El diario de Marcos: fin de semana con mi amigo 2

Continúa el fin de semana con Juan en Pontevedra. No sé cómo pasó, pero pasamos de hablar de sus problemas matrimoniales a hacernos una paja bestial el uno al otro.

No quería ser el típico invitado que sólo trae molestias, por lo que decidí agradecer la invitación de mi amigo con una buena comida. Al principio pensé sacar a Juan por ahí e invitarle a un restaurante que me había recomendado un ciberamigo que vive en Vigo, pero imaginé que Juan vendría cansado del trabajo y que preferiría comer en casa. Así que, me dispuse a asaltar la cocina para inspeccionar por armarios y por la nevera los alimentos de los que disponía para preparar un buen menú. No es que sea un buen cocinero, pero me apaño bastante bien cuando es necesario. La verdad es que con lo que había, poco podía hacer. En el frigorífico apenas encontré media docena de huevos, un paquete de pavo en lonchas, un par de tomates y kilos y kilos de frutas. Los armarios tampoco me ofrecieron un mejor panorama. ¿De qué coño se alimentaban en esa casa? Esto había que solucionarlo.

Me vestí y bajé a la calle en busca de un supermercado. Tras cinco minutos dando vueltas por el barrio, encontré uno a no mucha distancia. Al principio sólo iba a comprar lo necesario para la comida que iba a preparar, pero decidí hacer una compra en condiciones para llenar aquella despensa que sólo de verla daban ganas de llorar. Al pagar, me puse en la cola de la caja en la que cobraba el único chico que trabajaba allí. Sería un chico de unos 22 años, con corte de pelo moderno y piercing en la ceja. Cuando me atendió, me saludó con una sonrisa que dejaron al descubierto sus dientes blancos y perfectos.

Ola, bos días

Bos días – le contesté devolviéndole la sonrisa y mirándole fijamente a los ojos, algo de lo que él se percató

Me fijé en la plaquita que llevaba colgada en la camisa. Se llamaba Álvaro.

¿Ti es novo no barrio, non? – preguntó de repente

¿Perdón? Es que no soy de aquí – contesté

Ya veo… Te preguntaba que si eres nuevo aquí en el barrio

La verdad es que no. Bueno, tampoco es que lleve tiempo viviendo aquí. Estoy de visita en casa de un amigo.

Ya decía yo. Se me quedan muy bien las caras, y la tuya no se me olvidaría

Esto último lo dijo mirándome fijamente.

¿Y de qué parte de Madrid eres? – preguntó

¿Cómo sabes que soy de Madrid?

Digamos que tu deje te delata

Ah, vale, ya. Nuestro deje de chulos

Jajaja. Bueno, eso lo has dicho tú

Ya, pero es lo que estabas pensando. Por cierto, tu acento tampoco deja lugar a dudas de que eres de aquí

Sí, dicen que somos muy melosos hablando

Es cierto, y muy melodiosos. Yo estoy enamorado de vuestro acento

Moitas grazas. Son 74,84 euros

De nada, aquí tienes

Cuando me dio las vueltas me despedí de él.

Pues nada, Álvaro, ya si eso nos vemos otro día – dije con total normalidad como si conociese su nombre de toda la vida

Eso es trampa. Yo no sé cómo te llamas tú – me dijo sonriente

Marcos

Bien Marcos, aquí me encontrarás. De lunes a sábado

Muy bien. Adiós

Adeus

Aquella conversación había sido un ligoteo en toda regla. Y no lo había hecho con la intención de quedar con él, porque esos tres días se los iba a dedicar por completo a mi amigo y no iba a tener tiempo para otras cosas. Pero el simple hecho de tontear con la peña me mola. Y a ese tío parece que también le iba el rollo, y lo mejor de todo es que no lo estuvimos ocultando a la vista del resto de clientes. Seguramente aquel chaval estaba fuera del armario para todo el mundo. Y a mí, como me encontraba en otra ciudad, tampoco me importaba que me lo notasen.

Después de guardar toda la compra comencé a preparar la comida. Decidí cocinar mi menú estrella: una ensalada de canónigos con queso parmesano y cebolla confitada, de primero; y unas pechugas de pollo villeroi, de segundo. Para los postres no tengo muy buena mano, así que compre un tarrina de helado häagen dazs, mi favorito.

Juan llegó a las cuatro del trabajo. Al entrar por la puerta vino corriendo hasta la cocina.

¡Coño! ¿No me digas que este olor viene de aquí?

