El diario de Marcos: fin de semana con mi amigo 4

Ambos sabíamos lo que iba a suceder en aquella cama y el silencio fue nuestro mejor aliado para seguir adelante y no dar opción a arrepentimientos de última hora... (Final de la saga)

Juan no me dejó pagar la cuenta de aquella mariscada que acabábamos de zamparnos. Yo insistí argumentando que era mi deber como invitado en su casa y que era una forma de agradecer su hospitalidad. Me contestó que me dejara de estúpidos protocolos y me hizo entender que su casa era la mía y que la mía era la suya, y que no había que andarse con tonterías de agradecimientos. Pagamos a medias. En el fondo se lo agradecí, porque la cena se nos disparó un poco de presupuesto y acarrear con dos cenas me hubiesen dejado bastante tieso.

Aquella cena había sido el colofón a una tarde de turismo donde Juan me había estado enseñando los rincones más bonitos de Pontevedra. El ambiente que se respiraba entre nosotros era genial, de total complicidad y confianza. Hacía tiempo que no me sentía así con él y me remonté a nuestra época de adolescentes y nuestros botellones en el parque del barrio. Y pensar que la noche anterior había tardado tiempo en coger el sueño pensando en las consecuencias que podía tener nuestro estúpido error… Porque aunque yo le había restado importancia al hecho en mi conversación con Juan para evitar que se comiera la cabeza, era consciente de que algo así podía ser muy perjudicial en una relación de amigos.

Después de la cena, nos fuimos por la zona de marcha a tomar unas copas. Estuvimos en plan tranquilo, porque Juan es de los que prefiere hablar tranquilamente a estar bailando en la pista. Charlamos un rato con dos chicas que se nos acercaron. De todos los tíos que había en ese pub, fueron a dar con los que menos posibilidades tenían de echar un polvo con ellas: un gay y un casado. Fuimos muy cordiales, pero al rato pusieron una excusa y se fueron de allí conscientes de que con nosotros no iban a conseguir nada. Juan y yo no paramos de reírnos toda la noche recordando la anécdota y entre risa y risa fueron cayendo unas cuantas copas.

Eran las cuatro de la madrugada cuando Juan y yo atravesábamos como podíamos el umbral de la puerta de su casa. Llevábamos tal pedo encima que necesitábamos ir apoyándonos por las paredes para no caer redondos al suelo. Nos dejamos caer en el sofá mientras nos reíamos ante cualquier gilipollez que decíamos. Juan no hacía más que pedirme que bajara la voz para no molestar a los vecinos, sin darse cuenta de que él era el más escandaloso de los dos. Y es que Juan iba bastante peor que yo.

Joder, tengo los pies destrozados – dijo al tiempo que se quitaba los zapatos

¿Quieres que te de un masaje? Soy un especialista en los masajes de pies… - dije, pero me arrepentí al instante de mi proposición

Pues no es mala idea. Pero nada de mariconadas, ¿eh? – dijo entre risas

Me sorprendí de que hubiese aceptado sin poner ningún reparo. Bueno, al fin y al cabo sólo era un masaje que un amigo le iba a dar a otro amigo. No había nada de malicioso en ello; mi intención era sana: aliviarle en su dolor. Eso es lo que debió de pensar él y eso fue lo que pensé yo. O lo que quería pensar intentando engañarme a mí mismo. Porque seamos sinceros: los tíos, siempre tenemos una segunda intención. Todo lo que hacemos va encaminado al sexo, pero lo disfrazamos de buenas intenciones que nos hacen quedar como buenas personas. En aquel momento yo no quería darle un masaje en los pies para calmar su dolor. Quería hacerlo porque me apetecía tocarle y sentirle, aunque no quisiera reconocerlo.

Juan se estiró a lo largo del sofá y yo me senté en el otro extremo. Se desabrochó algún botón de la camisa dejando al descubierto el comienzo de su pecho y apoyó sus pies sobre mi regazo. Cerró los ojos y se dejó hacer. En cuanto le toqué el pie soltó una carcajada. Él decía que era porque le hacía cosquillas. Puede ser, pero mi teoría es que estaba algo nervioso por la situación. Poco a poco se fue relajando y dejó de reírse. Yo le acariciaba el pie de arriba abajo, con mucha profesionalidad, haciendo hincapié en la zona central, donde hundía mis pulgares tratando de descargar la tensión que Juan tenía acumulada. Normalmente, cuando doy un masaje de pies, también masajeo los dedos, dedicándome a ellos uno por uno. Pero eso ya era algo demasiado arriesgado y no me atrevía a hacérselo; al menos de momento. Cuando acabé con el primer pie, me puse con el otro. Juan seguía con los ojos cerrados, pero en su cara se dibujaba una leve sonrisa que evidenciaba que el masaje le estaba gustando. A decir verdad, a mí también me estaba gustando, y mucho. Y hacía todo esfuerzo para que mi amigo no se percatase de mi erección, que hacía que marcase un buen bulto en los vaqueros. Y seguí masajeándole durante largos minutos.

