El diario de Marcos: Diego, mi vecino (1)

Es el turno de relatar mi historia con Diego, mi vecino, y de cómo pasé de espiarle por la ventana a llevármelo a la cama.

Desde que vine a vivir a esta casa (hace ya diez años), siempre ha estado allí. Al principio sólo era un niño al que no prestaba atención (cuantas veces maldije no haber coincidido con alguien de mi edad). Por eso, desde que descubrí que mi vecino de enfrente no me iba a alegrar la vista en ningún sentido, me desentendí por completo de aquella ventana y no le presté la más mínima atención. Por aquel entonces yo tenía quince o dieciséis años y, aunque aún no tenía claro cuál era mi tendencia sexual y por qué me atraía ver a ciertos tíos, lo cierto es que me apetecía mucho espiarlos en su intimidad (sobre todo, desde aquel verano en Benidorm, cuando tenía 13 años. Me hospedé en un hotel con mis padres y mi hermano mayor. La tarde siempre la pasábamos en la piscina, y yo siempre desaparecía de allí durante una media hora y me subía a mi habitación. La excusa que daba a mis padres es que me iba a cagar. La realidad era que ese era el único momento que encontraba para hacerme una paja tranquilamente sin temor a que nadie pudiera molestarme. Una de las veces que subí, me asomé a la terraza para asegurarme de que mi hermano aún seguía abajo y que no iba a interrumpirme. Pero entonces me topé con algo que no esperaba. Aquel hotel tenía forma de "U", por lo que las habitaciones daban al frente de otras habitaciones. La que pillaba justo al frente a la mía estaba ocupada por tres chicos de unos veintitantos años, extranjeros, creo que franceses. En aquel momento uno de ellos estaba tumbado en la cama, desnudo, viendo la tele. La polla la tenía dormida, pero ladeada hacía la izquierda, por lo que se ofrecía a mi vista en todo su esplendor. Parecía que no había nadie más. Al cabo de medio minuto, reaccioné, y me escondí tras la cortina para seguir viendo el espectáculo sin ser descubierto. Era la primera vez que veía a un tío en pelotas –sin contar a mi hermano, claro, pero era mi hermano y desde pequeño le he visto desnudo-. Recuerdo que aquella visión me impactó y me agradó a partes iguales. Creó una sensación rara en mí, nunca antes sentida. Inconscientemente me llevé la mano a la polla y empecé a sobarme por encima del bañador. Al rato, salió otro de los chicos del baño. También salía en pelotas y secándose el cuerpo. El que estaba tumbado se levantó y se metió con una toalla para adentro. El que había salido de la ducha conversaba con alguien, pero yo no podía verle, hasta que apareció a mi vista. Tenía una camiseta y un bañador puestos que se quitó en seguida para meterse también al cuarto de baño al tiempo que el segundo de ellos salía de allí. Tardaron sólo veinte minutos más en arreglarse y vestirse y salir de aquella habitación dejándome a mí con la visión más morbosa que jamás había tenido en mi vida. Recuerdo que no tardé ni cinco minutos en correrme desde que vi al primero de ellos tumbado en la cama, pero aún así disfruté mucho el resto del tiempo observando esos cuerpos jóvenes y atléticos. Esa fue la primera de cuatro tardes que dediqué a realizar el mismo ritual: subía a mi habitación, me escondía tras la cortina y me masturbaba viendo a aquellos franceses moviéndose de un lado a otro con sus pollas colgando. Al quinto día no hubo rastro de ellos y tras una hora de espera bajé de nuevo a la piscina con una gran desilusión en el cuerpo. Por la noche descubrí que los chicos ya se habían marchado del hotel. En su lugar, un matrimonio de la tercera edad ocupaba la habitación. Los ancianos me arruinaron el final de mis vacaciones… Desde entonces, me aficioné al voyeurismo. Me encanta espiar siempre que tengo ocasión y lo primero que hago cuando llego a un hotel es asomarme a la ventana para comprobar si mi cuarto tiene vista a alguna otra habitación).

Pasaron los años y Diego fue creciendo, pasando de ser el típico niño consentido a ser un preadolescente algo rebelde. Crecía, sí; pero aún seguía siendo un niño para mí. Hasta este año. Con la llegada del buen tiempo (a partir de mayo, más o menos), suelo abrir por completo mi ventana para no asfixiarme con el calor. Todos los vecinos lo hacen, y Diego no iba a ser una excepción. Cuando le vi a principios de verano sentado en su escritorio mientras se preparaba sus exámenes finales, no lo pude creer. " ¿Ese es mi vecinito? ", pensé. No podía ser. El chaval estaba más que cambiado. Había dado un estirón considerable y había ganado algo de fibra muscular que le daba un aspecto más que apetecible. No tenía ni idea de cuántos años tenía ese chico, pero perfectamente podía pasar por un muchacho de 18 años. Fue entonces cuando di gracias al cielo por aquel regalo que me había dado tras años y años de espera. Diego mide algo menos que yo y es delgado. Apenas tiene vello. Tiene el pelo corto, aunque por atrás se lo ha dejado un poco más largo. Lleva un pequeño pendiente en su oreja izquierda que, junto a su corte de pelo, le da un aspecto algo macarrilla. Y es guapo, muy guapo el condenao.