Sí, ¿qué pasa? ¿no te gusta? – pregunté preocupado

Joder tío, ¿cómo no me va a gustar? Al contrario, ¡huele de puta madre! Se huele desde el ascensor

Bueno, pues me alegro. Venga cámbiate, que ya tengo hasta la mesa puesta y me rugen las tripas desde hace tiempo

¿Y todo esto a qué es debido? – preguntó intrigado

A nada, simplemente me apetecía hacerte una de mis comiditas para ver si puedo ganarte por el estómago y me pides en matrimonio ya de una puta vez – contesté en plan gracioso

Créeme que después de esto va a ser difícil que no te lo pida – contestó, y fue directamente a mis labios simulando que iba a darme un beso. Él imaginaba que yo me separaría a tiempo, pero como no me moví de mi sitio, fue él quien se paró en seco

Pero tío, que por poco te doy un morreo en la boca sin quererlo – dijo casi escandalizado

Jajaja. Si crees que a estas alturas me vas a asustar con esas gilipolleces… Aunque veo que tú si te has asustado, jajaja

Jajaja. Qué hijo de puta eres

Juan se dio una ducha rápida y se puso ropa cómoda. Nos sentamos a comer y estuvimos hablando largo tiempo sobre nuestras cosas. Él me contaba historias de su trabajo, de su familia, pero poco o casi nada de su mujer.

Bueno, ¿me vas a contar de una vez que os pasa a ti y a Lola? – solté sin más preámbulos – porque parece que si no te pregunto yo, no te decides a contarme nada

Pues no sé qué nos pasa, pero las cosas no van nada bien

A ver tío, no me asustes, que tú y Lola parecéis la pareja perfecta

Quizás antes sí, pero ahora

Juan me estuvo contando que la crisis venía desde el mes de junio. Empezó a encontrar a Lola bastante rara cuando venía del trabajo. Saltaba a la mínima y discutía por tonterías. No se mostraba tan cariñosa como antes y no respondía cuando era él quien le hacía cariños a ella. Y por las noches tampoco funcionaba la cosa: cada vez que Juan empezaba a excitarse y a acariciarla, Lola ponía cualquier excusa para no practicar sexo. En quince días sólo follaron una vez. Juan, preocupado, no hacía más que preguntarle qué le pasaba. Y ella no hacía más que culpar de todo al estrés que sufría en el trabajo. Hasta que un día no pudo más y su conciencia le obligó a decirle la verdad. Lola se había enamorado de un compañero de trabajo y había tenido una pequeña aventura con él. Su relación extramatrimonial había durado tan sólo un mes y había sido ella quien le había puesto punto y final. Y ahora, cuando ya tenía las cosas claras y había tomado una decisión, pensó que era el momento de contarle la verdad. Le juró y le perjuró que a quien amaba y de quien estaba realmente enamorada era de él. Que su aventura había sido una equivocación y que se había dado cuenta de que no podía tirar por la borda tantos años de relación. Dijo estar realmente arrepentida y que se moriría si Juan no decidía perdonarla. Mi amigo, como es lógico, lo tomó mal. Sentirse un cornudo engañado no es plato de buen gusto para nadie. No entendía qué había pasado para que Lola hubiese llegado a engañarle, porque su relación iba muy bien. Quizás lo hubiese entendido mejor si en el momento de la infidelidad ellos estuviesen pasando por un mal momento. Pero no, no era así, estaban recién casados y con la ilusión de una pareja que empieza a compartir su vida. Así que empezó a echarse la culpa a sí mismo y pensar que quizás él había sido el causante de que Lola marchase a los brazos de otro. Quizás no estaba dándole todo lo que ella necesitaba y debía esforzarse más por hacerla feliz. Por esta razón, y porque no quería perderla, decidió perdonarla y seguir con su matrimonio intentando olvidar el error de Lola.

Al principio parece que las cosas se solucionaron. Durante las dos primeras semanas, Juan y Lola siguieron adelante como si nada hubiese pasado. Incluso se mostraron más cariñosos que nunca el uno con el otro, haciendo el amor a todas horas. El cambio de actitud de Lola se debía a que buscaba el perdón definitivo de Juan y quería remendar su error fuera como fuera. El cambio de actitud de Juan se debía a que quería dedicarse en exclusiva a Lola para que ella no tuviese la necesidad de buscar el cariño en otro hombre. Pero poco a poco las cosas se fueron enfriando y todo fue dirigiéndose a su cauce normal. Juan empezó a despertar y a darse cuenta de que no podía culparse a sí mismo de lo ocurrido. Él era la víctima de todo. Sabía que cualquier persona podía equivocarse y hacer estupideces en la vida; incluso podía llegar a perdonar a Lola por su infidelidad. Pero lo que no podía hacer era autoproclamarse a sí mismo el causante del problema cuando lo único que había hecho durante todos sus años de relación era querer a Lola con locura.

