El diario de mi día de San Valentín offline
David va a visitar a Marcos con un "paquete" muy especial.
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Diario de una adolescencia gay
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Un relato del Enterrador
Especial: El diario de mi día de San Valentín
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El diario de mi día de San Valentín offline
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Aquél era un día como otro cualquiera. Ni las nubes trazaban el rostro redentor de nuestro Salvador, ni los corazones de las aves evaporaban toda pureza en forma de cánticos, ni los rayos del astro padre constituían un refugio de dignidad para ésos cuyos techos fueron abatidos, ni nada fuera de lo normal. Día soleado estándar. En realidad, lo único que me sacaba ligeramente de la rutina ese día era la visita de David. Esa mañana yo no había ido a clase─no se preocupen por mí, que no fue por indisposición, sino por pereza─, y él me había escrito un mensaje con intención de pedirme permiso para venir a mi casa.
Su gesto, totalmente noble y caballeroso, además de nacido de la preocupación al no verme llegar a primera hora, me habría parecido mucho más conmovedor si no llega a despertarme cuando yo no había abierto los ojos siquiera. Me dijo que quería pasar el día conmigo. Y, Dios, ¿cómo iba a negarme a pasar el día con él, con semejante escultura griega poseedora de alma y razón? Aunque me daba miedo de que fuera consciente de que yo no podía rehusar ni uno solo de sus requerimientos, acepté. Eso sí, debido a que tenía entrenamiento con el club de fútbol, vendría a mi casa sobre las 18:30 o así. Me venía de perlas; ¡así podía pasarme la mañana durmiendo!
Aquella mañana observé con gozo que ya no me ponía tan nervioso ante la idea de que David fuera a venir a mi casa. Idolatrar a alguien no es malo, pero divinizarlo es excesivo, de manera que me obligaba a mí mismo a no dejarme llevar tan a la ligera por él. “¿Por qué?”, se preguntarán, “¿Por qué no aferrarse a un ídolo y rendirle culto durante el resto de nuestra existencia con el simple objeto de que nos proporcione siempre la felicidad?”. Créanme, soy el primero que piensa así; no obstante, cuando ocurrió el incidente de la hermana de David y estuvimos un tiempo alejados, el desgarro que sufría mi espíritu era tal, que me levantaba y dormía de la misma manera, entre lágrimas; sólo las retenía al estar en algún sitio público.
Por ello, pensé que no podía depender tanto de él. No es ya sólo que no sea bueno, es que no es sano. Yo lo amo con todas mis fuerzas, pero me temo que debería controlarme un poquito. Lo admito, hay veces en las que no puedo dominarme y termino por dejarme llevar, pero trato de manejarme como puedo. Si, por ejemplo, David sale de la ducha en mi casa, y viene a mi habitación con tan sólo una toalla en el cuerpo y con toda su piel derramando humedad para decirme: “Ya he terminado de limpiarme. Ahora me apetece limpiarte a ti. O, más bien, primero ensuciarte para después limpiarte. ¿Volvemos a la ducha?”; me negaría alegando que eso sería demasiado gasto de agua caliente, y después iría al baño a masturbarme.
Si, de otro modo, estando ambos a solas en mi cuarto, saca un pitillo del bolsillo, se lo enciende─cosa que es bastante improbable, porque no fuma─; para después declarar, agarrándose el paquete: “Después de un largo día esto es lo que mejor me entra. Dime, Marcos, ¿tú también quieres una dosis de lo que mejor te entra?”; le diría que no podría hacerlo con él, ya que no soporto el humo de los cigarrillos, y después iría al baño a masturbarme.
Si, ya como último caso, estuviéramos en el salón de mi casa comiendo palomitas, él tuviera el bote sobre su regazo, y, al ir a coger del fondo, me susurrase con expresión picante: “¿Por qué rebuscas tanto? ¿Es que las de arriba no están lo suficientemente saladas? Bueno, si bajas más, puede que encuentres una fuente de algo más salado”; le daría una negativa argumentando que no me había gastado una pasta en la peli para que no la viéramos, y después iría al baño a masturbarme.