Desde ese día no dejé de observarle. Años y años de práctica en el arte de espiar sirvieron para que no se me escapara ni el más mínimo detalle de aquel chaval. Por la noche esperaba estoicamente a que se fuera a dormir; era entonces cuando se deshacía de su ropa y quedaba sólo en boxer, unos boxer ajustados que le resaltaban su culito y una polla que prometía. A veces me pasaba una hora esperando a que se acostara para luego sólo verle cinco minutos, pero la espera merecía la pena. Me escondía en la oscuridad de mi habitación y hacía uso de mis prismáticos para observarle con mejor detalle. Había días que la suerte se ponía de mi lado y conseguía verle por unos instantes en pelotas cuando iba a ducharse. Entonces no aguantaba ni un minuto y me llenaba toda la mano de leche. Por desgracia, nunca conseguí pillarle haciéndose alguna paja. Quizás se las hacía cuando yo estaba en el trabajo, o quizás se las hacía en su cama (que no llegaba a ver) o quizás se las hacía en el baño. No lo sé, pero yo me moría de ganas por compartir ese momento tan íntimo con él.

Este año me dediqué a hacer lo que nunca había hecho los años anteriores. Aprovechaba cualquier momento para andar en calzoncillos por la habitación (de vez en cuando me metía la mano bajo el calzoncillo y me rascaba exageradamente los huevos). A veces me entretenía más de la cuenta cuando me cambiaba y me quedaba desnudo, exhibiéndome sin pudor. Todo ello lo hacía disimuladamente, sin mucho descaro, como si fuera algo natural y no hubiera segunda intención. No sé si él me miraba mucho o no. Yo no quería observarle en esos momentos para que no pareciera que precisamente era eso lo que estaba buscando, exhibirme ante él. Pero en algunas ocasiones no podía evitar la tentación y echaba una mirada hacia su ventana. Más de una vez le pillé mirándome y él apartaba rápidamente la mirada de mí.

Poco a poco Diego fue despojándose de su ropa y ofreciéndome unas maravillosas vistas. En mis pajas nocturnas me imaginaba que el chaval había sucumbido ante mis exhibiciones y había decidido unirse con las suyas. Pero lo más probable es que se debiera al calor que el principio de julio nos había dejado y que obligaba a la gente a estar lo más fresquita posible. Ahora ya no hacía falta esperar a la noche para verle en calzoncillos. Prácticamente se paseaba todo el día así por casa. Y cuando no era así, al menos en bañador. Fue entonces cuando también empecé a fijarme más en él en la piscina.

Me moría de ganas por tener a ese chaval en mis brazos. No dudaba que ese chico sería virgen de culo (de polla no podría asegurarlo) y me había puesto como objetivo ser yo el primero en desvirgarlo. Aparecía en todas mis fantasías sexuales, siempre siendo follado por mí en la piscina, dentro del agua, sin que el resto de los vecinos se dieran cuenta de ello. Pero lo que sí que no sabía de Diego es si a él le iban los coños o los rabos. No me bastaba con haberle pillado mirándome en alguna ocasión cuando me paseaba desnudo. Eso sólo quería decir que el chico tenía 17 años y que a esa edad tenemos las hormonas totalmente revolucionadas y nos llama la atención todo lo que tenga relación con el sexo (vaya, me acabó de describir y tengo 25 años). Así que tracé un pequeño plan para sacarme de dudas. Una de mis páginas favoritas de Internet es un foro donde se comparte material porno gay ("a bocajarro", se llama) de donde me descargo vídeos y vídeos de porno. Recopilé los más calientes y morbosos y los grabé en un dvd. Después, tras investigar en el buzón su nombre completo, metí en un sobre el dvd y lo envié por correo a su dirección. No metí nada más en el sobre, ni siquiera una nota. Evidentemente tampoco puse el remite. Ahora sólo me bastaba esperar. Sabía que no tardaría en llegar a su destino más de dos días, y sabía cuál era el horario del cartero, por lo que tenía casi controlado el momento en que llegaría a sus manos aquel paquete.

Y así fue; dos días después llegó. Recuerdo que ese día Diego estaba tumbado en la cama. No sé qué es lo que estaría haciendo porque solo llegaba a verle los pies. Serían las dos de la tarde cuando su madre apareció por la puerta de su habitación y le entregó un par de sobres al chico. Pasó un tiempo largo hasta que vi a Diego levantarse de la cama. Quizás durante todo ese tiempo había estado leyendo la otra carta que había recibido. No sé, el caso es que al levantarse observé que llevaba el dvd en la mano y que se disponía a meterlo en el ordenador. Se sentó en su escritorio y esperó a ver el contenido de aquel disco. Sabía cuál iba a ser el primer vídeo que vería, porque yo se lo había grabado. Trataba sobre un equipo de fútbol que tras su entrenamiento diario se dispone a darse una ducha en los vestuarios. Evidentemente, lo que hacen allí no se limita a quitarse el barro y el sudor, sino que poco a poco se van montando una orgía de campeonato. Diego se levantó rápidamente del escritorio, se le veía nervioso. Cerró la puerta de su habitación con cerrojo y volvió a sentarse para seguir viendo el vídeo. Durante diez minutos no quitó ojo del monitor. Transcurrido ese tiempo vi que sacaba el dvd del ordenador y que lo escondía en un estante entre algunos libros. Su bañador formaba una tienda de campaña. Luego se tumbó en su cama y se hizo una buena paja a la salud de los guapos futbolistas (bueno, esto lo supongo, porque sólo llegué a ver sus pies, pero según estiraba y encogía las piernas y tensaba los dedos de los pies, no había duda de lo que estaba haciendo). El pobre chico nunca podría sospechar que fui yo quien le había enviado ese dvd, por lo que seguiría actuando como siempre. Y, una vez descartado yo de los posibles sospechosos, fuera quien fuera el culpable, éste nunca se iba a enterar de si él veía esos vídeos o no. Por eso Diego volvió a caer una y más veces. Yo le pillé en tres ocasiones sacando el disco de su escondite (más todas las veces que no le vería) y poniéndolo en el ordenador. Una de esas veces, le distinguí claramente haciéndose una paja sentado frente al monitor. El chaval parecía muy caliente y mi plan, de momento, estaba funcionando.