Y aunque quiso evitarlo a toda costa, empezó a experimentar un sentimiento de rencor hacia Lola. Él decía que la había perdonado, pero le era imposible olvidar. Y le era imposible evitar pensar que en cualquier momento Lola podría volver a hacerle lo mismo. Y los roles se intercambiaron. Ahora fue él quien dejó de mostrarle cariño, quien discutía por banalidades, y quien ponía excusas para no hacer el amor.

Sinceramente Marcos, no me apetece follar con Lola – me dijo – siento un rechazo hacia ella y ni siquiera me excito cuando la veo desnuda

¿Y cuánto tiempo lleváis sin hacerlo? – pregunté

Tres meses. Tres meses sin follar

Joder. ¿Y cómo eres capaz de llevarlo? Me refiero a lo de no practicar sexo – pregunté realmente sorprendido

Imagínate

¿Te vas de putas?

No, hombre no. Ya sabes que a mí no me va ese rollo. Pues a pajas. Con casi 26 años que tengo me mato a pajas todos los días – me dijo con tristeza en los ojos

Juan, siento mucho por lo que estás pasando. Y sabes que tienes mi apoyo para todo

Gracias Marcos, ya lo sé

¿Se lo has contado a alguien más?

No, no me he atrevido. A mis padres les mataría de un disgusto, y con mis amigos de la facultad he perdido un poco el contacto desde que nos licenciamos, y no tengo confianza con ellos para hablar de esto

¿Y por qué no me lo has contado antes?

Porque pensé que podría solucionarlo, pero todo se ha ido torciendo y ahora no sé qué hacer...

¿No has pensado en nada?

Sí, lo había pensado y lo tenía decidido. Había llegado a la conclusión de que lo mejor era separarme de Lola

Bien, tal y como están las cosas me parece correcto. Además creo que es lo mejor para los dos

Ya, pero ahora tengo mis dudas

¿Por qué?

Porque Lola está embarazada. Está de casi cuatro meses. Nos enteramos el mes pasado – dijo con una mirada a punto de romperse en mil pedazos

En aquel momento no sabía si lo que tenía que hacer era felicitarle por su próxima paternidad (Juan siempre había soñado con tener varios niños correteando a su alrededor) o sentir lástima por él y por el problemón que tenía encima. Así que me limité a hacer lo único que seguramente necesitaba mi amigo en ese momento: darle un abrazo. Juan estaba tan conmocionado con todo lo que le estaba pasando y debía de estar esperando durante tanto tiempo un abrazo como ese por parte de alguien, que no tardó en echarse a llorar como un niño aferrándose a mí como si fuera lo único que tuviera en la vida. Su fragilidad me emocionó y le di un fuerte beso en la mejilla para calmarle.

Después de eso Juan fue a echarse una siesta a su habitación. Estaba cansado del trabajo. Además el hecho de contar por primera vez su problema a alguien le había agotado, como si se hubiese quitado un gran peso de encima: te deja aliviado pero con necesidad de recobrar fuerzas. Yo también estaba algo aturdido y para despejarme me conecté un rato a Internet. Al principio estuve charlando con un par de amigos del Chat y después navegué por varias páginas porno con la intención de relajarme. Estaba en plena acción cuando llamaron a mi móvil. Rápidamente cerré todas las ventanas y corrí a mi habitación a contestar. Era mi amigo Sebas. Estuvimos charlando cerca de una hora. Cuando salí me encontré a Juan en el salón. Estaba bastante mejor. Más aliviado y menos tenso. La charla anterior le había servido de cura.

Marcos, ¿te importa que hoy no salgamos y lo dejemos para mañana? Estoy bastante cansado

Claro tío, no hay problema. El protagonista de este fin de semana eres tú y haremos sólo lo que a ti te apetezca – le dije mientras le cogía cariñosamente del hombro

Eres un crack. Creo que voy a empezar a tomarme en serio lo de la propuesta de matrimonio de esta mañana, jejeje

No sé si te convengo. Me tiro pedos en la cama y dejo pelos en la ducha

Pero haces unas pechugas villeroi para chuparse los dedos

Después de tantos años en los que la distancia había hecho algo de mella en nuestra amistad y habíamos perdido cierta confianza, parece que habíamos vuelto a recuperar en tan sólo unas horas aquella relación de lealtad y cariño sincero que tuvimos de adolescentes. Quizás tenía que aprovechar ese momento y contarle antes de volver a Madrid lo de mi condición sexual. Él había sido siempre mi mejor amigo y los amigos no se ocultan las cosas. Además, después de su confesión anterior y de contarme sin ningún pudor sus problemas de pareja, me sentía en la obligación de responderle con la misma sinceridad. Intentaría sacar el tema al día siguiente porque por ese día ya habíamos tenido demasiadas emociones juntas.