¿Exagero? No, ustedes no conocen a David; es la sensualidad en persona. Hay tantas feromonas a su alrededor, que si le miras con visión de calor, sólo ves un muro rojo. Y pensar que ese tipo se vistió de Papá Noel para recuperarme… ¿Eh? ¿No saben ustedes quién es Papá Noel? Se trata de Santa Claus, como lo conocen los americanos. En España lo llamamos así.
Realmente la tradición de mi país no consiste en un viejo gordo y pedófilo que se cuela en casas ajenas por la chimenea, sino de los tres reyes magos de Oriente, que son los que traen los regalos. Es una alegoría bíblica, pues éstos fueron los que le llevaron sus primeros presentes al niño Jesús. Al obeso carmesí lo inventó Coca-cola, que lo sepan.
Resumiendo, a base de muchas pajas y pocos encuentros con él, podría evitar convertirme en su esclavo. No era tan sólo una ventaja para mí; seguramente mi total adoración era algo que tampoco sería de su agrado. Es raro, supongo, que alguien esté todo el día diciendo lo genial que eres y lo mucho que te quiere. Lo admito, a mí me gustaría, pero lo que me gusta a mí, no suele gustarle a todo el mundo. Suelen considerarme raro.
La tarde de ese día, como hacía muchas tardes, estuve viendo episodios clásicos de Dragon Ball. Y, habiéndome preparado sobre las 18:15─record de indiferencia. Estaba orgulloso de mí mismo─con lo primero que pillé, fui a abrir la puerta, para encontrármelo al otro lado, cual siempre que volvía del entrenamiento, todo sudado. Un leve gorgoteo se esparció por mi garganta.
Joder, la luminiscencia del Sol, atravesando el sudor que le recubría, hacía que brillara; que sus músculos, ya de por sí marcados, gritaran con la voz de la perfección; que su sonrisa, siempre perfecta y pulcra, se mezclara con todo ese halo de belleza; en definitiva, que su figura alcanzara los estandartes de la Grecia Antigua.
No, no podía dejarme llevar como un crío al que le ponen delante un caramelo. Desvié mi atención de él para fijarme en lo único inusual la escena: que traía una caja entre las manos. “Caja del demonio”, exclamé para mis adentros, “debido a tu peso, puedo ver cómo se contraen los músculos de su brazo. ¿Cómo voy a aguantar mis suspirillos de niña tonta si haces eso?”.
─Hola─expresó con júbilo al encontrarse conmigo.
─Hola─respondí algo distante señalando lo que traía─, ¿qué es esa caja?
Únicamente rió; a continuación, entró en la casa. “Como si estuvieras en tu casa”, le dije en tono jocoso debido a su intromisión. A pesar de que estábamos en mi domicilio, él iba delante por los pasillos y era él quien me guiaba hacia el sitio adonde se dirigía. Mi plan de ignorar sus hermosísimos atributos no había empezado muy bien, mas, al tenerlo de espaldas ante mí, andando, al menos no me imaginaba cosas raras.
O eso pensaba, hasta que reparé en esos pantalones cortos tejidos por el mismísimo Belcebú. Dejaban escapar de su prisión de tela a sus curvas y lampiñas piernas. Eran pálidas, como las de cualquier buen americano, y eso era precisamente lo que les daba ese aspecto de suavidad y delicadeza que tanto me llamaba la atención. No era como esas piernas gordas con aspecto de salchichas y peludas cual oso que estaba harto de ver en mi país. Se notaba que David se depilaba y se cuidaba, dado que toda su apariencia exterior era absolutamente insuperable, y eso no se consigue más que con el mimo de la atención.
Durante el trayecto no dijo una sola palabra, cosa que hizo que comenzara a agobiarme. Fruncí el ceño, le agarré el brazo y le detuve en seco.
─Espera─dije─, ¿a dónde vamos?
─A tu cuarto, ¿a dónde si no?─respondió algo sorprendido por que le cuestionara acerca de eso.
