El diario de Marcos: fin de semana con mi amigo 1

Este fin de semana que he pasado en Pontevedra con mi mejor amigo me han descubierto nuevas experiencias que nunca imaginé...

Mi amistad con Juan nunca volverá a ser la misma. Ni siquiera sé si volveremos a vernos. Sé que por el momento, no. Aunque al despedirnos en la estación de tren intentamos restar importancia a lo sucedido este fin de semana y nos prometimos que lo olvidaríamos para siempre con el fin de que siguiéramos siendo amigos como hasta ahora, lo cierto es que en el fondo él y yo sabemos que esto no va a ser posible.

El viaje de vuelta a Madrid no ha sido fácil. No he parado de darle vueltas a lo ocurrido intentando averiguar en qué punto se me fue la situación de las manos. Todo empezó hace dos semanas. Juan, mi amigo del alma, que reside en Pontevedra con su mujer, me llamó como de costumbre para hablar conmigo y preguntarme qué tal me iban las cosas. Me invitó a pasar un fin de semana a su casa aprovechando que su mujer se iba a ausentar esos días por un compromiso familiar, ya que tenía que asistir a una boda en Málaga. Medio en broma, medio en serio, le pregunté si tenía que esperar a que Lola, su mujer, se marchase fuera para que me invitara a ir; si acaso le caía mal como para no querer verme. Me contestó que no fuera tonto, que no era eso, que ya sabía yo que a Lola le caía muy bien, y que necesitaba verme porque no estaba pasando por un buen momento y quería compartir sólo conmigo sus cosas, sin su mujer delante. Le interrogué por su problema pero no quiso adelantarme nada. Insistí y lo único que me llegó a decir era que se trataba de algo relacionado con su mujer.

Al momento supuse que Juan y Lola estarían pasando por una pequeña crisis, de estas que suelen surgir los primeros meses de convivencia de una pareja y que no se superan hasta que no se llegan a limar las pequeñas asperezas que las provocan. No quise darle mayor importancia y quince días después me fui para Pontevedra dispuesto a ayudar a mi amigo con una buena pila de consejos matrimoniales bajo el brazo. Es curioso que cuando uno trata de ayudar a un amigo, no le faltan consejos y soluciones a sus problemas, incluso cuando se trata de un tema del que no tienes ningún tipo de experiencia (como era en este caso sus supuestos problemas maritales, de los que yo, como soltero gay, poco podía saber), y sin embargo, luego uno mismo no es capaz de aplicarse esos mismos consejos a sus propios problemas.

Decidí ir para allá en tren. Como el viaje era largo, cogí un tren que viajaba durante la noche; así podría aprovechar el tiempo para dormir y el trayecto sería más cómodo yendo tumbado que sentado en un incómodo asiento durante varias horas. Mentiría si dijera que no me excitaba la situación de compartir un compartimiento durante el viaje. Y es posible que este hecho influyera en mi decisión final de viajar por la noche en un 60%.

Llevaba 20 minutos tumbado sobre mi cama y sólo faltaban 5 minutos para que el tren partiese de la estación. Y no había rastro de nadie más. Mi curiosidad por saber con qué tío o tíos iba a compartir habitación se desvanecía por momentos. Seguramente esas plazas se habían quedado sin vender e iba a "disfrutar" de la soledad durante ocho horas. Aunque ocho horas daban para mucho y no descartaba salir a media noche al pasillo a dar una vuelta para inspeccionar el terreno. El tren salió de la estación de Chamartín, y mientras fantaseaba con un encuentro tórrido con el revisor en unos de los servicios, fui cayendo poco a poco dormido.

La puerta corredera del compartimiento se abrió bruscamente y me desperté sobresaltado. Volví la cabeza y vi entrar a dos chicos jóvenes extranjeros con pintas de viajeros, quienes al darse cuenta de mi sobresalto se disculparon varias veces. Hablaban bastante bien el español y por su acento deduje que eran franceses, algo que me confirmaron después. Me contaron que se les había hecho tarde y que habían cogido el tren por los pelos, metiéndose en la primera puerta que encontraron y que, perdidos, estuvieron buscando durante un buen rato su compartimiento. Me extrañaba que hubiesen tardado tanto tiempo en encontrarlo y mire el reloj para saber la hora que era. Entonces me di cuenta de que no habían pasado ni diez minutos desde que el tren se había puesto en marcha, aunque para mía había pasado como una hora.