Después de cenar nos sentamos al sofá a ver una película que echaban en la tele. Se titulaba "Y tú mamá también" y era una especie de road-movie en la que dos adolescentes mejicanos descubren el sexo de la mano de una mujer española. La película no es porno ni nada por el estilo, pero contiene escenas de gran contenido sexual que excitan a cualquiera. En una de esas escenas, la protagonista les hace una mamada a los dos chicos mientras estos se morrean entre ellos. Yo estaba algo violento al estar viendo esta película con mi amigo (aunque intentaba simular normalidad para no parecer un cateto puritano), pero a la vez me sentía algo caliente. No tenía ni idea de qué se le estaría pasando por la cabeza a Juan en ese momento.

Joder macho, me he puesto caliente con esta peli – soltó de repente

Ya te digo tío. Yo estoy igual – dije entre risas

¡Como está la tía esta! ¡Que pedazo tetas tiene! - añadió

Yo, más que de las tetas de Maribel Verdú, no quitaba ojo de los culos de Gael García Bernal y de Diego Luna que sinceramente no estaban muy allá pero tenían su punto.

¿Sabes a qué me recuerda esto? – preguntó Juan

¿A qué?

A cuando el Dani, tú y yo nos hacíamos pajas viendo las pelis porno de tu hermano

Bueno, esto no es que sea precisamente una película porno

Ya, pero la situación de estar tú y yo viendo una peli así, algo calientes, me lo ha recordado

Y tampoco nos estamos haciendo una paja

Pues por mi parte no será por faltas de ganas, porque llevo un rato algo cachondo – soltó sin ningún tipo de reparos

Jajaja, eso es porque siempre has sido un salidorro

Eh, no me jodas que tú también andas caliente

¿Y tú qué sabes?

Pues ya me explicarás entonces por qué cojones estás abrazado al cojín tapándote los huevos, jajaja

Qué mamón… vale, tienes razón. Creo que me voy a ir al baño a acabar con la tarea – dije levantándome del sofá

¿Y por qué no lo haces aquí?

Pero tío, ¿te has fumado algo?

¿Por qué? No lo veo tan raro. ¿No lo hacíamos de chavales? ¿Por qué no ahora?

Pues no sé, porque ya ha pasado diez años de aquello, porque por aquel entonces teníamos las hormonas a mil y estábamos descubriendo el sexo, porque tú eres un hombre casado, y porque me muero de la vergüenza ¿No te vale con eso?

A mí no me parece mala idea. Somos amigos, estamos cachondos y queremos sofocar nuestra calentura. Y no tenemos que dar explicaciones a nadie – dijo con rotundidad

No, si tienes razón, pero después de tanto tiempo como que me parece raro

Mira Marcos, no quiero engañarte, llevo varios meses a pajas, practicando sexo en soledad; y necesito algo de compañía. No quiero acabar yéndome de putas. Lo único que te pido es que te hagas una paja aquí conmigo y sentir que hay alguien más ahí; no quiero sentirme sólo, como todas las noches. Pero no te pienses que me van los tíos

Desde luego que me excitaba mucho la idea de masturbarme delante de mi amigo y que él lo hiciera ante mí, como cuando éramos unos críos. Pero ahora ya éramos mayores y todo aquello no dejaba de parecerme una locura. Sin embargo, sus palabras acabaron por convencerme y volví a sentarme en el sofá. Le entendía perfectamente. Sabía que estaba pasando por muy mal momento, que se sentía muy solo, y quería ofrecerle mi ayuda fuera como fuese. Si aquella paja le iba a servir para satisfacer en parte su escasez de sexo, no iba a ser yo quien se lo impidiese.

La película que estábamos viendo se había acabado hace tiempo, y como nos parecía algo frío cascárnosla sin estar viendo nada, Juan puso en el dvd una porno que se había descargado de Internet.