Al cabo del rato, Juan dejó soltar un ligero ronquido. Parecía que el masaje le había relajado hasta el punto de caer dormido. Pero yo no me detuve. Al contrario, continué con mi masaje que poco a poco fui sustituyendo por suaves caricias. Aproveché para quitarle los calcetines y seguir con mi trabajo sin un tejido de por medio que me impidiera sentir la suavidad y el calor de su piel. Me fijé en sus pies; los tenía muy cuidados y suaves. Todo en Juan estaba cuidado; era el típico chico que hacía deporte, que cuidaba su alimentación, que se echaba cremas hidratantes, con el pelo siempre correcto, sin un pelo en la barba, dientes perfectos, oliendo siempre a colonia de bebé… Y las uñas perfectas; se notaba que se hacía la pedicura en las uñas de los pies. Joder, confieso que soy un poco fetichista, pero es que daban ganas de besar esos pies. Le llamé para comprobar que seguía dormido. Silencio; no dijo nada. Esperé un tiempo prudencial y volví a llamarle. Como única respuesta obtuve otro ligero ronquido. No había duda; Juan se había confraternizado con Morfeo. Acerqué entonces el rostro a escasos dos centímetros de las plantas de sus pies y aspiré su olor. Mmmmmm. Genial. No olían a nada; sólo a limpio. Esos pies invitaban a ser degustados, y yo acepté gustoso esa invitación: posé los labios sobre su pie derecho y lo besé suavemente. Después besé su pie izquierdo. Y otra vez el derecho. Y otra vez el izquierdo. Y así, varias veces. Y después fui besando uno a uno cada uno de sus veinte dedos. Finalmente, apoyé la mejilla sobre la planta de uno de sus pies a modo de almohada y cerré los ojos disfrutando de ese momento.

La polla ya me hacía daño aprisionada bajo los calzoncillos y los pantalones y tenía unas ganas terribles de sacármela y meneármela un poco. Se habían unido varios factores que hacían de aquella situación una de las más morbosas que había tenido nunca: estaba besándole los pies a un tío; pero no a cualquier tío, sino a mi mejor amigo; y además me estaba aprovechando de su borrachera y su sueño. Miré a su entrepierna. Parecía que presentaba una ligera erección bajo el pantalón. ¿Serían imaginaciones mías? Quizás había hecho efecto el masaje que le estaba dando. Juan estaba dormido, pero aun estando dormidos reaccionamos a los agentes externos. O quizás todo era una paranoia mía y sólo se debía a la posición en la que estaba que le hacía parecer tener más paquete de lo que realmente tenía. No sé, el caso es que aquel bulto se me presentó muy apetecible. Me acordé de la mamada de la noche anterior en el parque, y de cómo me imaginaba que esa polla era la de Juan. A partir de ahí, me comenzó a rondar una idea por la cabeza: yo quería probar ese paquetón que tenía frente a mí. Deseaba con todas mis fuerzas poder tragarme ese rabo circuncidado que ya había sentido antes entre mis manos. Y pensé que podía aprovecharme de que Juan dormía plácidamente.

Lentamente, para no despertarle, me levante del sofá. Me puse de rodillas frente a él, a la altura en la que se encontraban sus genitales. Estaba nervioso, muy nervioso. Sabía que aquello que iba a hacer estaba mal, pero no podía evitar continuar, a sabiendas de que era muy peligroso. En otras ocasiones, ante situaciones igualmente peligrosas, o con menor riesgo, siempre acudía en el último momento a modo de salvavidas la única neurona que me quedaba en funcionamiento. Pero aquella vez, no. Aquella vez me dejé llevar sin ningún tipo de contemplación por mi calentura. Acerqué mi mano temblorosa hasta el principio de su cremallera dispuesto a bajársela. En ese momento una voz hizo que me sobresaltara.

Marcos

El corazón me dio un vuelco creyéndome sorprendido por mi amigo. Le miré temiéndome lo peor pero le encontré con los ojos cerrados.