Los chicos no eran nada del otro mundo. Tenían el pelo rubio oscuro, eran altos y algo delgaduchos y bastante normalitos de cara. Pero todo eso no impedía que tuviera curiosidad por verles en calzoncillos. Y es que me pone a cien ver a un tío desvistiéndose, por muy feo que sea. Yo aún estaba vestido; únicamente me había desprendido de las zapatillas y de la sudadera. Bajé de mi litera y me senté en la de abajo, y empecé a charlar durante un rato con mis compañeros. Me estuvieron contando que llevaban un mes recorriendo España en plan mochileros y que no iban a olvidar nunca este viaje. No paraban de repetir lo ardientes que eran las chicas españolas, por lo que descarté automáticamente que fueran gays. Aunque tampoco me importó mucho, porque mi idea no era tener sexo con ellos (aunque tampoco hubiese dicho no a una paja compartida…). Una hora después decidimos irnos a la cama pues el cansancio era evidente. Enseguida empecé a desvestirme hasta que me quedé sólo con unos bóxer ajustados. Me encanta exhibirme y me encanta que me miren, por lo que me entretuve un tiempo de pie en medio del compartimiento mientras seguía hablando con ellos. Los franceses también se quedaron en ropa interior: uno de ellos tan sólo con unos slips morados y una camiseta de manga corta; el otro, también se quedó como yo, con unos bóxer ajustados y el pecho descubierto.

La situación de estar en un habitáculo tan pequeño con dos tíos y todos en calzoncillos me estaba dando un morbazo de la hostia y era consciente de que en cualquier momento podía tener una reacción no deseada. De repente, el de los bóxer ajustados, se desprendió de su ropa interior quedando totalmente en pelotas, pero al momento cogió unos pantalones cortos holgados de algodón y se los puso. Supongo que se cambió para dormir más cómodo sin sentir la presión de la tela de los gayumbos. Fue un breve espacio de tiempo, pero durante esos cinco segundos en que le vi desnudo imaginé que el francesito iba a pasar la noche en cueros. Pero, por desgracia, no fue así. Y no me extrañaría que normalmente sí lo haga, pero por respeto a un desconocido no lo hizo. Como he dicho, fue poco tiempo, pero el justo para observar su larga polla con apenas vello que despertó levemente a la mía. Antes de que la cosa fuera a más, me subí a mi litera y me tumbé ocultando mi principio de erección. Los franceses también se acostaron. El que se había quedado en pelotas se tumbó en la litera que estaba frente a la mía; el otro se tumbó en la inferior. Apagamos la luz dispuestos a dormir.

Poco a poco mis ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad. Distinguía perfectamente la silueta del chico que dormía frente a mí. Estaba tumbado boca arriba sobre la colcha y con las manos bajo la cabeza. Lo tenía a tan sólo un metro y medio de distancia y podía sentir perfectamente su olor. Olía a tío después de todo un día. Pero no olía mal; al contrario, su "fragancia" excitaba. Lo cierto es que el ambiente era una mezcla de los tres, de los olores corporales de tres hombres jóvenes. A cualquier otro tío le hubiese pasado desapercibido, pero a mí me había puesto muy cachondo, y eso unido a la visión de la polla francesa que había tenido minutos atrás, provocaron una erección como hacía tiempo que no tenía. Tenía el rabo completamente duro y el calzoncillo me estaba haciendo daño. Así que me metí bajo la sábana y acto seguido me bajé el bóxer. Mi polla se encontraba liberada y ahora pedía guerra. Suplicaba que alguna mano o alguna boca compasiva se apiadase de ella y le bajase ese calentón. Por desgracia para mí, la única mano disponible en ese momento era la mía, y empecé a masturbarme mientras fantaseaba con las pollas de los dos franceses. Mi paja fue cogiendo ritmo al tiempo que aumentaba mi excitación. La acompañaba con suaves masajes a lo largo del todo el cuerpo y pequeños pellizcos en los pezones. Si seguía así no tardaría en correrme. Entonces caí en la cuenta de que no tenía nada a mano para limpiarme y además, si me corría allí mismo, el olor a semen sería percibido por mis compañeros de compartimiento, y lo último que me apetecía en ese momento es que pensaran que compartían habitación con un pajillero salidorro. Por eso, cesé en mi paja, me subí los gayumbos y bajé de la litera. Lo mejor sería buscar un servicio para acabar con esa tarea. Me puse la camiseta y unos pantalones cortos de deporte. Después me calcé una de las zapatillas y, mientras palpaba con la mano por todo el suelo en busca de la segunda zapatilla, me topé con una prenda de ropa tirada y hecha un higo.

