi Ger en toda su plenitud, más ancha, larga y cabezona que nunca, gracias a mi apasionada artesanía... Y la saqué de la boca empapada en saliva que seguía unida a ella por una red de hilos y como filamentos viscosos que unían su miembro a mis labios.

Fue el momento en que Gerardo se recostó en la cama, y yo me ubiqué a sus pies, abriendo sus piernas y volviendo a contemplar esa hermosa pija de la que no podían apartarse mis ojos y mis deseos... Y ella seguía erguida, sin atisbos de perder su tensión y dureza... Y volví a jugar...

Y me metí nuevamente ese gordo glande en mi boca sorbiendo los jugos y retirándome de nuevo… Y fue entonces que Gerardo me tomó la cabeza y me besó, lamiendo mis labios, y queriendo sorber y sorbiendo de hecho mis jugos de sabores… Fue sólo un momento, porque advertí que Ger quería que continuara con mi tarea, y yo también, y lo podía haber seguido toda la noche... Y así proseguí amamantándome, disfrutando de la sabrosa fruta que me ofrecía mi hijo, mi amor, mi hombre, mi macho, mi amante... Disfrutando extasiada del placer que le estaba brindando, aún más que del que yo recibía.

No queria ser egoísta... siempre me daban temores de serlo cuando se producían momentos como ése... En verdad... ¿le estaba dando placer o lo estaba recibiendo, tomándolo yo misma?... Es que mi excitación era tan intensa, tan profunda, tan insondable, que me aturdía en mi propio placer perdiendo de vista que lo que más deseaba en ese momento era que Gerardo experimentara el máximo placer conmigo. Y afortunadamente pude percibir en Ger que el tiempo se agotaba, que el miembro se endurecía, poniéndose rígido, tenso, y que... latía…. Y cuando Ger me advirtió del peligro inminente, yo ya lo sabía, y con presteza calmé mi apetito y pude contener el suyo, posando firme mis dedos en aquél lugar que bien sabía podía detener la eyaculación...

-Si papito... aguanta papito... que tu lechita la quiero toda para mí... pero no ahora... -Sí, mami... ya está... ya está... Sos maravillosa, sos maravillosa... Dejame que ahora quiero chuparte yo, mi amor...

Fue entonces que Ger se incorporó, al tiempo que yo me recostaba y me abría de piernas, bien bien abierta para que pudiera tener el completo panorama de mi pubis, a su disposición. El acercó su cabeza y yo con ambos dedos índices abrí mi concha, descubriendo por entre el abundante vello sus labios grandes y su cavidad morada-rojiza. No tardó Gerardo en meter su lengua por entre los ondulados pliegues de los labios interiores, y comenzar a degustar los jugos que hacía rato ya habían lubricado toda la cavidad de mi vulva...

Prontamente Ger me transportó a otra dimensión... Es que quedaba extasiada con estos juegos de mi hijo, y podía pasar interminables momentos gozando y hasta orgasmando con ese jugueteo interminable de su lengua... Pero esta vez no pude mantenerme así demasiado tiempo, tan caliente estaba y tan necesitada de tener su pija dentro mío. No me pude resistir y se lo pedí con mi rostro y mis gemidos, y Ger no tardó en darse cuenta de mi impostergable necesidad.

Me tomó fuertemente de los muslos, alzó mis piernas por casi sus hombros, e instantaneamente, sin ningún esfuerzo, enterró su adorable instrumento -firme, empalado, erecto al máximo- en mi aceitosa y caliente caverna que lo esperaba como espera el agua un sediendo en el desierto...

Y empezó el rítmico vaivén de entrar y salir, mientras yo me preocupaba por acompañar sus movimientos, haciéndolos armónicos con los míos... Ger lo sabía hacer, claro que lo sabía hacer!... ¡Qué bien lo había aprendido!... Sacaba su verga y la demoraba un instante en el exterior, y luego volvía a la carga sin penetrarme del todo, sino deteniéndose en una primer fase, porque sabía que bastaba con que su cabezota rozara mi clítoris, allí, sólo allí, eso bastaba para electrizarme... Bien sabía Gerardo que eso me producía enseguida mi primer orgasmo, sin dificultad, sin esfuerzo ni suyo ni mío... Yo me retorcía y jadeaba, como poseída... y no me da verguenza decirlo: cuando lo veía a Ger en semejante concentración, envistiendo rítmicamente, incansable, yo me volvía loca y me sentía su hembra en todo el sentido de la palabra... su puta, una verdadera puta insaciable... sólo para él..., sólo para él... Y me embelesaba mirarlo concentrado, preocupado por mantener el rítmico compás de su cintura.