Marcos – volvió a decirme al tiempo que abría los ojos – creo que voy a vomitar

Espera, que voy a por un cubo – dije levantándome apresurado

Pero en ese momento Juan se incorporó y empezó a potar echándose todo el vómito por encima. Toda su camisa, su pecho y parte de sus pantalones quedaron bañados. Juan empezó a lamentarse avergonzado y yo traté de calmarle por todos los medios. Le pedí que no se moviera del sitio y fui corriendo al baño en busca de toallas con las que limpiarle. Cuando volví, me lo encontré totalmente abochornado pidiéndome mil perdones por lo sucedido. Le dije que no se preocupara, que no había pasado nada que no se pudiera solucionar, y empecé a pasarle una toalla por el pecho. Juan me la quitó de las manos diciéndome que eso era muy humillante para mí y que él sólo podía hacerlo. Pero le repliqué que dejara de comportarse como un niño y que me dejara hacer a mí, que él no se encontraba en disposición para eso. A regañadientes dejó que yo le limpiara pero seguía pidiéndome perdón por lo ocurrido. A mí no me importaba hacer aquello, porque Juan era mi amigo y por los amigos se hace cualquier cosa. Pero no lo hice por amistad; en el fondo lo hice porque me sentía obligado: estaba avergonzado de que Juan no hiciera más que excusarse sin saber que era yo quien tenía que pedirle disculpas por haberme aprovechado de él minutos antes. Bueno, al menos parecía que Juan no se había dado cuenta de los besos que le había estado dando en los pies y, sobre todo, de lo que pretendía hacer cuando me disponía a bajarle la cremallera.

Le dije a Juan que se fuera a dar una ducha para quitarse de encima ese olor. Como pudo, se levantó y dando pequeños tumbos llegó hasta el baño y cerró la puerta. Aproveché para quitar la funda del sofá y echarla en la lavadora. Por suerte no había llegado a traspasarse a la tapicería. Eché también a lavar las toallas con las que había limpiado a Juan y pasé la fregona por el suelo del salón. Al rato, Juan me llamó desde el baño. Fui hasta allí y al abrir me lo encontré sentado sobre la tapa del retrete, sin camisa y con los pantalones bajados a la altura de las rodillas. Me dijo que se encontraba muy mareado y que no podía desvestirse solo, y me pidió que le ayudara. Me agaché y terminé de sacarle los vaqueros por los pies. Después, le levanté y le pedí que apoyara las manos en el lavabo mientras le bajaba los calzoncillos quedando al aire libre su culito respingón. Preciosa visión. Tras dos intentos fallidos, al tercero pudo meterse en la bañera con mi ayuda.

Juan, en tu estado voy a tener que quedarme aquí contigo y ayudarte – dije tajante ante la posibilidad de que me pidiera que me fuera

Me sentía como una madre cuando su hijo adolescente se avergüenza de que le vea desnudo

Sí, quédate, por favor – contestó en contra de lo que creía iba a contestarme

No sé por qué me imaginé que Juan iba a ser reacio a que le ayudara a ducharse sabiendo que yo era gay. Es cierto que una cosa no tiene nada que ver con la otra, pero pensaba que Juan iba a tener la típica reacción infantil de los tíos heteros que se piensan que cualquier gay puede aprovecharse de ellos por el simple hecho de que nos molan los hombres. Quizás es que se veía incapaz de ducharse solo y temía caerse en la bañera.

Juan apoyó una de sus manos en la pared y la otra la apoyó en mi hombro. Yo, por si acaso, le sujetaba por la cintura para ayudarle a mantener el equilibrio. Me puse cachondo viendo cómo el agua resbalaba por el cuerpo desnudo de mi amigo, y comencé a recuperar la excitación que había experimentado minutos antes. Con disimulo, aprovechaba cualquier ocasión para mirar su entrepierna. Tenía la polla flácida, pero aún así estaba preciosa, y me dieron unas ganas terribles de cogerla y jugar con ella entre los dedos. Estuvo enjabonándose el pecho y pasó rápidamente por el culo y la polla sin detenerse mucho como si se sintiera avergonzado de que le viera sobarse sus genitales (después de la paja del día anterior esa reacción parecía una niñería, pero al fin y al cabo estábamos en un contexto distinto). Yo le enjaboné la espalda y las piernas y cogiendo la alcachofa de la ducha, le aclaré de arriba abajo. Después, le pasé una toalla y estuvo secándose como pudo y le ayudé en las partes en las que no podía o no llegaba. No hace falta decir que yo tenía el rabo totalmente empalmado y que me lo colocaba de vez en cuando para que Juan no se diese cuenta de ello, aunque no tenía de qué preocuparme porque su estado no le permitía estar atento a esas cosas. Y si se percató de mi excitación, tampoco dijo nada ni reaccionó mal a ello.

Le acompañé hasta la habitación y le pregunté dónde guardaba los calzoncillos para ponerle unos limpios, pero me contesto que no hacía falta, que dormiría en pelotas. Entonces le ayudé a meterse dentro de la cama y le arropé. Parecía tan frágil y tan indefenso en ese momento que me dieron ganas de darle un tierno beso, pero me contuve y le di las buenas noches mientras me disponía a salir de la habitación.