─¿M-mi cuarto?
Si íbamos a mi cuarto, no iba a controlarme, lo sabía; y, al menos, quería esperar un poco para entregarme a él ese día. Mi polla, que al oír su oferta ya se había levantado, como una mano en una subasta, para aceptarla; parecía no estar muy satisfecha con mis pensamientos. Incluso me llamé tonto a mí mismo por no querer coger lo que deseaba. No obstante, tenía que demostrarme a mí mismo que podía pasar tiempo con él sin tener sexo.
─¿Y no te apetece que veamos una peli? ¡Oh, tengo una que seguro que te gusta! Se llama “Quiero ser como Beckham”. Es de mi padre, pero podemos verla─le ofrecí con una sonrisa nerviosa.
─Otro día quizás. Ahora vamos a tu cuarto. Así te enseño lo que te he traído─declinó en tono amable.
─Me lo puedes enseñar en el salón─le reprendí.
─¿Qué pasa, Marcos? Ni que tuvieras un tío escondido en tu cuarto─emitió una risita divertida.
─Teniendo en cuenta que me has avisado, eso sería absurdo. ¡Pero, en serio, vamos al salón!
Entonces me agarró de la mano sin decir una palabra y tiró de mí para dirigirnos al dormitorio. ¿Saben ustedes que los gatos, cuando se les agarra de cierta parte del cuello, permanecen inmóviles, sumisos, obedientes? Eso me ocurría a mí cuando David rozaba mi cuerpo. Su mano, con ese tacto tan suave y cálido, tan esponjoso y sosegado, tan soporífero y tan estimulante; estaba sobre la mía. ¿Por qué su tacto tenía ese efecto sobre mí? ¿Por qué su hechizo era tan poderoso? Es inútil; un simple humano, por mucho que lo intente, no puede enfrentarse a la divinidad, y mucho menos oponerse a ella. Todo aquél que lo intenta es castigado, castigado por la impotencia.
Aunque ahora llevaba la caja colocada sobre el hombro con una mano, andábamos relativamente rápido, y aun así, para mí el tiempo se sucedía no segundo a segundo, sino eternidad a eternidad. Estaba como fuera de mí; veía la escena desde el exterior. Podía vernos a él y a mí recorrer el pasillo a la par que una luz tan brillante, que podría cegar hasta a aquél que ya es ciego, nos esperaba al fondo de éste. Yo tenía la mirada perdida y el rostro cubierto del más apasionado rojo, y él se sonreía con cierto aire travieso, como ese chiquillo que acaba de hacer alguna maldad y huye de la posible reprimenda. Era como deleitarse con la magnificencia de un cuadro soberbio. Una sensación espectacular.
Como flotando y sin darme cuenta, me encontré a mí mismo en mi habitación. David estaba, caja en el regazo, sentado en la cama, y esperaba impaciente que me acercara a él, aun con alegría reflejada en su gesto.
─¿Qué hay en la caja?─pregunté nuevamente.
─Ábrela─me la ofreció con los bañados en el fulgor del que sólo puede dotar la ilusión.
Cogí la caja, la puse en el suelo y me senté junto a ella para abrirla. Tras retirar la cinta adhesiva que hacía las veces de cerradura improvisada, aparecieron unos extraños ropajes ante mí. Dirigí una mueca de confusión a David y éste se dispuso a explicarse:
─Verás, como no sabía qué querrías para San Valentín…
─Espera, espera─le interrumpí levantándome del suelo─. ¿Hoy es San Valentín?
─Sí. ¿No lo sabías?─inquirió con cierto aspecto juguetón, como diciendo: “Eres un caso perdido”.
─Oh, mierda─me dejé caer de nuevo─. Se suponía que, como tú me regalaste algo en Navidad, yo debía ser el que te regalara a ti en San Valentín. Soy yo el único que tiene dinero y soy el único que obtiene regalos─suspiré─. Lo siento muchísimo, David, de verdad. De veras que pretendía hacer algo especial por ti, pero fueron pasando los días y se me pasó. Soy una persona horrible, un novio horrible.