Me extasiaba verlo observar atento su miembro duro, permanentemente empalado, rígido, entrando y saliendo, con virulencia, casi con saña, pero con enorme dulzura... Y yo lo agarraba de sus nalgas, clavando casi mis uñas, sin hacerle daño, pero arrastrándolo hacia mi, y sentía como su verga, más que introducirse, se incrustaba, perforando, martilleando acompasadamente, irrumpiendo en cada empuje con grotesca profusión, saturándome de un placer indescriptible.

Gerardo parecía estar contando para abstraerse, para no irse, para retardar lo inminente, lo que en algún momento sería imparable. Yo sabía que él contaba cada envite, cada rítmico lance, cada puñalada violenta y pasional de su vergota... Uno, dos, tres, cuatro… y seguía perforando, irrumpiendo en mis entrañas. Catorce, quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho… podía sentir, oír, el ruido seco y contundente de nuestros pubis al chocar, toc, toc, plaff, plaff… treinta y cinco, treinta y seis, treinta y siete, treinta y ocho… Y yo parecía ahogarme en mis jadeos, deteniendo mi respiración y tensándome, como agonizante, delirante, y me corrí… ¿fue la segunda vez?, ¿o ya la tercera?... Ya había perdido la cuenta...

Gerardo se dió cuenta, siempre se daba cuenta de mi corrida, y bajó el ritmo pero siguió dando leña, manteniendo la cadencia. Sesenta y dos, sesenta y tres, sesenta y cuatro… y lograba mantenerse, deteniendo su orgasmo todo lo posible... ¡Qué bien lo había aprendido en estos últimos años!...

No era nada premeditado ni consciente, ni siquiera creo que era algo controlable. Simplemente era que ya habíamos logrado una armonía total en nuestras cogidas... Yo me concentraba, y él también se concentraba, y los dos éramos una sinfonía en esta adorable tarea. Pero no dejaba de asombrarme cada vez que parecía convertirse en una verdadera máquina nacida para coger a su madre!... Y funcionaba a la perfección, claro que sí... dando todo de sí, mismo, casi de modo mecánico, absolutamente perfecto y total, como si él mismo, ajeno a su cuerpo activo, se observara trabajando, abstraído pero concentrado. Y podía tener su mente funcionando con claridad, como ajena a la labor que realizaba, mientras su cuerpo se movía enérgicamente, con precisión, en una actividad casi frenética y totalmente controlada...

Estaba allí, impulsando todo su cuerpo en un punto: mi vulva hambrienta... Su verga era como un percutor, con la cabeza saturada de sustancias placenteras, y él... extasiado, excitado, pero en una meseta que le permitía permanecer en ese estado de excitación a su antojo, sin disparar todavía los mecanismos que lo llevarían a una resolución inmediata de la tensión acumulada. Podía controlar su orgasmo, haciendo que yo orgasmara cuantas veces quisiera... Y esto ya hacía mucho tiempo que me había dejado de parecer un milagro, a mi... que hubo épocas en que tanto me costaba llegar, y debía ayudarme con mis dedos en mi clítoris... Ahora no, claro que no, claro que no lo necesitaba...

  • Ya, ya, a papito...- logré susurrarle, una vez que pude recuperar mi respiración normal.

  • Date vuelta, mamá. Te quiero arriba mío... -dijo, mientras él se recostaba y yo me subía sobre él, volviendo a introducir en mi caverna ese adorable apéndice de su cuerpo que seguía como mástil intacto, sin que nada ni nadie pudiera derrumbarlo... Y volví a sentirlo pleno, hasta lo más profundo de mi interior...

Me gustaba mucho esa posición, siempre me había gustado. Por un lado, veía que Gerardo quedaba arrobado ante la vista de mis senos erguidos, voluptuosos, plenos, con sus grandes aureolas, y sus pezones erectos coronando las esferas que a pesar del paso de los años se mantenían alzadas... Notaba en su mirada la manera cmo mi hijo se encendía a la vista de aquellas tetas que habían sido los cántaros de su felicidad cuando bebé, y que luego en su adolescencia pudo recuperar para sí, y que ahora seguían siendo suyas, absolutamente suyas, a su alcance y a su disposición, para devorarlas si quisiera.