Los siguientes días, yo continué con mis exhibiciones nudistas diarias. Noté entonces que Diego empezaba a observarme más cuando estábamos en la piscina. Una tarde le eché valor y mientras simulaba que estaba buscando algo en el armario (desnudo, como no) comencé a sobarme la polla, primero de forma suave y después, cuando fue adquiriendo vida, de forma más descarada. Aquello no dejaba de crecer y se me puso durísima. Subía y bajaba mi mano por aquel mástil mientras echaba la cabeza para atrás con los ojos cerrados y dejaba escapar algún que otro suspiro de placer. No dudaba que Diego me estaría observando y sabía que le estaría calentando mucho; así que, pasados unos minutos, volví la cabeza hacia su ventana y le descubrí mirándome con la boca abierta. Él tardó unos segundos en reaccionar y en seguida desapareció de la ventana. Yo volví a cerrar los ojos sin dejar de masturbarme. Dejé pasar el tiempo suficiente para que Diego se confiara y se asomara de nuevo a su ventana. Tarde o temprano lo haría. Le había dejado con un calentón de la leche y no podría resistirse a ver a un tío haciéndose una paja a escasos metros de él. Y estaba en lo cierto, porque de nuevo volví a mirar hacia su ventana y otra vez le vi allí. En esta ocasión desvió su mirada pero no se movió de su sitio. Yo no aparté mi mirada de él. Al rato volvió a mirarme y se encontró conmigo, observándole fijamente. Nos aguantamos las miradas durante cerca de medio minuto, hasta que él la volvió a desviar de nuevo por la vergüenza que le estaba dando aquella situación. No pasaron ni diez segundos cuando volvió a mirarme y desde ese momento ya ninguno de los dos apartó su vista. Durante diez maravillosos minutos estuve pajeándome para aquel chaval que estaría muriéndose de ganas de hacerse él mismo una paja, pero que sólo se limitó a observar. No pude más y me corrí. Procuré que no perdiera detalle de mi corrida y de los chorros de leche, por lo que puse perdido gran parte del suelo, la mesa y la silla. Cuando acabé, le sonreí. Rápidamente cerró la ventana de su habitación.

Los dos días siguientes no abrió su ventana. Sólo lo hacía de noche, cuando ya estaba totalmente a oscuras. En la piscina le vi, pero no me miraba. Estaba a lo suyo y parecía que no le interesaba. Comencé a imaginarme que Diego había recapacitado sobre todo lo que había pasado y que no le había gustado nada aquello. Entonces empecé a imaginar que quizás se lo hubiera contado todo a sus padres y me cagué de miedo pensando que aquellos señores pudieran denunciarme por realizar obscenidades delante de un menor. Y empecé a arrepentirme de aquella gilipollez que había hecho sólo por dejarme llevar por un calentón.

Afortunadamente nada de lo que me imaginaba se correspondía con la realidad. Al tercer día, Diego volvió a abrir su ventana. Era por la mañana. Estaba en boxer y paseaba de un lado al otro de la habitación hablando por móvil. Parecía muy risueño y reía de forma exagerada con las historias que debía de estar contándole su interlocutor. Quizás estuviera equivocado, pero a mí me daba la impresión de que en realidad estaba simulando que hablaba por teléfono sólo con la intención de captar mi atención. De vez en cuando echaba miradas furtivas hacia mi ventana. En dos o tres ocasiones se rascó los huevos por encima de los boxer. No sé por qué me daba que el chaval estaba aprendiendo rápidamente de mí. Para mí esas eran señales inequívocas de que el chico estaba pidiendo guerra. Yo no apartaba mi vista de él. Quería que se diera cuenta de que había captado su mensaje. En un momento dado, fue hacia la puerta y la cerró echando el cerrojo. Se dio la vuelta y se apoyó en ella sin dejar de mirarme. Continuaba hablando por móvil y riendo, pero ahora prestaba toda su atención en mí. Yo le sonreí. Él sonrió, no sé si devolviéndome la sonrisa a mí o a su interlocutor. Entonces me di un leve apretón en el paquete por encima de los calzoncillos. Como si de un espejo se tratara, Diego imitó mi movimiento. Volví a hacerlo deteniéndome más tiempo en el sobeteo y el chaval hizo exactamente lo mismo. Me toqué los pezones, y Diego se tocó los suyos. Imitaba cada uno de mis movimientos. Los dos teníamos un calentón de la hostia que se reflejaba en sendas empalmadas bajo los calzoncillos. Mi polla ya estaba dejando un gran cerco de humedad en el calzoncillo cuando me deshice de él. Me cogí el rabo y comencé a masturbarme. Diego tiró su móvil a la cama y se metió la mano bajo el boxer para empezar a masturbarse. Llevábamos cinco minutos así cuando, por señas, le invité a que se quitara los calzoncillos y me imitara. Negó con la cabeza y siguió con su tarea. Volví a insistirle varias veces y finalmente, no sin antes dudar un par de veces, fue bajando poco a poco sus calzoncillos hasta sacárselos por los pies. Al principio el chico parecía algo nervioso y avergonzado, pero después de que yo le sonriera y le ofreciera un gesto de aprobación, parece que se confió y me devolvió la sonrisa. Estuvimos un buen rato pajeándonos el uno frente al otro aumentando progresivamente nuestra excitación y nuestro ritmo. El chico se pellizcaba los pezones y jugaba con ellos sin dejar de masturbarse. Yo hacia lo propio con mi ano. Estaba a mil. Él también.