Esto es lo que utilizo cuando me hago las pajas – dijo

Algo nerviosos nos sentamos cada uno en un sofá. Juan fue el primero en dar el paso. Comenzó a sobarse el paquete por encima del pantalón que evidenciaba un buen empalme de su polla. Yo le imité y comencé a sobarme el mío. Aunque tenía la mirada puesta en la película, por el rabillo del ojo no perdía detalle de todos sus movimientos. Nuestra excitación fue aumentando al tiempo que pasaba el tiempo. Personalmente, yo estaba más excitado de tener a mi amigo a escasos dos metros de mí tocándose el rabo que de la película en sí, donde en ese momento se desarrollaba una escena lésbica entre dos tías rubias y operadas. El calor se fue condensando en aquella habitación y en un momento dado Juan se deshizo de su camiseta, quedando con el pecho al descubierto. Sin ser un tío atlético (como soy yo debido a mi práctica de triatlón) mi amigo es un chico bastante atractivo. No tiene apenas músculos, pero está delgado y bien formado. Digamos que es un diamante en bruto, aunque en ese instante me pareció el tío más sexy del mundo. A estas alturas, a pesar de que ya jugábamos sin ningún tipo de pudor con la mano bajo nuestro pantalón tocándonos los rabos, aún no nos habíamos sacado las pollas fuera. Yo ya estaba cachondísimo y aquello me pareció una niñería: si habíamos decidido hacernos una paja, había que hacerlo bien y llegar hasta la última consecuencia. Así que me bajé los pantalones y calzoncillos hasta los tobillos y me cogí de la polla. Al verme, Juan se sonrió e hizo lo mismo que yo.

Estaba deseando que dieras tú el paso, porque yo ya no me atrevía – me dijo

Poco a poco fui quitándome del todo los pantalones y calzoncillos con los pies y me quedé sólo con la camiseta y los calcetines puestos. Después me tumbé a lo largo del sofá sin cesar en mi paja. Juan también se desvistió por completo quedando sólo con los calcetines y se tumbó en su sofá. Fue entonces cuando me fijé en su polla. Hacía años que no la veía. La tenía totalmente circuncidada. La última vez que llegué a vérsela aún no se había operado. Su tamaño también había cambiado. Le había crecido unos cuatro centímetros y la mata de pelo que la rodeaba era más frondosa que antes. Calculaba que debía medirle el rabo como 17 ó 18 centímetros, más o menos como el mío, pero sus huevos eran mucho más grandes que los míos. Sólo de verlos, me imaginaba la cantidad de leche que podrían albergar y cómo sería su corrida. Si todo iba bien, no tardaría en comprobarlo. De repente me di cuenta de que Juan también me estaba mirando. A partir de ahí, dejamos de prestar atención a la película y nos limitamos a observarnos el uno al otro.

Te ha cambiado mucho la polla. La recordaba más chica – dijo

Coño, y la tuya también era más pequeña

Sí, y afortunadamente me creció. Recuerdo que estaba algo acomplejado con el tamaño

¿Te acuerdas cuando nos las medíamos con tu regla del colegio? – pregunté divertido

Jajaja, es verdad. Tan pronto la utilizaba para medirme la polla como para hacer los ejercicios de dibujo técnico

Jejeje. También recuerdo cuando nos las juntábamos Dani, tú y yo para comprobar quien la tenía más grande

Sí, el cabrón del Dani sabía perfectamente que siempre iba a ganar él y lo hacía para humillarnos. Por algo le llamaban en clase "el trompa", por el parecido de su polla con la trompa de un elefante

Empezamos a reírnos recordando nuestras aventuras sexuales de chavales durante un buen rato. Después proseguimos con nuestras pajas en silencio, hasta que Juan volvió a romperlo con otra carcajada.

¿De qué te ríes ahora? – pregunté intrigado

De que parecemos dos adolescentes aquí con las pollas fuera y hablando de tamaños

Sí, es verdad, pero yo ahora mismo estoy muy a gusto – dije convencido

Y yo; estar haciéndome una paja contigo como en los viejos tiempos es la hostia. Pero no quiero ni imaginar la cara que pondría Lola si entrase ahora mismo por esa puerta y nos viera de esta guisa

Calla, calla, que yo no sabría donde meterme

Y con lo puritana que es ella

¿En serio? No lo parece – pregunté sorprendido

¿En el sexo? Más de lo que te imaginas

Pues muy puritana no será cuando se ha liado con otro tío… - no había acabado de decir estas palabras cuando me di cuenta de mi metedura de pata – oye, perdona tío, no era mi intención

No te preocupes, si tienes toda la razón. Lo único que me gustaría saber es si a ese tío le comió la polla alguna vez, porque lo que es a mí

¿Nunca te ha hecho una felación?