La cogí e instintivamente la llevé a mi nariz y aspiré. El olor a polla, sudor y culo que desprendían no dejaban lugar a dudas: eran los calzoncillos del francesito. Sin pensarlo dos veces me los guardé bajo los pantalones y, tras calzarme la segunda zapatilla, salí al pasillo. Mi erección era bastante evidente y formaba una gran tienda de campaña. Empecé a caminar a lo largo de todo el vagón para inspeccionar en busca de una posible juerga. Estaba totalmente caliente y no quitaba de mi mente la idea de montármelo con alguien. Pero para eso tenía que encontrar alguna pista o toparme con algún tío en el pasillo con la misma idea que yo. Recorrí tres vagones a lo largo hasta que llegué a un cuarto vagón donde los viajeros viajaban sentados. Me di entonces la vuelta y regresé por donde había venido. No había nadie por allí. De repente, me pareció oír unos ruidos sospechosos y me paré junto a la puerta de uno de los compartimentos. Afiné el oído y empecé a escuchar claramente el movimiento acompasado de una cama acompañado de una serie de jadeos. Parecían ser un tío y una tía, pero aún así la situación me calentó y no dudé en sacarme allí mismo la polla y empezar a meneármela mientras imaginaba que era yo a quien ese desconocido le estaba metiendo la polla por el culo. Al minuto se puso en funcionamiento la única neurona que me quedaba despierta en ese momento y analicé fríamente la situación: si alguien me pillaba en medio del pasillo haciéndome una paja, me podrían denunciar por exhibicionista, y si ese alguien se trataba de un menor, de pedófilo. Por lo que me guardé la polla bajo el bóxer y me encerré en el primer servicio que encontré. Allí me acordé de los gayumbos que llevaba del francés. Los saqué y empecé a olerlos de nuevo. Mmmmmm.

Ese olor pondría cachondo hasta al más hetero. Proseguí con la paja mientras olía, mordía y chupaba esos calzoncillos. Después me desnudé por completo y me puse los gayumbos del "gabacho", me saqué la polla por uno de los laterales y seguí cascándomela. Estaba a punto de acabar cuando alguien intentó abrir la puerta. No dije nada y proseguí con mi tarea, pero al sentir de forma inesperada la puerta, mi erección se había bajado un poco. Me concentré para volver a excitarme y poder acabar cuanto antes. Al poco volvieron a intentar a abrir la puerta. Volví a desconcentrarme. "¿Hay alguien ahí?" – preguntó una mujer desde fuera. "Sí, sí, ya salgo" – contesté. Definitivamente parecía que esa noche no iba a poder terminar con aquella paja tranquilamente. Me vestí rápidamente y abrí la pequeña ventana para que se ventilara el habitáculo. Al salir, una mujer de la tercera edad se disculpó por haberme hecho salir de allí tan repentinamente y se excusó diciendo que pensaba que no había nadie allí metido. Tuve la tentación de soltarle que cuando una puerta está cerrada es porque alguien la ha cerrado desde dentro, pero me contuve, y por cumplir, más que por otra cosa, le dije que no se preocupara y me fui de allí directo a mi compartimiento. Podía haber buscado otro servicio para seguir masturbándome, pero aquella anciana me había cortado el rollo y se me había quedado tan pequeña que era difícil encontrármela. Entré al camarote y los dos franceses roncaban acompasadamente, primero uno y luego el otro, como si lo tuvieran ensayado. Aquello ya acabó por completo con toda mi libido y me acosté dispuesto a coger el sueño si aquellos dos tíos me daban su permiso.

Los primeros rayos de sol apuntaron a mis ojos. Cabreado, me levanté y bajé una pequeña persiana de la ventana hasta la mitad. Volví a subir a mi cama y antes de cerrar de nuevo los ojos, eché una mirada hacia mi vecino de enfrente. Parecía lucir una erección matutina y se podía llegar a vislumbrar la punta de su nabo por una de las perneras de su pantalón. En mi cara se dibujó una pequeña sonrisa, pero aquella visión apenas duró un minuto, cuando el francés se dio la vuelta y se puso de cara a la pared. Ahora lo que me ofrecía era su culo, pero como no me gustaba lo más mínimo, yo también me di la vuelta y me dormí de nuevo. Volví a despertarme con la alarma de mi móvil. Debían de ser las 7:50 de la mañana y apenas faltaba media hora para llegar a Pontevedra. No había rastro de los "gabachos". Debían de haberse bajado en la parada anterior, y no me había coscado de nada.