Diego fue el primero en correrse. Yo hubiese aguantado un tiempo más, pero para no ridiculizarle por su temprana eyaculación, decidí correrme también en ese momento. Una vez pasada su excitación, la vergüenza se volvió a apoderar de Diego y cerró la ventana para que dejara de ser partícipe de su intimidad. Pero de igual manera que la excitación se va, es fácil que vuelva en cualquier momento y es entonces cuando dejamos atrás todos nuestros sentimientos de culpabilidad y nuestras comeduras de cabeza por algo que no sabemos si está bien o mal. Por eso, Diego volvió a abrir su ventana aquella tarde. Y ahí estaba él, otra vez en boxer. Y otra vez empezaron las miradas mutuas. Y poco a poco volvimos a repetir el ritual de la mañana. Y volvimos a caer los dos en la tentación de masturbarnos el uno frente al otro. Cuando estábamos en plena paja, cogí un folio y escribí con rotulador y con letras grandes mi número de móvil seguido de un " LLAMAME ". Le mostré el folio. Lo leyó pero siguió pajeándose. Volví a mostrárselo durante un buen rato y entonces cogió su móvil y empezó a escribir algo. Sabía que ese era el momento, cuando él aún estaba caliente, para pedirle que me llamara, porque si esperaba a que nos hubiéramos corrido, seguramente volvería a él el sentimiento de vergüenza y no se decidiría a llamarme.

A mi móvil llegó un sms. Lo leí.

  • " PARA Q KIERES Q T LLAME " – decía

  • " Quiero hablar contigo. Estoy muy caliente. Si quieres te llamo yo. Ya tengo tu numero " – le contesté

  • " NO PUEDO.NO STOY SOLO.AY GENTE EN CASA " – me dijo

  • " No te preocupes. Solo sera un momento. Hablaremos bajo. Ok ?" – le contesté.

Volví a insistirle mediante gestos y finalmente aceptó. Rápidamente le llamé y cogió a la primera llamada.

¿Si?

Hola tío. Soy yo.

Hola. Ya lo veo – rió nervioso

¿Sabes que me has puesto muy caliente? Estás muy bueno – le dije

Gracias. Tú también – contestó

¿Tú también estás caliente? – pregunté

Sí, muy caliente.

¿Estás nervioso?

Un poco – me dijo

No te preocupes ¿Es la primera vez que haces esto?

Sí… Oye, lo siento, pero tengo que dejarte.

Y colgó. Acto seguido se corrió como si hiciera siglos que no lo hacía. Posiblemente aquella experiencia era las más excitante que había experimentado hasta el momento. Al contrario de lo que había hecho esa misma mañana, Diego no cerró la ventana inmediatamente. Antes se limpió y esperó a que yo también me corriera. Después le sonreí mientras le despedía con la mano y él me devolvió el gesto. Sin duda alguna, aquel chico había roto una barrera y parecía que empezaba a confiar en mí.

Pasaban ya las dos de la madrugada cuando apagué la luz y me tumbé en la cama a dormir. Un minuto después me llegó un mensaje al móvil.

" ME A ENCANTAO LO Q EMOS ECHO HOY.ME AS DEJAO SUPER KALIENTE.AY Q REPETIRLO "

Yo le contesté con otro mensaje

" Yo también quiero repetirlo. Tienes muy buen cuerpo y muy buena polla. Pon el movil en silencio. Voy a llamarte " – y le llamé. Diego contestó al otro lado de la línea.

  • Hola

  • Hola, ¿qué tal?, ¿qué hacías?

  • Pues nada, aquí, tumbado en la cama – contestó

  • Sí, yo también. Estaba pensando en ti – le dije

  • ¿En serio?

  • Claro, me has impactado mucho y es difícil olvidar lo que ha pasado

  • Yo tampoco puedo olvidarlo – me dijo

  • O sea, que quieres que volvamos a repetirlo?

  • No sé, no me importaría, si a ti te apetece también

  • Pues claro tío, me apetece muchísimo

Se hizo un breve silencio. Notaba a Diego bastante nervioso. Rompí ese silencio con otra pregunta.

Por cierto, me llamo Marcos, ¿Tú cómo te llamas? – mentí, ya sabía su nombre

Diego

Encantado. Y dime Diego, qué es lo que más te ha molado de mí

No sé… - dudaba en contestar

¿El pecho, el culo, las piernas…? – le pregunté

No sé tío

A mí me ha molado de ti tu polla y tu pecho – le dije

Gracias. A mí también me ha gustado mucho tu polla – se aventuró a decir por fin – y tu culo. Tienes un culo muy… muy

Prominente? – le interrumpí

Sí, eso

Mucha gente me lo dice – le contesté riendo y seguí preguntándole

¿Cuántos años tienes?. Yo te echo 18 ó 19 – le dije. El chaval rió complacido.

¡Qué va! Sólo tengo 17. Los cumplí a principios de año. ¿Y tú, cuántos años tienes?

¿Cuántos me echas? – le respondí con otra pregunta

No sé, 28 ó 30

No te pases macho, que sólo tengo 25 – reí

Lo siento, no te ofendas

Jajaja, no pasa nada tío, si entiendo que para ti soy ya un anciano

¡Qué va! Estás muy bien, y me gustas mucho.