─Marcos, lo bueno de ser pobre es que no nos importa recibir regalos. Estamos acostumbrados a…
─¡No digas eso!─volví a pararle en seco─. ¡Eso es muy triste! Yo… yo… ¡No quiero que pienses así! Yo soy tu novio. Si necesitas algo… No, espera… Si quieres algo, me lo dices, y yo te lo conseguiré.
─Oh, vamos, sabes que yo no podría consentir eso.
─Entonces te daré lo único que puedo darte, mi cuerpo─sentencié en tono serio caminando hacia él. Hasta forcé cierto aire de chulería. No sé qué se me pasó por la cabeza.
─Quieto ahí, Marlon Brandon─estiró el brazo y lo colocó en mi pecho para detenerme─. Aún no te he explicado de qué va mi regalo.
─¿Qué?─me quejé enfurruñado─. Un conjunto muy chulo. Ahora lléname con tu…
─Marcos─exhaló una pequeña risotada─, escúchame, por favor. Siéntate.
─Vale─volví a mi posición anterior apartándole la mirada algo enfurruñado.
─Como iba diciendo; no sabía qué podía darte, de manera que le pregunté a un chico del club de fútbol al que también le gustan las cosas japonesas, y me dijo que lo mejor que se le podía regalar a un “otaku” (es así como se dice, ¿no?) en San Valentín, es una sesión de…
Y alzó de nuevo los trapos de la caja. No podía ser. ¿En serio íbamos a hacer…?
─Cosplay sexual─anunció.
Esa clase de cosas, esas armas de doble filo que me hacían amarlo pero a la vez odiarme más a mí mismo, porque no creía merecerlo… Eso es lo que hace que no pueda resistirme a él, que me rinda a sus pies. No es una exageración decir que es perfecto. Es un novio ideal que, aparte de tener un cuerpo esculpido en el Olimpo, me trata bien y se interesa por lo que me gusta. ¿Qué tengo yo? ¿Qué tengo yo, la mediocridad, la vulgaridad, el simple humano, para que él se decida a complacerme?
Mi titubeante figura se entumeció, se adormeció; sencillamente dándose por vencida. Tenía hasta ganas de llorar, y en mi interor se atoraba todo lo que quería decirle, todo lo que quería agradecerle, todo lo que quería lisonjearle. Alcé ambos brazos como un bebé que busca la protección de sus padres, y me lancé a abrazarlo.
¿Cómo podía ser tan perfecto? Era algo que no llegaba a comprender. Me rodeó por completo, pudiéndose encontrar ambas manos en ambos lados, y tras un rato en el que estuvimos en silencio, me separó ligeramente para sonreírme y acariciar mis mejillas. De nuevo me puse colorado.
─¿Cómo es posible que me hagas tan feliz?─exclamé casi sin pensar lo que decía.
─Sólo te devuelvo lo que tú me das a mí─susurró con calmada voz.
─Yo no te doy nada; tan sólo molestias─respondí algo abatido.
─Jamás serás una molestia para mí, Marcos. ¿Cuándo te va a entrar en esa cabezota?─y me dio un golpecito en la frente─. Y, ahora, escoge los disfraces que prefieras.
Sus halagos me embelesaban, pero me acordé repentinamente de la ropa cuando la mencionó. Si no, me lanzo a sus brazos vestido como estaba. Volví hasta la caja y rebusqué. Había disfraces de Goku y Vegeta─demasiado evidente─, de Naruto y Sasuke─no me gustaba “Naruto”─, de Onodera y Takano─demasiado repetido─, de Spamano─ni me molestaré en reseñarlo─, y de muchas otras parejas conocidas del mundo manganime.
Mientras seleccionaba el que más me gustaba, David hablaba:
─No veas lo que me has costado conseguirlos. He tenido que pedírselos prestados al club de novelas gráficas. Me han obligado a posar para ser un superhéroe, pero ha merecido la pena. Y después, ¿a qué no sabes qué me ha pasado? Pues resulta que los había escondido en el vestuario del gimnasio, pero mientras lo hacía, entró uno de los novatos. Casi me dio un infarto. Menos mal que el chico no se dio ni cuenta. Salí de allí con la cara de los muertos. Muchos me lo comentaron.