Y por otro lado aquella posición me daba un especial placer, por la ubicación en que su pene quedaba en relación a mi clítoris. Y además lo sentía en cierta manera esclavo, a mí sometido: ni su pene ni su cuerpo entero podían liberarse de los movimientos que yo quisiera imponer con mis piernas, mi cadera, y mi cintura... Y bastaba con inclinarme hacia atrás para hacer aún más intenso el placer...

Por momentos Gerardo me apretaba las nalgas con ambas manos, y por momentos me estrujaba con ellas las tetas, buscándolas, acercándolas, para chuparlas hasta saciarse...

Era un maravilloso juego de sumisión mutua, y de liberación mutua... Ambos nos entendíamos. En cierto modo, en aquella posición de nuestros cuerpos yo tenía el control de la situación, pues cuando lo quería me movía a gusto, buscando esa inigualable corriente eléctrica que rozaba mi clítoris al contacto con su verga erecta, a la que podía imponerle los movimientos que yo quisiera, con solo mover mi cadera... Y en esos momentos Gerardo me acompañaba, sumiso y cooperador, moviéndose también él rítmicamente, dando pequeños saltitos con su pelvis, alzando su pija en el momento justo, precisamente cuando yo realizaba el movimiento descendente.

Pero por momentos era yo la que me ofrecía sumisa a lo que él quisiera... Extasiada me sometía a sus deliciosos juegos: mientras yo me reclinaba hacia su pecho para que él pudiera disfrutar aún más de mi pecho, mamando de mis tetas con avaricia, él acompañaba su tarea abriendo con ambas manos mis nalgas, para luego comenzar a hacer circulitos en derredor de mi culito, hasta lograr introducir su dedo índice derecho, con suavidad, sin violencias de ningún tipo, atento a que yo también gozara en esa tarea... Y pude llegar otra vez... y... ¿cuántas ya habían sido?... ¿Y qué hora de la noche era?... ¿Qué hora de la madrugada?... No importaba: era nuestro mundo, sólo nuestro mundo, sólo de los dos, un mundo sin espacio ni tiempo, a no ser el espacio demarcado y delimitado por nuestros cuerpos y el tiempo que mediaba entre cada uno de nuestros orgasmos...

Pero no... él aún seguía contenido, seguía cuidándose de llegar, hasta que yo se lo indicara, o hasta decirme que ya no podía resistir más... Pero aún no había llegado ese momento...


¿Cuánto tiempo ya había transcurrido?... ¿Era hora de dormir?... Ninguno de los dos pensaba en eso... Yo simplemente me mantenía ahora a la espera de la necesidad de mi niño, de mi hombre, de mi amante, de mi macho... de mi amado...

Me quedé por unos momentos inmóvil, de rodillas, tras desprenderme de encima suyo, y quedé así, en cuclillas pero con la cabeza apoyada sobre sus brazos... Y entonces Gerardo se colocó detrás de mí y con dulce condescendencia, como la loba que lame a sus cachorrillos dormidos después de amamantarlos, lamió mi valle del placer..., de arriba abajo y de abajo arriba... Sí... mi vulva aún palpitante, que había recibido el maravilloso repiqueteo de su miembro, ahora recibía las lamidas de su lengua amante, que trataba de serenar y apaciguar tanta dulce furia previa...

Y fue lamiendo lentamente, sin prisas, deleitándose en cada pliegue, libando como una mariposa entre los pétalos de esa concha de la cuál él era completamente dueño y señor: la amada concha de su madre, que era la concha de su amante, de su hembra... Y no pude resistir más tiempo, y volví a encenderme... ¿cuántas veces llegaría en esa noche?... ¿Había un límite para nuestro placer?... Ger enseguida percibió el cambio en mis gemidos y sintió como mis suspiros de gozo relajado comenzaron a tomar nuevamente un cariz mas carnal, dejando de ser ya sólo suspiros, para pasar a ser jadeos de ansioso placer, pidiendo bocanadas de aire que pudieran acompañar las pulsaciones que nuevamente se aceleraban...