8:25 de la mañana. El tren hacía su parada en la estación de RENFE de Pontevedra. Esperaba encontrar a Juan recibiéndome con los brazos abiertos, tal y como había quedado que haría, pero no estaba allí. Al momento llamaron al móvil. Era él. Se disculpó diciéndome que estaba en medio de un atasco por un accidente que había habido en la carretera y que se retrasaría una media hora. Le dije que no se preocupara y que mientras tanto aprovecharía para desayunar en la cafetería de la estación. Pero al colgar, se me ocurrió una idea mejor. Aún no había llegado a correrme y el calentón no se había ido totalmente desde la noche anterior, así que pensé que podía hacer una visita por los servicios de la estación. La verdad es que no sabía si en aquel sitio se practicaba cruising o no, pero es sabido que en los servicios de casi todos los aeropuertos, estaciones de tren o estaciones de autobús, siempre hay tema. Aunque a las 8:30 de la mañana quizás era demasiado temprano

Entré y me dirigí a la zona de los urinarios. Allí había dos hombres de unos cuarenta y tantos años. Me puse a dos urinarios del primero de ellos. A los pocos segundos acabó y se retiró. Se entretuvo medio minuto más mientras de lavaba y se secaba las manos y después salió de los servicios. El otro hombre seguía allí, justo al otro extremo donde me encontraba yo, junto a la pared. Ya había pasado un minuto desde que nos quedamos solos allí y ninguno de los dos se había movido de su sitio. Era bastante sospechoso y parecía que ambos habíamos ido a lo mismo. Miré hacia su posición. El hombre parecía concentrado en lo suyo y el movimiento de su mano le delataba. Al ver aquello mi polla dio un respingo y se me puso totalmente dura. Noté como ahora el tío había fijado su mirada en mí. Entonces yo le devolví la mirada. No estaba del todo mal aunque no era mi tipo. Era un tío de unos cuarenta y cinco años. No era gordo aunque tenía algo de tripita y parecía ser algo velludo. Permanecimos así durante unos segundos y el hombre, sin ningún tipo de pudor, se retiró del urinario mostrándome su rabo en todo su esplendor. No era larga, más bien algo pequeña, pero era bastante gorda y venosa. Con gestos me indicó que le mostrara la mía y se la enseñé. Al verla se sonrió y se dirigió hasta el urinario que estaba a mi lado. En ese momento entraron dos hombres a los servicios y se pusieron a mear. El desconocido y yo disimulamos e hicimos como si estuviésemos orinando. Al poco rato se fueron y nosotros continuamos con nuestro "juego". Ambos nos meneábamos nuestros rabos mientras fijábamos la mirada en la polla del otro. El hombre alargó su mano e intentó cogerme el rabo, pero rápidamente se la aparté. No me apetecía tener ningún tipo de contacto sexual con él. Lo único que quería era ver cómo se meneaba su polla mientras yo hacía lo propio con la mía. El hombre parece que no cogió mi mensaje porque volvió a intentarlo, y otra vez le retiré su mano. Entonces se retiró del urinario y se metió en uno de los retretes sin cerrar la puerta. Me chistó y miré hacia él. Ahí estaba ofreciéndome toda su polla mientras me invitaba a entrar. Le dije que no quería nada. Me contestó que no fuera tímido y que entrase que lo íbamos a pasar bien. Le mandé al cuerno y me fui de allí. Aquel tío estaría convencido de que era un hetero indeciso que apenas había tenido experiencias con otros tíos y que no llegaba a decidirme. Pero lo que no se le había pasado por la cabeza es que quizás simplemente yo no quería nada con él.