─Éstos─dictaminé.
Su rostro retenía una mueca burlona, a la par que algo interesada. “Interesante....”, dijo. Con una sonrisa en los labios, le di su traje y le pedí que saliera fuera a cambiarse, que yo mientras me ponía el mío. Así lo hicimos. Nunca le había pedido hacer algo así por vergüenza, mas ahora lo estaba deseando. No sabía hasta qué punto no sentiría cierto pudor, pero al menos iba a poder cumplir mi fantasía. Me embutí las prendas del disfraz y le dije que pasara. Sería la primera vez que David y yo nos lleváramos como el perro y el gato.
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Ante mí, postura erguida y sonrisa traviesa, se encontraba David, vestido de perrito. Distaba mucho de parecer un sucio chucho; tenía un aspecto digno, altivo, resplandeciente. Bromeé para mis adentros atribuyendo todo esto a que era de pura raza. Su disfraz consistía en una diadema con orejas caninas, que coronaban su apolíneo cráneo; en un hocico cuya goma estaba atada a sus apetecibles oídos; y en una cola juguetona que asomaba de sus pantalones─no malinterpreten estas palabras. La cola venía en sus calzoncillos, y salía desde atrás, así que no es lo que ustedes estaban pensando─.
Permanecí sentado en el suelo, maravillándome con cada detalle de su estructura, incluido el disfraz. Yo, por mi parte, iba de gato. Me había colocado una diadema con orejas felinas, unos colmillos falsos, unos calzoncillos con cola de igual aspecto a los suyos e, incluso, aunque eso lo hice por mi cuenta, me pinté bigotes en la cara. Lo admito, me lo estaba tomando muy en serio. Y cómo para no; no sabía si iba a poder repetir la experiencia. En realidad, este tipo de prácticas se suelen realizar cuando ya se llevan muchos años de casados y ya no se mantiene la llama, ¿no? Se necesitan probar cosas nuevas, y ésta es una de ellas. Pero si lo hacíamos de jóvenes, ¿qué nos iba a quedar para esas crisis? Bueno, aun así, quería probar. En el futuro, si había que probar otras cosas, pues que así fuera. Pero, por el momento, iba a saborear mi mayor fantasía.
Con mirada seductora y gesto bromista, pronunció de repente:
─Vaya, me pareció ver un lindo gatito.
Soltada una leve risita por su comentario, me alcé y caminé hacia él para después rodear su cuello y darle un tímido beso en los labios.
─Es cierto, es cierto. He visto un lindo gatito─continuó.
Ahora que era una bestia salvaje, iba a poder degustar con todo lujo de detalles su cuerpo, sin quedarme en la superficie. Olisqueé su cuello sin soltarme de él y luego le pegué un lametón. David sencillamente se dejaba hacer. Viendo que aquello no despertó alerta en él, fui arrastrando la lengua por toda su garganta; hasta dando pequeños mordiscos y chupetones. Su olor, su sabor, su tacto, su aspecto y su voz me encantaban… Si es que me entraba por los cinco sentidos. ¿Cómo no iba a arrodillarme ante él cuando ya no sólo mi corazón, sino todo mi cuerpo, temblaban por él? Fui ascendiendo poco a poco hasta lamer su mejilla, sus labios, el interior de su boca… Nuestras lenguas se cruzaron, y la suya no opuso resistencia alguna, sino que se lanzó con furia sobre la mía como perro y gato callejero en una pelea. Rápidamente le descamisé mientras seguíamos besándonos y descendí con mi orgía de degustación, deslizándome delicadamente por su cuello hasta alcanzar la parte superior de su pecho.