Muchas gracias Marcos. Eres el mejor amigo que se puede tener. Sabes que te quiero mucho – dijo Juan cuando ya me encontraba en la puerta

Jajajaja, no te pongas melodramático chaval. Descansa que es lo que te hace falta – contesté

Fui a darme una ducha y al entrar al baño me encontré con la ropa de Juan. La cogí y la llevé a la lavadora. Metí la camisa y los pantalones. Cuando me disponía a hacer lo mismo con los calzoncillos, inconscientemente me los llevé a la nariz y los olí. No se habían impregnado del olor del vómito. Al contrario, olían a polla, a huevos, a sudor, a sexo. No tardé en empalmarme de nuevo. Decidí llevármelos a la ducha y hacerme una paja con ellos. Necesitaba descargar; me había empalmado varias veces esa misma noche y ya me dolían los huevos. Me desnudé y me metí bajo el chorro de agua. Enseguida llevé mi mano hasta mi rabo y empecé a subir y bajar mi pellejo. Pero noté que me flaqueaban las piernas por el cansancio que arrastraba y decidí seguir con la paja en la cama. Así que terminé pronto, me sequé y me fui a la habitación con los calzoncillos de mi amigo en la mano. Antes de meterme en la cama, me puse el slip de Juan y me saqué la polla por uno de los laterales. Ya tumbado, cerré los ojos y comencé a pensar en el cuerpo desnudo de Juan mientras me masturbaba. No sé el tiempo que estuve así, pero era tal mi cansancio que debí de caer dormido enseguida dejando mi paja a medias.

"Marcos, ¿estás despierto?" llegué a oír entre sueños. Después, noté que una mano se posaba en mi hombro y me zarandeaba. Cuando me di cuenta de que aquello no formaba parte de ningún sueño, abrí los ojos y me encontré a mi amigo de pie junto a mi cama. Juan había encendido la lamparita de la mesilla y pude verle perfectamente. Traía puesto un albornoz.

Juan, ¿qué coño haces? ¿por qué me despiertas? – pregunté algo molesto por su inesperada visita

Perdona. Necesitaba hablar contigo – contestó

¿A las… - miré el reloj – 6 de la madrugada?

Quería darte las gracias por lo de antes

Joder Juan, ya te dije que no ha sido nada. Además, ya me lo has agradecido antes… - contesté evidenciando el sueño que tenía y las ganas de que se fuera a la cama

Ya, pero es que quería decirte algo más… - dijo pensativo

No quiero ser desagradable, pero ¿no me lo podrías contar mañana?

Juan se sentó en el borde de mi cama y siguió hablando como si no se hubiese dado cuenta de mi malestar o como si le importara un pimiento que yo no quisiese hablar en ese momento.

No puedo dormir. Estoy dando vueltas en la cama pensando en lo de antes – dijo sin mirarme a la cara

Una borrachera se la coge cualquiera, y no sería la primera vez para ti. Acuérdate aquella vez en Tribunal la primera vez que bebiste…, jejeje – dije para quitar hierro al asunto y tratando de ser comprensivo como nueva estrategia para mandarle a su habitación

No me refiero a eso – dijo de pronto volviendo el rostro hacia el mío y mirándome directamente a los ojos. Me asustó

¿Entonces a qué? – pregunté expectante

Me refiero a cuando me has estado besando los pies

Supliqué a todos los dioses habidos y por haber que la tierra me tragase en aquel momento. Me sentí el ser más despreciable del mundo. Mi amigo me había descubierto y lo peor de todo es que no había ninguna excusa para explicarle lo sucedido; era totalmente evidente; me había aprovechado de él.

Juan… no sé qué decir… lo siento… yo no quería… - acerté a decir sin saber muy cómo continuar y con la cabeza hundida en las manos. Nunca me había sentido tan avergonzado

Mira Marcos, sinceramente, lo que has hecho no es normal

Tienes toda la razón. Lo siento, lo siento, de verdad – repetía constantemente

Pero tampoco me parece normal lo que he hecho yo – prosiguió con la mirada perdida

¿Lo que has hecho tú? ¿A qué te refieres? – pregunté extrañado

A no haber parado aquello… - hizo una pausa y continuó – Es verdad que al principio estaba dormido, pero luego me desperté al notar cómo me besabas y yo no hice nada. Me dejé hacer y… me hice el dormido

Era cierto, con la sorpresa de haberme sentido descubierto, no había pensado en el hecho de que si él sabía lo que yo había estado haciendo era porque en realidad no estaba dormido y había sido consciente de todo. Pero entonces ¿por qué no dijo nada en aquel momento? ¿Por qué no apartó los pies? Ahora me sentía más desconcertado que antes.