Me quedé fuera, sentado. Desde allí podía observar a todos los tíos que entraban en los servicios. Conté cinco. Todos habían salido ya menos el que entró en segundo lugar. Por el tiempo que llevaba ahí metido, o una de dos, o estaba cagando, o estaba de juerga con el otro tío que había dejado dentro. Vi a un chico entrar. Tendría unos veinte años y llevaba una mochila. Esperé un tiempo prudente antes de entrar. Habían pasado tres minutos y me decidí a volver a los servicios en busca de mi presa. Allí estaba él, en uno de los urinarios. Ni rastro de los otros dos tíos. Seguramente estarían en uno de los retretes mamándoselas. Sin medias tintas me puse al lado del chico: si el chaval buscaba tema, para qué perder el tiempo; y si no lo buscaba, tampoco perdía nada. Lo primero que hice fue mirar disimuladamente su polla. La tenía dura. La primera señal era buena. Yo me saqué la mía y empecé a meneármela. No intentaba ocultar el movimiento de mi mano. Quería que él se percatase. El chico parecía nervioso porque no apartaba la mirada de su polla sin fijarse en la mía. Entonces yo me retiré un poco más del urinario para mostrarle descaradamente mi rabo. Ahí el chico me la miró y no dejó de hacerlo mientras se pajeaba su polla. Alargó su mano y antes de cogérmela me pidió permiso con la mirada. Se lo di y enseguida abrazó mi tronco con toda la palma de su mano. Descorrió el pellejo suavemente y con el pulgar empezó masajear suavemente mi glande. Ese ligero roce me estaba poniendo a mil y quise devolverle aquel placer que me estaba proporcionando. Le cogí de su rabo y empecé a pajearle. Me fijé más en él y me di cuenta de que el tío era realmente guapo. Moreno de ojos verdes y cara aniñada. Delgado pero fibrado, con músculos en los brazos y abdomen de esos de infarto. Sin duda ese chico debía de practicar algún deporte para mantenerse así. Y su polla, aunque no gruesa, sí era lo suficientemente larga como para babear por ella. De repente, sin avisar, se agachó y se metió toda mi polla en la boca. Aquello me pilló por sorpresa y no pude evitar soltar un ligero gemido de placer. El ruido de una de las puertas del retrete abriéndose nos sorprendió y algo sobresaltados volvimos a nuestras posiciones iniciales, simulando que meábamos. El primero en salir fue el tío que había visto entrar antes y tras él, el primer tío que me encontré al principio. No tuvieron reparo en salir a nuestra vista porque sabían que nosotros estábamos a lo mismo. Antes de marcharse, el hombre al que había visto pajearse antes, me agarró y apretó suavemente una de mis nalgas. En ese momento no supe reaccionar y me dejé hacer. Cuando se fueron, invité al chico entrar en uno de los retretes para evitar que alguien pudiera pillarnos. Accedió y nos encerramos en uno de ellos. Sin mediar palabra, me lancé a su boca a riesgo de que me rechazara. Pero parece que al chaval también le iban los morreos porque me recibió con muchas ganas. No tardamos en sacarnos las pollas y masturbarnos mutuamente mientras no dejábamos de comernos la boca. Le susurré al oído que volviera a hacerme una mamada y como un sirviente que sigue las órdenes de su amo, se agachó y la engulló por completo. En ese momento empezó a sonar el móvil. Lo miré y vi que era Juan. Colgué. Tenía que seguir con aquello y no podía permitir que me jodieran una vez más en mi intento de correrme. El chico siguió con su mamada. Volvió a sonar el móvil y volví a colgar. A la tercera llamada no tuve más remedio que coger. Le pedí al chico que guardara silencio y descolgué.

¿Por qué me cuelgas tío? – preguntó Juan

Perdona nen, te he colgado porque estoy en el servicio. Ya salgo" – dije

Ah. Ok tío. Bueno, pues te espero aquí fuera en el coche, porque no encuentro sitio para aparcar. Pero no tardes que estoy en segunda fila – añadió

Sí, sí, si ya salía para allá. Venga, hasta ahora – dije, y colgué

Perdona pero tengo que irme ya – le dije al chico – Siento mucho dejar esto así

No te preocupes, además yo también tengo que pirarme que tengo clase ahora

Al menos lo poco que hemos hecho ha estado muy bien

Sí, eso sin duda, me ha molado mazo; a ver si otro día repetimos y lo acabamos – dijo

Estaría bien, pero no soy de aquí, sólo he venido de visita este finde

Pues qué pena tío – dijo algo desilusionado

Bueno, aunque quizás pueda sacar algo de tiempo y quedar antes de irme a Madrid. ¿Apuntas mi móvil? – pregunté

Venga. Dime.

XXXXXXX57

Apunté su número y antes de irse nos presentamos. Se llamaba Ismael, tenía 21 años y jugaba al hockey.

Cuando salí de la estación vi a mi amigo esperándome junto al coche en la acera de enfrente. Me acerqué y nos fundimos en un gran abrazo.

Joder! Hueles a rayos… - soltó sin miramientos echándose a reír

Serás cabrón! Cómo quieres que huela después de toda una noche de viaje en tren… (evidentemente lo de las tres pajas en el tren y las dos pajas en los servicios de la estación lo omití)

Venga monta, que antes de irme al curro te dejo en casa y así te das una ducha y descansas

Montamos y me acercó hasta su casa. Cuando se fue, llené la bañera de hidromasaje que tenía en el cuarto de baño de su habitación. Y mientras me relajaba en la caliente y burbujeante agua, di rienda suelta a mis más bajos instintos y finalmente pude descargar toda la leche almacenada en mis huevos durante tantas horas pensando en los franceses y sobre todo en Ismael. Ese sería el principio de un fin de semana que me deparaba unas cuantas sorpresas más, empezando por Juan

CONTINUARÁ