Entonces, con ambas manos tomó mis nalgas, y las acarició en círculos, rodeando cada una de mis semiesferas con la mano y pasando los pulgares de arriba abajo por la hendidura, jugando entre sus pliegues. Nuevamente pasó su lengua humedeciendo cada recoveco e introdujo los dedos en el pequeño orificio. Sí, en el pequeño... en mi ojete... Y yo no tuve temor... porque también necesitaba que lo hiciera. Esa noche estaba dispuesta a todo, y se lo iba a permitir todo, y me lo iba a permitir todo...

Lo habíamos hecho pocas veces, porque en mis años juveniles siempre había tenido reparos y temores en hacerlo, y casi nunca lo había permitido en mis anteriores parejas. Pero sobre todo con Gerardo había logrado a confiar y dejar de lado el miedo, porque ya tenía de sobra experimentado que Ger no haría nada que pudiera causarme daño. Y habíamos podido entendernos también en esto... Y era delicioso y yo podía gozar a rabiar...

Cuando sabía que mi hijo iba a eyacular dentro mío, entonces lo hacíamos así como lo haríamos ahora, sin condon, conteniéndome un poco yo y cuidándome de no ensuciarlo; y mi esfuerzo valía la pena, porque sentir su lechita allí, en ese lugar, era la gloria. Pero cuando sabía que Ger no iba a eyacular en mi ano, entonces prefería ponerme un resguardo, para poder moverme en libertad e incluso permitirme gases y alguna otra cosita... al hacerlo, sin temor a que pudiera hacer daño en el pene que era todo mi tesoro...

Y Gerardo comenzó su maravillosa tarea... Lentamente giró sus dedos en el interior de mi culo, adentrándose en profundidad, palpando la textura de mi ano. Se incorporó ligeramente y sin más demora apoyó su glande a las puertas de mi ojete... Pero... lo detuve...

-Espera, papito... vamos a hacerlo más rico...

-Yo te cuidaré mamá, no te haré daño, lo haré suavemente...

-Sí, ya sé mi amor, y quiero que lo hagas, quiero que me la metas también ahí, y que me llenes de toda tu lechita..., pero así, papi, así...- y mientras decía esto, me dí vuelta, me apoyé en el respaldo de la cama, me giré hacia un costado para permitir que él se ubicara fuera de la cama, de pie o como mejor pudiera, y me doblé todo lo que pude alzando bien mis muslos, para que quedara frente a él todo el panorama de mi culo a su disposición y antojo.

Gerardo se ubicó frente a mí, mientras no dejaba de salivar su pija, comenzando también a llenar de saliva la puerta de ese adorado agujerito que en instantes iba a poseer. Lo ví en sus tareas preliminares y me excitaba verlo así, dispuesto, sereno, dueño de sí, delicado y a la vez dominante, sabiendo lo que iba a hacer, como emperador que fuera a tomar posesión de sus dominios...

Y llegó el momento de acercar su glande, con delicadeza y firmeza a la vez... y... no hizo falta más... y entró arrollador, hasta dentro, hasta bien dentro...

Recuerdo que gemí quejosa, casi como un maullido…. Mientras Gerardo comenzó el ritmo de percusión y yo mi canción jadeante... y ambos nos entregamos a esa sinfonía total y primigenia del placer mas intimo...

Era descomunalmente maravilloso sentir la verga de Ger en mi culo... Mi ano no había opuesto resistencia ninguna, gracias a la excitación de horas que yo llevaba y gracias a la pericia con la que mi hijo lo había salivado. Su pija entraba y salía sin problemas, sin hacerme sentir el menor dolor, a la vez que sus manos jugaban con mi vulva abierta, con sus pliegues y con su clítoris... Era un placer inenarrable... Y a tal punto era todo perfecto que podía sacar su mástil completamente al exterior y lo volvía a ingresar sin dificultad... No con la violencia de sus anteriores latigazos en mi concha, sino de una manera más suave y delicada, con movimientos más lentos, pero no menos firmes y decididos...

Nuestros cuerpos y nuestros órganos (la aceitada flexibilidad de mi ano y la firmeza erectil permanente de su pene) vivían ese momento inigualable en que nos era posible hacer todo lo que quisiéramos...