Qué va tío, no ha habido manera de convencerla para que me la mamara – contestó abatido

Sí que es puritana, sí. Pues tío, lo siento mucho por ti porque no sabes lo que te pierdes

No lo sé, pero me lo imagino. Ya sabes que Lola fue la primera chica en mi vida y no he tenido sexo con nadie más, así que en lo de las mamadas aún soy virgen

Yo no era el más idóneo para sorprenderme por la confesión de mi amigo porque mi vida sexual apenas tenía dos años y medio de vida, aunque ahora estaba aprovechando muy bien el tiempo perdido.

¿Te acuerdas de aquella vez que nos pilló mi hermano meneándolas? - pregunté

¿Qué si me acuerdo? Estuve un mes cagado de miedo por si se lo contaba a tus padres

Más cagado estaba yo, que vivía bajo el mismo techo con ellos

Qué ilusos éramos entonces, como si hacerle una paja a otro tío fuera pecado mortal – dijo mi amigo

Ya, pero por aquella época no sabíamos casi nada del sexo. Con el tiempo es cuando empiezas a dotar de normalidad a todo lo que hacíamos

Pues sería muy normal, pero esa fue la única vez que nos las cascamos el uno al otro. Y todo por el oportunista de tu hermano

Otra vez quedamos en silencio sin dejar de pajearnos y observándonos el uno al otro. Aquella conversación me estaba poniendo muy cachondo y lo mejor de todo era que Juan parecía igual de caliente.

La recuerdo como una de las mejores pajas de mi vida. Estuvo muy bien – dije retomando la conversación

¿Qué pasa? ¿Me estás insinuando que te gustaría volver a repetir aquello?

No te insinúo nada. Lo único que digo es que me gustó. ¿O tú no disfrutaste? – pregunté interesado por su respuesta

Claro que disfruté, aunque hubiese estado mejor haber llegado hasta el final y poder corrernos, pero llegó tu hermano y nos cortó el rollo

Bueno, en este momento mi hermano debe de estar a unos 600 km de distancia

Ahora no me negarás que eso ha sido una indirecta en toda regla

No te lo niego. La verdad es que no me importaría hacerlo

Ufff, joder Marcos

¿Qué?

No sé – dijo dubitativo

¿El qué no sabes?

Creí que nunca iba a llegar a decir esto… pero a mí tampoco me importaría que nos las cascáramos el uno al otro

Ey, como tú has dicho antes, no tenemos que dar explicaciones a nadie. Si nos apetece a los dos, no veo el problema

Vale, de acuerdo, espero no tener que arrepentirme de esto – dijo intentando aparentar resignación, aunque yo me di cuenta que en el fondo también lo estaba deseando

Y acto seguido, Juan se levantó de su sofá y vino hacia el mío. Como pudo se tumbó a mi lado. El sofá era algo estrecho y apenas cabíamos los dos. Juan tenía medio cuerpo fuera y tuvo que pasar uno de sus brazos por mi cuello para aguantar el equilibrio. Una vez que conseguimos "acomodarnos" había que empezar con aquello. Pero ahí estábamos los dos, prácticamente en pelotas, aprisionados, con las pollas apuntando al techo y como dos pasmarotes sin hacer nada.

¿Y si mejor nos sentamos para estar más cómodos? – pregunté rompiendo el hielo

No, prefiero así

Vale, como quieras. Bueno, ¿y quién empieza?

No sé

¿Empezamos a la vez?

Venga

Lentamente acerqué la mano hacia la polla de mi amigo. Él se había quedado algo paralizado y con un gesto le indiqué que acercara la suya hacia mi rabo. La mano de Juan temblaba por momentos, y se detuvo a escasos centímetros de mi polla. Entonces yo le agarré con toda la palma de mi mano su tronco. Él suspiró, y aprisionó mi nabo con algo de torpeza.