Hacía mucho tiempo que nadie me trataba con tanto cariño y ternura… Me da vergüenza admitirlo, pero me estaba gustando cuando me tocabas los pies, y cuando me los has besado

Supongo que eso es normal. Somos humanos, y sentimos

Pero no me esperaba que esto me pasara con un tío, y menos contigo

Juan, te juro que no sé lo que me ha pasado… Habrá sido la borrachera… Se me ha ido la cabeza y… - no pude continuar preso de mi bochorno

Mira, no te culpo. Te gustan los hombres y… bueno, quizás ha sido una reacción instintiva. Aunque hubiera preferido que me lo hubieras dicho y no aprovecharte de que dormía

Tienes toda la razón. No tengo excusa. Si quieres que haga la maleta y me vaya de tu casa ahora mismo, lo entenderé – dije sinceramente

No. No quiero que te vayas. Quédate… Estoy muy confuso

Supuse que cuando dijo que estaba confuso se refería a que por una parte quería que me fuese de su casa, aunque por otra, agradecía toda la ayuda que le había prestado esos dos días y no se atrevía a echar a un amigo a la calle. Pero no se refería a eso.

¿Puedo hacerte una pregunta? – dijo Juan

Dime

Pero no te molestes por lo que voy a decirte

No me voy a molestar; además, ahora mismo no estoy en el derecho de hacerlo

¿A ti te gusta comer pollas? – soltó directamente

¿Que si me gusta comer pollas? ¿Qué clase de pregunta era esa? ¿Era lo único que se le ocurría decir en aquel momento?

Joder Juan, ¿a qué viene eso? – dije sorprendido por su pregunta

Dijiste que no ibas a molestarte. Dime, ¿te gustan las pollas?

Hombre… pues… sí. Soy gay. Es normal que me gusten… A todos los gays les gusta, y a todas las mujeres también

A todas menos a Lola – añadió con tristeza en los ojos

En aquel instante me acordé de la confesión de Juan en la que me contaba que Lola nunca le había hecho una mamada. En realidad a mi amigo nunca se la habían chupado porque Lola era la única chica con la que había tenido sexo.

Bueno, Juan, pero por qué ese repentino interés en mis preferencias sexuales

Cuando empecé a vomitar, abrí los ojos y te vi arrodillado frente a mí… ¿me ibas a tocar? ¿no?

Esto se ha ido de madre. Será mejor que te vayas a dormir y yo haré lo mismo – dije eludiendo el tema

¿Es eso, no? ¿Querías tocarme la polla? – preguntó de forma insistente

Juan, por favor, déjalo. No empeores las cosas. Vete a dormir

Dime, si no hubiera empezado a vomitar, ¿te hubieras atrevido a tocármela?

Y si lo hubiera hecho ¿habrías seguido también con los ojos cerrados simulando que dormías? – dije sin tapujos cabreado y harto de su insistencia

Creo que sí… - dijo en un hilo de voz

¿Cómo? Mis oídos no daban crédito a lo que estaba escuchando. Hubo una larga pausa en la que yo no me atreví a decir nada. Tras un ligero suspiro y como cogiendo aire, Juan continuó hablando.

Creo que no me hubiese importado que lo hubieras hecho… y creo que tú deseabas hacerlo

Qué quieres que te diga… la verdad, estoy flipando con todo esto y ahora mismo no sé qué es lo que debo decir… – dije sin creerme lo que estaba oyendo

Por eso no podía dormir; llevo un tiempo dando vueltas en la cama pensando en lo de antes, y no te puedo negar que también pensaba en la posibilidad de que aún quisieras tocármela y… - hizo una pausa no muy seguro de lo que iba a decirme - …de que también quisieras comérmela… si tú quieres

¿No crees que nos estamos pasando de la raya? – contesté con un sentimiento encontrado de deseo, por un lado, y de sensatez, por otro

No sé; no tengo ni idea. Lo único que sé es que ambos somos adultos y si nos apetece hacer algo no tenemos que dar explicaciones a nadie – dijo – Mira, a lo mejor me he precipitado con todo esto, no lo sé. Pero me voy a ir a mi habitación y te voy a dejar solo para que te lo pienses. Si te apetece, yo voy a esperarte. Y si no quieres, no pasa nada. Lo olvidamos y no volvemos a hablar del tema nunca más

Y acto seguido salió de la habitación dejándome aún con la boca abierta sorprendido por la proposición que acababa de recibir de Juan. Ahora tenía la pelota en mi tejado. Era yo quien iba a decidir el curso de los acontecimientos. Sabía que todo se nos había ido de las manos y que aquello era una locura. Pero por otra parte pensaba que Juan tenía razón cuando afirmaba que los dos éramos adultos y podíamos hacer lo que nos diera la gana. Aunque claro, eso no quitaba que con nuestra estúpida calentura corríamos el riesgo de acabar con una relación de amistad de toda la vida. Sin embargo, ocasiones como aquella eran muy difíciles de repetir y además, una vez puestas las cartas boca arriba, era imposible dar marcha atrás: sólo debíamos guiarnos por lo que nos había deparado el destino. Ufff, ¿por qué la vida nos pone en estas encrucijadas? ¡Cuánta indecisión! ¿Voy o no voy? ¿Me duermo y procuro olvidar todo, o voy a su habitación e intentamos disfrutar de la noche y de nuestros cuerpos desnudos…?