Madre del amor hermoso, qué pectorales de acero tenía. Era como chupar una estatua hercúlea, pero sin el agravante de la frialdad de la piedra. Toda su figura poseía una belleza y simetría que rozaba lo fantástico, aunque lo que era más increíble, era que estuviera conmigo habiendo tantos otros por ahí mucho mejores que yo. Resbalé mi lengua hasta alcanzar su abdomen y restregué los dientes, colmillos incluidos, entre cada uno de sus abdominales. No sé ni por qué lo hice; sencillamente me dejé llevar por aquella sensación extrasensorial y mis acciones dejaron de tener sentido. A continuación, los ensalivé.
Entonces fijé mi atención en algo que estaba más abajo. Su polla estaba totalmente erguida. No pude evitar que un amago de risotada se me escapara, cosa que hizo que posara su mano en mi nuca y clavara sus ojos, antes elevados y cerrados, y ahora abiertos; en mí. Los míos le imitaron. Hay cosas en este mundo que son imposibles de explicar o de definir, y esa sensación era paradigmática de aquella idea. Era un sentimiento alborotado, caótico, y a la vez tranquilo, paciente, casi soporífero.
Posados nuestros globos oculares los unos en los otros, me relamí, pasando delicadamente la lengua por esos colmillos de pega y, agachado, le bajé los pantalones. Como no quería que perdiera el rabo del disfraz, tan sólo extendí los calzoncillos un poco hacia abajo. Su polla quedó libre, y parecía estar lista para la misión que le era destinada.
Me la metí en la boca de una sola vez y pude vislumbrar perfectamente cómo su expresión se agrió, cerrándose sus ojos y arrugándose su nariz. Soltó un fuerte resoplo y dejó salir un largo y aireado: “Jooooder”. Eso me hizo feliz. Si hubiera sido un gato de verdad, creo que habría ronroneado y todo. Posadas ambas manos en sus caderas, movía la cabeza para provocar fricción en su capullo y así llenarlo de placer. Empecé fuerte, porque quería provocarlo, de modo que el ritmo al que lo hacía ya era frenético desde el primer momento. La extremidad que le había quedado libre fue llevada ahora junto a su homónima a la parte trasera de mi cabeza para, aun sin empujar fuertemente, hacer cierta presión en ella. En cuanto al sexo, los hombres somos ansiosos desde el primer momento, y él no era una excepción; sin embargo, como se dejara llevar mucho, se iba a correr enseguida, y yo también quería disfrutar de hacerlo “al estilo perrito”.
Me la saqué de la boca frunciendo el ceño cual gato enfurruñado que desobedece a su amo y, tras agarrarla con el puño cerrado, me dispuse a lamerla en círculos. Hizo pucheros con expresión de súplica; y casi no me pude resistir a seguir complaciéndolo; no obstante, como señal, me llevé la mano a la parte trasera de mi pantalón, internándola dentro, para acariciarme el culo. Torció los labios como dándose cuenta de lo que me proponía, y me dejó obrar a mis anchas. Me la metía en la boca y jugueteaba con ella, restregando la lengua por todo el tronco; luego la sacaba y era el turno del glande, al que colmaba de atenciones y de saliva. Sus gemidos comenzaron a dibujarse, cual música celestial, en mis oídos.
Debido a todo el calor que sentía, a ese calentura que me ardía por todas partes, no pude evitar introducir un dedo en mi interior. Mi respiración, ya agitada de por sí, se desvocó al mismo tiempo que mis latidos. Ya me tenía cachondo perdido, y eso que él apenas me había tocado a mí.
De repente, cuando andaba ensimismado y en un estado de semiinconsciencia, David me agarró de la cintura, detuvo la mamada que le estaba haciendo y me posó suavemente sobre la cama. Le interrogué con el semblante, y respondió en tono severo:
─Tú ya has disfrutado bastante. Ahora me toca a mí.
Yo me encontraba tumbado y él de pie ante la cama; pero se dejó ir con las manos hacia delante y se clavó sobre mí. Tras ello, llenó mi boca con su sabor, y yo nuevamente rodeé su cuello con mis brazos. Saborear aquellos arrebatos de instinto, de irracionalidad, de salvajismo, era tan satisfactorio, tan dulce, tan pacificador… Mi sentido se hallaba perdido en su ser. Sólo él pasaba por mi mente, sólo él estaba, sólo él existía. Mi mundo, en aquellos instantes, giraba a su alrededor, y, créanme, jamás habría cambiado eso por nada.