El primer paso ya está dado – dije

Sí, ya no hay vuelta atrás. Así que vamos a la acción – contestó

Prácticamente al unísono, Juan y yo comenzamos a masajearnos los nabos. Las risas de nerviosismo iniciales fueron tornando a leves gemidos que intentábamos disimular para no evidenciar que aquello nos estaba gustando. Una más de nuestras contradicciones: ambos habíamos llegado a ese punto porque sabíamos que así íbamos a disfrutar y sin embargo, una vez puestos en acción, nos daba vergüenza admitir que aquella paja nos estaba poniendo cachondos. En un momento dado tuve que detener el pajote que me estaba haciendo Juan para indicarle cómo tenía que cogerme el rabo para proporcionarme más placer. Él aprovechó para decirme que no le aprisionara tan fuerte los huevos porque le hacía daño. Una vez que acabaron nuestras clases de prácticas masturbatorias, proseguimos con la paja, que se alargó durante varios minutos. El calor que allí se había condensado hacía casi irrespirable el aire. Hacía ya tiempo que los leves gemidos se habían convertido en auténticos jadeos. Yo seguía frotándole su polla circuncidada y él hacia lo propio con la mía. Me fijé en su cara, que era todo un poema: tenía los ojos cerrados y el ceño fruncido y no paraba de morderse los labios. Yo no me quedaba atrás, estirando y encogiendo sin parar las piernas y acariciándome los pezones con la mano libre. Pero los ojos los tenía bien abiertos, para no perder detalle de ese rabo, que si no se hubiera tratado del rabo de mi amigo, no hubiese tardado ni cinco segundos en lanzarme a él y comérmelo con desesperación. De repente, Juan dejó de masturbarme.

¡Espera!, ¡Para! – dijo cogiendo aire

¿Qué ocurre? – pregunté imaginándome que Juan se había arrepentido de aquello

Que no estoy cómodo tío

Ok, te entiendo, si quieres lo dejamos – dije ocultando mi resignación

No, no. Si no quiero dejarlo. Lo que pasa que a este paso me voy a caer del sofá, y ya me duelen un poco los riñones de esta postura

¿Y qué propones?

Vamos a ponernos de lado, el uno frente al otro. Yo creo que así sí que cabemos

Nos colocamos tal y como había propuesto Juan. Ahora el contacto entre ambos era si cabe bastante mayor. Nuestras pollas podían incluso rozarse si nos lo hubiésemos propuesto. Y de esta manera, seguimos masturbándonos.

Pero ahora estábamos frente a frente, con su cara mirando hacia mi cara y, aunque intentábamos desviar la mirada hacia otro lado, era inevitable que de vez en cuando nuestras miradas se encontrasen.

¿Te importa que apague la luz? – preguntó Juan

Haz lo que quieras

Vale, es que me da corte mirarte y que me mires mientras hacemos esto

Apagamos la luz y proseguimos. El hecho de quedarnos a oscuras acrecentó mucho más nuestra excitación. De esta manera sólo podíamos percibirnos a través del tacto. Bueno, a través del tacto y también a través del olor, y sobre todo, a través del oído. Sentía sus jadeos a escasos centímetros de mi oído y hacía verdaderos esfuerzos para no lanzarme a su boca. Poco a poco, de manera creo, no premeditada, fuimos acercándonos el uno al otro, hasta el punto de apoyarme en su hombro y él en el mío. A esa altura de la paja, prácticamente se me había olvidado que estaba teniendo sexo con mi mejor amigo, y dejé volar mi imaginación. Me imaginaba que aquel tío no era mi amigo, sino un desconocido con quien había pactado una sesión de sexo. Y así, llevado por la total excitación que estaba experimentando, me incorporé y en la oscuridad de la habitación, busqué sus labios con los míos. Me acerqué y le di un ligero beso.

En ese instante Juan se paró en seco. Viendo su reacción, yo hice lo mismo. Ambos nos quedamos en silencio y totalmente quietos. Al estar a oscuras no pude ver el gesto de su cara, aunque suponía que sería una mezcla de sorpresa y enfado. Me di cuenta de lo estúpido que había sido y esperaba que en cualquier momento Juan se levantara malhumorado de aquel sofá y se cabreara conmigo. Pero entonces sucedió lo que nunca hubiese imaginado: Juan volvió a cogerme la polla y empezó a masturbarme de nuevo como si nada hubiese pasado. Yo hice lo mismo y procuré tener más cuidado para no volver a meter la pata una vez más. Medio minuto después, sin esperarlo, sentí un leve beso de Juan sobre mis labios. No me lo podía creer; no sólo no se había cabreado conmigo por lo anterior, sino que ahora era él quien había dado ese paso. Pero quizás yo estaba equivocado y sólo había sido un roce fortuito. Aunque en ese caso se habría disculpado, ¿no? ¿Entonces, qué había significado realmente aquello? Estaba totalmente confundido y tenía que salir de dudas, así que volví a acercarme a él y volví a besarle de nuevo.