Tardé un cuarto de hora en decidirme pero finalmente lo hice: me acostaría en la cama con él y me dejaría llevar. Me levanté y me di cuenta de que aún llevaba los calzoncillos de Juan puestos. Me los quité y me puse unos míos. Cuando llegué a su habitación, estaba todo a oscuras, salvo por la luz de las farolas de la calle que se colaba por la ventana. Pensé que tal vez mi amigo, cansado de esperar, ya se había dormido y lamenté el haber sido tan indeciso. Me adelanté un par de metros y le vi allí acostado, en su cama, de espaldas a mí. La sábana le cubría de cintura para abajo dejando al descubierto toda su espalda. Quedé un tiempo de pie, quieto, observándole con deseo, hasta que Juan habló.

Estoy despierto – dijo

No hizo falta ninguna palabra más, ni por su parte, ni por la mía. Ambos sabíamos lo que iba a suceder y el silencio fue nuestro mejor aliado para seguir adelante y no dar opción a arrepentimientos de última hora. Me metí bajo las sabanas y me tumbé junto a él, rozando mi pecho con su espalda. Lo noté tenso y nervioso. Yo también lo estaba, para qué negarlo. Le rodeé la cintura con el brazo y acerqué mi mano hasta su polla. La encontré totalmente dura, deseando ser aprisionada. Se la cogí y se estremeció. Empecé a hacerle una paja, muy suavemente, con la intención de que fuera relajándose; y poco a poco sus músculos fueron perdiendo tensión. Entonces Juan me apartó la mano de forma delicada y se volvió a mí. Quedamos el uno frente al otro, a escasos centímetros, rozándose nuestras pollas. Volvió a cogerme la mano, y con la misma delicadeza, la posó sobre su rabo. Y continué con mi paja. Él, para devolverme el favor, me bajó el bóxer, alcanzó con su mano mi polla empalmada y me imitó en los movimientos dedicándome una maravillosa masturbación. Al cabo del rato, ambos jadeábamos y gemíamos al tiempo que aumentábamos la velocidad de nuestras pajas a cada minuto que pasaba. Se estaba repitiendo la escena del sofá de la noche anterior. Pero faltaba algo para igualarla: sin pensarlo ni un segundo, acerqué mis labios a los suyos, y le besé. Juan me recibió con ansia, con hambre de besos y de lengua, y se lanzó a comerme la boca como un perro que acude corriendo a la comida que le ofrece su amo.

Estábamos super cachondos y hambrientos de sexo y a ese ritmo no tardaríamos en corrernos. Entonces, decidí que mi amigo se merecía un gran regalo. Algo de lo que siempre le habían privado y que sin embargo todo hombre debía experimentar. No podía irme de allí sin hacerle su primera felación. Quería que sintiera el placer que se siente cuando te comen la polla. Él se lo merecía, y se lo iba a hacer con mucho cariño, para que nunca olvidara su primera mamada, y para que nunca olvidara que fui yo quien se la hizo. Sin avisarle, fui bajando por todo su pecho sin dejar de besarle hasta que quedé a la altura de su sexo. Miré hacia arriba y me encontré con sus ojos. Su mirada denotaba una mezcla de excitación, de deseo y de agradecimiento por lo que iba a hacerle. Le sonreí, y él me sonrió. Y le di un pequeño beso en el glande. Noté cómo se estremecía todo su cuerpo. Continué besando la punta de su polla y después fui bajando por todo su mástil. Iba alternando los besos con pequeñas lamidas y sentía como Juan iba enloqueciéndose por momentos. Ya no disimulaba sus gemidos, que inundaban toda la habitación y que provocaban que me pusiera más cachondo aún. Pero lo mejor estaba por llegar y sin mediar palabra, me tragué de un bocado aquel exquisito manjar. Chupé y chupé con todas mis fuerzas para exprimirle hasta dejarle seco. Le cogí una mano y se la coloqué en mi nuca. Él entendió el mensaje y a partir de ahí empezó a dirigir mi mamada. Fue tal su excitación, o quizás su falta de experiencia, que puso mucho ímpetu al cogerme de la nuca para empujarme contra su sexo; tanto, que hizo que me atragantara varias veces. Pero aquello, lejos de molestarme, me excitó más y me encantó sentirme dominado por mi propio amigo.