Siempre que me colmaba con su ternura me entraban unas ganas ahogadas de llorar, como si fuera a hacerlo de un momento a otro, mas sin que la posible vergüenza de hacerlo me permitiera lacrimar. Eran, por supuesto, lágrimas de júbilo, de un júbilo extrañamente melancólico; cosa que me hacía más necesitado de aferrarme a él, de pegarme a él, de no soltarlo jamás, de atesorarlo por siempre y para siempre.
─Vaya─se alejó dando por finalizado el beso─, parece que el gatito está ronroneando.
En aquel momento sé que lo sabía, sé que podía ver en mis ojos cuánto ansiaba que me hiciera suyo, que me tomara, que me hiciera sentir cerca de él. Sin más dilación, me desvistió por completo y se arrojó de nuevo sobre mí para relamerme de la misma forma en la que yo lo había hecho antes. No me esperaba que fuera a hacer eso, así que, nervioso y algo sofocado, pregunté:
─¿Q-qué haces?
─Los perros demostramos afecto lamiendo, ¿no lo sabías?─dijo pasando su lengua por mi mejilla.
No pude evitar sonreír de pura felicidad, lo que hizo que él, también animado, repitiera esa acción en el mismo sitio una y otra vez, cual perro insistente. Me eché a reír.
─Para, tonto─le aparté con ambas manos.
─Marcos─frunció los labios en gesto sarcástico─, ¿por qué usas tus dedos cuando me tienes a mí?
Justo al decir eso, noté cómo se me subieron los colores. Mi cara se puso totalmente roja y me quedé mirándolo sin saber cómo responder.
─Y, otra pregunta─alzó una ceja─: ¿por qué demonios eres tan jodidamente adorable?
Más nervioso me puse. Traté de hablar de nuevo, pero no me salían las palabras. Sencillamente me aturullé.
─¿Y bien, gatito? ¿Qué quieres que haga?─alzó ligeramente el rostro, expectante.
─No hay nada...─empecé todavía avergonzado─que me llene más que… tú.
Y volvió a besarme. Entre los nervios, el pudor y su roce, mi cuerpo estaba al borde del infarto, y, aun así, ¿cómo era posible que deseara más, que quisiera seguir padeciendo todas esas emociones por siempre, a su lado? Cerré los ojos, y, al poco, noté a su miembro abriéndose paso en mi interior. Mi esfínter se resistió─curiosamente, era la única parte de mi cuerpo que todavía se resistía a él. Sin embargo, era todo temporal─, y apreté la sábana con todas mis fuerzas.
Me preguntó si estaba bien, si dolía, con una mueca de preocupación que me pareció tan sincera, que creí que iba a llorar sólo de verlo. Abrí los ojos y le dije que no se preocupara, que siguiera. Y es que ese dolor era para mí una liberación, un premio masoquista. Al menos era el único precio que yo pagaba por tenerlo a mi lado, lo que nos igualaba de cierta manera, el trance que se debe pasar para obtener la perfección, el camino hacia el Olimpo.
Parecía un minino arañando la sábana; aunque dudo que alguna vez en la historia un gato lo haya hecho porque un perro lo estuviera violando. Su cuerpo, allí de pie, se tensaba mientras me sostenía, y a pesar de eso él parecía tan relajado, parecía disfrutar tanto… Dios, cómo lo quería, cómo amaba a David…, pues con el simple hecho de contemplar su felicidad ya estaba sonriendo como un estúpido, con una de esas sonrisas taciturnas, dolorosas. Me miró apenado y se agachó para besarme a la par que bajaba el ritmo. No se detuvo, no porque prefiriera sentir placer a hacerme daño, sino debido a que sabía que no se lo iba a permitir.