Esta vez no tardó ni diez segundos en devolverme el beso. Ahora sí que estaba claro. Tenía que aprovechar aquel momento e ir a por todas. Por tercera vez acerqué mis labios a su boca y en esa ocasión, en lugar de separarlos rápidamente, los mantuve allí durante varios segundos. En un principio, Juan mantuvo sus labios inertes, pero poco a poco fue relajándolos y respondiendo a mi beso. El paso definitivo fue intentar abrir su boca con mi lengua. Comencé a presionar y sin encontrar apenas resistencia por parte de él, la hundí en su interior. A partir de ahí, mi amigo y yo nos medimos en una lucha sin tregua de lenguas. Nos besábamos con desesperación, con toda la excitación que habíamos almacenado todo ese tiempo. Juan seguramente besaba con la desesperación de alguien que no lo hace desde hace varios meses. Poco a poco, los besos fueron adueñándose de cada centímetro de nuestra piel y no se limitaron a los labios, sino que alternábamos con besos y pequeñas mordidas en el cuello y las orejas. Aquel morreo fue impresionante, de los que pasan a la posteridad en tu historia sexual. Morrearse con un amigo, sobre todo si tu amigo es hetero, es una de las experiencias más placenteras de la vida.

Aquello ya había sido demasiado para mí y no iba a tardar mucho en correrme. Por los espasmos que sufría Juan, supuse que él tampoco.

Marcos… Creo que no voy a tardar – dijo entre jadeos - ¿Cómo lo hacemos?

Córrete en mi pecho

Pero eso es una guarrada tío

No te preocupes, llevo la camiseta puesta

¿De veras que no te importa?

No, tío, córrete sin problemas

Estuve tentado de decirle que aquel pecho había recibido múltiples corridas, y además sin que una tela de camiseta lo cubriese, pero me contuve. Juan sufrió un fuerte espasmo y aferrándose fuertemente a mi nuca y juntando su frente junto a la mía, estalló entre gritos de placer que debieron de oírse a varios kilómetros a la redonda. Seguramente aquella paja distaba mucho de las pajas que se hacía él en soledad, porque su corrida fue tan bestial que estuvo descargando leche durante medio minuto.

Joder Marcos, perdona. Te he puesto perdido – dijo con la mirada baja y algo avergonzado

No pasa nada, esto se limpia – dije restando importancia

Ahora faltas tú. ¿Quieres que…?

No hace falta, ya acabo yo solo

Sabía que una vez Juan se hubiese corrido, su excitación bajaría al mínimo. Su propuesta de acabar mi paja era más por compromiso que por otra cosa, y quise evitarle aquel apuro. Así que me cogí del rabo y empecé a meneármela frenéticamente ante la curiosa mirada de mi amigo. Cuando estuve a punto de correrme, me quité como pude la camiseta y descargué toda mi lefa sobre la tela.

Poco a poco fuimos recuperando las fuerzas y nuestras respiraciones fueron tomando su ritmo normal. Estuvimos como cinco minutos en silencio, sin decirnos nada. Notaba a Juan como pensativo y no tenía ni idea de cuál iba a ser su reacción. Hacia tiempo que se había vuelto a poner los calzoncillos para ocultar sus genitales, quizás porque ya no se sentía tan cómodo desnudo ante mí. El caso es que se levantó y se fue hacia el baño.

¿Te importa que me duche yo antes? – preguntó

No, claro. Pasa tú primero

A los diez minutos salió con una toalla anudada a la cintura y se encerró en su habitación. Yo entré al baño y me di una ducha para quitarme todo el sudor y los restos de leche seca que aún tenía adheridos a la polla y el abdomen. Mientras me duchaba, no podía dejar de pensar en mi amigo. Temía que aquella paja que se nos había ido de las manos pudiera afectarle negativamente. Cuando estaba secándome, Juan llamó a la puerta.

Marcos

Dime - pregunté

Me voy a la cama. Estoy bastante cansado. Hasta mañana – dijo desde el pasillo

Hasta mañana

Terminé de secarme y me fui a la habitación. Aún eran las doce y media de la noche. No tenía sueño y necesitaba dar una vuelta para despejarme y reflexionar sobre todo lo que había pasado. Así que, me vestí, cogí las llaves que Juan me había entregado por la mañana y cerré la puerta. Al salir al exterior, sentí sobre el rostro el aire fresco y húmedo que corría aquella noche de octubre por las calles de Pontevedra. Sin rumbo fijo, inicié mi marcha sin saber que la noche aún no se había terminado para mí

CONTINUARÁ….