Muchas gracias tío. Tú a mí también. Oye, quiero proponerte una cosa.

Dime – contestó

Como ya me has dicho, a ti te apetece volver a hacerte una paja conmigo, y a mí también, pero me gustaría que lo hiciéramos de una manera algo distinta, de una forma especial

¿Cómo? – me preguntó

Pues me molaría que lo hiciéramos en la misma habitación, bien cerca los dos. Cada uno masturbándose a sí mismo. Y luego, si nos apetece, sólo si nos apetece a los dos, podemos hacernos una paja el uno al otro. ¿Qué me dices?

No sé tío, me da algo de corte. No quiero que se entere nadie – me dijo

Tranquilo, no te preocupes. Yo soy el primer interesado en que nadie se entere, y los que menos mis padres. ¿Te animas entonces? – le pregunté

Bueno, pero… ¿dónde lo haríamos? En mi casa imposible.

Eso está arreglado. Lo podemos hacer en la mía.

¿Y si llega alguien de tu familia y nos pilla?

Muy poco probable. Mira, mañana es lunes y curro, pero salgo a las dos y media. Desde las tres hasta las siete de la tarde estoy totalmente sólo en casa. ¿Quedamos a eso de las tres y media?

Ufff, no sé, me apetece mucho, pero me da cosa tío

Mira, hagamos una cosa, piénsatelo esta noche y mañana me dices, ¿vale? Y si finalmente te animas y vienes, que sepas que siempre podemos dejarlo en cualquier momento sin ningún problema si a ti no te apetece seguir. ¿Qué me dices?

Vale, lo hacemos así. Lo pienso y mañana te digo – dijo

Genial. Pues nada macho, te voy a ir dejando ya que mañana madrugo y voy a estar matao toda la mañana

Sí, yo también te voy a ir dejando que estoy nervioso por si mis padres me pillan hablando por móvil – añadió

Ok, pues nada, lo dicho, hasta mañana y que descanses tío

Gracias, tú también. Hasta luego.

Adiós.

Aquella noche tardé tiempo en dormirme. Era la primera vez que flirteaba con un adolescente y, aunque trataba de disimularlo y le hacía ver que tenía todo controlado, en el fondo estaba tan nervioso como él, sino más. Al día siguiente pasé toda la mañana en blanco. Apenas daba pie con bola y aquello no pasó desapercibido a mis compañeros. " A ver si dejamos de salir tanto por las noches Marcos, que luego no rindes en el trabajo ", me decían entre risas. Si ellos supieran realmente por qué había dormido tan mal aquella noche… No quería ni imaginar la cara que pondrían si se enteraran que la razón de mi falta de sueño se debía a que no había dejado de dar vueltas en la cama pensando en un adolescente de 17 años. Y para colmo, Diego no me había llamado ni me había escrito un mensaje. El chico parecía que había decidido no aceptar mi propuesta y eso me jodía bastante. Desde un principio imaginaba que su decisión iba a ser esa (era lo más probable que pasara) y, por lo tanto, no tenía por qué sorprenderme; pero aún así me jodía porque aquel chico me había calentado muchísimo y me moría de ganas de estar con él. Si no acudía a la cita de hoy, seguiríamos pajeándonos desde las ventanas y, quizás, tarde o temprano aceptaría finalmente mi propuesta. Pero, ¡joder!, ya me había hecho ilusiones de que fuese hoy

Salí del curro como todos los días a las dos y media. Ya había decidido parar en un centro comercial que pillaba de camino a mi casa para bajar la calentura que llevaba encima con una paja con un desconocido en los servicios, cuando recibí un mensaje en el móvil. " Seguramente sea otro de esos mensajes de mierda de publicidad de Movistar. Que se los metan todos por el culo ", pensé. Realmente estaba cabreado. Pero me equivoqué. Era un mensaje de Diego. El aspecto de mi cara cambió radicalmente.

" PERDONA X CONTESTART AHORA.SPERO Q NO SEA TARD Y YA AYAS ECHO TUS PLANES.MI RESPUESTA ES SI. M APETECE KEDAR CONTIGO EN TU CASA.AUN KIERES? "

Salí por la primera salida que encontré y paré el coche en el arcén. Le contesté rápidamente.

" Claro que quiero. Ya te dije que me apetece mucho. Sólo de leer tu mensaje me he puesto muy muy caliente. Ven directamente a mi casa. Es el portal de al lado, el B, y mi piso el 8º A. Llama al telefonillo y te abro. A las 15:30. "

Y me contestó.

" OK.ALLI STARE.ASTA LUEGO "

El corazón me empezó a latir a mil por hora. Como pude arranqué el coche y salí de nuevo a la carretera. Quedaban sólo 40 minutos para nuestra cita y aún tenía que llegar a mi casa, darme una ducha, colocar un poco mi habitación y cambiar las sábanas de la cama. Hay que ser un chico precavido. Nunca se sabe lo que puede pasar. Mientras pensaba todo esto me acordé de los condones. Creía recordar que aún me quedaba una caja sin abrir que tenía guardada en el cajón, pero no estaba seguro, por lo que, ante la duda, paré en una farmacia y compré una caja pequeña. Quizás me estaba aventurando demasiado y aquello no iba a pasar de una simple paja, pero no sería la primera vez que me acaban follando o acabo dando por culo yo a alguien sin haberlo planeado antes. Entre mis nervios y la velocidad a la que conducía para llegar a tiempo a casa, estuve a punto de provocar un accidente en dos ocasiones. Quizás exagere, pero sí que es cierto que me pitaron al tiempo que se acordaban de toda mi familia.