Me advirtió de que iba a correrse e intentó separarse, pero yo no le dejé y me aferré con la boca a su rabo, mamando y mamando sin parar. Pocos segundos después, recibía toda su leche en mi interior y no dudé en tragarme hasta la última gota. Me incorporé poniéndome a su altura. Él me besó mientras me daba las gracias. Se le notaba eufórico, alegre, feliz. Tan feliz como quien hace un descubrimiento. No en vano, para él, aquella mamada era algo nuevo que nunca antes había experimentado. Se dio cuenta de que yo aún no me había corrido y me cogió la polla para solventar el problema. Me tumbé boca arriba con las piernas estiradas y algo abiertas y me dejé hacer. Juan no escatimó a la hora de masturbarme y se esmeró mucho para darme placer. Comencé a pellizcarme los pezones, como a mí me gusta, mientras mi amigo se ocupaba de mi rabo. Debió de darse cuenta porque enseguida utilizó la mano que tenía libre y él mismo empezó a acariciarme las tetillas y a darme algún que otro pellizco. Estaba en la gloria, pero necesitaba más. Entonces le pedí que acercara su dedo corazón a mi boca y se lo chupé. Después le pedí que me masajeara con ese dedo el ojete del culo. Juan, mezcla de sorpresa y excitación, llevo su dedo hasta mi ano y obedeció a mi deseo. Le dije que no tuviera miedo y que apretara más fuerte. Él temía que pudiera hacerme daño pero le convencí de que siguiera. Volví a chuparle el dedo y en la segunda intentona consiguió hundirlo hasta el fondo. Por un lado, tenía a Juan haciéndome una estupenda paja y por otro, recibiendo un dedo suyo por el culo. No podía pedir más en aquel momento y poco me faltaba para llegar al éxtasis y correrme.

Me fijé en su rabo y comprobé que nuevamente se había empalmado. Parece que la escena le había puesto muy cachondo. Decidí entonces retrasar un poco más mi corrida para no desaprovechar el momento. Lo tenía claro: si él aún podía descargar otra vez más, mi siguiente objetivo sería conseguir que me follara y se corriera en mis entrañas. Le chupé otro dedo y le supliqué entre jadeos que me lo metiera a la vez que el otro. Los ojos de Juan hacían chiribitas, pero volvió a obedecerme. Cuando ya sentí el culo totalmente dilatado, me incorporé, le hice tumbar boca arriba y volví a meterme su polla en la boca. Se lo chupé durante cerca de un minuto y una vez lubricado, me senté a horcajadas sobre su vientre. Juan no acababa de entender cuál era mi intención, o quizás sí lo sabía, pero no acababa por creérselo del todo. Y antes de que pudiera decir nada, le cogí el rabo y lo dirigí hasta la entrada de mi ano. Poco a poco me fui dejando caer sobre él hasta sentirme totalmente empalado. A partir de ahí, nos entregamos al placer absoluto y cabalgué y cabalgué sobre el rabo de mi amigo durante un par de minutos mientras yo no dejaba de masturbarme. No tardamos en corrernos y lo hicimos casi al tiempo, Juan dentro de mi culo y yo, sobre su pecho. Extasiado, caí sobre él y me impregné de su sudor y de mi propia leche. Creo que me dormí.

Lo siguiente que recuerdo es despertándome en la cama de Juan. Él no estaba. Miré el reloj y marcaban las dos y media de la tarde. La cabeza me daba vueltas. Me puse mis calzoncillos y me levanté en busca de mi amigo. Lo encontré en el salón, hablando por teléfono con su madre y quedando para ir a comer. Al colgar, me vio.

Iba a despertarte ahora. Ha llamado mi madre. Tienen ganas de verte y vamos a ir a comer a su casa – dijo muy seriamente

Vale, pues voy a ducharme – contesté sin ocultar mi resignación

No es que no me apeteciera comer en casa de los padres de mi amigo, pero según me había dicho Juan, su intención era ocultarles a sus padres mi visita a Pontevedra para evitar que pudieran sospechar de que pasaba algo (ellos desconocían el problema que su hijo tenía con Lola, su mujer). Y sin embargo ahora su madre llamaba y me invitaba a comer. Me pareció bastante extraño y me dio la impresión de que había sido Juan quien había organizado esa comida, quizás para evitar estar a solas conmigo.