Hasta se separó por un momento, sentándose él al borde de la cama, quedando ahora él semi-apoyado en su respaldar, y haciéndome sentar a mí de espaldas sobre él, y tomándome con fuerza y soltura, elevando nuevamente mis muslos, para incrustar nuevamente su verga allí, nuevamente allí, de donde yo no quería que saliera...

Sabía que me iba a dar todo su semen. Sabía que se iba a derramar en mi culo cuando él lo quisiera. Ahora era "su" tiempo, su momento... y yo estaba dispuesta y atenta para acompañarlo en su orgasmo y llegar junto con él.

Y pronto llegó la ocasión propicia. Me lo hizo saber, retirándome suavemente e indicándome que me pusiera inclinada, con mi cola en pompa, a su vista: él de pie, con su lanza otra vez amenazante, ya para lanzar el último y definitivo ataque...

Y... llegó, y se derramó... Y yo también, una vez más pude subir a la cima del placer, al punto crítico de mi excitación sexual...

Y sentí el fluir ardiente de su semilla directamente en mi culo, hasta lo más profundo... Gerardo comenzó a sacudirse convulso, extasiado, atormentado por la imperiosa necesidad de las sacudidas en su miembro durante la eyaculación, pero yo permanecía casi inmóvil, abocada en mi presa, sintiendo como mi trasero ingería el ardiente caldo que había extraído a mi hijo con la intensidad de una erupción. Y yo misma permanecía en clímax prolongado, sintiendo mi vulva ardiente de deseo ya satisfecho, loca, endurecida hasta casi producirme dolor, pero un dolor relajante -quizás no me sé explicar- el agradable dolor del que se ha esforzado y logrado lo que quería...

Y fue entonces que -como alguna vez antes había ocurrido- una lágrima brotó de mis ojos..., y enseguida otra, y otra... Quise disimular, ocultarme a la mirada de Gerardo, pero no pude. Y me incorporé, confundida, aturdida, extasiada, sorprendida, confusa… Pero, a diferencia de otras veces en que eso me había ocurrido, no quise escapar, no quise evadirme, y decidí que no lo iba a hacer otra vez, porque sería el inicio de otra de mis habituales depresiones... Y sentí valor, y alzando mi rostro, liberada, me dejé llevar, como debía hacerlo, me dejé llevar por mi llanto, liberando mi llanto, porque así debía ser, porque no era un llanto de tristeza ni desesperación, sino un llanto de felicidad... Y volví a sentir un amor que me emergía desde dentro, que había nacido sí, en lo físico, pero que no terminaba en lo físico. Que había nacido sí, en mis órganos sexuales, pero que no se agotaba en el sexo... Un amor que se había originado en los labios que habían besado a Ger, y que habían recibido su miembro; un amor que había nacido en mi vulva y en mi ano, pero que no terminaba en ellos... Era un amor que rebasaba el límite del amor materno... Y en plena confusión, maravillada, estallé -ya sin ningún tipo de contención- en un llanto imparable, desbocado, desgarrador...

Y ví a Gerardo, que apenas podía reaccionar, y que me miró sorprendido, asustado...

-¿Qué pasa mamá, qué pasa?...- me preguntó, mientras me abrazaba con fuerza y me besaba. Y no se detuvo, y me besó en el rostro, en los ojos, en la boca.

-Te quiero, mamá… te quiero… ¿qué pasa?...- y me siguió besando en el cuello, en los pómulos, a lo largo del camino que iban recorriendo mis lagrimas incontenibles.

-¿Qué pasa? ¿Qué ha pasado mamá?... ¿Qué he hecho mal?...

-Nada, nada, mi chiquito, mi Ger... nada... -y en medio de la nublada visión que me permitían mis lágrimas, le dije: -Sólo que te amo, te amo con todo mi corazón...

Y, desnudos como estábamos, nos unimos en un abrazo que traspasaba lo puramente físico..., y que alcanzaba a nuestras almas que se unían misteriosamente con un lazo aún más intenso que el que habíamos tenido hasta entonces...

Y otra vez volví a sentir la necesidad de decirle lo que sentía... De hablarle de mis temores por el futuro, del temor a perderlo, del temor a que él no me amara como yo lo amaba, y de que su amor se cansara y no perdurara... Pero me contuve, y nada le dije...

Una vez más lo supe: mi vida era el presente, nada más que el presente...