Eran las 15:05 cuando estaba abriendo la puerta de la entrada. Diego era el tercer tío al que traía a casa. No suelo traer a casi nadie aquí por respeto a mis padres, pero siempre hay excepciones, y la de hoy, merecía mucho la pena. Entré a mi habitación y empecé a quitarme la ropa. Miré hacia la ventana de Diego y la tenía cerrada. " Espero que no se haya arrepentido el chaval ", pensé. Me fui a la ducha y empecé a quitarme el sudor que impregnaba todo mi cuerpo. Mientras me enjabonaba llevé inconscientemente la mano hacia mi polla y empecé a sobármela lentamente. Apenas había empezado a crecer cuando me di cuenta de la tontería que estaba haciendo y paré de raíz aquella acción. ¿Pero qué coño estaba haciendo? Estaba a punto de recibir en mi casa a un yogurín que me iba a cascar una buena paja y yo estaba a punto de joderlo todo corriéndome en aquella ducha llevado por el calentón que llevaba encima. Como pude, terminé de ducharme y salí de allí rápidamente. Me sequé y me puse unos boxer nuevos que me habían regalado unos amigos por mi cumpleaños y aún no había estrenado. Los reservaba para una ocasión como esta. Me puse unos pantalones cortos de deporte y una camiseta holgada. Me quedé descalzo (me encanta andar descalzo en verano). Recogí toda la ropa tirada de mi habitación y cambié las sábanas. Las 15:25. Ya no tenía nada más que hacer. Me senté en el sofá del salón para intentar relajarme mientras esperaba a que llegara.

Las 15:35. ¿Dónde coño se había metido este chaval? No me molaba que jugaran conmigo. Corrí hacia la habitación y volví a mirar hacia su ventana. Cerrada. En eso estaba cuando sentí que llamaban al telefonillo. Salí corriendo hacia la cocina no sin antes darme un fuerte golpe en el pie con la pata de la silla. "¡Qué gilipollas soy! ", pensé. Abrí sin contestar. Me imaginaba que era él. Pasaron dos minutos más hasta que llamaron a la puerta de casa. Abrí al instante y allí estaba él.

Hola tío – dije

Hola

Pasa. Estás en tu casa

Gracias – dijo

Diego traía puesto unos bermudas de esos de surfistas, de color azul y blanco, una camiseta blanca sin hombreras y unas deportivas blancas sin calcetines. El chaval estaba para comérselo. El contraste de su piel morena con la ropa inmaculada que traía le daba un aspecto terriblemente delicioso. En aquel instante me arrepentí de no haber elegido una ropa mejor para recibirle. Le invité a pasar al comedor y a sentarse en el sofá. Se le notaba nervioso y estaba algo callado. Decidí relajar aquel momento hablando de cualquier cosa y saqué el tema del fútbol. No es que sea un gran aficionado. Me entretiene, nada más. Pero sé lo suficiente como para sacar el tema y hablar de ello en los momentos en que no sabes cómo romper el hielo. Además, suponía que a él también le gustaría el fútbol: al 80% de los tíos les gusta. Eso me ayudó a que Diego se relajara y comenzara a hablar. Se emocionó tanto con el tema que estuvimos un largo rato hablando mientras compartíamos unas latas de coca-cola. Había pasado cerca de una hora y aún no habíamos hecho nada, por lo que decidí que ya estaba bien de tanta palabra y que había que ir a la acción.

¿Te parece bien que empecemos ya? – le pregunté. Diego se volvió a mostrar nervioso.

Te refieres a… eso

Sí, a eso, si quieres nos podemos hacer una paja mientras vemos una peli. ¿Te apetece?

Vale – contestó

Fui a mi habitación a buscar una película que había descargado del emule. Puse el disco en el dvd y me senté en el sofá, al otro extremo de donde estaba él sentado. No quería agobiarle. Poco a poco nos fuimos calentando con las escenas que veíamos en el televisor. La película trataba sobre un grupo de doce tíos que se iban de acampada y no dejaban de follar en el bosque. Nuestras calenturas eran evidentes. Estábamos totalmente empalmados. Yo empecé a sobarme por encima del pantalón. Él se dio cuenta de ello y empezó a mirarme, imitándome en los movimientos. Poco después me quité el pantalón y me quedé en gayumbos, y seguí jugando con mi polla. Él no apartaba la vista de mi paquete. Ya no prestaba atención a la película, a pesar de que en aquel momento un rubio cachas recibía dos pollas a la vez en su culo. Sólo tenía ojos para el sobeteo que estaba dando a mi rabo. Decidí asomar mi polla por la abertura del calzoncillo y apareció totalmente dura y soltando alguna que otra gota de líquido preseminal por la punta. Cambié el suave sobeteo que había estado dándome hasta el momento por una paja algo menos delicada a lo largo de todo mi tronco. Sus ojos se iluminaban por momentos y su excitación iba creciendo. Ahora su sobeteo sobre su polla era algo más fuerte que antes y comenzó a acompañarlo por pellizcos en sus propios pezones metiendo su mano bajo la camiseta.

¿No te animas a quitarte los bermudas? – le pregunté

Sí, ahora voy, espera un momento – contestó

Pasaron cinco minutos más y la cosa seguía igual.

¿No estarías más cómodo sin ellos? Me gustaría verte.

Es que no sé si estoy preparado para ello

No sé, tú sabrás, si quieres lo dejamos y jugamos a las cartas – le respondí

Aquella frase debió dolerle en lo más profundo de su orgullo porque al momento se quitó sus bermudas y su camiseta y se quedó totalmente en pelota picada.