Me duché, me vestí y nos fuimos. Juan estuvo muy callado todo el tiempo en el trayecto en coche y sólo hablaba cuando era necesario. Llegamos a casa de sus padres y me recibieron con un gran abrazo. Me quieren mucho y yo a ellos también les tengo un cariño especial. Durante la comida, mi amigo apenas intervino en la conversación y se mostró bastante serio. Yo simulé estar bien ante sus padres y no dejaba de contarles historias y de prestar atención a las que me contaba su madre. Pero sólo pretendía ser cortés. En realidad yo tampoco estaba allí. Estaba más pendiente de Juan intentando averiguar lo que se le estaba pasando por la cabeza en ese momento. Antes de salir por la puerta, su madre me retuvo y me preguntó si le pasaba algo a su hijo, que le notaba muy raro. Le conteste que no pasaba nada, que la noche anterior habíamos salido hasta tarde y que se encontraba cansado. Volvió a insistirme y me pidió que no la mintiera, y que si Juan tenía algún problema con Lola, que se lo dijera. Pero volví a quitarle importancia al hecho y su madre se tranquilizó. Bueno, le mentí, pero yo no era quién para decirle lo que pasaba. Sí, Juan estaba pasando una crisis con Lola, de eso no había duda y debía ser él quien se lo contara a sus padres. Sin embargo, yo sabía que ese silencio y esa seriedad no se debían a ella, sino a mí y al episodio que habíamos vivido la noche anterior.

Volvimos a casa y Juan siguió muy callado y serio en el coche. Al llegar, hice la maleta y esperé encerrado en mi habitación a que fuera la hora para irnos a la estación. No quería estar con Juan en el salón porque me sentía bastante violento con su mutismo. Además, seguro que él también lo prefería así. Pero de camino a la estación, decidí romper aquel silencio tan incómodo.

Si tienes algo que decir sobre lo que ocurrió anoche, dilo. No te lo guardes – le reclamé

No tengo nada que decir y no quiero que volvamos a hablar del tema – dijo tratando de dar carpetazo al asunto

Pero no podemos obviar lo que pasó anoche

Lo de anoche fue el mayor error de mi vida y ahora sólo quiero olvidarlo

¿También quieres olvidarte de mí? ¿No quieres volver a verme nunca más? ¿Ni que volvamos a hablar? Porque eso es lo que parece… - dije enfadado

Perdona, pero ahora mismo no tengo ganas de pensar en si voy o no voy a volverte a ver – soltó bruscamente

Genial, pensaba que éramos amigos, pero resulta que ahora vas a tirar por la borda veinte años de amistad, por una gilipollez

Creo que ha sido más que una simple gilipollez. Además, debimos pensarlo antes de hacer nada – contestó

¿Eso qué quiere decir? ¿Que ya está? ¿Adiós y "si te he visto no me acuerdo"?

Juan no contestó, pero su silencio parecía confirmar lo que yo me temía.

Pues si es lo que tú quieres no voy a añadir nada más. Pero espero que con el tiempo te des cuenta de la estupidez que estás haciendo

Tranquilo, me las sé arreglar solo – dijo con sequedad

Me dieron ganas de decirle que dudaba mucho de que pudiera arreglárselas solo cuando con su comportamiento estaba demostrando su falta de madurez, pero me contuve porque sabía que aquello sólo podía empeorar las cosas. Llegamos a la estación y aún faltaba media hora para que partiese el tren. Le dije que no hacía falta que esperase conmigo y le ofrecí mi mano a modo de despedida. Me di la vuelta y me fui. Sí, a veces me comporto de manera un poco melodramática, pero es que me sentía muy dolido con su comportamiento, y sus palabras daban a entender que yo había sido el culpable de todo y el gran "error de su vida"

Había caminado unos cincuenta metros cuando noté que alguien me ponía la mano en el hombro tratando de detenerme. Me di la vuelta y me encontré con Juan, quien, con lágrimas en los ojos, me abrazó fuertemente.

Perdóname… perdóname. No quiero que te vayas así – dijo entre sollozos

Me impresionó; nunca le había visto llorar

Perdóname tú a mí. Quizás no he sido todo lo comprensivo que debería, pero tú tampoco has colaborado mucho para ello

No quiero perder tu amistad, Marcos… pero ahora me siento muy confuso. Lo único que te pido es un poco de tiempo para pensar

Juan, yo también necesito pensar, pero debemos comportarnos como hombres adultos

Lo único que quiero es que olvidemos para siempre lo que tú y yo hicimos ayer… porque no quiero que esto nos afecte a nosotros

Y yo también lo quiero. Ya verás como con el tiempo ni nos acordamos

Eso espero… Gracias por todo

A ti, amigo

Y volvimos a fundirnos en un abrazo. Me despedí de él y me subí al vagón. Poco después el tren abandonaba la ciudad de Pontevedra mientras yo trataba de dar explicación al fin de semana más extraño que jamás había experimentado en mi corta, pero intensa, vida sexual.

FIN