Mis brazos se engancharon a su espalda con desesperación. Dolía, dolía mucho, y aun así me estaba gustando tanto… ¿Qué es el amor, sino sacrificio, dolor? ¿Qué es el amor sino sufrir? Pero de repente se sucedió un milagro. Sus labios, cual si tuvieran poderes paliativos, cual si fueran capaces de calmar mi dolor, provocaron que el dolor cesara; es más, que se convirtiera, de forma paulativa en un placer como nunca había experimentado.
─David─interrumpí el beso, ojos cansados─, por favor, no me abandones nunca.
No contestó; tan tensó el rostro y me abrazó más fuerte. Aquel gesto me hizo feliz que la más larga respuesta; inclusive una que comenzara en ese momento y durara por toda la eternidad. Besé su mejilla y alcé la vista al techo. Me embriagaba una sensación peculiar; era esa sensación de fragilidad de cuando estás enfermo, pero azorada con un placer que va creciendo. Los jadeos fueron devorando tal sensación y el placer se deshizo de ella para que gritara su nombre una y otra vez. “David…”, decía, “David…”, “David…”, repetía una y otra vez.
Con su dedo pulgar acarició lánguidamente mi labio inferior y alzó ambas cejas. Lo dicho, ¿cómo era posible que fuera tan perfecto, cómo podía amarlo tanto? Sin más, mi cuerpo explotó en una aparatosa convulsión y me corrí sobre mi propio pecho. Nunca había experimentado una eyaculación semejante.
─Marcos, Ma-marcos─se removió─, yo también me c-corro. ¿Dónde…?
─En mi boca.
─¿Q-qué? P-pero…
Estaba rendido. Lo miraba sin apenas expresión. No podía aguantar más; y tampoco era plan de hacerlo sobre las sábanas, de modo que no discutió y la sacó. Me alcé y coloqué mi lengua a escasos centímetros de su polla mientras él se pajeaba. En ese momento estaba más sexy que nunca con esos gemidos, con esos temblores, con esa prisa, con ese deseo… Al salir disparado su esperma hacia mi boca, llenando aquellos colmillos de pega, me lo tragué sin pensármelo. Nunca lo había hecho; y tampoco lo había pensado demasiado. No obstante, en aquel momento lo tuve claro: si salía de él, me iba a encantar. Pero tuve una sensación agridulce; hasta me dio un poco de asco. Gracias a Dios, estaba tan agotado que no pude ni poner mala cara.
Me dejé caer de nuevo en la cama, rendido. Y él hizo lo mismo, a mi lado. Luego, me rodeó con el brazo y me acercó la cabeza hasta su pecho. Podía oír su respiración, y la verdad es que era bastante relajante, cosa que me resultó rara, puesto que escuchar el corazón de otra persona siempre me había parecido irritante.
─Feliz San Valentín─me dio un beso en la cabeza.
No respondí. Estaba en un estado de ataraxia. David, al poco rato se quedó dormido. Mas yo seguí cavilando. Había vuelto a hacerlo, había vuelto a rendirme, y encima con el mayor de los gustos. Eso tenía que cambiar. Hasta que había tragado su esperma porque sí. ¡Tenía que respetarme más a mí mismo! ¡Tenía que aprender a vivir sin él! Allí, amorrado a su pecho, decidí que debía ser algo más duro con él y no dejarme llevar tan a la ligera. ¡Eso haría! ¡Y nada ni nadie me lo iba a impedir! “Pero, mientras tanto”, pensé para mí, “no está de más dormir sobre el pecho de David, ¿verdad? Es que se está tan calentito… ¡Hoy no! ¡Hoy lo disfruto, pero definitivamente pronto comenzaré a negarle cosas! ¡Ya verá, así empezará a valorarme! O quizás es tontería, porque él ya me valora… ¡No, pero esto es necesario! ¡Así me valoraré a mí mismo! Eso, es; eso es. Ah, pero qué bien se está aquí. Me voy a dejar llevar, pero hoy sólo hoy, y ya a partir de mañana… O a lo mejor de pasado… ¡Bueno, todo se verá!”.
CONTINUARÁ...