Bien tío, eso está mejor. Y ahora, a disfrutar – le dije

Yo me deshice también de mi camiseta y de los boxer. Y seguimos masturbándonos, él con su mirada clavada en mi polla y yo con mi mirada clavada en la suya. Me moví hacia su extremo del sofá y quedé sentado a su lado, rozando su pierna con la mía. Seguro que Diego estaba esperando aquel momento, pero había esperado a que yo diese el primer paso. Era evidente; de los dos, yo era quien tenía la experiencia y tenía que guiarle en todos los pasos. Acerqué mi mano a su pezón derecho y comencé a pellizcarle suavemente. Sabía que eso le iba a gustar. Diego echó la cabeza hacia atrás y dejó escapar un leve gemido de placer. Seguí pellizcándole el otro pezón y después fui alternando uno y otro. Entonces Diego tomó por primera vez la iniciativa en aquella tarde: apartó mi mano de sus tetillas y lentamente fue bajando hacia mi pezón izquierdo, el cuál desapareció bajo su lengua. Empezó a chuparlo y a besarlo con desesperación. Con su lengua jugaba con mi pezón y con los pelos que le rodeaban. Mientras me chupaba las tetillas, había dejado de masturbarse, momento que aproveché yo para agarrarle de la polla y continuar con su paja. En cuanto sintió mi mano en su rabo, dio un pequeño brinco, pero se dejó hacer y continuó con su tarea. Después se incorporó y se quedó fijamente mirándome a los ojos. Ambos jadeábamos del placer que estábamos recibiendo y nuestras miradas denotaban nuestra calentura. Entonces me lancé a su boca y le besé. Él respondió a mi beso y empezamos a comernos la boca y a meternos la lengua hasta el fondo. El chaval no era precisamente un experto en el arte de besar, pero no lo hacía nada mal, incluso mejor que muchos tíos que le sacan diez o quince años. Parece que se dio cuenta de que yo me pajeaba a mí mismo al tiempo que le pajeaba a él, ya que retiró mi mano de mi polla y la cogió bien fuerte con la suya, empezando a recorrerla de arriba abajo con toda la palma de su mano. Mmmm, ahí sí que se notaba que el chaval tenía experiencia; qué bien me estaba sabiendo aquella paja que estaba recibiendo.

No sabía el tiempo que Diego podría continuar así antes de correrse, por lo que decidí adelantarme a los acontecimientos y sin avisarle bajé hasta su polla y me la metí hasta el fondo. Esa polla estaba realmente deliciosa. Sabía y olía a limpio y a joven. Quería hacerle una mamada que no olvidara nunca. Quería que su primera mamada permaneciera para siempre en su memoria, por lo que me esmeré para que así fuera. El chico se retorcía de placer y plantó sus dos manos sobre mi cabeza, guiándome en los movimientos. Cuando noté que no le faltaba mucho para venirse, me retiré y me incorporé. Con la mirada le hice saber que ahora era su turno. Entendió perfectamente mi mensaje y bajó hacia mi rabo. Torpemente se la fue metiendo en la boca y empezó a saborearla. Poco a poco fue cogiendo ritmo y en seguida le cogió el tranquillo. Soy de los que piensan que para comer una polla no hay que dar clases. Cualquiera puede hacerlo, hasta los heteros. Ahora bien, saber comer bien una polla es otra cosa bien distinta. Para eso hay que practicar. Yo tengo mis propios trucos. Cuando estoy haciendo una mamada a un tío, llevo a la práctica esos trucos en el momento que menos se lo espera, y entonces multiplico por diez el placer de mi mamado.

Llevé a Diego hasta mi habitación. Y tras cerrar la ventana, nos tumbamos en la cama en posición del 69. Continuamos con nuestras pajas y nuestras mamadas. Después me animé a comerle el culo. ¡Cómo gemía el chaval y cómo se retorcía en la cama!. Parece que era de los míos porque disfrutaba mucho con la ensalivada que mi lengua estaba propiciándole en el ano. Lástima que él no se animara a hacerme lo mismo. Quizás aún no estaba preparado para eso y le daba un poco de asco. Empecé a jugar con mi dedo en su ano y sorprendentemente se perdió sin problema en su interior. Me pidió que no le follara y le aseguré que no se preocupara, que sólo iba a jugar un poco con su culo, y que no iba a hacer nada que él no quisiese hacer. La verdad es que hubiese matado por follarle en ese preciso instante, pero no quería abusar de la confianza del chaval; bastante bien se estaba portando para su primera vez. Seguí jugando con su ano e introduje un segundo dedo. No podía ser, este chico no podía ser virgen, estaba bastante dilatado. Entonces le pregunté.

Diego, ¿eres virgen?

¿Seguro?

¿Por qué lo preguntas?

Porque tu ano parece decir lo contrario – dije

Diego se retiró avergonzado y bajó su mirada.

Ey, tío, Perdona, no quería molestarte. A mí no me importa que no seas virgen

Es que sí lo soy – me contestó – eres el primer tío con el que estoy; no quiero que pienses que soy un maricón que se ha acostado con doscientos tíos

Nadie ha dicho eso, perdona. No era mi intención ofenderte. Me habré equivocado – añadí

No te has equivocado – me dijo – a lo mejor tienes razón

¿A qué te refieres?

Pues que es cierto que no he estado nunca con nadie, pero también es cierto que tengo el culo abierto

Entiendo. ¿Y? ¿Cuál es el problema?

Que no quiero que pienses que soy un depravado sexual o algo así

¿Por jugar con tu ano? Al contrario, no pasa nada. Yo a veces también lo hago, y muchos tíos también. No es nada malo.

¿Seguro que no piensas que estoy salido o algo así? A lo mejor ya no quieres continuar con esto

Diego, no te hagas pajas mentales – no había acabado de pronunciar aquella frase cuando me di cuenta de lo que acababa de decir. Diego empezó a reírse por mi oportunismo.

No, pajas mentales no, pero de las otras… - añadió entre risas

Jajaja, no seas cabrón. Bueno, creo que no he utilizado las palabras más apropiadas para decirte lo que quiero que entiendas. Quiero que te metas en la cabezas que el sexo no tiene nada de malo. Tienes que aprender a disfrutar de él y tienes que empezar a sacar de tu cabeza todas esas movidas que te hacen ver como algo sucio algunas de sus prácticas. ¿Qué te gusta meterte un pepino por el culo? ¿Y qué? Si a te gusta y disfrutas…¿A quién le importa? Dime, ¿haces daño a alguien con eso?

No – me contestó – bueno, sí, a veces me he hecho daño a mí mismo cuando me he introducido uno de esos…– añadió entres risas

No tuve más remedio que unirme a sus risas ante tal comentario. Se notaba que el chaval estaba ya más tranquilo y parecía que mis palabras estaban calando en él.

Joder tío, eres genial – dijo

Tú si que eres genial. Y perdona que interrumpa este momento tan fraternal – le dije de forma burlona – pero es hora de que continuemos justo donde lo habíamos dejado. ¿Te parece bien?

Ok. Tú mandas, que para eso eres el mayor de los dos.

Calla, no me vuelvas a recordar la edad – dije simulando que me molestaba. Él río.

Me acerqué a él y le besé dulcemente. Diego me devolvió el beso y empezamos a morrearnos. Al poco nuestras pollas recuperaron el tamaño anterior y continuamos con nuestro juego. Llevé uno de sus dedos hasta mi boca y lo chupé. Después lo llevé hasta la entrada de mi ano y dejé que me lo introdujera. El chaval flipó cuando sintió que se hundía hacia dentro y comenzó a jugar con él dentro de mi culo. Después metió otro dedo y así hasta tres. Yo jugué también un rato con su ano y Diego no dejaba de gemir de placer. Después le hice sentarse frente a mí, muy cerca, de forma que nuestras pollas quedaron rozándose. Cogí ambas con la mano y empecé a frotarlas la una con la otra. Mientras masturbaba ambos rabos, Diego y yo nos comíamos la boca. El chaval estaba más loco que nunca y dudaba que aguantara mucho más antes de correrse. Aumenté la velocidad de mi paja y con ello la excitación de Diego. Un fuerte chorro de leche caliente fue a parar a mi abdomen. El siguiente llegó hasta mi cuello. Un tercero, bastante menos abundante, calló sobre su estómago. Diego ya había cumplido. Ahora era mi turno. No tardé ni medio minuto en descargar toda la leche almacenada en mis huevos. El primer trallazo saltó por encima de nuestras cabezas cayendo sobre la almohada. Diego se sorprendió al ver aquello. Los restantes cayeron sobre nuestros pechos. Cuando al fin acabé de correrme, nos abrazamos. No nos importaba impregnarnos con nuestras corridas; en ese momento lo que más nos apetecía era estar bien juntos los dos, sintiendo nuestra piel y nuestro calor. Permanecimos así unos minutos, robándonos algún que otro beso de vez en cuando.

Al rato, abrí uno de los cajones de mi mesilla y saqué unas toallitas húmedas para limpiarnos un poco antes de irnos a la ducha. Diego se limpió lo más gordo y me dijo que tenía que irse. Yo le dije que no se fuera de allí sin antes darse una ducha, pero me dijo que no podía quedarse más tiempo, que en su casa podrían sospechar por su ausencia. Le recordé que en su casa aún no había nadie y que aunque así fuera, no tenían que sospechar nada; podía estar perfectamente con alguno de sus amigos. Volvió a decirme que prefería ducharse en casa y que tenía que irse. Yo no insistí más. Quizás el chaval quería irse cuanto antes para recapacitar en la intimidad sobre todo aquello que había hecho conmigo entre esas cuatro paredes. Normal, había sido su primera vez y estaría algo confundido.

Fuimos hasta el salón y Diego se puso su ropa y sus zapatillas. Lo acompañé hasta la puerta. Antes de salir, se volvió hacia mí y me besó. Después, le vi desaparecer al tiempo que se cerraba la puerta del ascensor. Tras darme una refrescante ducha, me tumbé en la cama a descansar. Fue entonces cuando empecé a pensar en si todo lo que había hecho no hubiera sido quizás una equivocación. Desde luego que aquella tarde con aquel chico había merecido la pena, y seguramente podría compartir más tardes con él, y mucho mejores. Pero no podía quitarme de la cabeza que yo había sido el primer tío en su vida sexual, el encargado de iniciarle en el tema del sexo y eso quizás me trajera consecuencias de las que pudiera arrepentirme. ¿Y si el chico empezaba a pillarse por mí? Mi abuela suele decir que " quien con fuego juega, se quema " y todos sabemos que las abuelas nunca se equivocan. Quizás ante aquella situación era más apropiado aquel otro dicho que dice: " Quien con niños se acuesta, meado se levanta ". Decidí entonces que tenía que parar todo aquello y que no podía volver a caer en la tentación de tener un encuentro sexual con él. Aún estaba a tiempo.

Qué equivocado estaba yo

CONTINUARA